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Todo iba bien en el imperio. Desde hacía varios meses no se había notado la presencia de los revolucionarios gracias a los registros que puso la princesa del rayo. Nadie podía entrar ni salir sin ser revisado. Las medidas de seguridad habían mejorado mucho más, aunque los tiempos que corrían solo hacían preocupar a los plebeyos. Azula controlaba cualquier medio de investigación y, gracias a sus consejeros, tenía los bajos fondos del imperio controlados. Toda la información iba hacia ella. También debemos mencionar la cantidad de espías por todo el reino y más allá de este.
Azula quería tenerlo todo bajo control y cada vez llegaba más lejos.
La princesa se encontraba en la estancia de su padre, sentada en la mesa y balanceándose en la silla. El emperador estaba reunido con el consejo de sabios y, cuando él no estaba, Azula se quedaba al mando. La princesa, con una dulce sonrisa en su rostro, se colocó la corona que adornaba su cabeza. Se miró al espejo, alabándose varias y repetidas veces.
Llamaron a la puerta y Azula mandó pasar a quien fuera. Un guardia real entró, haciendo una pequeña reverencia. Se acercó hasta la mesa para comentarle a la princesa lo que había pasado.
-Alteza, en los registros hemos tenido que parar a un hombre que se niega a obedecerlos. Ha golpeado a uno de los nuestros, es sumamente violento. También tiene acento extraño y... diversas pinturas en la cara. Creemos que puede ser algún extranjero extraviado o que pertenece a un grupo de salvajes.
Azula apoyó la barbilla en sus manos, las cuales estaban entrelazadas.
-Traedlo hasta mí.
-Pero...
-Traedlo - Ordenó-. Voy a tener una charla con él. Alguien debe explicarle como funcionan las normas.
Azula quería tenerlo todo bajo control y cada vez llegaba más lejos.
La princesa se encontraba en la estancia de su padre, sentada en la mesa y balanceándose en la silla. El emperador estaba reunido con el consejo de sabios y, cuando él no estaba, Azula se quedaba al mando. La princesa, con una dulce sonrisa en su rostro, se colocó la corona que adornaba su cabeza. Se miró al espejo, alabándose varias y repetidas veces.
Llamaron a la puerta y Azula mandó pasar a quien fuera. Un guardia real entró, haciendo una pequeña reverencia. Se acercó hasta la mesa para comentarle a la princesa lo que había pasado.
-Alteza, en los registros hemos tenido que parar a un hombre que se niega a obedecerlos. Ha golpeado a uno de los nuestros, es sumamente violento. También tiene acento extraño y... diversas pinturas en la cara. Creemos que puede ser algún extranjero extraviado o que pertenece a un grupo de salvajes.
Azula apoyó la barbilla en sus manos, las cuales estaban entrelazadas.
-Traedlo hasta mí.
-Pero...
-Traedlo - Ordenó-. Voy a tener una charla con él. Alguien debe explicarle como funcionan las normas.
Eric Zor-El
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Después de haber estado en una isla, cuyos habitantes parecían seres amorfos con esos brazos tan largos. El shandiano pudo conseguir adentrarse en un barco que le dejara en otro destino, ¿Cuál? No lo sabía, pero tampoco tenía ganas de preguntar. Los habitantes eran muy distintos a otros lugares, tenían la piel algo más acanelada y los ojos rasgados. Su envergadura tampoco era muy grande, siendo él más alto que la mayoría de las personas que había visto.
Deambuló de un lado a otro hasta llegar a una cola de personas, ¿qué habría allí? ¿Regalarían algo? ¿Comida tal vez? El albino comenzó a pasar entre las personas, que sacaban unos extraños papeles; todos iguales.
Llegó a un puente que comunicaba con una zona muy urbanizada, con muchas edificaciones y un gran castillo en el centro. Al intentar pasar le pusieron una mano en el hombre y casi por instinto el shandiano la agarró con fuerza hasta girarla y golpeó a aquel individuo de piel amarillenta. Ante eso, muchos otros guardias fueron a por él. El shandiano, sin saber hacia dónde se dirigía comenzó a huir de ellos. Pero al final, tras esquivar a multitud de soldados por la ciudad, le atraparon lanzándole una red.
—¡Ashiondimesh! –maldijo Eric en el idioma de su tribu, acordándose de las madres de cada uno de aquellos sujetos.
Tras eso, le ataron y le llevaron al edificio más grande de toda la isla. Allí le metieron a empujones en una grandiosa sala, dónde una mujer estaba sentada tras una mesa. Aquella habitación era muy grande, en ella podrían caber perfectamente tres campamentos enteros de su clan. Estaba decorada con muchísimas cosas, incluso tenían una fruta en un pequeño pedestal.
Al ver aquel manjar sus tripas rugieron con fuerza.
—La fruta se come, no se expone para que la gente la vea –dijo mientras se acercaba a la mesa de la muchacha.
Deambuló de un lado a otro hasta llegar a una cola de personas, ¿qué habría allí? ¿Regalarían algo? ¿Comida tal vez? El albino comenzó a pasar entre las personas, que sacaban unos extraños papeles; todos iguales.
