[Misión común-West Blue] La ciudad nunca descansa

Contratante: La Mano Firme S.A.

Descripción de la misión: tras los fatídicos incidentes que azotaron el West Blue como consecuencia de la aparición de los Jinetes del Apocalipsis, los pocos supervivientes que quedaron y representantes de otros mares no tardaron en ponerse manos a la obra para devolver a las poblaciones de este mar su antiguo esplendor. No obstante, hay tanto que hacer que todas las manos son pocas. Esta empresa de construcción se está encargando de reedificar una pequeña que se vio particularmente perjudicada. Sin embargo, tiene otros encargos y ya lleva un retraso considerable. Busca a cualquiera que esté dispuesto a echar una mano para acabar la construcción del ayuntamiento de esta isla cuanto antes.


Objetivo: terminar de construir el ayuntamiento en una semana como máximo.

Recompensa: tres millones de berries para cada participante.

Hacía ya varias semanas que Krieg viajaba en aquel barco masificado que tenía como propósito repoblar el West Blue. Los inmigrantes siempre habían sido una fuente de mano de obra barata, y ahora que el destrozado mar necesitaba más que nunca salir a reflote, eran hasta apreciados. No importaba de donde vinieran, siempre que después se quedaran... siempre que no fuesen molestos con sus costumbres ni rompieran tradiciones. Ah, cómo se despersonificaba a las personas siempre... ¡Viva el utilitarismo!

Seguramente si alguno de los allí presentes hubiera sabido que el soldado había tomado una misión por la que le pagaban tres millones de berries por una mísera semana de trabajo, Krieg hubiera sido rápidamente acuchillado y suplantado para que aquella pequeña fortuna fuese mandada a una familia que más lo necesitaba. Después de todo ¿para qué necesitaba él el dinero?

Aislado y en silencio, el enmascarado juzgaba las desagradables formas de sus compañeros de viaje. En ellos no había rastro alguno de disciplina, lo que le descontentaba y repugnaba casi a partes iguales. No todos allí eran malos, de hecho las manzanas podridas podían contarse con los dedos de una mano, pero la mayoría eran personas blandas y azuzadas por las desgracias del mundo más que por su propia voluntad.

Cuando el soldado llegó a su destino, pasadas ya un par de islas en las que bajaron gran parte de la carga humana, Krieg había hecho un amigo. Bueno, alguien se había hecho amigo de Krieg, que era sumamente más fácil que lo opuesto. Aquel mozo larguirucho de cuerpo y mentes débiles había visto en su figura una gruta en la que esconderse cuando otros habían intentado abusar de él, y Krieg, heredero de la pura justicia, demostró su firmeza oponiéndose al conflicto. Era realmente sencillo disuadir a alguien que buscaba problemas cuando veía su mano dañada por su propio puñetazo.

—¡Ah Krieg, qué buen día hace! ¿Crees que encontraremos trabajo? —canturreó Al-salem.
—Yo ya tengo un trabajo. Adiós, Al.
—¡¿Cómo que adiós?! —dijo enganchándose a él cual cría de koala—. ¿Y dónde es ese trabajo? ¿Se necesita más gente?

Avanzando pese al peso extra y su extraño reparto, Krieg emitió un largo suspiro.
—Tengo la dirección. Cuando lleguemos a lo mejor necesitan algún puesto. Ahora bájate.

Dejándose caer y andando a su lado, el dúo dinámico llegó a su destino donde el soldado intentó hablar con el contratista pese a las constantes interrupciones del escuchirrimizado morenito.

Emme

Acabé de leer el expediente de la misión a la que me habían encomendado. Me encontraba con Babou durmiendo a mi lado; no parecía molestarle el chocar de las olas contra el barco. Yo estaba apoyada en la baranda viendo cómo empezábamos a atracar en el puerto. Desperté a Babou dándole un golpecito en la cabeza y le señalé con la mano de que me siguiera. Se estiró brevemente, bostezó y empezó a seguirme mientras bufaba a una gaviota que parecía posarse delante de nosotros. Esta salió asustada y Babou la siguió con la mirada hasta que se perdió por el horizonte. Me encogí de hombros y volví a gritar su nombre, esta vez siguiéndome más firme. Aún no es que me hiciese caso del todo, pero teníamos una afinidad y parecía entender lo que le decía con facilidad. Bajé de un al puente y empecé a andar mientras recordaba la zona a la que tenía que ir. Iba con mi identidad de Hanako Misa, la cual estaba usando últimamente más de lo normal.

