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Todo comenzó en una mansión de Water Seven. Aunque esta no era como las mansiones que la gente suele imaginarse. No tenía un enorme jardín que resultase la envidia de todos los vecinos, de extensión casi kilométrica ni ocupaba un espacio tan exagerado como el algunos se piensan, aunque tampoco era pequeña. No, su casa era más bien de fachada modesta, aunque bonita, acorde con el estilo veneciano de toda la ciudad. Había canales por los que circulaban los barcos que transportaban por la ciudad a los transeúntes, ya que ir nadando no era óptimo. Las paredes exteriores eran del color del mármol, quizás algo más ahumado, y la entrada se encontraba cerrada con puertas negras de reja, las cuales decoraban plantas trepadoras que solían florecer en la misma época del año. Tras las "puertas, un pequeño embalse artificial permitía la entrada al pequeño jardín que separaba el canal de la casa, dispuesta en vertical. Y en uno de los muchos pisos se encontraba las habitaciones de los niños que protagonizan esta historia.
El sol ya se había puesto una vez más, dejando que el cielo y las farolas iluminasen el lugar, viéndose su luz reflejada en el agua. Aquella vista siempre había llamado la atención de Akane, la hija menor de la familia Vogel, de cabellos anaranjados y enormes ojos esmeralda. Como todas las noches, la pequeña de cuatro años, se encontraba arrimada a la ventana observando embelesada el panorama mientras abrazaba a su gato de peluche y cantaba una de sus canciones favoritas en voz baja. Ya era my tarde, y era consciente de que si la escuchaba su "madre" o alguna de las otras sirvientas, sería regañada. Pero simplemente no podía dormir. Aquella noche era especial, pues a la mañana siguiente iba a ser su cumpleaños.
-Me pregunto como será tener cinco años... O mejor, ¡tener siete! Mi hermano ya tiene siete años...- Le comentó a su peluche, antes de dejarse caer sobre la cama, tras ponerse de pie encima de esta y dar una pirueta. -Aunque ser pequeña tampoco está mal. ¿Te imaginas que fuera tan alta como para ocupar toda la cama? No podría jugar como lo hago con Erik.- Reflexionó. La verdad era que todo en aquel lugar resultaba enorme comparado con los dos hemanos. La cama de la niña por ejemplo, era más grande que la de un matrimonio convencional. Pero esa diferencia de tamaño hacía más interesantes los juegos de aventuras de ambos.
La noche siguió avanzando y con el la falta de sueño de la niña que, harta de dar vueltas en la cama, decidió ir de exploración nocturna por la casa. En verdad solo iba a dirigirse al cuarto de su hermano, pero para ello tenía que atravesar un laaaargo pasillo sin ser vista ni tropezarse con nada. Y bueno... Despertar a Erik una vez dentro, pero ya decidiría como hacerlo al llegar a su cama.
El sol ya se había puesto una vez más, dejando que el cielo y las farolas iluminasen el lugar, viéndose su luz reflejada en el agua. Aquella vista siempre había llamado la atención de Akane, la hija menor de la familia Vogel, de cabellos anaranjados y enormes ojos esmeralda. Como todas las noches, la pequeña de cuatro años, se encontraba arrimada a la ventana observando embelesada el panorama mientras abrazaba a su gato de peluche y cantaba una de sus canciones favoritas en voz baja. Ya era my tarde, y era consciente de que si la escuchaba su "madre" o alguna de las otras sirvientas, sería regañada. Pero simplemente no podía dormir. Aquella noche era especial, pues a la mañana siguiente iba a ser su cumpleaños.
-Me pregunto como será tener cinco años... O mejor, ¡tener siete! Mi hermano ya tiene siete años...- Le comentó a su peluche, antes de dejarse caer sobre la cama, tras ponerse de pie encima de esta y dar una pirueta. -Aunque ser pequeña tampoco está mal. ¿Te imaginas que fuera tan alta como para ocupar toda la cama? No podría jugar como lo hago con Erik.- Reflexionó. La verdad era que todo en aquel lugar resultaba enorme comparado con los dos hemanos. La cama de la niña por ejemplo, era más grande que la de un matrimonio convencional. Pero esa diferencia de tamaño hacía más interesantes los juegos de aventuras de ambos.
