Eichi Tsukasa
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Saberes
Akuma no mi
Varios
Todo comenzó aquella mañana, una como cualquier otra. Mientras los chefs y mozos se preparaban para abrir el baratie a los clientes, uno de ellos, de nombre Mark, se dio cuenta que Eichi estaba demasiado silencioso, mucho más que de costumbre, por lo que decidió encararlo. Se acercó hasta él, tosió un poco y puso su mano derecha en su hombro, sobresaltando al chico. El joven miró de forma interrogante a su compañero y Mark, simplemente, le dedicó una pequeña sonrisa.
– Oye Eichi, me estaba preguntando. ¿Por qué estás tan callado hoy? – Dijo el cocinero.
El príncipe no respondió de inmediato, cerró los ojos y meditó sobre su accionar últimamente. Habían pasado nueve meses desde que Eichi se convirtió en el aprendiz del propietario del restaurante, en aquel entonces se le pasó por la cabeza que él no lo aceptaría. No después de ese incidente en el que cierto agente del gobierno hizo un escándalo dentro del baratie, terminando con el pelirrojo “secuestrado”. El joven se estremeció e intentó guardar ese recuerdo en lo más profundo de su mente; eran momentos como esos que lamentaba tener memoria eidética. Luego de que el chico volviera al barco flotante, éste le explicó lo que pasó al dueño. Se sorprendió mucho cuando Saiba aceptó lo que dijo así nada más, luego de eso decidió tomarlo como alumno y dejó bien en claro que no aceptaría un no como respuesta. Cuando Eichi le preguntó el porqué, éste simplemente le dijo que no podía dejar que un diamante en bruto como él se fuera sin pulir sus habilidades.
Desde entonces, el joven pelirrojo pasó de ser camarero a ser discípulo de chef. Durante meses aprendió muchas cosas del dueño, sobre todo en cómo mejorar la calidad de sus platos; pero eso cambió hace un par de días atrás. No le malentiendan, progresó mucho ese último tiempo, y sus platillos mejoraron un montón. Pero entonces, ¿qué era lo que faltaba? La respuesta llegó un día cuando vio por primera vez al dueño cocinar de forma seria debido a unos clientes “difíciles”. Esa rapidez, agilidad y destreza en la cocina… Verdaderamente, él nunca había visto nada igual en su vida. Desde ese momento el joven aprendiz pensó, ¿cómo podría el aprender a moverse así en la cocina? Ese pensamiento rondaba por su cabeza estos días y, hasta el momento, no había podido discutirlo con el maestro debido a que nunca podía pillarlo a solas. Normalmente su entrenamiento ocurría en frente de todos, y Saiba dio la orden de no molestarlo en su camarote a menos que fuera una emergencia.
– No… Es nada – empezó a hablar suavemente el pelirrojo, mientras abría los ojos y clavaba sus orbes rojos sobre su compañero de trabajo –Es solo que he querido hablar algo con el maestro desde hace ya un tiempo. – Mark miró confusamente a Eichi. Abrió la boca para decirle algo, pero al ver a la persona que se encontraba detrás de él, se alejó levemente con nerviosismo.
– Jo, entonces, ¿por qué no has dicho nada enano?. – Una voz profunda se escuchó detrás del joven príncipe, causando que un estremecimiento recorriera la espalda de éste.
Lentamente, se volteó, sabiendo muy bien de quien se trataba. Era un hombre alto y fornido, vestía una camiseta negra y un delantal blanco en su parte baja. El sujeto tenía pelo rojo, de un color más oscuro que el del aprendiz de cocinero, y lo llevaba amarrado en una cola de caballo. Sus penetrantes ojos de halcón estaban clavados en el chico. El pelirrojo bajó los hombros en señal de derrota, sabiendo muy bien que no había forma de escapar; Saiba era muy severo en casos de debilidad. No es que fuera un abusador, la cuestión era que sus castigos variaban desde lo vergonzoso hasta tareas difíciles, y eso ponía nervioso a sus subordinados
– Pues, verá – comenzó a explicar Eichi, inicialmente con voz tímida y baja –Todo este tiempo solo me ha enseñado a cómo mejorar mis platos… Pero yo quiero aprender más que eso. Luego de ver como se movía ese día en la cocina, me di cuenta que aún debo mejorar mucho. Así que, por favor, enséñeme a ser como usted. – Durante todo su discurso, el joven pelirrojo no rompió nunca contacto visual con su maestro.
Saiba miró sorprendido a su pupilo durante algunos segundos, esa fue quizás una de las pocas veces en las que Eichi había hablado más de la cuenta, incluso llegó a levantar su voz a lo largo de su explicación, cosa que era considerado muy raro para sus estándares. Luego sonrío y se echó reír bajo la mirada estupefacta del chico y de todo el personal. Al cabo de unos segundos se calmó, para luego observar al joven seriamente.
– ¿Estás seguro enano? Ten en cuenta que podrías morir en este entrenamiento – dijo con la mejor voz convincente que pudiera lograr. Era coña lo de que podría estirar las piernas, a lo más terminaría con moretones por todo el cuerpo y no se podría sentar durante algún tiempo. Saiba quería ver que tan lejos podía llegar la determinación del chico teniendo una sentencia así encima.
Eichi cerró los ojos por unos segundos y luego los abrió de par en par, clavándolos fijamente en su maestro.
– Señor, con todo respeto. Elegí mi camino desde hace mucho tiempo atrás. Si me rindo ahora, sería como mancillar la memoria de mi hermano y en la oportunidad de vivir que me dio. – Eichi ya había tomado una decisión, el solo hecho de mencionar a su gemelo hace dar cuenta de cuan serio estaba. Él era un perfeccionista, y llevaría a cabo su meta por cualquier medio posible, incluso si tuviera que enfrentar a la muerte otra vez. El dueño no dijo nada durante unos momentos, luego se echó a reír nuevamente.
– Lo siento chico, pero no podré enseñarte a ser como yo – empezó a decir Saiba luego de que dejó de carcajearse. Al ver la mirada baja de Eichi, se apresuró a agregar – pero te enseñaré mis armas más esenciales. Ninguna persona es igual a otra, después de todo. Luego de que termine contigo tendrás tu propio estilo. Quien sabe, tal vez en algunos años logres superarme. – Le sonrió desafiante al joven pelirrojo. Eichi se mantuvo sereno por unos momentos, pero luego le devolvió la sonrisa a su maestro.
