Hitsugaya Toshiro
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—¿Cuál es tu plan de ahora en adelante? —preguntó Aysel.
—Si te soy honesto, no tengo idea —contestó con un poco de desgana el peliblanco —. No sé por dónde empezar a investigar. ¿Acaso se puede tener un punto de partida cuándo investigas a una organización fantasma?
—¿En serio crees que existen? —comentó su compañera con una suave sonrisa —Puedes estar toda tu vida buscando algo que ni siquiera es real.
—Real o no, tengo que asegurarme. Las palabras de Dan sonaban demasiado convincentes.
—Pero…
—¡Suficiente! —gritó el peliblanco —Es algo que tengo que resolver. No te metas en mis asuntos, Aysel. —Toshiro solo se fue del barco.
Suspiró con desgana mientras pensaba en lo que acababa de suceder. ¿Por qué se había desquitado con ella? No lo tenía claro, pero estaba enojado. Había estado indagando por donde sea que pudiera ser posible, pero no encontraba nada de nada. ¿Acaso de verdad no existían? Chasqueó con la lengua mientras caminaba por Cactus Island. Tenía que encontrar alguna pista pronto y ver hasta donde era capaz de llegar indagando, pero no le podía restar crédito a Aysel. ¿Qué pasaba si era verdad? ¿Cuál era su siguiente objetivo? No tenía muy claro cuándo o dónde es que se iría a juntar con Asuna a tener su enfrentamiento final y la idea de buscar al Santo Amanecer era algo entretenido mientras lo esperaba.
No tuvo claro cuánto caminó, solo sintió que era mucho. Estaba en lo que parecía ser la calle principal y no había ningún alma a su alrededor. Era el lugar perfecto para estar si quería estar solo y pensar en cómo se iba a disculpar con su compañera. Habían acordado viajar juntos y tratar de ayudarse en cumplir sus objetivos, pero si seguía así, desquitándose con quien no debía, no iba a poder avanzar demasiado lejos. No podía sobrevivir por su cuenta en el Grand Line. Se quedó en silencio y de brazos cruzados. El viento jugaba con su haori y su cabello. Su espadón estaba en su espalda y brillaba con la luz de la luna.
—Eres un idiota, Toshiro —dijo al aire mientras miraba una de las grandes montañas que estaban en el horizonte —. Estaré aquí unos minutos antes de ir a disculparme con ella.
—Si te soy honesto, no tengo idea —contestó con un poco de desgana el peliblanco —. No sé por dónde empezar a investigar. ¿Acaso se puede tener un punto de partida cuándo investigas a una organización fantasma?
—¿En serio crees que existen? —comentó su compañera con una suave sonrisa —Puedes estar toda tu vida buscando algo que ni siquiera es real.
—Real o no, tengo que asegurarme. Las palabras de Dan sonaban demasiado convincentes.
—Pero…
—¡Suficiente! —gritó el peliblanco —Es algo que tengo que resolver. No te metas en mis asuntos, Aysel. —Toshiro solo se fue del barco.
Suspiró con desgana mientras pensaba en lo que acababa de suceder. ¿Por qué se había desquitado con ella? No lo tenía claro, pero estaba enojado. Había estado indagando por donde sea que pudiera ser posible, pero no encontraba nada de nada. ¿Acaso de verdad no existían? Chasqueó con la lengua mientras caminaba por Cactus Island. Tenía que encontrar alguna pista pronto y ver hasta donde era capaz de llegar indagando, pero no le podía restar crédito a Aysel. ¿Qué pasaba si era verdad? ¿Cuál era su siguiente objetivo? No tenía muy claro cuándo o dónde es que se iría a juntar con Asuna a tener su enfrentamiento final y la idea de buscar al Santo Amanecer era algo entretenido mientras lo esperaba.
No tuvo claro cuánto caminó, solo sintió que era mucho. Estaba en lo que parecía ser la calle principal y no había ningún alma a su alrededor. Era el lugar perfecto para estar si quería estar solo y pensar en cómo se iba a disculpar con su compañera. Habían acordado viajar juntos y tratar de ayudarse en cumplir sus objetivos, pero si seguía así, desquitándose con quien no debía, no iba a poder avanzar demasiado lejos. No podía sobrevivir por su cuenta en el Grand Line. Se quedó en silencio y de brazos cruzados. El viento jugaba con su haori y su cabello. Su espadón estaba en su espalda y brillaba con la luz de la luna.
—Eres un idiota, Toshiro —dijo al aire mientras miraba una de las grandes montañas que estaban en el horizonte —. Estaré aquí unos minutos antes de ir a disculparme con ella.
