Byakuro Kyoya
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Byakuro saltó del barco con agilidad, descendiendo hasta la costa con la misma gracilidad con la que cae una pluma. El chico de cabellos blancos observó el lugar que había ante él. Una isla de aspecto siniestro, con altos bosques de abetos y oscuros senderos que discurrían entre ellos. Sin duda, un lugar perfecto para visitar y hacer un alegre picnic. El chico dejó el barco atrás y se internó por el bosque, mirando con curiosidad alrededor. Altas ramas ocultaban un cielo nublado sobre su cabeza.
- Mmmm... que lugar tan raro... -el chico sacó una bolsa de malvaviscos y lanzó uno al aire, recogiéndolo con la boca cuando caía-. Mmmmmm... que rico. -los pasos del chico resonaban en la gravilla del camino, crujiendo como si caminase sobre una tostada de pan.
El cazador observó entonces algo por el rabillo del ojo. Un movimiento entre los árboles a su izquierda. Cerró los ojos y dejó que sus demás sentidos lo guiasen. El sonido de unos pasos rápidos a sus cinco le alertó, y cuando el sonido cesó supo que algo estaba saltando hacia él. Su mantra lo advirtió de un ataque, por lo que rodó hacia un lado mientras una espada de casi dos metros caía sobre él. Cuando abrió los ojos de nuevo vio ante él un babuino de tamaño humano, armado con un espadón, mirándolo con odio. Byakuro se incorporó, agarrando su bastón en el mismo movimiento, mientras el mono se lanzaba de nuevo contra él, alzando la espada con rapidez y haciendo un remolino de cortes. Byakuro abrió los ojos sorprendido y saltó hacia atrás, mientras el animal trituraba el suelo justo donde él había estado unos segundos antes.
- ¡Mono malo! ¡Mono malo! -el cazador agarró su bastón y lo apuntó con él. Lo dejaría KO y se iría de ahí a seguir explorando. Aquel lugar parecía divertido.
- Mmmm... que lugar tan raro... -el chico sacó una bolsa de malvaviscos y lanzó uno al aire, recogiéndolo con la boca cuando caía-. Mmmmmm... que rico. -los pasos del chico resonaban en la gravilla del camino, crujiendo como si caminase sobre una tostada de pan.
El cazador observó entonces algo por el rabillo del ojo. Un movimiento entre los árboles a su izquierda. Cerró los ojos y dejó que sus demás sentidos lo guiasen. El sonido de unos pasos rápidos a sus cinco le alertó, y cuando el sonido cesó supo que algo estaba saltando hacia él. Su mantra lo advirtió de un ataque, por lo que rodó hacia un lado mientras una espada de casi dos metros caía sobre él. Cuando abrió los ojos de nuevo vio ante él un babuino de tamaño humano, armado con un espadón, mirándolo con odio. Byakuro se incorporó, agarrando su bastón en el mismo movimiento, mientras el mono se lanzaba de nuevo contra él, alzando la espada con rapidez y haciendo un remolino de cortes. Byakuro abrió los ojos sorprendido y saltó hacia atrás, mientras el animal trituraba el suelo justo donde él había estado unos segundos antes.
- ¡Mono malo! ¡Mono malo! -el cazador agarró su bastón y lo apuntó con él. Lo dejaría KO y se iría de ahí a seguir explorando. Aquel lugar parecía divertido.
Diana de Carlein
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-¡Cuánta tranquilidad!
Si hay algo que realizase a Diana como persona y la mantuviese feliz ante su desastrosa vida, era permanecer tranquila sin noticias de la Cacería de Carlein. Se encontraba debajo de una cascada que estaba algo alejada de todos aquellos babuinos insoportables. Había tenido que evitarlos a toda costa, ya que si no intentaban robarla o retar a luchar por territorio, a pesar de ser una mujer. ¿Eso tendrá algún sentido? Las luchas de territorios son entre machos de la especio. Debatía consigo misma, mientras tendía su cabeza hacia atrás para que el agua impactase contra el cabello. Los días que había viajado en un carguero le había impregnado de olores que recorrían de lo extravagante hasta lo más fetichista.
-¡Estoy sola!- Gritó, para comprobar si realmente lo estaba.