Saiba soltó una risilla pequeña y le hizo un gesto con la mano al pelirrojo para que le siguiera. Éste se acercó hasta él, y prosiguieron a salir de la cocina. Justo cuando ambos cruzaban el umbral de la cocina, el dueño se detuvo abruptamente, causando que Eichi estrellara su cara con la espalda de este. Mientras el joven frotaba su cara con dolor, el pelirrojo mayor miró a los demás miembros del personal.
– Cierto, casi lo olvido. – Saiba se frotó la nuca con su mano derecha mientras observaba fijamente a los nerviosos chefs. Luego de unos momentos, apuntó con su mano a cinco personas.
– Muy bien, decidido. Ustedes me ayudaran con el entrenamiento del chico. – Una vez que dijo eso, se dio la vuelta y salió, finalmente, de la cocina.
Los miembros del personal se miraron perplejos, pero luego suspiraron y siguieron a su jefe. Eichi dudó por algunos segundos, pero luego siguió a los demás, mientras se preguntaba qué clase de entrenamiento tendría ahora. El hecho que Saiba haya pedido ayuda a otros no era exactamente normal.
Mientras caminaban, el joven se dio cuenta de que se dirigían a la parte más baja del baratie, un sector al que Saiba denegaba su acceso a los demás miembros. Nadie, excepto el jefe, sabía lo que se guardaba en lo más bajo del restaurante. Eichi tragó en seco cuando se detuvieron, frente a ellos se encontraba una puerta gris, a sus alrededores solo había paredes blancas sin ningún tipo de adorno. El pelirrojo mayor se dio la vuelta y confrontó a sus subordinados.
– Muy bien, antes que nada. Todo lo que verán aquí es estrictamente confidencial, ustedes cinco son los más veteranos de este restaurante, por lo que confío plenamente en ustedes. Si pillo a alguien hablando de este lugar… Bueno, esa persona deseara no haber nacido. ¿Entendido? – Una sonrisa terrorífica apareció en su rostro al final de ese pequeño discurso, como para enfatizar su punto. Eichi y el resto de los veteranos asintieron rápidamente con nerviosismo, en verdad Saiba era una persona de temer.
El jefe sacudió su cabeza divertido al ver el rostro de sus trabajadores y su aprendiz. Se dio la vuelta, sacó una llave de su bolsillo, la insertó en la ranura de la manilla y quitó el seguro. Giró el pomo y abrió la entrada. Saiba entró a la habitación e hizo una seña con la mano para que los demás entraran. Eichi cerró los ojos por unos segundos, luego los abrió y, decidido, entró al cuarto. Lo primero que notó una vez dentro, era la blancura del lugar. Literalmente, todo era de color blanco: paredes, muebles y suelo. Segundo, en el centro de la habitación se encontraba una cocina completa. Había una nevera conectada a esta, y una especie de despensa al costado de esta, en la que, suponía pelirrojo, se encontraban distintos tipos de alimentos y los utensilios para cocinar. Para terminar, a un costado de la entrada, se podía ver una especie de aparato, el cual tiene una función desconocida para el pelirrojo por el momento.
A fin de cuentas, era una cocinilla simple, pero entonces, ¿qué era lo que hacía esta que esta habitación fuera especial? La respuesta era sencilla… El cuarto era inmenso. La sala era cuatro veces más grande que la cocina principal del baratie, lo que permitía que uno pudiera moverse, sin dificultad, por este. El pelirrojo miraba atónito a su alrededor, hasta que la mano de Saiba se posó en su hombro, devolviéndolo a la realidad.
– Deben de preguntarse por qué esta habitación tiene este estilo, ¿no? – Señaló a las once personas que lo acompañaban, estos asintieron dudosamente.
– Iba a explicarlo… Pero es mejor que se los muestre. Cyrus – señaló a un hombre de estatura baja y pelo negro azulado – intenta hacer cocinar algo, cualquier cosa. El refrigerador está lleno, y en la despensa hay especias y utensilios. – Saiba se cruzó de brazos, mientras sonreía maléficamente.
Cyrus tragó en seco, se acercó a paso lento al refrigerador y despensa. Dudó por unos momentos, pero luego se decidió por hacer algo sencillo, viendo que solo lo estaban usando como sujeto de prueba. El joven príncipe observó como el pelinegro sacaba alimentos de la nevera y la alacena, a simple vista parecía que Cyrus iba a hacer algún tipo de emparedado. Por el rabillo del ojo, vio como como Saiba se acercaba al aparato de antes. Apretó un par de botones, y en ese momento sucedió. El pelirrojo vio incrédulo como en las paredes se abrieron unos huecos milimétricos en forma de esfera, y de esos hoyos salieron unos objetos a gran velocidad hacia Cyrus. Este no pudo reaccionar a tiempo, terminando golpeado por todo el cuerpo.
Un silencio se apoderó de la sala. Eichi se agachó para recoger uno de los objetos del suelo. Al verlo de cerca, pudo notar que era de un material muy ligero, y al apretarlo con sus dedos, se pudo dar cuenta de que eran muy blandos. Eso no quitaba el hecho de que a esa velocidad, esas pequeñas esferas podían causar un tremendo dolor al impactar. El pelirrojo mayor se acercó a su pupilo y tomó la bola entre sus dedos.
– Como pueden ver, las paredes de esta habitación están llenos de estos agujeros, y puedo disparar estas pequeñas esferas usando la máquina que me vieron utilizar antes – le devolvió la pelota a su alumno, se aclaró la garganta, y prosiguió.
– Eichi, dime. ¿Cuál fue la primera lección que tuviste que aprender? – El pelirrojo menor entrecerró los ojos y respondió.
