Y así el arcángel tocó la espada, y de ella surgió la llama del bien.
Tomó el arma, y con ella trazó un círculo que ardió al momento.
No quemaba nada, pero daba vida a todo,
y con la ira de lo que es bueno y justo en este mundo
el heredero de Miguel se lanzó, y en un pestañeo trató de acabar con el infame diablo.
Tajazo horizontal clásico y simplón de ángel poco original
Lion D. Émile
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De repente entre los salvajes apareció uno que destacaba. Al instante, sin saber Émile por qué, se convirtió en su foco de atención. Fue como si todo lo demás cobrase una importancia menor, y aquel enemigo en concreto se hubiera convertido en la principal amenaza pese a que no había hecho nada que denotase un mayor poder. De repente, el mero hecho de contemplarlo se le volvió doloroso. Al principio fue deslumbrante, sin más... pero al instante siguiente comprendió que aquella molesta luz no la contemplaba físicamente. Era simplemente un ser absurdamente puro, sin una pizca de mal en su interior. Algo en su interior comenzó a vibrar, mientras el ser se transformaba, alzándose hacia él mientras empuñaba un imponente espadón. El hecho de que se declarase como enemigo suyo y de Derian sólo despertó en él una latente sed de sangre desconocida para sí mismo hasta el momento. De repente escuchó a Lucifer pronunciar una única palabra, con un odio ancestral tan infinito que estuvo a punto de hacerle temblar de terror: "Miguel..."
- ¿Quieres desafiarme? Muy bien, jug...
De repente fue incapaz de seguir hablando. De hecho había perdido el control de sus labios. Comprobó que tampoco era capaz de moverse. Una ira que no provenía de él mismo, si no de algo más poderoso y maligno, comenzó a brotar de su interior en forma de llamaradas. Y por primera vez en mucho tiempo, tuvo miedo de Lucifer. Comenzó a convulsionarse, y un grito de dolor surgió de su garganta mientras el Diablo intentaba tomar el control de su cuerpo por la fuerza. "¡Maestro! ¿Qué me hacéis? ¡No...!" Sin embargo, su demoníaco señor no contestaba. Lo único que notaba al tratar de sentir su presencia era aquel odio antiguo como el tiempo, mientras un aura de oscuridad rodeaba su cuerpo como una especie de traje. La piel de Émile se volvió pálida, y sus globos oculares amarillentos. Un tercer ojo se abrió en su frente, y le crecieron los colmillos. El joven trató desesperadamente de aferrarse a su identidad para evitar que Lucifer lo poseyera, pero el truco que tan útil le había sido en el pasado ya no servía para nada. Había vendido su alma al Diablo, junto con su propio ser. Ya no era él mismo... el viejo Émile capaz de domar a su voluntad a la Bestia había muerto junto con su padre.
- No... no quiero - susurró entrecortadamente.
Sus recuerdos y su propio ser fueron diluyéndose en el mar de ira de Lucifer, mientras trataba de luchar. Pensó en su tripulación y en que le necesitaban, pero no era suficiente. Ellos eran sus protegidos, pero podían valerse por sí mismos. Eran sus compañeros de armas y súbditos, nada más. Trató de pensar en su padre, y emplear sus recuerdos como escudo. Al fin y al cabo, su amado padre había hecho lo imposible por darle un futuro incluso cuando se hizo pirata. Sin embargo, guardaba pocos recuerdos de él, y menos aun agradables... y lo que en un principio fue una defensa, se convirtió en un peso muerto. El dolor por la muerte de Karl le causaba sentimientos negativos que sólo lo dejaban a merced del Diablo. Trató entonces de recordar a su vieja banda. Su viejo amigo Drake, el bueno de Kyle, el triste Sad... pero sus recuerdos sólo le traían melancolía que lo hundía más. Fue en ese momento cuando como por inspiración divina, hubo una luz que apartó las tinieblas del Demonio: Aki. Pensó en su hermoso cabello escarlata, su dulce risa, sus labios... y fue entonces cuando el recuerdo lo mató:
- ...tienes razón en que será de gran utilidad y si en algún momento necesitas darme órdenes, no te cortes. Esto es una guerra, no hay tiempo de tonterías. Tan solo no hagas de ello una costumbre. Otra cosa, en cuanto esto acabe y yo liquide los asuntos que tengo contigo y con esta isla romperé el Pacto. No es nada personal.
