El comienzo de una aventura de dos hermanos. [Hermanos Death] {Miér 28 Ene 2015 - 1:07}

Era un caluroso día de verano en la isla Domica. Una brisa suave pasaba por las calles, zarandeando las flores de olor dulce que crecían entre las baldosas del suelo. Unos pasos inquietos se escuchaban por una de las callejuelas, justo después de un portazo en una de las casas. Por fuera de aquella estructura, se podía ver mugre y la pintura de las paredes seca. Dentro era una casa limpia y ordenada, tal vez algo pobre y sin muchas cosas de valor, exceptuando algunas armas con pintas de ser algo caras. En mitad del salón había un sofá de piel verde oliva, conjuntado con un sillón en frente del mismo color. Justo entre esos dos muebles, había una mesa cuadrada y bajita, con un Den Den Mushi en ella, de color negro y extraños botones plateados. Al lado, una pistola negra con neones azules, gruesa y con pintas futurísticas. En el sillón se podía ver sentada una joven muchacha de pelo rubio, largura media y lacio. Sus ojos eran azules como el zafiro, brillantes y sus labios rosados. Tenía un cuerpo tremendo, de curvas suculentas y grandes pechos. Sus brazos eran finos, su piel algo pálida como la porcelana, parecía ser frágil. Vestía con un traje negro y ceñido al cuerpo, con botones de bordes plateados y amarillo brillante en el centro. Aquella ropa cubría su cuerpo entero, incluso pies con unas botas negras. La cara también era cubierta, aunque solo una pequeña parte de sus mejillas y debajo de su barbilla, dos de los botones plateados. Se podía ver una empuñadura en su pierna izquierda, que colgaba de un accesorio negro. Aquella empuñadura tenía neones azules y brillantes y, no solo eso, sino que era negra y carecía de hoja.

Algo agitada, aquella muchacha se levantó del sillón y fue hacia la cocina, donde se prepararía un jugo de frutas. Sacó una batidora de uno de los muebles, junto a un cuenco. En una vasija cristalina habían multitud de frutas tropicales, por lo que agarró un par de ellas. Se puso a lavarlas en el grifo, con agua, para así pelarlas. Tenía un plátano, un par de manzanas, otro par de peras y tres naranjas, por lo que metió todo junto en el cuenco y se puso a batir, hasta preparar una jarra de zumo de plátano, manzana, pera y naranja. Troceó unas fresas, pero no sin antes lavarlas, y las depositó en la jarra, al igual que unas grandes cucharadas de azúcar para luego remover el jugo. Después sacó dos jarras más pequeñas y las llenó de aquel delicioso zumo. Abrió la nevera y sacó un bote de nata, que puso por encima a ambos jugos y, junto a una pequeña barrita de chocolate, adornó aquel batido de una forma espectacular.

Ya tenía la bebida preparada, así que solo faltaba algo de comer. Al parecer el horno estaba encendido y con algo dentro, al abrirlo salió un pequeño aunque espeso humo y, con ayuda de unos guantes de cocina, sacó una bandeja. Aquella bandeja estaba llena de bollos rellenos de chocolate y otros de crema. Tenían una pinta espectacular y, no solo eso, tenían virutas de colores por encima, lo que le daba un aspecto realmente delicioso. Acompañado de un poco de azúcar glas, dio los últimos retoques a aquellos bollos. Llevó las bebidas y la comida hacia el centro de la mesa y se sentó, aunque esta vez en el sofá. Parecía estar impaciente, esperando a alguien, feliz y contenta. Sus mejillas se sonrojaban mientras colocaba cada bollo hasta formar una estructura de pirámide. Sin duda había hecho una gran labor y aquello despertaría el apetito de cualquier persona.

- ¡Capullo insolente ven aquí!

Se escuchó de repente en aquel lugar, al parecer era un hombre de unos treinta años, de considerable musculatura, pelo canoso y ojos verdes. Vestía con un traje negro con corbata y camisa blanca, además llevaba unos mocasines elegantes. La escena era algo graciosa pues ese hombre había salido de una enorme biblioteca, las paredes de esta estaban totalmente pintadas con dibujos. Estos tenían forma de tortugas, peces extraño y de vacas voladoras. Ese era un enorme motivo de enfado pues quitar aquello debía costar horrores, pero nada se podía hacer ya. El mosqueado bibliotecario gruñía mosqueado empezando a correr tras el causante, pero a un ritmo muy lento, cosa que hizo que le perdiera de vista en pocos segundos. Tras un bufido de resignación, se dio la vuelta empezando a gruñir por lo bajo y a meterse con los objetos que pasaban por su camino. Mientras tanto el causante de todo eso se escapaba entre carcajadas.

