Dr Zhivago
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-Gabardina negra, pantalones oscuros, camisa de lino blanca, maletín de cuero. En efecto, no me dejaba nada dentro de aquella cabina- pensaba metódicamente contando con los dedos de la mano libre la pequeña lista de utensilios que había cogido en el viaje.
Ciertamente últimamente había estado ejerciendo de ciudad en ciudad, de epidemia en epidemia, en busca de pestes, fiebres o plagas que hicieran las delicias de cualquier antropólogo con gustos nigrománticos y doctores con ganas de labrarse una fama.
Habían pasado algunas semanas desde mi retiro espiritual en mi tierra natal, ciertamente me había costado mucho salir de aquellas grutas que guardaban los panteones de mi familia y sus dulces y oscuros secretos. También le había servido para adquirir un mejor dominio de aquel exótico poder, akumas no mi las llamaban, ciertamente no le gustaba ser usuario, no es que lo detestará ya que la habilidad no era del todo inútil, de hecho era bastante versátil, sino que ciertamente lo veía más una gran debilidad. Aunque para que engañarnos aquella habilidad había nacido para él, las akumas decían que tenían demonios en su interior, claramente aquel demonio lo había elegido a él, ante la inutilidad de Naram. Aún conservaba las muestras de sus dientes en el maletín, no todos los días se conseguían los dientes de un monarca.
Cuando quise salir de mis pensamientos ya había abandonado la inmensa máquina a vapor que me había transportado hasta aquella isla, Water 7, la ciudad del agua. Aunque esta vez no parecía estar en su máximo esplendor, una virulenta enfermedad parecía haberse ensañado con los más pobres de aquellos barrios. Así que tras deambular un poco por la laberíntica ciudad de los canales y montar en un par de barcas roñosas, llegué finalmente al motel que había reservado unos días atrás.
El motel era deprimente, poco higiénico y ciertamente barato. Tenía ese típico olor de gasolina y ron destilado unido al de pescado podrido de hacia tres días. Por otro lado las amarillentas paredes descolchadas con humedades agradaban la vista, además el ver a clientes durmiendo por los pasillos era también un motivo de alegría, después de todo si me molestaban bastaba con patearles. Pero a fin de cuentas era lo que buscaba, estar en el foco de la enfermedad para tratar a los pacientes y a los pacientes potenciales de una forma más directa y cercana. Después de todo si fracasaban mis curas siempre me quedarían las autopsias, nada más llegar y que la anciana que regentaba el mostrador me diera la llave me tiré en la cama de la habitación número 56. Estaba tremendamente cansado del viaje en tren.
Ciertamente últimamente había estado ejerciendo de ciudad en ciudad, de epidemia en epidemia, en busca de pestes, fiebres o plagas que hicieran las delicias de cualquier antropólogo con gustos nigrománticos y doctores con ganas de labrarse una fama.
Habían pasado algunas semanas desde mi retiro espiritual en mi tierra natal, ciertamente me había costado mucho salir de aquellas grutas que guardaban los panteones de mi familia y sus dulces y oscuros secretos. También le había servido para adquirir un mejor dominio de aquel exótico poder, akumas no mi las llamaban, ciertamente no le gustaba ser usuario, no es que lo detestará ya que la habilidad no era del todo inútil, de hecho era bastante versátil, sino que ciertamente lo veía más una gran debilidad. Aunque para que engañarnos aquella habilidad había nacido para él, las akumas decían que tenían demonios en su interior, claramente aquel demonio lo había elegido a él, ante la inutilidad de Naram. Aún conservaba las muestras de sus dientes en el maletín, no todos los días se conseguían los dientes de un monarca.
Cuando quise salir de mis pensamientos ya había abandonado la inmensa máquina a vapor que me había transportado hasta aquella isla, Water 7, la ciudad del agua. Aunque esta vez no parecía estar en su máximo esplendor, una virulenta enfermedad parecía haberse ensañado con los más pobres de aquellos barrios. Así que tras deambular un poco por la laberíntica ciudad de los canales y montar en un par de barcas roñosas, llegué finalmente al motel que había reservado unos días atrás.
El motel era deprimente, poco higiénico y ciertamente barato. Tenía ese típico olor de gasolina y ron destilado unido al de pescado podrido de hacia tres días. Por otro lado las amarillentas paredes descolchadas con humedades agradaban la vista, además el ver a clientes durmiendo por los pasillos era también un motivo de alegría, después de todo si me molestaban bastaba con patearles. Pero a fin de cuentas era lo que buscaba, estar en el foco de la enfermedad para tratar a los pacientes y a los pacientes potenciales de una forma más directa y cercana. Después de todo si fracasaban mis curas siempre me quedarían las autopsias, nada más llegar y que la anciana que regentaba el mostrador me diera la llave me tiré en la cama de la habitación número 56. Estaba tremendamente cansado del viaje en tren.
Byakuro Kyoya
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Byakuro se coló por la estrecha y oxidada cañería de plomo. Era una ventaja eso de ser de tinta, la gente no se esperaba que un poderoso cazador como él fuera a aparecer en el lugar más insospechado, pero él lograba deslizarse sigilosamente por las aberturas más estrechas para atraparlos de improviso. El problema era que aquel lugar era apestoso y molesto para el fino olfato de Byakuro.
El cazador llevaba unos días persiguiendo a un piratucho que le había dado esquinazo un par de veces. El chico no tenía la menor intención de entregar al delincuente, pero intentar atraparlo de improviso le había parecido una actividad divertida que podía entretenerlo lo suficiente durante aquellos días en la ciudad del agua. Al fin y al cabo, el lugar no era precisamente pequeño, y el pirata se sabía mover. Ahora mismo estaba hospedado en la habitación 57 de un pequeño hotel de mala muerte con olor a pescado pasado de fecha.
- Ugh... -murmuró Byakuro mientras salía disparado por el grifo del lavabo y se volvía tangible. El chico, que en ese momento estaba realizando unas deposiciones, lo miró con cara de asombro y sorpresa mayúscula, un segundo antes de lanzarle el rollo de papel higiénico a la cara y salir corriendo al tiempo que se subía los pantalones.
- ¡Déjame tranquilo! -gritó el chico, mientras salía corriendo de la habitación.
Byakuro soltó una carcajada y empezó a correr tras él, saliendo disparado al claustrofóbico pasillo y tropezando con un hombre de aspecto demacrado y enfermizo, derribándolo en el proceso. Los pasos del piratucho se perdieron más adelante, y Byakuro le tendió la mano al señor, para ayudarle a levantarse.
- Ups... lo siento, oyi-san. -se disculpó, mientras el hombre se levantaba tosiendo fuertemente.
El cazador llevaba unos días persiguiendo a un piratucho que le había dado esquinazo un par de veces. El chico no tenía la menor intención de entregar al delincuente, pero intentar atraparlo de improviso le había parecido una actividad divertida que podía entretenerlo lo suficiente durante aquellos días en la ciudad del agua. Al fin y al cabo, el lugar no era precisamente pequeño, y el pirata se sabía mover. Ahora mismo estaba hospedado en la habitación 57 de un pequeño hotel de mala muerte con olor a pescado pasado de fecha.
- Ugh... -murmuró Byakuro mientras salía disparado por el grifo del lavabo y se volvía tangible. El chico, que en ese momento estaba realizando unas deposiciones, lo miró con cara de asombro y sorpresa mayúscula, un segundo antes de lanzarle el rollo de papel higiénico a la cara y salir corriendo al tiempo que se subía los pantalones.