Llegó a un puente que comunicaba con una zona muy urbanizada, con muchas edificaciones y un gran castillo en el centro. Al intentar pasar le pusieron una mano en el hombre y casi por instinto el shandiano la agarró con fuerza hasta girarla y golpeó a aquel individuo de piel amarillenta. Ante eso, muchos otros guardias fueron a por él. El shandiano, sin saber hacia dónde se dirigía comenzó a huir de ellos. Pero al final, tras esquivar a multitud de soldados por la ciudad, le atraparon lanzándole una red.
—¡Ashiondimesh! –maldijo Eric en el idioma de su tribu, acordándose de las madres de cada uno de aquellos sujetos.
Tras eso, le ataron y le llevaron al edificio más grande de toda la isla. Allí le metieron a empujones en una grandiosa sala, dónde una mujer estaba sentada tras una mesa. Aquella habitación era muy grande, en ella podrían caber perfectamente tres campamentos enteros de su clan. Estaba decorada con muchísimas cosas, incluso tenían una fruta en un pequeño pedestal.
Al ver aquel manjar sus tripas rugieron con fuerza.
—La fruta se come, no se expone para que la gente la vea –dijo mientras se acercaba a la mesa de la muchacha.
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Vaya, al fin habían llegado. Los guardias se habían tomado su tiempo para traer al dichoso salvaje. Era extraño ver personas de tal calaña en el imperio. ¿Cómo habría podido parar aquí? Azula se fijó en todas sus marcas, estaban por todo su cuerpo, brazos y rostro. La expresión de la princesa no cambió en absoluto, simplemente se balanceó un poco en la silla. Notó como el hombre miraba todo con asombro.
-¡Pero si sabes hablar! - Exclamó la princesa con falso asombro-. Pensé que emitirías tristes balbuceos o palabras extrañas de tu vulgar idioma.
En cuanto el chico habló sobre la fruta ella miró en donde estaba situada. Se dio la vuelta y se levantó para cogerla. De nuevo, volvió a sentarse en la silla de madera. Allí puso la fruta sobre la mesa, esbozando una sonrisa.
-Pero... esta es especial. ¿Quieres comprobarlo?
Azula midió sus palabras. Se le había ocurrido una gran idea. Aún así, debía advertirlo de algo. La princesa no se iba a andar con rodeos. Aquel salvaje trató de perturbar la paz en el puerto del imperio, y eso daba muy mala imagen.
-Antes de nada, te recuerdo que estás en Reddo Teikoku, el imperio más importante en toda la zona del Paraíso. Aquí hay normas que tienes que cumplir como los demás ciudadanos o sino acabarás pudriéndote en una celda. No me gusta que la gente de mi pueblo deje de estar en paz por actitudes como la tuya, así que te aviso desde ya que si vuelves a cometer otra falta de respeto serás ejecutado en medio de la plaza y te advierto que no será una ejecución rápida.
Tras aquel pequeño discurso con ciertos tonos de enfado. La princesa se puso de pie, cogiendo la fruta y, después se acercó a la chimenea, en donde había una moneda de plata de sobre la repisa. Esta tenía un pequeño grabado con la imagen de su bisabuelo. El plan de Azula era simple, aparte de tener contactos por todos los mares podría expandirse incluso a las tribus más alejadas de su mano.
-¿Lo comprobarás?
-¡Pero si sabes hablar! - Exclamó la princesa con falso asombro-. Pensé que emitirías tristes balbuceos o palabras extrañas de tu vulgar idioma.
En cuanto el chico habló sobre la fruta ella miró en donde estaba situada. Se dio la vuelta y se levantó para cogerla. De nuevo, volvió a sentarse en la silla de madera. Allí puso la fruta sobre la mesa, esbozando una sonrisa.
-Pero... esta es especial. ¿Quieres comprobarlo?
Azula midió sus palabras. Se le había ocurrido una gran idea. Aún así, debía advertirlo de algo. La princesa no se iba a andar con rodeos. Aquel salvaje trató de perturbar la paz en el puerto del imperio, y eso daba muy mala imagen.
-Antes de nada, te recuerdo que estás en Reddo Teikoku, el imperio más importante en toda la zona del Paraíso. Aquí hay normas que tienes que cumplir como los demás ciudadanos o sino acabarás pudriéndote en una celda. No me gusta que la gente de mi pueblo deje de estar en paz por actitudes como la tuya, así que te aviso desde ya que si vuelves a cometer otra falta de respeto serás ejecutado en medio de la plaza y te advierto que no será una ejecución rápida.
Tras aquel pequeño discurso con ciertos tonos de enfado. La princesa se puso de pie, cogiendo la fruta y, después se acercó a la chimenea, en donde había una moneda de plata de sobre la repisa. Esta tenía un pequeño grabado con la imagen de su bisabuelo. El plan de Azula era simple, aparte de tener contactos por todos los mares podría expandirse incluso a las tribus más alejadas de su mano.
-¿Lo comprobarás?