– Si un cocinero deja de cocinar durante por unos instantes, mientras hace una comida, estando fuera del tiempo de cocción de ese alimento, significa que dicho comestible no será perfecto. – Eichi parpadeó luego de decir eso, y abrió sus ojos ampliamente al ver a lo que quería llegar su maestro. Saiba sonrió al eso
– Parece que adivinaste en lo que consistirá este entrenamiento. Tienes que cocinar algo, cualquier cosa, mientras eres blanco de las esferas de antes y de mis golpes. No tiene que ser algo perfecto, pero si es requisito que no puedes dejar de cocinar en ningún momento, de lo contrario, tendrás que empezar desde el principio. –
Durante toda la explicación, Eichi no dejó de observar fijamente a su maestro. La última vez que el pelirrojo tuvo un entrenamiento así de duro, fue cuando aprendió de su primer maestro, y aun así no era nada comparado con el que tendrá ahora. Cerró sus orbes carmesí por unos segundos, y luego asintió, dando a entender que aceptaba en lo que se estaba metiendo. Saiba buscó algún indicio de duda en el rostro de su alumno. Al no encontrar nada, el pelirrojo mayor se apresuró a decir el último punto del entrenamiento.
– Otra cosa más, el entrenamiento lo harás con una venda en los ojos. – Eichi miró atónito a su maestro cuando este dijo. – Además, las especias se las daré a los cinco cocineros, los cuales se repartirán por toda la sala. – Saiba, al notar la mirada de estos, se apresuró a agregar. – No se preocupen, les avisaré con señas de mano antes de que salgan esferas de la pared para que puedan agacharse. – Los chefs suspiraron de alivio, realmente no querían irse a dormir con moretones por todo el cuerpo. Era algo realmente molesto.
Por otro lado, Eichi estaba petrificado. Cocinar y esquivar con los ojos cerrados era algo que se podía lograr con su memoria eidética, el chico recordaba objetos con solo tocar y sentir su forma, después de todo. Pero, ¿agregar lo de las especias repartidas por toda la sala en manos de unos chefs? ¿Y que estos puedan rotar su posición alrededor de la cocina? Era algo absurdo, y totalmente irrealizable. El joven príncipe inhaló y exhaló varias veces para poder calmarse. Al cabo de unos segundos, consiguió calmarse, mientras meditaba más claramente en la idea de entrenamiento de Saiba.
– Ahora que lo pienso bien, con mi memoria absoluta es posible lograrlo. Tan solo tengo que memorizar la forma de los frascos, para saber a qué especia corresponde. Tendré que fallar algunas ocasiones para lograrlo, pero valdrá la pena – pensó el pelirrojo. Saiba, como si pudiera adivinar los pensamientos de su alumno, sonrío con malicia y agregó una última cosa.
– Por cierto, no creas que me haya olvidado de tu memoria. Los frascos tienen la misma forma y peso. No te servirá de nada memorizarlo. –
Eichi bajó sus hombros en señal de derrota, oficialmente se había convertido en algo completamente imposible. Saiba se río un poco, y se acercó al chico, puso sus manos en los hombros del joven y clavó sus ojos de halcón en los orbes rojizos de este.
– Te daré una ventaja, yo también pienso que es tarea imposible de este modo. Podrás ver a los cocineros que tendrán cada condimento antes de ponerte la venda, y si aún piensas que no se puede lograr… Entonces te mostraré algo. – Retiró sus manos de Eichi, y fue hacia la despensa.
Saiba tardó un minuto en encontrar lo que buscaba, luego se acercó a sus cinco subordinados, tendiéndole a cada uno un frasco pequeño. El pelirrojo suponía que eran los condimentos que se usarían. Para su frustración, notó que los frascos tenían la misma forma, tal como lo había dicho su maestro al principio.
El pelirrojo mayor sacó una venda de su bolsillo, y la colocó sobre sus ojos. Saiba, completamente enceguecido, se acercó a la cocina para comenzar con su “magia”. De la nevera sacó lo que usaría para hacer la comida, mientras, los cocineros comenzaron a moverse en la habitación. Saiba, una vez que dejó los alimentos en la mesa, se quedó quieto por algunos segundos. Luego, con gran agilidad y precisión, comenzó a cocinar sobre un recipiente. El joven príncipe, debido a la gran velocidad de los movimientos de su maestro, no podía observar bien lo que preparaba. Suponía que sería algún tipo de platillo que involucrara el pescado como ingrediente principal, debido a los alimentos que había colocado sobre la mesa anteriormente.
Los cocineros terminaron de acomodarse en la habitación, y justo en ese momento, el pelirrojo mayor hizo lo inesperado. Saiba, aún con el recipiente y cuchara en la mano, se alejó de la mesa. Atónito, Eichi vio cómo se acercó a uno de sus compañeros, tomó el condimento del sorprendido e inmóvil cocinero con la mano que sostenía la cuchara, y echó parte de su contenido en el recipiente. Luego de eso, le devolvió el frasco a su compañero, y se marchó tranquilamente hacia la mesa. Todo aquello, lo hizo como si no tuviera una venda en los ojos; en ningún momento Saiba titubeó en su camino.
El pelirrojo menor tragó en seco, y se decidió por hacerle una pequeña a su maestro. Cautelosamente, se acercó hasta la posición de Cyrus. Jaló de su atuendo de chef, y este miró confusamente al joven príncipe. Eichi hizo un ademán con la mano para que bajara la cabeza.
– Cyrus-san, quiero pedirle un favor. –
El pelirrojo murmuró algo en el oído de su compañero, este asintió con comprensión luego que el pelirrojo terminará de contarle su plan. Eichi se inclinó respetuosamente y volvió a su posición anterior, esperando a que su maestro se decidiera por acercarse a Cyrus y tomar el frasco.
Pasaron cinco minutos hasta que Saiba se decidiera por abandonar la mesa otra vez. El joven príncipe trago en seco al observar que el pelirrojo mayor se dirigía hacia Cyrus, este giro la cabeza en dirección hacia Eichi; y el simplemente asintió. Cautelosamente, el cocinero empezó a caminar hacia su derecha; para su sorpresa, Saiba en vez de seguir en línea recta, se desvió de su camino y siguió a su subordinado. Desesperado, Cyrus volvió a cambiar de sentido; y el dueño volvió a hacer lo mismo de antes. El proceso se repitió unas tres veces, incluso Cyrus había aumentado su ritmo y velocidad… Hasta que Saiba se agachó; y luego, saltó encima del pobre cocinero. Flojamente tomó el contenedor de su mano, vertió parte de su contenido en el recipiente, se levantó; y volvió a la mesa silbando, mientras que en el suelo, Cyrus se retorcía de dolor debido a lo que sucedió antes. Pobre tipo, ya fueron dos veces que tuvo que ser usado como conejillo de indias. Si la situación no hubiera sido tan seria, posiblemente Eichi y el resto se hubieran partido de la risa.
