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Aquella isla parecía ser bastante animada. El día estaba soleado y las personas no paraban de comprar en el mercado. Los distintos mercaderes gritaban cosas de todo tipo. Desde halagos a los clientes hasta ofertas para que se acercasen hasta ellos. Unas nubes se acercaban despacio, pero al ser de un tono blanco como la nieve, no había problema ni indicios de lluvia. El Sur últimamente estaba bastante tranquilo, motivo por el que el joven Zero había decidido empezar su viaje por él. En aquella isla planeaba comprar fruta para su viaje y no tener que preocuparse. Debido a que no disponía de un aparato que enfriase las cosas, no podía permitirse el lujo de llevar carne encima. Era una desgracia pero por el momento podría vivir con ello sin morirse.
El joven caminaba por la zona con una calma espectacular. Su olfato le decía que todo estaba bien y que todo era delicioso. Sin embargo no podía desperdiciar el dinero, era muy poco y además se lo había dado su padre. El chico vestía con un kimono naranja con el símbolo del Zan nin na en la zona del pectoral derecho. El pantalón parecía muy cómodo y de hecho lo era. La vestimenta era de manga corta y por ello el chico estaba muy a gusto. En los pies llevaba unas botas azul marino con cordones rojizos. En la cintura llevaba amarrados un par de nunchakus y en la espalda, además de su mochila azul, una vara roja bastante larga. De aquella forma se consideraba preparado para su viaje.
El chico no tardó en frenarse frente al puesto de frutas, observando que todas tenían una pinta realmente deliciosa. Había muchas que incluso desconocía, al ser de entornos tropicales. Se fijó en el vendedor. Era un hombre bastante alto, calvo y con barba prominente. Sus ojos eran azules como el mar y su musculatura envidiable. Era increíble que se dedicar al comercio de la fruta, pero peores cosas se habían visto. El joven entonces sacó su cartera, la cual era de tela blanca y tenía un puño rojo bordado en ella. – Me gustaría comprar dos kilos de cada una, por favor. – Dijo con un tono tranquilo mientras observaba al tipo. A diferencia de su padre, era calmado, más listo y además se tomaba las cosas con mucha tranquilidad.
El joven caminaba por la zona con una calma espectacular. Su olfato le decía que todo estaba bien y que todo era delicioso. Sin embargo no podía desperdiciar el dinero, era muy poco y además se lo había dado su padre. El chico vestía con un kimono naranja con el símbolo del Zan nin na en la zona del pectoral derecho. El pantalón parecía muy cómodo y de hecho lo era. La vestimenta era de manga corta y por ello el chico estaba muy a gusto. En los pies llevaba unas botas azul marino con cordones rojizos. En la cintura llevaba amarrados un par de nunchakus y en la espalda, además de su mochila azul, una vara roja bastante larga. De aquella forma se consideraba preparado para su viaje.
El chico no tardó en frenarse frente al puesto de frutas, observando que todas tenían una pinta realmente deliciosa. Había muchas que incluso desconocía, al ser de entornos tropicales. Se fijó en el vendedor. Era un hombre bastante alto, calvo y con barba prominente. Sus ojos eran azules como el mar y su musculatura envidiable. Era increíble que se dedicar al comercio de la fruta, pero peores cosas se habían visto. El joven entonces sacó su cartera, la cual era de tela blanca y tenía un puño rojo bordado en ella. – Me gustaría comprar dos kilos de cada una, por favor. – Dijo con un tono tranquilo mientras observaba al tipo. A diferencia de su padre, era calmado, más listo y además se tomaba las cosas con mucha tranquilidad.
AlexEmpanadilla
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Una figura envuelta en una gabardina negra avanzaba por las calles, embozado y oculto de la vista de las personas pese al enorme calor que hacía. La gente lo observaba, caminando con un maletín de cuero negro en la mano. Su pelo, blanco ceniciento, era lo único que se podía ver perfectamente bajo la luz del sol, pues llevaba una mascarilla negra que impedía ver bien el resto de sus rasgos. A su alrededor, y allá por donde pasaba, el aire se llenaba con un gas verduzco. Las pocas personas que se acercaban a aquel extraño reguero gaseoso empezaban a toser fuertemente.
- Aaaah... delicioso... -murmuró el doctor para sí mismo, mientras observaba el cielo. Había llegado a aquella isla buscando una cosa muy concreta: veneno de araña emperador, una pequeña tarántula que vivía en la espesa jungla de aquel lugar y que poseía un veneno capaz de matar a un humano en segundos. El científico se detuvo, mirando a ambos lados. La gente le observaba en silencio-. ¡Tengo hambre! -resolvió finalmente. Se acercó caminando alegremente a un hombre que pasaba por allí (y para el que aquel posiblemente sería un mal día) y le dijo-. Oye, tú... ¿sabes de algún lugar donde vendan empanadillas? -el hombre negó con la cabeza, a lo que Alex suspiró y se alejó, haciendo que el paisano soltase todo el aire que había contenido, aliviado.
Maldita sea, desde que el doctor tenía precio por su cabeza le había sido algo más difícil encontrar gente amable. Aunque también podía deberse a su, según él infundada, fama de sádico. No, tonterías. Era por la injusta recompensa que alguien había puesto por su cabeza. El albino suspiró de nuevo, acercándose a un puesto de frutas, y agarrando un par de papayas de aspecto delicioso.