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El shandiano frunció el ceño y apretó los dientes, emitiendo un ligero gruñido de enfado. Se cruzó de brazos y clavó su mirada en la mujer de piel acanelada, que parecía estar divirtiéndose con aquella situación. Era muy extraño, tras unos segundos mirándola no parecía que sintiera miedo de Eric. Al contrario, era como si mostrara más interés aún. La muchacha fue a por la extraña fruta y la puso sobre si mesa, insinuando que era especial, ¿pero que podía tener una fruta de especial? ¿Acaso su sabor era tan agradable al paladar que podía ser algo único? No lo sabía, pero tampoco le importaba mucho. Lo que sí le importaba era que aquella mujer intentaba ser superior al albino, y eso no iba a permitirlo.
—Un pueblo con diversidad de lenguas es un pueblo con historia –comentó Eric con cierta desdicha–. ¿Comprobarlo? ¿Acaso vas a dejarme probar de tu fruta especial?
Entonces, omitiendo la provocación del shandiano, la mujer lo amenazó de forma subrepticia, al menos al principio.
—Lo primero de todo es que tus… -hizo una pausa para pensar la palabra indicada–, centinelas me atacaron a mí. Yo únicamente me defendí –se acercó a la mesa de la muchacha–. Y lo segundo… ¿comprobarlo? ¿Cómo?
—Un pueblo con diversidad de lenguas es un pueblo con historia –comentó Eric con cierta desdicha–. ¿Comprobarlo? ¿Acaso vas a dejarme probar de tu fruta especial?
Entonces, omitiendo la provocación del shandiano, la mujer lo amenazó de forma subrepticia, al menos al principio.
—Lo primero de todo es que tus… -hizo una pausa para pensar la palabra indicada–, centinelas me atacaron a mí. Yo únicamente me defendí –se acercó a la mesa de la muchacha–. Y lo segundo… ¿comprobarlo? ¿Cómo?
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Salvaje tenía que ser. La princesa arqueó las cejas confusa al escuchar su comentario. El forastero pretendía ser más inteligente que ella al parecer, que pena. De todas formas, a Azula le encantaban los chicos que intimidaban con su mirada, así sus manipulaciones tenían más efecto en las víctimas que tuviesen que manejar. La princesa sonrió, mirando a la fruta y mordiendo su labio inferior.
-¿Claro? ¿Qué es lo peor que podría pasar? Si es única por algo está en mi poder.
El salvaje trató de excusarse con que los guardias del imperio lo atacaron. Normal que lo hiciesen, solo había que mirarlo. Cualquiera en su sano juicio lo haría. La princesa pensó en responderle, pero era una estupidez. No quería echar a perder los planes que se le habían ocurrido.
-Es sencillo. Sígueme. Ah, y procura no tocar nada. Sé que hay muchas cosas de valor que te gustaría pillar, pero son demasiado valiosas para ti.
La princesa cogió la fruta y la llevó todo el rato en su mano. Salió de la habitación y bajó una gran escalinata de mármol con tonos dorados. Ambos salieron del palacio real por la salida que daba lugar a los jardines imperiales. Enormes masas de flora en el que se juntaban mil dulces aromas y era arte para la vista.
Azula llegó junto a un gran pozo y después sonrió. Hizo saltar la fruta en sus manos.
-Veamos de lo que eres capaz.
-¿Claro? ¿Qué es lo peor que podría pasar? Si es única por algo está en mi poder.
El salvaje trató de excusarse con que los guardias del imperio lo atacaron. Normal que lo hiciesen, solo había que mirarlo. Cualquiera en su sano juicio lo haría. La princesa pensó en responderle, pero era una estupidez. No quería echar a perder los planes que se le habían ocurrido.
-Es sencillo. Sígueme. Ah, y procura no tocar nada. Sé que hay muchas cosas de valor que te gustaría pillar, pero son demasiado valiosas para ti.
La princesa cogió la fruta y la llevó todo el rato en su mano. Salió de la habitación y bajó una gran escalinata de mármol con tonos dorados. Ambos salieron del palacio real por la salida que daba lugar a los jardines imperiales. Enormes masas de flora en el que se juntaban mil dulces aromas y era arte para la vista.
Azula llegó junto a un gran pozo y después sonrió. Hizo saltar la fruta en sus manos.
-Veamos de lo que eres capaz.
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“Que extrañas son las mujeres del mar azul” –pensaba Eric, mientras continuaba cruzado de brazos escuchando atentamente las palabras de aquella extraña individua. En su mirada se podía notar que no estaba bien de la cabeza. Tanta frialdad y supremacía no eran los rasgos de un buen líder. Si algo había aprendido Eric como hijo del líder del clan del lobo y legítimo heredero a su puesto–bueno, antiguo legítimo heredero para ser más exactos–, era que sentirse superior que tu pueblo, aunque lo fueses, no era digno de un buen caudillo.
La morena le dijo que le acompañara, ¿a dónde? No lo sabía, pero activó todos sus sentidos, incluido su mantra, para estar atento a todo. Bajaron una gran escalera de piedra blanca pulida con detalles dorados. Todas las paredes estaban decoradas con armas, pinturas y extrañas figuras de dragones. En el suelo, había decenas de vitrinas con cerámica para guardar grano, pero sin nada dentro; algo que le pareció sumamente extraño. Al salir de aquel castillo, sacado de las historias del mar azul que le leían cuando era pequeño, llegaron a un gran jardín lleno de árboles, aunque ninguno de ellos frutales, “¿para qué tener un árbol si no puede alimentarte?” –Pensaba el shandiano.
