Contratante: Molona Sprout.
Descripción de la misión: hace años que los habitantes de Mandrágora, una pequeña isla del East Blue, sienten una enorme curiosidad por saber qué hay en el interior de la extraña estructura que hay en la playa alojada bajo uno de sus riscos. Durante un tiempo se sugirió que era un barco, pero realmente parece más una suerte de cápsula. Dicen que un día emergió de las profundidades del mar y quedó encallada ahí.
Doña Molona, una veterana habitante de la isla, también siente una enorme curiosidad por su origen. Sin embargo, es una mujer anciana y muy supersticiosa que hace caso de los rumores que llegan a sus oídos. Según comentan los pocos valientes que han osado acercarse, de su interior nacen unos extraños ruidos que hasta el momento han disuadido a todo el mundo de adentrarse en su interior. Os pide que os atreváis a entrar y averigüéis su naturaleza, así como la causa de los ruidos.
También le gustaría que intentaseis no dañar su estructura, ya que podría servir como atractivo turístico para revitalizar la agonizante economía de Mandrágora.
Recompensa: técnica mítica relacionada con un oficio que haya sido de utilidad para cada participante, así como un millón de berries.
Recompensa por objetivos secundarios: encontraréis en el interior los planos del submarino, lo que permitirá replicarlo cuando llegue el momento y dispongáis de los medios.
Descripción de la misión: hace años que los habitantes de Mandrágora, una pequeña isla del East Blue, sienten una enorme curiosidad por saber qué hay en el interior de la extraña estructura que hay en la playa alojada bajo uno de sus riscos. Durante un tiempo se sugirió que era un barco, pero realmente parece más una suerte de cápsula. Dicen que un día emergió de las profundidades del mar y quedó encallada ahí.
Doña Molona, una veterana habitante de la isla, también siente una enorme curiosidad por su origen. Sin embargo, es una mujer anciana y muy supersticiosa que hace caso de los rumores que llegan a sus oídos. Según comentan los pocos valientes que han osado acercarse, de su interior nacen unos extraños ruidos que hasta el momento han disuadido a todo el mundo de adentrarse en su interior. Os pide que os atreváis a entrar y averigüéis su naturaleza, así como la causa de los ruidos.
También le gustaría que intentaseis no dañar su estructura, ya que podría servir como atractivo turístico para revitalizar la agonizante economía de Mandrágora.
Recompensa: técnica mítica relacionada con un oficio que haya sido de utilidad para cada participante, así como un millón de berries.
Recompensa por objetivos secundarios: encontraréis en el interior los planos del submarino, lo que permitirá replicarlo cuando llegue el momento y dispongáis de los medios.
Kohaku Sato
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El barco mercante en el que viajaba Kohaku de camino a Shimotsuki hizo una parada repostar en una pequeña ínsula llamada Mandrágora. A cazador no le hacía mucha gracia tener que volver a parar para coger víveres, ya que más que comida compraban vino peleón y ron del malo. Sin embargo, poder dar un paseo por tierra firme no era algo que le disgustara. En el momento en el que el barco llegó al puerto, el carpintero de abordo avisó de una grieta en el lateral derecho del casco.
—Creo que tendremos que pasar la noche aquí —dijo el carpintero con cierto desdén.
—¿En serio? —se quejó uno de los grumetes más jóvenes de la embarcación—. No hay nada interesante que hacer aquí. Es una isla muy aburrida.
—Deja de quejarte, Philip —Alzó la voz Benjamín, el capitán del barco—. Nos vendrá bien un día o dos en tierra firme, alejados del mar y sus peligros. Además, conozco una taberna en la que hacen el mejor cerdo asado a la leña de todo el mar del este.
Kohaku se mantuvo callado todo el tiempo, mas tan solo aquel grupo de comerciantes amigos de su padre le estaban haciendo un favor llevándolo. Y sin tan siquiera despedirse, puso rumbo al pueblo más cercano. Estaba a poco menos de veinte minutos de la costa, completamente poblado de casas blancas de un piso en torno a una gran plaza con una fuente en el centro. EL típico pueblo de aquellos lares. El suelo del pueblo era de tierra, aunque en las zonas más céntricas empezaba a haber piedra.
No muy lejos, en la región occidental, un cuartel de la marina completamente en obras y otro a medio destruir. Estaba tan absorto en la edificación que no se dio cuenta de que había alguien en el camino y se chocó con él.
