Aki D. Arlia
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Akuma no mi
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Es un hermoso día en el Reino de Lvneel. Has oído hablar de un extraño suceso; el rey del lugar tiene un problema con sus hijas y ha prometido una jugosa y secreta recompensa a aquel que consiga solucionárselo. No tienes nada que perder, así que te has encaminado hacia allá sin perder un solo minuto. Puedes ver el castillo a lo lejos y calculas que en una media hora estarás frente a la puerta de entrada. Vas a acelerar el paso, pero algo llama poderosamente tu atención.
Hay dos hombres peleando a un lado del camino. Discuten a viva voz al lado de un campo de naranjas y no puedes evitar escucharles:
- ¡Escucha, mentecato, también era mi padre! ¡La capa tiene que ser mía!
-¡A ti te ha dado las tierras, esta cosa es mía! Jamás te la daré, imbécil. No hay dos como esta y un merluzo como tú no la merece.
-¡Al menos yo le buscaría otro uso que espiar, capullo! ¡Pervertido!
Llegan a las amenazas y parece que si alguien no los para la sangre podría llegar al río...
Hay dos hombres peleando a un lado del camino. Discuten a viva voz al lado de un campo de naranjas y no puedes evitar escucharles:
- ¡Escucha, mentecato, también era mi padre! ¡La capa tiene que ser mía!
-¡A ti te ha dado las tierras, esta cosa es mía! Jamás te la daré, imbécil. No hay dos como esta y un merluzo como tú no la merece.
-¡Al menos yo le buscaría otro uso que espiar, capullo! ¡Pervertido!
Llegan a las amenazas y parece que si alguien no los para la sangre podría llegar al río...
William White
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Queridos Ann, Colin y Darren.
Me acabó de embarcar en otro periplo, sé que os prometí que tan solo estaría unas semanas lejos de East Blue, pero ya sabéis como son los negocios.
Oí ciertos rumores y ya que me encontraba en el Grand Line, no había mejor oportunidad que tomar un desvio en el Reverse Mountain y visitar el North Blue. He oído que el monarca del reino Lvneel ofrece una jugosa recompensa por solucionar un problema con sus hijas, os enviaré el dinero en cuanto lo reciba. Os trataré de escribir cuando pise tierra, mientras tanto gestionar mis asuntos en Goa.
Os echa de menos, William White.
No pasaron más de cinco días desde que envió la carta cuando llegó al reino del norte, el país era tal y como se lo había imaginado tras leer las historietas del “mentiroso Nolan” entre otras, el North Blue parecía un sitio de cuento, islas montañosas con pinos con aquel verde oscuro que jamás había visto en los bosques de los alrededores de Goa. Las casas tenían colores chillones, amarillos verdes y azules que recordaban en su arquitectura al anticuario del viejo Abdull. El clima al contrario de lo que pensaba no estaba siendo tan inclemente como había oído hablar, cierto es que había tenido echar mano a la gabardina, pero después de todo aquello también lo hacía en alta mar.
Aunque probablemente lo que más me llamó la atención fue la nieve, aquella nieve blanca que, aunque algo escasa no amargo en absoluto la experiencia, cogerla, derretirla con el calor de la mano era algo único. Después de todo, era la primera vez que la veía. Dejando el puerto atrás, me dirigí al castillo siguiendo las amables indicaciones del tabernero de uno de los hostales del puerto.
No fue hasta que pasado un rato desde el inicio de la marcha un suceso interrumpió mi marcha, se trataba de dos hombres situados bajo lo que parecía ser un naranjo. Los dos se encontraban enfrascados en una discusión en lo que respectaba a una capa, dejada en herencia por el padre de ambos. El tono de los hermanos, si es que lo eran, comenzó a subir y a subir de tono. No fue poca la tentación de dejar que los hombres hicieran lo que tuvieran que hacer y proseguir yo mi camino a solicitar la audiencia al rey, pero tal vez por la empatía, tal vez por la curiosidad de la capa sin igual, decidí cortar la conversación de los dos violentos hombres:
-Disculpen buenos hombres- interrumpí la conversación acercándome lentamente hacia los dos hombres utilizando el don, o mantra como lo había denominado Abdull, sobre los hombres para intentar asegurarme de sus verdaderas intuiciones así como de que no se trataba de una burda actuación -¿Este es el camino correcto para ir al castillo del rey?- pregunté tratando de romper el hielo y posicionarme entre los dos hombres si el mantra no advertía de hostilidad hacia mí, tras recibir respuesta y agradecerla, si era amistosa proseguiría con una nueva pregunta.
-¿Y bien tienen ustedes algún problema?- finalicé tratando de establecer contacto visual con los rostros de los hombres y el objeto de la disputa, si lo tenía en mano alguno de los hombres.
Me gustaría que aquellos hombres zanjasen la discusión lo antes posible, pero tampoco me detendría demasiado. Por lo que asegurándome de que el arma se encontraba bajo los ropajes, oculta a la vista, para usarla en el caso de que las negociaciones se torcieran.
Me acabó de embarcar en otro periplo, sé que os prometí que tan solo estaría unas semanas lejos de East Blue, pero ya sabéis como son los negocios.
Oí ciertos rumores y ya que me encontraba en el Grand Line, no había mejor oportunidad que tomar un desvio en el Reverse Mountain y visitar el North Blue. He oído que el monarca del reino Lvneel ofrece una jugosa recompensa por solucionar un problema con sus hijas, os enviaré el dinero en cuanto lo reciba. Os trataré de escribir cuando pise tierra, mientras tanto gestionar mis asuntos en Goa.
Os echa de menos, William White.
No pasaron más de cinco días desde que envió la carta cuando llegó al reino del norte, el país era tal y como se lo había imaginado tras leer las historietas del “mentiroso Nolan” entre otras, el North Blue parecía un sitio de cuento, islas montañosas con pinos con aquel verde oscuro que jamás había visto en los bosques de los alrededores de Goa. Las casas tenían colores chillones, amarillos verdes y azules que recordaban en su arquitectura al anticuario del viejo Abdull. El clima al contrario de lo que pensaba no estaba siendo tan inclemente como había oído hablar, cierto es que había tenido echar mano a la gabardina, pero después de todo aquello también lo hacía en alta mar.
Aunque probablemente lo que más me llamó la atención fue la nieve, aquella nieve blanca que, aunque algo escasa no amargo en absoluto la experiencia, cogerla, derretirla con el calor de la mano era algo único. Después de todo, era la primera vez que la veía. Dejando el puerto atrás, me dirigí al castillo siguiendo las amables indicaciones del tabernero de uno de los hostales del puerto.
No fue hasta que pasado un rato desde el inicio de la marcha un suceso interrumpió mi marcha, se trataba de dos hombres situados bajo lo que parecía ser un naranjo. Los dos se encontraban enfrascados en una discusión en lo que respectaba a una capa, dejada en herencia por el padre de ambos. El tono de los hermanos, si es que lo eran, comenzó a subir y a subir de tono. No fue poca la tentación de dejar que los hombres hicieran lo que tuvieran que hacer y proseguir yo mi camino a solicitar la audiencia al rey, pero tal vez por la empatía, tal vez por la curiosidad de la capa sin igual, decidí cortar la conversación de los dos violentos hombres:
-Disculpen buenos hombres- interrumpí la conversación acercándome lentamente hacia los dos hombres utilizando el don, o mantra como lo había denominado Abdull, sobre los hombres para intentar asegurarme de sus verdaderas intuiciones así como de que no se trataba de una burda actuación -¿Este es el camino correcto para ir al castillo del rey?- pregunté tratando de romper el hielo y posicionarme entre los dos hombres si el mantra no advertía de hostilidad hacia mí, tras recibir respuesta y agradecerla, si era amistosa proseguiría con una nueva pregunta.
-¿Y bien tienen ustedes algún problema?- finalicé tratando de establecer contacto visual con los rostros de los hombres y el objeto de la disputa, si lo tenía en mano alguno de los hombres.
Me gustaría que aquellos hombres zanjasen la discusión lo antes posible, pero tampoco me detendría demasiado. Por lo que asegurándome de que el arma se encontraba bajo los ropajes, oculta a la vista, para usarla en el caso de que las negociaciones se torcieran.
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El mantra no se equivoca, están muy, muy enfadados el uno con el otro. Se paran a mirarte de malas pulgas y en cuanto les preguntas si les ocurre algo ignoran por completo tu primera cuestión. Uno de ellos se acerca a ti gesticulando, con la cara roja de ira. Señala al otro antes de empezar casi a gritar.
- ¡Claro que tenemos un problema, idiota! El imbécil de nuestro padre ha muerto sin decir a quién le dejaba su capa. ¡Su capa, maldita sea. Esa cosa te hace invisible! Y el cabrón aquí presente quiere quitármela.
-Oye, gilipollas, soy tu hermano. ¡Y el hijo menor!! A ti te ha dado las tierras, ¿Es que quieres dejarme sin nada?
Y de nuevo, vuelven a enzarzarse en su discusión. Pasan de ti y a sus pies, entre ellos, ves un paquete abultado. ¿Será la capa?
- ¡Claro que tenemos un problema, idiota! El imbécil de nuestro padre ha muerto sin decir a quién le dejaba su capa. ¡Su capa, maldita sea. Esa cosa te hace invisible! Y el cabrón aquí presente quiere quitármela.
-Oye, gilipollas, soy tu hermano. ¡Y el hijo menor!! A ti te ha dado las tierras, ¿Es que quieres dejarme sin nada?
Y de nuevo, vuelven a enzarzarse en su discusión. Pasan de ti y a sus pies, entre ellos, ves un paquete abultado. ¿Será la capa?
William White
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Los hermanos se desplazaron hacia donde me encontraba, aunque sus modales no fueron ni de lejos los más adecuados, de hecho, ni tan siquiera se molestaron en contestar a mi primera pregunta. El caso, es que, tras insultarme e insultarse entre ellos de forma terriblemente gratuita, volvieron a ignorarme no sin informarme antes de que la capa en cuestión te hacia invisible. Aquello me llamó extremadamente la atención, por lo que evitando mostrar mi asombró decidí reanudar mi marcha.
No fue hasta ese momento cuando me percaté de un extraño paquete abultado algo alejados de ellos, seguramente se le habría caído alguno de los dos al acercarse a hablar conmigo.
-¿Sería la capa? Probablemente, generalmente se solía llevar la causa de la discordia cuando se producían estos incidentes- me pregunté mientras me acercaba discretamente al paquete como si estuviera dispuesto a marcharme del lugar, intentando evitar hacer el más mínimo ruido.
Al mirar de reojo a los hombres me di cuenta de que estaban enfrascados en su disputa por la herencia, por lo que pasando al lado me agaché disimuladamente haciendo un ademan como si me fuera a atar el zapato recogiendo el paquete al instante. Si por algún causal se percataban a la hora del coger el paquete probablemente haría un ademan de que les había recogido el paquete por mera educación antes de salir corriendo, o simplemente se lo entregaría si no veía la situación nada clara. Todo dependería de como viera la situación después de todo aquello no era el motivo principal de su viaje.
Si todo salía bien marcharía a buen paso y me alejaría lo más posible de los hombres mientras me dirigía al catillo, activando mantra para monitorizar sus movimientos. Una vez sacada una buena distancia probablemente examinaría el paquete tratando de quitar las posibles identificaciones, ya que si el paquete no disponía de identificación y el hombre no había reflejado la autoría del objeto en el testamento no quedarían pruebas ajenas.
No fue hasta ese momento cuando me percaté de un extraño paquete abultado algo alejados de ellos, seguramente se le habría caído alguno de los dos al acercarse a hablar conmigo.
-¿Sería la capa? Probablemente, generalmente se solía llevar la causa de la discordia cuando se producían estos incidentes- me pregunté mientras me acercaba discretamente al paquete como si estuviera dispuesto a marcharme del lugar, intentando evitar hacer el más mínimo ruido.
Al mirar de reojo a los hombres me di cuenta de que estaban enfrascados en su disputa por la herencia, por lo que pasando al lado me agaché disimuladamente haciendo un ademan como si me fuera a atar el zapato recogiendo el paquete al instante. Si por algún causal se percataban a la hora del coger el paquete probablemente haría un ademan de que les había recogido el paquete por mera educación antes de salir corriendo, o simplemente se lo entregaría si no veía la situación nada clara. Todo dependería de como viera la situación después de todo aquello no era el motivo principal de su viaje.
