Childhood (Pasado/privado) (Neo-Alyss)

Las gruesas cortinas que evitaban que la luz del sol se filtrara en la habitación, ahora que ya había llegado el día, fueron abiertas de par en par en un momento,  provocando un ruido irritante, al deslizarse los aros que las mantenían sujetas, sobre la barandilla de latón de las que colgaban. Acompañando a dicho sonido, como si no fuera lo suficientemente estridente para despertar a la pequeña que dormía en la habitación, la sirvienta decidió alzar la voz para indicarle a la pequeña que debía bajar a desayunar con sus padres. La niña, a modo de respuesta, hizo una mueca de desagrado, al tiempo que se volteaba quejándose por la luz que golpeó su rostro  y por el ruido, volviendo a dormitar a los segundos.

-Señorita Alice... Señorita, su padre se enojará conmigo si no baja... ¡Señorita! - Dijo suplicante la mujer, ya entrada en años, antes de agarrar la manta con la que se cubría la niña y quitársela de encima, para después agarrar un florero que decoraba la mesilla de noche de la niña. -Por favor, no me obligue a...- No pudo terminar la frase y casi se le cayó el recipiente al suelo por culpa de Alyss, quien se puso en pie de un brinco, quedando casi a la altura de la señora, por estar encima de la cama.

- ¡Buenos días!- Exclamó Alice, antes de ponerse a dar brincos en la cama, para alcanzar el borde de la cama que se encontrara más cercano a la puerta. Una vez ahí, saltó hasta el suelo y echó a correr fuera de su cuarto, para ir al comedor, dejando a la sirvienta con las palabras en la boca.

-Todos los días lo mismo... Al menos se ve que está más alegre que de costumbre. Este viaje le está haciendo bien.- Murmuró la mujer, que se quedó en el cuarto para hacer su labor.

Y ciertamente, a pesar de que la pequeña siempre había tenido ese aire alegre que animaba a todos en su casa, nunca había podido ver nada fuera de su pequeño mundo. Por eso, el estar en una isla distinta, en un lugar desconocido. Hacía que cada día se levantara más y más emocionada... Motivo por el que la casa de campo de sus padres, que resaltaba entre las demás viviendas del lugar, por muy "humilde" que ellos la considerasen, se le había quedado pequeña ya. Aunque había un mundo inmenso ahí fuera.

-No, Alice. No puedes salir de la casa. Ya lo hemos hablado. - Contestó su padre en tono cortante, haciendo de la hora del desayuno algo incómodo para la niña. Aunque esta seguía sin rendirse.

-Pero papá. No me alejaré mucho de casa... Solo daré un... - Replicó ella con su suave voz y con cara apenada, mientra apretaba entre sus pequeñas manos la tela de su blusa.

-He dicho que no. Y se acabó.- Cortó él al tiempo que golpeaba con su bastón el suelo. -Solo tienes cinco años. ¿Crees que cualquiera dejaría a sus hijos fuera con esa edad? -

-Pero el otro día vi niños de mi edad jugando. ¡Les vi desde mi ventana!- Se quejó mientras se le sonrojaban las mejillas de rabia.

-Esos niños no son tú. Yo soy tu padre y harás lo que te diga. - Y tras añadir eso, el hombre se terminó su café de un trago y salió de la habitación. Su esposa, que se mantuvo  a un lado mientras la conversación, se levantó y arrodilló junto a la silla de su hija, quien estaba cabizbaja y  se aguantaba las ganas de llorar.

-Alice... Debes entender que  él solo quiere lo mejor para su hija... - Dijo mientras besaba su cabello, apartando un mecho que le ocultaba parte de la cara a la niña. Alyss asintió, antes de levantarse de la mesa e ir a asearse y cambiarse.

Una vez hecho esto, fue a ver a su madre y le pidió a esta permiso para salir a jugar al jardín, ya que no la dejaban salir fuera. Esta aceptó su petición y la niña  se marchó a jugar ahí con sus muñecas. Sin embargo, las muñecas se convirtieron en algo secundario al ver algo que a la chica le resultó sospechoso. Una sombra acababa de moverse entre los arbustos. Movida por su curiosidad, la pequeña se dirigió hacia dichos matojos, encontrándose con lo que parecía un perro.  La chica retrocedió al ver lo grande que era y el hecho de que no estuviera atado. Este se quedó mirándola también, la olfateó y salió corriendo tras gruñirle.   Normalmente, cualquier niña como ella hubiera regresado, llorando, al lado de su madre.  Pero ella era un poco peculiar en esos aspectos. Lo que hizo, en cambio, fue salir corriendo detrás del animal.  encontrándose en su persecución con algo que podría ser el principio de su gran aventura.  Una parte del muro, bastante importante, estaba roto, pero el agujero se mantenía oculto gracias a unas enredaderas. Alyss no titubeo. Apartó las enredaderas y se metió en el agujero, esperando no haber hecho una mala decisión.