Aquellas palabras que no habían significado nada para él apenas un minuto atrás, ahora fueron como veneno. Como hierro líquido surcando sus venas y destrozando lo poco que quedaba en él mismo. Gritó de nuevo, y este fue un lamento de tristeza y dolor. Sobrepasado por la influencia del Diablo y la pena, se dejó llevar mientras escuchaba las malévolas palabras que surgían del espíritu de Lucifer. Estas no eran las del propio Diablo, si no un mero reflejo residual de la conciencia del Diablo, dominada en aquel momento por el odio. "Destruye. Quema. Arrasa. Véngate del mundo que te ha hecho sufrir. No son nada, y tu poder es infinito. ¡La Creación entera es tuya para que juegues con ella y ahogues tus penas en los mares de sangre de sus habitantes! Derrota a tu tristeza, tus inseguridades, tus miedos y conviértete en el Miedo mismo... trae la Muerte a este mundo, pues sólo con ella podrás conseguir la paz y el descanso. ¡ANIQUILA! ¡MATA! ¡DISFRUTA! La voluntad de su captor era demasiado poderosa, y Émile no pudo si no rendirse y aceptar el dulce descanso del olvido, dejándose desaparecer en Lucifer.
De repente hubo una deslumbrante explosión de energía demoníaca en torno a Émile al tiempo que Miguel se abalanzaba sobre él con su espada en llamas. A diferencia de como solía serlo, en lugar de ser verde fue roja. En medio de la sanguinolenta luz, una sombra fugaz pasó junto al ángel lanzándole un zarpazo hacia su costado derecho. Y fue entonces cuando la luz se desapareció, y una figura apareció a la espalda del Arcángel, medio vuelta hacia él. Un ser terrible y de aspecto demoníaco con una media sonrisa siniestra. Era Lucifer.
El Diablo se llevó sus garras ensangrentadas a la boca, y las lamió sin dejar de mirar a Miguel. ¿De quién era la sangre? Esperaba que de su enemigo, y no suya. Había empleado su busoshoku en el golpe, con lo que no creía que hubiera podido bloquear su golpe. Y estaba seguro de haber acertado. El demonio comenzó a tomar altura, mientras se reía salvajemente. ¡Al fin libre! Tras meses de encierro, volvía a estar en el mundo humano para estirar un poco las alas y traer consigo algo de destrucción... y de ser posible, la muerte de su hermano Miguel. A pesar de su aparente felicidad, el odio y la ira lo consumían por dentro.
- ¡MIGUEL! ¡Hermano! ¿Ahora buscas la muerte de tu antiguo compañero de armas? - se rió malévolamente - ¡Muy bien! ¡Te daré la lucha que tanto ansías! Te crees por encima de los pecados... ¿pero no estás cometiendo uno al pretender matarme? ¡Dios dice en los textos sagrados: no matarás, pues la vida es el supremo don concedido por nuestro Padre!
Sin dejar de reírse como un loco, alzó una mano hacia el cielo y una bola roja envuelta en llamas se formó en esta. Al instante comenzó a concentrarse y a generar una intensa vibración a su alrededor, así como un molesto sonido agudo y estridente. Combinando el Nagareboshi Bakudan de Émile con ingentes cantidades de energía demoníaca y fuego del averno para crear un ataque aun más letal. Al mismo tiempo, ocultó su mano izquierda en su espalda y comenzó a crear una segunda bola más pequeña y discreta. Sabía exactamente cómo luchar contra su hermano. Con una sonrisa, guiño un ojo a Miguel y lanzó la bola hacia el suelo para matar a aquellos pobres mortales que luchaban bajo ellos. La esfera comenzó a bajar a toda velocidad. Lo que haría el Diablo a continuación dependería de la reacción del Arcángel: si intentaba socorrer a los humanos desviando o bloqueando la Nova Demoníaca acercándose a ella, la haría estallar con la segunda esfera. Si Miguel la ignoraba y se lanzaba hacia él, o simplemente la bloqueaba sin acercarse a ella, le tiraría la segunda bola directamente a él por sorpresa.
