Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los pasos se detuvieron. Una sola silueta bajo la luz del sol, en un mar de arena. La silueta de un joven de apenas dieciséis años vestido con un chándal rojo, en cuya mano derecha se vislumbraba una katana enfundada en una vaina negra. Los pelos desafiaban a la gravedad salvo en su flequillo, que caía por su frente. La expresión de su rostro denotaba cansancio, pesadez, como si llevara mucho tiempo en aquel lugar y no encontrara el camino adecuado. Tras un largo suspiro, separó sus labios para hablar. ¿Con quién? No había nadie en cientos de metros a la redonda, o al menos esa era la información que le transmitían sus ojos. Charlaba consigo mismo, en un intento de no caer en el peligroso abrazo de la locura. - Decimocuarto día tras mi salida de Shimotsuki. He llegado al destino que marcó mi sensei en esta prueba espiritual, pero solo veo… arena - Giró la cabeza, extendiendo su mirada de izquierda a derecha en pos de descubrir “algo”. Nada, mala suerte.
Otro suspiro salió de sus labios, los cuales estaban secos, al igual que su lengua. Trató de relamerse, pero la sensación de fricción de un miembro seco con otro de la misma textura no era agradable. Haciendo un acopio de fuerzas, reanudó su paseo por aquella explanada sin final. El horizonte le indicaba allí a lo lejos que algún día terminaría su caminata, si es que conseguía aguantar hasta tal punto. - Ufff… - Andar comenzaba a resultar una acción pesada, notaba los músculos de sus piernas demasiado vagos por el esfuerzo. Necesitaba un respiro, pero el sol abrasador no se lo concedería… A no ser que lograra esconderse debajo de alguna roca que proporcionara un buen espacio sombrío. En este punto, sí que tuvo suerte, pues a menos de cuarenta metros había una zona rocosa en la que podría cobijarse a la sombra.
Alcanzó dicho lugar en un tiempo escaso, pues cuando la necesidad aprieta se sacan fuerzas de donde sea. Terminó apoyando su espalda en la superficie de una roca y resbalando hasta que su trasero tocó el suelo, sentado sobre la arena fresquita. - Podrías ir a la isla de Sarden, me dijo Hanzo. Podría ser una buena experiencia para que conectes con tu espíritu, muchos samuráis lo hacen… - Repetía las palabras que le dijo su maestro en su día, para convencerle a realizar dicho viaje con el fin de madurar. Apoyó la cabeza contra la roca y miró al cielo, azulado y despejado de nubes. - Yo sí que te voy a dar una buena experiencia cuando vuelva… Tsk - El enfado se hizo presente en su rostro, frunciendo el ceño y apretando la mandíbula. - Si es que consigo dar con la maldita salida de este laberinto - Y es que no había caído en que, a unos doscientos metros al este, había un río. Un río que dotaba de vegetación a una zona mucho más transitable para los viajeros, que indicaba principio o fin de la isla en función del rumbo que decidieras seguir. ¿Por qué no se había dado cuenta? Porque tenía el GPS roto de fábrica, era un inepto para la orientación. Y más le valdría que eso cambiase pronto, porque ni tenía provisiones, ni un mapa del que guiarse.
Otro suspiro salió de sus labios, los cuales estaban secos, al igual que su lengua. Trató de relamerse, pero la sensación de fricción de un miembro seco con otro de la misma textura no era agradable. Haciendo un acopio de fuerzas, reanudó su paseo por aquella explanada sin final. El horizonte le indicaba allí a lo lejos que algún día terminaría su caminata, si es que conseguía aguantar hasta tal punto. - Ufff… - Andar comenzaba a resultar una acción pesada, notaba los músculos de sus piernas demasiado vagos por el esfuerzo. Necesitaba un respiro, pero el sol abrasador no se lo concedería… A no ser que lograra esconderse debajo de alguna roca que proporcionara un buen espacio sombrío. En este punto, sí que tuvo suerte, pues a menos de cuarenta metros había una zona rocosa en la que podría cobijarse a la sombra.
Alcanzó dicho lugar en un tiempo escaso, pues cuando la necesidad aprieta se sacan fuerzas de donde sea. Terminó apoyando su espalda en la superficie de una roca y resbalando hasta que su trasero tocó el suelo, sentado sobre la arena fresquita. - Podrías ir a la isla de Sarden, me dijo Hanzo. Podría ser una buena experiencia para que conectes con tu espíritu, muchos samuráis lo hacen… - Repetía las palabras que le dijo su maestro en su día, para convencerle a realizar dicho viaje con el fin de madurar. Apoyó la cabeza contra la roca y miró al cielo, azulado y despejado de nubes. - Yo sí que te voy a dar una buena experiencia cuando vuelva… Tsk - El enfado se hizo presente en su rostro, frunciendo el ceño y apretando la mandíbula. - Si es que consigo dar con la maldita salida de este laberinto - Y es que no había caído en que, a unos doscientos metros al este, había un río. Un río que dotaba de vegetación a una zona mucho más transitable para los viajeros, que indicaba principio o fin de la isla en función del rumbo que decidieras seguir. ¿Por qué no se había dado cuenta? Porque tenía el GPS roto de fábrica, era un inepto para la orientación. Y más le valdría que eso cambiase pronto, porque ni tenía provisiones, ni un mapa del que guiarse.
-Como me vuelvas a traer a un sitio así te arranco la cabeza -gruñó la voz mecánica que surgía del collar de César.
-Yo no te he traído -respondió enseguida Therax-. Lo ha hecho el tipo que lleva el barco hacia Sabaody, y no es culpa suya que el motor se haya estropeado y haya tenido que parar para arreglarlo. Deja de quejarte de una vez, anda.
Lo cierto era que el ancestral habitante de los bosques de Domica no iba del todo desencaminado. Era verdad que se habían visto obligados a detenerse en Sarden o, siendo más exactos, en una pequeña isla desde la que se divisaba la silueta del vasto desierto de arena. «¿Arabasta un desierto? Un campo de flores al lado de esto», se quejó en su fuero interno, negándose a darle más argumentos al viejo cánido para que continuase refunfuñando.
Tib caminaba junto a él, jadeando y dirigiendo vistazos suplicantes a su compañero. Era un animal adaptado a los climas árticos, donde el frío lo dominaba todo y se abría paso hasta alcanzar las entrañas de quienes se movían en su interior. Debían buscar un lugar que permitiese al muryn recuperarse un poco; alejarse del abrasador sol que gobernaba el cielo con mano de hierro. Therax dirigió su vista hacia él, empleando su mano derecha a modo de visera para contemplar su inmensidad. «¿Soy yo o aquí es más grande que en ningún sitio?», se preguntó, notando como sus rayos se clavaban en su mano como alfileres candentes.
Entonces, un aullido de júbilo a su lado provocó que saliese del mar de pensamientos inútiles en el que se había zambullido. Había sido Tib; su tono era inconfundible para el domador. En cuanto escrutó los alrededores para ver qué sucedía, identificó el motivo de su reacción. No era muy difícil reparar en el verde que rompía la monotonía de la arena del lugar. No era ni de lejos el mayor de los bosques. De hecho dudaba que pudiese calificarse así pero, dada la situación en la que se encontraba, se mostró ante él y sus mascotas como la más gloriosa de las selvas.
No se lo pensó y comenzó a andar en dirección al río, que se encontraba por debajo de la altura a la que él se hallaba. Comenzó a descender por la duna desde la que había divisado la vegetación, mas se vio obligado a detenerse. De pie sobre unas rocas que parecían nacer de la arena y creaban un techo que protegía de la caliente luz del astro rey, oyó algo. «¡Oh, vamos! Tanta sed no tengo», pensó, creyendo que era algún tipo de alucinación auditiva fruto de la deshidratación.
Sin embargo, aquella voz continuó hablando. Con mucho cuidado, el rubio se asomó para identificar la figura de un muchacho que asía una espada. «Vaya, un espadachín», se dijo al tiempo que esbozaba una sonrisa y dejaba que la curiosidad se reflejase en su cara. Sus dos compañeros caninos asomaron sus hocicos, uno a cada lado del domador.
Se planteó llamar la atención del moreno, pero finalmente optó por quedarse quieto allí, esperando a que alzase la vista y se encontrase con tres cabezas observándole con ojo atento.
-Yo no te he traído -respondió enseguida Therax-. Lo ha hecho el tipo que lleva el barco hacia Sabaody, y no es culpa suya que el motor se haya estropeado y haya tenido que parar para arreglarlo. Deja de quejarte de una vez, anda.
Lo cierto era que el ancestral habitante de los bosques de Domica no iba del todo desencaminado. Era verdad que se habían visto obligados a detenerse en Sarden o, siendo más exactos, en una pequeña isla desde la que se divisaba la silueta del vasto desierto de arena. «¿Arabasta un desierto? Un campo de flores al lado de esto», se quejó en su fuero interno, negándose a darle más argumentos al viejo cánido para que continuase refunfuñando.
Tib caminaba junto a él, jadeando y dirigiendo vistazos suplicantes a su compañero. Era un animal adaptado a los climas árticos, donde el frío lo dominaba todo y se abría paso hasta alcanzar las entrañas de quienes se movían en su interior. Debían buscar un lugar que permitiese al muryn recuperarse un poco; alejarse del abrasador sol que gobernaba el cielo con mano de hierro. Therax dirigió su vista hacia él, empleando su mano derecha a modo de visera para contemplar su inmensidad. «¿Soy yo o aquí es más grande que en ningún sitio?», se preguntó, notando como sus rayos se clavaban en su mano como alfileres candentes.
Entonces, un aullido de júbilo a su lado provocó que saliese del mar de pensamientos inútiles en el que se había zambullido. Había sido Tib; su tono era inconfundible para el domador. En cuanto escrutó los alrededores para ver qué sucedía, identificó el motivo de su reacción. No era muy difícil reparar en el verde que rompía la monotonía de la arena del lugar. No era ni de lejos el mayor de los bosques. De hecho dudaba que pudiese calificarse así pero, dada la situación en la que se encontraba, se mostró ante él y sus mascotas como la más gloriosa de las selvas.
No se lo pensó y comenzó a andar en dirección al río, que se encontraba por debajo de la altura a la que él se hallaba. Comenzó a descender por la duna desde la que había divisado la vegetación, mas se vio obligado a detenerse. De pie sobre unas rocas que parecían nacer de la arena y creaban un techo que protegía de la caliente luz del astro rey, oyó algo. «¡Oh, vamos! Tanta sed no tengo», pensó, creyendo que era algún tipo de alucinación auditiva fruto de la deshidratación.
Sin embargo, aquella voz continuó hablando. Con mucho cuidado, el rubio se asomó para identificar la figura de un muchacho que asía una espada. «Vaya, un espadachín», se dijo al tiempo que esbozaba una sonrisa y dejaba que la curiosidad se reflejase en su cara. Sus dos compañeros caninos asomaron sus hocicos, uno a cada lado del domador.
Se planteó llamar la atención del moreno, pero finalmente optó por quedarse quieto allí, esperando a que alzase la vista y se encontrase con tres cabezas observándole con ojo atento.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Las palabras de su maestro habían sido bastante claras: aquel era un viaje para que conectase con su espíritu. No era una meditación o peregrinaje como cualquier otro, era una prueba que debía superar si a futuro quería convertirse en el heredero del dojo. El heredero en qué sentido, os preguntaréis… Se refería al siguiente en ser galardonado con el conocimiento máximo al que podría aspirar un espadachín en Shimotsuki. Todavía no sabía cuál era ese premio, pero sin duda, todos los candidatos entrenaban con todo lo que tenían para poder rascar un poco de esa gloria. Los rumores contaban que, al mejor alumno de cada generación, el maestro le enseñaba los secretos más profundos y poderosos del arte de la espada. Y él, que sin duda quería convertirse en el mejor espadachín del mundo contemporáneo, no podía dejar que esa oportunidad se le escapara de las manos como los granos de arena cuando intentaba agarrarlos.
Estaba sentado en aquella zona sombría, gracias a unas piedras que actuaban como sombrilla. La sensación de “descanso” se notó al instante. El picor del sol sobre su piel cesó al primer segundo en que se metió bajo la sombra, y pudo respirar sin tanto pesar en sus pulmones. ¿Cuánto tiempo llevaba caminando? La verdad es que no sabría responder esa pregunta. Nunca llevaba reloj, ni cualquier otro artilugio que le permitiera conocer la hora. Él vivía el momento, el presente. ¿Para qué más? Dejó su katana sobre la arena a su derecha, mientras rebuscaba en sus ropajes en busca de algo concreto. - ¿Dónde lo habré dejado? - Chasqueó la lengua, un poco molesto. - No, aquí no está… – Dejó de inspeccionar los bolsillos del pantalón, pasando a los del interior de la chaqueta. Sacó una cantimplora de medio litro de capacidad, cuyo tapón quitó con premura para intentar beber de su contenido.
Solo una triste gota se adentró en su boca. Solo una, a pesar de que agitara la cantimplora con la esperanza de que cayeran más. En un arrebato de desesperación lanzó la cantimplora fuera de aquella zona de sombra, rodando sobre la arena calentada por el sol mientras él acercaba sus piernas a su torso. Allí donde mirase solo había arena. Arena y más arena. - El Grand Line es un lugar demasiado extraño para los novatos como yo… Dah – Soltó con cierta despreocupación, antes de que sus orbes de miel se fijasen en una silueta que aparecía encima de una duna. - ¿Uh? - Como un animal acorralado, rápidamente llevó su mano derecha a la katana, desenfundándola con la mano izquierda y quedándose en la fina línea que separaba la zona de sombra de la zona bajo el sol. A grito pelado, como buen pueblerino del East Blue, se dirigió a dicha silueta. - ¿Tú eres el primer demonio al que tengo que enfrentar, Cerbero? - Le apuntó con el filo de su katana, sin reparar en que era un hombre con una compañía selecta. Para él, a tal distancia y con tanto cansancio, solo eran tres figuras borrosas que se superponían en un cuerpo de tres cabezas, al igual que el famoso Guardián del Inframundo.