- ¡Jajajajajaja! ¡Nunca me cogeréis con vida!

Gritaba entre risas y más risas aquel chico. Era alto, musculoso y su piel era pálida, de cabellos rubios como el oro y de ojos azules como el cielo. En su espalda podía verse una funda con un espadón en ella mientras que en sus vestimentas se hallaban una camiseta de tirantes negra que dejaba ver sus poderosos brazos. Un pantalón del mismo color y unas botas marrones, la verdad es que se lo pasaba bomba con aquellas cosas, pese a su edad era muy infantil. Su nombre era Xemnas Death. Cuando estaba muy aburrido salía a liarla y hacer trastadas a los demás pero sin malas intenciones, aunque sus travesuras a veces eran demasiado pesadas para los demás. Cuando por fin estaba a una distancia prudente paró el ritmo y se puso a andar con las manos metidas en los bolsillos, pudo ver como pasaban otros chicos de su edad, entonces sonrió tranquilamente y avanzó hacia ellos.

- Hola cómo esta….

- No des la lata Xemnas, ve a hacer el tonto a otra parte anda.

Dijo uno de ellos, el cual iba en medio y parecía el más mayor, los demás empezaron a reírse un poco y siguieron caminando. Esto hizo que el chico frunciera el ceño y les sacara la lengua para después seguir caminando con la cabeza agachada. Se dirigía a su casa, allí seguramente estaría su hermana y tal vez podía recibir un abrazo de una persona y unas palabras amables pues era la única que le trataba bien. Llegó en pocos minutos y sacó una pequeña llave del bolsillo, la cual utilizó para meterla por la cerradura y abrir. Nada más hacerlo se dirigió al salón mientras alzaba la voz algo decaído de forma amable, poniendo rostro feliz para no preocupar a Xira.

- Ya estoy en casa

Una vez pasó a dentro pudo ver la mesa puesta y aquel zumo de frutas junto al enorme bizcocho o pastel que se hallaba en el centro. Eso le hizo sonreír un poco, la verdad es que tenía hambre y eso se demostró cuando su estómago pegó un rugido bastante fuerte, haciendo que se sonrojara levemente mirando a otro lado. Después abrió los brazos esperando un abrazo de la rubia mientras entrecerraba los ojos de forma tranquila.

Aquella joven era Xira Death, una muchacha algo tímida y antisocial. Estaba esperando a su hermano, que entró con una voz algo decaída aunque amable, con un rostro feliz. Era Xemnas. Creía que su hermana no se daría cuenta de que estaba triste, pero lo había criado y sabía perfectamente que no estaba bien. El estómago de su hermano pequeño soltó un rugido al ver la comida y abrió los brazos esperando respuesta de su hermana. Xira se levantó del sofá en cuanto lo vio y empezó a correr hacia él, dando un salto y abrazándolo con fuerza. Sus grandes pechos estaban en la cara de su hermano, que no se le podía ver por estar cubierto por semejantes globos. Empezó a zarandearle mientras se sonrojaba y seguía abrazándole con fuerza.

- ¡¡Otôto-Chan~!! ¡Te he echado de menos! - Hizo una breve pausa tras esas palabras al ver la cara de su hermano, por lo que se apartó mientras le cogía de los brazos de forma cariñosa. - ¡Otôto-Chan! ¿¡Porqué traes mala cara!? ¿Qué te han hecho esos malditos..? - Las palabras eran ahora serias y frunció el ceño, apartándose de su hermano y sacando la empuñadura de su katana. - Dime quien te ha molestado. ¡¡Le voy a cortar el cuello!!

Xira parecía realmente enfadada, le afectaba demasiado ver a su hermano mal, debía solucionar eso y dar una lección ha quién había molestado a su hermano. "Esos perros se van a enterar..." Le decía su conciencia. Estaba dispuesta a dar su propia vida por su hermano y si descubría quien lo había molestado para que entrase fingiendo felicidad, le separaría la cabeza del cuerpo.

Tenía que alegrar a su hermano, así que le soltó un beso en la frente y cogió uno de los batidos y uno de los bollos rellenos de chocolate. Estaban echos con mucho amor y había empleado todo el día en eso. El batido tenía un sabor dulce perfecto y los bollos estaban justamente en el punto ideal, en el cual eran tiernos y blandos, pero no secos. Se podía oler el chocolate derretido que llevaba dentro, por lo que le ofreció el batido y el bollo a su hermano.

- ¡Pruébalo, Otôto-Chan~! ¡Di ahh..! - Decía con una voz dulce y encantadora mientras le llevaba el bollo a la boca, juntando los dos codos y haciendo que sus pechos se vieran apretados.

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