Nova Demoníaca
- ¿Quieres desafiarme? Muy bien, jug...
De repente fue incapaz de seguir hablando. De hecho había perdido el control de sus labios. Comprobó que tampoco era capaz de moverse. Una ira que no provenía de él mismo, si no de algo más poderoso y maligno, comenzó a brotar de su interior en forma de llamaradas. Y por primera vez en mucho tiempo, tuvo miedo de Lucifer. Comenzó a convulsionarse, y un grito de dolor surgió de su garganta mientras el Diablo intentaba tomar el control de su cuerpo por la fuerza. "¡Maestro! ¿Qué me hacéis? ¡No...!" Sin embargo, su demoníaco señor no contestaba. Lo único que notaba al tratar de sentir su presencia era aquel odio antiguo como el tiempo, mientras un aura de oscuridad rodeaba su cuerpo como una especie de traje. La piel de Émile se volvió pálida, y sus globos oculares amarillentos. Un tercer ojo se abrió en su frente, y le crecieron los colmillos. El joven trató desesperadamente de aferrarse a su identidad para evitar que Lucifer lo poseyera, pero el truco que tan útil le había sido en el pasado ya no servía para nada. Había vendido su alma al Diablo, junto con su propio ser. Ya no era él mismo... el viejo Émile capaz de domar a su voluntad a la Bestia había muerto junto con su padre.
- No... no quiero - susurró entrecortadamente.
Sus recuerdos y su propio ser fueron diluyéndose en el mar de ira de Lucifer, mientras trataba de luchar. Pensó en su tripulación y en que le necesitaban, pero no era suficiente. Ellos eran sus protegidos, pero podían valerse por sí mismos. Eran sus compañeros de armas y súbditos, nada más. Trató de pensar en su padre, y emplear sus recuerdos como escudo. Al fin y al cabo, su amado padre había hecho lo imposible por darle un futuro incluso cuando se hizo pirata. Sin embargo, guardaba pocos recuerdos de él, y menos aun agradables... y lo que en un principio fue una defensa, se convirtió en un peso muerto. El dolor por la muerte de Karl le causaba sentimientos negativos que sólo lo dejaban a merced del Diablo. Trató entonces de recordar a su vieja banda. Su viejo amigo Drake, el bueno de Kyle, el triste Sad... pero sus recuerdos sólo le traían melancolía que lo hundía más. Fue en ese momento cuando como por inspiración divina, hubo una luz que apartó las tinieblas del Demonio: Aki. Pensó en su hermoso cabello escarlata, su dulce risa, sus labios... y fue entonces cuando el recuerdo lo mató:
- ...tienes razón en que será de gran utilidad y si en algún momento necesitas darme órdenes, no te cortes. Esto es una guerra, no hay tiempo de tonterías. Tan solo no hagas de ello una costumbre. Otra cosa, en cuanto esto acabe y yo liquide los asuntos que tengo contigo y con esta isla romperé el Pacto. No es nada personal.
Aquellas palabras que no habían significado nada para él apenas un minuto atrás, ahora fueron como veneno. Como hierro líquido surcando sus venas y destrozando lo poco que quedaba en él mismo. Gritó de nuevo, y este fue un lamento de tristeza y dolor. Sobrepasado por la influencia del Diablo y la pena, se dejó llevar mientras escuchaba las malévolas palabras que surgían del espíritu de Lucifer. Estas no eran las del propio Diablo, si no un mero reflejo residual de la conciencia del Diablo, dominada en aquel momento por el odio. "Destruye. Quema. Arrasa. Véngate del mundo que te ha hecho sufrir. No son nada, y tu poder es infinito. ¡La Creación entera es tuya para que juegues con ella y ahogues tus penas en los mares de sangre de sus habitantes! Derrota a tu tristeza, tus inseguridades, tus miedos y conviértete en el Miedo mismo... trae la Muerte a este mundo, pues sólo con ella podrás conseguir la paz y el descanso. ¡ANIQUILA! ¡MATA! ¡DISFRUTA! La voluntad de su captor era demasiado poderosa, y Émile no pudo si no rendirse y aceptar el dulce descanso del olvido, dejándose desaparecer en Lucifer.