Pasaron unos minutos más y no oyó nada más a parte de la cascada, sonido que le resultaba extrañamente agradable y, sobretodo, tranquilizante. Prosiguió mirando hacia los lados y aprovechando para quitarse el camisón de lana y los pantalones seguido de su ropa interior. ¿Por qué tenía que preocuparse? No le importaba demasiado que unos monos la viesen desnuda, y aquel lugar daba muy pocos indicios de vida humana. Necesitaba mantener su higiene por un nivel, nivel que había desaparecido con cada charco de barro en el que se había caído, excremento que había pisado, savia que había tocado. Una vez logró estar bien limpia, sumergió todo su cuerpo debajo de la fuente de agua que caía de un borde de piedra y comenzó a nadar tranquilamente por el pequeño lago que creaba aquella corriente.
Aprovechó para colocar su nuca en una superficie más o menos cómoda que estaba cerca de ella y atarse el pelo en un moño para después comenzar a cantar en profunda paz y tranquilidad. Llevaba más de un mes sin alcanzar aquel súmmum de placer. Treinta y un días sin poder respirar un bosque que solo albergaba silencio.
-Carry this words for me~...
Si hay algo que realizase a Diana como persona y la mantuviese feliz ante su desastrosa vida, era permanecer tranquila sin noticias de la Cacería de Carlein. Se encontraba debajo de una cascada que estaba algo alejada de todos aquellos babuinos insoportables. Había tenido que evitarlos a toda costa, ya que si no intentaban robarla o retar a luchar por territorio, a pesar de ser una mujer. ¿Eso tendrá algún sentido? Las luchas de territorios son entre machos de la especio. Debatía consigo misma, mientras tendía su cabeza hacia atrás para que el agua impactase contra el cabello. Los días que había viajado en un carguero le había impregnado de olores que recorrían de lo extravagante hasta lo más fetichista.
-¡Estoy sola!- Gritó, para comprobar si realmente lo estaba.
Pasaron unos minutos más y no oyó nada más a parte de la cascada, sonido que le resultaba extrañamente agradable y, sobretodo, tranquilizante. Prosiguió mirando hacia los lados y aprovechando para quitarse el camisón de lana y los pantalones seguido de su ropa interior. ¿Por qué tenía que preocuparse? No le importaba demasiado que unos monos la viesen desnuda, y aquel lugar daba muy pocos indicios de vida humana. Necesitaba mantener su higiene por un nivel, nivel que había desaparecido con cada charco de barro en el que se había caído, excremento que había pisado, savia que había tocado. Una vez logró estar bien limpia, sumergió todo su cuerpo debajo de la fuente de agua que caía de un borde de piedra y comenzó a nadar tranquilamente por el pequeño lago que creaba aquella corriente.
Aprovechó para colocar su nuca en una superficie más o menos cómoda que estaba cerca de ella y atarse el pelo en un moño para después comenzar a cantar en profunda paz y tranquilidad. Llevaba más de un mes sin alcanzar aquel súmmum de placer. Treinta y un días sin poder respirar un bosque que solo albergaba silencio.
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Byakuro Kyoya
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El mono parecía furioso por algún motivo que el cazador no llegaba a entender. ¿Y desde cuando los monos tenían armas? Es más, ¿desde cuando sabían usar cualquier clase de objeto con tal maestría digna de guerreros entrenados? Byakuro no sabía responder a aquella pregunta.
- Etto... mono-chan -el cazador señaló sobre el hombro derecho del simio, con una mirada desencajada-. ¿Qué es eso? -el animal se giró, momento que aprovechó el cazador para tirarle su bastón a la cabeza. Al mismo tiempo, un collarín de energía se formó alrededor de su cuello, El chico abrió la boca, de la que salió una especie de látigo de energía que se enroscó alrededor del bastón y lo agitó para golpear en la cabeza al animal, dejándolo inconsciente. El chico tragó de nuevo el látigo, recogiendo su arma-. Monos...
Tras agarrar la vara, el joven albino continuó su paseo por el bosque, hasta que el sonido de una catarata llamó su atención. Curioso, se acercó a ver qué clase de idílico lugar había allí. El chico se acercó para descubrir una laguna sobre la que caía una cascada de agua cristalina. Y en la laguna, una mujer completamente desnuda, nadando.
- Vaya... una vista mejor que la del mono... -murmuró para sí el chico, antes de añadir en voz más alta-. ¡Ohayo, nadadora-chan! -la saludó levantando la mano y sonriendo con afabilidad.