Claude von Appetit
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Cactus Island es una isla famosa por tener forma de cactus. Oh, vaya, la originalidad. Dicen que las púas que se ven a lo lejos son en realidad cruces marcando las tumbas de cada pirata que ha pasado por la isla, pero lo cierto es que suena demasiado estúpido para ser cierto. Si siempre han estado ahí, o también son de los pobladores o simplemente es una milonga para que los piratas novatos se cuiden de entrar en el lugar. Yo también soy un novato, claro, al menos como pirata, pero ya he viajado por muchas partes del mundo y no me ha resultado aprender una valiosa lección: Grand Line está extraordinariamente sobrevalorado.
Sí, es cierto que existen monstruos como Dark Satou o Lysbeth, pero hasta ahora el "mar más peligroso" ha sido un paseo y empiezo a sentir que nunca voy a toparme con un rival a mi altura. ¿Tal vez por eso estoy en este lugar? No lo sé. Desde el viaje a Skypeia me siento diferente. Nada me ilusiona, y ni siquiera soy capaz de ponerme al frente de una barra para contar la historia de mis aventuras. ¿Para qué, si nadie me va a creer? Da igual que tenga la hoja thessaliana, las cicatrices en mi cuerpo... Si hay alguien como Dark ahí, solo verá un sujeto de mofa en mí. Si hay alguien que me mire con devoción... Siempre va a haber alguien para burlarse de él por creerse las mentiras de un charlatán. Da igual que no sean mentiras.
Me estiro perezosamente mientras dejo mi camarote. Hay varias botellas de vino tiradas por el suelo, algunas de ellas rotas. Creo que apenas he dormido en estos días, y solo estando borracho. No sé si puedo llamar a eso descanso, pero al menos no me voy cayendo por las esquinas. Sin embargo, las ojeras se han marcado ya profundamente y mi cabello, normalmente lleno de volumen, ce lacio y sin vida por mi cabeza gacha. Normalmente sería fácil de reconocer, por mi precio y... Bueno, porque soy memorable, pero en este estado apenas soy una sombra de mí mismo. Soy tan irrelevante que hasta me dan un empujón, inintencionado, que me tira al suelo.
No digo nada. Tampoco quiero tener que masacrar la isla, que es el resultado más factible si un cazador me reconoce, y tan solo quiero beber hasta que un barco me saque de aquí. Con mi guitarra a la espalda, una bandolera y mi mochila de viaje, miro a mi alrededor. Hay varias tabernas, a cada una más cutre que la anterior. Decido optar por una que se podría calificar de decente, y me siento en una esquina. No me apetece que nadie me vea, así que mantengo la mirada fija en la mesa. Casi me dan ganas de llorar pensando en este espectáculo deplorable, cuando la ira se apodera de mí.
- ¡Uy, sí, mírame! -grita uno, en tono burlón-. ¡Soy el basilisco de Thesalia, no me mires a los ojos!
Los payasos le ríen las gracias. Yo, aprieto las manos. He elegido mal la taberna. Muy, pero que muy mal.
Sí, es cierto que existen monstruos como Dark Satou o Lysbeth, pero hasta ahora el "mar más peligroso" ha sido un paseo y empiezo a sentir que nunca voy a toparme con un rival a mi altura. ¿Tal vez por eso estoy en este lugar? No lo sé. Desde el viaje a Skypeia me siento diferente. Nada me ilusiona, y ni siquiera soy capaz de ponerme al frente de una barra para contar la historia de mis aventuras. ¿Para qué, si nadie me va a creer? Da igual que tenga la hoja thessaliana, las cicatrices en mi cuerpo... Si hay alguien como Dark ahí, solo verá un sujeto de mofa en mí. Si hay alguien que me mire con devoción... Siempre va a haber alguien para burlarse de él por creerse las mentiras de un charlatán. Da igual que no sean mentiras.
Me estiro perezosamente mientras dejo mi camarote. Hay varias botellas de vino tiradas por el suelo, algunas de ellas rotas. Creo que apenas he dormido en estos días, y solo estando borracho. No sé si puedo llamar a eso descanso, pero al menos no me voy cayendo por las esquinas. Sin embargo, las ojeras se han marcado ya profundamente y mi cabello, normalmente lleno de volumen, ce lacio y sin vida por mi cabeza gacha. Normalmente sería fácil de reconocer, por mi precio y... Bueno, porque soy memorable, pero en este estado apenas soy una sombra de mí mismo. Soy tan irrelevante que hasta me dan un empujón, inintencionado, que me tira al suelo.
No digo nada. Tampoco quiero tener que masacrar la isla, que es el resultado más factible si un cazador me reconoce, y tan solo quiero beber hasta que un barco me saque de aquí. Con mi guitarra a la espalda, una bandolera y mi mochila de viaje, miro a mi alrededor. Hay varias tabernas, a cada una más cutre que la anterior. Decido optar por una que se podría calificar de decente, y me siento en una esquina. No me apetece que nadie me vea, así que mantengo la mirada fija en la mesa. Casi me dan ganas de llorar pensando en este espectáculo deplorable, cuando la ira se apodera de mí.