Las calles parecían verse destrozadas, y no me extrañaba en nada. Parecía haberse liado parda por aquí, así que tenía que ayudar de alguna forma. Lo primero sería hablar con la gente que dirigía la mano de obra, y después mirar de contratar a gente que estuviese tirada por ahí. Yo no me iba a manchar las manos demasiado, ya que no consideraba eso mi trabajo. Pero sin embargo, encontraría la gente que se las mancharía. Llevaba una pequeña bolsa con un millón de berries dentro, que usaría para convencer a las personas necesarias como para acabar aquello rápido. Y claro, también competentes. Miré a Babou y señalé con la mano hacia el punto de encuentro, donde parecían haber ya más personas dialogando. Fruncí el ceño y me acerqué, presentándome e intentando hablar en un punto de la conversación en el que no interrumpiese.

—Me presento, soy Hanako Misa. Y este es mi ocelote, Babou —levantó una pata y empezó a lamérsela, ignorándolos—. Mi padre tiene experiencia con estos temas, y soy bastante buena encontrando a la gente adecuada. —Expliqué mientras me colocaba bien la visera del gorro.

Todo lo que tenía que decirse se dijo. Tres millones como recompensa por terminar la reconstrucción del ayuntamiento, cuyos materiales estaban ya en la zona, en menos de una semana. Era, desde luego, poco dinero. Si la empresa ManoFirme hubiera tenido que pagar a toda una cuadrilla por aquello, entre los permisos de obra, los seguros y el impuesto de subcontrata del gobierno, casi no hubiera quedado dinero para los trabajadores. Además, si hubieran apostado por el número en lugar de por la calidad, los fascistas y oscuros deseos del patrón no hubieran sido recompensados.

Él sabía bien que había gente superior a otra; y por ende no debía pagar a tres infraseres que solo aportaran un tercio de lo que podía realmente soportar un verdadero hombre. En un mundo donde las razas ya marcan una importante frontera, él incluso creía dislumbrar clases dentro de la suya propia.

—Me pondré a trabajar ahora mismo, señor —dijo Krieg justo a tiempo de la llegada de la dama.

—¡¿Cómo?! —gruñó el mostachudo contratista—. ¡¿Usted no será de la competencia?! ¡Estúpido PieBlando S.L., siempre queriendo quitarme el trabajo! —y escupió al suelo maldiciendo la estampa de su mayor rival.

El soldado se marchó de la escena, cómo no, marchando a paso firme, siendo fielmente acompañado por el perro que apenas quería tener cerca. Se había anexionado a la oferta, porque eso de no tener siquiera que compartir tres millones era algo demasiado jugoso como para dejar pasar de largo.

—¿Tú sabes de construcción? —susurró el morenito mirando hacia detrás unas curvas que casi parecían hechas por las manos de un artesano.
—¿Tú no? —gruñó Krieg, harto de cargar con semejante bulto.

Como arquitecto sabía qué tenía que hacer, cómo debía hacerse y cuando; y no es que tuviera demasiado tiempo para andarse con explicaciones.

—Ehm... —Me interrumpieron—. Yo... —Volvieron a hacerlo—. Esto...

No parecían hacerme caso y cerraron el trato delante de mis narices, incluso mencionando de que si era de una empresa rival. Fruncí el ceño y negué con la cabeza, pero no tenía tiempo para explicar algo ya que los otros tipejos se fueron. Suspiré pesadamente y agarré a Babou entre mis brazos para ir corriendo hacia ellos. No estaban demasiado lejos, así que no me costó más que varios segundos llegar a ellos. Si me hacían caso podría contarles mi plan y no tendríamos que trabajar. Porque yo, personalmente, no iba a hacerlo. Bastante tenía para no estar tratando asuntos en los que se necesitase a la justicia como intervención. Esto era simplemente mano de obra y, aunque me pareciese noble la idea, mis talentos estaban siendo ligeramente desperdiciados. Por suerte, uno de ellos podía aprovecharlos; el de convencer a la gente a hacer lo que yo quisiese.

—Nee, veo por donde vais. Me voy a volver a presentar. —Hice una pequeña reverencia—. Soy Hanako Misa, y mi padre me ha encomendado la tarea de ayudar por aquí. Tengo una bolsa con efectivo para contratar a gente, así que si me decís dónde vais a empezar a trabajar, os los empiezo a mandar por ahí. —Acabé explicando.

Si me decían que si en un rato me pondría a buscar gente, y podríamos acabar esto lo más rápido posible. No me apetecía demasiado estar por allí, pero quizás podría aprender alguna que otra cosa, y no podía quejarme sobre eso. No había visto nunca a nadie construir o reparar cimientos de casas, y aquello quieras que no me parecía interesante. Esperé mientras miraba fijamente a los individuos y agarré un cigarro para prenderlo y darle una larga calada.