Llegaron a un pozo y Eric frunció el ceño, cruzándose nuevamente de brazos.
La mujer le retó a algo y tiró la fruta al pozo. El albino intentó atraparla, pero únicamente la rozó con las yemas de sus dedos. ¿Si era tan valiosa porqué hacia eso? ¿Querría que la atrapara? Era posible. Sin saber porqué, como si alguien ajeno a él le dijera que su obligación era ir a por la fruta, se agarró a la cuerda que había en el pozo con su mano y se dejó caer. No tardó ni cinco segundos y llegó al agua. Tomó todo el aire que pudo y se sumergió, soltando la cuerda, a medida que avanzaba todo era más amplio. Desde su posición podía ver como una tenue luz entraba por el agujero desde el cual había venido. Abrió los ojos y comenzó a buscar.
Aquello estaba oscuro, apenas se podía distinguir algunas sombras. Pasados unos minutos notó como le faltaba el aire y subió a toda velocidad para coger oxigeno.
La mujer le dijo algo que insultó a su hombría, tanto que se enfadó. Sin embargo, si algo caracterizaba al shandiano era que sabía guardar la calma en momentos difíciles. Y entonces, recordó su entrenamiento con el chamán. Todo en el mundo tenía vida y un alma, pero lo complicado era escucharla. Eric había descuidado su entrenamiento y no era capaz de hacerlo con claridad, aunque apostaba por ello. El albino nuevamente tomó aire y se sumergió. Concentró sus sentidos en intentar notar algo, pero nada, no era capaz de sentir nada. Pero entonces el sol tomó su punto más álgido y la luz entró en aquella fosa acuática. Eric miró por todos lados y no vio nada, a punto de desistir e intentar subir aquel horrible pozo, justo al lado del cubo estaba la akuma, casi flotando.
Eric la cogió y guardó como pudo en uno de los tantos bolsillos de su capa e intentó subir por la cuerda. Tras más de diez intentos, pues escalar era su punto más débil, logró llegar a salvo arriba, tirándose al suelo del cansancio.
La morena le dijo que le acompañara, ¿a dónde? No lo sabía, pero activó todos sus sentidos, incluido su mantra, para estar atento a todo. Bajaron una gran escalera de piedra blanca pulida con detalles dorados. Todas las paredes estaban decoradas con armas, pinturas y extrañas figuras de dragones. En el suelo, había decenas de vitrinas con cerámica para guardar grano, pero sin nada dentro; algo que le pareció sumamente extraño. Al salir de aquel castillo, sacado de las historias del mar azul que le leían cuando era pequeño, llegaron a un gran jardín lleno de árboles, aunque ninguno de ellos frutales, “¿para qué tener un árbol si no puede alimentarte?” –Pensaba el shandiano.
Llegaron a un pozo y Eric frunció el ceño, cruzándose nuevamente de brazos.
La mujer le retó a algo y tiró la fruta al pozo. El albino intentó atraparla, pero únicamente la rozó con las yemas de sus dedos. ¿Si era tan valiosa porqué hacia eso? ¿Querría que la atrapara? Era posible. Sin saber porqué, como si alguien ajeno a él le dijera que su obligación era ir a por la fruta, se agarró a la cuerda que había en el pozo con su mano y se dejó caer. No tardó ni cinco segundos y llegó al agua. Tomó todo el aire que pudo y se sumergió, soltando la cuerda, a medida que avanzaba todo era más amplio. Desde su posición podía ver como una tenue luz entraba por el agujero desde el cual había venido. Abrió los ojos y comenzó a buscar.
Aquello estaba oscuro, apenas se podía distinguir algunas sombras. Pasados unos minutos notó como le faltaba el aire y subió a toda velocidad para coger oxigeno.
La mujer le dijo algo que insultó a su hombría, tanto que se enfadó. Sin embargo, si algo caracterizaba al shandiano era que sabía guardar la calma en momentos difíciles. Y entonces, recordó su entrenamiento con el chamán. Todo en el mundo tenía vida y un alma, pero lo complicado era escucharla. Eric había descuidado su entrenamiento y no era capaz de hacerlo con claridad, aunque apostaba por ello. El albino nuevamente tomó aire y se sumergió. Concentró sus sentidos en intentar notar algo, pero nada, no era capaz de sentir nada. Pero entonces el sol tomó su punto más álgido y la luz entró en aquella fosa acuática. Eric miró por todos lados y no vio nada, a punto de desistir e intentar subir aquel horrible pozo, justo al lado del cubo estaba la akuma, casi flotando.
Eric la cogió y guardó como pudo en uno de los tantos bolsillos de su capa e intentó subir por la cuerda. Tras más de diez intentos, pues escalar era su punto más débil, logró llegar a salvo arriba, tirándose al suelo del cansancio.