La noche siguió avanzando y con el la falta de sueño de la niña que, harta de dar vueltas en la cama, decidió ir de exploración nocturna por la casa. En verdad solo iba a dirigirse al cuarto de su hermano, pero para ello tenía que atravesar un laaaargo pasillo sin ser vista ni tropezarse con nada. Y bueno... Despertar a Erik una vez dentro, pero ya decidiría como hacerlo al llegar a su cama.
Taka Izumi
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Oscuridad, frío… ¿soledad? Acurrucado en una esquina de un tétrico habitáculo, había un niño. Quizás “paralizado” o “aterrorizado” fuesen palabras más adecuadas para expresar cómo se hallaba sintiendo ese niño. En aquella habitación solo se podía percibir el llanto de aquel joven muchacho que, en su cabeza, podía llegar a escuchar cómo diversas voces lejanas atormentaban su mente. “Ven con nosotros”, decían algunas. “Ven o te mataremos”, decían otras, con una voz mucho más agresiva. “No tengas miedo, somos tus amigos”, decían algunos, mucho más lejanos, casi imperceptibles. No obstante… no era cosa de su cabeza. Oía pasos… pasos acercándose a él.
—Por favor… parad. Salid ahora mismo de mi cabeza… parad de una vez. Dejadme tranquilo... —mascullaba el niño, mientras seguía llorando.
—No estamos en tu cabeza, querido. Alza tu rostro… estamos aquí.
El chico, como si no tuviese control de su propio cuerpo, levantó la cabeza. Delante de él un rostro quemado, desfigurado y casi diría que incluso descompuesto… posaba su mirada en los ojos del pequeño. Unos ojos grandes, amarillos… que casi se podría decir que brillaban en la oscuridad. Dibujada en su inhumano rostro, una sonrisa demoníaca y perversa reía de una forma extraña, con una voz ronca.
—¿Ves? No pasa nada, Erik. Somos amigos, no vamos a hacerte daño.
—Pero… pero das miedo —dijo el muchacho, con una voz muy tenue.
—¿Te doy miedo? Oh… no te preocupes. Creo que eso se puede arreglar.
De repente, el rostro de la demoníaca figura cambió radicalmente. Tras alejarse un poco del niño, este pudo observar intranquilo como ahora, la figura que tenía ante él, era su padre. El temor del chico se incrementó en gran medida, haciendo que todo su cuerpo empezase a temblar más de lo que estaba haciéndolo.
—Erik… eres una deshonra para esta familia. Nunca debí tenerte. Pero… no te preocupes, hijo. Todo acabará pronto —amenazó indirectamente al chico, con una voz idéntica a la de su padre—. Estoy seguro de que tu hermana ni siquiera es mía, con lo zorra que es tu madre. Ella será la siguiente.
—No… padre, hazme lo que sea… pero ella no… no la toques.
—¿Y qué vas a hacer para impedirlo? Eres débil, Erik. No puedes hacer nada —dijo, mientras cogía la cabeza del muchacho con una mano y lo elevaba en el aire—. Hasta nunca, hijo.
—————————————————————————————————————————
Erik abrió los ojos. De nuevo, oscuridad. Sin embargo… ya no había voces. Ya no había nada de todo aquello. Aunque él mismo no se lo creyese, todo había sido una pesadilla. La cama se hallaba completamente mojada, a la par que el sudor recorría todo el infantil cuerpo del muchacho. Temblando, se incorporó y se sentó contra la pared, cogiendo entre sus brazos la almohada. Poco a poco, intentó recobrar su respiración normal. No obstante, el chirrido de la puerta abriéndose y la luz filtrándose a su habitación… volvió a incrementar el pulso del pequeño Erik. Rezó para que no fuese su padre. Rezó mucho.
—¿Papá? —dijo lo primero que se le vino a la cabeza, mientras se cubría con la almohada, al mismo tiempo que no dejaba de apretarla. Instantes más tardes, la silueta infantil de una niña accedió al habitáculo—. Akane… eres tú. Me has… asustado de verdad, hermanita.
—Por favor… parad. Salid ahora mismo de mi cabeza… parad de una vez. Dejadme tranquilo... —mascullaba el niño, mientras seguía llorando.
—No estamos en tu cabeza, querido. Alza tu rostro… estamos aquí.