Si todo salía bien marcharía a buen paso y me alejaría lo más posible de los hombres mientras me dirigía al catillo, activando mantra para monitorizar sus movimientos. Una vez sacada una buena distancia probablemente examinaría el paquete tratando de quitar las posibles identificaciones, ya que si el paquete no disponía de identificación y el hombre no había reflejado la autoría del objeto en el testamento no quedarían pruebas ajenas.
- Aclaraciones:
- Si por algun casual me pillan a la hora de coger el paquete me gustaria poder interpretarlo según lo que me describas/moderes
Aki D. Arlia
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Akuma no mi
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Los hombres ni se inmutan, siguen peleando y tirándose de los pelos mientras se gritan. Según te alejas, comienzas a oír sonidos de goles a tu espalda. Parece que van en serio.
Cuando el sonido se pierde en la distancia, examinas el paquete. Es un bulto suave, cubierto en papel marrón y atado con una cuerda. Es fácil abrirlo y en cuanto lo haces tienes en tus manos una capa bastante grande. Es de color negro, tiene capucha y está hecha del material más suave que jamás te hayas encontrado. Casi te parece que a la luz reluce, es extraño. Quizás los dos hermanos tenían razón y en verdad tiene curiosas propiedades.
Pronto te acercas al castillo. En la puerta hay dos guardias con alabardas en la mano, uno a cada lado. ¿De dónde se han escapado esos tipos? Parecen salidos de un parque temático. Cruzan armas y te miran, hablando a la vez:
- ¿Quién eres? ¿Cuál es tu propósito?
Cuando el sonido se pierde en la distancia, examinas el paquete. Es un bulto suave, cubierto en papel marrón y atado con una cuerda. Es fácil abrirlo y en cuanto lo haces tienes en tus manos una capa bastante grande. Es de color negro, tiene capucha y está hecha del material más suave que jamás te hayas encontrado. Casi te parece que a la luz reluce, es extraño. Quizás los dos hermanos tenían razón y en verdad tiene curiosas propiedades.
Pronto te acercas al castillo. En la puerta hay dos guardias con alabardas en la mano, uno a cada lado. ¿De dónde se han escapado esos tipos? Parecen salidos de un parque temático. Cruzan armas y te miran, hablando a la vez:
- ¿Quién eres? ¿Cuál es tu propósito?
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El hurto fue todo un éxito, cogí el paquete disimuladamente y me marché en dirección al castillo. Es más, una vez me hube alejado lo suficiente, sendos hombres terminaron llegando a las manos, por lo que con ruidos de golpes y gruñidos terminé de abandonar el huerto de naranjos.
Una vez que había trascurrido algún trecho del camino hice un alto en el camino. Comencé a examinar el bulto que terminó siendo la capa por la que discutían los hermanos, aunque en vistas de la forma en las que lo hacían dejaban bastantes dudas en lo que respectaba a las supuestas propiedades de la misma. Decidido pues a comprobar que el riesgo había merecido la pena, deshice por completo el paquete comprobando como era esta. La prenda era grande, algo que no me extraño, ya que después de todo los hombres del norte eran famosos por ser altos y recios. Aunque aquello resultó secundario una vez que comprobé la textura de la misma. La textura era suave, probablemente lo más suave que había tocado en su vida, al alzarla un poco para ponerla a contra luz vio como esta relucía de una forma extraña, puede que después de todo no fuera mentira lo que habían dicho los dos gañanes de antes. Asegurándose de que la capa no tenía etiquetas con nombre ni apellidos, guardé la extraña prenda de vuelta en el paquete color cartón, atándola con sendas cuerdecitas. Una vez depositado todo en la bolsa de viaje, proseguí el camino hasta llegar a la entrada del castillo.
El camino no fue excesivamente largo, tal vez una media hora más o menos, justo lo que había estimado el pequeño bosque no tardo en dar paso a una ligera explanada, frente a el un imponente castillo medieval de piedra grisácea, realmente no sabía de que época o que arquitectura era el edificio pero su aspecto era cuanto menos impotente, a pesar de que no era el primer castillo que veía.
En la puerta del imponente castillo medieval había dos guardias que custodiaban la entrada, al tratar de entrar sendos hombres entrecruzaron las alabardas cortando el paso, ciertamente aquella escena parecía sacada de un libro.
-Soy un aventurero que viene de tierras lejanas, vengo a solicitar una audiencia a su rey y a proponerle una solución a su problema- entoné con tono serio.
Una vez que había trascurrido algún trecho del camino hice un alto en el camino. Comencé a examinar el bulto que terminó siendo la capa por la que discutían los hermanos, aunque en vistas de la forma en las que lo hacían dejaban bastantes dudas en lo que respectaba a las supuestas propiedades de la misma. Decidido pues a comprobar que el riesgo había merecido la pena, deshice por completo el paquete comprobando como era esta. La prenda era grande, algo que no me extraño, ya que después de todo los hombres del norte eran famosos por ser altos y recios. Aunque aquello resultó secundario una vez que comprobé la textura de la misma. La textura era suave, probablemente lo más suave que había tocado en su vida, al alzarla un poco para ponerla a contra luz vio como esta relucía de una forma extraña, puede que después de todo no fuera mentira lo que habían dicho los dos gañanes de antes. Asegurándose de que la capa no tenía etiquetas con nombre ni apellidos, guardé la extraña prenda de vuelta en el paquete color cartón, atándola con sendas cuerdecitas. Una vez depositado todo en la bolsa de viaje, proseguí el camino hasta llegar a la entrada del castillo.
El camino no fue excesivamente largo, tal vez una media hora más o menos, justo lo que había estimado el pequeño bosque no tardo en dar paso a una ligera explanada, frente a el un imponente castillo medieval de piedra grisácea, realmente no sabía de que época o que arquitectura era el edificio pero su aspecto era cuanto menos impotente, a pesar de que no era el primer castillo que veía.
En la puerta del imponente castillo medieval había dos guardias que custodiaban la entrada, al tratar de entrar sendos hombres entrecruzaron las alabardas cortando el paso, ciertamente aquella escena parecía sacada de un libro.
-Soy un aventurero que viene de tierras lejanas, vengo a solicitar una audiencia a su rey y a proponerle una solución a su problema- entoné con tono serio.
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Los hombres se miran entre sí y asienten a la vez. Descruzan alabardas y como por arte de magia la puerta del castillo se abre ante ti. Avanzas por la entrada y de los lados salen otros dos guardias, idénticos a los primeros. A tu espalda la puerta se cierra con un estruendo, pero ya no importa porque los nuevos guardias te hacen señas para que les sigas. Recorréis durante un buen rato pasillos y escaleras, arriba, abajo y a derecha e izquierda. Por fin, tras todo eso, ambos guardias se detienen a ambos lados de una puerta, alabardas en ristre de nuevo.
Titubeas un poco, pero terminas por llamar a la puerta. Cuando esta se abre, te encuentras en lo que parece un pequeño despacho. En realidad es bastante amplio, pero considerando el tamaño del castillo está claro que es una habitación menor. Está decorada con suntuosas alfombras y cortinas, los muebles hechos de madera robusta y tallada y aquí y allá mires a donde mires ves opulencia y riqueza. ¿Qué puede necesitar un rey con tal cantidad de tesoros?
El rey de hecho está sentado tras un enorme escritorio. Al verte, se levanta y se queda junto a ti.
- ¿Eres tú quien me ayudará con mi dilema? ¿Quién encontrará la verdad? Pero, más importante, ¿Entiendes que te enfrentas a la muerte si fracasas?
Vaya, que grandilocuente. O exagerado. Quién sabe.
Titubeas un poco, pero terminas por llamar a la puerta. Cuando esta se abre, te encuentras en lo que parece un pequeño despacho. En realidad es bastante amplio, pero considerando el tamaño del castillo está claro que es una habitación menor. Está decorada con suntuosas alfombras y cortinas, los muebles hechos de madera robusta y tallada y aquí y allá mires a donde mires ves opulencia y riqueza. ¿Qué puede necesitar un rey con tal cantidad de tesoros?
El rey de hecho está sentado tras un enorme escritorio. Al verte, se levanta y se queda junto a ti.
- ¿Eres tú quien me ayudará con mi dilema? ¿Quién encontrará la verdad? Pero, más importante, ¿Entiendes que te enfrentas a la muerte si fracasas?
Vaya, que grandilocuente. O exagerado. Quién sabe.
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Los guardias parecieron asentir entre ellos y descruzando las armas se giraron mirándose uno al otro y dando respectivos pasos hacia atrás abriéndome paso. No fue hasta ese instante, que, sin necesidad de vocear una orden ni nada, la puerta se abrió ante mí.
En la puerta otros guardias igualmente uniformados se presentaron ante mí, por un instante me pregunté si sería gemelos respecto a los dos anteriores, idea que descarte al pesar que se debía al uniforme. No fue tras pasar cuando las puertas del castillo se cerraron a mis espaldas. Algo incomodo por verme atrapado, miré hacia atrás, tal vez con cierto sentimiento de arrepentimiento, no fue hasta que uno de los dos guardias me hizo una seña que conseguí reponerme. Siguiendo las señales del susodicho, comenzamos a caminar por extensos pasillos, a cada paso que daba, mayor era la sensación de sumergirme en un mundo pasado. Antorchas que iluminaban los enorme y fríos pasillos adornados con tapices tan solo acompañados por el chisporroteo de las antorchas y el eco de nuestros pasos.
Subimos y bajamos escaleras, giramos a mano derecha e izquierda y no fue hasta pasados unos minutos cuando los guardias se detuvieron ante una puerta, poniéndose en posición de guardia. Miré a los hombres dubitativo, me presentarían o sería yo el encargado de abrir la puerta, tras unos instantes de duda comprendí que no encontraría respuesta en sus miradas.
Dando un par de pasos hacia adelantes propiné tres golpes secos sobre la madera, no fue hasta ese momento que se abrieron las puertas. La habitación era un despacho bastante amplio, o al menos más amplio que el pequeño lugar de trabajo que disponía yo en Loguetown. El lugar, a pesar de estar lejos de lo que debería ser una corte, estaba decorado con increíbles alfombras y cortinas, los muebles de la habitación eran cuanto menos impresionantes, todos y cada uno de ellos superaban por bastante a la gran mayoría de los que pudiera tener a la venta en el anticuario. Si no fuera por lo poco expresivo que tendía a ser probablemente me habría quedado amedrentado por la cantidad de riquezas.
-¿Qué problema tendrá este hombre? -pensé algo intimidado por la carga que había depositado sobre mis hombros.
El hombre estaba sentado en su escritorio trabajando con unos documentos, al verme se levantó y se dirigió hacia mi posición. Haciendo yo una leve relevancia, el hombre arranco a hablar. El hombre soltó un discurso grandilocuente exagerado y especialmente amenazador. El tono serio bien indicaba que el monarca era terriblemente temperamental e iracundo, tal vez caprichoso.
-Comprendo perfectamente la condena por lo delitos de traición- proseguí yo, advirtiendo que sabía de lo que sería acusado en caso de no solucionar los problemas del monarca -¿Y bien me explicará ahora su problema, mi señor?- finalicé preguntando mientras me erguía, ya me había postrado lo estrictamente necesario.
Esperé la respuesta con ansias para tal vez así hacerle algunas solicitudes que facilitaran mi trabajo.
En la puerta otros guardias igualmente uniformados se presentaron ante mí, por un instante me pregunté si sería gemelos respecto a los dos anteriores, idea que descarte al pesar que se debía al uniforme. No fue tras pasar cuando las puertas del castillo se cerraron a mis espaldas. Algo incomodo por verme atrapado, miré hacia atrás, tal vez con cierto sentimiento de arrepentimiento, no fue hasta que uno de los dos guardias me hizo una seña que conseguí reponerme. Siguiendo las señales del susodicho, comenzamos a caminar por extensos pasillos, a cada paso que daba, mayor era la sensación de sumergirme en un mundo pasado. Antorchas que iluminaban los enorme y fríos pasillos adornados con tapices tan solo acompañados por el chisporroteo de las antorchas y el eco de nuestros pasos.