De repente hubo una deslumbrante explosión de energía demoníaca en torno a Émile al tiempo que Miguel se abalanzaba sobre él con su espada en llamas. A diferencia de como solía serlo, en lugar de ser verde fue roja. En medio de la sanguinolenta luz, una sombra fugaz pasó junto al ángel lanzándole un zarpazo hacia su costado derecho. Y fue entonces cuando la luz se desapareció, y una figura apareció a la espalda del Arcángel, medio vuelta hacia él. Un ser terrible y de aspecto demoníaco con una media sonrisa siniestra. Era Lucifer.
- Spoiler:
El Diablo se llevó sus garras ensangrentadas a la boca, y las lamió sin dejar de mirar a Miguel. ¿De quién era la sangre? Esperaba que de su enemigo, y no suya. Había empleado su busoshoku en el golpe, con lo que no creía que hubiera podido bloquear su golpe. Y estaba seguro de haber acertado. El demonio comenzó a tomar altura, mientras se reía salvajemente. ¡Al fin libre! Tras meses de encierro, volvía a estar en el mundo humano para estirar un poco las alas y traer consigo algo de destrucción... y de ser posible, la muerte de su hermano Miguel. A pesar de su aparente felicidad, el odio y la ira lo consumían por dentro.
- ¡MIGUEL! ¡Hermano! ¿Ahora buscas la muerte de tu antiguo compañero de armas? - se rió malévolamente - ¡Muy bien! ¡Te daré la lucha que tanto ansías! Te crees por encima de los pecados... ¿pero no estás cometiendo uno al pretender matarme? ¡Dios dice en los textos sagrados: no matarás, pues la vida es el supremo don concedido por nuestro Padre!
Sin dejar de reírse como un loco, alzó una mano hacia el cielo y una bola roja envuelta en llamas se formó en esta. Al instante comenzó a concentrarse y a generar una intensa vibración a su alrededor, así como un molesto sonido agudo y estridente. Combinando el Nagareboshi Bakudan de Émile con ingentes cantidades de energía demoníaca y fuego del averno para crear un ataque aun más letal. Al mismo tiempo, ocultó su mano izquierda en su espalda y comenzó a crear una segunda bola más pequeña y discreta. Sabía exactamente cómo luchar contra su hermano. Con una sonrisa, guiño un ojo a Miguel y lanzó la bola hacia el suelo para matar a aquellos pobres mortales que luchaban bajo ellos. La esfera comenzó a bajar a toda velocidad. Lo que haría el Diablo a continuación dependería de la reacción del Arcángel: si intentaba socorrer a los humanos desviando o bloqueando la Nova Demoníaca acercándose a ella, la haría estallar con la segunda esfera. Si Miguel la ignoraba y se lanzaba hacia él, o simplemente la bloqueaba sin acercarse a ella, le tiraría la segunda bola directamente a él por sorpresa.
Nova Demoníaca
-La vida es un don que ya no mereces...-dice, mientras se lleva la mano al costado. La sangre se derrama ligeramente mientras las heridas se cierran, aunque aún se mantienen abiertas-, una vez pude llamarte amigo. Una vez te llamé hermano... Y es pecado herirte y matarte. Pero pagaré por ello, nunca un precio excesivo.
Empieza a brillar, y los guerreros de Ireos rezan, forjando de la luz un escudo sobre ellos, mientras el arcángel simplemente observa cómo la esfera es disipada en la corriente sagrada.
-Soy el protector del pueblo, Luzbel. La fe me alimenta y protege a los desamparados. Enfréntate al juicio final.
Una espada blanca de luz surge en su mano izquierda, pareja a la bola que aún no has lanzado, y de alguna forma igual y opuesta.
-Siempre ha sido tu mayor defecto, Luzbel. Para ti la gente no significa nada. Has olvidado que, como el mío, tu poder viene de ahí.