El chico, como si no tuviese control de su propio cuerpo, levantó la cabeza. Delante de él un rostro quemado, desfigurado y casi diría que incluso descompuesto… posaba su mirada en los ojos del pequeño. Unos ojos grandes, amarillos… que casi se podría decir que brillaban en la oscuridad. Dibujada en su inhumano rostro, una sonrisa demoníaca y perversa reía de una forma extraña, con una voz ronca.
—¿Ves? No pasa nada, Erik. Somos amigos, no vamos a hacerte daño.
—Pero… pero das miedo —dijo el muchacho, con una voz muy tenue.
—¿Te doy miedo? Oh… no te preocupes. Creo que eso se puede arreglar.
De repente, el rostro de la demoníaca figura cambió radicalmente. Tras alejarse un poco del niño, este pudo observar intranquilo como ahora, la figura que tenía ante él, era su padre. El temor del chico se incrementó en gran medida, haciendo que todo su cuerpo empezase a temblar más de lo que estaba haciéndolo.
—Erik… eres una deshonra para esta familia. Nunca debí tenerte. Pero… no te preocupes, hijo. Todo acabará pronto —amenazó indirectamente al chico, con una voz idéntica a la de su padre—. Estoy seguro de que tu hermana ni siquiera es mía, con lo zorra que es tu madre. Ella será la siguiente.
—No… padre, hazme lo que sea… pero ella no… no la toques.
—¿Y qué vas a hacer para impedirlo? Eres débil, Erik. No puedes hacer nada —dijo, mientras cogía la cabeza del muchacho con una mano y lo elevaba en el aire—. Hasta nunca, hijo.
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Erik abrió los ojos. De nuevo, oscuridad. Sin embargo… ya no había voces. Ya no había nada de todo aquello. Aunque él mismo no se lo creyese, todo había sido una pesadilla. La cama se hallaba completamente mojada, a la par que el sudor recorría todo el infantil cuerpo del muchacho. Temblando, se incorporó y se sentó contra la pared, cogiendo entre sus brazos la almohada. Poco a poco, intentó recobrar su respiración normal. No obstante, el chirrido de la puerta abriéndose y la luz filtrándose a su habitación… volvió a incrementar el pulso del pequeño Erik. Rezó para que no fuese su padre. Rezó mucho.
—¿Papá? —dijo lo primero que se le vino a la cabeza, mientras se cubría con la almohada, al mismo tiempo que no dejaba de apretarla. Instantes más tardes, la silueta infantil de una niña accedió al habitáculo—. Akane… eres tú. Me has… asustado de verdad, hermanita.
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Su diminuta figura se deslizó por el hueco de la puerta rápidamente, acercandose a su hermano, al que podía ver con la tenue luz que provenía del pasillo. Al contrario que su propio cuarto, el del chico nunca le había gustado. Siempre que él se encontraba ahí dentro parecía triste. Así que la pequeña Akane había llegado a la conclusión de que había un monstruo malo atormentandole por las noches. No tardó mucho en recorrer la distancia, acercándose hacia el borde de su cama. Aunque ni acercándose tanto podía llegar a ver el rostro del chico con tanta oscuridad. Igualmente, la pequeña de los dos buscó la mano de su hermano estirándose por la cama hasta alcanzarla. Estaba caliente y empapada de sudor, además temblaba. La pelinaranja sabía que aquello significaba que el chico se encontraba mal, aún sin conocer el motivo.
-Hermanito...- Murmuró preocupada antes de negar lentamente con la cabeza y mostrar su sonrisa más sincera entre la penumbra. -Vamos a jugar.- Dijo animada, antes de tirar de él. Pensaba alejarle de aquella oscuridad. No sería la primera vez que lo hiciera. Cada vez que ella no podía dormir se escabullía hasta la habitación de Erik para que fuera a pasar el rato con ella. Decía que no podía dormir sin él y en gran medida así era. Que estuviera a su lado le resultaba reconfortante, y mitigaba sus preocupaciones por él.
