Alistar Reep
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Akuma no mi
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Prólogo
La ventisca nevada era demasiado fuerte para Barnan. Tenía los brazos cruzados, sujetando con fuerza la enorme capa de pelo de oso con capucha que llevaba. La nieve caía con fuerza sobre el pedregoso camino, dificultando la visión. Las nubes tornaban un cielo azul en la imagen de la tristeza más grisácea. Sabía que era de noche, pues los aullidos de los lobos llegaban a sus oídos, haciendo que mirase hacia atrás con preocupación. Para distraerse del miedo a las fieras, susurraba una antigua canción para si mismo, en voz muy baja.
- Valiente la nieve, a través de los pálidos estandartes...
Sus piernas se movían cada vez con más lentitud, mientras notaba el frío meterse en lo más hondo de sus huesos, congelándolo por dentro y haciéndolo tiritar.
- Descansa tus pies y ven, escucha los cuentos de antes...
A lo lejos, entre la penumbra formada por la nieve que caía a toda velocidad, pudo ver como una enorme edificación aparecía, hecha de madera y piedra, con una chimenea en lo alto que humeaba el fantasma negro de un avivado fuego. Junto a la puerta había un cartel que no pudo leer.
- … Alza tu copa y escucha... las leyendas de la nieve... que a través de nuestras canciones... siempre van y vienen...
Se acercó al edificio hasta que el cartel fue legible para él. Su cuerpo se llenó de alegría y alivio en cuanto se dio cuenta de que estaba frente a una posada a mitad del camino.
”Posada El Gigante Dormido”
Abrió la puerta, dejándose invadir de golpe por el calor interior del edificio. El viento entró con fuerza, silenciando las voces y risas que llenaban la posada y dejando algo de nieve en la entrada. El viajero cerró la puerta enseguida, quedando dentro del establecimiento. Los huéspedes volvieron a hablar entre si. Vio ante si la enorme sala central de la posada, con bancos alrededor de una enorme hoguera central que expulsaba su humo hacia un agujero del techo, parcialmente cubierto para que la nieve no entrase. El techo estaba sujeto por cuatro enormes pilares de madera. A la izquierda de la sala estaba la barra y, al fondo, una escalera que llevaba a las habitaciones. Barnan se quitó la capucha y caminó hasta el banco, sentándose. Entraría en calor junto a la hoguera antes de decidir quitarse la gruesa capa de pelo. Acercó las manos enguantadas al fuego, mientras su cuerpo se acostumbraba de nuevo a la cálida sensación. Un bardo cantaba una lenta sonata por lo bajo mientras tocaba el laúd.
- ¿Qué quieres para beber? -dijo una doncella que se acercó a él.
- Bueno... me han dicho que en esta isla hacen el aguamiel más delicioso de todo el Grand Line. ¿Podrías traerme algo de eso?
La muchacha sonrió y asintió, yéndose a las cocinas. Fue entonces cuando notó la presencia de un anciano calvo sentado a su lado. Tenía una pipa humeante en la mano y miraba sin cesar a Barnan. El viajero lo saludó nervioso, con un simple movimiento de cabeza.
- ¿Eres de por aquí?
- Ah... Sí, nací y crecí en Greenlyn, no muy lejos de aquí.
El anciano dio una calada a la pipa, mirando al viajero con una ceja levantada.
- ¿Cómo es que nunca habías probado el aguamiel de Greenlyn antes?
El silencio se hizo en la posada. Todos miraban a Barnan, inquietos. Incluso la camarera, que se había parado a medio camino llevando su aguamiel. El viajero miraba a todos lados, nervioso. Se sujetó con fuerza la capa de pelo.
- Yo... Nunca había salido de mi granja...
- Quítate la capa... -dijo el anciano, con los ojos entrecerrados.
Antes de que pudiese contestar, dos hombres lo agarraron con fuerza y forcejearon con él, con el propósito de quitarle la capa de pelo que cubría su cuerpo entero. Barnan gritaba, débil e indefenso. Consiguieron quitarle la capa y la lanzaron lejos. El viajero tenía el cuerpo cubierto por andrajos amarillentos y sucios, sujetando sus pantalones a la cintura con una simple cuerda. La espalda de su ropa estaba hecha jirones, mostrando bajo los cortes de la ropa largas cicatrices rojizas que ni siquiera habían terminado de cerrar. Tenía el cuello rodeado por una marca roja, como si lo hubiesen intentado estrangular recientemente.
- ¡Maldito cabrón! ¡Nos pones en peligro a todos! -gritó un hombre.
Barnan empezó a recibir botellazos que fueron lanzados hacia él. Se cubrió con los brazos, aturdido. Cada objeto que le tiraban iba acompañado de un “¡Lárgate antes de que vengan!”. El viajero se maldecía a si mismo. ¿Cómo había llegado a esto? Ya era libre, ya era...
La puerta se abrió de golpe. Cuatro soldados enfundados en pesadas armaduras de acero entraron raudos y veloces. Tres de ellos fueron a por Barnan, sujetándole los brazos con fuerza y dándole golpes en el estómago. El cuarto se acercó al posadero, que estaba tras la barra, temblando de miedo como un flan.
- ¿Escondiendo a un fugitivo?
- ¡No! ¡Lo juro! ¡Acaba de entrar!
Barnan se retorcía con rabia en el rostro. Empezó a gritar mientras lo arrastraban y mientras el cuarto soldado se acercaba a él, desenfundando su espada brillante y limpia.