Estaba sentado en aquella zona sombría, gracias a unas piedras que actuaban como sombrilla. La sensación de “descanso” se notó al instante. El picor del sol sobre su piel cesó al primer segundo en que se metió bajo la sombra, y pudo respirar sin tanto pesar en sus pulmones. ¿Cuánto tiempo llevaba caminando? La verdad es que no sabría responder esa pregunta. Nunca llevaba reloj, ni cualquier otro artilugio que le permitiera conocer la hora. Él vivía el momento, el presente. ¿Para qué más? Dejó su katana sobre la arena a su derecha, mientras rebuscaba en sus ropajes en busca de algo concreto. - ¿Dónde lo habré dejado? - Chasqueó la lengua, un poco molesto. - No, aquí no está… – Dejó de inspeccionar los bolsillos del pantalón, pasando a los del interior de la chaqueta. Sacó una cantimplora de medio litro de capacidad, cuyo tapón quitó con premura para intentar beber de su contenido.
Solo una triste gota se adentró en su boca. Solo una, a pesar de que agitara la cantimplora con la esperanza de que cayeran más. En un arrebato de desesperación lanzó la cantimplora fuera de aquella zona de sombra, rodando sobre la arena calentada por el sol mientras él acercaba sus piernas a su torso. Allí donde mirase solo había arena. Arena y más arena. - El Grand Line es un lugar demasiado extraño para los novatos como yo… Dah – Soltó con cierta despreocupación, antes de que sus orbes de miel se fijasen en una silueta que aparecía encima de una duna. - ¿Uh? - Como un animal acorralado, rápidamente llevó su mano derecha a la katana, desenfundándola con la mano izquierda y quedándose en la fina línea que separaba la zona de sombra de la zona bajo el sol. A grito pelado, como buen pueblerino del East Blue, se dirigió a dicha silueta. - ¿Tú eres el primer demonio al que tengo que enfrentar, Cerbero? - Le apuntó con el filo de su katana, sin reparar en que era un hombre con una compañía selecta. Para él, a tal distancia y con tanto cansancio, solo eran tres figuras borrosas que se superponían en un cuerpo de tres cabezas, al igual que el famoso Guardián del Inframundo.
Los ojos del rubio se abrieron como platos y, del mismo modo, las orejas de ambos cánidos se tensaron cuando el muchacho desconocido sacó una cantimplora de su chaqueta. Si tenía agua tal vez accediese a compartirla. No sería mucho, eso seguro, ya que las dimensiones del recipiente no eran demasiado grandes. No obstante, serviría para aplacar un poco la sed antes de introducir su cabeza en el río que veía a lo lejos.
Sin embargo, la ilusión de las tres cabezas que asomaban de las rocas se esfumó al ver que estaba vacía. El chico la tiró sobre la arena, con un nivel de enfado bastante similar a la decepción de sus observadores. Therax se disponía a reprenderle. ¿Qué podría decir? Un "¿pero qué haces? Eso te podría servir después" sería apropiado, mas el desconocido no le dio pie a abrir la boca.
Tras dirigir un rápido vistazo hacia arriba, no tardó en ponerse en guardia y empezar a decir sandeces. «¿Tan mal está?», se preguntó, achacando a los efectos del inmisericorde sol la sarta de desvaríos que nacían de su boca. Desde su posición, analizó la forma en que sujetaba su arma. Tradicional, de eso no cabía duda, pero probablemente inexperto aún.
-Tranquilízate, no vengo a llevarte al inframundo -dijo con tono relajado mientras daba unos pasos hacia atrás y hacía desaparecer su silueta. Tib y César hicieron lo propio. Unos instantes después, el muryn y el viejo lobo descendían para aparecer a ambos lados de la roca. Ninguno tardó en cobijarse bajo la sombra que proporcionaban las piedras y, poco después, Therax emergió por el mismo lugar desde el que lo había hecho el más joven de sus acompañantes: la izquierda del chico-. ¿A qué clase de tarado aparte de mí se le ocurre meterse en este desierto? -inquirió mientras se sentaba junto a Tib, ignorando casi por completo la espada del muchacho-. Soy Therax, por cierto.
El muryn no cesaba de jadear al tiempo que contemplaba con anhelo el río. El rubio se dio cuenta y, haciéndole ver que enseguida se dirigirían hacia allí para que pudiera beber, rascó la zona trasera de su oreja izquierda.
Sin embargo, la ilusión de las tres cabezas que asomaban de las rocas se esfumó al ver que estaba vacía. El chico la tiró sobre la arena, con un nivel de enfado bastante similar a la decepción de sus observadores. Therax se disponía a reprenderle. ¿Qué podría decir? Un "¿pero qué haces? Eso te podría servir después" sería apropiado, mas el desconocido no le dio pie a abrir la boca.
Tras dirigir un rápido vistazo hacia arriba, no tardó en ponerse en guardia y empezar a decir sandeces. «¿Tan mal está?», se preguntó, achacando a los efectos del inmisericorde sol la sarta de desvaríos que nacían de su boca. Desde su posición, analizó la forma en que sujetaba su arma. Tradicional, de eso no cabía duda, pero probablemente inexperto aún.
-Tranquilízate, no vengo a llevarte al inframundo -dijo con tono relajado mientras daba unos pasos hacia atrás y hacía desaparecer su silueta. Tib y César hicieron lo propio. Unos instantes después, el muryn y el viejo lobo descendían para aparecer a ambos lados de la roca. Ninguno tardó en cobijarse bajo la sombra que proporcionaban las piedras y, poco después, Therax emergió por el mismo lugar desde el que lo había hecho el más joven de sus acompañantes: la izquierda del chico-. ¿A qué clase de tarado aparte de mí se le ocurre meterse en este desierto? -inquirió mientras se sentaba junto a Tib, ignorando casi por completo la espada del muchacho-. Soy Therax, por cierto.
El muryn no cesaba de jadear al tiempo que contemplaba con anhelo el río. El rubio se dio cuenta y, haciéndole ver que enseguida se dirigirían hacia allí para que pudiera beber, rascó la zona trasera de su oreja izquierda.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
En un mundo paralelo en el que los animales hablaran como si fueran personas, el espadachín no se hubiera sorprendido tanto como en aquella ocasión. La silueta oscura de tres cabezas -que había asociado con la figura mitológica de Cerbero- le respondió a su pregunta con una declaración pacífica. Su tono de voz incitaba a que él también se pudiera relajar, dado que no había indicio de amenaza o algo parecido. Bajó unos cuántos centímetros el filo de la espada, casi apuntando con la punta hacia el suelo, pero la mantuvo desenfundada por lo que pudiera pasar. Estaba en un lugar desconocido hablando con un monstruo, no podía fiarse. - ¿Entonces por qué has aparecido ante mí? – Preguntó, pero esta vez su pregunta se la llevó el aire sin darle una respuesta apropiada. La silueta desapareció tras la duna, por lo que el moreno finalmente se resignó a suspirar y enfundar su espada.
¿Una visión? Si no recordaba mal, a aquellas situaciones en los desiertos se les conocía por el nombre de espejismo. Una ilusión óptima debida a la reflexión total de la luz al atravesar capas de aire caliente a distinta densidad. Pero los espejismos no hablan… ¿Verdad? Frunció el ceño, desconcertado, sin darse cuenta de que un instante después, otras figuras aparecían a su lado, acorralándole. Se había quedado embobado mirando al suelo, a los granos de arena que tanto se multiplicaban en aquella extensión conocida como Sarden. No fue hasta que escuchó la voz ajena de nuevo, cuando miró a los lados y se percató de que ese Cerbero era en realidad un hombre acompañado de dos lobos. El salto que dio por la sorpresa lo elevó unos centímetros del suelo. - ¡Cooooño! – Gritó, volviendo a ponerse a la defensiva, con la mano derecha sujetando la vaina de la espada y con la derecha el mango de la misma.
Pero primero, modales. - Puedes llamarme Kugan – Ese era el nombre del espadachín. ¿Apellidos? Desconocidos, hasta por él mismo, teniendo como identificador únicamente su nombre. Pero al ver que Therax y sus lobos no presentaban un peligro aparente, pudo relajarse un poco y adoptar una postura más erguida y pacífica. - Estoy en un peregrinaje espiritual, si quieres clasificarlo de algún modo. No soy un tarado, tan solo un tarado que intenta llegar al siguiente nivel – Añadió con una media sonrisa. - ¿Tú qué haces por aquí? No sabía que los lobos podían sobrevivir en los desiertos… – Retiró el ceño fruncido de su expresión facial, adoptando una más neutra. Viendo a los dos animales, uno más anciano y el otro en su juventud, estiró un poco sus labios en una pequeña sonrisa. - ¿Tienen nombre? – Dejó la pregunta en el aire, manteniendo una distancia de seguridad.
¿Una visión? Si no recordaba mal, a aquellas situaciones en los desiertos se les conocía por el nombre de espejismo. Una ilusión óptima debida a la reflexión total de la luz al atravesar capas de aire caliente a distinta densidad. Pero los espejismos no hablan… ¿Verdad? Frunció el ceño, desconcertado, sin darse cuenta de que un instante después, otras figuras aparecían a su lado, acorralándole. Se había quedado embobado mirando al suelo, a los granos de arena que tanto se multiplicaban en aquella extensión conocida como Sarden. No fue hasta que escuchó la voz ajena de nuevo, cuando miró a los lados y se percató de que ese Cerbero era en realidad un hombre acompañado de dos lobos. El salto que dio por la sorpresa lo elevó unos centímetros del suelo. - ¡Cooooño! – Gritó, volviendo a ponerse a la defensiva, con la mano derecha sujetando la vaina de la espada y con la derecha el mango de la misma.
Pero primero, modales. - Puedes llamarme Kugan – Ese era el nombre del espadachín. ¿Apellidos? Desconocidos, hasta por él mismo, teniendo como identificador únicamente su nombre. Pero al ver que Therax y sus lobos no presentaban un peligro aparente, pudo relajarse un poco y adoptar una postura más erguida y pacífica. - Estoy en un peregrinaje espiritual, si quieres clasificarlo de algún modo. No soy un tarado, tan solo un tarado que intenta llegar al siguiente nivel – Añadió con una media sonrisa. - ¿Tú qué haces por aquí? No sabía que los lobos podían sobrevivir en los desiertos… – Retiró el ceño fruncido de su expresión facial, adoptando una más neutra. Viendo a los dos animales, uno más anciano y el otro en su juventud, estiró un poco sus labios en una pequeña sonrisa. - ¿Tienen nombre? – Dejó la pregunta en el aire, manteniendo una distancia de seguridad.
Therax escuchó en silencio las palabras del chico, con los oídos atentos a sus palabras y sus ojos escrutando hasta el último milímetro de él. «Tal vez no sea tan tradicional», se corrigió por un momento. El atuendo del chico no correspondía al de un espadachín de corte clásico, con un chándal de lo más común -y, bajo su punto de vista, hortera- como vestimenta. No obstante, no tardó en desterrar sus dudas. La ropa era secundaria. Lo que realmente dictaminaba la naturaleza de un espadachín era cómo aferraba sus armas y, al contrario que él, el muchacho lo hacía como estipulaban los cánones.
-Así que de viaje espiritual para pasar al siguiente nivel... Entiendo -meditó en voz alta para, acto seguido, dirigir un rápido vistazo a los alrededores-. ¿Y qué se supone que debes encontrar por aquí? Aparte de arena, quiero decir. -Por un momento centró su vista en los minúsculos granos que se encontraban entre sus pies. ¿Y si el desierto de Sarden tenía algún tipo de propiedad especial en su suelo? Lo dudaba mucho, pero cosas más raras había visto.
Mientras su compañero pensaba, Tib comenzó a jadear con más fuerza aún de la que había venido demostrando. Daba a entender con ello que necesitaba beber cuanto antes, y el rubio lo captó al instante. Preguntándose por qué se había sentado si apenas iba a permanecer unos segundos bajo la roca, se incorporó y contempló por un momento el río que se extendía a unos centenares de metros de su posición. El muryn no tardó en imitarle.
-Claro que tienen. Éste es Tib -dijo al tiempo que daba una palmada en el musculoso lomo del más joven de sus compañeros-. Y el viejo ése que sigue ahí tirado es César. No tiene muy buen humor, no te voy a mentir, pero te acabas acostumbrando a él -añadió, haciendo un gesto hacia el ancestral habitante de los bosques de Domica. Después de resoplar, más por costumbre que por verdadero desagrado, el veterano lobo se irguió y echó a andar tras los pasos de su dueño.
Suponiendo que el chico también iría hacia la única fuente de agua identificable en varios kilómetros a la redonda, se encaminó hacia el río. Los rayos del sol volvieron a incidir sobre su piel con saña y malicia, dejándole claro que ésta -enemiga de cualquier color que no fuera blanco o rojo- le recriminaría después haberla dejado expuesta tanto tiempo.
-Así que de viaje espiritual para pasar al siguiente nivel... Entiendo -meditó en voz alta para, acto seguido, dirigir un rápido vistazo a los alrededores-. ¿Y qué se supone que debes encontrar por aquí? Aparte de arena, quiero decir. -Por un momento centró su vista en los minúsculos granos que se encontraban entre sus pies. ¿Y si el desierto de Sarden tenía algún tipo de propiedad especial en su suelo? Lo dudaba mucho, pero cosas más raras había visto.
Mientras su compañero pensaba, Tib comenzó a jadear con más fuerza aún de la que había venido demostrando. Daba a entender con ello que necesitaba beber cuanto antes, y el rubio lo captó al instante. Preguntándose por qué se había sentado si apenas iba a permanecer unos segundos bajo la roca, se incorporó y contempló por un momento el río que se extendía a unos centenares de metros de su posición. El muryn no tardó en imitarle.
-Claro que tienen. Éste es Tib -dijo al tiempo que daba una palmada en el musculoso lomo del más joven de sus compañeros-. Y el viejo ése que sigue ahí tirado es César. No tiene muy buen humor, no te voy a mentir, pero te acabas acostumbrando a él -añadió, haciendo un gesto hacia el ancestral habitante de los bosques de Domica. Después de resoplar, más por costumbre que por verdadero desagrado, el veterano lobo se irguió y echó a andar tras los pasos de su dueño.
Suponiendo que el chico también iría hacia la única fuente de agua identificable en varios kilómetros a la redonda, se encaminó hacia el río. Los rayos del sol volvieron a incidir sobre su piel con saña y malicia, dejándole claro que ésta -enemiga de cualquier color que no fuera blanco o rojo- le recriminaría después haberla dejado expuesta tanto tiempo.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Mucha gente no entendía el objetivo de un viaje espiritual. A veces, ni siquiera el mismo viajero. ¿Qué era lo que estaba buscando el espadachín en Sarden? Se quedó dubitativo durante unos segundos, mirando al suelo y apretando los labios, a la par que soltaba un “umm” para que Therax supiera que lo estaba pensando en ese mismo momento. - Si te soy sincero, no tengo ni la menor idea – Reconoció. - Conexión mente, cuerpo y alma… Supongo – Añadió, aunque por el tono de voz con el que hablaba, claramente se notaba que tenía más dudas en su cabeza de las que pudiera tener el domador de lobos. Su maestro tampoco es que le hubiera dado muchas indicaciones, solo le había introducido la existencia de aquella isla y que sería una buena prueba para su entrenamiento. - Solo es otra prueba más… – Sentenció, levantando la mirada hacia el chico nuevo.