—Perdón —le dijo Kohaku, ayudando a levantarlo—. ¿Estás bien?
A su lado había también una joven de cabello blanco y liso.
—Creo que tendremos que pasar la noche aquí —dijo el carpintero con cierto desdén.
—¿En serio? —se quejó uno de los grumetes más jóvenes de la embarcación—. No hay nada interesante que hacer aquí. Es una isla muy aburrida.
—Deja de quejarte, Philip —Alzó la voz Benjamín, el capitán del barco—. Nos vendrá bien un día o dos en tierra firme, alejados del mar y sus peligros. Además, conozco una taberna en la que hacen el mejor cerdo asado a la leña de todo el mar del este.
Kohaku se mantuvo callado todo el tiempo, mas tan solo aquel grupo de comerciantes amigos de su padre le estaban haciendo un favor llevándolo. Y sin tan siquiera despedirse, puso rumbo al pueblo más cercano. Estaba a poco menos de veinte minutos de la costa, completamente poblado de casas blancas de un piso en torno a una gran plaza con una fuente en el centro. EL típico pueblo de aquellos lares. El suelo del pueblo era de tierra, aunque en las zonas más céntricas empezaba a haber piedra.
No muy lejos, en la región occidental, un cuartel de la marina completamente en obras y otro a medio destruir. Estaba tan absorto en la edificación que no se dio cuenta de que había alguien en el camino y se chocó con él.
—Perdón —le dijo Kohaku, ayudando a levantarlo—. ¿Estás bien?
A su lado había también una joven de cabello blanco y liso.
Liam D. Griffith
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Iba a pisar el East Blue por primera vez desde mi nacimiento. Siquiera con los Griffith o con la marina había marchado al mar del Este ya que, aunque sonase rudo, no se me había perdido nada allí. Aunque, siendo sinceros, no había viajado demasiado; casi toda mi vida se había ubicado en English Garden, de un edificio a otro y quizás a alguna isla próxima. De hecho, había visitado El Paraíso antes que el resto de mares azules, algo bastante poco común pero que había sido una situación muy específica.
De todas formas, estaba en aquel barco con la bandera e insignia de la marina, viento en popa, a toda vela. Más que navegar, volaba, en una dirección concreta que el navegante tenía muy clara: Mandrágora. No tenía ningún conocimiento acerca del lugar pero, para hacerle justicia al nombre, tampoco te sabría citar islas más allá de las típicas, por lo que mi argumento no tenía validez alguna. Me había encargado de, en el trayecto, hacer conocidos en la vasta tripulación que habíamos tomado la embarcación, aunque algunos siempre se me escapaban. Más que un buque dirigido a un lugar concreto era una especie de ferry gubernamental encargado de depositar cuidadosamente a los marines en la isla en la que habían sido requeridos, por lo que la cantidad de justicieros en la embarcación no era para nada desdeñable.
Para cuando en el horizonte se pudo atisbar la que la megafonía declaró como ''el destino'', tomé mi estoque y lo pasé por la parte anterior del cinturón, asegurándolo a mi cintura y preparándolo para lo que pudiera ocurrir allí. No parecía tener fama de ser un sitio violento y, hablando en plata, el encargo distaba mucho de lo común. Parecía ser una situación propia de una película de ciencia ficción y no un trabajo de marine, pero donde el Gobierno lo requería, ahí debía de estar yo. Logramos atracar en el puerto sin ninguna dificultad y, mientras ayudaba a colocar el tablón que nos permitiría bajar a tierra, vislumbré el rostro de una señorita que se acercó. No sabía muy bien sus intenciones, por lo que me apresuré a mirar hacia aquello que tenía que hacer para no sonrojarme. En la peor de las situaciones, me desconcentraría y terminaría con un dedo atrapado. Una vez dispuesta la bajada, la tomé sin más dilaciones, tocando suelo firme por primera vez en un tiempo y dejando escapar un suspiro.