- ¡Déjame tranquilo! -gritó el chico, mientras salía corriendo de la habitación.
Byakuro soltó una carcajada y empezó a correr tras él, saliendo disparado al claustrofóbico pasillo y tropezando con un hombre de aspecto demacrado y enfermizo, derribándolo en el proceso. Los pasos del piratucho se perdieron más adelante, y Byakuro le tendió la mano al señor, para ayudarle a levantarse.
- Ups... lo siento, oyi-san. -se disculpó, mientras el hombre se levantaba tosiendo fuertemente.
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Cuanto llevaba tumbado en la cama, la verdad es que había perdido la cuenta de las horas que llevaba ahí tumbado, pero para una vez que me encontraba cansado no estaba de más descansar, pero que demonios, que había holgazaneado mucho más otros días sin tener motivos.
El caso es que finalmente acabé levantándome al rato, aquel aparente y mullido colchón se había convertido la experiencia plácida de dormir en la experiencia exótica que debía sufrir un faquir al dormir sobre una cama de clavos. Dios, prefería trabajar antes que seguir tumbado en aquel instrumento sadomasoquista. Con un terrible dolor de espalda y una cara con ciertas ojeras y aspecto somnoliento en general, me acerqué al lavabo con la intención de lavarme la cara repetidamente hasta encontrarme un poco más despierto, pero tras abrir el grifo y que no cayera ni gota comencé a cabrearme.
-¡Quieres funcionar de una maldita vez!- gritaba enojado mientras golpeaba el grifo en repetidas ocasiones tratando de arreglar lo que fuera que hubiese mal ahí dentro.
Y fue al cabo de una serie de golpes cuando el agua volvió a fluir precedida de un liquido algo más denso que el agua parecido a uno de los derivados del petroleo, como si fuera tinta diluida, aquella sustancia se deslizo por el desagüe tal deprisa como había aparecido. Tras pensármelo un par de veces, decidí lavarme un poco la cara y asearme de manera general, recogiendo mi gabardina antes de salir de la habitación, con un gran alboroto en lo que parecía ser el pasillo ¿Acaso sería otra pelea? Salí al pasillo cerrando la puerta tras de mi cuando escuche la tos seca de lo que parecía un enfermo, que música más dulce para mis oídos. Sonriendo busque rápidamente el foco de la “musica” siendo este un enfermo el cual parecía acompañado por un joven peliblanco.
-Paso, paso- grité yo por el solitario pasillo al acercarme al paciente, tratando de llamar la atención de ambos personajes.
El paciente parecía un hombre de mediana edad, algo castigado por la edad y ciertamente con una expresión demacrada en el rostro, vestía una ropas de una forma un tanto rocambolescas, una camisa de cuadros que no combinaba nada con aquellos pantalones marrón quemado.
Finalmente sacando el abatelenguas comencé a examinar la garganta del sujeto, esta mostraba una notable inflamación, en especial en lo que parecían las anginas las cuales tenían unas ligueras motas blancas, el segundo chequeo fue ver los ganglios linfáticos en la mandíbula y en el cuello severamente hinchados e inflamados, tanto que era palpable al tacto.
-¿Siente usted frío?- pregunté al hombre.
-Sí y fiebre- respondió este.
-¿Le cuesta oírme y le duele la garganta a la hora de comer?- proseguí yo con el interrogatorio.
-Oigo bien, pero me duele mucho la garganta al comer- contestó este asustado y rodeado en sudores fríos.
-Así que admigdalitis, bueno sobrevivirá para contarlo, tome líquidos fríos y tibios, nunca calientes- le informe al paciente -Si le continua doliendo tómese esto y esto alternándolo cada 8 horas- finalicé dándole unas pequeñas dosis de paracetamol y iboprufeno para mitigar el dolor.
Y así fue como el paciente se marchó a toda prisa del lugar, sin pagar o agradecer ni siquiera el servicio. Lo habría matado de no ser por el joven que lo acompañaba, espera esa cara me sonaba...
El caso es que finalmente acabé levantándome al rato, aquel aparente y mullido colchón se había convertido la experiencia plácida de dormir en la experiencia exótica que debía sufrir un faquir al dormir sobre una cama de clavos. Dios, prefería trabajar antes que seguir tumbado en aquel instrumento sadomasoquista. Con un terrible dolor de espalda y una cara con ciertas ojeras y aspecto somnoliento en general, me acerqué al lavabo con la intención de lavarme la cara repetidamente hasta encontrarme un poco más despierto, pero tras abrir el grifo y que no cayera ni gota comencé a cabrearme.
-¡Quieres funcionar de una maldita vez!- gritaba enojado mientras golpeaba el grifo en repetidas ocasiones tratando de arreglar lo que fuera que hubiese mal ahí dentro.
Y fue al cabo de una serie de golpes cuando el agua volvió a fluir precedida de un liquido algo más denso que el agua parecido a uno de los derivados del petroleo, como si fuera tinta diluida, aquella sustancia se deslizo por el desagüe tal deprisa como había aparecido. Tras pensármelo un par de veces, decidí lavarme un poco la cara y asearme de manera general, recogiendo mi gabardina antes de salir de la habitación, con un gran alboroto en lo que parecía ser el pasillo ¿Acaso sería otra pelea? Salí al pasillo cerrando la puerta tras de mi cuando escuche la tos seca de lo que parecía un enfermo, que música más dulce para mis oídos. Sonriendo busque rápidamente el foco de la “musica” siendo este un enfermo el cual parecía acompañado por un joven peliblanco.
-Paso, paso- grité yo por el solitario pasillo al acercarme al paciente, tratando de llamar la atención de ambos personajes.
El paciente parecía un hombre de mediana edad, algo castigado por la edad y ciertamente con una expresión demacrada en el rostro, vestía una ropas de una forma un tanto rocambolescas, una camisa de cuadros que no combinaba nada con aquellos pantalones marrón quemado.
Finalmente sacando el abatelenguas comencé a examinar la garganta del sujeto, esta mostraba una notable inflamación, en especial en lo que parecían las anginas las cuales tenían unas ligueras motas blancas, el segundo chequeo fue ver los ganglios linfáticos en la mandíbula y en el cuello severamente hinchados e inflamados, tanto que era palpable al tacto.
-¿Siente usted frío?- pregunté al hombre.
-Sí y fiebre- respondió este.
-¿Le cuesta oírme y le duele la garganta a la hora de comer?- proseguí yo con el interrogatorio.
-Oigo bien, pero me duele mucho la garganta al comer- contestó este asustado y rodeado en sudores fríos.
-Así que admigdalitis, bueno sobrevivirá para contarlo, tome líquidos fríos y tibios, nunca calientes- le informe al paciente -Si le continua doliendo tómese esto y esto alternándolo cada 8 horas- finalicé dándole unas pequeñas dosis de paracetamol y iboprufeno para mitigar el dolor.
Y así fue como el paciente se marchó a toda prisa del lugar, sin pagar o agradecer ni siquiera el servicio. Lo habría matado de no ser por el joven que lo acompañaba, espera esa cara me sonaba...