Los lobos tenían nombre: el más joven se llamaba Tib, un lobezno de buena musculatura que a futuro daría más miedo que ternura; el viejo, se llamaba César, algo más arisco. Todavía no llegaba a entender cómo la gente era capaz de ponerle nombres de personas a sus animales. Si yo tuviera un lobo, lo llamaría Gato. Sería gracioso ver cómo reacciona la gente cuando lo llamase por la calle, fue lo que pensó durante ese instante. Aunque eso es una historia del futuro, el cómo consiguió su primera mascota, por lo que ahora no hay interés real en adelantarla. Ahora, el espadachín debía centrarse en sobrevivir, en encontrar agua potable que pudiera beber para no deshidratarse. No había hecho un viaje tan largo para nada, para morir olvidado en Sarden. No. Si estaba allí, era para retornar a Shimotsuki con más conocimiento, experiencia y poder. Todo por alcanzar la cima.
Fue así como Therax y sus chicos reanudaron la caminata por el desierto, siendo que el espadachín decidió seguirles. Cuatro cabezas piensan mejor que una, aunque dos de ellas sean animales y se guían por los instintos. ¿O sería esa característica la que los pudiera llevar por el camino adecuado? En cualquier caso y con el paso del tiempo, pudo vislumbrar en la lejanía un gran río que aportaba tanto humedad al ambiente, como una agradable disminución de la temperatura. - ¡Cielo santo! Hemos encontrado el río – La única información que tenía de aquella isla era que se trataba de un gran desierto con un solo río. - Sois buenos rastreadores – Les dijo a los lobos, sin darse cuenta de que él había estado dando vueltas cerca del río sin darse apenas cuenta de ello. Aceleró su ritmo cuando pudo notar el frescor de la zona, queriendo llegar hasta la orilla. Se arrodilló, soltando su espada en la arena y metiendo las manos en el agua para echársela luego en el rostro, refrescándose. - Aaahhh… – Suspiró con gusto, puesto que la piel ya le estaba quemando desde hace rato. Un poco de relax no vendría mal, así que sentado en la orilla, se giró para mirar al rubio. - Bueno, Therax y compañía. ¿Cómo os ganáis la vida? Aparte de salvar peregrinos desorientados en los desiertos – Quiso saber, clavando sus orbes de color miel en el rostro del rubio.
Los lobos tenían nombre: el más joven se llamaba Tib, un lobezno de buena musculatura que a futuro daría más miedo que ternura; el viejo, se llamaba César, algo más arisco. Todavía no llegaba a entender cómo la gente era capaz de ponerle nombres de personas a sus animales. Si yo tuviera un lobo, lo llamaría Gato. Sería gracioso ver cómo reacciona la gente cuando lo llamase por la calle, fue lo que pensó durante ese instante. Aunque eso es una historia del futuro, el cómo consiguió su primera mascota, por lo que ahora no hay interés real en adelantarla. Ahora, el espadachín debía centrarse en sobrevivir, en encontrar agua potable que pudiera beber para no deshidratarse. No había hecho un viaje tan largo para nada, para morir olvidado en Sarden. No. Si estaba allí, era para retornar a Shimotsuki con más conocimiento, experiencia y poder. Todo por alcanzar la cima.
Fue así como Therax y sus chicos reanudaron la caminata por el desierto, siendo que el espadachín decidió seguirles. Cuatro cabezas piensan mejor que una, aunque dos de ellas sean animales y se guían por los instintos. ¿O sería esa característica la que los pudiera llevar por el camino adecuado? En cualquier caso y con el paso del tiempo, pudo vislumbrar en la lejanía un gran río que aportaba tanto humedad al ambiente, como una agradable disminución de la temperatura. - ¡Cielo santo! Hemos encontrado el río – La única información que tenía de aquella isla era que se trataba de un gran desierto con un solo río. - Sois buenos rastreadores – Les dijo a los lobos, sin darse cuenta de que él había estado dando vueltas cerca del río sin darse apenas cuenta de ello. Aceleró su ritmo cuando pudo notar el frescor de la zona, queriendo llegar hasta la orilla. Se arrodilló, soltando su espada en la arena y metiendo las manos en el agua para echársela luego en el rostro, refrescándose. - Aaahhh… – Suspiró con gusto, puesto que la piel ya le estaba quemando desde hace rato. Un poco de relax no vendría mal, así que sentado en la orilla, se giró para mirar al rubio. - Bueno, Therax y compañía. ¿Cómo os ganáis la vida? Aparte de salvar peregrinos desorientados en los desiertos – Quiso saber, clavando sus orbes de color miel en el rostro del rubio.
Therax arqueó una ceja al ver la reacción de Kugan. «Pero si se veía desde las rocas», pensó mientras observaba cómo casi se zambullía en el agua. Por su parte, el rubio dejó que sus mascotas fuesen las primeras en acercarse al río. Tib y César se tomaron unos segundos para olisquear la cristalina superficie y, unos segundos después, introdujeron con ansia sus hocicos. No fue hasta entonces que el espadachín se decidió a imitarles.
Tras dar un par de tragos, introdujo por completo su cabeza y la dejó sumergida unos segundos. Sin embargo, una pregunta amortiguada le obligó a sacarla. Mientras tragaba contempló al moreno. Había arrojado su espada sobre la arena, lo que provocó que torciera el gesto de forma casi imperceptible. Nunca era buena idea alejarse de las armas, mucho menos en terreno inexplorado. Estaban en un desierto, sí, pero la experiencia le dictaba que las amenazas aparecían hasta en la situaciones más insospechadas.
-Como puedo -respondió, dándole un toque a la espada del muchacho para acercársela-. Viajo junto a un grupo de amigos por el mundo, aunque llevamos cerca de dos años separados. De hecho, ahora mismo voy hacia el lugar en el que acordamos reunirnos... Aunque he hecho alguna para antes -se detuvo un instante, sonriendo al recordar a Annie- y, con toda seguridad, tendré que hacer alguna más.
-No mientas -espetó entonces la mecánica voz de César, que continuaba bebiendo-. Te dedicas a tocarle los huevos a quien no deberías, y eso acabará costándome la vida a mí.
-No le hagas caso -alegó el rubio, observando a su cánido acompañante con el ceño fruncido y encogiéndose de hombros. «¿Ni bebiendo se puede estar calladito?», se preguntó-. Es un cascarrabias cuya única aspiración es vivir a cuerpo de rey sin dar un palo al agua.
-Sí, y tú un p... -no pudo concluir su frase, porque uno de los zapatos de Therax voló en dirección al viejo lobo, impactando en su costado y haciendo que se callase.
Tras dar un par de tragos, introdujo por completo su cabeza y la dejó sumergida unos segundos. Sin embargo, una pregunta amortiguada le obligó a sacarla. Mientras tragaba contempló al moreno. Había arrojado su espada sobre la arena, lo que provocó que torciera el gesto de forma casi imperceptible. Nunca era buena idea alejarse de las armas, mucho menos en terreno inexplorado. Estaban en un desierto, sí, pero la experiencia le dictaba que las amenazas aparecían hasta en la situaciones más insospechadas.
-Como puedo -respondió, dándole un toque a la espada del muchacho para acercársela-. Viajo junto a un grupo de amigos por el mundo, aunque llevamos cerca de dos años separados. De hecho, ahora mismo voy hacia el lugar en el que acordamos reunirnos... Aunque he hecho alguna para antes -se detuvo un instante, sonriendo al recordar a Annie- y, con toda seguridad, tendré que hacer alguna más.
-No mientas -espetó entonces la mecánica voz de César, que continuaba bebiendo-. Te dedicas a tocarle los huevos a quien no deberías, y eso acabará costándome la vida a mí.
-No le hagas caso -alegó el rubio, observando a su cánido acompañante con el ceño fruncido y encogiéndose de hombros. «¿Ni bebiendo se puede estar calladito?», se preguntó-. Es un cascarrabias cuya única aspiración es vivir a cuerpo de rey sin dar un palo al agua.
-Sí, y tú un p... -no pudo concluir su frase, porque uno de los zapatos de Therax voló en dirección al viejo lobo, impactando en su costado y haciendo que se callase.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El espadachín perdido no fue el único que acudió al agua con ganas, sino también los canes que acompañaban al rubio. Incluso este, cuando vio a los demás zambullirse un poco en el agua para refrescarse. El sol de Sarden era caluroso y, al menos para el moreno, aquel río era como un oasis en el desierto. Una nueva esperanza. Al sacar la cabeza y preguntarle cosas a Therax, se despeinó rápidamente con la intención de secarse, sentándose en el suelo -con su espada a un palmo de sí, no le gustaba alejarse de ella a no ser que fuera estrictamente necesario- y esperando por una respuesta. Aquel rubio se ganaba la vida en el día a día como querían los astros, al azar. Por lo visto, viajaba con un grupo nómada, aunque se separaron años atrás y esta era la ocasión en que se reunirían de nuevo tras ese tiempo.
Qué casualidad que el espadachín hubiera decidido pasar los días en Sarden al mismo momento en que un grupo de viejos conocidos había decidido reunirse tras dos años por su lado individualmente. Pero para Kugan, la casualidad no existía, sino una coincidencia creada por el propio destino con un fin concreto. ¿Cuál? No tenía ni la más remota idea. El destino era, desde su punto de vista, un niño caprichoso que se entretenía jodiendo a los demás y recompensándoles muy de vez en cuando. Una balanza indecisa. Pero aquella balanza, para bien o para mal, se había inclinado hacia un lado que le otorgaría una buena experiencia. El rubio charlaba con sus lobos en un diálogo, cuanto menos, divertido. - Ja ja ja ja… – Se rio el espadachín tras escuchar la intromisión del lobo anciano. - ¿A quién no le gustaría un futuro como el que busca tu lobo? – ¿Tocándose los huevos a dos manos? A cualquiera.
Aquella confrontación verbal terminó con un zapatazo en el costado del lobo, a lo que el espadachín volvió a reír de nuevo por la comicidad de la escena. No habían pasado ni cinco minutos y, entre chácharas, su pelo casi se había secado por completo bajo el sol de Sarden. Y eso que, en aquella zona ribereña, los grados disminuían sutilmente en una sensación de bienestar para el usuario. Pero estar allí no iba a ser la meta final del moreno, no, tenía que seguir buscando ese fin para el que había llegado a la isla. - Bueno, ¿continuamos el viaje? Te acompañaré hasta que encuentres a tus amigos, si quieres – Fue el primero de los cuatro en levantarse, en demostrar actividad y ganas de volver “al trabajo”. - Esos compis tuyos… ¿Sois piratas, o algo de eso? – Había llegado a esa conclusión por una idea muy sencilla: para él, aquellas personas que viajaban en grupo y no portaban uniforme, eran piratas. Que podrían ser vendedores ambulantes, o actores de circo. Pero lo dudaba con facilidad. Therax no tenía pinta de ser un tío normal.
Qué casualidad que el espadachín hubiera decidido pasar los días en Sarden al mismo momento en que un grupo de viejos conocidos había decidido reunirse tras dos años por su lado individualmente. Pero para Kugan, la casualidad no existía, sino una coincidencia creada por el propio destino con un fin concreto. ¿Cuál? No tenía ni la más remota idea. El destino era, desde su punto de vista, un niño caprichoso que se entretenía jodiendo a los demás y recompensándoles muy de vez en cuando. Una balanza indecisa. Pero aquella balanza, para bien o para mal, se había inclinado hacia un lado que le otorgaría una buena experiencia. El rubio charlaba con sus lobos en un diálogo, cuanto menos, divertido. - Ja ja ja ja… – Se rio el espadachín tras escuchar la intromisión del lobo anciano. - ¿A quién no le gustaría un futuro como el que busca tu lobo? – ¿Tocándose los huevos a dos manos? A cualquiera.
Aquella confrontación verbal terminó con un zapatazo en el costado del lobo, a lo que el espadachín volvió a reír de nuevo por la comicidad de la escena. No habían pasado ni cinco minutos y, entre chácharas, su pelo casi se había secado por completo bajo el sol de Sarden. Y eso que, en aquella zona ribereña, los grados disminuían sutilmente en una sensación de bienestar para el usuario. Pero estar allí no iba a ser la meta final del moreno, no, tenía que seguir buscando ese fin para el que había llegado a la isla. - Bueno, ¿continuamos el viaje? Te acompañaré hasta que encuentres a tus amigos, si quieres – Fue el primero de los cuatro en levantarse, en demostrar actividad y ganas de volver “al trabajo”. - Esos compis tuyos… ¿Sois piratas, o algo de eso? – Había llegado a esa conclusión por una idea muy sencilla: para él, aquellas personas que viajaban en grupo y no portaban uniforme, eran piratas. Que podrían ser vendedores ambulantes, o actores de circo. Pero lo dudaba con facilidad. Therax no tenía pinta de ser un tío normal.
-Estoy de camino a encontrarme con ellos, pero aún me falta bastante recorrido por hacer. El plan es reunirnos en Sabaody, no aquí. Sin embargo, el barco que me llevará hasta allí ha sufrido una avería y nos hemos visto obligados a parar aquí. No puedo irme hasta que lo hayan arreglado, así que me dio por meterme en este desierto infernal para... no sé para qué, la verdad, pero aquí estoy.
Aquello no era del todo cierto. Podía abandonar Sarden cuando quisiese, pero sería incapaz de encontrar el camino hasta su destino. No. Tenía que esperar el aviso del capitán de la embarcación y no había otra alternativa. Sus pensamientos fueron acompañados por un leve tanteo de uno de sus bolsillos, en el cual guardaba un den den mushi con el mismo aspecto huraño que el marinero.
Kugan se levantó, pero el espadachín permaneció sentado en el suelo durante unos segundos. Tib y César seguían bebiendo y, aunque el más viejo de los cánidos siempre había vivido en la cálida isla de Domica -lo que sin duda haría su estancia en Sarden algo más llevadera-, el muryn era un ser preparado para subsistir en el más gélido de los entornos. Therax tampoco se encontraba demasiado cómodo en aquel lugar, pero su desagrado no era nada en comparación con el del joven ejemplar.