— Al fin tierra… De verdad, qué aburridas son las ola… —Me percaté de la presencia que había a mi lado a la par que me desperezaba, llevando los brazos hacia el cielo—…s —Me di la vuelta con presteza, ofreciéndole la mano para estrecharla—. ¡Encantado, soy Liam! ¡Liam Griffith! —No pude evitar fijarme en el rostro que me acompañaba, ocupando el rubor gran parte de mis mejillas mientras hacía un esfuerzo por evitar su mirada, algo nervioso—. Cadete de la marina, encantado. Aunque supongo que no distaremos demasiado respecto a cargos, ¿no? —Dejé escapar una carcajada en cuanto la frase acabó, tratando de ser amable con la señorita. La había visto un par de veces en las zonas comunes, así que sus facciones no me eran realmente ajenas. En cuanto me contestase, con una amplia sonrisa en el rostro, comenzaría a caminar—. Bueno, según lo que me han dicho, deberíamos ir a la plaza del lugar a buscar a la responsable del encargo, la señora Sprout… —dije mientras la miraba a ella, siendo incapaz de evitar el rojo en mi cara. Aun así, quería caerle en gracia a la que sería mi compañera durante aquel rato, por lo que haría el mayor de mis esfuerzos—. ¿De dónde ere… —Noté algo frente a mí y, al instante, choqué, cayendo al suelo inevitablemente, pero de una forma para nada alarmante. Miré al frente y vi aquella gigantesca sombra, culpable de que ahora mi trasero tocase el suelo. Sin hacerme de rogar tomé la mano, levantándome rápidamente gracias a la fuerza del susodicho y limpiando mi ropa mientras me erguía nuevamente—. ¡No, no se preocupe! ¡De hecho, nos viene bien! —casi exclamé, dirigiendo mi mirada a la marine que me acompañaba. Esperaba que ella tomase la palabra le preguntase acerca de la señora Sprout, ya que me gustaba ver cómo se desempeñaban los que trabajaban a mi lado antes de confiarles mi seguridad.
De todas formas, estaba en aquel barco con la bandera e insignia de la marina, viento en popa, a toda vela. Más que navegar, volaba, en una dirección concreta que el navegante tenía muy clara: Mandrágora. No tenía ningún conocimiento acerca del lugar pero, para hacerle justicia al nombre, tampoco te sabría citar islas más allá de las típicas, por lo que mi argumento no tenía validez alguna. Me había encargado de, en el trayecto, hacer conocidos en la vasta tripulación que habíamos tomado la embarcación, aunque algunos siempre se me escapaban. Más que un buque dirigido a un lugar concreto era una especie de ferry gubernamental encargado de depositar cuidadosamente a los marines en la isla en la que habían sido requeridos, por lo que la cantidad de justicieros en la embarcación no era para nada desdeñable.
Para cuando en el horizonte se pudo atisbar la que la megafonía declaró como ''el destino'', tomé mi estoque y lo pasé por la parte anterior del cinturón, asegurándolo a mi cintura y preparándolo para lo que pudiera ocurrir allí. No parecía tener fama de ser un sitio violento y, hablando en plata, el encargo distaba mucho de lo común. Parecía ser una situación propia de una película de ciencia ficción y no un trabajo de marine, pero donde el Gobierno lo requería, ahí debía de estar yo. Logramos atracar en el puerto sin ninguna dificultad y, mientras ayudaba a colocar el tablón que nos permitiría bajar a tierra, vislumbré el rostro de una señorita que se acercó. No sabía muy bien sus intenciones, por lo que me apresuré a mirar hacia aquello que tenía que hacer para no sonrojarme. En la peor de las situaciones, me desconcentraría y terminaría con un dedo atrapado. Una vez dispuesta la bajada, la tomé sin más dilaciones, tocando suelo firme por primera vez en un tiempo y dejando escapar un suspiro.