Subimos y bajamos escaleras, giramos a mano derecha e izquierda y no fue hasta pasados unos minutos cuando los guardias se detuvieron ante una puerta, poniéndose en posición de guardia. Miré a los hombres dubitativo, me presentarían o sería yo el encargado de abrir la puerta, tras unos instantes de duda comprendí que no encontraría respuesta en sus miradas.
Dando un par de pasos hacia adelantes propiné tres golpes secos sobre la madera, no fue hasta ese momento que se abrieron las puertas. La habitación era un despacho bastante amplio, o al menos más amplio que el pequeño lugar de trabajo que disponía yo en Loguetown. El lugar, a pesar de estar lejos de lo que debería ser una corte, estaba decorado con increíbles alfombras y cortinas, los muebles de la habitación eran cuanto menos impresionantes, todos y cada uno de ellos superaban por bastante a la gran mayoría de los que pudiera tener a la venta en el anticuario. Si no fuera por lo poco expresivo que tendía a ser probablemente me habría quedado amedrentado por la cantidad de riquezas.
-¿Qué problema tendrá este hombre? -pensé algo intimidado por la carga que había depositado sobre mis hombros.
El hombre estaba sentado en su escritorio trabajando con unos documentos, al verme se levantó y se dirigió hacia mi posición. Haciendo yo una leve relevancia, el hombre arranco a hablar. El hombre soltó un discurso grandilocuente exagerado y especialmente amenazador. El tono serio bien indicaba que el monarca era terriblemente temperamental e iracundo, tal vez caprichoso.
-Comprendo perfectamente la condena por lo delitos de traición- proseguí yo, advirtiendo que sabía de lo que sería acusado en caso de no solucionar los problemas del monarca -¿Y bien me explicará ahora su problema, mi señor?- finalicé preguntando mientras me erguía, ya me había postrado lo estrictamente necesario.
Esperé la respuesta con ansias para tal vez así hacerle algunas solicitudes que facilitaran mi trabajo.
- Aclaraciones:
- Trato de usar secretos del bandido en los objectos del despacho, para tener un valor aproximado de los mismos, así como la época de la que pueden datar(especialmente en cuadros u objectos pequeños)
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Al fijarte en la habitación notas que algunos objetos comienzan a estar gastados, aunque eso solo los hace parecer más solemnes. Tras unos instantes terminas decidiendo que solo los muebles ya valen millones de berries y deben de tener unas cuantas décadas encima. Hay un jarrón o dos que podrían tener hasta cien años y su precio... Es artesanía curiosa; desde luego se te ponen los ojos en berries al pensarlo.
El rey asiente para sí al escucharte. Te tiene un marco en el que hay una foto de gran calidad. Doce mujeres posan sonrientes en dos filas de seis. La más joven no ha de pasar de los trece años, mientras que a la mayor no le adivinas la edad. Sin embargo, la expresión de solemnidad que tiene en la cara te hace identificarla como tal.
-Tengo doce hijas, como puedes ver. A cada cual más guapa y prudente. Sin embargo, guardan entre todas un terrible secreto que no logro averiguar. Cada noche, se escapan de su habitación y a la mañana siguiente sus zapatos aparecen gastados e inservibles. Y ellas, agotadas y unidas en su silencio. No sé a dónde van ni como sortean las medidas que he puesto para impedírselo.
Recupera el cuadro y te mira a los ojos. Está serio, pero algo te dice que es alguien digno de confianza.
- Te daré tres noches para averiguarlo; hoy será la primera. Tendrás una cama en su cuarto y total libertad. Si les tocas un solo pelo, si no cumples tu cometido... conoces las reglas. ¿Alguna pregunta?
El rey asiente para sí al escucharte. Te tiene un marco en el que hay una foto de gran calidad. Doce mujeres posan sonrientes en dos filas de seis. La más joven no ha de pasar de los trece años, mientras que a la mayor no le adivinas la edad. Sin embargo, la expresión de solemnidad que tiene en la cara te hace identificarla como tal.
-Tengo doce hijas, como puedes ver. A cada cual más guapa y prudente. Sin embargo, guardan entre todas un terrible secreto que no logro averiguar. Cada noche, se escapan de su habitación y a la mañana siguiente sus zapatos aparecen gastados e inservibles. Y ellas, agotadas y unidas en su silencio. No sé a dónde van ni como sortean las medidas que he puesto para impedírselo.
Recupera el cuadro y te mira a los ojos. Está serio, pero algo te dice que es alguien digno de confianza.
- Te daré tres noches para averiguarlo; hoy será la primera. Tendrás una cama en su cuarto y total libertad. Si les tocas un solo pelo, si no cumples tu cometido... conoces las reglas. ¿Alguna pregunta?
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Los objetos realmente eran valiosos, tanto, que su valor quedaba fuera de mi imaginación. Cualquier coleccionista que se dignará un mínimo no dudaría en dar una fortuna por tan si quiera algunos de aquellos objetos. Pero hoy no estaba aquí para robar, ¿No? Mientras apartaba pensamientos oscuros de mi cabeza el hombre me paso lo que parecía ser una fotografía de la familia real, en ella se podía ver doce jóvenes mujeres de distintas edades. El monarca continuó exponiendo lo que era la foto antes de confesar finalmente el problema, el cual como imaginaba en cuanto me entrego la foto tenía un carácter familiar.
Ciertamente era un asunto peliagudo y delicado, que bien podría manchar el nombre de la dinastía de salir algún deshonroso secreto, ciertamente por esa parte me aliviaba después de todo era un problema más fácil que afrontar, ya que no requería de fuerza, "sino de maña". Aún así el hecho de todo lo que hubiera tratado de hacer el rey hubiera acabado en un fútil intentó era algo más que extraño.
Tras exponer el problema, exigió el cuadro y me lanzó una mirada que transmitía bastante confianza, lo que era de agradecer, siempre estaba bien saber que un cliente iba a pagar. Finalmente, el hombre indicó que mi plazo sería de tres días y que dispondría de total libertad para ello, siempre y cuando no tocará a ninguna de sus hijas. A pesar de que el plazo tan corto no era de mi agrado, asentí conscientemente de que cualquier intento de ampliarlo solo mostraría una incapacidad y por tanto generaría una desconfianza que no me interesaba crear en la figura del monarca.
-Bueno la verdad es que si tengo algunas preguntas- arranqué a hablar -En primer lugar, me gustaría disponer de mapas, tanto de la región como del castillo, si queremos saber el secreto de sus hijas debemos tratar de averiguar por donde andan por las noches- solicité al monarca -También me gustaría ver alguno de esos zapatos desgastados, tal vez contengan muestras del terreno que nos permitan acotar la búsqueda -Por último me gustaría saber cuáles son esas medida para ver cómo mejorarlas, también recomendaría que quitaran todas las llaves que pudieran tener sus hijas, si tiene que salir u moverse por el catillo estoy seguro de que algún lacayo podrá abrir las puertas que sean necesarias- finalicé, ya que eso sería más educado que pedirle la llave maestra del castillo o del reino.
Esperaría a que me diera lo solicitado, y tras analizar los zapatos, si es que los encontraban. Simplemente comenzaría a estudiar las distintas salidas de la habitación y del castillo con o sin el mapa, para ver si coincidían con alguna “muestra” de los destrozados zapatos o bien había algún rastro fiable. Tan solo esperaba no fracasar, después de todo mi vida estaba en juego.
Ciertamente era un asunto peliagudo y delicado, que bien podría manchar el nombre de la dinastía de salir algún deshonroso secreto, ciertamente por esa parte me aliviaba después de todo era un problema más fácil que afrontar, ya que no requería de fuerza, "sino de maña". Aún así el hecho de todo lo que hubiera tratado de hacer el rey hubiera acabado en un fútil intentó era algo más que extraño.
Tras exponer el problema, exigió el cuadro y me lanzó una mirada que transmitía bastante confianza, lo que era de agradecer, siempre estaba bien saber que un cliente iba a pagar. Finalmente, el hombre indicó que mi plazo sería de tres días y que dispondría de total libertad para ello, siempre y cuando no tocará a ninguna de sus hijas. A pesar de que el plazo tan corto no era de mi agrado, asentí conscientemente de que cualquier intento de ampliarlo solo mostraría una incapacidad y por tanto generaría una desconfianza que no me interesaba crear en la figura del monarca.
-Bueno la verdad es que si tengo algunas preguntas- arranqué a hablar -En primer lugar, me gustaría disponer de mapas, tanto de la región como del castillo, si queremos saber el secreto de sus hijas debemos tratar de averiguar por donde andan por las noches- solicité al monarca -También me gustaría ver alguno de esos zapatos desgastados, tal vez contengan muestras del terreno que nos permitan acotar la búsqueda -Por último me gustaría saber cuáles son esas medida para ver cómo mejorarlas, también recomendaría que quitaran todas las llaves que pudieran tener sus hijas, si tiene que salir u moverse por el catillo estoy seguro de que algún lacayo podrá abrir las puertas que sean necesarias- finalicé, ya que eso sería más educado que pedirle la llave maestra del castillo o del reino.
Esperaría a que me diera lo solicitado, y tras analizar los zapatos, si es que los encontraban. Simplemente comenzaría a estudiar las distintas salidas de la habitación y del castillo con o sin el mapa, para ver si coincidían con alguna “muestra” de los destrozados zapatos o bien había algún rastro fiable. Tan solo esperaba no fracasar, después de todo mi vida estaba en juego.
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El monarca asiente ante tus palabras, serio. Se vuelve y coge una carpeta del escritorio, que te entrega. Si la abres comprobarás que contiene los mapas que has solicitado, minuciosamente detallados. Está claro que no eres el primero que los pide, aunque eso también implica que otros han fracasado antes que tú. Hm. Mientras los examinas, el rey te hace un gesto y salís del cuarto. Comenzáis de nuevo a recorrer pasillos y escaleras, tú detrás de él.
- La habitación de mis hijas está en la esquina sur del castillo. Solo tiene una puerta y está situada en un tercer piso; no se escapan por la ventana ni por la puerta. Cada noche tengo a uno de mis hombres en la puerta y a otro en el jardín oteando la ventana. Los cambio cada noche, pero o los tienen comprados a todos o hay algo que no me explico. La puerta se cierra con llave y doy buena fe de que no tienen ninguna copia ni la han robado. Desde que esto empezó todas se guardan en el tesoro real; todas menos la mía. Con ella las encierro cada anochecer y las libero cada mañana.
Se para frente a una puerta enorme, de doble hoja pintada de rojo. Tiene grabados sutiles por toda la madera y el marco es de oro. Está entreabierta y el monarca la empuja y te deja pasar.
- De día queda abierta, ya que todas están ocupadas en sus quehaceres. Nadie si no las sirvientas viene por aquí hasta la noche.
La habitación es amplia, muy amplia. Doce camas, seis contra seis, perfectamente hechas y arregladas. Ves que el tamaño varía ligeramente, igual que el color de las sábanas. Al fondo se encuentran varios armarios contra la pared, también enormes. Hay cuatro en total, dos a dos con un enorme ventanal en el medio. El monarca se dirige hacia allí y abre el primero. Ignorando los suntuosos ropajes, se inclina y al levantarse te tiende un zapato. Verde, forrado de alguna tela cara y calentita y con una hebilla dorada. Apenas tiene tacón.
- Esos son los zapatos que destrozan cada noche. La suela, como ves, es resistente, pero cada mañana aparece gastada hasta el punto de que puedes ver el comienzo de un agujero justo en el centro de la planta. ¡Es un desastre! Y ellas amanecen agotadas y felices, pero no importa lo que les diga no revelan a dónde o cómo van. Necesito ayuda, joven.
Salís y volvéis a caminar. Llega un punto en el que crees que el monarca camina simplemente por lo nervioso que se encuentra, y no porque quiera llevarte a algún lado.
- Haré que te preparen un camastro junto a la puerta de las princesas. Te entregaré también una llave por si la necesitases; no me defraudes.
Y así, sin más, te deja solo y toma otro camino. Tienes tres horas antes de la hora de la cena, en la que conocerás a las princesas. ¿Cómo quieres ocuparlas?
- La habitación de mis hijas está en la esquina sur del castillo. Solo tiene una puerta y está situada en un tercer piso; no se escapan por la ventana ni por la puerta. Cada noche tengo a uno de mis hombres en la puerta y a otro en el jardín oteando la ventana. Los cambio cada noche, pero o los tienen comprados a todos o hay algo que no me explico. La puerta se cierra con llave y doy buena fe de que no tienen ninguna copia ni la han robado. Desde que esto empezó todas se guardan en el tesoro real; todas menos la mía. Con ella las encierro cada anochecer y las libero cada mañana.