Al escuchar la última pregunta del muchacho, el rubio lanzó una mirada asesina a César. El veterano lobo no se inmutó, pero con toda seguridad se había percatado de la intención homicida que nacía de los ojos de su dueño.
-¿Piratas? Si tu concepto es el de la mayoría de la gente no, no somos piratas -respondió sin más, dejando la realidad abierta a la interpretación de su interlocutor. Acto seguido, se puso en pie y tocó suavemente el lomo de sus acompañantes-. Bueno, ¿por dónde se supone que tienes que buscar tu camino espiritual o lo que sea que andas persiguiendo? -añadió, cambiando de tema y comenzando a andar en dirección contraria a las rocas que les habían servido de refugio anteriormente-. Por cierto, si fuera tú llenaría la cantimplora -terminó, preguntándose justo después si lo había hecho o no. Fuera como fuere, él no lo había visto. «Mejor prevenir que curar», pensó al tiempo que se detenía para ver qué hacía el chico del chándal.
Aquello no era del todo cierto. Podía abandonar Sarden cuando quisiese, pero sería incapaz de encontrar el camino hasta su destino. No. Tenía que esperar el aviso del capitán de la embarcación y no había otra alternativa. Sus pensamientos fueron acompañados por un leve tanteo de uno de sus bolsillos, en el cual guardaba un den den mushi con el mismo aspecto huraño que el marinero.
Kugan se levantó, pero el espadachín permaneció sentado en el suelo durante unos segundos. Tib y César seguían bebiendo y, aunque el más viejo de los cánidos siempre había vivido en la cálida isla de Domica -lo que sin duda haría su estancia en Sarden algo más llevadera-, el muryn era un ser preparado para subsistir en el más gélido de los entornos. Therax tampoco se encontraba demasiado cómodo en aquel lugar, pero su desagrado no era nada en comparación con el del joven ejemplar.
Al escuchar la última pregunta del muchacho, el rubio lanzó una mirada asesina a César. El veterano lobo no se inmutó, pero con toda seguridad se había percatado de la intención homicida que nacía de los ojos de su dueño.
-¿Piratas? Si tu concepto es el de la mayoría de la gente no, no somos piratas -respondió sin más, dejando la realidad abierta a la interpretación de su interlocutor. Acto seguido, se puso en pie y tocó suavemente el lomo de sus acompañantes-. Bueno, ¿por dónde se supone que tienes que buscar tu camino espiritual o lo que sea que andas persiguiendo? -añadió, cambiando de tema y comenzando a andar en dirección contraria a las rocas que les habían servido de refugio anteriormente-. Por cierto, si fuera tú llenaría la cantimplora -terminó, preguntándose justo después si lo había hecho o no. Fuera como fuere, él no lo había visto. «Mejor prevenir que curar», pensó al tiempo que se detenía para ver qué hacía el chico del chándal.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No, Sarden no era el punto de encuentro para aquel grupo de amigos separados por el destino. Therax puntualizó que habían quedado en reunirse en el archipiélago Sabaody, del cual muchos barcos piratas iniciaban una travesía hacia el Nuevo Mundo. Había escuchado hablar de él, pero no tenía ni la menor idea de cómo podría ser. Esperaba poder verlo algún día con sus propios ojos, cuando terminase su entrenamiento en el dojo de Shimotsuki y se diera a la mar para ver mundo. En cambio, el rubio ya había iniciado su camino, siendo Sarden una parada por la avería de su barco. Algo que tenía arreglo en un tiempo definido, vaya. No quería ser un entrometido, así que dejó el tema en dicho punto para que la conversación se desviase hacia su siguiente cuestión. ¿Eran Therax y su pandilla unos piratas? La respuesta fue dada muy pronto por el rubio.
El concepto de la mayoría de la gente acerca de los piratas era el de saqueadores, violadores, caóticos empedernidos que solo se preocupaban por sí mismos. Él lo veía de otra forma, como personas libres que viajaban adonde les daba la gana, sin un fin mayor que el de correr riesgos y vivir aventuras. Como respuesta, estiró sus labios en una sonrisa. - Entonces, te consideraré uno de ellos – ¿Qué se consideraba el espadachín? Por ahora, solo un alumno. ¿Y en referencia al mundo y su bando con respecto al resto? Neutral, hasta que llegara la hora del cambio. O del aprendizaje. Levantó su espada envainada y la apoyó sobre su hombro derecho, viendo cómo el rubio se levantaba del suelo y acompañándolo en el paseo por la arena. Era el momento de centrarse en el moreno, de nuevo, aunque tal vez este no tuviera todas las respuestas a los interrogantes en la mente de Therax.
¿Por dónde empezar a buscar su sino? ¿Qué era? El moreno apretó sus labios, adoptando una expresión dubitativa en su rostro. Tardó cerca de medio minuto en decir algo, indicativo de que ni él mismo se lo había planteado. - Lo que te comenté antes. En el lugar del que vengo, soy el alumno más aventajado del dojo. El maestro me recomendó este viaje porque creía que sería enriquecedor para mi formación como espadachín… Dice que ve algo en mí, que estoy destinado a algo más que cuatro paredes, un tatami y espadas de bambú – Alzó los hombros, despreocupado. - Pero todavía no lo tengo claro. Me quedaré en Sarden hasta que llegue la iluminación divina, supongo – Aparte de ello, reparó en el consejo del rubio acerca de llenar su cantimplora. Abrió los ojos, sorprendido por la buena idea, así que le pidió un segundo de espera para ir corriendo como un loco a por la cantimplora, regresar al río y llenarla. Minutos después, llegó al lado de Therax con la lengua fuera y la cara sudando. - Esto… gracias… por el… consejo… – Estaba cansado, más por el calor que por la carrera. Se recompuso al cabo de unos minutos de caminata, así que aprovechó para iniciar una nueva conversación. - Supongo que habrás viajado mucho. ¿Algún consejo que quieras darle a este novato? – Se apuntó a sí mismo con el pulgar de la mano derecha. Sí, cualquier información sería bien recibida.
El concepto de la mayoría de la gente acerca de los piratas era el de saqueadores, violadores, caóticos empedernidos que solo se preocupaban por sí mismos. Él lo veía de otra forma, como personas libres que viajaban adonde les daba la gana, sin un fin mayor que el de correr riesgos y vivir aventuras. Como respuesta, estiró sus labios en una sonrisa. - Entonces, te consideraré uno de ellos – ¿Qué se consideraba el espadachín? Por ahora, solo un alumno. ¿Y en referencia al mundo y su bando con respecto al resto? Neutral, hasta que llegara la hora del cambio. O del aprendizaje. Levantó su espada envainada y la apoyó sobre su hombro derecho, viendo cómo el rubio se levantaba del suelo y acompañándolo en el paseo por la arena. Era el momento de centrarse en el moreno, de nuevo, aunque tal vez este no tuviera todas las respuestas a los interrogantes en la mente de Therax.
¿Por dónde empezar a buscar su sino? ¿Qué era? El moreno apretó sus labios, adoptando una expresión dubitativa en su rostro. Tardó cerca de medio minuto en decir algo, indicativo de que ni él mismo se lo había planteado. - Lo que te comenté antes. En el lugar del que vengo, soy el alumno más aventajado del dojo. El maestro me recomendó este viaje porque creía que sería enriquecedor para mi formación como espadachín… Dice que ve algo en mí, que estoy destinado a algo más que cuatro paredes, un tatami y espadas de bambú – Alzó los hombros, despreocupado. - Pero todavía no lo tengo claro. Me quedaré en Sarden hasta que llegue la iluminación divina, supongo – Aparte de ello, reparó en el consejo del rubio acerca de llenar su cantimplora. Abrió los ojos, sorprendido por la buena idea, así que le pidió un segundo de espera para ir corriendo como un loco a por la cantimplora, regresar al río y llenarla. Minutos después, llegó al lado de Therax con la lengua fuera y la cara sudando. - Esto… gracias… por el… consejo… – Estaba cansado, más por el calor que por la carrera. Se recompuso al cabo de unos minutos de caminata, así que aprovechó para iniciar una nueva conversación. - Supongo que habrás viajado mucho. ¿Algún consejo que quieras darle a este novato? – Se apuntó a sí mismo con el pulgar de la mano derecha. Sí, cualquier información sería bien recibida.
Therax se encogió de hombros ante la convencida afirmación de Kugan. Lo más sensato sería quitar aquella idea de la mente del moreno, pero por algún motivo no le preocupaba demasiado que asumiese aquello. De cualquier modo, la sugerencia de que llenase la cantimplora se hizo con el protagonismo y su interlocutor se alejó en dirección al río. El rubio aprovechó ese margen de tiempo para dirigirse a sus mascotas, mas no tuvo de tiempo de abrir la boca.
-Más tarde o más temprano vería el cartel con tu cara, así que no le des más vueltas -reflexionó la mecánica voz que emanaba del collar de César, poniendo voz a sus pensamientos-. No aparenta ser alguien que hayan mandado a cazarte y, la verdad, la recompensa que hay puesta sobre ti no es ni de lejos la más jugosa. De todos modos, tu amigo el baboso no desconfía de él. Eso me tranquiliza, pero aun así tendré un ojo puesto sobre él.
El viejo cánido había analizado la situación con bastante precisión, algo habitual en él. Detalles como aquél eran los que hacían que Therax se alegrase de que César le acompañara. Era extremadamente huraño, sí, pero se preocupaba por su manada... A su modo, pero lo hacía.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el jadeo de Kugan, que se había reabastecido de agua y acaba de volver al lugar en el que se encontraban. ¿Por qué había ido corriendo? El desierto no invitaba a ir a la carrera de un lugar para otro -ni a ir a ningún lugar en realidad-, pero el domador optó por callar. Según él mismo decía, se encontraba en plena búsqueda de su camino. «Jamás entenderé eso de mandar a los alumnos a un lugar indeterminado, a buscar algo de lo que no se sabe nada y, en fin, al vacío», reflexionó en silencio tras desechar pronunciarse en voz alta. ¿Quién era él para juzgar al maestro de Kugan? No sabía nada acerca de ninguno de ellos.
-¿Un consejo? Bueno, así de primeras no es la mejor idea meterte solo en un desierto infernal buscando... no sé, algo. O nada. No sé si me explico. Dejando eso de lado, desconfía de todo el que te ofrezca algo gratis y busca alguien por quien no te importe dar la vida... y que esté dispuesto a darla por ti. -El segundo era el más importante sin duda alguna-. Ah, y asegúrate de elegir bien con quién te acuestas. Si no puedes asegurar que no te vaya a pegar algo raro, déjala guardada en su sitio.
-Más tarde o más temprano vería el cartel con tu cara, así que no le des más vueltas -reflexionó la mecánica voz que emanaba del collar de César, poniendo voz a sus pensamientos-. No aparenta ser alguien que hayan mandado a cazarte y, la verdad, la recompensa que hay puesta sobre ti no es ni de lejos la más jugosa. De todos modos, tu amigo el baboso no desconfía de él. Eso me tranquiliza, pero aun así tendré un ojo puesto sobre él.
El viejo cánido había analizado la situación con bastante precisión, algo habitual en él. Detalles como aquél eran los que hacían que Therax se alegrase de que César le acompañara. Era extremadamente huraño, sí, pero se preocupaba por su manada... A su modo, pero lo hacía.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el jadeo de Kugan, que se había reabastecido de agua y acaba de volver al lugar en el que se encontraban. ¿Por qué había ido corriendo? El desierto no invitaba a ir a la carrera de un lugar para otro -ni a ir a ningún lugar en realidad-, pero el domador optó por callar. Según él mismo decía, se encontraba en plena búsqueda de su camino. «Jamás entenderé eso de mandar a los alumnos a un lugar indeterminado, a buscar algo de lo que no se sabe nada y, en fin, al vacío», reflexionó en silencio tras desechar pronunciarse en voz alta. ¿Quién era él para juzgar al maestro de Kugan? No sabía nada acerca de ninguno de ellos.
-¿Un consejo? Bueno, así de primeras no es la mejor idea meterte solo en un desierto infernal buscando... no sé, algo. O nada. No sé si me explico. Dejando eso de lado, desconfía de todo el que te ofrezca algo gratis y busca alguien por quien no te importe dar la vida... y que esté dispuesto a darla por ti. -El segundo era el más importante sin duda alguna-. Ah, y asegúrate de elegir bien con quién te acuestas. Si no puedes asegurar que no te vaya a pegar algo raro, déjala guardada en su sitio.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Therax le salió con un consejo basado en la lógica, así de primeras. No era normal que un novato de los más novatos del mundo mundial, motivado por su maestro, se metiera de lleno en una de las islas del Grand Line. Menos si esta era un puto desierto con un río que ni siquiera fue capaz de encontrar por sí solo. El moreno miró al suelo durante unos segundos, suspirando y comprendiendo que tal vez hubiera hecho aquel viaje para nada. No sabía lo que buscaba, ni siquiera si aquel desierto podría darle la respuesta. Había pillado el primer barco que pudo en una travesía que tal vez solo le hubiera costado dinero y tiempo perdido. Al menos, había podido conocer a un pirata que se le antojaba bastante interesante. ¿Quién iba acompañado de lobos que hablaban? Nadie, prácticamente, que él supiera o hubiera conocido.
Los otros consejos de parte del rubio fueron que no se fiara de quien le regalara los oídos -dicho popular-, que encontrase alguien por el que valiera la pena luchar (recíprocamente) y que guardara la picha en su sitio hasta que estuviera seguro de que no había peligro de enfermedad. Rio bastante por eso último, asintiendo unas cuántas veces en señal de agradecimiento. - Lo tendré todo en cuenta, gracias – Con la espada en su hombro derecho y la cantimplora sujeta por su mano izquierda, el moreno continuó caminando junto al rubio y sus lobos, sin un rumbo definido esta vez, aunque sin separarse de la ribera. Les aportaba humedad, una disminución de la temperatura global que les agobiaba y recursos por si los necesitaban. No había mucho que hacer en Sarden, de igual manera. Y seguramente aquella conversación no durase más, que los humanos se separasen con la promesa de volver a reunirse en un futuro.