— Al fin tierra… De verdad, qué aburridas son las ola… —Me percaté de la presencia que había a mi lado a la par que me desperezaba, llevando los brazos hacia el cielo—…s —Me di la vuelta con presteza, ofreciéndole la mano para estrecharla—. ¡Encantado, soy Liam! ¡Liam Griffith! —No pude evitar fijarme en el rostro que me acompañaba, ocupando el rubor gran parte de mis mejillas mientras hacía un esfuerzo por evitar su mirada, algo nervioso—. Cadete de la marina, encantado. Aunque supongo que no distaremos demasiado respecto a cargos, ¿no? —Dejé escapar una carcajada en cuanto la frase acabó, tratando de ser amable con la señorita. La había visto un par de veces en las zonas comunes, así que sus facciones no me eran realmente ajenas. En cuanto me contestase, con una amplia sonrisa en el rostro, comenzaría a caminar—. Bueno, según lo que me han dicho, deberíamos ir a la plaza del lugar a buscar a la responsable del encargo, la señora Sprout… —dije mientras la miraba a ella, siendo incapaz de evitar el rojo en mi cara. Aun así, quería caerle en gracia a la que sería mi compañera durante aquel rato, por lo que haría el mayor de mis esfuerzos—. ¿De dónde ere… —Noté algo frente a mí y, al instante, choqué, cayendo al suelo inevitablemente, pero de una forma para nada alarmante. Miré al frente y vi aquella gigantesca sombra, culpable de que ahora mi trasero tocase el suelo. Sin hacerme de rogar tomé la mano, levantándome rápidamente gracias a la fuerza del susodicho y limpiando mi ropa mientras me erguía nuevamente—. ¡No, no se preocupe! ¡De hecho, nos viene bien! —casi exclamé, dirigiendo mi mirada a la marine que me acompañaba. Esperaba que ella tomase la palabra le preguntase acerca de la señora Sprout, ya que me gustaba ver cómo se desempeñaban los que trabajaban a mi lado antes de confiarles mi seguridad.
Anastasya
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Y por fin se encontraba allí, bajo el enorme cielo azul. Surcando las aguas saladas, con la bandera ondeando desde lo alto, observando el horizonte desde la cubierta. Al fin estaba empezando a dar sus primeros pasos y eso la llenaba de orgullo. No había pasado más de una semana desde el incidente con su padre en el puerto, recordaba bien la adrenalina que la embargó aquella noche cuando puso su vida en peligro para enfrentar al capitán pirata, un mérito que le fue reconocido y gracias al cual podía lucir esa medalla tan bonita que llevaba en su pecho. La despedida fue melancólica, todavía se acordaba de cómo Claudia era incapaz de soltarle la mano antes de subir a bordo del barco. Iba a echar de menos su ciudad, desde luego. Más ahora que se encontraba en un sitio tan lejano como el East Blue, incluso el color del agua le parecía diferente.
Anastasya en ese momento se limitaba a continuar con su lectura en la tranquilidad de su camarote. No se terminaba de acostumbrar a esos rayos de sol tan fuertes y teniendo esa piel sensible prefería no exponerse más de lo necesario. Se le había asignado la misión de acudir hasta la isla Mandrágora y encontrar a la señora Sprout, ella les daría los detalles acerca de una extraña estructura que se hallaba en la costa.
No pasaron más que unos minutos hasta que avistaron tierra firme. Anastasya guardó sus cosas en el bolso que llevaba consigo y con Odín preparado a su espalda, se acercó hasta la rampa esperando que estuviese lista para bajar. Durante un instante intercambió su mirada con un muchacho de cabello carmesí, pero parecía tan centrado en su tarea de preparar la bajada que se limitó a observar sin interrumpir. Oteó con suma curiosidad la isla, era la primera que visitaba después de su ciudad natal y el contraste no dejaba de ser abrumador. Desde el blanco tan pulcro al que estaba acostumbrada hasta la tierra árida que ahora tenía bajo sus pies.
A su lado escuchó al mismo muchacho pelirrojo quitándose la pereza con los brazos en alto. Fue en ese momento cuando reparó en la presencia de Anastasya y le tendió la mano presentándose, su nombre era Liam Griffith. Por un momento pudo jurar que el corazón le estuvo a punto de dar un vuelco, pero sabiendo que las primeras impresiones eran las más importantes intentó mostrarse decidida.
Le correspondió estrechando su mano con rapidez y decisión, teniendo que alzar su vista para mirarlo cara a cara.
—A-anastasya... ¡Anastasya Seleznyova, encantada! —Liam le confirmó que también era un cadete como ella, y eso logró que Anastasya relajara algo más sus expresiones. Ante la carcajada que profirió ella esbozó una sonrisa—. Así es, yo también soy nueva.
No quería admitir abiertamente que no tenía experiencia, pero viendo la medalla que llevaba consigo eso tampoco era verdad. Liam se limitó a seguir el caminito de tierra que ella supuso que llevaría al pueblo, y le siguió a un par de pasos de distancia. Al cabo de unas cuantas miradas se percató de que también parecía nervioso... o sofocado. Le contó acerca de la señora Sprout, que debía estar en la plaza, y cuando le estuvo a preguntar algo más pareció chocarse con un muro... O eso pensó Anastasya al principio, que miró a su compañero con preocupación.