Byakuro Kyoya
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Byakuro vio venir a un hombre de aspecto siniestro en ayuda del hombre enfermo. Sin duda, las apariencias engañaban, pues pese a su turbia apariencia, el señor trató al enfermizo paciente de forma rápida, eficaz y profesional. Aunque en realidad, su receta no pasó de darle unos antiinflamatorios bastante comunes. Bueno, al menos parecía buena gente. Tras recibir los medicamentos, el hombre se largó, poniendo pies en polvorosa, sin ni tan siquiera un simple gracias. Byakuro torció el gesto ligeramente ante aquella descortesía por su parte. El caso es que ahora solo quedaban ellos dos, en medio del pasillo, y se había formado un pequeño silencio incómodo que no agradaba para nada al cazador. Tratando de romper el hielo, el chico dijo:
- Y... qué día más... agradable -encogiéndose de hombros, el peliblanco sonrió de forma rápida al médico, antes de recordar qué hacía allí-. Oh, mierda, el chico... -masculló, mientras empezaba a caminar en dirección a las escaleras. Se le había escapado otra vez. Aunque tampoco era que le importase, se lo estaba pasando genial con aquel juego del gato y el ratón. Y cuando terminase, le daría un poco de dinero al joven, solo por el rato divertido. Mirando de nuevo al hombre que había frente a él, el joven dijo-. Etto... creo que tengo que irme... ¡chao! -tras esa fugaz despedida, Byakuro echó a correr en dirección a las escaleras, con una enorme sonrisa en la cara.
- Y... qué día más... agradable -encogiéndose de hombros, el peliblanco sonrió de forma rápida al médico, antes de recordar qué hacía allí-. Oh, mierda, el chico... -masculló, mientras empezaba a caminar en dirección a las escaleras. Se le había escapado otra vez. Aunque tampoco era que le importase, se lo estaba pasando genial con aquel juego del gato y el ratón. Y cuando terminase, le daría un poco de dinero al joven, solo por el rato divertido. Mirando de nuevo al hombre que había frente a él, el joven dijo-. Etto... creo que tengo que irme... ¡chao! -tras esa fugaz despedida, Byakuro echó a correr en dirección a las escaleras, con una enorme sonrisa en la cara.
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Un silencio incomodo rodeo la instancia, el sujeto, el cual me recordaba de alguna noticia que no llegaba a recordar...Aún así daba pereza tratar de recordar cosas por lo sin darle más importancia comencé a arreglar mi aspecto mientras el peliblanco trataba de romper el hielo justo antes de mascullar algo y marcharse del lugar como alma que lleva el diablo, ni que se hubiera dejado el fuego encendido o hubiera perdido las llaves de su casa por las escaleras.
-Que tipo más raro, seguro que es fotógrafo o artista- pensé mientras sacaba mi reloj de bolsillo.
Mire el reloj, eran las nueve de la noche. Era muy tarde, maldición había perdido mucho tiempo holgazaneando, suspiré resignado y marché hacia abajo mientras maldecía que no hubiera ascensor, me daba pereza terrible bajar las escaleras. Así que lentamente fui bajando todos cada uno de los doscientos escalones que separaban la cuarta planta de la recepción.
Sin prisas fui caminando bajo la luz de los faroles que iluminaba mi rostro, que ocultándose, caminaba por los callejones y callejuelas tratando de llegar al centro de la isla, lo que se traducía en subir más escalones, aún así debía reconocer que le había enamorado el estilo victoriano de la ciudad, precioso, divino, simplemente maravilloso. Jamás pensó que una ciudad que tuviera un estilo distinto al gótico le habría gustado tanto.
Caminar por aquellas calles adoquinadas era poco doloroso para sus pies además según se acercaba al centro de la metrópoli el olor a pescado podrido daba lugar a un dulce aroma que invitaba a entrar en las tiendas, malditas técnicas capitalistas, acaso no se daban cuenta de lo equivocadas que estaban. Cuántas riquezas materiales te llevarías a la muerte, tal vez tu oro que no brillaría bajo tierra, o tal vez tus amantes convertidas en esqueletos de huesos o amasijos del piel arrugada que añoraría el ayer cuando su piel aún era tersa, o por el contrario serían los perfumes cuyo olor quedaría atrapado en las motas de polvo, que jamás volverían a ver la luz del Sol.
Estaba rodeado de idiotas, ineptos que no sabían apreciar el verdadero valor de la vida, la vida no estaba para cumplir caprichos o pecados, tampoco para cumplir una vida de redención o arrepentimiento eterno. No, estaba para averiguar nuestros conocimientos, nuestros conocimientos siempre se quedarían, ardiéramos, muriéramos o sea lo que pasase tras la muerte. Saber más y más, vivir la vida al filo de la navaja, entre la delgada linea que dividía la vida y la muerte, el dolor y el placer, lo blanco de lo negro. Ese era mi lema, un hombre con sueños carentes de sentido, con el capricho de algún día hacer una autopsia a los sarcófagos de la familia real de Alabasta, cuánto conocimiento abría en aquel polvo de hueso.
Sonriente, inmerso en mis pensamientos llegué al centro de la metrópoli colándome en un restaurante que cumpliera la normativa sanitaria. El frío de la noche provocaba que exhalará un vaho denso como el humo de un puro habano y por ello frotaba mis manos tratando de recobrar calor, calor que devolviera la vida a mis heladas manos, como era posible que tuviera las manos frías, frías como el puño de hierro de un tirano.
-Que tipo más raro, seguro que es fotógrafo o artista- pensé mientras sacaba mi reloj de bolsillo.
Mire el reloj, eran las nueve de la noche. Era muy tarde, maldición había perdido mucho tiempo holgazaneando, suspiré resignado y marché hacia abajo mientras maldecía que no hubiera ascensor, me daba pereza terrible bajar las escaleras. Así que lentamente fui bajando todos cada uno de los doscientos escalones que separaban la cuarta planta de la recepción.
Sin prisas fui caminando bajo la luz de los faroles que iluminaba mi rostro, que ocultándose, caminaba por los callejones y callejuelas tratando de llegar al centro de la isla, lo que se traducía en subir más escalones, aún así debía reconocer que le había enamorado el estilo victoriano de la ciudad, precioso, divino, simplemente maravilloso. Jamás pensó que una ciudad que tuviera un estilo distinto al gótico le habría gustado tanto.
Caminar por aquellas calles adoquinadas era poco doloroso para sus pies además según se acercaba al centro de la metrópoli el olor a pescado podrido daba lugar a un dulce aroma que invitaba a entrar en las tiendas, malditas técnicas capitalistas, acaso no se daban cuenta de lo equivocadas que estaban. Cuántas riquezas materiales te llevarías a la muerte, tal vez tu oro que no brillaría bajo tierra, o tal vez tus amantes convertidas en esqueletos de huesos o amasijos del piel arrugada que añoraría el ayer cuando su piel aún era tersa, o por el contrario serían los perfumes cuyo olor quedaría atrapado en las motas de polvo, que jamás volverían a ver la luz del Sol.
Estaba rodeado de idiotas, ineptos que no sabían apreciar el verdadero valor de la vida, la vida no estaba para cumplir caprichos o pecados, tampoco para cumplir una vida de redención o arrepentimiento eterno. No, estaba para averiguar nuestros conocimientos, nuestros conocimientos siempre se quedarían, ardiéramos, muriéramos o sea lo que pasase tras la muerte. Saber más y más, vivir la vida al filo de la navaja, entre la delgada linea que dividía la vida y la muerte, el dolor y el placer, lo blanco de lo negro. Ese era mi lema, un hombre con sueños carentes de sentido, con el capricho de algún día hacer una autopsia a los sarcófagos de la familia real de Alabasta, cuánto conocimiento abría en aquel polvo de hueso.