El moreno sintió una picadura en su cuello. Por acto reflejo, soltó la cantimplora y se llevó la mano a este. Antes de que la cantimplora tocase la arena, sus dedos ya estaban tocando algo que se había adherido a su piel. No era un aguijón de algún insecto, sino un dardo. Lo retiró, extrañado, mirándolo de reojo antes de que su vista se nublara bastante. Su equilibrio se vio comprometido, dando un par de pasos “de gigante” para tratar de mantenerse de pie. ¿De dónde había venido aquel disparo? Tal vez del otro lado del río. ¿Quién lo había disparado? No tenía ni idea, pero no estaban solos. - Tú tú tú tú tú tú… – Empezó a decir con voz de preocupación. - Therax… ¿Puedes clonarte? Porque te veo triple – Y es que, desde el punto de vista del espadachín, su visión se había distorsionado a tal punto que no veía doble, sino triple. - ¡¿Qué coño está pasando?! – Empezó a hiperventilar un poco, cayendo de rodillas al suelo por el mareo. Entonces, se escucharon los gritos al otro lado del río. ¿Gritos indígenas? Sí, y para nada amistosos.
Los otros consejos de parte del rubio fueron que no se fiara de quien le regalara los oídos -dicho popular-, que encontrase alguien por el que valiera la pena luchar (recíprocamente) y que guardara la picha en su sitio hasta que estuviera seguro de que no había peligro de enfermedad. Rio bastante por eso último, asintiendo unas cuántas veces en señal de agradecimiento. - Lo tendré todo en cuenta, gracias – Con la espada en su hombro derecho y la cantimplora sujeta por su mano izquierda, el moreno continuó caminando junto al rubio y sus lobos, sin un rumbo definido esta vez, aunque sin separarse de la ribera. Les aportaba humedad, una disminución de la temperatura global que les agobiaba y recursos por si los necesitaban. No había mucho que hacer en Sarden, de igual manera. Y seguramente aquella conversación no durase más, que los humanos se separasen con la promesa de volver a reunirse en un futuro.
Pero no.
El moreno sintió una picadura en su cuello. Por acto reflejo, soltó la cantimplora y se llevó la mano a este. Antes de que la cantimplora tocase la arena, sus dedos ya estaban tocando algo que se había adherido a su piel. No era un aguijón de algún insecto, sino un dardo. Lo retiró, extrañado, mirándolo de reojo antes de que su vista se nublara bastante. Su equilibrio se vio comprometido, dando un par de pasos “de gigante” para tratar de mantenerse de pie. ¿De dónde había venido aquel disparo? Tal vez del otro lado del río. ¿Quién lo había disparado? No tenía ni idea, pero no estaban solos. - Tú tú tú tú tú tú… – Empezó a decir con voz de preocupación. - Therax… ¿Puedes clonarte? Porque te veo triple – Y es que, desde el punto de vista del espadachín, su visión se había distorsionado a tal punto que no veía doble, sino triple. - ¡¿Qué coño está pasando?! – Empezó a hiperventilar un poco, cayendo de rodillas al suelo por el mareo. Entonces, se escucharon los gritos al otro lado del río. ¿Gritos indígenas? Sí, y para nada amistosos.
«¡Vaya unos consejos!», pensó el espadachín al ver cómo asentía el moreno. De cualquier modo, ¿quién era él para ir diciendo a los demás qué debían hacer o no? Llevaba un tiempo en el mar, sí, pero nada en comparación con grandes veteranos que habían desarrollado su vida en él. Incluso la gran mayoría de los Arashi eran más experimentados que él. Se encogió de hombros de forma casi imperceptible, recordando a Nox, y volvió a mirar a Kugan.
-Se te ha caído... -comenzó a decir, mas al alzar la vista hacia su rostro calló. Tras dejar caer la petaca de agua, el recién conocido había llevado una mano hacia su nuca y se acababa de quitar un dardo. «¿Pero qué demonios?», se preguntó el rubio mientras dirigía su vista hacia el lugar desde el que podría haberse aproximado el proyectil.
Los gritos llegaron a sus oídos antes de que alcanzara a distinguir la procedencia del dardo. Unos individuos gritaban a lo lejos en un idioma incomprensible para el rubio. Iban completamente desnudos a excepción de unos modestos trozos de tela que, en muchas ocasiones, apenas alcanzaban para cubrir las zonas íntimas de quienes los llevaban. ¿Qué clase de tarado podría optar por vivir en un lugar tan inhóspito como aquel? Estaba claro que ellos, pues su indumentaria y el tono de su piel orientaban a que no estaban de paso por allí. «Genial. Otra vez», pensó Therax al tiempo que desenvainaba sus espadas. La punta de las hojas rozando la arena, el extremo de las empuñaduras orientado hacia el cielo y las rodillas semiflexionadas.
-¿Clonarme? No he hecho nada de eso -respondió sin mirar el moreno, dando por hecho que sería capaz de atar cabos y asociar el mareo a alguna toxina transmitida mediante el objeto punzante.
Los ruidos cesaron, pero el silencio volvió a ser roto unos instantes después por no menos de una docena de proyectiles. Al percibir los silbidos, el espadachín hizo chocar levemente las empuñaduras de sus sables tras colocarse junto a Kugan. Una cúpula de hielo surgió en torno a ambos y, atento por si no fuera suficiente para frenar los dardos, el domador aguzó sus sentidos.
Los primeros resquebrajaron la pared de hielo, y los siguientes terminaron por hacer que se desmoronara. Siete de ellos lograron avanzar sin perder un ápice de velocidad. «¿Haki? No es normal que haya cedido tan fácilmente», reflexionó al tiempo que alzaba su mano derecha y alzaba su mano derecha para detener uno con la guardia.
Un sonido metálico de lo más común resolvió sus dudas. «Mucho taparrabos, pero los dardos son de... ¿De qué son?», se preguntó, agachándose una vez se supo a salvo y tomando uno de ellos con cuidado de no pincharse. Eran de metal, de eso no cabía duda, pero era incapaz de identificar cuál. Los tipos habían comenzado a cruzar el río, y Kugan seguía en la misma posición que hacía unos instantes.
-¿Eres capaz de correr? -inquirió en voz alta.
-Se te ha caído... -comenzó a decir, mas al alzar la vista hacia su rostro calló. Tras dejar caer la petaca de agua, el recién conocido había llevado una mano hacia su nuca y se acababa de quitar un dardo. «¿Pero qué demonios?», se preguntó el rubio mientras dirigía su vista hacia el lugar desde el que podría haberse aproximado el proyectil.
Los gritos llegaron a sus oídos antes de que alcanzara a distinguir la procedencia del dardo. Unos individuos gritaban a lo lejos en un idioma incomprensible para el rubio. Iban completamente desnudos a excepción de unos modestos trozos de tela que, en muchas ocasiones, apenas alcanzaban para cubrir las zonas íntimas de quienes los llevaban. ¿Qué clase de tarado podría optar por vivir en un lugar tan inhóspito como aquel? Estaba claro que ellos, pues su indumentaria y el tono de su piel orientaban a que no estaban de paso por allí. «Genial. Otra vez», pensó Therax al tiempo que desenvainaba sus espadas. La punta de las hojas rozando la arena, el extremo de las empuñaduras orientado hacia el cielo y las rodillas semiflexionadas.
-¿Clonarme? No he hecho nada de eso -respondió sin mirar el moreno, dando por hecho que sería capaz de atar cabos y asociar el mareo a alguna toxina transmitida mediante el objeto punzante.
Los ruidos cesaron, pero el silencio volvió a ser roto unos instantes después por no menos de una docena de proyectiles. Al percibir los silbidos, el espadachín hizo chocar levemente las empuñaduras de sus sables tras colocarse junto a Kugan. Una cúpula de hielo surgió en torno a ambos y, atento por si no fuera suficiente para frenar los dardos, el domador aguzó sus sentidos.
Los primeros resquebrajaron la pared de hielo, y los siguientes terminaron por hacer que se desmoronara. Siete de ellos lograron avanzar sin perder un ápice de velocidad. «¿Haki? No es normal que haya cedido tan fácilmente», reflexionó al tiempo que alzaba su mano derecha y alzaba su mano derecha para detener uno con la guardia.
Un sonido metálico de lo más común resolvió sus dudas. «Mucho taparrabos, pero los dardos son de... ¿De qué son?», se preguntó, agachándose una vez se supo a salvo y tomando uno de ellos con cuidado de no pincharse. Eran de metal, de eso no cabía duda, pero era incapaz de identificar cuál. Los tipos habían comenzado a cruzar el río, y Kugan seguía en la misma posición que hacía unos instantes.
-¿Eres capaz de correr? -inquirió en voz alta.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El dardo le había dejado totalmente mareado, obligando al espadachín a caer de rodillas al suelo y apoyarse con las manos para tener una estabilidad aceptable. Todo le daba vueltas, y en una ocasión que levantó la mirada hacia más allá del río para ver quién había disparado el dado, entró en una especie de vórtice visual que le dio náuseas. Sus otros sentidos, en cambio, no habían notado diferencias en ningún momento. Escuchaba perfectamente, olía genial y su tacto le daba toda la información necesaria. Tenía la garganta seca, pero el gusto de poco le serviría allí. Escuchó lo que dijo Therax de que no se había clonado, por lo que frunciendo el ceño y mirando hacia la arena, llegó a la única conclusión posible en ese mismo momento. - Entonces el río llevaba droga. Lo adulteraron, ¡era una trampa! – No estaba en sus cabales, parecía que el dardo no solo le mareaba, sino que le impedía pensar claramente.
En pos de evitar un vómito más que plausible por su parte, cerró los ojos y se hizo un ovillo sobre la arena, aferrando a sí mismo su espada para que no se perdiera, dado que era el objeto de mayor valor de sus pertenencias actuales. Durante dicho periodo de tiempo, escuchó cómo un cuerpo -supuso que el del rubio- se colocaba delante de él. Cómo decenas de dardos eran disparados de nuevo hacia ellos, cómo muchos eran bloqueados por una pared que no pudo ver. Pero sí que sintió el frío que esta despedía. ¿Acaso había llegado el invierno a Sarden? Lo dudaba. Se atrevió a abrir un ojo y levantar un poco la mirada para toparse con un muro de hielo. - ¿Eso lo has hecho tú? Qué crack – Le elogió, notando cómo el efecto del dardo se suavizaba lentamente y le permitía observar a su alrededor sin que recibiera una patada en el estómago.
El chapoteo del agua le indicó al moreno que los agresores habían comenzado a cruzar el río, en busca de un combate más directo y que se les dificultase la evasión de sus dardos. Los atacantes guardaron dejaron sus lanza dardos a un lado y sacaron unos machetes para el combate cuerpo a cuerpo. Se ve que les gustaba despiezar a la presa antes de cocinarla. Al segundo, respondió la pregunta de Therax clavando su espada en la arena y usándola como bastón para intentar levantarse. - Creo que sí, aunque no podré hacer milagros. ¿Cuál es el plan contra ellos? Es mi primer combate en el Grand Line. ¡ESTOY EMOCIONADO! – Mareado, un poco ido de la cabeza, a punto de ser atacado por unos indígenas que les superaban en número… Y aun así, la adrenalina corría por sus venas dándole vida. Esa sensación le encantaba, y no se iba a perder una ocasión como aquella. Participaría en el combate, aunque tuviera que arrastrarse por el suelo, algo que esperaba no sucediera. No quería mancharse demasiado la ropa.
En pos de evitar un vómito más que plausible por su parte, cerró los ojos y se hizo un ovillo sobre la arena, aferrando a sí mismo su espada para que no se perdiera, dado que era el objeto de mayor valor de sus pertenencias actuales. Durante dicho periodo de tiempo, escuchó cómo un cuerpo -supuso que el del rubio- se colocaba delante de él. Cómo decenas de dardos eran disparados de nuevo hacia ellos, cómo muchos eran bloqueados por una pared que no pudo ver. Pero sí que sintió el frío que esta despedía. ¿Acaso había llegado el invierno a Sarden? Lo dudaba. Se atrevió a abrir un ojo y levantar un poco la mirada para toparse con un muro de hielo. - ¿Eso lo has hecho tú? Qué crack – Le elogió, notando cómo el efecto del dardo se suavizaba lentamente y le permitía observar a su alrededor sin que recibiera una patada en el estómago.
El chapoteo del agua le indicó al moreno que los agresores habían comenzado a cruzar el río, en busca de un combate más directo y que se les dificultase la evasión de sus dardos. Los atacantes guardaron dejaron sus lanza dardos a un lado y sacaron unos machetes para el combate cuerpo a cuerpo. Se ve que les gustaba despiezar a la presa antes de cocinarla. Al segundo, respondió la pregunta de Therax clavando su espada en la arena y usándola como bastón para intentar levantarse. - Creo que sí, aunque no podré hacer milagros. ¿Cuál es el plan contra ellos? Es mi primer combate en el Grand Line. ¡ESTOY EMOCIONADO! – Mareado, un poco ido de la cabeza, a punto de ser atacado por unos indígenas que les superaban en número… Y aun así, la adrenalina corría por sus venas dándole vida. Esa sensación le encantaba, y no se iba a perder una ocasión como aquella. Participaría en el combate, aunque tuviera que arrastrarse por el suelo, algo que esperaba no sucediera. No quería mancharse demasiado la ropa.
«Lo que me faltaba», pensó el espadachín tras escuchar las palabras que salían de la boca de Kugan. No sólo se había mareado, sino que su capacidad para relacionar causa y efecto se había visto perjudicada. Eso o que era un completo zoquete. Rezando porque fuese la primera opción, Therax no perdió de vista ni un segundo a los tipos que les habían atacado. ¿Por qué lo habrían hecho?
El moreno se había encogido sobre sí mismo a su lado, seguramente tratando de buscar una postura en la que se sintiera menos vulnerable. ¿Qué demonios llevarían los dardos metálicos? Ésa sería una pregunta interesante de responder, pero primero tenían que ponerse a salvo. Una nueva oleada de proyectiles silbaron en su dirección mientras los primeros asaltantes comenzaban a cruzar el río. «Aún es demasiado pronto», se lamentó el rubio, consciente de que no podría levantar otro muro de hielo hasta pasado un tiempo. Además, el siguiente debería ser más resistente que el anterior si quería frenar todos los aguijones que volaban hacia él. Nunca lo había hecho, pero no había otra alternativa.