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Y el salvaje se lanzó a por la mísera fruta dentro del pozo. Azula sonrió en cuanto lo perdió de vista e incluso los soldados se rieron. En menudo lugar se había ido a meter el chico, debía estar más perdido... Con suerte a lo mejor ni salía del pozo. ¿Y la fruta? Sencillo, un soldado la recuperaría, pero el cadáver del salvaje no volvería a ver la luz del sol.
Azula miraba el fondo del pozo de vez en cuando, aburrida y harta de esperar. De vez en cuando hacía algún tipo de comentario sarcástico sobre el hombre, así que la guardia real debía darle la razón en todo. El tiempo pasaba lentamente. Miró al cielo y vio que el sol ya había cambiado de posición. Puso las manos en su cadera y suspiró con resignación.
-Creo que podemos darlo por muer - La princesa escuchó los jadeos provenir del pozo.
Se acercó y vio al salvaje intentando subir la cuerda. Era más fuerte de lo que creía, se apartó y esperó que se subiese hasta la superficie. Vio como se tiró al suelo, exhausto.
-Al final resulta que los de tu especie son muy resistentes. Seríais buenos como esclavos - replicó con una sonrisa burlona.
Caminó alrededor de él y le dio con el pie para que se quedase boca arriba.
-¿Tienes la fruta? Levántate, no es manera de hablar con una princesa.
Dos guardias se acercaron y lo agarraron de los brazos, poniéndolo de pie.
-¿Y bien? No tengo todo el día. ¿Acaso tu estancia ahí abajo te ha vuelto tonto?
Azula miraba el fondo del pozo de vez en cuando, aburrida y harta de esperar. De vez en cuando hacía algún tipo de comentario sarcástico sobre el hombre, así que la guardia real debía darle la razón en todo. El tiempo pasaba lentamente. Miró al cielo y vio que el sol ya había cambiado de posición. Puso las manos en su cadera y suspiró con resignación.
-Creo que podemos darlo por muer - La princesa escuchó los jadeos provenir del pozo.
Se acercó y vio al salvaje intentando subir la cuerda. Era más fuerte de lo que creía, se apartó y esperó que se subiese hasta la superficie. Vio como se tiró al suelo, exhausto.
-Al final resulta que los de tu especie son muy resistentes. Seríais buenos como esclavos - replicó con una sonrisa burlona.
Caminó alrededor de él y le dio con el pie para que se quedase boca arriba.
-¿Tienes la fruta? Levántate, no es manera de hablar con una princesa.
Dos guardias se acercaron y lo agarraron de los brazos, poniéndolo de pie.
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“Odio trepar” –pensaba el shandiano, mientras dos guardias le cogían de los brazos y le ponían en pie.
Eric se guardó las ganas de aporrear a los guardias, pero sabía que estaba en territorio enemigo y que aquella princesa, al parecer, solo estaba jugando con él. Guardó las formas y se puso firme, mirando a la mujer de piel amarillenta a los ojos.
—Claro que la tengo –Eric le enseñó el interior de su capa, en la cual sobre salía una fruta con extrañas formas geométricas–. ¿Y ahora qué? –preguntó.
La princesa le llevó de nuevo al interior del castillo, pero esta vez no a esa gran sala llena de objetos interesantes y un escritorio. Sino a una más amplia, situada en el corazón del enorme edificio. Esta tenía tres meses largas con asientos, pero la del medio estaba repleta de comida, a cada cual más apetitosa. Lo primero que quiso hacer fue abalanzarse sobre aquella comida y engullirla toda, pero no lo haría hasta que la mujer lo dijera. Así que se mantuvo firme, escuchando como su estómago rugía como un tigre marcando su territorio.
Eric se guardó las ganas de aporrear a los guardias, pero sabía que estaba en territorio enemigo y que aquella princesa, al parecer, solo estaba jugando con él. Guardó las formas y se puso firme, mirando a la mujer de piel amarillenta a los ojos.
—Claro que la tengo –Eric le enseñó el interior de su capa, en la cual sobre salía una fruta con extrañas formas geométricas–. ¿Y ahora qué? –preguntó.
La princesa le llevó de nuevo al interior del castillo, pero esta vez no a esa gran sala llena de objetos interesantes y un escritorio. Sino a una más amplia, situada en el corazón del enorme edificio. Esta tenía tres meses largas con asientos, pero la del medio estaba repleta de comida, a cada cual más apetitosa. Lo primero que quiso hacer fue abalanzarse sobre aquella comida y engullirla toda, pero no lo haría hasta que la mujer lo dijera. Así que se mantuvo firme, escuchando como su estómago rugía como un tigre marcando su territorio.
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La fruta estaba en las manos del salvaje, tal y como había asegurado el albino. La princesa ordenó a los guardias que lo soltase y estos hicieron caso, separándose a un par de metros de él. La verdad es que fue una sorpresa para ella que saliese del pozo con vida y trajese el premio, quizás estaba obrando mal y debía tenerlo a su favor... Se acercó de frente hacia el salvaje y lo miró de arriba abajo con una falsa sonrisa.
-Seguidme.
La princesa caminó con avidez, tratando de llegar lo antes posible al interior del palacio. Atravesaron grandes galerías decoradas sutilmente con estatuas y retratos de las antiguas dinastías del imperio. Finalmente, llegaron a una gran sala. Era uno de los salones de banquetes. Normalmente siempre solían tener comida todas las mesas, pues casi siempre había nobles de visita y buscaban descansar un buen rato.