La hoja termina de formarse. Es enorme, y su filo apunta hacia ti.
-Es la hora de tu juicio. Acepta el destino y arde en el fuego sagrado, entra al paraíso como el pecador arrepentido que eres. Muere con dignidad, por favor.
En sus ojos hay algún lagrimeo, pero sus palabras se notan firmes.
Empieza a brillar, y los guerreros de Ireos rezan, forjando de la luz un escudo sobre ellos, mientras el arcángel simplemente observa cómo la esfera es disipada en la corriente sagrada.
-Soy el protector del pueblo, Luzbel. La fe me alimenta y protege a los desamparados. Enfréntate al juicio final.
Una espada blanca de luz surge en su mano izquierda, pareja a la bola que aún no has lanzado, y de alguna forma igual y opuesta.
-Siempre ha sido tu mayor defecto, Luzbel. Para ti la gente no significa nada. Has olvidado que, como el mío, tu poder viene de ahí.
La hoja termina de formarse. Es enorme, y su filo apunta hacia ti.
-Es la hora de tu juicio. Acepta el destino y arde en el fuego sagrado, entra al paraíso como el pecador arrepentido que eres. Muere con dignidad, por favor.
En sus ojos hay algún lagrimeo, pero sus palabras se notan firmes.
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Oscuridad. No veía, sentía ni percibía nada. Nada excepto una pena desesperanzada. Al principio había aceptado el dolor y se había dejado llevar por la fuerte influencia e ira de Lucifer, y su conciencia se había adormecido acunada por una canción de odio contra todas las cosas que vivían. Se había rendido al reparador descanso de la ceguera, cerrándose al mundo y dejando que fuese el Diablo el que tomase las riendas. Pero eventualmente había despertado de nuevo, encontrándose desgarrado de su conexión con su propio cuerpo. Incapaz de saber lo que ocurría, sintiéndose prisionero de su propio ser y asaltado por recuerdos terribles, había caído en la melancolía más demoledora. Inicialmente había luchado y tratado de retomar el control, pero pronto perdió toda esperanza y nuevamente se dejó estar, sobrellevando el dolor con la paciencia de un hombre que se había rendido y esperaba tranquilamente la caída de la noche eterna; la muerte.
Pues había perdido su cuerpo. Había confiado en Lucifer y ahora estaba condenado a sufrir en silencio durante años, décadas, tal vez incluso más, esperando a que alguien matara al Diablo. Serían largas eras en que sus recuerdos más terribles lo torturarían incesantemente, y sólo la muerte le traería al fin reposo. Aquel era su castigo, su prisión. La celda más solitaria y terrible de todas. Su sino era ahora la oscuridad eterna, con sus pensamientos como única compañía. Nadie sabría nunca de lo que había sido de él, y su infernal amo emplearía su cuerpo para realizar terribles atrocidades. Aquello era lo que se había ganado por tontear con el señor de los Infiernos. Con una lágrima, una frase asomó a su conciencia, una que sus labios hubiesen emitido casi inconscientemente de haber tenido el control de su cuerpo:
- Perdóname padre... he fracasado.
Un gutural gruñido surgió de la boca abierta de Lucifer. Su ira crecía por momentos, mientras contemplaba a su hermano con la boca abierta y chorreando baba. Sus ojos estaban abiertos de par en par, y casi parecía que rezumaban odio mientras contemplaban fijamente al Arcángel, sin parpadear siquiera. Hubo un brutal rugido, y el Diablo lanzó la segunda bola contra el ángel sin más miramientos. ¡¿Cómo se atrevía Miguel a humillarle así?! ¡Él era el amo de los Infiernos, el Príncipe de las Tinieblas! ¡El señor del Abismo! El Portador de Luz... nadie estaba por encima de él. ¡Nadie! ¡Ni siquiera Dios, falto de sabiduría para manejar su inmenso poder! La respiración del infernal ser se había convertido en una sucesión de rugidos y gruñidos que parecían más propio de una bestia. De repente sacó de su cinto una de las pistolas de Émile, y apunto a la Nova Infernal. Un certero disparo impactó en la esfera rojiza, la cuál colapsó estallando con fuerza. Aprovechando la nube de humo resultando, Lucifer voló de frente y se resguardó en su interior.