Si ya pensaba que Liam era alto, encontrarse con aquel chico la dejó sin palabras. De aspecto moreno, serio y ojos ambarinos. Anastasya no sabía muy bien como sentirse ante alguien así, pero suponiendo que era un habitante más de Mandragora intentó ponerse firme en un intento de transmitir la mayor confianza posible.
Con el rostro serio y lleno de determinación realizó el saludo propio de la marina ante aquel hombre tan grande.
—¡Buenos días! Mi nombre es Anastasya Seleznyova, y este de aquí es mi compañero Liam Griffith. Nos ha llegado un encargo por parte de la señora Sprout acerca de una extraña estructura que se encuentra anclada en la costa, tenemos muchas preguntas por lo que le agradeceríamos si nos pudiese indicar como dar con ella.
Por un momento se atrevió a alzar los ojos hasta lo alto, intercambiando miradas con el chico. Madre mía, como imponía.
Anastasya en ese momento se limitaba a continuar con su lectura en la tranquilidad de su camarote. No se terminaba de acostumbrar a esos rayos de sol tan fuertes y teniendo esa piel sensible prefería no exponerse más de lo necesario. Se le había asignado la misión de acudir hasta la isla Mandrágora y encontrar a la señora Sprout, ella les daría los detalles acerca de una extraña estructura que se hallaba en la costa.
No pasaron más que unos minutos hasta que avistaron tierra firme. Anastasya guardó sus cosas en el bolso que llevaba consigo y con Odín preparado a su espalda, se acercó hasta la rampa esperando que estuviese lista para bajar. Durante un instante intercambió su mirada con un muchacho de cabello carmesí, pero parecía tan centrado en su tarea de preparar la bajada que se limitó a observar sin interrumpir. Oteó con suma curiosidad la isla, era la primera que visitaba después de su ciudad natal y el contraste no dejaba de ser abrumador. Desde el blanco tan pulcro al que estaba acostumbrada hasta la tierra árida que ahora tenía bajo sus pies.
A su lado escuchó al mismo muchacho pelirrojo quitándose la pereza con los brazos en alto. Fue en ese momento cuando reparó en la presencia de Anastasya y le tendió la mano presentándose, su nombre era Liam Griffith. Por un momento pudo jurar que el corazón le estuvo a punto de dar un vuelco, pero sabiendo que las primeras impresiones eran las más importantes intentó mostrarse decidida.
Le correspondió estrechando su mano con rapidez y decisión, teniendo que alzar su vista para mirarlo cara a cara.
—A-anastasya... ¡Anastasya Seleznyova, encantada! —Liam le confirmó que también era un cadete como ella, y eso logró que Anastasya relajara algo más sus expresiones. Ante la carcajada que profirió ella esbozó una sonrisa—. Así es, yo también soy nueva.
No quería admitir abiertamente que no tenía experiencia, pero viendo la medalla que llevaba consigo eso tampoco era verdad. Liam se limitó a seguir el caminito de tierra que ella supuso que llevaría al pueblo, y le siguió a un par de pasos de distancia. Al cabo de unas cuantas miradas se percató de que también parecía nervioso... o sofocado. Le contó acerca de la señora Sprout, que debía estar en la plaza, y cuando le estuvo a preguntar algo más pareció chocarse con un muro... O eso pensó Anastasya al principio, que miró a su compañero con preocupación.
Si ya pensaba que Liam era alto, encontrarse con aquel chico la dejó sin palabras. De aspecto moreno, serio y ojos ambarinos. Anastasya no sabía muy bien como sentirse ante alguien así, pero suponiendo que era un habitante más de Mandragora intentó ponerse firme en un intento de transmitir la mayor confianza posible.
Con el rostro serio y lleno de determinación realizó el saludo propio de la marina ante aquel hombre tan grande.
—¡Buenos días! Mi nombre es Anastasya Seleznyova, y este de aquí es mi compañero Liam Griffith. Nos ha llegado un encargo por parte de la señora Sprout acerca de una extraña estructura que se encuentra anclada en la costa, tenemos muchas preguntas por lo que le agradeceríamos si nos pudiese indicar como dar con ella.
Por un momento se atrevió a alzar los ojos hasta lo alto, intercambiando miradas con el chico. Madre mía, como imponía.