Sonriente, inmerso en mis pensamientos llegué al centro de la metrópoli colándome en un restaurante que cumpliera la normativa sanitaria. El frío de la noche provocaba que exhalará un vaho denso como el humo de un puro habano y por ello frotaba mis manos tratando de recobrar calor, calor que devolviera la vida a mis heladas manos, como era posible que tuviera las manos frías, frías como el puño de hierro de un tirano.
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Byakuro llegó a la recepción del hotel, superando el último tramo de escalones de un ágil salto. El cazador salió a la calle a toda velocidad, buscando algún movimiento sospechoso que le hiciera ver en qué dirección se había movido el golfillo. Sin embargo, el muchacho era hábil. El peliblanco no encontró nada que pudiera mostrarle la ruta de huida del joven.
- Vaya... es bastante bueno... -dijo para sí mismo, mientras se llevaba la mano a la cabeza y se rascaba la coronilla-. ¿Dónde se habrá metido ahora? -se preguntó.
El cazador empezó a caminar por la desierta calle, agitada por un ligero viento que arrastraba pequeños papeles por el suelo. Uno de ellos, un ticket de una especie de restaurante con pinta de caro, golpeó la caña de su bota. El chico lo recogió con curiosidad, y sus ojos brillaron cuando vio el postre que había tomado el anónimo personaje que había pagado aquella exorbitante cuenta.
- Tarta de malvaviscos... -el chico sintió cómo su boca se hacía agua, al tiempo que su estómago empezaba a funcionar a toda potencia, ya saboreando aquella delicia culinaria. Sin pensárselo dos veces, el chico empezó a correr por la calle, buscando aquel esplendoroso salón de comidas.
Tras un buen rato dando vueltas, el chico acabó encontrando un sitio que parecía ajustarse a las características que buscaba. Dio un paso dentro, algo entumecido por el frío exterior, y observó la entrada del restaurante. A su lado, un hombre le daba la espalda, posiblemente esperando a que algún encargado le atendiese para darle una mesa. El cazador silbó asombrado al ver una enorme fuente llena de carne pasando frente a él y embriagándolo con su deliciosa fragancia.
- Mmmmm... que rico... -dijo, mientras un hilillo de baba le resbalaba por la comisura de los labios-. Creo que pediré uno de esos... o siete, tal vez...
- Vaya... es bastante bueno... -dijo para sí mismo, mientras se llevaba la mano a la cabeza y se rascaba la coronilla-. ¿Dónde se habrá metido ahora? -se preguntó.
El cazador empezó a caminar por la desierta calle, agitada por un ligero viento que arrastraba pequeños papeles por el suelo. Uno de ellos, un ticket de una especie de restaurante con pinta de caro, golpeó la caña de su bota. El chico lo recogió con curiosidad, y sus ojos brillaron cuando vio el postre que había tomado el anónimo personaje que había pagado aquella exorbitante cuenta.
- Tarta de malvaviscos... -el chico sintió cómo su boca se hacía agua, al tiempo que su estómago empezaba a funcionar a toda potencia, ya saboreando aquella delicia culinaria. Sin pensárselo dos veces, el chico empezó a correr por la calle, buscando aquel esplendoroso salón de comidas.
Tras un buen rato dando vueltas, el chico acabó encontrando un sitio que parecía ajustarse a las características que buscaba. Dio un paso dentro, algo entumecido por el frío exterior, y observó la entrada del restaurante. A su lado, un hombre le daba la espalda, posiblemente esperando a que algún encargado le atendiese para darle una mesa. El cazador silbó asombrado al ver una enorme fuente llena de carne pasando frente a él y embriagándolo con su deliciosa fragancia.
- Mmmmm... que rico... -dijo, mientras un hilillo de baba le resbalaba por la comisura de los labios-. Creo que pediré uno de esos... o siete, tal vez...
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Estaba cansado de esperar, tanto que me había comenzado a morder las uñas, las devoraba no por el hecho de que tenía un hambre terrible, sino por que odiaba tener que esperar, el camarero pareció sorprendido de que pidiera mesa para uno, ni que fuera tan raro, mejor solo que mal acompañado decían. Aún así tras mucho insistir el hombre pareció acceder a ponerme en la lista de espera. Depositando el maletín de cuero en el suelo y entregándole el abrigo al guardarropa espere pacientemente a que el camarero me asignará mesa, mientras veía y escuchaba el sonido y los olores de la comida incitandome.
Pasaron unos minutos antes de que un sujeto entrará, el sujeto parecía hacer comentarios en alto, ni que me importarán sus pensamientos, los cuales he de añadir que eran completamente banales. Resignado a la compañía del sujeto al cual ni me dignaría mirar, seguí esperando, un minuto, otro minutos y así hasta llegar a quince minutos. Hasta que finalmente me atendieron:
-Me temo que tendrá que compartir mesa, doctor- me dijo el camarero de forma amable, aunque aun algo divertido, parecía que era algo raro que un hombre fuera a cenar solo.
-Esta bien, todo sea por no tener que seguir esperando- le contesté resignado lanzándole una mirada helada que petrifico de miedo al camarero unos instantes.
El camarero fue guiándome por las distintas mesas hasta llegar a una mesa algo apartada, la cual aún tenía los restos de los anteriores comensales. Con asco e ira vi los restos que quedaban e hipnótico me quede mirando aquellas raspas de pez que habían quedado en uno de los platos. Sentándome en la mesa espere a que llegará mi acompañante, me fui poniendo cómodo mientras solicitaba a un camarero que me trajera un lavamanos, tras lavarme metódicamente las manos como el doctor justo antes de la operación, cogí los cubiertos diseccionar la raspa del pescado observando cada marca y detalle de esta, partiendo para analizar el propio interior de esta, sacando conclusiones de cada unos de los sensaciones que tenía en mi estudio. Tras unos breves instantes mi acompañante forzado acudió a la mesa, para mi asombro se trataba del peliblanco del motel:
-Otra vez tú- increpé al joven.
Ahora que me fijaba el peliblanco tenía un aspecto terriblemente infantil, tenía una compresión pequeña pero definida, el tipo seguramente era más matón de lo que aparentaba, de hecho probablemente superara mi nivel físico, aún así tenía unas pintas de personaje ignorante o al menos pánfilo. Lo que más destacaba del joven a parte del pelo era aquel tatuaje tribal lila que tenía debajo de los ojos -¿Qué significado tendría? - me preguntaba curioso ante el joven. Su vestimenta urbana me recordaba a la de las bandas de moteros, asemejándose un poco a mi vestimenta habitual, de estilo gótico a pesar de que en esta ocasión me hubiera vestido como intelectual con camisa de lino blanca y pantalones oscuros a juego con aquellos zapatos de piel de cocodrilo teñida de un color marrón oscuro. Tras el análisis y el breve silencio incomodo decidí romper el hielo:
-Sabías que esta raspa pertenecía a una lubina de unos cuatro o tal vez cinco años de vida, la cual tuvo una buena descendencia a pesar de no tener una vida muy feliz, es increíble las cosas que se pueden saber de unos simples restos. ¿Qué tal si empieza por decirme su nombre, esas cosas no se pueden saber mirando los huesos, sabe? -pregunté al joven tratando de romper el hielo de una forma amena, después de todo el humor negro no era para nada brusco bajo mi perspectiva.