Ahora tocaba debilitar a Miguel y tratar de engañarle. Así como su rival se alimentaba de la fe de aquellos monos estúpidos, él se alimentaba de sus pecados. Le tocaba actuar a espaldas de su hermano. Contactó con las presencias de todos los que estaban a bajo, y mediante su Susurro Demoníaco y su Influencia Satánica comenzó a incitarles a la ira. Tanto los salvajes, como sus marineros, como Aki como el chico de la playa comenzaron a escuchar palabras que parecían proceder de su propia mente. Los salvajes fueron incitados a atacar a las gentes de Émile, y escucharon también palabras de odio e ira contra él mismo. Aki escucharía las palabras que aquel chico que le servía de anfitrión le había dicho, y sentiría ira. También contra aquellos salvajes que les habían importunado. El chico de pegamento sentiría envidia de los combatientes que estaban sobre él, e ira contra aquellos aliados de Derian que atacaban a los defensores de la "justicia". Toda aquella ira, pecado capital, debilitaría seguramente el poder de Miguel de defender a aquellos monos de abajo. Y él era el Pecado. Aquello no podía si no beneficiarle.
Rápidamente disparó una ráfaga de varias decenas de disparos de energía demoníaca que comenzaron a adoptar formas de aves fénix. Estas aves comenzaron a dividirse entre sí, formando una auténtica legión aérea. La mayoría salieron de la nube de humo en dirección a Miguel, cargando contra él de frente, desde arriba, desde abajo, desde los flancos... una vez estuviesen cerca suya comenzarían a explotar. Unas cuantas de las aves de energía, sin embargo, iban dirigidas de nuevo hacia el suelo, con objetivo de causar mayor confusión, miedo e ira, y para obligar a su hermano a distraerse intentando salvar a los otros. Si el Arcángel los abandonaba a su suerte, morirían. Si trataba de protegerlos, las áves fénix y el ataque que Lucifer lanzaría al mismo tiempo lo alcanzarían. Pues el Diablo no se quedó quieto; antes de que los proyectiles alados llegasen a su objetivo, el demonio alado salió a toda velocidad de la nube de humo, algo a la izquierda del ángel. Entonces, tras tomar una bocanada de aire, rugió. Y no fue un rugido normal: en él liberó una intensa llamarada infernal, una nube de fuego que se extendió rápidamente hacia Miguel. Tras eso, mientras las llamas se dirigían a su hermano y aun expirando fuego, Lucifer comenzó a recitar:
- ¡Et vidi de mari bestiam ascendentem, habentem cornua decem et capita septem, et super cornua eius decem diademata, et super capita eius nomina blasphemiae!
Pues había perdido su cuerpo. Había confiado en Lucifer y ahora estaba condenado a sufrir en silencio durante años, décadas, tal vez incluso más, esperando a que alguien matara al Diablo. Serían largas eras en que sus recuerdos más terribles lo torturarían incesantemente, y sólo la muerte le traería al fin reposo. Aquel era su castigo, su prisión. La celda más solitaria y terrible de todas. Su sino era ahora la oscuridad eterna, con sus pensamientos como única compañía. Nadie sabría nunca de lo que había sido de él, y su infernal amo emplearía su cuerpo para realizar terribles atrocidades. Aquello era lo que se había ganado por tontear con el señor de los Infiernos. Con una lágrima, una frase asomó a su conciencia, una que sus labios hubiesen emitido casi inconscientemente de haber tenido el control de su cuerpo:
- Perdóname padre... he fracasado.
...
