Contratante:Viktor Elrik.
Descripción de la misión: el imperio del crimen de Viktor Elrik se tambalea desde hace no demasiado tiempo, pero la mente maestra del Bajo Mundo, en plena desesperación y frustración porque nada parece salirle bien, continúa haciendo lo posible por salir del bache y recuperar plenamente la influencia y el poder que siempre ha ostentado.
En esta ocasión ha vuelto su vista hacia el Nuevo Mundo y los Emperadores del Mar, en concreto hacia Julius C. Zar. Elrik siempre ha tenido un poso de posibles marionetas en los sumideros del Bajo Mundo, pero con la expansión sin límite que está protagonizando el Yonkou empieza a ver que se queda sin potenciales siervos. Éste sería un revés más que no está dispuesto a asumir y es por ello que se dispone a frustrar el próximo reclutamiento que realizará Julius en Jaya. Sí, Viktor se entera de todo.
Objetivo de la misión: acabar con el oficial encargado del reclutamiento de Julius C. Zar, el tercero de abordo ―un oponente formidable y excepcional, cabe decir―, y el resto de sus acompañantes sin ―y esto es importante― que se pueda relacionar a Viktor Elrik con el asesinato.
NOTA: hay libertad narrativa a la hora de describir al tercer oficial de Julius.
Recompensa: cien millones de berries para cada participante y un objeto épico a crear por los involucrados.
Descripción de la misión: el imperio del crimen de Viktor Elrik se tambalea desde hace no demasiado tiempo, pero la mente maestra del Bajo Mundo, en plena desesperación y frustración porque nada parece salirle bien, continúa haciendo lo posible por salir del bache y recuperar plenamente la influencia y el poder que siempre ha ostentado.
En esta ocasión ha vuelto su vista hacia el Nuevo Mundo y los Emperadores del Mar, en concreto hacia Julius C. Zar. Elrik siempre ha tenido un poso de posibles marionetas en los sumideros del Bajo Mundo, pero con la expansión sin límite que está protagonizando el Yonkou empieza a ver que se queda sin potenciales siervos. Éste sería un revés más que no está dispuesto a asumir y es por ello que se dispone a frustrar el próximo reclutamiento que realizará Julius en Jaya. Sí, Viktor se entera de todo.
Objetivo de la misión: acabar con el oficial encargado del reclutamiento de Julius C. Zar, el tercero de abordo ―un oponente formidable y excepcional, cabe decir―, y el resto de sus acompañantes sin ―y esto es importante― que se pueda relacionar a Viktor Elrik con el asesinato.
NOTA: hay libertad narrativa a la hora de describir al tercer oficial de Julius.
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Roland Oppenheimer
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Akuma no mi
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Jaya, hogar de ladrones, embusteros, asesinos y bandidos. La isla de piratas por antonomasia. Aunque no solo de piratas. El ex-agente del Gobierno, Roland Oppenheimer, quién ahora era tratado como un criminal, aguardaba en aquella isla hasta que el momento indicado. Momento que había llegado. ¿Viktor Elrik quería que alguien eliminase a renombrado pirata subordinado de un Yonkou? Cuando Roland se enteró de aquella información accidentalmente al escuchar como un descuidado criminal de poca monta se lo contaba a su compañero, el mink no quiso que se desaprovechara.
Roland, como el oportunista que era, veía en esa petición del afamado criminal y señor del Bajo Mundo una forma de retomar su vida anterior, antes del malentendido con el Gobierno. Harto de esconderse por culpa de equivocadas acusaciones, decidió que era el momento de actuar y de que su nombre volviera a salir al mundo. Para eso debía encontrar a Ticio Valero, el tercero de abordo de Julius C. Zar, y cuanto antes mejor. Si estaba en la isla... ¿dónde se encontraría?
Roland deambulaba por las ruidosas calles de la isla, evitando cualquier molestia por el camino, mientras cavilaba sobre el asunto. «Si fuera un asqueroso pirata, ¿dónde me habría metido? —El mink solamente sabía que dicho pirata se encontraba en la isla, nada más— Tendré que averiguarlo.»
En un momento dado atravesó un callejón desierto y, cuando salió por el otro extremo a la calle contigua, su aspecto era completamente diferente. Había pasado a adoptar la apariencia de un agente del Cipher Pol estándar, o mejor dicho, su reflejo. Portaba un traje negro con corbata, un sombrero del mismo color y unas gafas de sol a juego. Y ya tenía decidido su destino.