Azula se sentó en la cabecera y pasó una pierna sobre la otra, apoyando la mano sobre la mejilla. Se mantuvo un buen rato en silencio, mirando como el salvaje devoraba con su mirada toda la comida que había allí enfrente. Incluso escuchó como las tripas de este rugían como un león hambriento. Después de hacerle esperar alzó el brazo sobre la mesa.
-No quiero que te mueras de hambre, así que por favor... coge lo quieras. No te cortes.
Alargó la mano y alcanzó una uva, la cual no tardó en comer.
-Quizás me he pasado tratándote mal, ha sido una sorpresa ver las capacidades que tienes - Tomó una pausa -. Debemos hacer negocios.
-Seguidme.
La princesa caminó con avidez, tratando de llegar lo antes posible al interior del palacio. Atravesaron grandes galerías decoradas sutilmente con estatuas y retratos de las antiguas dinastías del imperio. Finalmente, llegaron a una gran sala. Era uno de los salones de banquetes. Normalmente siempre solían tener comida todas las mesas, pues casi siempre había nobles de visita y buscaban descansar un buen rato.
Azula se sentó en la cabecera y pasó una pierna sobre la otra, apoyando la mano sobre la mejilla. Se mantuvo un buen rato en silencio, mirando como el salvaje devoraba con su mirada toda la comida que había allí enfrente. Incluso escuchó como las tripas de este rugían como un león hambriento. Después de hacerle esperar alzó el brazo sobre la mesa.
-No quiero que te mueras de hambre, así que por favor... coge lo quieras. No te cortes.
Alargó la mano y alcanzó una uva, la cual no tardó en comer.
-Quizás me he pasado tratándote mal, ha sido una sorpresa ver las capacidades que tienes - Tomó una pausa -. Debemos hacer negocios.
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El shandiano no tardó en sentarse a la mesa y comer todo lo que pudo y más, pero antes dio las gracias a los dioses animales y la naturaleza por la comida, para así poder comer en paz. Tras ello, cogió el muslo del grandioso pavo que estaba cerca de él, devorándolo hasta dejar únicamente el hueso. Tenía toques de sabores cítricos mezclados con la intensidad de algunas especias que no lograba diferenciar, pero al paladar resultaba increiblemente bueno. Luego se echó arroz y verduras en su plato, junto a un gran filete de venado poco hecho -tal y como le gustaba- acompañado de una salsa de color marrón muy espesa.
"Que bueno está todo" -se dijo, cogiendo un trozo de pan moreno y mojarlo en los restos salsa que quedaban en su plato.
Por último, cató un poco de cerdo en una salsa rojiza que no estaba ni amarga, ni dulce, era una mezcla entre ambos sabores. Y de postre, fruta. No había nada mejor que la fruta. El dulce de la madre naturaleza.
Al terminar, se limpió la boca y tomó un vaso de agua.
—Señorita -dijo Eric, mirándo a la muchacha-. No tengo nada con lo que negociar. Aunque si me da dos días puedo traerle el mejor animal que haya en sus tierras. Vivo o muerto, como usted prefiera -dijo muy serio.
"Que bueno está todo" -se dijo, cogiendo un trozo de pan moreno y mojarlo en los restos salsa que quedaban en su plato.
Por último, cató un poco de cerdo en una salsa rojiza que no estaba ni amarga, ni dulce, era una mezcla entre ambos sabores. Y de postre, fruta. No había nada mejor que la fruta. El dulce de la madre naturaleza.
Al terminar, se limpió la boca y tomó un vaso de agua.
—Señorita -dijo Eric, mirándo a la muchacha-. No tengo nada con lo que negociar. Aunque si me da dos días puedo traerle el mejor animal que haya en sus tierras. Vivo o muerto, como usted prefiera -dijo muy serio.
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La princesa ladeó la cabeza esbozando una cálida sonrisa. Con lo mal que lo había tratado ahora el tenía confianza, que iluso. Esperó a que terminase de comer y el salvaje se adelantó a hablar con ella. ¡El mejor animal vivo o muerto! La princesa no pudo evitar soltar una sonora carcajada que resonó por toda la sala e, incluso los soldados, se rieron por lo bajo.
Azula, lo que menos necesitaba era un animal salvaje, tenía expertos cazadores por todo el imperio y con un simple chasquido de dedos podía tenerlos postrados ante ella. De nuevo, un iluso que creía poder negociar con cualquier cosa, pero la princesa no era tonta, sabía bien que cuando necesitase algo podría recurrir al salvaje.
-No te preocupes, no necesito que te pongas en riesgo por esto. Tan solo... tendrás la fruta a cambio de tres favores. Cuando necesite uno te llamaré para que vengas a mí.
La princesa se acomodó en la gran silla.
-Es un trato justo, tu te llevas un gran poder y a cambio yo tres favores, que podré pedir cuando los necesite. Me temo que nuestras negociaciones han terminado. - Se levantó y miró al primer guardia. Este inclinó la cabeza y salió afuera.