Un gutural gruñido surgió de la boca abierta de Lucifer. Su ira crecía por momentos, mientras contemplaba a su hermano con la boca abierta y chorreando baba. Sus ojos estaban abiertos de par en par, y casi parecía que rezumaban odio mientras contemplaban fijamente al Arcángel, sin parpadear siquiera. Hubo un brutal rugido, y el Diablo lanzó la segunda bola contra el ángel sin más miramientos. ¡¿Cómo se atrevía Miguel a humillarle así?! ¡Él era el amo de los Infiernos, el Príncipe de las Tinieblas! ¡El señor del Abismo! El Portador de Luz... nadie estaba por encima de él. ¡Nadie! ¡Ni siquiera Dios, falto de sabiduría para manejar su inmenso poder! La respiración del infernal ser se había convertido en una sucesión de rugidos y gruñidos que parecían más propio de una bestia. De repente sacó de su cinto una de las pistolas de Émile, y apunto a la Nova Infernal. Un certero disparo impactó en la esfera rojiza, la cuál colapsó estallando con fuerza. Aprovechando la nube de humo resultando, Lucifer voló de frente y se resguardó en su interior.
Ahora tocaba debilitar a Miguel y tratar de engañarle. Así como su rival se alimentaba de la fe de aquellos monos estúpidos, él se alimentaba de sus pecados. Le tocaba actuar a espaldas de su hermano. Contactó con las presencias de todos los que estaban a bajo, y mediante su Susurro Demoníaco y su Influencia Satánica comenzó a incitarles a la ira. Tanto los salvajes, como sus marineros, como Aki como el chico de la playa comenzaron a escuchar palabras que parecían proceder de su propia mente. Los salvajes fueron incitados a atacar a las gentes de Émile, y escucharon también palabras de odio e ira contra él mismo. Aki escucharía las palabras que aquel chico que le servía de anfitrión le había dicho, y sentiría ira. También contra aquellos salvajes que les habían importunado. El chico de pegamento sentiría envidia de los combatientes que estaban sobre él, e ira contra aquellos aliados de Derian que atacaban a los defensores de la "justicia". Toda aquella ira, pecado capital, debilitaría seguramente el poder de Miguel de defender a aquellos monos de abajo. Y él era el Pecado. Aquello no podía si no beneficiarle.
Rápidamente disparó una ráfaga de varias decenas de disparos de energía demoníaca que comenzaron a adoptar formas de aves fénix. Estas aves comenzaron a dividirse entre sí, formando una auténtica legión aérea. La mayoría salieron de la nube de humo en dirección a Miguel, cargando contra él de frente, desde arriba, desde abajo, desde los flancos... una vez estuviesen cerca suya comenzarían a explotar. Unas cuantas de las aves de energía, sin embargo, iban dirigidas de nuevo hacia el suelo, con objetivo de causar mayor confusión, miedo e ira, y para obligar a su hermano a distraerse intentando salvar a los otros. Si el Arcángel los abandonaba a su suerte, morirían. Si trataba de protegerlos, las áves fénix y el ataque que Lucifer lanzaría al mismo tiempo lo alcanzarían. Pues el Diablo no se quedó quieto; antes de que los proyectiles alados llegasen a su objetivo, el demonio alado salió a toda velocidad de la nube de humo, algo a la izquierda del ángel. Entonces, tras tomar una bocanada de aire, rugió. Y no fue un rugido normal: en él liberó una intensa llamarada infernal, una nube de fuego que se extendió rápidamente hacia Miguel. Tras eso, mientras las llamas se dirigían a su hermano y aun expirando fuego, Lucifer comenzó a recitar:
- ¡Et vidi de mari bestiam ascendentem, habentem cornua decem et capita septem, et super cornua eius decem diademata, et super capita eius nomina blasphemiae!
- Potestad Infernal:
- Émile recita unas palabras, cuya mera audición provoca a todos los que no tengan alguno de los Pactos activos sobre sí un intenso dolor. La intensidad del conjuro dependerá de la diferencia de poder entre el oyente y Émile:
Más de 30 niveles menos: El dolor es tal que apenas pueden moverse, y los deja totalmente aterrados. Empiezan a sangrar por los ojos.
Más de 15 niveles menos: Sufren un gran dolor, que les debilita y merma su voluntad de combatir.
Entre 15 niveles menos y el mismo nivel que Émile: El dolor es muy intenso y desconcentra al oyente.
Hasta 10 niveles más: Un dolor considerable.
Más de 10 niveles por encima de Émile: Apenas una molestia menor, aunque bastante desagradable.
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