Tras respirar hondo, hizo chocar entre sí las empuñaduras de sus espadas. Un ligero descenso de la temperatura en la zona que debería ocupar la cúpula fue la única respuesta que obtuvo. El domador chasqueó la lengua en señal de desagrado, contemplando cómo los pequeños puntos se iban haciendo más grandes conforme los proyectiles se aproximaban a él.
-¡Haz algo! ¡Nos van a matar! -ordenó César a varios metros de distancia. Pese a ser el que más alejado se encontraba -como no podía ser de otro modo-, no se lo había pensado para tratar de imponer su voluntad desde la distancia-. ¡Inútil!
Therax bufó y, acto seguido, blandió ambas espadas en dirección a los dardos. Sendas ondas cortantes nacieron de ellas, aumentando su longitud conforme se acercaban a los objetos con los que estaban destinadas a chocar. Un sonido metálico precedió la caída de estos últimos sobre la arena, provocando que Therax respirara aliviado durante un segundo.
-¿¡Contento!? -replicó, asegurándose de que el viejo cánido pudiera oír lo que tenía que decir.
-Lo estaré cuanto esté a salvo.
-El plan es intentar salir vivos de aquí. Ten cuidado con esos machetes; no sabemos si han puesto en ellos lo mismo que en los dardos. Y vigila siempre tu espalda; podrían decidir que es mejor cazarnos con un dardo mientras nos distraen -dijo en voz baja para que Kugan pudiera oírle-. Siempre que estés en condiciones de moverte, claro... Aunque a veces es más fácil quedarse y luchar que correr -añadió, más como una reflexión para sí mismo que como un comentario dirigido al moreno.
Un grito frente a él le devolvió a la realidad. Una docena de sujetos se encontraban peligrosamente cerca de ellos. El rubio se desplazó lateralmente, buscando con ello no cargar de frente contra todo el grupo. Tib se agazapó y gruñó, dando justo después un salto para colocarse a la derecha de Kugan.
Sin dar tiempo a que se reorganizasen -si es que a aquella forma de colocarse se la podía calificar como organización-, Therax arremetió contra el sujeto más cercano. La hoja de Byakko mordió la carne de su costado derecho, arrancándole un grito de dolor y tiñendo de escarlata la arena bajo sus pies.
El moreno se había encogido sobre sí mismo a su lado, seguramente tratando de buscar una postura en la que se sintiera menos vulnerable. ¿Qué demonios llevarían los dardos metálicos? Ésa sería una pregunta interesante de responder, pero primero tenían que ponerse a salvo. Una nueva oleada de proyectiles silbaron en su dirección mientras los primeros asaltantes comenzaban a cruzar el río. «Aún es demasiado pronto», se lamentó el rubio, consciente de que no podría levantar otro muro de hielo hasta pasado un tiempo. Además, el siguiente debería ser más resistente que el anterior si quería frenar todos los aguijones que volaban hacia él. Nunca lo había hecho, pero no había otra alternativa.
Tras respirar hondo, hizo chocar entre sí las empuñaduras de sus espadas. Un ligero descenso de la temperatura en la zona que debería ocupar la cúpula fue la única respuesta que obtuvo. El domador chasqueó la lengua en señal de desagrado, contemplando cómo los pequeños puntos se iban haciendo más grandes conforme los proyectiles se aproximaban a él.
-¡Haz algo! ¡Nos van a matar! -ordenó César a varios metros de distancia. Pese a ser el que más alejado se encontraba -como no podía ser de otro modo-, no se lo había pensado para tratar de imponer su voluntad desde la distancia-. ¡Inútil!
Therax bufó y, acto seguido, blandió ambas espadas en dirección a los dardos. Sendas ondas cortantes nacieron de ellas, aumentando su longitud conforme se acercaban a los objetos con los que estaban destinadas a chocar. Un sonido metálico precedió la caída de estos últimos sobre la arena, provocando que Therax respirara aliviado durante un segundo.
-¿¡Contento!? -replicó, asegurándose de que el viejo cánido pudiera oír lo que tenía que decir.
-Lo estaré cuanto esté a salvo.
-El plan es intentar salir vivos de aquí. Ten cuidado con esos machetes; no sabemos si han puesto en ellos lo mismo que en los dardos. Y vigila siempre tu espalda; podrían decidir que es mejor cazarnos con un dardo mientras nos distraen -dijo en voz baja para que Kugan pudiera oírle-. Siempre que estés en condiciones de moverte, claro... Aunque a veces es más fácil quedarse y luchar que correr -añadió, más como una reflexión para sí mismo que como un comentario dirigido al moreno.
Un grito frente a él le devolvió a la realidad. Una docena de sujetos se encontraban peligrosamente cerca de ellos. El rubio se desplazó lateralmente, buscando con ello no cargar de frente contra todo el grupo. Tib se agazapó y gruñó, dando justo después un salto para colocarse a la derecha de Kugan.
Sin dar tiempo a que se reorganizasen -si es que a aquella forma de colocarse se la podía calificar como organización-, Therax arremetió contra el sujeto más cercano. La hoja de Byakko mordió la carne de su costado derecho, arrancándole un grito de dolor y tiñendo de escarlata la arena bajo sus pies.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El mejor momento para discutir es en una situación donde tu vida peligra. Espera, creo que esa frase no es siquiera recomendable para nadie. Pero bueno, qué se le iba a hacer… El rubio y su chinche lobo se enzarzaron en una nueva disputa por la extrema cercanía que tenían los indígenas que acababan de cruzar el río. El moreno todavía no estaba recuperado en un porcentaje suficiente como para ponerse de pie, algo que intentaba con creces, pero que no conseguía ningún resultado. - Parecéis un matrimonio de abuelos. Si seguís así os llamaré Pepa y Abelino – Chasqueó la lengua en una señal de molestia, dado que no podían perder el tiempo en una riña como aquella cuando sus vidas corrían peligro. Peligro real, porque seguramente esos indígenas no les perdonasen la vida en caso de que los cogieran a todos. Cenarían carne humana y de lobo, sin miramientos.
Por lo menos, el rubio actuó en consecuencia a las palabras del lobo, lanzando unas ondas cortantes desde sus espadas que dejaron KO a algunos de los indígenas que iban en la vanguardia de aquella formación. El moreno se quedó asombrado al ver cómo el acero había creado viento cortante, una técnica que él todavía no dominaba, pero que sin duda algún día conseguiría. El Grand Line era un lugar en el que podría aprender mucho, así que abrió bien sus oídos para los consejos de Therax. - De acuerdo, intentemos darles un poco de guerra. Y si vemos que nos cuesta, echamos a correr, adiós muy buenas y encantado de haberte conocido – Le hizo una señal con el pulgar de su mano izquierda para que supiera que se había enterado a la perfección y que estaba dispuesto a pelear. Haciendo un pequeño esfuerzo, consiguió levantarse esta vez.
Se aseguró de que tenía buen equilibrio antes de quitar el apoyo de su espada sobre la arena, desenfundándola con la mano derecha y tomando la vaina con la izquierda. El filo reluciente de su arma brilló durante un escaso segundo, mientras los enemigos se acercaban con gritos propios de su tribu y alzando los machetes. - Suerte, chicos. La necesitaremos – Su mente parecía haber aclarado un poco más, así que empezó a caminar hacia la izquierda para chocar filos contra un indígena. El forcejeo estaba igualado, pero el moreno aprovechó el peso de su enemigo haciéndose a un lado con una finta, de tal manera que lo desequilibró hacia delante. Entonces, lanzó un fuerte tajo hacia el estómago enemigo, dejando una buena cicatriz de por vida al sujeto, aunque tuviera el mejor cirujano del mundo para ponerle puntos en cuanto volviera a su choza. Uno en el suelo, su espada manchada con la primera sangre, y otra decena restante de enemigos dispuestos a comérselos. - Tú puedes, chico. Solo tienes que dejarte llevar, la espada es una extensión de tu propio cuerpo… – Recordó consejos de su maestro, antes de impulsarse hacia delante y buscar a su siguiente víctima.
Por lo menos, el rubio actuó en consecuencia a las palabras del lobo, lanzando unas ondas cortantes desde sus espadas que dejaron KO a algunos de los indígenas que iban en la vanguardia de aquella formación. El moreno se quedó asombrado al ver cómo el acero había creado viento cortante, una técnica que él todavía no dominaba, pero que sin duda algún día conseguiría. El Grand Line era un lugar en el que podría aprender mucho, así que abrió bien sus oídos para los consejos de Therax. - De acuerdo, intentemos darles un poco de guerra. Y si vemos que nos cuesta, echamos a correr, adiós muy buenas y encantado de haberte conocido – Le hizo una señal con el pulgar de su mano izquierda para que supiera que se había enterado a la perfección y que estaba dispuesto a pelear. Haciendo un pequeño esfuerzo, consiguió levantarse esta vez.
Se aseguró de que tenía buen equilibrio antes de quitar el apoyo de su espada sobre la arena, desenfundándola con la mano derecha y tomando la vaina con la izquierda. El filo reluciente de su arma brilló durante un escaso segundo, mientras los enemigos se acercaban con gritos propios de su tribu y alzando los machetes. - Suerte, chicos. La necesitaremos – Su mente parecía haber aclarado un poco más, así que empezó a caminar hacia la izquierda para chocar filos contra un indígena. El forcejeo estaba igualado, pero el moreno aprovechó el peso de su enemigo haciéndose a un lado con una finta, de tal manera que lo desequilibró hacia delante. Entonces, lanzó un fuerte tajo hacia el estómago enemigo, dejando una buena cicatriz de por vida al sujeto, aunque tuviera el mejor cirujano del mundo para ponerle puntos en cuanto volviera a su choza. Uno en el suelo, su espada manchada con la primera sangre, y otra decena restante de enemigos dispuestos a comérselos. - Tú puedes, chico. Solo tienes que dejarte llevar, la espada es una extensión de tu propio cuerpo… – Recordó consejos de su maestro, antes de impulsarse hacia delante y buscar a su siguiente víctima.
Kugan no tardó en ponerse en marcha, algo que el rubio agradeció. No se sentía muy seguro de alejarse de él mientras se encontraba drogado, pero los efectos de la toxina que llevasen esos dardos debía ser de corta duración. Viendo que el moreno era capaz de desenvolverse por su cuenta, se centró en lo que tenía ante él.
Tres tipos gritaban y blandían sus machetes por encima de sus cabezas mientras se dirigían hacia él. Al mismo tiempo, dos proyectiles salieron disparados de algún lugar a las espaldas del trío. Pasaron entre las cabezas de los indígenas, avanzando sin clemencia en dirección al espadachín. «¿Otra vez?», se quejó en su fuero interno, haciendo chocar por tercera vez las guardias de sus sables. No estaba seguro, pero tal vez en esa ocasión fuese capaz de crear un muro que le otorgase cierta ventaja.
De nuevo fue inútil. Unos escuálidos trazos de escarcha fueron lo único que cambió en los alrededores. Al ver su fracaso, Therax se hizo a un lado para evitar uno de los aguijones, impactando el otro de puro milagro contra la hoja de Byakko.
-Ha faltado poco -clamó César desde la distancia-. Otra como esa y no salimos vivos de aquí. No creo que tengas tanta suerte de nuevo.
Tratando de ignorar al viejo cánido, el espadachín se esforzó por centrarse en lo realmente importante. Giró sobre sí mismo para evitar un tajo descendente proveniente de uno de los nativos del desierto -los cuales, todo sea dicho, emitían un más que desagradable olor a cuero mojado-. Los otros dos intentaron de aprovechar la ocasión, lanzando uno de ellos una estocada directa hacia su pulmón. El otro se dispuso a flanquearle, buscando con ello imposibilitar una hipotética finta.
No obstante, el rubio en ningún momento se había planteado desplazarse en esa dirección. Utilizó la guardia de Yuki-onna para desviar la punta del machete que se dirigía hacia él y, al tiempo que llamaba a Tib, realizó un corte diagonal con Byakko a la altura del torso del oponente. Un sinfín de diminutos surcos algo más superficiales flanquearon el recorrido del principal y el sujeto no tardó en caer al suelo, inconsciente.
Mientras tanto, el que le había flanqueado anteriormente hizo un intento de atravesar el costado del espadachín. Sin embargo, antes de que se diera cuenta el muryn había saltado sobre él. Los rugidos no cesaban conforme el más joven de los cánidos desgarraba y mordía la carne de su presa, que al poco tiempo dejó de moverse.
Satisfecho con la situación por el momento, el domado alzó la vista. Aún quedaban enemigos por abatir, y su ánimo no parecía haber decaído al ver cómo sus compañeros eran derrotados. Además, uno de los tres que se habían abalanzado sobre él en primera instancia continuaba con vida y su gesto encolerizado daba a entender que no pensaba darse por vencido.
Tres tipos gritaban y blandían sus machetes por encima de sus cabezas mientras se dirigían hacia él. Al mismo tiempo, dos proyectiles salieron disparados de algún lugar a las espaldas del trío. Pasaron entre las cabezas de los indígenas, avanzando sin clemencia en dirección al espadachín. «¿Otra vez?», se quejó en su fuero interno, haciendo chocar por tercera vez las guardias de sus sables. No estaba seguro, pero tal vez en esa ocasión fuese capaz de crear un muro que le otorgase cierta ventaja.
De nuevo fue inútil. Unos escuálidos trazos de escarcha fueron lo único que cambió en los alrededores. Al ver su fracaso, Therax se hizo a un lado para evitar uno de los aguijones, impactando el otro de puro milagro contra la hoja de Byakko.
-Ha faltado poco -clamó César desde la distancia-. Otra como esa y no salimos vivos de aquí. No creo que tengas tanta suerte de nuevo.
Tratando de ignorar al viejo cánido, el espadachín se esforzó por centrarse en lo realmente importante. Giró sobre sí mismo para evitar un tajo descendente proveniente de uno de los nativos del desierto -los cuales, todo sea dicho, emitían un más que desagradable olor a cuero mojado-. Los otros dos intentaron de aprovechar la ocasión, lanzando uno de ellos una estocada directa hacia su pulmón. El otro se dispuso a flanquearle, buscando con ello imposibilitar una hipotética finta.
No obstante, el rubio en ningún momento se había planteado desplazarse en esa dirección. Utilizó la guardia de Yuki-onna para desviar la punta del machete que se dirigía hacia él y, al tiempo que llamaba a Tib, realizó un corte diagonal con Byakko a la altura del torso del oponente. Un sinfín de diminutos surcos algo más superficiales flanquearon el recorrido del principal y el sujeto no tardó en caer al suelo, inconsciente.