Al cabo de un rato regresaron dos guardias con un gran cubo que emitía calor. Dentro de él se encontraban las brasas y un hierro al rojo vivo. La princesa se puso un guante que extendió el soldado y sacó la barra de hierro, la cual el final, tenía el dibujo de la corona de Reddo Teikoku. Sonrió y miró al salvaje. Ella misma le apartó las vestiduras que cubrían sus pectorales y, antes de clavarlo, posó la mirada en sus ojos, a muy poca distancia.
-No es nada personal - Susurró -, pero necesito una marca para que no te olvides nunca de nuestro trato.
Después, apuntó al pectoral izquierdo y la clavó. La clavó como nunca, mejor dicho. Tan solo había marcado a uno. Ella misma podía sentir el dolor del salvaje, ver como el hierro candente se quedaba marcado en su piel no era agradable, ¿o tal vez sí? Cuestión de gustos.
Azula, lo que menos necesitaba era un animal salvaje, tenía expertos cazadores por todo el imperio y con un simple chasquido de dedos podía tenerlos postrados ante ella. De nuevo, un iluso que creía poder negociar con cualquier cosa, pero la princesa no era tonta, sabía bien que cuando necesitase algo podría recurrir al salvaje.
-No te preocupes, no necesito que te pongas en riesgo por esto. Tan solo... tendrás la fruta a cambio de tres favores. Cuando necesite uno te llamaré para que vengas a mí.
La princesa se acomodó en la gran silla.
-Es un trato justo, tu te llevas un gran poder y a cambio yo tres favores, que podré pedir cuando los necesite. Me temo que nuestras negociaciones han terminado. - Se levantó y miró al primer guardia. Este inclinó la cabeza y salió afuera.
Al cabo de un rato regresaron dos guardias con un gran cubo que emitía calor. Dentro de él se encontraban las brasas y un hierro al rojo vivo. La princesa se puso un guante que extendió el soldado y sacó la barra de hierro, la cual el final, tenía el dibujo de la corona de Reddo Teikoku. Sonrió y miró al salvaje. Ella misma le apartó las vestiduras que cubrían sus pectorales y, antes de clavarlo, posó la mirada en sus ojos, a muy poca distancia.
-No es nada personal - Susurró -, pero necesito una marca para que no te olvides nunca de nuestro trato.
Después, apuntó al pectoral izquierdo y la clavó. La clavó como nunca, mejor dicho. Tan solo había marcado a uno. Ella misma podía sentir el dolor del salvaje, ver como el hierro candente se quedaba marcado en su piel no era agradable, ¿o tal vez sí? Cuestión de gustos.
Eric Zor-El
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Azula declinó la oferta del shandiano de ofrecerle un buen venado a cambio de aquella extraña fruta. Aquello le molestó, pues en su tribu era costumbre ofrecer algo a cambio de un presente. Sin embargo, también fue un alivio, ya que no tenía muchas ganas de cazar fauna local en un terreno que desconocía.
—¿Tres favores? –Eric frunció el ceño y se cruzó de brazos–. ¿Qué clase de favores?
El peliblanco no terminaba de confiar en la muchacha, sobre todo porque no le decía que clase de poder le otorgaría aquel fruto. Pero no le importaba. La fruta parecía llamarle como un caramelo a un niño goloso. Eric se puso a recordar viejas leyendas de skypiea, y muchas otras contadas por extranjeros del mar azul que habían pasado por su aldea, en las cuales hombres y mujeres obtenían el poder de los dioses al consumir un fruto: el poder del fuego, de la electricidad, o convertirse en un animal… Cualquier cosa era posible.
—Está bien, acepto el trato –dijo el shandiao, extendiendo su mano bocarriba para cerrarlo. Sin embargo, la muchacha, con una velocidad pasmosa, incrustó un trozo de metal candente sobre el pectoral izquierdo del salvaje, haciendo que grujiera de dolor.
—¿Tres favores? –Eric frunció el ceño y se cruzó de brazos–. ¿Qué clase de favores?
El peliblanco no terminaba de confiar en la muchacha, sobre todo porque no le decía que clase de poder le otorgaría aquel fruto. Pero no le importaba. La fruta parecía llamarle como un caramelo a un niño goloso. Eric se puso a recordar viejas leyendas de skypiea, y muchas otras contadas por extranjeros del mar azul que habían pasado por su aldea, en las cuales hombres y mujeres obtenían el poder de los dioses al consumir un fruto: el poder del fuego, de la electricidad, o convertirse en un animal… Cualquier cosa era posible.
—Está bien, acepto el trato –dijo el shandiao, extendiendo su mano bocarriba para cerrarlo. Sin embargo, la muchacha, con una velocidad pasmosa, incrustó un trozo de metal candente sobre el pectoral izquierdo del salvaje, haciendo que grujiera de dolor.
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Cómo era de esperar, la tentación siempre podía a la inteligencia. Azula mandó que se llevaran el hierro candente. La princesa se sentó de nuevo y sonrió al salvaje, el cual, por su rostro, parecía aún dolorido por la quemadura. Pero era normal, no todos los días te marcan con hierro. Ahora Eric llevaría la marca de Azula para siempre. No se pueden hacer tratos con el demonio.