- ¿Cuánto es esto? -preguntó, agitándolas delante de la cara del vendedor, llenando de cloro todo el aire, consecuentemente.
- ¡Cof, cof, cof! -empezó a toser el hombre, mientras agitaba la mano, tratando de alejar el gas de sí mismo y respirar aire limpio.
- ¡¿Que me vaya?! ¡Habrase visto...! -el doctor se dio media vuelta, indignado, mordiendo la papaya. Al menos había conseguido fruta gratis.
- Aaaah... delicioso... -murmuró el doctor para sí mismo, mientras observaba el cielo. Había llegado a aquella isla buscando una cosa muy concreta: veneno de araña emperador, una pequeña tarántula que vivía en la espesa jungla de aquel lugar y que poseía un veneno capaz de matar a un humano en segundos. El científico se detuvo, mirando a ambos lados. La gente le observaba en silencio-. ¡Tengo hambre! -resolvió finalmente. Se acercó caminando alegremente a un hombre que pasaba por allí (y para el que aquel posiblemente sería un mal día) y le dijo-. Oye, tú... ¿sabes de algún lugar donde vendan empanadillas? -el hombre negó con la cabeza, a lo que Alex suspiró y se alejó, haciendo que el paisano soltase todo el aire que había contenido, aliviado.
Maldita sea, desde que el doctor tenía precio por su cabeza le había sido algo más difícil encontrar gente amable. Aunque también podía deberse a su, según él infundada, fama de sádico. No, tonterías. Era por la injusta recompensa que alguien había puesto por su cabeza. El albino suspiró de nuevo, acercándose a un puesto de frutas, y agarrando un par de papayas de aspecto delicioso.
- ¿Cuánto es esto? -preguntó, agitándolas delante de la cara del vendedor, llenando de cloro todo el aire, consecuentemente.
- ¡Cof, cof, cof! -empezó a toser el hombre, mientras agitaba la mano, tratando de alejar el gas de sí mismo y respirar aire limpio.
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El moreno continuaba comprando con toda la calma del mundo, cuando de repente vio a un tipo acercarse al puesto de frutas. Sus cabellos eran blancos, y portaba una extraña máscara que impedía ver su rostro. Vestía con una ropa que daba calor solo de verla. El maletín que portaba hizo alzar una ceja al chico. Solo había visto esos objetos a los ricachones, y siempre había muchos billetes dentro. Se preguntaba si aquel caso podría ser lo mismo. De todas formas no tenía tiempo que perder, y continuó comprando sus cosas.
En ese momento el tipo se fue a atender al otro hombre. Mientras Zero metía las cosas en la mochila, pudo escuchar como tosía el dependiente. Entonces el peliblanco se alejó, indignado. El luchador no había visto nada pero, el hombre dijo que le habían echado. No pensaba que el calvo de la barba fuese así, por ello soltó un leve suspiro. Miró bien lo que había comprado, y se dio cuenta de que había unas que no conocía. Especialmente una enorme, la cual era marrón, con espinas por fuera, y hojas verdes saliendo hacia arriba. Una piña de toda la vida pero, el chico no había visto antes una. Se quedó un poco confuso, le daba palo hablar con el vendedor, que continuaba tosiendo todavía.
El moreno entonces trotó un poco hasta acercarse al hombre de cabellos blancos. Si el humo verdoso estaba a su alrededor, tosería un poco, de lo contrario no lo haría. Entonces le miró con una sonrisa amable, y decidió preguntarle a él. – Perdone ¿Me podría decir cómo se come esto? – Dijo mientras se llevaba una mano al cogote. La verdad es que el aspecto era raro. Soltó un enorme suspiro, y esperó una respuesta de aquel tipo. – Si me ayuda le daré la mitad. – Una vez dijo aquello, se quedó mirándole con una sonrisa amplia en el rostro. Llevaba su mochila a la espalda, no se había olvidado de ella para nada.
En ese momento el tipo se fue a atender al otro hombre. Mientras Zero metía las cosas en la mochila, pudo escuchar como tosía el dependiente. Entonces el peliblanco se alejó, indignado. El luchador no había visto nada pero, el hombre dijo que le habían echado. No pensaba que el calvo de la barba fuese así, por ello soltó un leve suspiro. Miró bien lo que había comprado, y se dio cuenta de que había unas que no conocía. Especialmente una enorme, la cual era marrón, con espinas por fuera, y hojas verdes saliendo hacia arriba. Una piña de toda la vida pero, el chico no había visto antes una. Se quedó un poco confuso, le daba palo hablar con el vendedor, que continuaba tosiendo todavía.
El moreno entonces trotó un poco hasta acercarse al hombre de cabellos blancos. Si el humo verdoso estaba a su alrededor, tosería un poco, de lo contrario no lo haría. Entonces le miró con una sonrisa amable, y decidió preguntarle a él. – Perdone ¿Me podría decir cómo se come esto? – Dijo mientras se llevaba una mano al cogote. La verdad es que el aspecto era raro. Soltó un enorme suspiro, y esperó una respuesta de aquel tipo. – Si me ayuda le daré la mitad. – Una vez dijo aquello, se quedó mirándole con una sonrisa amplia en el rostro. Llevaba su mochila a la espalda, no se había olvidado de ella para nada.
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