Pasaron unos minutos antes de que un sujeto entrará, el sujeto parecía hacer comentarios en alto, ni que me importarán sus pensamientos, los cuales he de añadir que eran completamente banales. Resignado a la compañía del sujeto al cual ni me dignaría mirar, seguí esperando, un minuto, otro minutos y así hasta llegar a quince minutos. Hasta que finalmente me atendieron:
-Me temo que tendrá que compartir mesa, doctor- me dijo el camarero de forma amable, aunque aun algo divertido, parecía que era algo raro que un hombre fuera a cenar solo.
-Esta bien, todo sea por no tener que seguir esperando- le contesté resignado lanzándole una mirada helada que petrifico de miedo al camarero unos instantes.
El camarero fue guiándome por las distintas mesas hasta llegar a una mesa algo apartada, la cual aún tenía los restos de los anteriores comensales. Con asco e ira vi los restos que quedaban e hipnótico me quede mirando aquellas raspas de pez que habían quedado en uno de los platos. Sentándome en la mesa espere a que llegará mi acompañante, me fui poniendo cómodo mientras solicitaba a un camarero que me trajera un lavamanos, tras lavarme metódicamente las manos como el doctor justo antes de la operación, cogí los cubiertos diseccionar la raspa del pescado observando cada marca y detalle de esta, partiendo para analizar el propio interior de esta, sacando conclusiones de cada unos de los sensaciones que tenía en mi estudio. Tras unos breves instantes mi acompañante forzado acudió a la mesa, para mi asombro se trataba del peliblanco del motel:
-Otra vez tú- increpé al joven.
Ahora que me fijaba el peliblanco tenía un aspecto terriblemente infantil, tenía una compresión pequeña pero definida, el tipo seguramente era más matón de lo que aparentaba, de hecho probablemente superara mi nivel físico, aún así tenía unas pintas de personaje ignorante o al menos pánfilo. Lo que más destacaba del joven a parte del pelo era aquel tatuaje tribal lila que tenía debajo de los ojos -¿Qué significado tendría? - me preguntaba curioso ante el joven. Su vestimenta urbana me recordaba a la de las bandas de moteros, asemejándose un poco a mi vestimenta habitual, de estilo gótico a pesar de que en esta ocasión me hubiera vestido como intelectual con camisa de lino blanca y pantalones oscuros a juego con aquellos zapatos de piel de cocodrilo teñida de un color marrón oscuro. Tras el análisis y el breve silencio incomodo decidí romper el hielo:
-Sabías que esta raspa pertenecía a una lubina de unos cuatro o tal vez cinco años de vida, la cual tuvo una buena descendencia a pesar de no tener una vida muy feliz, es increíble las cosas que se pueden saber de unos simples restos. ¿Qué tal si empieza por decirme su nombre, esas cosas no se pueden saber mirando los huesos, sabe? -pregunté al joven tratando de romper el hielo de una forma amena, después de todo el humor negro no era para nada brusco bajo mi perspectiva.
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Byakuro esperó pacientemente a que le avisaran para que una mesa estuviera libre. El hombre que tenía delante entró en la zona de mesas, guiado por un camarero vestido con un traje que al peliblanco le pareció pomposo y seguramente bastante incómodo.
- Aish... -un suspiro se escapó de su boca, mientras veía al hombre entrar. Un par de minutos después, el mismo camarero se acercó a él y le hizo un gesto para que se acercase-. Mmmm... ¿qué ocurre, amigo?
- Señor, me temo que todas las mesas están llenas... -el hombre hizo una sentida reverencia, pidiendo perdón-. Tenemos algunas mesas con asientos libres, pero tendría que compartir mesa con otras personas.
- Bueno... ¿qué se le va a hacer? -el chico se encogió de hombros, mientras dejaba que el camarero lo guiase.
Cuando se sentó en la mesa, vio ante él al hombre de antes, el de la cola. Oh, también era el mismo tipo con el que se había cruzado en el hotel. Espera... ¿por qué le hablaba sobre la vida de una lubina? Aquello era bastante raro.
- Bueno... no sé de su vida, pero... -el chico olisqueó sobre el plato-. Estoy seguro de que la salsa que llevaba por encima tenía un poco de ajo de más. Tal vez le habría venido bien rebajarla un poco -luego observó la raspa que su acompañante observaba con tanto interés-. Y bueno, ya que vamos a compartir mesa... ¿cómo te llamas? -el chico extendió la mano a modo de saludo-. Yo soy Byakuro.
- Aish... -un suspiro se escapó de su boca, mientras veía al hombre entrar. Un par de minutos después, el mismo camarero se acercó a él y le hizo un gesto para que se acercase-. Mmmm... ¿qué ocurre, amigo?
- Señor, me temo que todas las mesas están llenas... -el hombre hizo una sentida reverencia, pidiendo perdón-. Tenemos algunas mesas con asientos libres, pero tendría que compartir mesa con otras personas.
- Bueno... ¿qué se le va a hacer? -el chico se encogió de hombros, mientras dejaba que el camarero lo guiase.
Cuando se sentó en la mesa, vio ante él al hombre de antes, el de la cola. Oh, también era el mismo tipo con el que se había cruzado en el hotel. Espera... ¿por qué le hablaba sobre la vida de una lubina? Aquello era bastante raro.
- Bueno... no sé de su vida, pero... -el chico olisqueó sobre el plato-. Estoy seguro de que la salsa que llevaba por encima tenía un poco de ajo de más. Tal vez le habría venido bien rebajarla un poco -luego observó la raspa que su acompañante observaba con tanto interés-. Y bueno, ya que vamos a compartir mesa... ¿cómo te llamas? -el chico extendió la mano a modo de saludo-. Yo soy Byakuro.
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-Oh, así que usted es Byakuro...espere, no será usted Byakuro Kyoya, el shichibukai que es considerado rey de los cazadores, la antítesis del rey de los piratas- dije asombrado tras escuchar el nombre del sujeto -me lo imaginaba, más alto y menos niño- pensé con asombro aunque no llegará a exteriorizarlo -Pero perdone usted mis modales, yo soy el doctor Baltazar Zhivago, doctorado en antropología y licenciado en medicina, a sus servicio- le dije extendiendo la mano para saludar, después de todo esta comiendo con uno de los contemporáneos al cual más estima tenía.
El camarero nos entregó dos cartas respectivamente tras lo cual se marchó a atender otras mesas, yo fui directamente a la sección de ensaladas donde pedí una ensalada hecha a base de lechuga, pimiento verde asado, taquitos de pan y queso de cabra y frutos secos acompañado de un hilo de aceite de oliva.
-Si me permite recomendarle algo, no pida pescado- dije al hombre sonriente mientras el mismo camarero que nos acercaba a preguntarnos -Yo tomaré una ensalada nº3, junto con ese filete a la planta de pollo si puede ser al punto y acompañado de cebollita graseada sería perfecto, gracias- le dije mientras entregaba la carta al camarero.
Tras que pidiera mi ilustre acompañante, seguramente algo extrañado por mi último comentario decidí explicarle los motivos que me habían llevado a realizarlo, después de todo me gustaba dar buena imagen entre aquellas personas a las que consideraba mis iguales y si conseguía cazar el interés del rey de los cazadores sin duda mis palabras podrían acabar teniendo importancia, seguramente aquel tipo bajo aquella apariencia de gañán tenía una gran cantidad de contactos y resultaba ser una persona infinitamente más interesante e inteligente de lo que aparentaba a simple vista.