Al-salem, cómo no, se detuvo cordial y pacientemente a escuchar a la chica. Krieg el enmascarado empezó a abrir las cajas del material con la oreja puesta, pero no cesó un instante en sus movimientos pese a que su atención estaba dispersa. Toda mano era buena para trabajar, y saber qué podía ofrecer aquella muchacha de punta en blanco para cumplir su propósito era también de su interés.

—¡Joder, pues todo solucionado! —dijo animadamente el larguirucho moreno intentando coger las manos de la dama para celebrarlo—. ¿Has oído eso, Krieg? No tenemos ni que trabajar. ¡Dinero gratis! Venga, explícale tú cómo va la albañilería para que busque gente.

El soldado, como acostumbraba, no cesó en su empeño; de hecho siquiera cedió un milímetro. Simplemente se levantó cargando una pesada caja de ladrillos para ir directo a la pared derrumbada que había que reconstruir.

—Qué sieso es el pobre. ¡Ah, yo soy Alyanir Al-salem!. En mi cultura el apellido va antes que el nombre, pero la gente de fuera—dijo sin entender bien que ahora él no estaba en su hogar— me llama Al. Y este señor de aquí es Krieg. Krieg... ¡¿Krieg, cómo te apellidas?!

—Sólo Krieg.

—Pues eso, él es Krieg Solo-Krieg. Qué apellidos más raros tenéis, la verdad, ninguno empieza por Al —se lamentó—. ¿Y cómo es que tu padre ha mandado a una muchacha tan bonita a una sucia y polvorosa construcción? —se interesó.

Porque las únicas situaciones sucias en las que quería que se vieran las chicas le involucraban a él, una botella de buen vino y más cojines de terciopelo de los que debería tener cualquier habitación.

Krieg al fin y al cabo también se lo preguntaba, aquel no parecía un trabajo para alguien que creía que el dinero solucionaba todas las cosas. Además, y aunque la dureza del espíritu no tenía demasiado que ver con el aspecto, no parecía acostumbrada en absoluto a los trabajos manuales. "Al menos no a esos", se dijo Al-saleem, invadiendo impunemente rompiendo una cuarta pared.

—¿Sabe algo de albañilería, señorita Misa? —preguntó el hombre tras el pesado uniforme—. ¿O simplemente quiere mandar incompetentes como Al-saleem a hacer un trabajo mal?

—¡Eh...! Que no hay nadie como yo.

Se presentaron mientras los miraba algo impresionada. La verdad es que no había conocido un dúo tan dinámico desde ya hacía tiempo. Tenían demasiado que decir, y la verdad es que me interesaba principalmente el trabajo. Pero qué cojones, me dije animándome un poco. ¿Por qué no disfrutar de una charla con dos tíos que no parecían gilipollas? Uno parecía bastante más serio, el típico que haría el trabajo bien hecho para no hacerlo dos veces. El otro, sin embargo, se iba por las ramas en vez de preguntar sobre lo importante. La cosa no era cómo había llegado hasta aquí, si no más bien el cómo íbamos a hacer ésto. Pero ignoré la redundancia de la situación y sonreí ligeramente.

—¿Sabe algo de albañilería, señorita Misa? —preguntó el hombre tras el pesado uniforme—. ¿O simplemente quiere mandar incompetentes como Al-saleem a hacer un trabajo mal?

Tras quejarse Al-saleem, solté una pequeña carcajada. Un tipo directo que no gastaba palabras. Quizás él sería un buen capataz de obra, así que no era para nada una mala idea encomendarle a él que se encargase de todo. Pero podría aprovechar también el carisma del otro; no se mostraba demasiado impertinente y parecía ser bastante charlatán, con lo cual podría combinar a los dos para que dirigiesen la obra. Tras mostrarme rumiante por unos segundos, accedí a contestarle sin mentir más de lo necesario. A veces no me molaba la idea de tener que ocultar quién era, y más delante de gente que me parecía agradable. Pero el trabajo siempre era lo primero.

—Yo no soy quien trabaja; si no más bien, quien se encarga de que vosotros trabajéis. —Les contesté con un tono amigable para que no creyesen que era una borde—. Nee, Krieg, te ves capaz de llevar esto. Al-saleem, te veo llevando las órdenes de los demás a todos los lados. Yo me encargaré de haceros llegar la gente. ¿Alguna duda más?