-¡Neo! ¡Ten cuidado, cariño! ¡Neo, que te vas a caer! ¡Neo...!

Y así se podría resumir bastante bien los primeros... ¿Siete, ocho años de la vida de Neo? Quizá fuera hasta los nueve o diez, pero la verdad es que siempre acababa haciendo lo que él quería y, claro, eso borra sutilmente la objetividad con la que se ven las cosas. Aunque bueno, ¿qué más dará? Por aquella época era un crío bastante alegre y despreocupado.

Para qué negarlo: la edad de los siete es una maravilla. Y parecía ser que nuestro pequeño, más pequeño si cabe que en la actualidad (no mucho más de ochenta centímetros de altura), la aprovechaba como si no hubiera un mañana. Las clases le estaban resultando bastante sencillas, así que se pasaba las tardes jugando por el pequeño pueblo en el que vivía. Si no conocía a todos los niños -y a la mayoría de adultos con los que más de una vez se había tropezado-, no le faltarían mucho más que uno o dos. Era como completar la pokedex infantil. ¿Que qué es una pokedex? Yo qué sé, será una de estas cosas modernas que tanto le gusta a los niños. Callaos y seguid leyendo, hombre.

-Neo, papá y yo nos vamos a hacer la compra, ¿crees que...?

Antes siquiera de que la madre pudiera terminar la frase nuestro pequeño ya había salido de la casa por la ventana. A duras penas, ya que estaba a una altura casi inaccesible si no usaba una silla para alcanzarla. De fondo mientras Neo "huía" se pudo escuchar a su madre llamándolo por su nombre completo, cosa que desde siempre había odiado. ¿Por qué tenía nombre de fruta? Un apellido vale, nunca tienen mucho sentido pero... ¿Sandía?

Como de costumbre, antes que nada y para olvidarse un poco de que sus padres tuvieran hambre cuando él nació, decidió comprarse un par de gominolas, más exactamente unas cuantas bolas de un par de centímetros de diámetro de diversos sabores: fresa, naranja, kiwi, uva... La que nunca se compraba era la de sandía. ¿Por qué sería, verdad? Se llevó una a la boca y la disfrutó un par de segundos. Su textura hacía que la pudiera disfrutar unos cinco minutos como triturarla y comérsela de golpe.

Hasta que los padres terminaran de comprar -o probablemente hasta que anocheciera- Neo tenía la libertad de hacer lo que quisiera. La mayoría de sus amigos estaban de vacaciones fuera de la isla y, algunos otros, encerrados en sus casas estudiando por obligación de la familia.

-Jo... ¿Y qué hago yo ahora todo el día? Puede que Yuri ya haya terminado de estudiar...- esbozó una leve sonrisa esperanzadora y se lanzó calle abajo en busca de un poco de diversión.

Pasaron varios minutos desde que  se metió por aquel agujero, hasta que fue capa de sacar la cabeza por el otro lado. No es que el muro fuera muy ancho, que se diga, pero el deslizarse a través de este le estaba resultando más complicado de lo que esperaba. Había  raíces y tallos secos de la enredadera, que hacían de su avance, algo arduo e incluso doloroso. Su ropa y cabello se iban quedando enredados a medida que avanzaba. Para cuando logró salir por completo, su precioso  y pomposo vestido color coral, había quedado hecho jirones y estaba lleno de barro y polvo. En su mejilla, además, tenía algún que otro arañazo, al igual que en sus codos y rodillas. Y su largo cabello ondulado no había acabado mucho mejor. Estuvo un buen rato sentada al lado de la pared, quitándose ramitas de este e intentando desenredarlo.

Una vez se sintió conforme respecto a su cabello, la pequeña se puso en pie y se desempolvó la ropa, dándole golpecitos a la falda del vestido, con las palmas de las manos. Hecho esto, comenzó a mirar a uno y otro lado. En aquella zona no parecía haber mucha gente. Ya lo había comprobado desde la ventana de su cuarto, pero en primera persona era muy distinto. Todo parecía enorme en comparación a ella y aquello solo parecía animarla aún más a seguir. Miró a un lado y a otro y, tras asegurarse de que nadie la vería, echó a correr en dirección a donde más casa juntas había. Seguro que así se encontraba con gente nueva. ¿Quizás hiciera algún amigo? Una sonrisa se dibujó en su rostro ante la idea.