Se para frente a una puerta enorme, de doble hoja pintada de rojo. Tiene grabados sutiles por toda la madera y el marco es de oro. Está entreabierta y el monarca la empuja y te deja pasar.
- De día queda abierta, ya que todas están ocupadas en sus quehaceres. Nadie si no las sirvientas viene por aquí hasta la noche.
La habitación es amplia, muy amplia. Doce camas, seis contra seis, perfectamente hechas y arregladas. Ves que el tamaño varía ligeramente, igual que el color de las sábanas. Al fondo se encuentran varios armarios contra la pared, también enormes. Hay cuatro en total, dos a dos con un enorme ventanal en el medio. El monarca se dirige hacia allí y abre el primero. Ignorando los suntuosos ropajes, se inclina y al levantarse te tiende un zapato. Verde, forrado de alguna tela cara y calentita y con una hebilla dorada. Apenas tiene tacón.
- Esos son los zapatos que destrozan cada noche. La suela, como ves, es resistente, pero cada mañana aparece gastada hasta el punto de que puedes ver el comienzo de un agujero justo en el centro de la planta. ¡Es un desastre! Y ellas amanecen agotadas y felices, pero no importa lo que les diga no revelan a dónde o cómo van. Necesito ayuda, joven.
Salís y volvéis a caminar. Llega un punto en el que crees que el monarca camina simplemente por lo nervioso que se encuentra, y no porque quiera llevarte a algún lado.
- Haré que te preparen un camastro junto a la puerta de las princesas. Te entregaré también una llave por si la necesitases; no me defraudes.
Y así, sin más, te deja solo y toma otro camino. Tienes tres horas antes de la hora de la cena, en la que conocerás a las princesas. ¿Cómo quieres ocuparlas?
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Incrédulo vi como el propio monarca me extendió lo que le había solicitado, algo lo cual no fue nada alentador. Menos cuando al mirarlos de un vistazo rápido comprobé que no era el primero que les ponía las zarpas encima, al menos con un poco de suerte aquello me simplificaría el trabajo. Luego el rey me indicó que le siguiera, para guiarme de nuevo por lo que era una hilera de pasillas y escaleras. Realmente aquel castillo era una verdadera fortaleza y no uno de esos palacetes a los que tanto le habían acostumbrado los cuentos populares. Escuchando atentamente cada una de las palabras pude comprender como el monarca ponía en serias dudas que escaparan por la ventana y por la puerta, ¿Tendría el torreón alguna otra vía de escape?
Finalmente llegamos a la habitación de las princesas, una habitación en la línea de todo el castillo, doce camas enfrentadas seis a seis y una ventana al otro extremo de la puerta y cuatro armarios. El monarca rápidamente se tendió y me dio un zapato, tras tantear el zapato para asegurarme de que realmente era tan duro como decía, me atreví a preguntarle algo al monarca.
-¿Podría quedármelo algún tiempo sin que lo echen en falta?- pregunté al monarca, a fin de cuentas había entendido que cada mañana estrenaban zapatos nuevos.
Si el monarca accedía escucharía atentamente cada una de sus palabras, tras lo cual daría una vuelta alrededor de la habitación, tras lo cual me detendría en la cabecera de una de las camas y preguntaría -Sus hijas son únicas cada una a su manera ¿Me equivoco? Pero si ocultan algún secreto en común debe ser por algún tipo de causa, una sola ¿No cree? - comenté abiertamente con un tono calmado y tenue -Como definiría a sus hijas su majestad además de prudentes- finalicé con el monarca, abstuve de decir guapas por precaución ya que no quería provocar al monarca, más en su tan delicado estado. Es más, mi tono resultaba más frió, como si de la voz de un autómata, aunque sin llegar al extremo de causar duda o incomodidad, sino más bien tratando de transmitir seguridad y profesionalidad. Aún sentía que el monarca le estaba guardando algún tipo de secreto, por lo que decidió utilizar su don ya no solo para percibir si había presencias más allá de las paredes de la habitación, sino para tratar de ver los sentimientos del monarca.
Tras escuchar lo que tuviera que decir el monarca o disculparme en caso de haberlo ofendido, luego volvimos a caminar, aunque tras largo rato simplemente me dio la sensación de que no íbamos a ningún lado. Finalmente, el monarca me ofreció una llave, la cual acepté no sin antes comunicarle que me gustaría revisar la habitación de sus hijas, por lo que le solicité que me diera su propia llave para poder hacer un registro, explicándole que este tipo de cosas eran las primeras que se solían hacer en estos tipos de investigación, así como que él tendría más facilidades para conseguir una de las copias de la cámara real. También le daría la idea de citar a todo el servicio y a sus hijas para asegurarse de que contaba con algo de tiempo a solas en la sala.
-Como comprenderá es muy probable que la ruta que el motivo o la vía que usan para escapar se encuentre en esa habitación, y temo que el tiempo corre en nuestra contra- arranqué con tono suave -Si percibo algo raro podré tantearlo conversando con sus hijas a la hora de la cena y ante ellas preferiría que me tratará como un artista que va a hacerle un retrato, digamos que será mi coartada ¿Me guardará el secreto? - finalicé sonriendo de forma muy sutil, mirando la hora para saber en cuanto comenzaría la cena -Por cierto, una silla me resultará más cómoda que un camastro- anoté tras escuchar la respuesta del rey.
Si el monarca accedía a esta segunda tanda de peticiones me dirigiría a la habitación de las princesas ojeando por el camino el mapa que se me había proporcionado centrando mis esfuerzos en la habitación y en caso, y solo en caso, de que la habitación estuviera vacía. Cerraría la puerta con llave y me dispondría a registrar la habitación, no sin antes memorizar en mi cabeza la situación actual de la misma, para no dejar así evidencias de mi estancia allí. Tras eso me pondría a registrar durante al menos media hora las paredes, para asegurarme de que no había ningún tipo de entrada, guiándome con las anotaciones sobre la torre sur que pudiera haber en el mapa.
Off: me gustaría disponer de un post más para la habitación, a ser posible antes de la cena.
Finalmente llegamos a la habitación de las princesas, una habitación en la línea de todo el castillo, doce camas enfrentadas seis a seis y una ventana al otro extremo de la puerta y cuatro armarios. El monarca rápidamente se tendió y me dio un zapato, tras tantear el zapato para asegurarme de que realmente era tan duro como decía, me atreví a preguntarle algo al monarca.
-¿Podría quedármelo algún tiempo sin que lo echen en falta?- pregunté al monarca, a fin de cuentas había entendido que cada mañana estrenaban zapatos nuevos.
Si el monarca accedía escucharía atentamente cada una de sus palabras, tras lo cual daría una vuelta alrededor de la habitación, tras lo cual me detendría en la cabecera de una de las camas y preguntaría -Sus hijas son únicas cada una a su manera ¿Me equivoco? Pero si ocultan algún secreto en común debe ser por algún tipo de causa, una sola ¿No cree? - comenté abiertamente con un tono calmado y tenue -Como definiría a sus hijas su majestad además de prudentes- finalicé con el monarca, abstuve de decir guapas por precaución ya que no quería provocar al monarca, más en su tan delicado estado. Es más, mi tono resultaba más frió, como si de la voz de un autómata, aunque sin llegar al extremo de causar duda o incomodidad, sino más bien tratando de transmitir seguridad y profesionalidad. Aún sentía que el monarca le estaba guardando algún tipo de secreto, por lo que decidió utilizar su don ya no solo para percibir si había presencias más allá de las paredes de la habitación, sino para tratar de ver los sentimientos del monarca.
Tras escuchar lo que tuviera que decir el monarca o disculparme en caso de haberlo ofendido, luego volvimos a caminar, aunque tras largo rato simplemente me dio la sensación de que no íbamos a ningún lado. Finalmente, el monarca me ofreció una llave, la cual acepté no sin antes comunicarle que me gustaría revisar la habitación de sus hijas, por lo que le solicité que me diera su propia llave para poder hacer un registro, explicándole que este tipo de cosas eran las primeras que se solían hacer en estos tipos de investigación, así como que él tendría más facilidades para conseguir una de las copias de la cámara real. También le daría la idea de citar a todo el servicio y a sus hijas para asegurarse de que contaba con algo de tiempo a solas en la sala.
-Como comprenderá es muy probable que la ruta que el motivo o la vía que usan para escapar se encuentre en esa habitación, y temo que el tiempo corre en nuestra contra- arranqué con tono suave -Si percibo algo raro podré tantearlo conversando con sus hijas a la hora de la cena y ante ellas preferiría que me tratará como un artista que va a hacerle un retrato, digamos que será mi coartada ¿Me guardará el secreto? - finalicé sonriendo de forma muy sutil, mirando la hora para saber en cuanto comenzaría la cena -Por cierto, una silla me resultará más cómoda que un camastro- anoté tras escuchar la respuesta del rey.
Si el monarca accedía a esta segunda tanda de peticiones me dirigiría a la habitación de las princesas ojeando por el camino el mapa que se me había proporcionado centrando mis esfuerzos en la habitación y en caso, y solo en caso, de que la habitación estuviera vacía. Cerraría la puerta con llave y me dispondría a registrar la habitación, no sin antes memorizar en mi cabeza la situación actual de la misma, para no dejar así evidencias de mi estancia allí. Tras eso me pondría a registrar durante al menos media hora las paredes, para asegurarme de que no había ningún tipo de entrada, guiándome con las anotaciones sobre la torre sur que pudiera haber en el mapa.
Off: me gustaría disponer de un post más para la habitación, a ser posible antes de la cena.
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Efectivamente, el zapato es de gran calidad y no parece tener puntos débiles. Simplemente está increíblemente desgastado en la suela. El rey se encoje de hombros ante tu petición, supones que a nadie le importa que te quedes un zapato. No cuando tienen un suministro tan grande de ellos, al parecer.
El monarca te observa pasear por la habitación y no duda en contestarte: - Mis hijas son el perfecto ejemplo de como debería ser una mujer.- Dice con seguridad y orgullo. - Son hermosas, curiosas e inteligentes. De voluntad firme y férrea aunque prudentes, como tú bien has dicho. Pese a despertar agotadas cada día nunca han descuidado sus tareas, por lo que puedes añadir tercas y responsables a la lista. - Comenta con retintín al final. Al ver sus sentimientos descubres preocupación e irritación a partes iguales, a la vez que un ligero miedo. Nada extraño dadas las circunstancias.
Accede a guardar tu coartada y te comenta que irá él mismo a buscarte quince minutos antes de la cena para darte una copia de la llave y asegurarse de que nadie te encuentra donde no debe. Traerá también la silla que has solicitado. Te diriges hacia la habitación, el pasillo y el propio cuarto están desiertos. Cierras la puerta detrás de ti y comienzas a registrarla. No hay nada inusual, en principio. Las más pequeñas guardan dos peluches debajo de la almohada, pequeños unicornios de muy buena calidad. La más mayor un libro de novelas románticas y la que duerme junto a la ventana un pequeño costurero.
En las paredes, por mucho que mires y remires no encuentras nada que te llame la atención. La pintura se desconcha un poco en una esquina, pero eso es todo.
El monarca te observa pasear por la habitación y no duda en contestarte: - Mis hijas son el perfecto ejemplo de como debería ser una mujer.- Dice con seguridad y orgullo. - Son hermosas, curiosas e inteligentes. De voluntad firme y férrea aunque prudentes, como tú bien has dicho. Pese a despertar agotadas cada día nunca han descuidado sus tareas, por lo que puedes añadir tercas y responsables a la lista. - Comenta con retintín al final. Al ver sus sentimientos descubres preocupación e irritación a partes iguales, a la vez que un ligero miedo. Nada extraño dadas las circunstancias.
Accede a guardar tu coartada y te comenta que irá él mismo a buscarte quince minutos antes de la cena para darte una copia de la llave y asegurarse de que nadie te encuentra donde no debe. Traerá también la silla que has solicitado. Te diriges hacia la habitación, el pasillo y el propio cuarto están desiertos. Cierras la puerta detrás de ti y comienzas a registrarla. No hay nada inusual, en principio. Las más pequeñas guardan dos peluches debajo de la almohada, pequeños unicornios de muy buena calidad. La más mayor un libro de novelas románticas y la que duerme junto a la ventana un pequeño costurero.