-Hace unos años comencé a realizar un estudio de las enfermedades de las principales metrópolis del mundo basándome únicamente y exclusivamente de la estadística, el caso es que en la ciudad últimamente ha habido una gran número de intoxicaciones producida por un alga, estas algas surgen del vertido de ciertos componentes químicos, es por ello que quiero buscar y encarcelar a los responsables, a fin de cuentas soy al igual que usted un cazarecompensas aunque soy de la categoría de habitual, o a si nos llaman, creo- dije mientras daba un trago a la copa con agua embotella que me acababa de servir el camarero hacia escasos instantes.
-Pero permita preguntarle, a que se dedica usted además de capturas a peligros criminales- dije mientras me limpiaba la comisura de los labios con la servilleta de tela situada a mi derecha.
El camarero nos entregó dos cartas respectivamente tras lo cual se marchó a atender otras mesas, yo fui directamente a la sección de ensaladas donde pedí una ensalada hecha a base de lechuga, pimiento verde asado, taquitos de pan y queso de cabra y frutos secos acompañado de un hilo de aceite de oliva.
-Si me permite recomendarle algo, no pida pescado- dije al hombre sonriente mientras el mismo camarero que nos acercaba a preguntarnos -Yo tomaré una ensalada nº3, junto con ese filete a la planta de pollo si puede ser al punto y acompañado de cebollita graseada sería perfecto, gracias- le dije mientras entregaba la carta al camarero.
Tras que pidiera mi ilustre acompañante, seguramente algo extrañado por mi último comentario decidí explicarle los motivos que me habían llevado a realizarlo, después de todo me gustaba dar buena imagen entre aquellas personas a las que consideraba mis iguales y si conseguía cazar el interés del rey de los cazadores sin duda mis palabras podrían acabar teniendo importancia, seguramente aquel tipo bajo aquella apariencia de gañán tenía una gran cantidad de contactos y resultaba ser una persona infinitamente más interesante e inteligente de lo que aparentaba a simple vista.
-Hace unos años comencé a realizar un estudio de las enfermedades de las principales metrópolis del mundo basándome únicamente y exclusivamente de la estadística, el caso es que en la ciudad últimamente ha habido una gran número de intoxicaciones producida por un alga, estas algas surgen del vertido de ciertos componentes químicos, es por ello que quiero buscar y encarcelar a los responsables, a fin de cuentas soy al igual que usted un cazarecompensas aunque soy de la categoría de habitual, o a si nos llaman, creo- dije mientras daba un trago a la copa con agua embotella que me acababa de servir el camarero hacia escasos instantes.
-Pero permita preguntarle, a que se dedica usted además de capturas a peligros criminales- dije mientras me limpiaba la comisura de los labios con la servilleta de tela situada a mi derecha.
Byakuro Kyoya
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Byakuro observó con atención al hombre que estaba frente a él. Antropólogo y médico, seguramente era una persona culta. Se presentó como Baltazar Zhivago, lo que sin duda era un nombre rimbombante. Asintió ante la pregunta del doctor:
- Sí, soy Byakuro Kyoya, y sí, soy Shichibukai, y eso de ser Rey de los Cazadores... bueno, uno ha hecho sus cosas... -el chico se llevó la mano a la coronilla, y bajó la mirada-. Podría decirse que sé moverme en el mundillo y que tengo un par de buenos aliados por ahí perdidos.
El camarero trajo las cartas, y Byakuro fue directamente a la sección de carne. Observó una gran variedad de filetes, bistecs y demás productos que hicieron que sus glándulas salivares no diesen abasto. Observó los distintos platos y cuando el camarero llegó, dijo:
- De comer quiero dos chuletas de buey poco hechas y de beber un vaso de zumo de frutas. Oh, y si tienes algo para acompañar, patatas o así, también quiero. -el chico le entregó la carta al camarero y miró a su acompañante de nuevo.
Observó los ojos de Baltazar, y escuchó atentamente su explicación. Peces envenenados por algas derivadas de productos químicos. Todo aquello le sonaba demasiado científico para su gusto, pero estaría bien investigar el tema para evitar posibles intoxicaciones en masa.
- Puedo ayudarte, siempre que tu te encargues del trabajo de laboratorio después. -el chico se encogió de hombros y observó el lugar, para ver si el camarero se acercaba con su comida. Estaba verdaderamente hambriento. El pequeño ladronzuelo escurridizo le estaba haciendo correr bastante por la ciudad.
Baltazar le hizo otra pregunta: quería saber sus... ¿aficiones? El chico ensanchó una amplia sonrisa.
- Bueno... me gusta dar vueltas por ahí, de vez en cuando solo, pero mayormente con la gente de mi barco. Y cocinar. Oh, y a veces hacemos fiestas... es más, es posible que en breves busque a mis mejores amigos y haga una fiesta por todo lo alto. Pero en general... no hago gran cosa, más allá de lo que haría cualquiera, vamos...
El camarero se acercó a la mesa, posando ante ellos dos platos llenos de comida. Las chuletas del cazador albino y la ensalada del médico.
- ¡Itadakimasu! -dijo Byakuro, mientras empezaba a comer-. Acabemos pronto aquí y vamos a ver esa alga extraña.
- Sí, soy Byakuro Kyoya, y sí, soy Shichibukai, y eso de ser Rey de los Cazadores... bueno, uno ha hecho sus cosas... -el chico se llevó la mano a la coronilla, y bajó la mirada-. Podría decirse que sé moverme en el mundillo y que tengo un par de buenos aliados por ahí perdidos.
El camarero trajo las cartas, y Byakuro fue directamente a la sección de carne. Observó una gran variedad de filetes, bistecs y demás productos que hicieron que sus glándulas salivares no diesen abasto. Observó los distintos platos y cuando el camarero llegó, dijo:
- De comer quiero dos chuletas de buey poco hechas y de beber un vaso de zumo de frutas. Oh, y si tienes algo para acompañar, patatas o así, también quiero. -el chico le entregó la carta al camarero y miró a su acompañante de nuevo.
Observó los ojos de Baltazar, y escuchó atentamente su explicación. Peces envenenados por algas derivadas de productos químicos. Todo aquello le sonaba demasiado científico para su gusto, pero estaría bien investigar el tema para evitar posibles intoxicaciones en masa.
- Puedo ayudarte, siempre que tu te encargues del trabajo de laboratorio después. -el chico se encogió de hombros y observó el lugar, para ver si el camarero se acercaba con su comida. Estaba verdaderamente hambriento. El pequeño ladronzuelo escurridizo le estaba haciendo correr bastante por la ciudad.
Baltazar le hizo otra pregunta: quería saber sus... ¿aficiones? El chico ensanchó una amplia sonrisa.
- Bueno... me gusta dar vueltas por ahí, de vez en cuando solo, pero mayormente con la gente de mi barco. Y cocinar. Oh, y a veces hacemos fiestas... es más, es posible que en breves busque a mis mejores amigos y haga una fiesta por todo lo alto. Pero en general... no hago gran cosa, más allá de lo que haría cualquiera, vamos...
El camarero se acercó a la mesa, posando ante ellos dos platos llenos de comida. Las chuletas del cazador albino y la ensalada del médico.