Una gota de sudor caía por la siendo del joven pelirrojo, sus sospechas se habían confirmado. De alguna forma, Saiba podía ver, aunque tuviera una venda en los ojos. En un principio, Eichi sospechó que la tela que cubría los ojos de su maestro era transparente; pero luego de ver que el material era completamente negro, descartó ese pensamiento de su mente. Además, su maestro era una persona honorable; el pelirrojo tenía la certeza que Saiba prefería la muerte, antes que usar trucos tan sucios y baratos.
Mientras pensaba en algunas explicaciones de como su maestro logró hacer eso, el joven príncipe perdió la noción del tiempo. Es por eso mismo, que se sobresaltó cuando una mano se posó en su hombro, llegando incluso a dar un pequeño salto.
– ¿Qué te pareció? Este viejo aún tiene unos trucos guardados por ahí – se jactó arrogantemente el dueño.
Eichi parpadeó por algunos segundos y luego giró su cabeza hacia la cocina. Allí, en la mesa, se hallaba un humeante plato de pastel de atún, con verduras como acompañamiento. El joven príncipe, atónito, giró su cabeza lentamente de derecha a izquierda. No podía creerlo, en verdad su maestro pudo cocinar algo decente con todas esas limitaciones, no le encontraba explicación alguna a lo sucedido. El joven sabía que tenía muchas cosas que aprender, su primer maestro le dijo que el mundo era mucho más grande detrás de las paredes de Péndragon, pero lo que hizo el dueño superaba toda lógica.
– Eichi, se me olvidó una cosa – la voz de su maestro le sacó de sus cavilaciones. Miró con algo de confusión como, además del pañuelo blanco, le tendía unas pulseras y tobilleras rojas, una expresión algo terrorífica se podía notar en su rostro. El pelirrojo dio un paso hacia atrás al observar aquello. Algo le decía que la dificultad del entrenamiento se había duplicado de un momento a otro…
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Se podía apreciar una habitación simple, de madera y poca decoración. Al fondo se hallaba una cama de plaza y media, y justo encima se podía observar una ventana que tiene vista hacia el mar; la luz de la luna ilumina la alcoba gracias a aquello. A un costado se encontraba un pequeño escritorio con algunas fotos encima, pero nada fuera de lo común. Todo estaba tranquilo… Hasta que la puerta se abrió de golpe, dejando ver a un desaliñado pelirrojo. Eichi caminó lentamente hasta la cama, casi como si de un caracol se tratase, y se dejó caer… Aunque, debido a ciertos objetos, el colchón terminó algo hundido.
El joven príncipe gruñó debido al cansancio y dolor que sentía, ya ni siquiera le quedaban fuerzas para ir al baño y cambiarse de ropa. ¿Razón de eso? Simplemente el entrenamiento había sido brutal. Las pulseras y tobilleras resultaron ser pesas que se podían adaptar, lo cual hizo que la dificultad del entrenamiento se incrementara casi hasta el triple. Se pasó la mayor parte del día intentado adaptarse al peso extra (el doble del suyo), por lo que no tuvo gran avance en lo que vendría siendo el “plato” principal de su entrenamiento. Y eso que el pelirrojo aún no entendía cómo fue que su maestro logró tal hazaña de antes. Tampoco iba a pensar mucho en eso; tarde o temprano terminaría descubriendo el truco.
Eichi suspiró y se dejó caer al suelo, estremeciéndose al provocar un sonoro ruido debido al choque entre sus pesas y la madera. Esperó por algunos minutos, y al ver que no venía nadie a investigar, decidió empezar su segundo entrenamiento del día, uno que estaba acostumbrado a realizar por las noches desde hace años. Con dificultad, el joven pelirrojo intento reincorporase para poder colocarse en una pose de meditación. Aún le costaba mover sus articulaciones a voluntad; tendría practicar todos los días para poder recuperar su movilidad normal de antes.
Una vez que logró realizar la pose, el príncipe de Péndragon cerró los ojos y se dejó llevar. Era una técnica que le enseñó su primer maestro; consistía en borrar todo pensamiento innecesario y dejar que tu chakra (energía usada por los que practicaban esa rama de combate) fluyera dentro de tu cuerpo por todos los rincones. Su mentor, de nombre Ector, solía decir que el cuerpo humano nunca podía alcanzar su máximo de forma común. Por lo general, la mayoría de las personas solo podían usar, a penas, el veinte por ciento de todo su potencial. Fue por eso que Ector inventó un estilo de combate único, que luego se lo pasó a su aprendiz, o sea Eichi.
La técnica que estaba realizando ahora era una de las más fáciles de aprender, además era la base de las avanzadas. Una vez dominada, debido al estado meditativo del usuario, se podía ver mentalmente los puntos de chakra distribuidos a través del cuerpo humano; eran siete en total. ¿Cómo se podían definir? Ector solía decir que esos puntos limitaban el potencial de in individuo, y que una vez que todos fueran abiertos, la persona alcanzaría un poder inigualable.
Eichi se encontraba en un trance meditativo e ignoraba todo lo que ocurría en su entorno. Interiormente, el joven estaba viendo la representación de sus siete puntos de chakra. Una peculiaridad era que los esquemas mentales iban variando dependiendo del individuo. Algunos lo veían como circulitos o distintas figuras geométricas, pero el caso del pelirrojo era distinto. Sus puntos estaban representados como flores de distintos colores, y cada pétalo que caía significaba lo cerca que estaba el pelirrojo de abrir uno de los límites. El príncipe miraba en específico a dos de las flores: la roja y la verde. ¿Qué las diferenciaban del resto? Era que ambas habían perdido un pétalo. ¿Cómo? Eso el joven no podía explicárselo. Ector nunca le explicó los requerimientos exactos para abrir cada una, tan solo le dijo que el mismo lo descubriría con el tiempo.