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El rey accedió a mi petición con cierto matiz, que el mismo acudiría a la habitación unos minutos antes de la cena, para darme una de las copias. Bueno, era lo que quería, aún asi las facilidades que me daba el monarca no hacían otra cosa que dejarme asombrado ¿Tan grande era la desesperación del monarca? Ignorando esto por unos momentos me centré en investigar la habitación, comencé por las paredes encontrando tan solo un pequeño descolchado en una de las esquinas, el cual tras revisarlo minuciosamente no parecía ocultar nada anormal.
Luego proseguí a revisar minuciosamente las pertenecías de las hermanas, empezando por los camastros más pequeños. Las más jóvenes infantas tenían dos peluches, dos unicornios para ser exactos los cuales parecían una artesanía. Tras palpar a conciencia los peluches, o revisar su interior siempre que no tuviera que abrirlo, descubrí para mi asombro que no había nada en su interior a destacar. Por lo que, volviéndolo a dejar en su sitio, pasé a revisar el libro de la que parecía ser la más mayor de las hijas, leyéndolo un poco por encima traté de recordar si había leído u oído hablar sobre la obra en algún sitio, así también me aseguré de que no había ninguna anotación o nota entre las paginas, después de todo no era una cosa tan rara, incluso yo lo hacía. Finalmente, el último objeto que llamó mi atención fue un costurero el cual revise con cuidado de no descolocar nada. Si tenía cierta seguridad comenzaría a revisar el interior del mismo, primero traté de imaginar lo que estaba trabajando, una vez tuviera formulada una teoría revisaría el contenido del costurero tratando de ver si había dobles fondos o algo que le escamará, aunque al igual que con los peluches no haría nada como rajar para no dejar tan temido desliz.
Si no encontraba nada interesante miraría la hora, si le sobraba tiempo trataría de dar un repaso general a la sala en especial a los armarios, viendo lo que ocultaban en su interior. Solo esperaba que no hubiera ninguna mirada indiscreta, su mantra le advertiría de ello ¿No? Aun así, tampoco quería abusar de ello ahora, quería estar fresco para la hora de la cena. Si aún sobraba algo de tiempo miraría las anotaciones con mayor detenimiento, para ver si alguno había reflejado algo interesante. Si en la habitación no había una salida, debía haber una explicación a todo aquello, después de todo los zapatos estaban ahí y no se trataba de una paranoia del monarca.
En caso de no encontrar nada interesante, esperaría el retorno del rey mientras hojeaba los documentos que me había proporcionado.
Luego proseguí a revisar minuciosamente las pertenecías de las hermanas, empezando por los camastros más pequeños. Las más jóvenes infantas tenían dos peluches, dos unicornios para ser exactos los cuales parecían una artesanía. Tras palpar a conciencia los peluches, o revisar su interior siempre que no tuviera que abrirlo, descubrí para mi asombro que no había nada en su interior a destacar. Por lo que, volviéndolo a dejar en su sitio, pasé a revisar el libro de la que parecía ser la más mayor de las hijas, leyéndolo un poco por encima traté de recordar si había leído u oído hablar sobre la obra en algún sitio, así también me aseguré de que no había ninguna anotación o nota entre las paginas, después de todo no era una cosa tan rara, incluso yo lo hacía. Finalmente, el último objeto que llamó mi atención fue un costurero el cual revise con cuidado de no descolocar nada. Si tenía cierta seguridad comenzaría a revisar el interior del mismo, primero traté de imaginar lo que estaba trabajando, una vez tuviera formulada una teoría revisaría el contenido del costurero tratando de ver si había dobles fondos o algo que le escamará, aunque al igual que con los peluches no haría nada como rajar para no dejar tan temido desliz.
Si no encontraba nada interesante miraría la hora, si le sobraba tiempo trataría de dar un repaso general a la sala en especial a los armarios, viendo lo que ocultaban en su interior. Solo esperaba que no hubiera ninguna mirada indiscreta, su mantra le advertiría de ello ¿No? Aun así, tampoco quería abusar de ello ahora, quería estar fresco para la hora de la cena. Si aún sobraba algo de tiempo miraría las anotaciones con mayor detenimiento, para ver si alguno había reflejado algo interesante. Si en la habitación no había una salida, debía haber una explicación a todo aquello, después de todo los zapatos estaban ahí y no se trataba de una paranoia del monarca.
En caso de no encontrar nada interesante, esperaría el retorno del rey mientras hojeaba los documentos que me había proporcionado.
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Revisas la habitación con paciencia, poniendo cuidado y mucha atención. Las paredes no parecen ocultar nada, igual que las pertenencias de las princesas. El libro no lo reconoces, aunque tras hojearlo parece una de esas novelas rosas con muchos besos y finales tan bonitos que no parecen reales. Las páginas están algo gastadas, pero aparte de eso no hay nada extraño. Tampoco en el peluche o el costurero. Parece estar bordando algo, pero todavía no ha hecho suficiente como para adivinar la imagen.
Los armarios no guardan nada espectacular, más allá de los ropajes de las princesas y algunas de sus otras pertenencias, nada que parezca fuera de lugar. Ni siquiera después de un minucioso repaso. En la habitación no parece haber más salida que la puerta y la ventana, demasiado alta para escapar por ella. Menos todavía con esos ropajes y un guardia esperando abajo. Examinas los mapas, pero el problema no parece tener solución.
Poco después llaman a la puerta. El monarca te entrega la copia de la llave, está serio. Al lado de la puerta ha colocado una silla acolchada, con una manta de gran calidad colgando del respaldo y un pequeño taburete de madera que claramente está ahí para hacerte las veces de mesilla.
- Siéntete como en casa, por favor. Pero de momento, acompáñame. La cena empezará en breve. No habrás encontrado nada, supongo.- Añade con resignación más que con decepción.
Por el camino te explica que ya todos te conocen como el último capricho del rey y que nadie parece haber sospechado nada de la coartada, al menos en principio. Te pregunta por si tienes alguna duda y en caso de ser así, procura respondértela.
Pronto llegáis al gran salón comedor. Las princesas se encuentran ya sentadas a la mesa, igual que la Reina y un par de personas más a las que desconoces. Tampoco parecen alguien importante. Te sientan entre dos princesas, Alana y Mireia según te las presentan. Ambas son altas, terriblemente hermosas y muy educadas. Te sonríen con amabilidad y se presentan con delicadeza. Frente a ti tienes a una tercera, Helena, la mayor. Se parece a sus hermanas, pero se le nota en la expresión que es algo más madura.
Pocos segundos después de haberos sentado todos, las puertas se abren y aparecen varios camareros con platos de sopa para todos. Aún humea y parece deliciosa.
Los armarios no guardan nada espectacular, más allá de los ropajes de las princesas y algunas de sus otras pertenencias, nada que parezca fuera de lugar. Ni siquiera después de un minucioso repaso. En la habitación no parece haber más salida que la puerta y la ventana, demasiado alta para escapar por ella. Menos todavía con esos ropajes y un guardia esperando abajo. Examinas los mapas, pero el problema no parece tener solución.
Poco después llaman a la puerta. El monarca te entrega la copia de la llave, está serio. Al lado de la puerta ha colocado una silla acolchada, con una manta de gran calidad colgando del respaldo y un pequeño taburete de madera que claramente está ahí para hacerte las veces de mesilla.
- Siéntete como en casa, por favor. Pero de momento, acompáñame. La cena empezará en breve. No habrás encontrado nada, supongo.- Añade con resignación más que con decepción.
Por el camino te explica que ya todos te conocen como el último capricho del rey y que nadie parece haber sospechado nada de la coartada, al menos en principio. Te pregunta por si tienes alguna duda y en caso de ser así, procura respondértela.
Pronto llegáis al gran salón comedor. Las princesas se encuentran ya sentadas a la mesa, igual que la Reina y un par de personas más a las que desconoces. Tampoco parecen alguien importante. Te sientan entre dos princesas, Alana y Mireia según te las presentan. Ambas son altas, terriblemente hermosas y muy educadas. Te sonríen con amabilidad y se presentan con delicadeza. Frente a ti tienes a una tercera, Helena, la mayor. Se parece a sus hermanas, pero se le nota en la expresión que es algo más madura.
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-Nada de nada- pensé algo ofuscado al ver que mi búsqueda había resultado nula, mientras terminaba de cambiarme de ropa por unas que llevaba en la bolsa -Tal vez si pudiera…-pensé mientras eché mano a la bolsa de viaje y miraba la extraña capa, llegando a probarla frente a un espejo ¿Tendría realmente aquellas propiedades?
Esta acción fue interrumpida al escuchar unos pasos acercándose por el pasillo. Rápidamente guardando la misma en el paquete en la que había robado, la camuflé buenamente como pude entre los documentos que me había proporcionado el monarca, como si conformará parte de los mismos.
Tras la entrada del monarca realicé una reverencia de forma sutil y me dispuse a guardar las partencias, tanto documentos como el paquete en mi bolsa de viaje. Tras agradecerle la copia de la llave, salí de la habitación preguntándole que, si no habría problemas en dejar mis pertenencias sobre la silla o, por el contrario, deseaba que las dejará en otro lugar. Cuando el monarca preguntó por si había encontrado algo, negué con pesadez con la cabeza.
-Por más que he buscado la única salida es la puerta y la ventana- afirmé con seguridad. Comenzando a elaborar mis primeras sospechas -Los trucos más espectaculares siempre tienen como base la más simple de las respuestas- pensé para mis adentros recordando las enseñanzas del viejo Shelby -Por lo que solo me queda intentar averiguar algo en la cena y vigilar arduamente por la noche- finalicé.
Tras comenzar a caminar escuché atentamente lo que me tuviera que decir el monarca sobre mis coartadas, agradeciéndole enormemente su diligencia. Tras un breve espacio de tiempo llegamos al comedor, una amplia sala con una mesa alargada en el centro y sinfín de ventanales a lo largo de la misma. Alrededor de la mesa se encontraban las hijas y la reina, acompañados de algunas personas las cuales por su posición en la mesa supuse que estarían relegados a un papel secundario en lo que era la corte.
Tras sentarme en el sitio que me asignaron, respondí con senda amabilidad y educación tanto a Alana como a Mireia, haciendo lo propio posteriormente con Helena. Manteniendo el decoro y el respeto que había aprendido en los libros, con sumo cuidado de no alterar en lo más mínimo al monarca, después de todo estaba aquí por su afán controlador. -Lamento el aspecto que pueda tener, sus mercedes, más el viaje ha sido largo y arduo, les ruego que me perdonen- mencioné en un tono algo tímido, que denotará cierta vergüenza.
Tras el breve comentario el servicio sirvió los platos con la sopa aún humeante, el caldo de pescado tenía un olor terriblemente delicioso, que hacía que se me hiciera la boca agua. Esperando que el monarca diera el pistoletazo de salida, me dispondría a catar la sopa, esperando por lo más sagrado que aquello no me quemará la lengua. Suponiendo que no notaba nada extrañó en la misma, proseguí tomando la sopa procurando tomar la cuchara adecuada. Entre cucharada y cuchará traté de romper el hielo con las princesas de mi alrededor, preguntando en primera instancia por el reino y elogiando al mismo y posteriormente hablando un poco sobre mi ficticia coartada, hablando y describiendo obras que había robado a lo largo de mi vida, aunque modificando el nombre de las misma y dando una reinterpretación de las mismas. Finalmente, trataría de preguntar a las princesas por sus dotes artísticas o cultura en general, después de todo una de ellas leía. Durante la cena activé el mantra para intentar ver los sentimientos de las hijas del rey, así como mi capacidad para “calar a la gente” y evitar así engaños. El interrogatorio había comenzado.
Esta acción fue interrumpida al escuchar unos pasos acercándose por el pasillo. Rápidamente guardando la misma en el paquete en la que había robado, la camuflé buenamente como pude entre los documentos que me había proporcionado el monarca, como si conformará parte de los mismos.