Krieg se quedó tres segundos mirando a la mujer de negocios. No le gustaban los especuladores ni un pelo, pero él no era nadie para decir cómo tenía que hacer las cosas. Además, la idea de tener un superior no le desagradaba en absoluto. De hecho el único que estaba allí más contento por tener a una mujer fuerte al mando era Al-salem, pero aquello se debía a ciertas turbiedades que requerían de mucho cuero.

—Solo una: ¿Puedo volver ya al trabajo? —dijo mecánicamente el soldado.
—¡Y yo tengo mil preguntas para ti! ¡Quiero saberlo todo! —exclamó extásico el muchacho marrón.


Y una vez la muchacha le diera una afirmación, Krieg continuaría realizando su oficio parando tan solo cuando se le planteara cuánta gente iban a necesitar, qué trabajo quedaba por hacer y cómo debían hacerlo. ¿Aquello, realmente, no era hacerlo todo? Aunque fuera cierto, a Krieg no le importaba. La misión simplemente debía llevarse a término, y nada importaba allí aparte de terminar el ayuntamiento en menos de la semana que tenían de plazo. Iba a ser una tarea titánica, pero al último superviviente de Krieg no le importaba en absoluto hacer turnos de dieciséis horas siempre y cuando tuviera un lugar donde caerse muerto y una lata que rebañar.

Me paré a escuchar al dúo dinámico. Después de que hablasen los dos —casi pisando Al-saleem a Krieg—, me llevé la mano al mentón y después decidí contestarles. No parecían disconformes con que mandase ahí, cosa la cual me parecía increíble. Si yo tomaba las decisiones muy seguramente tardásemos incluso menos de la fecha límite. Parecía una locura, pero no podía entender a la perfección la gravedad de la fecha. No era albañila, ni tenía pensado serlo en mi vida. Solté un pequeño suspiro y abrí la boca para hablar, entonando de forma dulce y aliviada.

—Nee, sí puedes —contesté al soldado mientras inclinaba la cabeza ligeramente hacia delante—. Claro, puedes preguntar lo que quieras, Al-saleem. Pero necesito que me acompañes, tenemos que recoger un par de grupos de personas y... ¿Qué mejor sitio que a una taberna? Agarraremos a toda la gente sobria y los convenceré. —Dije bastante segura de que iba a salirme con la mía.

Me di la vuelta y eché una ojeada a los alrededores. Todo estaba hecho mierda, pero tenía que conformarme con ir a uno de los pocos edificios que estaban en pie. "La taberna de Erna, ¿eh? Curioso nombre." pensé mientras me dirigía hacia ahí. Que me siguiese Al-saleem o no dependía de él, pero no tendría que contestar sin demasiada exactitud, ya que no podía revelar mi identidad aunque quisiese. Abrí la puerta para después cerrar los ojos y temblar ligeramente; el chirrío de la puerta me daba un repelús de la hostia. Después eché una ojeada alrededor y empecé a contar con el dedo la gente que no estaba totalmente ebria. Saqué la bolsa de berries de mi lado y empecé a agitarla para llamar la atención entera de toda la gente de la sala.

—Sate sate sate, ¿quién quiere trabajar a mil berries la hora? —Pregunté en voz alta una vez capté la atención de la gente. Parecían muy interesados—. Quien me acompañe a restaurar esto en menos de una semana, se llevará un extra del total de esta bolsa. —Se quedaron boquiabiertos, patidifusos—. Sí, habéis oído bien. Repartiré lo que sobre de esta bolsa si cumplimos el plazo de una semana. ¿A qué estáis esperando?

Tuve que apartarme de golpe saltando hacia un lado, ya que todos empezaron a correr en dirección hacia Krieg.

Con todos los ladrillos puestos en su sitio y el hueco medido para restaurar el hueco, Krieg hechó un ojo al conjunto de tierras que componían el mortero. Había más que de sobra para restaurar aquello, pero al soldado, como buen krieguita, no le gustaba malgastar material. Debía usar justamente lo necesario para asegurar que su trabajo estaba bien hecho, para que aquella pared perdurara gracias al mantenimiento futuro de las posteriores generaciones.

Cuando volvió con el cubo de agua para la mezcla, se detuvo al observar las continuas vibraciones de la oscurecida superficie. El trastabillar de la marabunta le hizo ponerse tenso y buscar instintivamente el mango de su fiel pala. Por un segundo había vuelto a la guerra, pero el enenmigo que se abalanzaba sobre la obra era poco más que una panda de salvajes. Bueno, eran peor que una banda de estos, pues muchos se pusieron al acto a intentar trabajar sin tener ni idea.

—¡EH! —gritó Krieg desde la planta superior —. ¡Parad ahora mismo!