Eichi lentamente abrió los ojos y miró al techo. Tenía una vaga sospecha de lo que sucedió que esos dos pétalos cayeran, pero aún no tenía los fundamentos suficientes para corroborarlo. El joven suspiró, se levantó del suelo con cuidado y se dejó caer en la cama. Por lo próximo, tan solo se aseguraría de seguir con el entrenamiento de Saiba. Si sus sospechas eran ciertas, entonces mataría dos pájaros de un tiro.
– Oye Eichi, me estaba preguntando. ¿Por qué estás tan callado hoy? – Dijo el cocinero.
El príncipe no respondió de inmediato, cerró los ojos y meditó sobre su accionar últimamente. Habían pasado nueve meses desde que Eichi se convirtió en el aprendiz del propietario del restaurante, en aquel entonces se le pasó por la cabeza que él no lo aceptaría. No después de ese incidente en el que cierto agente del gobierno hizo un escándalo dentro del baratie, terminando con el pelirrojo “secuestrado”. El joven se estremeció e intentó guardar ese recuerdo en lo más profundo de su mente; eran momentos como esos que lamentaba tener memoria eidética. Luego de que el chico volviera al barco flotante, éste le explicó lo que pasó al dueño. Se sorprendió mucho cuando Saiba aceptó lo que dijo así nada más, luego de eso decidió tomarlo como alumno y dejó bien en claro que no aceptaría un no como respuesta. Cuando Eichi le preguntó el porqué, éste simplemente le dijo que no podía dejar que un diamante en bruto como él se fuera sin pulir sus habilidades.
Desde entonces, el joven pelirrojo pasó de ser camarero a ser discípulo de chef. Durante meses aprendió muchas cosas del dueño, sobre todo en cómo mejorar la calidad de sus platos; pero eso cambió hace un par de días atrás. No le malentiendan, progresó mucho ese último tiempo, y sus platillos mejoraron un montón. Pero entonces, ¿qué era lo que faltaba? La respuesta llegó un día cuando vio por primera vez al dueño cocinar de forma seria debido a unos clientes “difíciles”. Esa rapidez, agilidad y destreza en la cocina… Verdaderamente, él nunca había visto nada igual en su vida. Desde ese momento el joven aprendiz pensó, ¿cómo podría el aprender a moverse así en la cocina? Ese pensamiento rondaba por su cabeza estos días y, hasta el momento, no había podido discutirlo con el maestro debido a que nunca podía pillarlo a solas. Normalmente su entrenamiento ocurría en frente de todos, y Saiba dio la orden de no molestarlo en su camarote a menos que fuera una emergencia.
– No… Es nada – empezó a hablar suavemente el pelirrojo, mientras abría los ojos y clavaba sus orbes rojos sobre su compañero de trabajo –Es solo que he querido hablar algo con el maestro desde hace ya un tiempo. – Mark miró confusamente a Eichi. Abrió la boca para decirle algo, pero al ver a la persona que se encontraba detrás de él, se alejó levemente con nerviosismo.
– Jo, entonces, ¿por qué no has dicho nada enano?. – Una voz profunda se escuchó detrás del joven príncipe, causando que un estremecimiento recorriera la espalda de éste.
Lentamente, se volteó, sabiendo muy bien de quien se trataba. Era un hombre alto y fornido, vestía una camiseta negra y un delantal blanco en su parte baja. El sujeto tenía pelo rojo, de un color más oscuro que el del aprendiz de cocinero, y lo llevaba amarrado en una cola de caballo. Sus penetrantes ojos de halcón estaban clavados en el chico. El pelirrojo bajó los hombros en señal de derrota, sabiendo muy bien que no había forma de escapar; Saiba era muy severo en casos de debilidad. No es que fuera un abusador, la cuestión era que sus castigos variaban desde lo vergonzoso hasta tareas difíciles, y eso ponía nervioso a sus subordinados
– Pues, verá – comenzó a explicar Eichi, inicialmente con voz tímida y baja –Todo este tiempo solo me ha enseñado a cómo mejorar mis platos… Pero yo quiero aprender más que eso. Luego de ver como se movía ese día en la cocina, me di cuenta que aún debo mejorar mucho. Así que, por favor, enséñeme a ser como usted. – Durante todo su discurso, el joven pelirrojo no rompió nunca contacto visual con su maestro.
Saiba miró sorprendido a su pupilo durante algunos segundos, esa fue quizás una de las pocas veces en las que Eichi había hablado más de la cuenta, incluso llegó a levantar su voz a lo largo de su explicación, cosa que era considerado muy raro para sus estándares. Luego sonrío y se echó reír bajo la mirada estupefacta del chico y de todo el personal. Al cabo de unos segundos se calmó, para luego observar al joven seriamente.
– ¿Estás seguro enano? Ten en cuenta que podrías morir en este entrenamiento – dijo con la mejor voz convincente que pudiera lograr. Era coña lo de que podría estirar las piernas, a lo más terminaría con moretones por todo el cuerpo y no se podría sentar durante algún tiempo. Saiba quería ver que tan lejos podía llegar la determinación del chico teniendo una sentencia así encima.
Eichi cerró los ojos por unos segundos y luego los abrió de par en par, clavándolos fijamente en su maestro.
– Señor, con todo respeto. Elegí mi camino desde hace mucho tiempo atrás. Si me rindo ahora, sería como mancillar la memoria de mi hermano y en la oportunidad de vivir que me dio. – Eichi ya había tomado una decisión, el solo hecho de mencionar a su gemelo hace dar cuenta de cuan serio estaba. Él era un perfeccionista, y llevaría a cabo su meta por cualquier medio posible, incluso si tuviera que enfrentar a la muerte otra vez. El dueño no dijo nada durante unos momentos, luego se echó a reír nuevamente.
– Lo siento chico, pero no podré enseñarte a ser como yo – empezó a decir Saiba luego de que dejó de carcajearse. Al ver la mirada baja de Eichi, se apresuró a agregar – pero te enseñaré mis armas más esenciales. Ninguna persona es igual a otra, después de todo. Luego de que termine contigo tendrás tu propio estilo. Quien sabe, tal vez en algunos años logres superarme. – Le sonrió desafiante al joven pelirrojo. Eichi se mantuvo sereno por unos momentos, pero luego le devolvió la sonrisa a su maestro.