La niña volvió a tirar con suavidad del chico, incitándole una vez más a salir de la cama aunque este posiblemente ya se estaba incorporando. Una vez en pie los dos, se alejarían hacia la puerta y correrían hasta su habitación, iluminada pos sus luces, aún más mágicas con el cielo nocturno despejado. -Mira, mira. Esta noche el cielo está brillando para los dos.- Diría acercándose a la ventana.- Está lleno de luces que brillan en el agua.- Tras decir eso, miraría de nuevo la cara del chico. Este solía verse deprimido o demasiado serio para su edad muy a menudo, así que Akane siempre buscaba decir cosas que le animaran o hacerle reír. Como última opción solía recurrir a las cosquillas. Aunque en aquella ocasión prefirió revolverle el cabello escarlata. -Y siempre brillará así para los dos.- Afirmó.
-Bueno, ¿a qué jugamos?-
-Hermanito...- Murmuró preocupada antes de negar lentamente con la cabeza y mostrar su sonrisa más sincera entre la penumbra. -Vamos a jugar.- Dijo animada, antes de tirar de él. Pensaba alejarle de aquella oscuridad. No sería la primera vez que lo hiciera. Cada vez que ella no podía dormir se escabullía hasta la habitación de Erik para que fuera a pasar el rato con ella. Decía que no podía dormir sin él y en gran medida así era. Que estuviera a su lado le resultaba reconfortante, y mitigaba sus preocupaciones por él.
La niña volvió a tirar con suavidad del chico, incitándole una vez más a salir de la cama aunque este posiblemente ya se estaba incorporando. Una vez en pie los dos, se alejarían hacia la puerta y correrían hasta su habitación, iluminada pos sus luces, aún más mágicas con el cielo nocturno despejado. -Mira, mira. Esta noche el cielo está brillando para los dos.- Diría acercándose a la ventana.- Está lleno de luces que brillan en el agua.- Tras decir eso, miraría de nuevo la cara del chico. Este solía verse deprimido o demasiado serio para su edad muy a menudo, así que Akane siempre buscaba decir cosas que le animaran o hacerle reír. Como última opción solía recurrir a las cosquillas. Aunque en aquella ocasión prefirió revolverle el cabello escarlata. -Y siempre brillará así para los dos.- Afirmó.
-Bueno, ¿a qué jugamos?-
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Lentamente, retiró la almohada de su rostro y la depositó encima de la cama de nuevo. La única persona del mundo que podría hacer que los latidos de su corazón volviesen a la calma era ella. Sin saber el cómo ni el porqué, su sola presencia le otorgaba una tranquilidad inimaginable. En aquellos instantes… se hubiera derrumbado si hubiese sido otra persona la que se hubiese hallado delante de la entrada de su habitación.
La pequeña se acercó a la cama. Erik yacía inmóvil, al mismo tiempo que observaba las acciones de su hermana. Tan activa, tan… despreocupada. Para el joven, era gratificante ver el comportamiento de su hermana frente a determinadas situaciones. La inocencia que, por desgracia, él había perdido hacía ya tiempo… la zagala la seguía conservando en plena forma. Seguía sin darse cuenta de la situación por la cual estaba pasando la familia… si aquello se podía considerar familia, claro.
—”Don Nadie” —le dijo una voz en su cabeza.
—No… yo no soy un Don Nadie… cállate… —masculló, llevándose una mano a la cabeza.
Instantes después, su siniestra fue agarrada por la mano de porcelana de la pelinaranja muchacha, llamando la atención del pelirrojo. El joven, que se hallaba de nuevo absorto en sus pensamientos, fue socorrido una vez más por su familiar.
—Hermanito… vamos a jugar —se pronunció en voz baja, con un tono alegre.
El chico ardía en deseos de abandonar la oscuridad y volver de nuevo a la luz. De alejarse de las voces… de alejarse de todo. De, simplemente, centrarse en aquello que su corazón llamaba… lo más importante de su vida. Akane tiró de su mano con poca fuerza un par de veces; las suficientes como para que el pequeño reaccionara y bajase de la cama, recobrando la compostura lentamente. Se aferró a la mano de su hermana, como si ella fuese la única que podía salvarle. Y, en efecto, así era. Ella empezó a correr hacia su habitación, al mismo tiempo que obligaba al pelirrojo a hacer lo mismo. La luz que emanaba la estancia de la muchacha hacía un gran contraste con la suya propia, algo que reconfortó sobremanera al pequeño. Una vez dentro, su hermana se dirigió directamente a la ventana, soltando su siniestra.