-No te preocupes por los favores, cuando necesite uno te haré llamar y estarás postrado ante mí en un abrir y cerrar de ojos.
La princesa se acomodó en la silla y cogió otra uva. Acabó de masticarla y le dijo unas últimas palabras al salvaje.
-Como intentes deshacerte de esa marca, yo misma iré a buscarte estés en donde estés. Disfruta de tu nuevo poder y úsalo bien, no quiero tener que detenerte si te vuelves un criminal y, en ese caso, te arrebataré la fruta de nuevo. Con mis propias manos.
Azula esbozó una dulce sonrisa, pero a la vez con intenciones macabras. El silencio que se formó en aquella sala duró mucho rato, pero ahora que el salvaje ya no se echaría atrás daba por concluida aquella pequeña reunión. Levantó la mano para que los guardias se acercaran hasta ella.
-Espero verte pronto, salvaje. Guardias, llevadlo afuera del palacio y ayudadle en caso de que lo necesite.
Y así fue, como ambas personas salieron ganando. O quizás ha ganado más que otro. Quién sabe.
-No te preocupes por los favores, cuando necesite uno te haré llamar y estarás postrado ante mí en un abrir y cerrar de ojos.
La princesa se acomodó en la silla y cogió otra uva. Acabó de masticarla y le dijo unas últimas palabras al salvaje.
-Como intentes deshacerte de esa marca, yo misma iré a buscarte estés en donde estés. Disfruta de tu nuevo poder y úsalo bien, no quiero tener que detenerte si te vuelves un criminal y, en ese caso, te arrebataré la fruta de nuevo. Con mis propias manos.
Azula esbozó una dulce sonrisa, pero a la vez con intenciones macabras. El silencio que se formó en aquella sala duró mucho rato, pero ahora que el salvaje ya no se echaría atrás daba por concluida aquella pequeña reunión. Levantó la mano para que los guardias se acercaran hasta ella.
-Espero verte pronto, salvaje. Guardias, llevadlo afuera del palacio y ayudadle en caso de que lo necesite.
Y así fue, como ambas personas salieron ganando. O quizás ha ganado más que otro. Quién sabe.
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Eric miró y tocó la marca que tenía en el pecho con sus dedos índice y corazón. Era una extraña marca, parecida a la de una punta de flecha. ¿Había estado bien venderse a sí mismo a cambio de un gran poder? Tal vez sí, o tal vez no. Pero después de todo lo que había perdido para intentar buscar a los que desolaron su tribu, aquello era un precio que estaba dispuesto a pagar.
—No te preocupes. Sé donde está la abertura –dijo, refiriéndose a la salida. Se dio media vuelta y se marchó de aquella gran sala.
El pecho le dolía, sentía como si aquella molestia le fuera a sentir durante toda su vida; aunque supiera que en pocos días sería una marca de guerra más. Colocço su destrozado poncho de forma que no se viera mucho la marca y salió del castillo. Deambuló por el reino durante horas, en busca de un barco que le llevara fuera de ese reino, concretamente rumbo a Dinant, para buscar a un legendario gremio de mercenarios y cazarrecompensas: Black Death. Cansado de buscar, se sentó en el puerto, apoyando su espalda en un noray. Sacó la fruta y la miró durante unos segundos. Dudó su comérsela o tirarla al mar, pero al final le dio un mordisco. Su sabor era amargo como el de una bergamota, pero adicto al paladar como una manzana. Al acabarla sintió un fortísimo dolor en el estómago, apoyó su mano en el suelo para ayudarse a levantarse y, de repente, de su mano surgió una extraña energía que hizo temblar un poco el suelo. ¿Qué clase de poder había obtenido? No lo sabía, pero tenía que tener cuidado hasta dominarlo.
PD: La fruta que se come Eric es la Gura Gura no mi, regalada por Azula en este link: https://www.onepiece-definitiverol.com/t19550-cosis.
—No te preocupes. Sé donde está la abertura –dijo, refiriéndose a la salida. Se dio media vuelta y se marchó de aquella gran sala.
El pecho le dolía, sentía como si aquella molestia le fuera a sentir durante toda su vida; aunque supiera que en pocos días sería una marca de guerra más. Colocço su destrozado poncho de forma que no se viera mucho la marca y salió del castillo. Deambuló por el reino durante horas, en busca de un barco que le llevara fuera de ese reino, concretamente rumbo a Dinant, para buscar a un legendario gremio de mercenarios y cazarrecompensas: Black Death. Cansado de buscar, se sentó en el puerto, apoyando su espalda en un noray. Sacó la fruta y la miró durante unos segundos. Dudó su comérsela o tirarla al mar, pero al final le dio un mordisco. Su sabor era amargo como el de una bergamota, pero adicto al paladar como una manzana. Al acabarla sintió un fortísimo dolor en el estómago, apoyó su mano en el suelo para ayudarse a levantarse y, de repente, de su mano surgió una extraña energía que hizo temblar un poco el suelo. ¿Qué clase de poder había obtenido? No lo sabía, pero tenía que tener cuidado hasta dominarlo.
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