Saiba soltó una risilla pequeña y le hizo un gesto con la mano al pelirrojo para que le siguiera. Éste se acercó hasta él, y prosiguieron a salir de la cocina. Justo cuando ambos cruzaban el umbral de la cocina, el dueño se detuvo abruptamente, causando que Eichi estrellara su cara con la espalda de este. Mientras el joven frotaba su cara con dolor, el pelirrojo mayor miró a los demás miembros del personal.
– Cierto, casi lo olvido. – Saiba se frotó la nuca con su mano derecha mientras observaba fijamente a los nerviosos chefs. Luego de unos momentos, apuntó con su mano a cinco personas.
– Muy bien, decidido. Ustedes me ayudaran con el entrenamiento del chico. – Una vez que dijo eso, se dio la vuelta y salió, finalmente, de la cocina.
Los miembros del personal se miraron perplejos, pero luego suspiraron y siguieron a su jefe. Eichi dudó por algunos segundos, pero luego siguió a los demás, mientras se preguntaba qué clase de entrenamiento tendría ahora. El hecho que Saiba haya pedido ayuda a otros no era exactamente normal.
Mientras caminaban, el joven se dio cuenta de que se dirigían a la parte más baja del baratie, un sector al que Saiba denegaba su acceso a los demás miembros. Nadie, excepto el jefe, sabía lo que se guardaba en lo más bajo del restaurante. Eichi tragó en seco cuando se detuvieron, frente a ellos se encontraba una puerta gris, a sus alrededores solo había paredes blancas sin ningún tipo de adorno. El pelirrojo mayor se dio la vuelta y confrontó a sus subordinados.
– Muy bien, antes que nada. Todo lo que verán aquí es estrictamente confidencial, ustedes cinco son los más veteranos de este restaurante, por lo que confío plenamente en ustedes. Si pillo a alguien hablando de este lugar… Bueno, esa persona deseara no haber nacido. ¿Entendido? – Una sonrisa terrorífica apareció en su rostro al final de ese pequeño discurso, como para enfatizar su punto. Eichi y el resto de los veteranos asintieron rápidamente con nerviosismo, en verdad Saiba era una persona de temer.
El jefe sacudió su cabeza divertido al ver el rostro de sus trabajadores y su aprendiz. Se dio la vuelta, sacó una llave de su bolsillo, la insertó en la ranura de la manilla y quitó el seguro. Giró el pomo y abrió la entrada. Saiba entró a la habitación e hizo una seña con la mano para que los demás entraran. Eichi cerró los ojos por unos segundos, luego los abrió y, decidido, entró al cuarto. Lo primero que notó una vez dentro, era la blancura del lugar. Literalmente, todo era de color blanco: paredes, muebles y suelo. Segundo, en el centro de la habitación se encontraba una cocina completa. Había una nevera conectada a esta, y una especie de despensa al costado de esta, en la que, suponía pelirrojo, se encontraban distintos tipos de alimentos y los utensilios para cocinar. Para terminar, a un costado de la entrada, se podía ver una especie de aparato, el cual tiene una función desconocida para el pelirrojo por el momento.
A fin de cuentas, era una cocinilla simple, pero entonces, ¿qué era lo que hacía esta que esta habitación fuera especial? La respuesta era sencilla… El cuarto era inmenso. La sala era cuatro veces más grande que la cocina principal del baratie, lo que permitía que uno pudiera moverse, sin dificultad, por este. El pelirrojo miraba atónito a su alrededor, hasta que la mano de Saiba se posó en su hombro, devolviéndolo a la realidad.
– Deben de preguntarse por qué esta habitación tiene este estilo, ¿no? – Señaló a las once personas que lo acompañaban, estos asintieron dudosamente.
– Iba a explicarlo… Pero es mejor que se los muestre. Cyrus – señaló a un hombre de estatura baja y pelo negro azulado – intenta hacer cocinar algo, cualquier cosa. El refrigerador está lleno, y en la despensa hay especias y utensilios. – Saiba se cruzó de brazos, mientras sonreía maléficamente.
Cyrus tragó en seco, se acercó a paso lento al refrigerador y despensa. Dudó por unos momentos, pero luego se decidió por hacer algo sencillo, viendo que solo lo estaban usando como sujeto de prueba. El joven príncipe observó como el pelinegro sacaba alimentos de la nevera y la alacena, a simple vista parecía que Cyrus iba a hacer algún tipo de emparedado. Por el rabillo del ojo, vio como como Saiba se acercaba al aparato de antes. Apretó un par de botones, y en ese momento sucedió. El pelirrojo vio incrédulo como en las paredes se abrieron unos huecos milimétricos en forma de esfera, y de esos hoyos salieron unos objetos a gran velocidad hacia Cyrus. Este no pudo reaccionar a tiempo, terminando golpeado por todo el cuerpo.
Un silencio se apoderó de la sala. Eichi se agachó para recoger uno de los objetos del suelo. Al verlo de cerca, pudo notar que era de un material muy ligero, y al apretarlo con sus dedos, se pudo dar cuenta de que eran muy blandos. Eso no quitaba el hecho de que a esa velocidad, esas pequeñas esferas podían causar un tremendo dolor al impactar. El pelirrojo mayor se acercó a su pupilo y tomó la bola entre sus dedos.
– Como pueden ver, las paredes de esta habitación están llenos de estos agujeros, y puedo disparar estas pequeñas esferas usando la máquina que me vieron utilizar antes – le devolvió la pelota a su alumno, se aclaró la garganta, y prosiguió.
– Eichi, dime. ¿Cuál fue la primera lección que tuviste que aprender? – El pelirrojo menor entrecerró los ojos y respondió.
– Si un cocinero deja de cocinar durante por unos instantes, mientras hace una comida, estando fuera del tiempo de cocción de ese alimento, significa que dicho comestible no será perfecto. – Eichi parpadeó luego de decir eso, y abrió sus ojos ampliamente al ver a lo que quería llegar su maestro. Saiba sonrió al eso
– Parece que adivinaste en lo que consistirá este entrenamiento. Tienes que cocinar algo, cualquier cosa, mientras eres blanco de las esferas de antes y de mis golpes. No tiene que ser algo perfecto, pero si es requisito que no puedes dejar de cocinar en ningún momento, de lo contrario, tendrás que empezar desde el principio. –
Durante toda la explicación, Eichi no dejó de observar fijamente a su maestro. La última vez que el pelirrojo tuvo un entrenamiento así de duro, fue cuando aprendió de su primer maestro, y aun así no era nada comparado con el que tendrá ahora. Cerró sus orbes carmesí por unos segundos, y luego asintió, dando a entender que aceptaba en lo que se estaba metiendo. Saiba buscó algún indicio de duda en el rostro de su alumno. Al no encontrar nada, el pelirrojo mayor se apresuró a decir el último punto del entrenamiento.