Liam D. Griffith
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La chica, dentro de lo que había podido vivir con mis distintos compañeros en la marina, parecía ser de las más educadas hasta a la fecha. Quizás se le podía tachar de nerviosa o de estar tensa en aquella situación, pero podía simplemente tratarse de una novata en el cuerpo. Y, de hecho, ella no tardó en confirmar mis creencias. Yo, tras haber vivido en la Academia de los Griffith durante tanto tiempo y haberme visto expuesto a aquellos ''métodos de entrenamiento'' tan cariñosos que solían proporcionar, el trabajo bajo la capa de la Marina me resultaba hasta aburrido en ocasiones. La gran mayoría de tareas que había tenido que realizar hasta el momento se trataban de simple burocracia donde se reclamaba la presencia para simplemente cumplir un capricho. Le proferí una amplia sonrisa en todo momento, tratando de hacer que se sintiera cómoda en mi compañía.
El gigantón pareció entreabrir aquella boca o aquello pude advertir desde mi posición, ya que mirar hacia arriba permanentemente para fijarme en su cara era realmente molesto. Aun así, antes de que entre aquellos labios pudiera surgir cualquier tipo de sonido, uno distinto reinó por encima del resto, acallando la posible respuesta que le podría dar a Anastasya:
— ¿Ya estáis aquí, niños? —La voz era realmente aguda y, aunque podía ser un término algo abstracto, agrietada—. ¡Habéis tardado menos de lo que esperaba! —Escuché un par de pasos y dirigí mi mirada hacia ellos, enfrentando mis ojos con los de una señora de pequeño tamaño y rechoncha, rizos canos tapados por una pamela y unas facciones más propias de una rana que de una mujer propiamente dicha—. Quería pasarme a recogeros, pero me esperaba que los marines me avisaran de vuestra llegada… —Refunfuñó en un volumen inaudible mientras pasaba los ojos por nosotros tres— Así que un guapo chico y bien alimentado… —Me dirigió una sonrisa que no supe interpretar y siguió con su estudio—… Una preciosa señorita y… —Llevó su vista hacia el cielo, cegándose con el sol y tapándolo con una mano mientras parecía forzar el cuello para ser capaz de fijarse en la cara del desconocido—… un chico guapo y mejor alimentado —justo tras decir esas palabras, estalló en carcajadas, sujetando su tripa por alguna razón—. Bueno, deberíamos hablar sobre lo que os ha hecho venir y no de los desvaríos de una vieja, ¿no? —Llevé mi mano hacia delante y negué con la cabeza, aclarando que no era ningún problema escucharla. Al fin y al cabo, era parte de nuestro trabajo hasta cierto punto. Aunque no sabía hasta qué punto era el del moreno chico, a decir verdad.
— Como quiera, señorita… ¿Sprout? —pregunté entre líneas, con un ligero matiz de interrogación. Suponía que se trataba de nuestra contratante, pero aun así no se había presentado hasta el momento como para confirmármelo.
— Sí señor, Molona Sprout, anciana de Mandrágora y la que os ha llamado. Y la que ahora os va a llevar a una cafetería para invitaros a algo mientras os comento lo que tenéis que hacer —Pareció clavar la mirada en todos y cada uno de nosotros, como una amenaza callada—. ¿Vamos? —dice finalmente, con un tono realmente dulce y calmo. No esperó a que respondiéramos y, como tal, tomó de la mano al que parecía ser un pequeño semigigante con un agarre fuerte, dejando un cuadro realmente gracioso pues, para alcanzarlo debía alzar su brazo como buenamente podía.
Así, sin espera, comenzó a andar con la seguridad y tranquilidad de alguien que va por los pasillos de su casa, guiándonos hacia lo que supuse que era un lugar para sentarnos tranquilamente y ampliar la información de la llamada. Porque, para ser sinceros, lo que ponía en aquel papel servía realmente de poco y sonaba más a ciencia ficción que una petición real.