—Mira, mira. Esta noche el cielo está brillando para los dos —dijo con su tono característico de voz—. Está lleno de luces que brillan en el agua —comentó, entusiasmada, mientras cruzaba miradas con Erik. Impredecible como siempre, se acercó a él y le revolvió los carmesíes cabellos al muchacho—. Y siempre brillará así para los dos.
—Akane… —murmuró. Instantes después, no pudo evitar rodearla entre sus brazos, otorgándole un cálido abrazo que, a decir verdad, le serviría más a él que a ella—. Eso espero… de verdad que sí —dijo en voz baja, mientras se alejaba unos centímetros e intentaba sonreír.
—Bueno, ¿a qué jugamos?
—Creo que… me vendría bien jugar a lo de siempre —se acercó a un pequeño fedora que había encima de la cómoda de la habitación. Con cuidado, lo agarró y se lo colocó en la cabeza—. Hacía tiempo que no me ponía esto, la verdad… —ciertamente, no quería sonar tan melancólico, pero el chico… atravesaba en aquellos tiempos una situación peliaguda que provocaba un menor tiempo para dedicarle a su querida hermana—. Me pido al agente secreto, como siempre.
La pequeña se acercó a la cama. Erik yacía inmóvil, al mismo tiempo que observaba las acciones de su hermana. Tan activa, tan… despreocupada. Para el joven, era gratificante ver el comportamiento de su hermana frente a determinadas situaciones. La inocencia que, por desgracia, él había perdido hacía ya tiempo… la zagala la seguía conservando en plena forma. Seguía sin darse cuenta de la situación por la cual estaba pasando la familia… si aquello se podía considerar familia, claro.
—”Don Nadie” —le dijo una voz en su cabeza.
—No… yo no soy un Don Nadie… cállate… —masculló, llevándose una mano a la cabeza.
Instantes después, su siniestra fue agarrada por la mano de porcelana de la pelinaranja muchacha, llamando la atención del pelirrojo. El joven, que se hallaba de nuevo absorto en sus pensamientos, fue socorrido una vez más por su familiar.
—Hermanito… vamos a jugar —se pronunció en voz baja, con un tono alegre.
El chico ardía en deseos de abandonar la oscuridad y volver de nuevo a la luz. De alejarse de las voces… de alejarse de todo. De, simplemente, centrarse en aquello que su corazón llamaba… lo más importante de su vida. Akane tiró de su mano con poca fuerza un par de veces; las suficientes como para que el pequeño reaccionara y bajase de la cama, recobrando la compostura lentamente. Se aferró a la mano de su hermana, como si ella fuese la única que podía salvarle. Y, en efecto, así era. Ella empezó a correr hacia su habitación, al mismo tiempo que obligaba al pelirrojo a hacer lo mismo. La luz que emanaba la estancia de la muchacha hacía un gran contraste con la suya propia, algo que reconfortó sobremanera al pequeño. Una vez dentro, su hermana se dirigió directamente a la ventana, soltando su siniestra.
—Mira, mira. Esta noche el cielo está brillando para los dos —dijo con su tono característico de voz—. Está lleno de luces que brillan en el agua —comentó, entusiasmada, mientras cruzaba miradas con Erik. Impredecible como siempre, se acercó a él y le revolvió los carmesíes cabellos al muchacho—. Y siempre brillará así para los dos.
—Akane… —murmuró. Instantes después, no pudo evitar rodearla entre sus brazos, otorgándole un cálido abrazo que, a decir verdad, le serviría más a él que a ella—. Eso espero… de verdad que sí —dijo en voz baja, mientras se alejaba unos centímetros e intentaba sonreír.
—Bueno, ¿a qué jugamos?
—Creo que… me vendría bien jugar a lo de siempre —se acercó a un pequeño fedora que había encima de la cómoda de la habitación. Con cuidado, lo agarró y se lo colocó en la cabeza—. Hacía tiempo que no me ponía esto, la verdad… —ciertamente, no quería sonar tan melancólico, pero el chico… atravesaba en aquellos tiempos una situación peliaguda que provocaba un menor tiempo para dedicarle a su querida hermana—. Me pido al agente secreto, como siempre.
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