– Otra cosa más, el entrenamiento lo harás con una venda en los ojos. – Eichi miró atónito a su maestro cuando este dijo. – Además, las especias se las daré a los cinco cocineros, los cuales se repartirán por toda la sala. – Saiba, al notar la mirada de estos, se apresuró a agregar. – No se preocupen, les avisaré con señas de mano antes de que salgan esferas de la pared para que puedan agacharse. – Los chefs suspiraron de alivio, realmente no querían irse a dormir con moretones por todo el cuerpo. Era algo realmente molesto.
Por otro lado, Eichi estaba petrificado. Cocinar y esquivar con los ojos cerrados era algo que se podía lograr con su memoria eidética, el chico recordaba objetos con solo tocar y sentir su forma, después de todo. Pero, ¿agregar lo de las especias repartidas por toda la sala en manos de unos chefs? ¿Y que estos puedan rotar su posición alrededor de la cocina? Era algo absurdo, y totalmente irrealizable. El joven príncipe inhaló y exhaló varias veces para poder calmarse. Al cabo de unos segundos, consiguió calmarse, mientras meditaba más claramente en la idea de entrenamiento de Saiba.
– Ahora que lo pienso bien, con mi memoria absoluta es posible lograrlo. Tan solo tengo que memorizar la forma de los frascos, para saber a qué especia corresponde. Tendré que fallar algunas ocasiones para lograrlo, pero valdrá la pena – pensó el pelirrojo. Saiba, como si pudiera adivinar los pensamientos de su alumno, sonrío con malicia y agregó una última cosa.
– Por cierto, no creas que me haya olvidado de tu memoria. Los frascos tienen la misma forma y peso. No te servirá de nada memorizarlo. –
Eichi bajó sus hombros en señal de derrota, oficialmente se había convertido en algo completamente imposible. Saiba se río un poco, y se acercó al chico, puso sus manos en los hombros del joven y clavó sus ojos de halcón en los orbes rojizos de este.
– Te daré una ventaja, yo también pienso que es tarea imposible de este modo. Podrás ver a los cocineros que tendrán cada condimento antes de ponerte la venda, y si aún piensas que no se puede lograr… Entonces te mostraré algo. – Retiró sus manos de Eichi, y fue hacia la despensa.
Saiba tardó un minuto en encontrar lo que buscaba, luego se acercó a sus cinco subordinados, tendiéndole a cada uno un frasco pequeño. El pelirrojo suponía que eran los condimentos que se usarían. Para su frustración, notó que los frascos tenían la misma forma, tal como lo había dicho su maestro al principio.
El pelirrojo mayor sacó una venda de su bolsillo, y la colocó sobre sus ojos. Saiba, completamente enceguecido, se acercó a la cocina para comenzar con su “magia”. De la nevera sacó lo que usaría para hacer la comida, mientras, los cocineros comenzaron a moverse en la habitación. Saiba, una vez que dejó los alimentos en la mesa, se quedó quieto por algunos segundos. Luego, con gran agilidad y precisión, comenzó a cocinar sobre un recipiente. El joven príncipe, debido a la gran velocidad de los movimientos de su maestro, no podía observar bien lo que preparaba. Suponía que sería algún tipo de platillo que involucrara el pescado como ingrediente principal, debido a los alimentos que había colocado sobre la mesa anteriormente.
Los cocineros terminaron de acomodarse en la habitación, y justo en ese momento, el pelirrojo mayor hizo lo inesperado. Saiba, aún con el recipiente y cuchara en la mano, se alejó de la mesa. Atónito, Eichi vio cómo se acercó a uno de sus compañeros, tomó el condimento del sorprendido e inmóvil cocinero con la mano que sostenía la cuchara, y echó parte de su contenido en el recipiente. Luego de eso, le devolvió el frasco a su compañero, y se marchó tranquilamente hacia la mesa. Todo aquello, lo hizo como si no tuviera una venda en los ojos; en ningún momento Saiba titubeó en su camino.
El pelirrojo menor tragó en seco, y se decidió por hacerle una pequeña a su maestro. Cautelosamente, se acercó hasta la posición de Cyrus. Jaló de su atuendo de chef, y este miró confusamente al joven príncipe. Eichi hizo un ademán con la mano para que bajara la cabeza.
– Cyrus-san, quiero pedirle un favor. –
El pelirrojo murmuró algo en el oído de su compañero, este asintió con comprensión luego que el pelirrojo terminará de contarle su plan. Eichi se inclinó respetuosamente y volvió a su posición anterior, esperando a que su maestro se decidiera por acercarse a Cyrus y tomar el frasco.
Pasaron cinco minutos hasta que Saiba se decidiera por abandonar la mesa otra vez. El joven príncipe trago en seco al observar que el pelirrojo mayor se dirigía hacia Cyrus, este giro la cabeza en dirección hacia Eichi; y el simplemente asintió. Cautelosamente, el cocinero empezó a caminar hacia su derecha; para su sorpresa, Saiba en vez de seguir en línea recta, se desvió de su camino y siguió a su subordinado. Desesperado, Cyrus volvió a cambiar de sentido; y el dueño volvió a hacer lo mismo de antes. El proceso se repitió unas tres veces, incluso Cyrus había aumentado su ritmo y velocidad… Hasta que Saiba se agachó; y luego, saltó encima del pobre cocinero. Flojamente tomó el contenedor de su mano, vertió parte de su contenido en el recipiente, se levantó; y volvió a la mesa silbando, mientras que en el suelo, Cyrus se retorcía de dolor debido a lo que sucedió antes. Pobre tipo, ya fueron dos veces que tuvo que ser usado como conejillo de indias. Si la situación no hubiera sido tan seria, posiblemente Eichi y el resto se hubieran partido de la risa.