Sin embargo, sus ánimos comenzaron a desaparecer a la media hora de comenzar a andar. Había logrado llegar a una zona en la que las casas se mantenían pegadas unas a otras, dejando solo una zona por la que ir circulando. Lo que se conoce por calle, vamos. Aunque para ella eso era nuevo. Pero dichas calles estaban casi desiertas. había algunos adultos, la mayoría mujeres con cestas o bolsas llenas de comida, y niños que eran mucho más mayores que ella, pero solo pasaban de lado. Así como algún coche que pasaba de vez en cuando. Pero nadie con quien jugar. Además... Al mirar en la dirección de la que venía se dio cuenta de algo que la hizo palidecer, más aún, sí. Había tomado varios cruces de forma aleatoria, para seguir avanzando, y ahora, las casas ocultaban el camino que había tomado desde su casa. En resumen, no sabía como volver a casa. Rió por lo bajo de forma nerviosa.

-Esto no le va a gustar a papá... No le va a gustar...- Pensó en voz alta, antes de echar a correr, alejándose aún más. Porque claro, todos sabemos que esa es la mejor forma para dejar de estar pérdida. Bueno, al menos encontró en su camino una pequeña plaza, con zonas de sombra, gracias a algunos árboles. Podría descansar ahí y pensar en que hacer... Si no se le ocurría nada, siempre podría ponerse a llamar de puerta a puerta hasta que alguien la ayudara.

El camino hasta la casa de Yuri, un amigo que había estado con él desde sus inicios en el colegio y al que siempre dejaba copiarse en los exámenes, no le tomó mucho más de diez minutos y otra de aquellas bolas de gominola, esta vez una de manzana. La mayoría de casas del pueblo eran de colores pálidos casi iguales entre ellos; lo único que los hacía diferentes entre ellos eran las puertas, casi en su mayoría de colores mucho más vivos. Lo más probable es que no significara nada, pero a Neo le parecía hermoso el contraste y, incluso, la idea que podía haber detrás.

-Lo siento, Neo, el examen es dentro de poco y mis padres no me dejan salir hasta que lo haga.- sonrió de medio lado como disculpa ante su amigo, pero se notaba que le daba pena dejarlo solo con todo lo que le había ayudado siempre.

-No pasa nada,- dijo Neo devolviéndole la sonrisa, solo que esta era mucho más calida y alegre que la de su compañero -ya saldremos a jugar cuando hagas el examen. ¡Y el curso que viene copiate mejor!- susurró con énfasis para, justo después, empezar ambos a reír.

Nuestro pequeño se despidió de Yuri y siguió su camino. Deambuló por las calles sin prestar mucha atención por dónde iba: en su cabeza solo había planes de qué hacer para no morirse mucho del asco. Era un niño de siete años, podía divertirse con básicamente todo lo que había a su alrededor, pero había sido criado por dos aventureros: para él la diversión solo existía cuando vivía aventuras con sus amigos.

El pelinegro se guardó las gominolas que le quedaban, unas nueve o diez, en el bolsillo del pantalón. Hubiera preferido guardarlas en la mochila, pero con las prisas porque sus padres no se dieran cuenta -cosa que no logró- salió de casa con lo puesto; un pantalón rojizo, casi negro, corto; una camisa blanca corta algo ajustada, más que nada porque la tenía desde hacía un año y había empezado a crecer -casi nada para lo que alguien de su edad debía crecer-, y unos zapatos cómodos, casi negros también. Bueno, y dos guantes negros sin dedos que habían pertenecido a su padre y que le había regalado; su material elástico hacía que casi cualquier persona pudiera llevarlos, razón por la que a Neo le quedaban bien.

Suspiró apesadumbrado mientras cerraba los ojos. A este ritmo voy a volver a casa sin haber hecho absolutamente nada pensó para sí mismo. Una pena que, como le ocurriría a lo largo de los años, se equivocara rotundamente. Cuando fue a abrir los ojos para no meterse la hostia de la vida contra un árbol o cualquier otra cosa ya era demasiado tarde: y es que se había tropezado con una persona. Tanto Neo como esta cayeron al suelo y rodaron un par de veces. Cuando el pelinegro se quiso dar cuenta estaba tirado en el suelo con una niña, algo más pequeña que él seguramente -solo en edad-, encima suya.

-¡L-l-lo siento!- fue lo único que le salió a nuestro pequeño, que se había sonrojado un poco por la vergüenza, aunque la sombra del árbol en el que habían quedado seguramente lo disimularía.