- Etto... mono-chan -el cazador señaló sobre el hombro derecho del simio, con una mirada desencajada-. ¿Qué es eso? -el animal se giró, momento que aprovechó el cazador para tirarle su bastón a la cabeza. Al mismo tiempo, un collarín de energía se formó alrededor de su cuello, El chico abrió la boca, de la que salió una especie de látigo de energía que se enroscó alrededor del bastón y lo agitó para golpear en la cabeza al animal, dejándolo inconsciente. El chico tragó de nuevo el látigo, recogiendo su arma-. Monos...
Tras agarrar la vara, el joven albino continuó su paseo por el bosque, hasta que el sonido de una catarata llamó su atención. Curioso, se acercó a ver qué clase de idílico lugar había allí. El chico se acercó para descubrir una laguna sobre la que caía una cascada de agua cristalina. Y en la laguna, una mujer completamente desnuda, nadando.
- Vaya... una vista mejor que la del mono... -murmuró para sí el chico, antes de añadir en voz más alta-. ¡Ohayo, nadadora-chan! -la saludó levantando la mano y sonriendo con afabilidad.
Diana de Carlein
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Mientras se encontraba sumergida entre sus pensamientos, vocalizaba con cada pedazo de su ser una canción pura y digna de la princesa que fue antaño. Nadaba con delicadeza y se dejaba ser una con el agua, hasta el momento en el que una persona destrozó el entorno que había creado ella misma junto con la natura del lugar. Elevó la cabeza poco a poco y se quedó boquiabierta, sorprendida por la presencia de alguien que no tenía previsto ni por asomo. Actuó como haría cualquier persona en su sano juicio, tapándose los senos y sonrojándose inevitablemente.
-¡¿Quién eres tú?!- Preguntó gritando hasta tal punto de fallarle la voz -¡¿Y crees que esta es la forma más acertada de saludar a una persona?!- Acabó replicándole.
Se sumergió aun más y deseó que aquel momento pasase de forma muy rápida. Sentía vergüenza, y sobretodo, se sentía estúpida porque la encontrase un albino en aquella situación tan embarazosa. Se tapó con una mano todo lo que pudo taparse y con la otra intentó tirar agua a la cara del joven para después levantarse y correr hacia su ropa, en vano. Un babuino la agarró de la pierna y la tiró contra el suelo, dejando tiempo a la pobre Pecadora Perdida para coger el blasón de lana. Después, con fuerza, la tiró contra un árbol y se quedó inconsciente, dejando el babuino a merced de raptarla y llevársela saltando entre el bosque. Sin duda, no era el día más acertado para la muchacha, que creía que iba a pasar una noche tranquila cenando muslo de babuino asado.
-¡¿Quién eres tú?!- Preguntó gritando hasta tal punto de fallarle la voz -¡¿Y crees que esta es la forma más acertada de saludar a una persona?!- Acabó replicándole.
Se sumergió aun más y deseó que aquel momento pasase de forma muy rápida. Sentía vergüenza, y sobretodo, se sentía estúpida porque la encontrase un albino en aquella situación tan embarazosa. Se tapó con una mano todo lo que pudo taparse y con la otra intentó tirar agua a la cara del joven para después levantarse y correr hacia su ropa, en vano. Un babuino la agarró de la pierna y la tiró contra el suelo, dejando tiempo a la pobre Pecadora Perdida para coger el blasón de lana. Después, con fuerza, la tiró contra un árbol y se quedó inconsciente, dejando el babuino a merced de raptarla y llevársela saltando entre el bosque. Sin duda, no era el día más acertado para la muchacha, que creía que iba a pasar una noche tranquila cenando muslo de babuino asado.
Byakuro Kyoya
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- Me llamo Byakuro, y creo que es mejor saludarte a quedarme espiándote en silencio como un pervertido, ¿no? -el chico sonrió con amabilidad, mientras observaba un movimiento por el rabillo del ojo. Otro de esos monos-. Por cierto, deberías... -una salpicadura de agua en la cara lo hizo callar, y para cuando se hubo frotado los ojos, el chico vio a la jovencita volar derecha contra un árbol y quedar grogui.
Sin pensarlo ni un momento, el cazador salió disparado a toda velocidad hacia el animal, interponiéndose entre él y la mujer. El mono le gruñó y aulló, mostrando sus colmillos, y el cazador respondió con una mueca de amenaza. El mono de pronto pareció estremecerse y dio media vuelta, corriendo como un ratón asustado. Byakuro se preguntó qué había pasado, ni siquiera había usado el haki del rey, cuando se dio media vuelta y vio un enorme babuino de cuatro metros de altura, con aspecto amenazador, y amplias cicatrices por el cuerpo peludo.