Una gota de sudor caía por la siendo del joven pelirrojo, sus sospechas se habían confirmado. De alguna forma, Saiba podía ver, aunque tuviera una venda en los ojos. En un principio, Eichi sospechó que la tela que cubría los ojos de su maestro era transparente; pero luego de ver que el material era completamente negro, descartó ese pensamiento de su mente. Además, su maestro era una persona honorable; el pelirrojo tenía la certeza que Saiba prefería la muerte, antes que usar trucos tan sucios y baratos.
Mientras pensaba en algunas explicaciones de como su maestro logró hacer eso, el joven príncipe perdió la noción del tiempo. Es por eso mismo, que se sobresaltó cuando una mano se posó en su hombro, llegando incluso a dar un pequeño salto.
– ¿Qué te pareció? Este viejo aún tiene unos trucos guardados por ahí – se jactó arrogantemente el dueño.
Eichi parpadeó por algunos segundos y luego giró su cabeza hacia la cocina. Allí, en la mesa, se hallaba un humeante plato de pastel de atún, con verduras como acompañamiento. El joven príncipe, atónito, giró su cabeza lentamente de derecha a izquierda. No podía creerlo, en verdad su maestro pudo cocinar algo decente con todas esas limitaciones, no le encontraba explicación alguna a lo sucedido. El joven sabía que tenía muchas cosas que aprender, su primer maestro le dijo que el mundo era mucho más grande detrás de las paredes de Péndragon, pero lo que hizo el dueño superaba toda lógica.
– Eichi, se me olvidó una cosa – la voz de su maestro le sacó de sus cavilaciones. Miró con algo de confusión como, además del pañuelo blanco, le tendía unas pulseras y tobilleras rojas, una expresión algo terrorífica se podía notar en su rostro. El pelirrojo dio un paso hacia atrás al observar aquello. Algo le decía que la dificultad del entrenamiento se había duplicado de un momento a otro…
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Se podía apreciar una habitación simple, de madera y poca decoración. Al fondo se hallaba una cama de plaza y media, y justo encima se podía observar una ventana que tiene vista hacia el mar; la luz de la luna ilumina la alcoba gracias a aquello. A un costado se encontraba un pequeño escritorio con algunas fotos encima, pero nada fuera de lo común. Todo estaba tranquilo… Hasta que la puerta se abrió de golpe, dejando ver a un desaliñado pelirrojo. Eichi caminó lentamente hasta la cama, casi como si de un caracol se tratase, y se dejó caer… Aunque, debido a ciertos objetos, el colchón terminó algo hundido.
El joven príncipe gruñó debido al cansancio y dolor que sentía, ya ni siquiera le quedaban fuerzas para ir al baño y cambiarse de ropa. ¿Razón de eso? Simplemente el entrenamiento había sido brutal. Las pulseras y tobilleras resultaron ser pesas que se podían adaptar, lo cual hizo que la dificultad del entrenamiento se incrementara casi hasta el triple. Se pasó la mayor parte del día intentado adaptarse al peso extra (el doble del suyo), por lo que no tuvo gran avance en lo que vendría siendo el “plato” principal de su entrenamiento. Y eso que el pelirrojo aún no entendía cómo fue que su maestro logró tal hazaña de antes. Tampoco iba a pensar mucho en eso; tarde o temprano terminaría descubriendo el truco.
Eichi suspiró y se dejó caer al suelo, estremeciéndose al provocar un sonoro ruido debido al choque entre sus pesas y la madera. Esperó por algunos minutos, y al ver que no venía nadie a investigar, decidió empezar su segundo entrenamiento del día, uno que estaba acostumbrado a realizar por las noches desde hace años. Con dificultad, el joven pelirrojo intento reincorporase para poder colocarse en una pose de meditación. Aún le costaba mover sus articulaciones a voluntad; tendría practicar todos los días para poder recuperar su movilidad normal de antes.
Una vez que logró realizar la pose, el príncipe de Péndragon cerró los ojos y se dejó llevar. Era una técnica que le enseñó su primer maestro; consistía en borrar todo pensamiento innecesario y dejar que tu chakra (energía usada por los que practicaban esa rama de combate) fluyera dentro de tu cuerpo por todos los rincones. Su mentor, de nombre Ector, solía decir que el cuerpo humano nunca podía alcanzar su máximo de forma común. Por lo general, la mayoría de las personas solo podían usar, a penas, el veinte por ciento de todo su potencial. Fue por eso que Ector inventó un estilo de combate único, que luego se lo pasó a su aprendiz, o sea Eichi.
La técnica que estaba realizando ahora era una de las más fáciles de aprender, además era la base de las avanzadas. Una vez dominada, debido al estado meditativo del usuario, se podía ver mentalmente los puntos de chakra distribuidos a través del cuerpo humano; eran siete en total. ¿Cómo se podían definir? Ector solía decir que esos puntos limitaban el potencial de in individuo, y que una vez que todos fueran abiertos, la persona alcanzaría un poder inigualable.
Eichi se encontraba en un trance meditativo e ignoraba todo lo que ocurría en su entorno. Interiormente, el joven estaba viendo la representación de sus siete puntos de chakra. Una peculiaridad era que los esquemas mentales iban variando dependiendo del individuo. Algunos lo veían como circulitos o distintas figuras geométricas, pero el caso del pelirrojo era distinto. Sus puntos estaban representados como flores de distintos colores, y cada pétalo que caía significaba lo cerca que estaba el pelirrojo de abrir uno de los límites. El príncipe miraba en específico a dos de las flores: la roja y la verde. ¿Qué las diferenciaban del resto? Era que ambas habían perdido un pétalo. ¿Cómo? Eso el joven no podía explicárselo. Ector nunca le explicó los requerimientos exactos para abrir cada una, tan solo le dijo que el mismo lo descubriría con el tiempo.
Eichi lentamente abrió los ojos y miró al techo. Tenía una vaga sospecha de lo que sucedió que esos dos pétalos cayeran, pero aún no tenía los fundamentos suficientes para corroborarlo. El joven suspiró, se levantó del suelo con cuidado y se dejó caer en la cama. Por lo próximo, tan solo se aseguraría de seguir con el entrenamiento de Saiba. Si sus sospechas eran ciertas, entonces mataría dos pájaros de un tiro.
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