El gigantón pareció entreabrir aquella boca o aquello pude advertir desde mi posición, ya que mirar hacia arriba permanentemente para fijarme en su cara era realmente molesto. Aun así, antes de que entre aquellos labios pudiera surgir cualquier tipo de sonido, uno distinto reinó por encima del resto, acallando la posible respuesta que le podría dar a Anastasya:
— ¿Ya estáis aquí, niños? —La voz era realmente aguda y, aunque podía ser un término algo abstracto, agrietada—. ¡Habéis tardado menos de lo que esperaba! —Escuché un par de pasos y dirigí mi mirada hacia ellos, enfrentando mis ojos con los de una señora de pequeño tamaño y rechoncha, rizos canos tapados por una pamela y unas facciones más propias de una rana que de una mujer propiamente dicha—. Quería pasarme a recogeros, pero me esperaba que los marines me avisaran de vuestra llegada… —Refunfuñó en un volumen inaudible mientras pasaba los ojos por nosotros tres— Así que un guapo chico y bien alimentado… —Me dirigió una sonrisa que no supe interpretar y siguió con su estudio—… Una preciosa señorita y… —Llevó su vista hacia el cielo, cegándose con el sol y tapándolo con una mano mientras parecía forzar el cuello para ser capaz de fijarse en la cara del desconocido—… un chico guapo y mejor alimentado —justo tras decir esas palabras, estalló en carcajadas, sujetando su tripa por alguna razón—. Bueno, deberíamos hablar sobre lo que os ha hecho venir y no de los desvaríos de una vieja, ¿no? —Llevé mi mano hacia delante y negué con la cabeza, aclarando que no era ningún problema escucharla. Al fin y al cabo, era parte de nuestro trabajo hasta cierto punto. Aunque no sabía hasta qué punto era el del moreno chico, a decir verdad.
— Como quiera, señorita… ¿Sprout? —pregunté entre líneas, con un ligero matiz de interrogación. Suponía que se trataba de nuestra contratante, pero aun así no se había presentado hasta el momento como para confirmármelo.
— Sí señor, Molona Sprout, anciana de Mandrágora y la que os ha llamado. Y la que ahora os va a llevar a una cafetería para invitaros a algo mientras os comento lo que tenéis que hacer —Pareció clavar la mirada en todos y cada uno de nosotros, como una amenaza callada—. ¿Vamos? —dice finalmente, con un tono realmente dulce y calmo. No esperó a que respondiéramos y, como tal, tomó de la mano al que parecía ser un pequeño semigigante con un agarre fuerte, dejando un cuadro realmente gracioso pues, para alcanzarlo debía alzar su brazo como buenamente podía.
Así, sin espera, comenzó a andar con la seguridad y tranquilidad de alguien que va por los pasillos de su casa, guiándonos hacia lo que supuse que era un lugar para sentarnos tranquilamente y ampliar la información de la llamada. Porque, para ser sinceros, lo que ponía en aquel papel servía realmente de poco y sonaba más a ciencia ficción que una petición real.
Anastasya
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Todavía intimidada por la presencia de aquel muchacho y con el cuerpo tenso, exhibiendo aquel saludo cortés y formal le preguntó acerca de la señora Sprout y su localización, pero no fue él quien le ofreció una respuesta, sino una voz femenina y aguda que venía desde la distancia. Confundida Anastasya apartó la mirada para observar en la dirección que sonaban sus pasos.
Se trataba de una señora mayor, algo rechoncha y con una pamela que le ayudaba a ocultar sus rizos. Refunfuñó cuando mencionó que eran los marines la que debían haberla avisado de su llegada, y Anastasya pensó que eso hubiese sido lo mejor desde el principio, se hubiesen ahorrado todo ese lío. La señora se presentó ante los tres y ella no pudo evitar sentirse halagada por el comentario que hizo sobre su persona, logrando que esbozara una leve sonrisa.
Gracias a la pregunta de Liam confirmaron la identidad de la misteriosa señora: Molona Sprout, la personaba que estaban buscando. Y alegre, esta alzó su brazo como buenamente pudo para llevar con ella al gigantón. Tomar algo en una cafetería mientras socializaban le pareció una idea magnífica así que Anastasya los acompañó con cierto aire de diversión. Hasta que a medio camino se dio cuenta de que los estaba incluyendo a los tres en el grupo... ¡Pero ni ella ni Liam conocían al grandullón!
La cafetería era pequeñita, así como la plazoleta que la rodeaba, alegre, animada y soleada. Anastasya prefirió sentarse junto a Liam, puesto que tenía más confianza con él y bueno... Molona Sprout ya tenía compañía.