Roland, como el oportunista que era, veía en esa petición del afamado criminal y señor del Bajo Mundo una forma de retomar su vida anterior, antes del malentendido con el Gobierno. Harto de esconderse por culpa de equivocadas acusaciones, decidió que era el momento de actuar y de que su nombre volviera a salir al mundo. Para eso debía encontrar a Ticio Valero, el tercero de abordo de Julius C. Zar, y cuanto antes mejor. Si estaba en la isla... ¿dónde se encontraría?
Roland deambulaba por las ruidosas calles de la isla, evitando cualquier molestia por el camino, mientras cavilaba sobre el asunto. «Si fuera un asqueroso pirata, ¿dónde me habría metido? —El mink solamente sabía que dicho pirata se encontraba en la isla, nada más— Tendré que averiguarlo.»
En un momento dado atravesó un callejón desierto y, cuando salió por el otro extremo a la calle contigua, su aspecto era completamente diferente. Había pasado a adoptar la apariencia de un agente del Cipher Pol estándar, o mejor dicho, su reflejo. Portaba un traje negro con corbata, un sombrero del mismo color y unas gafas de sol a juego. Y ya tenía decidido su destino.
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Su destino resultó ser un local de mala muerte, a rebosar de criminales y piratas. Cada vez que posaba la vista sobre uno, tenía un aspecto más cruel y despiadado que el anterior. El "Ancla de Mou" era la típica taberna con fama de tener más conflictos a la semana que días en un mes. Roland la había frecuentado durante su desaparición, siempre camuflado, en un intento de conseguir toda la información posible procedente del resto del mundo. Y para qué negarlo, también había participado en varios conflictos y más de uno lo había empezado.
Cruzó la puerta, provocando un sonoro estruendo cuando la abrió de golpe. Al hacerlo, todos y cada uno de los criminales allí presentes giraron sus cabezas en su dirección. Gestos hoscos, mirada de odio y varios insultos se extendieron como una enfermedad. El mink se sintió deseoso de limpiar el suelo con todos ellos en aquel mismo instante, pero se aguantó las ganas a sabiendas de que, si todo saldría bien, podría ser capaz de devolvérselo con creces. Caminó hasta la barra, pero a mitad de camino un hombre, alto, grande, casi redondo y con abundante pelo, le detuvo con malos modales.
—Tú, asqueroso perro del gobierno. Lárgate de aquí antes de que te rompa las piernas. No eres bienvenido.
—¿Ah no? Yo pensaba que dejaban entrar a cualquiera. Te han dejado entrar a ti, asquerosa y repugnante bola de cebo —esto último lo dijo un desprecio notable.
El golpe llegó sin previo aviso. Tenía tanta fuerza que casi tira a Roland al suelo, pero dio un paso hacia atrás y mantuvo el equilibrio. Tres golpes más siguieron al primero, pero en esa ocasión el mink fue capaz de evitarlo. Varias personas más se estaban levantando de sus mesas, dispuestas a apoyar al grandullón a darle una paliza a un agente del Cipher Pol, pero Roland no les dio esa oportunidad.
—Me tendré que conformar contigo —dijo al hombre que le había detenido, casi decepcionado.
A continuación un espejo apareció en la espalda de Roland, siendo este de un tamaño lo suficientemente grande como para reflejar a cualquiera de la estancia. Cuando el grandullón dirigió su puño a su rostro, el mink dio un pequeño salto hacia atrás, internándose en la Dimensión Reflejo a la vez que estiraba sus brazos para agarrar al peludo hombre y arrastrarlo al interior. El criminal atravesó el espejo junto a él y, en medio de la confusión ocasionada por el extraño poder, cayó al suelo dando varias vueltas sobre su voluminosa barriga. Roland, sin perder el tiempo, había recogido una espada que albergaba en su dimensión con que amenazaba ahora al hombre a sus pies.
—Tienes pinta de ser un pirata tonto. Ahora vas a decirme lo que sepas sobre Ticio Valero porque hasta el más tonto sabría que ahora tu vida está en mis manos. ¿Entendido? —el hombre asintió—. Bien, dime dónde está, cuánto tiempo lleva aquí y cuánto más planea estar. Sus motivos para visitar esta isla y cualquier pequeño e insignificante detalle que conozcas. Lo quiero saber todo.