Mas mayor era el ímpetu de los trabajadores con poco que comer y menos que hacer. Poderoso era el caballero Don Dinero, y Krieg solo era una voz entre el caos. Tenía que hacer algo... No. Debía. Y el deber para el soldado fue lo que le hizo imponerse sobre la muchedumbre. La pared a medio derruir fue destruida con un preciso golpe en el último pero firme remanente que tenía como apoyo. La lluvia de ladrillos y polvo, y su obvio precipitar contra el suelo, fueron suficientes como para hacer un corto silencio.

—¡Halt! —dijo con la autoridad de un comisario.

El soldado se giró desde su improvisado podio y bajó las escaleras con la primura de un justo enfado. Cuando llegó abajo un joven ya se había adelantado para continuar lo que había empezado mal. Krieg se detuvo a su lado y lo cogió por el hombro.

—¿Eres sordo? —escupió a través de su máscara.

—Déjame trabajar, tío.

Aunque a cualquiera le hubiera parecido aquello una frase normal, para Krieg no era más que una clara insubordinación. Un pecado que merecía un digno castigo. No consideró en absoluto que un palazo en el costado fuera algo fuera de los límites, pero el grito de dolor y el que quedara encogido en el suelo como un... bueno, como una persona normal a la que le acababan de dar un bruto palazo, convencerían a cualquier persona razonable de lo contrario.

Alguno de la multitud se encogió, pero tantos otros avanzaron buscando derrotar al abusón que, según ellos, no tenía derecho alguno para inflingir daño. ¡Ah, qué pobre e ignorante eran las gentes de paz!

Me dirigía bastante tranquila hacia el ayuntamiento, pero pude ver en la distancia que estaban haciendo un cúmulo contra Krieg. Me llevé las manos a la cara y empecé a bajarlas lentamente, estirando poco a poco la piel de esta. "Mierda, si se lían ahora a derrumbar cosas y pelearse no llegaremos al plazo. ¿Qué hace Krieg?" pensé mientras empezaba a correr hacia la zona. Tuve que esquivar un palazo que venía por mi izquierda, y saltar para no chocarme con varios tochos que habían por el suelo. El plan se estaba yendo al garete y aquello me estaba sacando de mis casillas. Sentía presión en el pecho, para después empezar a sentirla en una de mis nalgas. Me giré con mirada amenazante y le solté un puñetazo en la boca al que había aprovechado la situación para tocar mis posaderas. Esto se iba a acabar aquí y ahora, y le iba a meter a Krieg la pala por su trasero si hacía falta. Cerré el puño y me coloqué justo en medio de la pelea.

—¡¿Pero qué coño hacéis?! —Grité a todo pulmón—. ¡Poneos a trabajar ya!

Tras dar la orden, parecía que empezaron a calmarse. De hecho, estaban tan calmados que se caían al suelo y todo. No, espera... No era eso. Acababa de liberar haoshoku sin querer, desmayando a tres cuartos de los individuos.

Contra la fuerza del número, Krieg no tenía nada que hacer. Pero desde luego no iba a irse sin luchar. Pronto se encontró intercambiando puñetazos, patadas, empujones y palazos a diestro y siniestro contra el puñado de valientes que habían decidido reducir a la amenaza contra su trabajo. Envuelto en el caos de una batalla en la que luchaba por algo más importante que su vida, su propósito, el uniformado fue consciente de que algo había pasado al desaparecer la fuerza en su costado izqueirdo. Liberándose del peso muerto que apenas le agarraba, dedicó el resto de sus fuerzas para desembarazarse de la pequeña multitud arrollándola con un barrido de su pala.

Su pecho se movía arriba y abajo, su corazón retumbaba con los tambores de la guerra y su voluntad era tangible, pero casi lo mismo podría haberse dicho de los pocos cuya decisión aún seguía ahí, expectante a qué quedaba por suceder.

Alrededor de la dama habían caído muchos, pero Krieg sabía bien que no eran para él este inesperado refuerzo. Era para algo más importante que él mismo. Sosteniendo su poco convencional arma, fue poniéndose firme; un firme ligeramente diferente a la posición de combate.

Girando sobre sus talones, el enmascarado colgó la pala de su cinto y se sacudió ligeramente para quitarse el polvo antes de marchar al lado de su actual jefa. La miró, e incluso a través de sus cristales tintados podía apreciarse muy bien la actitud de descontento.

—Empezaron a trabajar sin control ni medida; mal —comunicó informando, sin buscar excusa alguna—. No son un grupo de trabajo, ni respondían a mi autoridad.