- Oh, vaya... -el mono lo atacó con un puñetazo, seguido de una rápida patada en barrido, que el albino evitó mediante el haki de armadura y saltando impulsándose mediante un par de explosiones. Su cuerpo se imbuyó con llamas moradas y a continuación se impulsó para golpear con su bastón, también iluminado con las flamas vitales, al mono en la cabeza, como había hecho con su congénere unos minutos antes. Sin embargo, este animal era más rápido y lo evadió, aullando-. Está bien...
Del cuerpo del cazador brotaron decenas de tentáculos de tinta que dirigió a la cara del animal, pegándose a él. Una vez estuvo afianzado, se acercó y le golpeó cinco veces seguidas en el hocico. Pese a que el mono se zarandeaba para quitárselo de encima, el cazador no se separaba. Al quinto golpe, el babuino soltó un quejido lastimero y se alejó entre los árboles.
- ¡Oye! ¿Estás bien? -dijo Byakuro mientras se acercaba a comprobar el estado de la mujer.
Sin pensarlo ni un momento, el cazador salió disparado a toda velocidad hacia el animal, interponiéndose entre él y la mujer. El mono le gruñó y aulló, mostrando sus colmillos, y el cazador respondió con una mueca de amenaza. El mono de pronto pareció estremecerse y dio media vuelta, corriendo como un ratón asustado. Byakuro se preguntó qué había pasado, ni siquiera había usado el haki del rey, cuando se dio media vuelta y vio un enorme babuino de cuatro metros de altura, con aspecto amenazador, y amplias cicatrices por el cuerpo peludo.
- Oh, vaya... -el mono lo atacó con un puñetazo, seguido de una rápida patada en barrido, que el albino evitó mediante el haki de armadura y saltando impulsándose mediante un par de explosiones. Su cuerpo se imbuyó con llamas moradas y a continuación se impulsó para golpear con su bastón, también iluminado con las flamas vitales, al mono en la cabeza, como había hecho con su congénere unos minutos antes. Sin embargo, este animal era más rápido y lo evadió, aullando-. Está bien...
Del cuerpo del cazador brotaron decenas de tentáculos de tinta que dirigió a la cara del animal, pegándose a él. Una vez estuvo afianzado, se acercó y le golpeó cinco veces seguidas en el hocico. Pese a que el mono se zarandeaba para quitárselo de encima, el cazador no se separaba. Al quinto golpe, el babuino soltó un quejido lastimero y se alejó entre los árboles.
- ¡Oye! ¿Estás bien? -dijo Byakuro mientras se acercaba a comprobar el estado de la mujer.
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Tras recuperar la consciencia aprovechó para taparse con el camisón, apartándose a rastras del chico que la había salvado hasta su ropa interior y pantalones. Después volvió a arrastrarse hacia el árbol que tenía más cercano e intentó acomodarse, apoyando la cabeza con suavidad. Obligó a que se girase para después colocarse toda la parte inferior y superior, que carecía de sujetador, ya que no le gustaba para nada. El chico le había salvado, tal vez porque quería algo con ella, tal vez porque era una acción altruista y sin ánimo de lucro. La cuestión es que le debía un favor, favor que le pagaría más adelante si permanecían juntos.
-Urgh...- Llevó una de sus manos a la cabeza, que le dolía ligeramente por el impacto que había sufrido. -Te perdonaré lo de espiarme en la cascada por esto. Y si estoy bien... Sí, más o menos. Me llaman Diana de Carlein, y soy discípula de Dark Sat...- Miró al cielo por un momento e intentó crear un silencio para enmendar el error que había cometido desvelando la identidad de su maestro -Olvídalo. Estoy bien, que es lo que importa. Ahora, ¿ayudarás a una dama a cazar algo? Me duele el cuerpo por el golpe y tengo hambre...- Le argumentó mientras su tono decaía cada vez más. Era muy buena mintiendo.
Solía aprovecharse de los chicos -e incluso en algunas ocasiones, chicas- que la observaban más de lo necesario. No era precisamente la actitud de una meretriz, o no quería verlo así. Luchaba por sobrevivir, y si tenía que pisar a alguien o alegrar las vistas de otra persona para poder cenar aquella noche, lo haría sin ningún remordimiento. Le sonrió cálidamente y cerró los ojos despacio para hacerse la dormida. Si tenía suerte, los abriría dentro de un rato y la comida ya estaría por ahí, o habría matado alguno de esos monos estúpidos que le habían hecho daño. Y sumergida entre sus pensamientos, como siempre, acabó durmiéndose profundamente sin quererlo.