Mientras tanto, el que le había flanqueado anteriormente hizo un intento de atravesar el costado del espadachín. Sin embargo, antes de que se diera cuenta el muryn había saltado sobre él. Los rugidos no cesaban conforme el más joven de los cánidos desgarraba y mordía la carne de su presa, que al poco tiempo dejó de moverse.
Satisfecho con la situación por el momento, el domado alzó la vista. Aún quedaban enemigos por abatir, y su ánimo no parecía haber decaído al ver cómo sus compañeros eran derrotados. Además, uno de los tres que se habían abalanzado sobre él en primera instancia continuaba con vida y su gesto encolerizado daba a entender que no pensaba darse por vencido.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El combate no había hecho más que comenzar, y habiendo derramado la primera sangre en aquella batalla, todavía no había conseguido encolerizar lo suficiente a los indígenas que atentaban contra la vida del samurái y sus recientes conocidos. Uno de sus enemigos yacía a su espalda, a un par de metros, tumbado en el suelo sobre un charco de su propia sangre. A pesar de que el espadachín estuviera en una tierra que supuestamente era más peligrosa que los Blues donde había estado entrenando, eso no quería decir que su espada estuviera menos afilada que el resto. Tampoco la blandía con la maestría que se podría esperar de un viajero del Grand Line, pero sin duda sabía lo que hacía. Conforme caminaba, los efectos del sedante iban disminuyendo, hasta que llegó un punto en el que tan solo sintió un poco de náuseas si movía rápido su cabeza.
Más estable y confiando en que Therax y sus “niños” sobrevivieran, se centró en los dos siguientes enemigos que llegaron hasta su posición para intentar destriparle. Ambos iban con machetes en mano, portaban una indumentaria -mínima- igual a la del que se estaba desangrando en el suelo y alzaban sus machetes con furia. No entendía nada de lo que decían, mejor dicho, de lo que gritaban. Ni siquiera sabía a qué tribu pertenecían, eso no era de su incumbencia. En cualquier caso, tampoco tuvo tiempo de pensarlo, pues ambos lanzaron un tajo horizontal al unísono que no le daba muchas opciones de escape por los laterales. Se dejó caer de rodillas al suelo, notando cómo por suerte los filos de los machetes tan solo cortaban un par de mechones de su pelo, aprovechando la caída para rodar por el suelo y terminar a la espalda de ambos.
Con un par de estocadas, dirigidas específicamente a los pulmones, logró hacer caer de rodillas a los indígenas frente a él. Sangrando del mismo modo que lo había hecho su compañero de tribu en el instante previo. Los dejó ahí, girándose para encarar al resto del grupo que quedaba. Ya no eran muchos, parecía que los dos espadachines se estaban encargando bastante bien de la situación que se les había propuesto. - ¿Todo bien por ahí? Yo llevo 3, pero esto no es ninguna competición. Que conste en acta – Aclaró con una media sonrisa, pasando a enarbolar su katana con la mano derecha y realizando un corte estético en el aire para limpiar la sangre del filo. Se mantuvo cauto, puesto que los indígenas decidieron que el combate directo tal vez no fuera lo más apropiado. Algunos de los que quedaban guardaron sus machetes y sacaron los tubos y dardos, a lo que el moreno alertó. - ¡A cubierto! – Rodó por el suelo para esquivar un dardo envenenado. ¿Cómo acercarse a ellos si no les iban a dejar? Chasqueó la lengua, apretó la mandíbula y esperó.
Más estable y confiando en que Therax y sus “niños” sobrevivieran, se centró en los dos siguientes enemigos que llegaron hasta su posición para intentar destriparle. Ambos iban con machetes en mano, portaban una indumentaria -mínima- igual a la del que se estaba desangrando en el suelo y alzaban sus machetes con furia. No entendía nada de lo que decían, mejor dicho, de lo que gritaban. Ni siquiera sabía a qué tribu pertenecían, eso no era de su incumbencia. En cualquier caso, tampoco tuvo tiempo de pensarlo, pues ambos lanzaron un tajo horizontal al unísono que no le daba muchas opciones de escape por los laterales. Se dejó caer de rodillas al suelo, notando cómo por suerte los filos de los machetes tan solo cortaban un par de mechones de su pelo, aprovechando la caída para rodar por el suelo y terminar a la espalda de ambos.
Con un par de estocadas, dirigidas específicamente a los pulmones, logró hacer caer de rodillas a los indígenas frente a él. Sangrando del mismo modo que lo había hecho su compañero de tribu en el instante previo. Los dejó ahí, girándose para encarar al resto del grupo que quedaba. Ya no eran muchos, parecía que los dos espadachines se estaban encargando bastante bien de la situación que se les había propuesto. - ¿Todo bien por ahí? Yo llevo 3, pero esto no es ninguna competición. Que conste en acta – Aclaró con una media sonrisa, pasando a enarbolar su katana con la mano derecha y realizando un corte estético en el aire para limpiar la sangre del filo. Se mantuvo cauto, puesto que los indígenas decidieron que el combate directo tal vez no fuera lo más apropiado. Algunos de los que quedaban guardaron sus machetes y sacaron los tubos y dardos, a lo que el moreno alertó. - ¡A cubierto! – Rodó por el suelo para esquivar un dardo envenenado. ¿Cómo acercarse a ellos si no les iban a dejar? Chasqueó la lengua, apretó la mandíbula y esperó.
Antes de que Therax decidiese cuál debía ser su próximo movimiento el tercer componente del grupo que se había lanzado a por él actuó. No gritó en esa ocasión. Ni siquiera enarboló el machete en su nueva ofensiva; simplemente se limitó a tratar de atravesar al domador con toda la maldad posible. El rubio fue consciente de su intención en el último momento, logrando hacerse a un lado justo antes de que el filo atravesase su espalda. Fue un movimiento mínimo; un paso corto hacia un lado y un leve giro para evadir el acero.
En cuanto se supo a salvo alzó el brazo derecho, usando la guardia de su espada para propinarle un contundente golpe en la sien. El agresor cayó desplomado sobre la arena, inconsciente y con un ruido apenas perceptible a causa de la arena.
-Ninguno -respondió con serenidad el rubio ante la pregunta de Kugan. Tanto el del tajo como su último contrincante deberían sobrevivir-. Tib ha sido más contundente que yo -añadió, viendo cómo el muryn volvía a colocarse junto a él. Su morro estaba teñido de un color rojizo cuya procedencia era indudable. Además, unas gotas de sangre resbalaban periódicamente por sus colmillos hasta desprenderse e ir a parar a la arena que pisaba.
La respuesta por parte de los indígenas no se hizo esperar. Una nueva descarga de dardos surcó el aire en dirección al domador, procedentes de dos individuos que había decidido centrarse en él. En cuanto los proyectiles salieron de las cerbatanas que los lanzaban uno de los tipos arrojó la suya junto a su compañero. Acto seguido sacó un par de machetes de sus vainas, cruzadas en su espalda.
«Vamos, por favor», suplicó Therax en su fuero interno. Desde lejos aquellos ataques podían ser bloqueados, pero a esa distancia esa tarea adquiría una nueva dificultad. Una vez más alzó sus sables frente a él, haciéndolos chocar y rezando porque su idea al fin diese resultados. La escarcha llegó a brotar a su alrededor, pero fina e insuficiente. Enseguida volvió a la nada. No dejó más prueba de su breve existencia que un leve oscurecimiento de la arena.
Viendo que nada frenaría la trayectoria de los dardos, el espadachín rodó a hacia un lado en el último instante. Pudo percibir a la perfección cómo dos afilados aguijones pasaba a escasos milímetros de él. Consciente de que tal vez no pudiese esquivar más de aquellos ataques, se dispuso a acabar con el sujeto de los dos machetes.
Si algo tenía claro era que aquellos sujetos dejaban mucho que desear en el dominio de las armas de filo. Sus movimientos eran toscos y predecibles, movidos por puro instinto animal y sin ningún tipo de valoración previa. Tras dar dos pasos hacia atrás para alejarse de la hoja de sendos machetes, usó el extremo de la guardia de Byakko para golpear el abdomen del tipo y, justo después, noquearle mediante el mismo mecanismo que había empleado con su compañero.
A escasos metros, el indígena que más cerca se encontraba de él le apuntaba de nuevo con la cerbatana, y Therax no se lo pensó antes de lanzarse a por él.
En cuanto se supo a salvo alzó el brazo derecho, usando la guardia de su espada para propinarle un contundente golpe en la sien. El agresor cayó desplomado sobre la arena, inconsciente y con un ruido apenas perceptible a causa de la arena.
-Ninguno -respondió con serenidad el rubio ante la pregunta de Kugan. Tanto el del tajo como su último contrincante deberían sobrevivir-. Tib ha sido más contundente que yo -añadió, viendo cómo el muryn volvía a colocarse junto a él. Su morro estaba teñido de un color rojizo cuya procedencia era indudable. Además, unas gotas de sangre resbalaban periódicamente por sus colmillos hasta desprenderse e ir a parar a la arena que pisaba.
La respuesta por parte de los indígenas no se hizo esperar. Una nueva descarga de dardos surcó el aire en dirección al domador, procedentes de dos individuos que había decidido centrarse en él. En cuanto los proyectiles salieron de las cerbatanas que los lanzaban uno de los tipos arrojó la suya junto a su compañero. Acto seguido sacó un par de machetes de sus vainas, cruzadas en su espalda.
«Vamos, por favor», suplicó Therax en su fuero interno. Desde lejos aquellos ataques podían ser bloqueados, pero a esa distancia esa tarea adquiría una nueva dificultad. Una vez más alzó sus sables frente a él, haciéndolos chocar y rezando porque su idea al fin diese resultados. La escarcha llegó a brotar a su alrededor, pero fina e insuficiente. Enseguida volvió a la nada. No dejó más prueba de su breve existencia que un leve oscurecimiento de la arena.
Viendo que nada frenaría la trayectoria de los dardos, el espadachín rodó a hacia un lado en el último instante. Pudo percibir a la perfección cómo dos afilados aguijones pasaba a escasos milímetros de él. Consciente de que tal vez no pudiese esquivar más de aquellos ataques, se dispuso a acabar con el sujeto de los dos machetes.
Si algo tenía claro era que aquellos sujetos dejaban mucho que desear en el dominio de las armas de filo. Sus movimientos eran toscos y predecibles, movidos por puro instinto animal y sin ningún tipo de valoración previa. Tras dar dos pasos hacia atrás para alejarse de la hoja de sendos machetes, usó el extremo de la guardia de Byakko para golpear el abdomen del tipo y, justo después, noquearle mediante el mismo mecanismo que había empleado con su compañero.
A escasos metros, el indígena que más cerca se encontraba de él le apuntaba de nuevo con la cerbatana, y Therax no se lo pensó antes de lanzarse a por él.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Tres eran ya los enemigos que habían caído ante el templado acero del espadachín, además de otros cuantos -seguro que más- por parte de Therax y sus niños. Debido a esta respuesta ante los indígenas, estos vieron que un combate alocado no era lo mejor contra los espadachines, por lo que tenían que replantear su estrategia. Y así fue como decidieron replegarse sobre su posición y que algunos de ellos sacaran de nuevo las cerbatanas. Los dardos volaron en dirección a los dos espadachines, que rodaron por el suelo para esquivar aquellos pequeños pero peligrosos proyectiles. - Así no puedo acercarme, joder – Se quejaba el moreno, terminando de rodar y levantándose, adoptando una postura flexible que le permitiera reaccionar bien a los movimientos de sus enemigos. Uno de los indígenas se acercó de nuevo a él, mientras un par de compañeros le ayudaban simultáneamente por detrás lanzando más dardos.
La cosa se complicaba. Si esquivaba demasiado, sufría riesgo de ser alcanzado por los dardos. Si no lo hacía, se exponía a un combate directo contra el indígena que venía con el machete. Esta última opción era la más favorable, además de que una loca idea surgió en la mente del moreno. Sosteniendo la espada con ambas manos, esperó a que el enemigo se lanzara a por él y levantara el brazo para cargar su ataque. En ese justo momento, se impulsó velozmente hacia delante, empalando el cuerpo de un lado a otro a través del estómago con una estocada frontal. Retorciendo el filo en el interior de sus entrañas, asesinó sin piedad al hombre, que soltó su machete mas no llegó a caer al suelo, dado que el moreno lo sujetaba ejerciendo fuerza a través de la espada con la que lo había ensartado. - ¡Técnica Secreta: Escudo Humano! – Sonrió.
Acto seguido, emprendió una carga contra los indígenas de las cerbatanas utilizando el cuerpo de su compañero como escudo. Los dardos que disparaban se clavaban en la espalda del compañero, mientras él continuaba sano y salvo detrás del mismo. En cuanto ya los tuvo encima, sacó la espada del cuerpo del hombre y le dio una fuerte patada, lanzándolo hacia ellos. El cuerpo les cayó encima, momento que aprovechó para dar un salto y caer sobre ellos, cortando sus gargantas al momento. Dos enemigos con armas a distancia menos, pero el resto ya estaba haciendo una piña a la que no podría acceder. Nuevos disparos le obligaron a rodar por el suelo una y otra vez, en esta ocasión sin la posibilidad de contraatacar. Le estaban presionando, así que pidió ayuda. - Therax, ¿puedes repetir lo del hielo de antes? Ya no dejan que me acerque. La cosa está chunga, y a este ritmo nos cansaremos nosotros primero – Y eso, amigos, sería una putada.
La cosa se complicaba. Si esquivaba demasiado, sufría riesgo de ser alcanzado por los dardos. Si no lo hacía, se exponía a un combate directo contra el indígena que venía con el machete. Esta última opción era la más favorable, además de que una loca idea surgió en la mente del moreno. Sosteniendo la espada con ambas manos, esperó a que el enemigo se lanzara a por él y levantara el brazo para cargar su ataque. En ese justo momento, se impulsó velozmente hacia delante, empalando el cuerpo de un lado a otro a través del estómago con una estocada frontal. Retorciendo el filo en el interior de sus entrañas, asesinó sin piedad al hombre, que soltó su machete mas no llegó a caer al suelo, dado que el moreno lo sujetaba ejerciendo fuerza a través de la espada con la que lo había ensartado. - ¡Técnica Secreta: Escudo Humano! – Sonrió.