- ¡Itadakimasu! -dijo Byakuro, mientras empezaba a comer-. Acabemos pronto aquí y vamos a ver esa alga extraña.
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Tranquilamente en un silencio sepulcral fuimos comiendo ambos comensales, para empezar deseaba hacer el trabajo sin llamar mucho la atención, aunque solo esperaba que el señor Byakuro no fuera especialmente conocido. No me gustaba hablar mucho mientras comía, primero porque era una falta de modales y lo segundo era porque no deseaba atragantarme mientras comía. Otra cosa es que el señor Byakuro me había decepcionado en muchos sentidos, en principio me había ilusionado el pensar que no era un armario sin seso, pero al parecer resultaba ser un tipejo normal, un vividor muy banal. La verdad es que me lo había imaginado como un exponente de la época pero seguía creciendo creer en el fondo que aquel hombre se basaba en la ignorancia tal como hacia Socrates con su Mayéutica.
Limpiando la comisura de sus labios con la servilleta de tela, miró al shichibukai, el cual comía con ansia -Cómo aquel chico no sufría sobrepeso- me preguntaba aterrorizado mientras veía la velocidad a la que comía.
Tras terminar de cenar me pedí un te rojo con hierbas silvestres del lugar. Tras esperar unos instantes removiendo con la cucharilla el azúcar depositada en el fondo a la espera de que el postre se enfriara comencé a meditar cual debía ser el siguiente paso. Primero debía encontrar el foco de la infección, el cual una vez subsanado podría comenzar a curar los pacientes, con eso tal vez ganaría finalmente el prestigio necesario como para poder mostrar al mundo mi tesis de doctorado de medicina.
Finalmente mientras me tomaba el te rojo con cierta calma le traté explicar a la “eminencia” como se generaba aquellas algas.
Entiendes entonces el problema con la Pseudo-nitzschia es que puede producir ácido domoico, que es claramente perjudicial no solo para los animales sino para los humanos. Generalmente sigue por las temperaturas exageradamente altas en el agua, pero no concuerda nada para el clima de los últimos seis meses en la isla, es decir, tras este hecho se encuentra la mano del hombre. Mi objetivo es claro, encontrar el culpable llevarlo ante la justicia, tras eso trataré a la población. Si lo ve correcto comenzaremos la investigación esta noche, tras esta misma cena- le propuse al hombre, mientras me levantaba dejando la cuenta salda por ambos comensales.
Tras eso recogí mi gabardina y me dirigí a la salida del local lugar donde esperaría a mi “poderoso” aliado.
Limpiando la comisura de sus labios con la servilleta de tela, miró al shichibukai, el cual comía con ansia -Cómo aquel chico no sufría sobrepeso- me preguntaba aterrorizado mientras veía la velocidad a la que comía.
Tras terminar de cenar me pedí un te rojo con hierbas silvestres del lugar. Tras esperar unos instantes removiendo con la cucharilla el azúcar depositada en el fondo a la espera de que el postre se enfriara comencé a meditar cual debía ser el siguiente paso. Primero debía encontrar el foco de la infección, el cual una vez subsanado podría comenzar a curar los pacientes, con eso tal vez ganaría finalmente el prestigio necesario como para poder mostrar al mundo mi tesis de doctorado de medicina.
Finalmente mientras me tomaba el te rojo con cierta calma le traté explicar a la “eminencia” como se generaba aquellas algas.
Entiendes entonces el problema con la Pseudo-nitzschia es que puede producir ácido domoico, que es claramente perjudicial no solo para los animales sino para los humanos. Generalmente sigue por las temperaturas exageradamente altas en el agua, pero no concuerda nada para el clima de los últimos seis meses en la isla, es decir, tras este hecho se encuentra la mano del hombre. Mi objetivo es claro, encontrar el culpable llevarlo ante la justicia, tras eso trataré a la población. Si lo ve correcto comenzaremos la investigación esta noche, tras esta misma cena- le propuse al hombre, mientras me levantaba dejando la cuenta salda por ambos comensales.
Tras eso recogí mi gabardina y me dirigí a la salida del local lugar donde esperaría a mi “poderoso” aliado.
Byakuro Kyoya
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Byakuro asintió mientras seguía devorando su cena.
- Es decir, que las algas se forman en aguas calientes, pero no hay indicios de que en la isla haya agua de estas características. Veo apropiado el empezar a buscar nada más terminar, la cuestión es por dónde -el cazador empezó a pensar lugares donde el agua pudiera estar lo bastante caliente como para formar el alga en grandes cantidades. Una idea surgió en su cabeza-. Es posible que el alga se forme en zonas industriales del puerto. -el cazador, como herrero que era, solía enfriar las armas que creaba con agua, de la que luego se deshacía. Si aquel proceso se realizaba a gran escala, podría ser una fuente de calor interesantemente alta, tal vez lo suficiente como para que se diera aquella alga.
Tras terminar la comida, rematada por un generoso trozo de pastel de limón, el doctor dejó la cuenta pagada, y Byakuro se levantó en completo silencio de la mesa. El local había terminado por vaciarse un poco, con lo que otras mesas habían quedado libres. El chico paseó la mirada por el lugar antes de ir a la entrada y, tras cambiar el color de su ropa a un negro intenso en todas las prendas, se dirigió a la salida. El otro hombre ya estaba allí.
- Bueno... ¿vamos yendo? -le preguntó, y sin esperar respuesta, empezó a caminar hacia la zona del puerto donde se aglomeraban las factorías.
- Es decir, que las algas se forman en aguas calientes, pero no hay indicios de que en la isla haya agua de estas características. Veo apropiado el empezar a buscar nada más terminar, la cuestión es por dónde -el cazador empezó a pensar lugares donde el agua pudiera estar lo bastante caliente como para formar el alga en grandes cantidades. Una idea surgió en su cabeza-. Es posible que el alga se forme en zonas industriales del puerto. -el cazador, como herrero que era, solía enfriar las armas que creaba con agua, de la que luego se deshacía. Si aquel proceso se realizaba a gran escala, podría ser una fuente de calor interesantemente alta, tal vez lo suficiente como para que se diera aquella alga.
Tras terminar la comida, rematada por un generoso trozo de pastel de limón, el doctor dejó la cuenta pagada, y Byakuro se levantó en completo silencio de la mesa. El local había terminado por vaciarse un poco, con lo que otras mesas habían quedado libres. El chico paseó la mirada por el lugar antes de ir a la entrada y, tras cambiar el color de su ropa a un negro intenso en todas las prendas, se dirigió a la salida. El otro hombre ya estaba allí.
- Bueno... ¿vamos yendo? -le preguntó, y sin esperar respuesta, empezó a caminar hacia la zona del puerto donde se aglomeraban las factorías.
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El hombre era inteligente, al parecer se dedicaba a un par de cosas más que a la caza de criminales. De hecho había intuido rápidamente mi linea de investigación, los altos hornos de acero templado de la ciudad eran unos de los posibles culpables, ya que al verter el agua caliente de refrigeración junto con los restos del carbono de coque hacían un perfecto abono para la alga invasora.
-Vamos yendo, primero quiero ir a la fabricas de Kreig & Mc O'Donnel Metalurgist, es una compañía de metalurgia extranjera que se ha establecido recientemente aquí, no he encontrado muchas pistas sobre su empresa tiene muchas lagunas pero por alguna razón y eso ha hecho aumentar mis sospechas- dije mientras leía algunos datos de un trozo de servilleta en el cual me había apuntado información que había conseguido en la isla anterior -Y por cierto, no es por esa dirección, es por aquí- corregí adelantando a mi compañero el cual iba en dirección contraria.