Tras la entrada del monarca realicé una reverencia de forma sutil y me dispuse a guardar las partencias, tanto documentos como el paquete en mi bolsa de viaje. Tras agradecerle la copia de la llave, salí de la habitación preguntándole que, si no habría problemas en dejar mis pertenencias sobre la silla o, por el contrario, deseaba que las dejará en otro lugar. Cuando el monarca preguntó por si había encontrado algo, negué con pesadez con la cabeza.
-Por más que he buscado la única salida es la puerta y la ventana- afirmé con seguridad. Comenzando a elaborar mis primeras sospechas -Los trucos más espectaculares siempre tienen como base la más simple de las respuestas- pensé para mis adentros recordando las enseñanzas del viejo Shelby -Por lo que solo me queda intentar averiguar algo en la cena y vigilar arduamente por la noche- finalicé.
Tras comenzar a caminar escuché atentamente lo que me tuviera que decir el monarca sobre mis coartadas, agradeciéndole enormemente su diligencia. Tras un breve espacio de tiempo llegamos al comedor, una amplia sala con una mesa alargada en el centro y sinfín de ventanales a lo largo de la misma. Alrededor de la mesa se encontraban las hijas y la reina, acompañados de algunas personas las cuales por su posición en la mesa supuse que estarían relegados a un papel secundario en lo que era la corte.
Tras sentarme en el sitio que me asignaron, respondí con senda amabilidad y educación tanto a Alana como a Mireia, haciendo lo propio posteriormente con Helena. Manteniendo el decoro y el respeto que había aprendido en los libros, con sumo cuidado de no alterar en lo más mínimo al monarca, después de todo estaba aquí por su afán controlador. -Lamento el aspecto que pueda tener, sus mercedes, más el viaje ha sido largo y arduo, les ruego que me perdonen- mencioné en un tono algo tímido, que denotará cierta vergüenza.
Tras el breve comentario el servicio sirvió los platos con la sopa aún humeante, el caldo de pescado tenía un olor terriblemente delicioso, que hacía que se me hiciera la boca agua. Esperando que el monarca diera el pistoletazo de salida, me dispondría a catar la sopa, esperando por lo más sagrado que aquello no me quemará la lengua. Suponiendo que no notaba nada extrañó en la misma, proseguí tomando la sopa procurando tomar la cuchara adecuada. Entre cucharada y cuchará traté de romper el hielo con las princesas de mi alrededor, preguntando en primera instancia por el reino y elogiando al mismo y posteriormente hablando un poco sobre mi ficticia coartada, hablando y describiendo obras que había robado a lo largo de mi vida, aunque modificando el nombre de las misma y dando una reinterpretación de las mismas. Finalmente, trataría de preguntar a las princesas por sus dotes artísticas o cultura en general, después de todo una de ellas leía. Durante la cena activé el mantra para intentar ver los sentimientos de las hijas del rey, así como mi capacidad para “calar a la gente” y evitar así engaños. El interrogatorio había comenzado.
- cosas usadas:
- Mantra, empatia del tier correspondiente.
- Hombre rutinario, ámbito pasivo: Puedo recordar pequeños detalles, en este caso recuerdo el decoro de las historias que he leído, para actuar de forma educada en la mesa. Supongo que eso más los modales de White deberían bastar.
- Talentos/habilidades: "calar a al gente", es interpretativo pero a lo mejor para la situación sirve.
Para más detalle ver ficha.
- Mantra, empatia del tier correspondiente.
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Por un momento, frente al espejo, ves que tu cuerpo desaparece. Pero has de quitártela tan rápida que no estás seguro de si te lo has imaginado. El rey te dice que no hay problema en que dejes todo en la silla y que si necesitas cualquier cosa le mandes llamar.
En la cena, Helena disculpa tu aspecto al oírte, asegurándote que no es un impedimento para disfrutar la comida e instándote a probarla. La sopa de pescado está agradablemente tibia y, como habías anticipado, es deliciosa. Comenzáis a hablar, todas parecen tener una dicción y afán de conversación excelente. Son educadas, escuchan con atención y hablan intentando no aburrir a su interlocutor. Te cuentan cosas de los animales del reino y las diferentes festividades que suelen llevarse a cabo a lo largo del año. Puedes notar que están orgullosas de su país. Muestran interés por tus obras y tus historias, riendo en los momentos adecuados y animándote a seguir hablando.
Pese a tanta perfección, no notas que sea demasiado sobreactuado. Al examinarlas más tranquilamente con tus habilidades, notas algo curioso. Las más mayores están perfectamente calmas, pero las que aparentan ser más jóvenes están nerviosas... no, emocionadas. Exaltadas por algo que no consigues precisar, y dudas que sean tus dotes musicales. Por lo demás, no notas malas intenciones en ninguna y tampoco en el rey. La reina, sin embargo, tiene algo que te insta a no fiarte de ella. No hay maldad a su alrededor, pero es una mujer callada, solemne y en cierto modo fría.
En cuanto les preguntas por sus intereses las princesas te explican con entusiasmo aquello a lo que se dedican en su tiempo libre. Mireia te habla de su pasión por el bordado y de las ganas que tiene de, algún día, traspasar esa costumbre a sus hijos. Helena, la mayor, comenta brevemente que adora leer toda clase de novelas. La última parte no la dice muy convencida y aunque apenas se le nota recuerdas que en su cama había una pequeña novela romántica muy manoseada. Las más pequeñas quedan algo lejos de tu asiento, pero te comentan que les encanta bailar antes de regresar a sus propias conversaciones. Hay varias princesas que directamente no te responden por el simple hecho de que no te han oído.
El tiempo pasa y de repente los camareros vuelven a irrumpir con el segundo plato: Estofado de antílope con guarnición de setas.
En la cena, Helena disculpa tu aspecto al oírte, asegurándote que no es un impedimento para disfrutar la comida e instándote a probarla. La sopa de pescado está agradablemente tibia y, como habías anticipado, es deliciosa. Comenzáis a hablar, todas parecen tener una dicción y afán de conversación excelente. Son educadas, escuchan con atención y hablan intentando no aburrir a su interlocutor. Te cuentan cosas de los animales del reino y las diferentes festividades que suelen llevarse a cabo a lo largo del año. Puedes notar que están orgullosas de su país. Muestran interés por tus obras y tus historias, riendo en los momentos adecuados y animándote a seguir hablando.
Pese a tanta perfección, no notas que sea demasiado sobreactuado. Al examinarlas más tranquilamente con tus habilidades, notas algo curioso. Las más mayores están perfectamente calmas, pero las que aparentan ser más jóvenes están nerviosas... no, emocionadas. Exaltadas por algo que no consigues precisar, y dudas que sean tus dotes musicales. Por lo demás, no notas malas intenciones en ninguna y tampoco en el rey. La reina, sin embargo, tiene algo que te insta a no fiarte de ella. No hay maldad a su alrededor, pero es una mujer callada, solemne y en cierto modo fría.
En cuanto les preguntas por sus intereses las princesas te explican con entusiasmo aquello a lo que se dedican en su tiempo libre. Mireia te habla de su pasión por el bordado y de las ganas que tiene de, algún día, traspasar esa costumbre a sus hijos. Helena, la mayor, comenta brevemente que adora leer toda clase de novelas. La última parte no la dice muy convencida y aunque apenas se le nota recuerdas que en su cama había una pequeña novela romántica muy manoseada. Las más pequeñas quedan algo lejos de tu asiento, pero te comentan que les encanta bailar antes de regresar a sus propias conversaciones. Hay varias princesas que directamente no te responden por el simple hecho de que no te han oído.
El tiempo pasa y de repente los camareros vuelven a irrumpir con el segundo plato: Estofado de antílope con guarnición de setas.
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Efectivamente el manto tenía propiedades, o eso me creí ver pues tan rápido como me la puse me tuve que quitar. Tras la afirmativa del monarca dispuse de mis pertenencias en la silla, dudaba seriamente que alguien se dignara a robarme mis pertenencias, por lo que las dejé en el susodicho lugar, dejándolas justo debajo de la misma para evitar que las infantas la verían al entrar, después de eso mi coartada quedaría rota si es que las veían.
A lo largo de la cena no tuve demasiado tiempo para disfrutar, la mayor parte del tiempo me encontraba hablando tratar de romper el hielo y preguntando a las princesas, al mismo tiempo trataba de analizar lo que tuvieran que decirme las mismas. Habiendo cubierto lo referente a mi coartada, me centré en escuchar y degustar la sopa, era un crimen tomársela fría después de ver lo buena que estaba. Fue durante esos instantes que me percate de varias cosas con el mantra, en primer lugar, las princesas de mayor edad transmitían más calma y tranquilidad, mientras que las pequeñas mostraban un nerviosismo e impaciencia que me intrigaba. Por su parte, el rey no tenía mucho salgo un nerviosismo propio de la situación de sus hijas, en cambio su madre se mostraba fría distante y tenía algo… que me transmitía cierta desconfianza, todo a pesar de la poca atención que la había prestado a lo largo de la cena.
No fue hasta pasos cinco minutos de terminar mi plato cuando trajeron el siguiente, un estofado de antílope con setas. Era la primera vez que comía antílope por lo que no sabía que esperar de tan exótica carne. Preferí callar antes que dejarme en evidencia. Durante el estofado estuve comiendo tranquilamente centrándome sobre todo en escuchar al núcleo más joven de la familia y a la reina, tenía tremenda curiosidad por si tenían algún desliz, en especial muy atento a los pequeños detalles, confesiones susurros, después de todo era espía, aunque lo mío fuera más mezclarse entre la gente que escuchar secretos de camarilla.
Así mismo trataría de ver si averiguaba algo más del uso con el uso del mantra, en especial tras ver alguna de las situaciones anteriores, los sentimientos a flor de piel tras una confesión solían ser más intensos y por lo tanto más captables. Por último y no menos importante trataría de degustar del buen plato, con la pinta que tenía estaría buenísimo, y si no estaban las setas que en lo personal me encantaban.
A lo largo de la cena no tuve demasiado tiempo para disfrutar, la mayor parte del tiempo me encontraba hablando tratar de romper el hielo y preguntando a las princesas, al mismo tiempo trataba de analizar lo que tuvieran que decirme las mismas. Habiendo cubierto lo referente a mi coartada, me centré en escuchar y degustar la sopa, era un crimen tomársela fría después de ver lo buena que estaba. Fue durante esos instantes que me percate de varias cosas con el mantra, en primer lugar, las princesas de mayor edad transmitían más calma y tranquilidad, mientras que las pequeñas mostraban un nerviosismo e impaciencia que me intrigaba. Por su parte, el rey no tenía mucho salgo un nerviosismo propio de la situación de sus hijas, en cambio su madre se mostraba fría distante y tenía algo… que me transmitía cierta desconfianza, todo a pesar de la poca atención que la había prestado a lo largo de la cena.
No fue hasta pasos cinco minutos de terminar mi plato cuando trajeron el siguiente, un estofado de antílope con setas. Era la primera vez que comía antílope por lo que no sabía que esperar de tan exótica carne. Preferí callar antes que dejarme en evidencia. Durante el estofado estuve comiendo tranquilamente centrándome sobre todo en escuchar al núcleo más joven de la familia y a la reina, tenía tremenda curiosidad por si tenían algún desliz, en especial muy atento a los pequeños detalles, confesiones susurros, después de todo era espía, aunque lo mío fuera más mezclarse entre la gente que escuchar secretos de camarilla.
Así mismo trataría de ver si averiguaba algo más del uso con el uso del mantra, en especial tras ver alguna de las situaciones anteriores, los sentimientos a flor de piel tras una confesión solían ser más intensos y por lo tanto más captables. Por último y no menos importante trataría de degustar del buen plato, con la pinta que tenía estaría buenísimo, y si no estaban las setas que en lo personal me encantaban.
- cosas usadas:
- Mantra, empatia del tier correspondiente.
- Hombre rutinario, ámbito pasivo: Puedo recordar pequeños detalles, en este caso recuerdo el decoro de las historias que he leído, para actuar de forma educada en la mesa. Supongo que eso más los modales de White deberían bastar.
- Talentos/habilidades: "calar a al gente", es interpretativo pero a lo mejor para la situación sirve.
Para más detalle ver ficha. - Utilizo el oficio de espía, aunque este especializado como callejero creo que tengo algo de manejo para leer labios(una norma de que por cada nivel en una rama eres el equivalente a un % en otra, corrígeme si me equivoco porque no estoy muy seguro de como funciona)
- Mantra, empatia del tier correspondiente.