Acto seguido, emprendió una carga contra los indígenas de las cerbatanas utilizando el cuerpo de su compañero como escudo. Los dardos que disparaban se clavaban en la espalda del compañero, mientras él continuaba sano y salvo detrás del mismo. En cuanto ya los tuvo encima, sacó la espada del cuerpo del hombre y le dio una fuerte patada, lanzándolo hacia ellos. El cuerpo les cayó encima, momento que aprovechó para dar un salto y caer sobre ellos, cortando sus gargantas al momento. Dos enemigos con armas a distancia menos, pero el resto ya estaba haciendo una piña a la que no podría acceder. Nuevos disparos le obligaron a rodar por el suelo una y otra vez, en esta ocasión sin la posibilidad de contraatacar. Le estaban presionando, así que pidió ayuda. - Therax, ¿puedes repetir lo del hielo de antes? Ya no dejan que me acerque. La cosa está chunga, y a este ritmo nos cansaremos nosotros primero – Y eso, amigos, sería una putada.
Therax se vio obligado a detener su avance al ver la maniobra de Kugan. De hecho, incluso el indígena al que se dirigía dejó de apuntarle para ver qué demonios hacía el moreno. Tras ensartar a uno de los sujetos que inexplicablemente les habían atacado, había comenzado a correr interponiéndolo entre él y los dardos. Therax no pudo evitar apreciar la semejanza con una brocheta, pero unos instantes después el reclamo del recién conocido le devolvió a la realidad.
«Repetir lo del hielo... Eso es lo que llevo un rato intentando hacer», se dijo para sí mientras se posicionaba junto al del chándal. Saliera bien o mal aquélla sería la última vez que probara suerte ese día. Tras asegurarse de que tanto Tib como Kugan se encontraban lo suficientemente cerca, hizo chocar las empuñaduras de sus sables entre sí. Esa vez sí, una cúpula más gruesa que la anterior surgió a su alrededor y frenó en seco la trayectoria de los dardos que habían lanzado hacia ellos.
Un sonido seco indicó que se habían clavado en el espesor del hielo y, acto seguido, el espadachín permitió que la cúpula se quebrase y los fragmentos salieran despedidos en forma de esquirlas de hielo.
-¡Vamos! -exclamó, consciente de que seguramente no tendrían otra oportunidad como aquélla.
Los trozos de hielo habían herido a varios tipos, que se tapaban como podían las heridas mientras los demás se afanaban por recargar a toda prisa sus cerbatanas. Therax corrió hacia ellos como alma que lleva el diablo, con sus dos espadas desenfundadas y tratando de identificar al que sería el primero en disparar.
Lo localizó justo cuando alcanzó la posición del grupo y, sin pararse a pensarlo, quebró su arma en dos con Byakko al tiempo que trazaba un corte horizontal con Yuki-onna. Una vez allí todo fue más fácil. En las distancias cortas no representaban una gran amenaza, más aún cuando debían desenvainar sus machetes antes de poder plantarle cara. El escaso margen de tiempo que aquella acción requería era más que suficiente para que el rubio, con tajos y golpes medidos, los fuese dejando postrados en la arena sin demasiada resistencia. Tib siguió a su compañero, mostrando una actitud menos clemente con las que se convirtieron en sus víctimas. Además, a Therax le pareció ver cómo el moreno también se abalanzaba sobre los tipos, pero no se paró a comprobar si estaba en lo cierto o si había sido una falsa apreciación por su parte.
«Repetir lo del hielo... Eso es lo que llevo un rato intentando hacer», se dijo para sí mientras se posicionaba junto al del chándal. Saliera bien o mal aquélla sería la última vez que probara suerte ese día. Tras asegurarse de que tanto Tib como Kugan se encontraban lo suficientemente cerca, hizo chocar las empuñaduras de sus sables entre sí. Esa vez sí, una cúpula más gruesa que la anterior surgió a su alrededor y frenó en seco la trayectoria de los dardos que habían lanzado hacia ellos.
Un sonido seco indicó que se habían clavado en el espesor del hielo y, acto seguido, el espadachín permitió que la cúpula se quebrase y los fragmentos salieran despedidos en forma de esquirlas de hielo.
-¡Vamos! -exclamó, consciente de que seguramente no tendrían otra oportunidad como aquélla.
Los trozos de hielo habían herido a varios tipos, que se tapaban como podían las heridas mientras los demás se afanaban por recargar a toda prisa sus cerbatanas. Therax corrió hacia ellos como alma que lleva el diablo, con sus dos espadas desenfundadas y tratando de identificar al que sería el primero en disparar.
Lo localizó justo cuando alcanzó la posición del grupo y, sin pararse a pensarlo, quebró su arma en dos con Byakko al tiempo que trazaba un corte horizontal con Yuki-onna. Una vez allí todo fue más fácil. En las distancias cortas no representaban una gran amenaza, más aún cuando debían desenvainar sus machetes antes de poder plantarle cara. El escaso margen de tiempo que aquella acción requería era más que suficiente para que el rubio, con tajos y golpes medidos, los fuese dejando postrados en la arena sin demasiada resistencia. Tib siguió a su compañero, mostrando una actitud menos clemente con las que se convirtieron en sus víctimas. Además, a Therax le pareció ver cómo el moreno también se abalanzaba sobre los tipos, pero no se paró a comprobar si estaba en lo cierto o si había sido una falsa apreciación por su parte.
Kugan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Lo único que podía brindarles una oportunidad de sobrevivir en aquel momento era la técnica de hielo que anteriormente había utilizado el rubio. Ya no dejaban que el moreno se acercase hasta ellos, y ninguno de los indígenas quería un combate directo. Habían aprendido, empezaban a ser cautos, y eso era un problema. No obtuvo una respuesta a su pregunta, pero sí que recibió compañía. La de los lobos y Therax, quienes se acercaron hasta él. El moreno, por pura precaución, dio un paso atrás y levantó su espada, quedando a la izquierda del rubio y con su espada alzada por si era necesario contraatacar. Si era el momento de que Therax helara la zona, debía hacerlo. No podía fallar, porque de lo contrario empezarían a cansarse hasta un punto en el que no pudieran seguir dando guerra. Y ese momento era el que debían evitar a toda costa.
En esta nueva ocasión, al chocar las empuñaduras de sus armas, Therax logró crear una capa de hielo lo suficientemente amplia y resistente como para que los dardos se clavaran en ella. Y acto seguido, el hielo se fragmentó, devolviendo esquirlas hacia los agresores y dándoles una oportunidad que no debían desaprovechar. - ¡Bien hecho! – Felicitó el moreno a su compañero rubio, abalanzándose junto a él y sus lobos hacia el resto de indígenas que quedaban en pie. Habían aprovechado que tenían que recargar, que algunos estaban conmocionados por las heridas creadas por el hielo fragmentado, y que otros se habían dispuesto a desenvainar sus machetes. Era la apertura perfecta para que su espada volviera a saludarles, y así fue como lo hizo. Se ocupó del flanco izquierdo, lanzando estocadas a diestro y siniestro, tan solo preocupándose de que no recibiera ninguna herida y de que no le diera a sus compañeros.
Todo había sucedido bastante rápido, y no llegó a darse cuenta del momento exacto en el que dejó de cortar indígenas. La respiración estaba acelerada, la adrenalina la tenía por las nubes y estaba un poco manchado de la sangre de los enemigos que le había salpicado al atacarles. Respiraba por la boca, intentando controlar su ritmo cardíaco con inspiraciones y expiraciones controladas. Tardó un tiempo en que su respiración se calmara, momento en el cual limpió el filo de su espada sobre la espalda de uno de los indígenas, antes de enfundarla en su vaina. Con la mano que tenía libre, levantó el pulgar hacia Therax, Tib y César en señal de victoria, con una sonrisa en su rostro… Antes de desplomarse. Cayó de espaldas al suelo, y cuando cualquiera de los que quedaban vivos quisiera preocuparse por él, se darían cuenta de que estaba roncando como un lirón. Había terminado tan cansado de aquella situación que había sucumbido físicamente, necesitando un descanso reparador.
En esta nueva ocasión, al chocar las empuñaduras de sus armas, Therax logró crear una capa de hielo lo suficientemente amplia y resistente como para que los dardos se clavaran en ella. Y acto seguido, el hielo se fragmentó, devolviendo esquirlas hacia los agresores y dándoles una oportunidad que no debían desaprovechar. - ¡Bien hecho! – Felicitó el moreno a su compañero rubio, abalanzándose junto a él y sus lobos hacia el resto de indígenas que quedaban en pie. Habían aprovechado que tenían que recargar, que algunos estaban conmocionados por las heridas creadas por el hielo fragmentado, y que otros se habían dispuesto a desenvainar sus machetes. Era la apertura perfecta para que su espada volviera a saludarles, y así fue como lo hizo. Se ocupó del flanco izquierdo, lanzando estocadas a diestro y siniestro, tan solo preocupándose de que no recibiera ninguna herida y de que no le diera a sus compañeros.
Todo había sucedido bastante rápido, y no llegó a darse cuenta del momento exacto en el que dejó de cortar indígenas. La respiración estaba acelerada, la adrenalina la tenía por las nubes y estaba un poco manchado de la sangre de los enemigos que le había salpicado al atacarles. Respiraba por la boca, intentando controlar su ritmo cardíaco con inspiraciones y expiraciones controladas. Tardó un tiempo en que su respiración se calmara, momento en el cual limpió el filo de su espada sobre la espalda de uno de los indígenas, antes de enfundarla en su vaina. Con la mano que tenía libre, levantó el pulgar hacia Therax, Tib y César en señal de victoria, con una sonrisa en su rostro… Antes de desplomarse. Cayó de espaldas al suelo, y cuando cualquiera de los que quedaban vivos quisiera preocuparse por él, se darían cuenta de que estaba roncando como un lirón. Había terminado tan cansado de aquella situación que había sucumbido físicamente, necesitando un descanso reparador.
El muchacho atravesaba a los indígenas como si un motivo personal se encontrase detrás de sus actos. ¿Acaso lo habría? Therax no tenía ni idea, pero no encontraba muchas más justificaciones para ese afán de acabar con cada uno de ellos. Sólo se le ocurría que el moreno tuviera un desagradable instinto carnicero o que segar tantas vidas no pesase en su conciencia. Torció un poco el gesto tras noquear al último de sus oponentes, apenado por la posibilidad de que la última opción fuese la acertada.
Kugan estaba exhausto. Era de esperar, ya que el combate fuera de las academias era mucho más exigente que cualquier entrenamiento común. No obstante, no esperaba que cayese desplomado del modo en que lo hizo. Únicamente alzó el pulgar en su dirección antes de acabar tumbado sobre la arena.
-Llevamos un buen rato fuera. Tal vez el barco esté reparado ya -dijo César, que se había aproximado a la posición de su dueño tras la conclusión de la lucha.
-¿Lo dejamos ahí? -inquirió el espadachín sin despegar su vista del moreno.
-No le pasará nada. Tiene agua y un río al lado. Además, ¿no te parece un poco turbio cómo ha rajado a todos esos tipos?
El rubio guardó silencio ante el mecánico comentario del viejo lobo. Una vez más, sus palabras no eran más que el reflejo de los pensamientos de Therax. ¿Cómo demonios lo hacía? El cánido debía saber lo que rondaba la mente del domador, pues no volvió a mencionar el tema.
Sin decir nada más, el espadachín envainó sus espadas y se dirigió de nuevo hacia el río. Pisaba una desagradable combinación de arena y sangre, que había formado una mezcla allí donde había caído tras abandonar el cuerpo de los desconocidos. ¿Por qué demonios les habían atacado? Jamás había visto a nadie que se pareciese a ellos y, hasta donde él sabía, el desierto de Sarden era un lugar deshabitado. Fuera como fuere, aquella misteriosa ofensiva orientaba hacia lo contrario. ¿O habrían llegado hasta allí persiguiendo a alguien?
La única manera de encontrar respuesta hubiera sido aguardar hasta que alguno de los que había derrotado recuperase la conciencia, pero no estaba dispuesto a esperar. Se inclinó sobre la superficie, sumergiendo de nuevo su cabeza en el cristalino líquido y dando un gran sorbo.
-Bueno, nos vamos ¿no? -dijo en cuanto se hubo refrescado. No le terminaba de convencer la idea de dejar allí a Kugan, pero el muchacho estaba buscando algo y debía encontrarlo antes de irse. Sin volver la vista atrás en esa ocasión, se dispuso a recorrer a la inversa el camino que le había llevado hasta allí.
Kugan estaba exhausto. Era de esperar, ya que el combate fuera de las academias era mucho más exigente que cualquier entrenamiento común. No obstante, no esperaba que cayese desplomado del modo en que lo hizo. Únicamente alzó el pulgar en su dirección antes de acabar tumbado sobre la arena.
-Llevamos un buen rato fuera. Tal vez el barco esté reparado ya -dijo César, que se había aproximado a la posición de su dueño tras la conclusión de la lucha.
-¿Lo dejamos ahí? -inquirió el espadachín sin despegar su vista del moreno.
-No le pasará nada. Tiene agua y un río al lado. Además, ¿no te parece un poco turbio cómo ha rajado a todos esos tipos?
El rubio guardó silencio ante el mecánico comentario del viejo lobo. Una vez más, sus palabras no eran más que el reflejo de los pensamientos de Therax. ¿Cómo demonios lo hacía? El cánido debía saber lo que rondaba la mente del domador, pues no volvió a mencionar el tema.
Sin decir nada más, el espadachín envainó sus espadas y se dirigió de nuevo hacia el río. Pisaba una desagradable combinación de arena y sangre, que había formado una mezcla allí donde había caído tras abandonar el cuerpo de los desconocidos. ¿Por qué demonios les habían atacado? Jamás había visto a nadie que se pareciese a ellos y, hasta donde él sabía, el desierto de Sarden era un lugar deshabitado. Fuera como fuere, aquella misteriosa ofensiva orientaba hacia lo contrario. ¿O habrían llegado hasta allí persiguiendo a alguien?
La única manera de encontrar respuesta hubiera sido aguardar hasta que alguno de los que había derrotado recuperase la conciencia, pero no estaba dispuesto a esperar. Se inclinó sobre la superficie, sumergiendo de nuevo su cabeza en el cristalino líquido y dando un gran sorbo.
-Bueno, nos vamos ¿no? -dijo en cuanto se hubo refrescado. No le terminaba de convencer la idea de dejar allí a Kugan, pero el muchacho estaba buscando algo y debía encontrarlo antes de irse. Sin volver la vista atrás en esa ocasión, se dispuso a recorrer a la inversa el camino que le había llevado hasta allí.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.