Acelerando en paso tras introducirnos por unas callejuelas, tras girar un par de cruces muy estrechos fuimos adentrándonos entre una densa niebla que hacia una aparición fantasmagóricamente etérea convirtiéndose en un personaje adicional en la investigación. El olor ha medida que avanzábamos se tornaba más y más desagradable, la niebla por lo contrario se tornaba en un tono mucho más anaranjado, inicialmente pensé que se debía al tipo de iluminación arcaica que alumbraba de forma muy errática el suburbio, pero según el olor se acentuaba y la piel y ojos comenzaban a irritarse no me quedó duda:
-Cloruro de carbono- musité enojado mientras me sacaba un pañuelo de seda con el cual me sacaba los ojos, lacrimosos, los cuales se me habían irritado ligeramente -Pero parece que hemos llegado- dije mientras miraba al foso que conducía al alcantarillado por el cual una enorme tubería de aproximadamente un metro de radio a media altura vertía un liquido anaranjado, que olía horripilante mal, como si fuera pescado podrido. El olor era a la vez vomitivo e increíblemente atractivo, como el olor de la gasolina que en ocasiones fascinaba y en otras repelía, era tan maravillosa esa dualidad. Y era eso lo que realmente hacia bella la vida, lo blanco, lo negro, lo ascendente, lo decadente, la primavera y el otoño, lo vivo y lo muerto, el todo y la nada.
-Le espero abajo- dije arrojándome al vacío mientras en la oscuridad mi compañero sentiría como una fuerza invisible retorcía el aire, tras lo cual desaparecí apareciendo como por arte de magia se tratará al lado de una misteriosa luz azul en el interior del desagüe que se extinguía instantáneamente.
-Lucis Argenteae- musité, tras lo cual me adentre un poco más en la cañería lo suficiente como para dejarle entrar a mi compañero sin ser un estrobo para él.
-Vamos yendo, primero quiero ir a la fabricas de Kreig & Mc O'Donnel Metalurgist, es una compañía de metalurgia extranjera que se ha establecido recientemente aquí, no he encontrado muchas pistas sobre su empresa tiene muchas lagunas pero por alguna razón y eso ha hecho aumentar mis sospechas- dije mientras leía algunos datos de un trozo de servilleta en el cual me había apuntado información que había conseguido en la isla anterior -Y por cierto, no es por esa dirección, es por aquí- corregí adelantando a mi compañero el cual iba en dirección contraria.
Acelerando en paso tras introducirnos por unas callejuelas, tras girar un par de cruces muy estrechos fuimos adentrándonos entre una densa niebla que hacia una aparición fantasmagóricamente etérea convirtiéndose en un personaje adicional en la investigación. El olor ha medida que avanzábamos se tornaba más y más desagradable, la niebla por lo contrario se tornaba en un tono mucho más anaranjado, inicialmente pensé que se debía al tipo de iluminación arcaica que alumbraba de forma muy errática el suburbio, pero según el olor se acentuaba y la piel y ojos comenzaban a irritarse no me quedó duda:
-Cloruro de carbono- musité enojado mientras me sacaba un pañuelo de seda con el cual me sacaba los ojos, lacrimosos, los cuales se me habían irritado ligeramente -Pero parece que hemos llegado- dije mientras miraba al foso que conducía al alcantarillado por el cual una enorme tubería de aproximadamente un metro de radio a media altura vertía un liquido anaranjado, que olía horripilante mal, como si fuera pescado podrido. El olor era a la vez vomitivo e increíblemente atractivo, como el olor de la gasolina que en ocasiones fascinaba y en otras repelía, era tan maravillosa esa dualidad. Y era eso lo que realmente hacia bella la vida, lo blanco, lo negro, lo ascendente, lo decadente, la primavera y el otoño, lo vivo y lo muerto, el todo y la nada.
-Le espero abajo- dije arrojándome al vacío mientras en la oscuridad mi compañero sentiría como una fuerza invisible retorcía el aire, tras lo cual desaparecí apareciendo como por arte de magia se tratará al lado de una misteriosa luz azul en el interior del desagüe que se extinguía instantáneamente.
-Lucis Argenteae- musité, tras lo cual me adentre un poco más en la cañería lo suficiente como para dejarle entrar a mi compañero sin ser un estrobo para él.
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Los pasos de ambos acabaron llevándolos a lo que parecía un lugar lleno de niebla anaranjada. Era un lugar extraño, distorsionado por los jirones de gas que hacían lagrimear ligeramente al cazador. Llegaron a lo que parecía una especie de conducto por el que caía un chorro de líquido de color similar al gas que inundaba la zona. Su compañero descendió al interior del agujero, mientras Byakuro observaba el lugar en silencio.
-Vaya... no hay nadie en este lugar... -musitó el chico mientras observaba los alrededores llenos de gas. Ni una figura, ni la borrosa imagen de una persona, ni tan siquiera la luz de una linterna que indicase la presencia de un guardia.
El cazador se lanzó hacia el hueco, agarrándose del borde del mismo con las manos, y columpiándose ligeramente para dejarse caer en el interior de lo que parecía ser una especie de alcantarilla. El líquido anaranjado estaba presente en todo el lugar, aunque el aire parecía extrañamente más respirable en aquel lugar que arriba.
- ¿Y bien? -preguntó el cazador, mientras observaba a su compañero, cuyos ojos parecían lagrimear ligeramente. El peliblanco supo que los suyos no debían tener un mejor aspecto. Seguramente estaban rojos e irritados por el gas-. ¿Por dónde deberíamos ir? ¿Este es el lugar que buscábamos? -preguntó mientras señalaba el túnel.
Sin apenas esperar respuesta, el chico llevó la mano al bolsillo y sacó una pequeña esfera dorada que brillaba en la oscuridad. Su brillo era poco, pero para el caso valdría. Iluminó las paredes del lugar mientras despedía una luz de color amarillento, permitiendo así ver el recorrido a seguir.
-Vaya... no hay nadie en este lugar... -musitó el chico mientras observaba los alrededores llenos de gas. Ni una figura, ni la borrosa imagen de una persona, ni tan siquiera la luz de una linterna que indicase la presencia de un guardia.
El cazador se lanzó hacia el hueco, agarrándose del borde del mismo con las manos, y columpiándose ligeramente para dejarse caer en el interior de lo que parecía ser una especie de alcantarilla. El líquido anaranjado estaba presente en todo el lugar, aunque el aire parecía extrañamente más respirable en aquel lugar que arriba.
- ¿Y bien? -preguntó el cazador, mientras observaba a su compañero, cuyos ojos parecían lagrimear ligeramente. El peliblanco supo que los suyos no debían tener un mejor aspecto. Seguramente estaban rojos e irritados por el gas-. ¿Por dónde deberíamos ir? ¿Este es el lugar que buscábamos? -preguntó mientras señalaba el túnel.
Sin apenas esperar respuesta, el chico llevó la mano al bolsillo y sacó una pequeña esfera dorada que brillaba en la oscuridad. Su brillo era poco, pero para el caso valdría. Iluminó las paredes del lugar mientras despedía una luz de color amarillento, permitiendo así ver el recorrido a seguir.
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