Cruzó la puerta, provocando un sonoro estruendo cuando la abrió de golpe. Al hacerlo, todos y cada uno de los criminales allí presentes giraron sus cabezas en su dirección. Gestos hoscos, mirada de odio y varios insultos se extendieron como una enfermedad. El mink se sintió deseoso de limpiar el suelo con todos ellos en aquel mismo instante, pero se aguantó las ganas a sabiendas de que, si todo saldría bien, podría ser capaz de devolvérselo con creces. Caminó hasta la barra, pero a mitad de camino un hombre, alto, grande, casi redondo y con abundante pelo, le detuvo con malos modales.
—Tú, asqueroso perro del gobierno. Lárgate de aquí antes de que te rompa las piernas. No eres bienvenido.
—¿Ah no? Yo pensaba que dejaban entrar a cualquiera. Te han dejado entrar a ti, asquerosa y repugnante bola de cebo —esto último lo dijo un desprecio notable.
El golpe llegó sin previo aviso. Tenía tanta fuerza que casi tira a Roland al suelo, pero dio un paso hacia atrás y mantuvo el equilibrio. Tres golpes más siguieron al primero, pero en esa ocasión el mink fue capaz de evitarlo. Varias personas más se estaban levantando de sus mesas, dispuestas a apoyar al grandullón a darle una paliza a un agente del Cipher Pol, pero Roland no les dio esa oportunidad.
—Me tendré que conformar contigo —dijo al hombre que le había detenido, casi decepcionado.
A continuación un espejo apareció en la espalda de Roland, siendo este de un tamaño lo suficientemente grande como para reflejar a cualquiera de la estancia. Cuando el grandullón dirigió su puño a su rostro, el mink dio un pequeño salto hacia atrás, internándose en la Dimensión Reflejo a la vez que estiraba sus brazos para agarrar al peludo hombre y arrastrarlo al interior. El criminal atravesó el espejo junto a él y, en medio de la confusión ocasionada por el extraño poder, cayó al suelo dando varias vueltas sobre su voluminosa barriga. Roland, sin perder el tiempo, había recogido una espada que albergaba en su dimensión con que amenazaba ahora al hombre a sus pies.
—Tienes pinta de ser un pirata tonto. Ahora vas a decirme lo que sepas sobre Ticio Valero porque hasta el más tonto sabría que ahora tu vida está en mis manos. ¿Entendido? —el hombre asintió—. Bien, dime dónde está, cuánto tiempo lleva aquí y cuánto más planea estar. Sus motivos para visitar esta isla y cualquier pequeño e insignificante detalle que conozcas. Lo quiero saber todo.
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Todo fue como Roland quería. Bueno, no exactamente. En realidad, fue un desastre. Aquel piratucho de tres al cuarto desembuchó a la primera de cambio, sí, pero no sabía nada. Absolutamente nada. El mink le interrogó por activa y por pasiva. Le insultó, le agredió, le torturó e incluso recurrió a la psicología inversa y al recuerdo de sus padres, un tópico que solía dar resultado, pero nada. O era el mejor farsante del mundo o era lo que aparentaba ser: un pobre desgraciado con el ego demasiado alto.
—Eres desastroso, de verdad. Por tu culpa voy a tener que repetir el numerito en otra taberna. ¿Estás contento, cacho de carne de ballena? —el hombre, magullado y ensangrentado, hizo un amago de hablar, pero Roland se adelantó —. No, mejor no contestes, que ya has hecho demasiado.
Así el ex-agente volvió a la carga en tres locales distintos. Primero probó en el Potro moroso, pero no tuvo mucha suerte. El interior de aquella taberna, que más bien parecía una tetería extranjera venida a menos, estaba repleto de toda clase de okamas, con excesivo maquillaje, caras desproporcionadas y músculos de culturista. Más tarde no querría hablar de lo que sucedió en el interior del establecimiento, pero al el letrero estaba estaba estropeado y en realidad se llamaba el Potro Amoroso. El segundo sitio no fue ni la mitad de espantoso que el primero, pero al tratarse de unas aguas termales al final terminó por desistir. Y no fue hasta el tercero que consiguió la información que necesitaba. Solo tuvo que repetir los mismo que en el Ancla de Mou y llevarse consigo a un hombrecillo menudo y escuálido, pero que sabía más de lo que aparentaba y no quería recibir una paliza.
Ticio Valero estaba en una misión de reclutamiento. Su capitán buscaba aumentar sus efectivos, y lo cierto es que en aquella isla podía encontrar a cientos, incluso miles, de descerebrados que venderían sus almas al diablo por obtener la protección de un Yonkou o pertenecer a su flota. Sería fácil hacerse pasar por uno de ellos y acercarse al tercero de abordo. Como robarle un caramelo a un niño.