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Escuchas atentamente, pero no logras descubrir mucho más. Afianzas las sensaciones que te da cada miembro de la familia, cerciorándote de no haberte equivocado. Te das cuenta de que las que menos hablan son las más jovencitas, contrario a lo que uno esperaría, y supones que es a razón de que no quieren decir algo indebido. ¿Qué secreto pueden guardar?
La reina parece acentuar su mal humor según la comida avanza, pero no logras descubrir el origen. El rey desde luego no parece preocupado por ello. Le trata con cariño como es natural, aunque ella no semeja notarlo.
Pronto llega el postre, un imponente helado de frambuesa con todo tipo de frutitas y siropes alrededor. Huele que alimenta y te hace la boca agua nada más verlo.
No parece que quede mucho tiempo para seguir recabando información, pero tienes un golpe de suerte. Cuando la cena termina y la gente se retira a sus aposentos, el rey y tres de las princesas quedan atrás hablando junto a la puerta. Reconoces a la mayor y a la que supones es la más pequeña, aunque no terminas de ubicar a la tercera.
La reina parece acentuar su mal humor según la comida avanza, pero no logras descubrir el origen. El rey desde luego no parece preocupado por ello. Le trata con cariño como es natural, aunque ella no semeja notarlo.
Pronto llega el postre, un imponente helado de frambuesa con todo tipo de frutitas y siropes alrededor. Huele que alimenta y te hace la boca agua nada más verlo.
No parece que quede mucho tiempo para seguir recabando información, pero tienes un golpe de suerte. Cuando la cena termina y la gente se retira a sus aposentos, el rey y tres de las princesas quedan atrás hablando junto a la puerta. Reconoces a la mayor y a la que supones es la más pequeña, aunque no terminas de ubicar a la tercera.
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El segundo plato lo comí pausadamente, deleitándome con cada bocado de lo que probaba, definitivamente aquella carne distaba mucho del pollo al que la gente de mi casta y oficio habituaba a comer en tugurios de mala muerte, con suerte todo aquello acabaría pronto y yo regresaría al este con un botín bajo el brazo y quien sabe si algún título nobiliario, soñar era gratis.
Aquel sentimiento idílico fue truncándose a lo largo de plato, ya que mis planes no salían para nada tal como había planeado. Empezando aquello siendo una molestia hasta acabar en convertirse en un tremendo sentimiento de frustración.
No fue hasta la llegada del postre cuando terminé desistiendo, tras asegurar todas mis acorazonadas que había logrado a lo largo del primer plato, por lo que aquel tiempo no termino siendo en vano. De tarde en tarde, ojeaba uno de los muebles con reloj que había en el imponente salón real, aumentando mi sensación de agobio ya que no solo sentía que estaba perdiendo el tiempo atorado en aquella situación, sino que el tiempo corría en mi contra.
-Solo tres días- maldecí para mis adentros.
Tratando salir del paso decidí hacer una jugada arriesgada, dirigirme a la reina. Asegurándome primero de que no debía de gritar para dirigirme a ella, ni tampoco interrumpía ninguna conversación. Era bastante visible a simple vista que la reina no estaba alegre, para todos excepto para su marido el cual la mimaba, aunque no sabía hasta qué punto estaba enterado del estado anímico de la misma.
-Bueno su majestad, creo que puede estar gratamente satisfecha de la familia que ha logrado formar, tiene usted si me lo permite decir, unas hijas esplendidas- dice realizando una pequeña pausa -Ciertamente han heredado la belleza de su madre y el saber estar de su padre y además de ello son increíblemente cultas- proseguí adulando -Propongo si me lo permiten que brindemos por ello- propuse finalizando el discurso.
Una vez rompido el hielo con la reina adularia una vez más a sus hijas y soltaría un comentario para intentar sonsacar si había propuestas de matrimonio a las hijas del reino, centrándome en como reaccionaban los miembros ante la posible revelación, en especial la interesada y su madre. Pero sin forzar demasiado, no pretendía ser indiscreto a fin de cuentas era un pinto, uno bueno, pero un pintor. Si se me confesaba que no había propuestas entendería dos cosas, bien que el problema del rey era un secreto a voces ya no solo a nivel nacional y que la corona tenía un problema de sucesión importante.
Procurando hablar un poco más durante el postre, traté de averiguar más sobre la situación política del reino, interesándome por sus costumbres y sus leyes. Tal vez fuera una monarquía avanzada que permitía reinar a la mujer y no había susodicho problema que se me había planteado pensar. Lamentablemente la cena terminó más rápido de lo que me hubiera gustado.
Pero una oportunidad de oro surgió ante mí, ya que el grupo de princesas y el rey se detuvieron ante la puerta, según me acercaba a ellos traté de enterarme de lo que hablaban, si resultaba interesante lo que escuchaba haría como que me quedaba observando la decoración del lugar mientras observaba y miraba de reojo. Si no, tras un tiempo prudencial irrumpiría tratando de unirme a la conversación con algo banal o que me permitiera retenerles a la espera de que se me ocurriera algo mejor con lo que continuar.
Aquel sentimiento idílico fue truncándose a lo largo de plato, ya que mis planes no salían para nada tal como había planeado. Empezando aquello siendo una molestia hasta acabar en convertirse en un tremendo sentimiento de frustración.
No fue hasta la llegada del postre cuando terminé desistiendo, tras asegurar todas mis acorazonadas que había logrado a lo largo del primer plato, por lo que aquel tiempo no termino siendo en vano. De tarde en tarde, ojeaba uno de los muebles con reloj que había en el imponente salón real, aumentando mi sensación de agobio ya que no solo sentía que estaba perdiendo el tiempo atorado en aquella situación, sino que el tiempo corría en mi contra.
-Solo tres días- maldecí para mis adentros.
Tratando salir del paso decidí hacer una jugada arriesgada, dirigirme a la reina. Asegurándome primero de que no debía de gritar para dirigirme a ella, ni tampoco interrumpía ninguna conversación. Era bastante visible a simple vista que la reina no estaba alegre, para todos excepto para su marido el cual la mimaba, aunque no sabía hasta qué punto estaba enterado del estado anímico de la misma.
-Bueno su majestad, creo que puede estar gratamente satisfecha de la familia que ha logrado formar, tiene usted si me lo permite decir, unas hijas esplendidas- dice realizando una pequeña pausa -Ciertamente han heredado la belleza de su madre y el saber estar de su padre y además de ello son increíblemente cultas- proseguí adulando -Propongo si me lo permiten que brindemos por ello- propuse finalizando el discurso.
Una vez rompido el hielo con la reina adularia una vez más a sus hijas y soltaría un comentario para intentar sonsacar si había propuestas de matrimonio a las hijas del reino, centrándome en como reaccionaban los miembros ante la posible revelación, en especial la interesada y su madre. Pero sin forzar demasiado, no pretendía ser indiscreto a fin de cuentas era un pinto, uno bueno, pero un pintor. Si se me confesaba que no había propuestas entendería dos cosas, bien que el problema del rey era un secreto a voces ya no solo a nivel nacional y que la corona tenía un problema de sucesión importante.
Procurando hablar un poco más durante el postre, traté de averiguar más sobre la situación política del reino, interesándome por sus costumbres y sus leyes. Tal vez fuera una monarquía avanzada que permitía reinar a la mujer y no había susodicho problema que se me había planteado pensar. Lamentablemente la cena terminó más rápido de lo que me hubiera gustado.
Pero una oportunidad de oro surgió ante mí, ya que el grupo de princesas y el rey se detuvieron ante la puerta, según me acercaba a ellos traté de enterarme de lo que hablaban, si resultaba interesante lo que escuchaba haría como que me quedaba observando la decoración del lugar mientras observaba y miraba de reojo. Si no, tras un tiempo prudencial irrumpiría tratando de unirme a la conversación con algo banal o que me permitiera retenerles a la espera de que se me ocurriera algo mejor con lo que continuar.
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El rostro de la reina se suaviza considerablemente al escucharte y no pone pega alguna al brindis que le ofreces. Incluso te parece ver la risa en su mirada, aunque no sabes bien por qué. Quizá le hagan tus palabras o quizá se ríe de algo que tu desconoces. Cuando comentas lo de las posibles propuestas de matrimonio te responde con suavidad y tono amable.
- Ha habido alguna, ciertamente. Pero hemos preferido esperar a resolver nuestro pequeño misterio. Al fin y al cabo, una princesa... en fin, supongo que entiende el conflicto.
No parece alterada, por suerte para ti. La cena continúa y descubres que si bien la mujer puede reinar, no puede acceder al trono hasta haber contraído matrimonio. Según la tradición, la persona que ocupe el trono debe tener a su lado a alguien en quien confiar, tanto por si debe ocupar su lugar en caso de emergencia como para controlarle si se le ocurriera abusar de sus poderes. En cualquier caso, esto ayuda al reino a expandirse por medio de alianzas y asegura un posible heredero sin importar el sexo de la persona a cargo.
La cena acaba y te acercas con disimulo al rey y a sus pequeñas. Pronto oyes susurros, si no airados, si preocupados.
- Espero que os comportéis esta noche. Tú especialmente, Helena. No sé qué os traéis entre manos pero es hora de parar. Tus hermanas se agotan y pasan las mañanas dormidas por las esquinas. Y tú... en fin. No es la primera vez que te lo digo. Por favor, piensa en mí antes de irte a la cama o a dónde quiera que vayas.
El rey se aleja con paso rápido. Helena tiene la decencia de parecer debidamente contrita, pero en cuanto su padre se aleja sonríe y le revuelve el pelo a la pequeña. No parece ni un poquito avergonzada. Se marchan, intuyes que en dirección a su cuarto. No parecen haber reparado en ti.
- Ha habido alguna, ciertamente. Pero hemos preferido esperar a resolver nuestro pequeño misterio. Al fin y al cabo, una princesa... en fin, supongo que entiende el conflicto.
No parece alterada, por suerte para ti. La cena continúa y descubres que si bien la mujer puede reinar, no puede acceder al trono hasta haber contraído matrimonio. Según la tradición, la persona que ocupe el trono debe tener a su lado a alguien en quien confiar, tanto por si debe ocupar su lugar en caso de emergencia como para controlarle si se le ocurriera abusar de sus poderes. En cualquier caso, esto ayuda al reino a expandirse por medio de alianzas y asegura un posible heredero sin importar el sexo de la persona a cargo.
La cena acaba y te acercas con disimulo al rey y a sus pequeñas. Pronto oyes susurros, si no airados, si preocupados.
- Espero que os comportéis esta noche. Tú especialmente, Helena. No sé qué os traéis entre manos pero es hora de parar. Tus hermanas se agotan y pasan las mañanas dormidas por las esquinas. Y tú... en fin. No es la primera vez que te lo digo. Por favor, piensa en mí antes de irte a la cama o a dónde quiera que vayas.
El rey se aleja con paso rápido. Helena tiene la decencia de parecer debidamente contrita, pero en cuanto su padre se aleja sonríe y le revuelve el pelo a la pequeña. No parece ni un poquito avergonzada. Se marchan, intuyes que en dirección a su cuarto. No parecen haber reparado en ti.
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La reina contesto de buen grado haciendo referencia a un problema y al misterio, el cual resultaba más público de lo que aparentaba. Más su sorpresa aumento cuando entre susurros el monarca apeló a Helena ciertos comportamiento, señalándola como responsable de todo lo que acontecía por las noches. Al parecer el monarca estaba ocultando ciertos detalles en su reunión anterior, algo que ya trataría de reprocharle a la mañana siguiente.
-Disculpe monarca, podríamos hablar sobre retrato un momento- diría al monarca antes de que se marchará, una vez me hubiera asegurado de que no había oídos indiscretos continuaría con la charla -Hoy antes de cerrar el aposento de las princesas, quiero que miréis si no están mis partencias sobre la silla que mande colocar, si es así podréis cerrar sin problema- dije al hombre -Si lo hacéis así y la fortuna nos sonríe es posible que el enigma se resuelva esta misma noche, aunque como comprenderá no puedo garantizarle nada ahora mismo- le diría al rey -Ciertamente, hay un gran misterio detrás de todo esto- finalizaría al hombre tratando de que su temor me permitiera que accediera a la proposición que acababa de hacerle.