-Urgh...- Llevó una de sus manos a la cabeza, que le dolía ligeramente por el impacto que había sufrido. -Te perdonaré lo de espiarme en la cascada por esto. Y si estoy bien... Sí, más o menos. Me llaman Diana de Carlein, y soy discípula de Dark Sat...- Miró al cielo por un momento e intentó crear un silencio para enmendar el error que había cometido desvelando la identidad de su maestro -Olvídalo. Estoy bien, que es lo que importa. Ahora, ¿ayudarás a una dama a cazar algo? Me duele el cuerpo por el golpe y tengo hambre...- Le argumentó mientras su tono decaía cada vez más. Era muy buena mintiendo.
Solía aprovecharse de los chicos -e incluso en algunas ocasiones, chicas- que la observaban más de lo necesario. No era precisamente la actitud de una meretriz, o no quería verlo así. Luchaba por sobrevivir, y si tenía que pisar a alguien o alegrar las vistas de otra persona para poder cenar aquella noche, lo haría sin ningún remordimiento. Le sonrió cálidamente y cerró los ojos despacio para hacerse la dormida. Si tenía suerte, los abriría dentro de un rato y la comida ya estaría por ahí, o habría matado alguno de esos monos estúpidos que le habían hecho daño. Y sumergida entre sus pensamientos, como siempre, acabó durmiéndose profundamente sin quererlo.
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Byakuro se encogió de hombros. No la había espiado, aunque tampoco es que aquello viniese al caso en absoluto. La chica se presentó y dijo que era alumna de un tal "Darksat". Byakuro sospechaba que aquel no era el nombre auténtico, que había omitido parte del mismo, posiblemente por vergüenza o miedo. Tal vez el hecho de que la chica alzase la mirada al cielo le diera una pista sobre aquellas divagaciones que tenía acerca del misterioso maestro de la joven.
- Bueno... supongo que puedo prepararte algo. O puedes venirte a mi barco después. La despensa está llena, y es bastante mejor que cocinar a la intemperie. También hay camas libres, por si quieres dormir un rato -la chica parecía cansada, exhausta tras el ataque del mono. Posiblemente tan solo estuviera agotada. Pareció tomarle la palabra acerca de dormir, porque enseguida quedó en un estado de semi inconsciencia-. Oh, vaya...
El chico observó a la chica durmiendo. Se rascó la cabeza y durante un instante tuvo la tentación de despojarla de su ropa para admirar su cuerpo desnudo. Es decir, ya lo había hecho mientras se bañaba, aunque la había advertido como buen caballero, pero ahora... le apetecía divertirse un poco. Se mordió el labio inferior, indeciso, y terminó por agitar la cabeza. No había acabado con aquellos monjes para volver a caer en sus jueguecitos macabros. Suspiró y se sentó al lado de la chica, mientras sacaba la bolsa de malvaviscos y hacía una pequeña hoguera con su dial de llamas. Con un palo, enganchó uno de los dulces y lo empezó a cocinar en silencio.
- Bueno... supongo que puedo prepararte algo. O puedes venirte a mi barco después. La despensa está llena, y es bastante mejor que cocinar a la intemperie. También hay camas libres, por si quieres dormir un rato -la chica parecía cansada, exhausta tras el ataque del mono. Posiblemente tan solo estuviera agotada. Pareció tomarle la palabra acerca de dormir, porque enseguida quedó en un estado de semi inconsciencia-. Oh, vaya...
El chico observó a la chica durmiendo. Se rascó la cabeza y durante un instante tuvo la tentación de despojarla de su ropa para admirar su cuerpo desnudo. Es decir, ya lo había hecho mientras se bañaba, aunque la había advertido como buen caballero, pero ahora... le apetecía divertirse un poco. Se mordió el labio inferior, indeciso, y terminó por agitar la cabeza. No había acabado con aquellos monjes para volver a caer en sus jueguecitos macabros. Suspiró y se sentó al lado de la chica, mientras sacaba la bolsa de malvaviscos y hacía una pequeña hoguera con su dial de llamas. Con un palo, enganchó uno de los dulces y lo empezó a cocinar en silencio.
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