- ¡Esto no acabará así! ¡El cachorro caerá y el lobo volverá a reinar! ¡El lobo volverá a reinar, lo juro!
Y sus palabras fueron calladas cuando la hoja de la espada entró por su boca y salió por su coronilla, manchando de sangre el otrora inmaculado metal.
- Valiente la nieve, a través de los pálidos estandartes...
Sus piernas se movían cada vez con más lentitud, mientras notaba el frío meterse en lo más hondo de sus huesos, congelándolo por dentro y haciéndolo tiritar.
- Descansa tus pies y ven, escucha los cuentos de antes...
A lo lejos, entre la penumbra formada por la nieve que caía a toda velocidad, pudo ver como una enorme edificación aparecía, hecha de madera y piedra, con una chimenea en lo alto que humeaba el fantasma negro de un avivado fuego. Junto a la puerta había un cartel que no pudo leer.
- … Alza tu copa y escucha... las leyendas de la nieve... que a través de nuestras canciones... siempre van y vienen...
Se acercó al edificio hasta que el cartel fue legible para él. Su cuerpo se llenó de alegría y alivio en cuanto se dio cuenta de que estaba frente a una posada a mitad del camino.
”Posada El Gigante Dormido”
Abrió la puerta, dejándose invadir de golpe por el calor interior del edificio. El viento entró con fuerza, silenciando las voces y risas que llenaban la posada y dejando algo de nieve en la entrada. El viajero cerró la puerta enseguida, quedando dentro del establecimiento. Los huéspedes volvieron a hablar entre si. Vio ante si la enorme sala central de la posada, con bancos alrededor de una enorme hoguera central que expulsaba su humo hacia un agujero del techo, parcialmente cubierto para que la nieve no entrase. El techo estaba sujeto por cuatro enormes pilares de madera. A la izquierda de la sala estaba la barra y, al fondo, una escalera que llevaba a las habitaciones. Barnan se quitó la capucha y caminó hasta el banco, sentándose. Entraría en calor junto a la hoguera antes de decidir quitarse la gruesa capa de pelo. Acercó las manos enguantadas al fuego, mientras su cuerpo se acostumbraba de nuevo a la cálida sensación. Un bardo cantaba una lenta sonata por lo bajo mientras tocaba el laúd.
- ¿Qué quieres para beber? -dijo una doncella que se acercó a él.
- Bueno... me han dicho que en esta isla hacen el aguamiel más delicioso de todo el Grand Line. ¿Podrías traerme algo de eso?
La muchacha sonrió y asintió, yéndose a las cocinas. Fue entonces cuando notó la presencia de un anciano calvo sentado a su lado. Tenía una pipa humeante en la mano y miraba sin cesar a Barnan. El viajero lo saludó nervioso, con un simple movimiento de cabeza.
- ¿Eres de por aquí?
- Ah... Sí, nací y crecí en Greenlyn, no muy lejos de aquí.
El anciano dio una calada a la pipa, mirando al viajero con una ceja levantada.
- ¿Cómo es que nunca habías probado el aguamiel de Greenlyn antes?
El silencio se hizo en la posada. Todos miraban a Barnan, inquietos. Incluso la camarera, que se había parado a medio camino llevando su aguamiel. El viajero miraba a todos lados, nervioso. Se sujetó con fuerza la capa de pelo.
- Yo... Nunca había salido de mi granja...
- Quítate la capa... -dijo el anciano, con los ojos entrecerrados.
Antes de que pudiese contestar, dos hombres lo agarraron con fuerza y forcejearon con él, con el propósito de quitarle la capa de pelo que cubría su cuerpo entero. Barnan gritaba, débil e indefenso. Consiguieron quitarle la capa y la lanzaron lejos. El viajero tenía el cuerpo cubierto por andrajos amarillentos y sucios, sujetando sus pantalones a la cintura con una simple cuerda. La espalda de su ropa estaba hecha jirones, mostrando bajo los cortes de la ropa largas cicatrices rojizas que ni siquiera habían terminado de cerrar. Tenía el cuello rodeado por una marca roja, como si lo hubiesen intentado estrangular recientemente.
- ¡Maldito cabrón! ¡Nos pones en peligro a todos! -gritó un hombre.
Barnan empezó a recibir botellazos que fueron lanzados hacia él. Se cubrió con los brazos, aturdido. Cada objeto que le tiraban iba acompañado de un “¡Lárgate antes de que vengan!”. El viajero se maldecía a si mismo. ¿Cómo había llegado a esto? Ya era libre, ya era...
La puerta se abrió de golpe. Cuatro soldados enfundados en pesadas armaduras de acero entraron raudos y veloces. Tres de ellos fueron a por Barnan, sujetándole los brazos con fuerza y dándole golpes en el estómago. El cuarto se acercó al posadero, que estaba tras la barra, temblando de miedo como un flan.
- ¿Escondiendo a un fugitivo?
- ¡No! ¡Lo juro! ¡Acaba de entrar!
Barnan se retorcía con rabia en el rostro. Empezó a gritar mientras lo arrastraban y mientras el cuarto soldado se acercaba a él, desenfundando su espada brillante y limpia.
- ¡Esto no acabará así! ¡El cachorro caerá y el lobo volverá a reinar! ¡El lobo volverá a reinar, lo juro!
Y sus palabras fueron calladas cuando la hoja de la espada entró por su boca y salió por su coronilla, manchando de sangre el otrora inmaculado metal.
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