Rainbow662
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Nunca había habido lugar en el mundo más ruidoso que un bar. Tasca, taberna, garito, fumadero de opio... No importaba siempre que hubiese piratas en él. Los piratas eran los seres más escandalosos de la creación, como si compitiesen por ver quién organizaba un mayor escándalo, bebía más y durante más tiempo, y causaba más destrozos y peleas.
Y Arribor Neus era el peor de todos.
-¡JA! Yo gano. Paga -se jactó Arribor ante el pobre imbécil que creía que podría ganarle bebiendo. No sin reticencia, el ebrio piratucho depositó en su mano una gruesa moneda de oro con una calavera en el reverso y luego cayó redondo al suelo. Era el decimoséptimo que el hombre sin corazón tumbaba esa tarde.
Y es que Arribor estaba de celebración. No era su cumpleaños -o quizás sí, pues hacía tiempo que había olvidado algo tan poco singular como el día de su nacimiento-, sino que había encontrado una bolsa de monedas de oro. Alguien la había dejado tirada por ahí como si nada, en una caja fuerte de pared tras el cuadro de una mansión. ¿Quién podía ser tan descuidado? Mira que dejar oro sin vigilancia... Sin duda había sido el destino el que lo había llevado a mear a ese edificio y el que había hecho que quisiera robar el cuadro, dejando a la vista la caja fuerte.
Dos horas después ya había dilapidado todo el dinero en el Mozo Trasnochador, el único bar que jamás cerraba de la isla, a base de invitar a rondas a todos los presentes. También había repartido un poco con sus compañeros, que ahora lo gastaban en sus cosas. Drake se había ido a comer algo, como no podía ser de otro modo, y el sapo estaba ocupado buscando el amor como para enterarse de lo que él hacía con el dinero. Y como Sarah no cabía en la taberna, Arribor se había quedado con el tejón, que llenaba de humo la sala con sus malditos cigarrillos. Cada uno con vicio; todos pagados por él. Cuando se dio cuenta de que se había quedado sin blanca, no le quedó más remedio que beber para recuperarlo poco a poco, moneda a moneda. Menos mal que los piratas no tenían reparos en emborracharse a la hora del té.
-¿Piensas que a mí puedes ganarme, tuerto? -exclamó Hooligan con familiaridad.
Arribor había conocido al Mal Bebedor ese mismo día. Capitán de los Piratas England, James Hooligan era el tipo más pendenciero que hubiese pisado la faz de la Tierra. Nada más ver a Arribor y reconocerlo de sus carteles de recompensa había intentado atacarle, y ambos se habían enzarzado en una pelea que había reducido a escombros el Cervecero de Marfil, el que antes era el segundo bar que nunca cerraba de la isla. Curiosamente, eso solo sirvió para hacerlos amigos.
-¡Camarero! ¡Otro duelo! ¡Trae los barriles! -exigió alguien a voz en grito.
Arribor y Hooligan se sentaron frente a frente en dos taburetes y agarraron sus barriles.
-No sé si deberías hacer eso, James -sugirió la compañera de Hooligan. Parecía totalmetne fuera de lugar allí, siendo como era tan silenciosa y refinada. Ni siquiera había querido probar el whisky casero que servían allí e incluso había insistido en que se advirtiera que tres vasos causaban ceguera. Qué remilgada.
Hooligan la ignoró y Arribor y él empezaron a tragar. La cerveza, fuerte y negra, pasaba por su garganta como una catarata. La clave de la prueba era la velocidad, y para eso, el truco estaba en no respirar y... bueno, y poco más.
Inexplicablemente, Arribor perdió. No solo eso, sino que el maldito Hooligan se bebió incluso el barril. ¿De verdad acababa de ver eso? Igual había bebido demasiado. ¿No se suponía que hacían falta cuatro vasos de whisky casero para volverse loco?
-¡Nadie puede ganarme! -gritó Hooligan, totalmente borracho. Claro que ese tipo siempre estaba borracho-. Bueno, me... hip... me largo. Nos veremos en la reunión de la Hermandad.
-¿La qué? -preguntó Arribor, desconcertado. Serían cosas de borracho.
-La Hermandad de Piratas, claro -respondió otro de los piratas presentes.
-¿Qué puñetas es eso?
-¿Cómo puedes no saberlo? -intervino otro.
-Debe estar de broma -supuso un cuarto.
Arribor no estaba de broma. No tenía ni idea de qué era una hermandad ni por qué los piratas tenían una. ¡Y sin avisarle a él!
-¿Qué pasa? ¿Es que no te han invitado?
-No puede ser. Ey, Heartless, ¿tú no mataste a un almirante? ¿Cómo es que no te han invitado a la reunión?
-Un momento, un momento -pidió Arribor, alzando las manos-. ¿Es que os han invitado a todos menos a mí? -Todos asintieron-. ¿A ti, Joe el Gordo? ¿Y a ti, Billy el Desafortunado? -Ambos asintieron de nuevo-. ¿Thom el Mudo? ¿Bailarín? ¿Patizambo Ennest? -Uno a uno, todos fueron respondiendo afirmativamente-. ¿Y se atreven a no invitarme a mí?
Ahora si que estaba furioso. ¿Cómo osaban invitar a esos aspirantes a piratas sin casi recompensa por su cabeza y pasarle por alto a él? ¡A él! Al poderoso hombre sin corazón, que había peleado con Yonkos y almirantes. Realmente no tenía ni idea de quién era el que debía invitarle ni por qué, pero eso era lo de menos. Totalmente fuera de sí, alzo un taburete y lo lanzó contra la pared.
Y, como si hubiese sido una señal convenida, todo el local estalló en una inmensa reyerta. Piratas... No podía ser de otra forma.
Arribor lanzó mesas y personas por los aires. Rompió botellas en cráneos y cráneos en paredes, gritó de rabia y atravesó los muros a puñetazos. Lanzó a Hooligan por la ventana y casi pateó incluso al propio Zack. Estaba fuera de sí. Destrozaba las vigas y las columnas, y las paredes se venían abajo. El techo quedaba agujereado cada vez que enviaba a alguien a través de él de un puñetazo. El polvo formó una densa nube a su alrededor según se desplomaban los últimos pedazos del local.
Unos minutos después, se calmó. El bar estaba hecho polvo y sus clientes tirados entre los restos. A ver de quién se reían ahora. Mira que no invitarle a...
-Oye, capi -dijo Zack a su espalda. Tenía algo en la mano-. Casi se me pasa. Llegó una carta para ti hace poco. Se me olvidó dártela. Detrás pone: "De la Hermandad de Pirateria".
Arribor se lo quedó mirando unos segundos. Se acercó al tejón y le cogió la carta. Luego echó un vistazo a los destrozos causados en su arranque de ira. Iba a haber mucha gente enfadada por eso. Los hombres ensangrentados desperdigados por doquier, entre los maderos rotos de lo que había sido una gran taberna.
-Oh.
Alwyn
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Historia interesante, me he reído un rato con ella. No tienes casi faltas quitando una que seguramente fuera error de tecleo, por lo que los hermanos te esperan, pero trata de no romper más tabernas hasta llegar.
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