Roland expulsó de su Dimensión Reflejo a los criminales que amablemente había invitado a entrar para poder prepararse sin que nadie le molestara. Y más importante, sin que nadie supiera sobre sus poderes nada más que lo justo y necesario. Una vez solo, pudo cambiar su aspecto y volver a su cuerpo original. Se colocó la bufanda sobre el torso desnudo, se colgó la lanza, oculta bajo su funda de cuero, de la espalda y su puso los guantes. Al poco tiempo ya había salido nuevamente a la calle, apareciendo en la parte trasera de un bar, y encaminándose al puerto sureste, el lugar donde el pirata buscaba nuevos subordinados. Se encontraba cerca, así que apenas había transcurrido media hora cuando los encontró. Quizás estuvieran dando demasiado el cante, pero pensó que tratándose de una tripulación tan famosa lo más probable es que se lo pudieran permitir. Una mesa, con una silla y un hombre más de dos metros sobre ella, con múltiples papeles delante. Detrás suyo habían varios hombres más, de pie, vigilando los alrededores por si alguien se pasaba de la raya.
Se unió a la cola que estaba formada frente a la mesa. No podía deducir cuanto tardaría en ser su turno; el hombre allí sentado se tomaba un tiempo distinto con cada persona. No quedaba otra que ser paciente y esperar, y esperar...
—Eres desastroso, de verdad. Por tu culpa voy a tener que repetir el numerito en otra taberna. ¿Estás contento, cacho de carne de ballena? —el hombre, magullado y ensangrentado, hizo un amago de hablar, pero Roland se adelantó —. No, mejor no contestes, que ya has hecho demasiado.
Así el ex-agente volvió a la carga en tres locales distintos. Primero probó en el Potro moroso, pero no tuvo mucha suerte. El interior de aquella taberna, que más bien parecía una tetería extranjera venida a menos, estaba repleto de toda clase de okamas, con excesivo maquillaje, caras desproporcionadas y músculos de culturista. Más tarde no querría hablar de lo que sucedió en el interior del establecimiento, pero al el letrero estaba estaba estropeado y en realidad se llamaba el Potro Amoroso. El segundo sitio no fue ni la mitad de espantoso que el primero, pero al tratarse de unas aguas termales al final terminó por desistir. Y no fue hasta el tercero que consiguió la información que necesitaba. Solo tuvo que repetir los mismo que en el Ancla de Mou y llevarse consigo a un hombrecillo menudo y escuálido, pero que sabía más de lo que aparentaba y no quería recibir una paliza.
Ticio Valero estaba en una misión de reclutamiento. Su capitán buscaba aumentar sus efectivos, y lo cierto es que en aquella isla podía encontrar a cientos, incluso miles, de descerebrados que venderían sus almas al diablo por obtener la protección de un Yonkou o pertenecer a su flota. Sería fácil hacerse pasar por uno de ellos y acercarse al tercero de abordo. Como robarle un caramelo a un niño.
Roland expulsó de su Dimensión Reflejo a los criminales que amablemente había invitado a entrar para poder prepararse sin que nadie le molestara. Y más importante, sin que nadie supiera sobre sus poderes nada más que lo justo y necesario. Una vez solo, pudo cambiar su aspecto y volver a su cuerpo original. Se colocó la bufanda sobre el torso desnudo, se colgó la lanza, oculta bajo su funda de cuero, de la espalda y su puso los guantes. Al poco tiempo ya había salido nuevamente a la calle, apareciendo en la parte trasera de un bar, y encaminándose al puerto sureste, el lugar donde el pirata buscaba nuevos subordinados. Se encontraba cerca, así que apenas había transcurrido media hora cuando los encontró. Quizás estuvieran dando demasiado el cante, pero pensó que tratándose de una tripulación tan famosa lo más probable es que se lo pudieran permitir. Una mesa, con una silla y un hombre más de dos metros sobre ella, con múltiples papeles delante. Detrás suyo habían varios hombres más, de pie, vigilando los alrededores por si alguien se pasaba de la raya.
Se unió a la cola que estaba formada frente a la mesa. No podía deducir cuanto tardaría en ser su turno; el hombre allí sentado se tomaba un tiempo distinto con cada persona. No quedaba otra que ser paciente y esperar, y esperar...
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