Un par de pasos y podría dejarse caer en el suelo y descansar bajo los árboles un rato, antes de intentar llegar a casa otra vez, y efectivamente así fue, aunque no esperaba que aquello sobre lo que aterrizase no fuese césped, sino una persona. Un gritó escapó de sus labios para cuando pudo darse cuenta de lo que le venía encima. La pequeña creyó ver a un niño en frente a ella, aunque nunca había visto a un niño en persona, o no tenía recuerdo de haberlo hecho. Tras aquello, sus recuerdos estaban confusos, aunque de alguna forma había acabado tirada encima de algo blandito. -¿Qué... Qué ha pasado?- Preguntó en voz alta para si misma, con los ojos cerrados. Los había cerrado  al caer y solo los abrió al escuchar que provenía de debajo suya, bajando la mirada para ver que o quien estaba sirviendole de colchón. Al ver la cara del chico, se quedó mirándole con curiosidad, recorriendo su rostro de arriba a abajo, antes de dibujar una amplía y alegre sonrisa en su rostro. -Oye, ¿eres un niño también, verdad?- Preguntó la chica con tono animado, olvidando que debía quitarse de encima. - Es la primera vez que veo a un niño, en casa solo hay adultos.- Añadió, acercando un poco más su rostro al de él, con curiosidad. -Me llamo Alice, ¿y tú?- Continuó, de forma algo acelerada a causa de la emoción. Deteniendose en ese momento al recordar que: Primero, debía presentarse como una señorita, estando de pie, bien arreglada y haciendo una leve reverencia, o eso le dijo su madre; y segundo, quizás los más importante, sería buena idea quitarse de encima suya.

Su rostro se tornó rojo al darse cuenta de aquello, no porque le diera vergüenza estar encima suya, ya que no entendía ese tipo de cosas "de mayores" ni las burlas que solían hacer los niños por ese tipo de situaciones, pero tampoco era plan de estar aplastando a un desconocido. Y no se había presentado de buena forma, lo mismo el chico se reía de ella. Como fuese, se levantó y agachó un poco la cabeza, a modo de disculpa. -Lo siento, no debí actuar de forma tan impulsiva... E-Es que es la primera vez que salgo sola y... Y supongo que me emocione.- Añadió, riendo un poco al tiempo que llevaba la mano a la nuca, y la acariciaba con cierto nerviosismo, justo antes de agarrar la falda de su desastrado vestido, el cual para la gente normal podría parecer de princesita de cuento, y hacer una leve reverencia.

-Sé que ya me presenté antes, pero deja que lo haga de forma más... educada...- Dijo con un gesto en la cara que no cuadraba en absoluto con el ideal de niña adinerada y engreída, cosa que podía resultar incluso cómica. -Mi nombre es Alice, encantada.- Y tras aquel torpe intento de arreglar las cosas, se dejó caer en el suelo, agotada.

Un leve rubor cubrió las pálidas mejillas de la pequeña Alice ante el comentario del chico. ¿Graciosa? ¿Eso era bueno o malo? Pero, se estaba riendo... ¿No? Eso tenía que ser bueno... O se estaba riendo de ella. -Esto... Yo...- Murmuró para si mientras le miraba sin saber muy bien que hacer hasta que el chico le tendió la mano. Riendo alegremente. "Así que así son los otros niños". Pensó antes de echar a reír ella también y tomar su mano, cambiando su alegre risa por una más nerviosa por lo de "no conocer a nadie que tuviera que presentarse dos veces". - ¿Tú también piensas que es aburrido? Creía que todo el mundo era así... Mis padres, ellos son muy estrictos con como debo comportarme, y por eso me tienen siempre en casa. En casa no hay otros niños y es muy aburrido estar siempre sola, pero solo estoy sola cuando no me tienen estudiando todo el rato. Algunas cosas son aburridas también, pero no me puedo quejar.- Dijo ante el comentario sobre la formalidad, volviendo a su parloteo de antes, aunque hablando más despacio.

Se detuvo un momento, observando a Neo, quien acababa de meterse algo en la boca. Una esfera de color llamativo. A la chica le pareció que se estaba comiendo una canica, y no supo si acceder a su oferta de coger una de sus golosinas, cuando se las ofreció, pero si a el le gustaban. "He salido de aventuras, tengo que hacerlo". Se dijo a si misma antes de meter la mano en la bolsita que le ofrecía y coger una, de color narnaja. Se quedó un rato mirándola para luego, cerrar los ojos y meterla  en la boca.  -Está muy rica. ¿Qué es? No había comido nada así antes.- Comentó, sorprendida y, tras una pausa, en la que esperaba que su nuevo amigo le explicará que eran las chucherías, se dispuso a explicarle porque no la había visto antes. -Verás, yo no soy de esta isla. Vivo en otra, aunque ahí tampoco me hubieran visto porque me tienen el día metida en casa. Esta es la primera vez que salgo, sola. Mis padres tenían que irse de viaje y me han llevado con ellos. Se podría decir que estoy de vacaciones.- Tras  decir esto, se acercó a su oído y le susurro. - Aunque, el que me hayas visto es un secreto. Se supone que estoy jugando en el jardín de mi casa.-