—Vamos no seáis tímidos y pedid algo, los jovencitos como vosotros tenéis que estar bien alimentados —les incitó con confianza, sonriendo especialmente a los dos jóvenes marines. Anastasya asintió con la cabeza y pidió un batido de fresa bien fresquito. Una vez se todos se sintieran más cómodos empezó a relatar los detalles—. Pues veréis, estamos todos muy sorprendidos por este barco tan extraño que tenemos en la playa. Aunque más bien parece una cápsula... ¡Os sorprenderá cuando os diga que surgió de las profundidades! —relató con intriga, casi como si le encantara contar historias—. Y eso no es todo, sino que algunos de nuestros vecinos que se han acercado dicen que se escuchan ruidos apabullantes desde su interior. Por eso hemos solicitado vuestra ayuda, estoy segura de que unos jóvenes luchadores sabrán apañárselas.
Anastasya se llevó una mano al mentón y permaneció pensativa, asimilando los detalles.
—Tomad, quizá os sirva de algo, lo encontramos en la playa cerca de la cápsula —les ofreció lo que parecía una especie de libreta deteriorada y de páginas rugosas—. Pensábamos que nos podía servir de ayuda, pero no se entiende nada, será que el agua emborronó la tinta...
Anastasya salió de sus pensamientos para fijarse mejor en la libreta, que se adelantó a coger con su mano libre. Tras analizarla con detenimiento se dio cuenta de un detalle importante.
—Señora Sprout, no es que la tinta se haya emborronado, sino que se trata de otra lengua. Necesitaré algo de tiempo para ver si puedo sacar algo en claro...
Y esbozó una sonrisa con libreta en mano.
Se trataba de una señora mayor, algo rechoncha y con una pamela que le ayudaba a ocultar sus rizos. Refunfuñó cuando mencionó que eran los marines la que debían haberla avisado de su llegada, y Anastasya pensó que eso hubiese sido lo mejor desde el principio, se hubiesen ahorrado todo ese lío. La señora se presentó ante los tres y ella no pudo evitar sentirse halagada por el comentario que hizo sobre su persona, logrando que esbozara una leve sonrisa.
Gracias a la pregunta de Liam confirmaron la identidad de la misteriosa señora: Molona Sprout, la personaba que estaban buscando. Y alegre, esta alzó su brazo como buenamente pudo para llevar con ella al gigantón. Tomar algo en una cafetería mientras socializaban le pareció una idea magnífica así que Anastasya los acompañó con cierto aire de diversión. Hasta que a medio camino se dio cuenta de que los estaba incluyendo a los tres en el grupo... ¡Pero ni ella ni Liam conocían al grandullón!
La cafetería era pequeñita, así como la plazoleta que la rodeaba, alegre, animada y soleada. Anastasya prefirió sentarse junto a Liam, puesto que tenía más confianza con él y bueno... Molona Sprout ya tenía compañía.
—Vamos no seáis tímidos y pedid algo, los jovencitos como vosotros tenéis que estar bien alimentados —les incitó con confianza, sonriendo especialmente a los dos jóvenes marines. Anastasya asintió con la cabeza y pidió un batido de fresa bien fresquito. Una vez se todos se sintieran más cómodos empezó a relatar los detalles—. Pues veréis, estamos todos muy sorprendidos por este barco tan extraño que tenemos en la playa. Aunque más bien parece una cápsula... ¡Os sorprenderá cuando os diga que surgió de las profundidades! —relató con intriga, casi como si le encantara contar historias—. Y eso no es todo, sino que algunos de nuestros vecinos que se han acercado dicen que se escuchan ruidos apabullantes desde su interior. Por eso hemos solicitado vuestra ayuda, estoy segura de que unos jóvenes luchadores sabrán apañárselas.
Anastasya se llevó una mano al mentón y permaneció pensativa, asimilando los detalles.
—Tomad, quizá os sirva de algo, lo encontramos en la playa cerca de la cápsula —les ofreció lo que parecía una especie de libreta deteriorada y de páginas rugosas—. Pensábamos que nos podía servir de ayuda, pero no se entiende nada, será que el agua emborronó la tinta...
Anastasya salió de sus pensamientos para fijarse mejor en la libreta, que se adelantó a coger con su mano libre. Tras analizarla con detenimiento se dio cuenta de un detalle importante.
—Señora Sprout, no es que la tinta se haya emborronado, sino que se trata de otra lengua. Necesitaré algo de tiempo para ver si puedo sacar algo en claro...
Y esbozó una sonrisa con libreta en mano.
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