Si el monarca accedía a mi petición, iría a por mis pertenencias, y una vez con la capa puesta, me adentraría en el interior de la habitación colocándome en algún lugar donde no realizará ninguna sombra o pudiera chocar de forma accidental con alguna princesa. En caso de que tuviera que abrir la puerta, la abriría despacio simulando una corriente de viento y apartándome rápidamente del marco, suponiendo que alguna de las princesas se acercará a la misma. En el mejor de los casos llegaría antes que cualquier princesa y no tendría problema alguno.
Ya solo quedaría una larga noche sin pegar ojo, una noche más para mi.
-Disculpe monarca, podríamos hablar sobre retrato un momento- diría al monarca antes de que se marchará, una vez me hubiera asegurado de que no había oídos indiscretos continuaría con la charla -Hoy antes de cerrar el aposento de las princesas, quiero que miréis si no están mis partencias sobre la silla que mande colocar, si es así podréis cerrar sin problema- dije al hombre -Si lo hacéis así y la fortuna nos sonríe es posible que el enigma se resuelva esta misma noche, aunque como comprenderá no puedo garantizarle nada ahora mismo- le diría al rey -Ciertamente, hay un gran misterio detrás de todo esto- finalizaría al hombre tratando de que su temor me permitiera que accediera a la proposición que acababa de hacerle.
Si el monarca accedía a mi petición, iría a por mis pertenencias, y una vez con la capa puesta, me adentraría en el interior de la habitación colocándome en algún lugar donde no realizará ninguna sombra o pudiera chocar de forma accidental con alguna princesa. En caso de que tuviera que abrir la puerta, la abriría despacio simulando una corriente de viento y apartándome rápidamente del marco, suponiendo que alguna de las princesas se acercará a la misma. En el mejor de los casos llegaría antes que cualquier princesa y no tendría problema alguno.
Ya solo quedaría una larga noche sin pegar ojo, una noche más para mi.
- Cosas usadas::
- Tier de investigador(9): De noche es casi invisible, poco más que una mancha oscura y si decide ocultarse es muy improbable lograr atraparlo. La oscuridad juega a su favor y le hace casi indetectable.
- La capa de invisibilidad
- Tier de investigador(9): De noche es casi invisible, poco más que una mancha oscura y si decide ocultarse es muy improbable lograr atraparlo. La oscuridad juega a su favor y le hace casi indetectable.
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Llegas con éxito antes que ninguna princesa. Ellas llegan ya en pijama y a todas luces se preparan para dormir. Es entonces, cuando ya la mayoría están en cama, que oyes la llave en la cerradura. Es el monarca, por supuesto. Tras un par de segundos de oscuro silencio, la mayor de las princesas enciende la luz y sacude a las que ya estaban acostadas. Con pinta de estar acostumbradas, comienzan a quitarse los pijamas y a probarse diversos vestidos.
- Chicas, esperad.- Comenta la más pequeña.- ¿No deberíamos haberle dado de beber al chico de fuera? Estaba la silla, deberíamos haber esperado a que llegase.
No tienes claro a qué se refiere, pero parece preocupada. Una de sus hermanas sacude la mano, quitándole importancia.
- La puerta está cerrada. No puede entrar, nosotras no podemos salir. No sabrá nada.
Continúan preparándose como si estuvieran a punto de ir a una enorme y elegante fiesta. Por último, se calzan los zapatitos que tantos dolores de cabeza le han traído al rey. Sin cortarse un pelo, la mayor aparta su cama con ayuda de otras dos princesas y, quitando la alfombra, revela una trampilla en el suelo. La abre sin que haga ruido y, una a una, todas las princesas descienden en la oscuridad.
- Chicas, esperad.- Comenta la más pequeña.- ¿No deberíamos haberle dado de beber al chico de fuera? Estaba la silla, deberíamos haber esperado a que llegase.
No tienes claro a qué se refiere, pero parece preocupada. Una de sus hermanas sacude la mano, quitándole importancia.
- La puerta está cerrada. No puede entrar, nosotras no podemos salir. No sabrá nada.
Continúan preparándose como si estuvieran a punto de ir a una enorme y elegante fiesta. Por último, se calzan los zapatitos que tantos dolores de cabeza le han traído al rey. Sin cortarse un pelo, la mayor aparta su cama con ayuda de otras dos princesas y, quitando la alfombra, revela una trampilla en el suelo. La abre sin que haga ruido y, una a una, todas las princesas descienden en la oscuridad.
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Me colé sin más complicaciones en el cuarto de las princesas, la puerta estaba abierta y no había nadie dentro, lo cual fue un golpe de fortuna. Una vez dentro me coloqué la capa y me miré al espejo, realmente aquella cosa te hacía invisible, algo con lo que mucho tiempo atrás había aspirado y fantaseado, ahora se convertía en realidad. La cantidad de posibilidades que me proporcionaba eran tan amplias como mi imaginación.
-Realmente aquello me proporcionaba un sinfín de posibilidades- pensé para mis adentros, recordando la cantidad de peligros que podía haber evitado utilizando aquello.
Al rato, las princesas comenzaron a entrar todas formando una fila de la mayor a la menor, como si de un cuentagotas se tratará, todas venían con sus pijamas puestos y dispuestas a dormir. No que hasta que casi todas ellas estuvieron en la cama cuando alguien cerro la puerta al otro lado.
-Debía ser el monarca- musitó para sus adentros, mientras continuaba inmóvil pegado a una de las paredes.
No fue hasta unos segundos más tarde cuando la mayor, la tal Helena, se levantó encendiendo la luz. Para acto seguido comenzar a llamar una a una al resto de princesas. Una a una, estas se iban levantando yéndose a probar diferentes vestidos, cada cual más atrevido que el anterior. Si bien no era la primera vez que veía a una chica cambiarse, no pude evitar sonrojarme un poco, después de todo era un poco pudorosos en cuanto a esos temas se refería.
Unos minutos más tarde, cuando casi todas las princesas estaban preparadas, la más pequeña de ellas reparó en que yo debía estar al otro lado y que por tanto deberían algo de beber. Dándome un pequeño vuelco al corazón comencé a preocuparme, dudas que se disiparon cuando recordé que ninguna de ellas debía tener llave de la puerta, cosa que me confirmo la respuesta de una de las princesas más mayores. Por lo que, sin más reparos, las señoritas terminaron de preparase, quedando todas y cada unas de ellas preparadas para la más elegante y pomposa de las fiestas.
-¿A dónde diablos irán para arreglarse tanto?- me preguntaba a mi mismo, intrigado y deseoso por desvelar un misterio el cual no parecía tener solución.
Mi pregunta no tardó demasiado en ser respondida, cuando la mayor de ellas desplazó su cama y quitando la alfombra que había bajo ella, desvelando una trampilla perfectamente oculta, una que no salía en los planos que el monarca me había dado. Sin el menor reparo y con un tiento envidiable la abrió sin realizar el mínimo ruido, comenzando a introducirse una a una cada una de las princesas.
Entonces ahí se abrió un dilema, continuar siguiéndolas o explorar aquel pasadizo en la intimidad de la mañana, sopesando finalmente lo que debía o no hacer, mientras trataba observar desde arriba como iluminaban el interior del corredor. Finalmente decidí adentrarme en la oscuridad del lugar, tratando de seguir a las princesas desde la mayor distancia posible tratando de guiarme por la luz que estas llevarán y evitando, en la medida de lo posible, realizar el más mínimo de los ruidos.
-¿A dónde conducirá esta galería?- pensé para mis adentros.
-Realmente aquello me proporcionaba un sinfín de posibilidades- pensé para mis adentros, recordando la cantidad de peligros que podía haber evitado utilizando aquello.
Al rato, las princesas comenzaron a entrar todas formando una fila de la mayor a la menor, como si de un cuentagotas se tratará, todas venían con sus pijamas puestos y dispuestas a dormir. No que hasta que casi todas ellas estuvieron en la cama cuando alguien cerro la puerta al otro lado.
-Debía ser el monarca- musitó para sus adentros, mientras continuaba inmóvil pegado a una de las paredes.
No fue hasta unos segundos más tarde cuando la mayor, la tal Helena, se levantó encendiendo la luz. Para acto seguido comenzar a llamar una a una al resto de princesas. Una a una, estas se iban levantando yéndose a probar diferentes vestidos, cada cual más atrevido que el anterior. Si bien no era la primera vez que veía a una chica cambiarse, no pude evitar sonrojarme un poco, después de todo era un poco pudorosos en cuanto a esos temas se refería.
Unos minutos más tarde, cuando casi todas las princesas estaban preparadas, la más pequeña de ellas reparó en que yo debía estar al otro lado y que por tanto deberían algo de beber. Dándome un pequeño vuelco al corazón comencé a preocuparme, dudas que se disiparon cuando recordé que ninguna de ellas debía tener llave de la puerta, cosa que me confirmo la respuesta de una de las princesas más mayores. Por lo que, sin más reparos, las señoritas terminaron de preparase, quedando todas y cada unas de ellas preparadas para la más elegante y pomposa de las fiestas.
-¿A dónde diablos irán para arreglarse tanto?- me preguntaba a mi mismo, intrigado y deseoso por desvelar un misterio el cual no parecía tener solución.
Mi pregunta no tardó demasiado en ser respondida, cuando la mayor de ellas desplazó su cama y quitando la alfombra que había bajo ella, desvelando una trampilla perfectamente oculta, una que no salía en los planos que el monarca me había dado. Sin el menor reparo y con un tiento envidiable la abrió sin realizar el mínimo ruido, comenzando a introducirse una a una cada una de las princesas.
Entonces ahí se abrió un dilema, continuar siguiéndolas o explorar aquel pasadizo en la intimidad de la mañana, sopesando finalmente lo que debía o no hacer, mientras trataba observar desde arriba como iluminaban el interior del corredor. Finalmente decidí adentrarme en la oscuridad del lugar, tratando de seguir a las princesas desde la mayor distancia posible tratando de guiarme por la luz que estas llevarán y evitando, en la medida de lo posible, realizar el más mínimo de los ruidos.
-¿A dónde conducirá esta galería?- pensé para mis adentros.
Aki D. Arlia
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La última de las princesas cierra la trampilla tras de si. Al cabo de un tiempo prudencial, la abres en silencio y te cuelas con cuidado. Estás en lo alto de una estrecha escalera de caracol, tallada en la piedra. Ves una luz titilante al fondo y al seguirla encuentras una antorcha en la mano de la más joven de las princesas.
Al principio no se escucha más que los zapatos sobre la piedra, descendiendo una a una cautelosas. Según pasan los minutos, comienzan a hablar, primero en voz baja y luego animadamente. Hablan de un gran baile que se celebra hoy y de príncipes con los que bailarán. A estas alturas calculas que debéis estar bajo tierra y no a poca profundidad. Sin embargo, cuando por fin llegáis al pie de las escaleras, un soplo de aire te da en la cara.
El lugar es espectacular y ante tal vista las princesas cesan su charla. Es una enorme caverna subterránea, tan alta que del techo y sus estalactitas solo intuyes la forma. Con respecto al suelo... un enorme lago se abre ante vosotros. En la orilla, seis canoas bellamente decoradas, de aspecto resistente, parecen aguardaros. Ves como con movimientos ágiles, de alguien que ya ha hecho eso antes, las princesas se preparan para montarse y cruzar el lago de dos en dos.
Quizá deberías buscar la manera de colarte y seguirlas.
Al principio no se escucha más que los zapatos sobre la piedra, descendiendo una a una cautelosas. Según pasan los minutos, comienzan a hablar, primero en voz baja y luego animadamente. Hablan de un gran baile que se celebra hoy y de príncipes con los que bailarán. A estas alturas calculas que debéis estar bajo tierra y no a poca profundidad. Sin embargo, cuando por fin llegáis al pie de las escaleras, un soplo de aire te da en la cara.
El lugar es espectacular y ante tal vista las princesas cesan su charla. Es una enorme caverna subterránea, tan alta que del techo y sus estalactitas solo intuyes la forma. Con respecto al suelo... un enorme lago se abre ante vosotros. En la orilla, seis canoas bellamente decoradas, de aspecto resistente, parecen aguardaros. Ves como con movimientos ágiles, de alguien que ya ha hecho eso antes, las princesas se preparan para montarse y cruzar el lago de dos en dos.
Quizá deberías buscar la manera de colarte y seguirlas.
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