- ¡Uy, sí, mírame! -grita uno, en tono burlón-. ¡Soy el basilisco de Thesalia, no me mires a los ojos!
Los payasos le ríen las gracias. Yo, aprieto las manos. He elegido mal la taberna. Muy, pero que muy mal.
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Suspiró. Seguía enfadado con su actitud y sentía que estaba a punto de explotar. Aysel no se merecía un trato así, menos de su parte. Eran compañeros y mucho más importante que eso, amigos. ¿Por qué le dijo todas esas cosas? Se rascó la cabeza mientras meditaba en lo que tenía que hacer, aunque era claro, primero tenía que dejar de estar enojado y luego ir a pedir perdón. Su compañera no había dicho más que lo obvio, algo que era una posibilidad más que remota. ¿Por qué le creía a un medio muerto? Podía decir cualquier cosa con tal de evadir la responsabilidad, pero… Negó con la cabeza. Necesitaba un trago o dos o tres o lo que sea. Miró a su alrededor y no pudo evitar observar que había una taberna cerca. Era el lugar perfecto para volver a ser el de siempre.
Entró y fue cuando alcanzó a escuchar algo interesante. ¿Basilisco de Thesalia? Le sonaba el nombre, estaba más o menos al día con los piratas que se estaban haciendo un nombre y ese apodo le parecía conocido. De entre sus ropas sacó un puñado de carteles de se busca y los fue mirando uno a uno. No pudo evitar sonreír al encontrarlo. Claude von Appetit. Un corsario que se estaba haciendo de una fama importante, su recompensa era de ciento noventa y seis millones de berries. —¿Cómo carajos es que de la noche a la mañana apareció este sujeto? —pensó mientras lo buscaba con la mirada. No tenía pensado pelear contra nadie, pero si era la mejor forma que se le ocurría de desenfadarse. Había notado que algunos de los que estaban sentados se fijaban en él también, desde la carrera que era algo que se hacía más y más común. De un segundo a otro, algunos empezaron a salir y dejaron la taberna completamente vacía. Salvo por el peliblanco y el corsario.
—Esto no es personal… Solo lo hago para desenfadarme por ser un idiota —comentó mientras sacaba su espadón y lo apuntaba.
Se había dado cuenta de una cosa ahora que lo veía mejor. ¿Era hombre o mujer? Sus rasgos eran extraños, no podía diferenciarlos muy bien. Aunque le daba igual, con esa recompensa iba a ser un desafío interesante y bastante divertido. También como algo que lo iba a terminar de tranquilizar y botar su enfado. No era la mejor forma que podía encontrar, pero era lo que había encontrado. Entrecerró sus ojos y se fue concentrando poco a poco en su futuro oponente. No tenía más información que su nombre y su recompensa. ¿Cómo sería su estilo de pelea? ¿Tendría alguna fruta del diablo? No le agradaba mucho el pelear sin mayores datos, pero tampoco es que fuera algo relevante a la hora de pelear. Solo importaba una cosa: El último que quedara en pie era el ganador.
—No quiero destruir esta taberna, así que vamos afuera —dijo con seriedad —. Soy Toshiro Hitsugaya, un cazador de recompensas. Ya sabes lo que va a pasar a continuación.
Entró y fue cuando alcanzó a escuchar algo interesante. ¿Basilisco de Thesalia? Le sonaba el nombre, estaba más o menos al día con los piratas que se estaban haciendo un nombre y ese apodo le parecía conocido. De entre sus ropas sacó un puñado de carteles de se busca y los fue mirando uno a uno. No pudo evitar sonreír al encontrarlo. Claude von Appetit. Un corsario que se estaba haciendo de una fama importante, su recompensa era de ciento noventa y seis millones de berries. —¿Cómo carajos es que de la noche a la mañana apareció este sujeto? —pensó mientras lo buscaba con la mirada. No tenía pensado pelear contra nadie, pero si era la mejor forma que se le ocurría de desenfadarse. Había notado que algunos de los que estaban sentados se fijaban en él también, desde la carrera que era algo que se hacía más y más común. De un segundo a otro, algunos empezaron a salir y dejaron la taberna completamente vacía. Salvo por el peliblanco y el corsario.
—Esto no es personal… Solo lo hago para desenfadarme por ser un idiota —comentó mientras sacaba su espadón y lo apuntaba.
Se había dado cuenta de una cosa ahora que lo veía mejor. ¿Era hombre o mujer? Sus rasgos eran extraños, no podía diferenciarlos muy bien. Aunque le daba igual, con esa recompensa iba a ser un desafío interesante y bastante divertido. También como algo que lo iba a terminar de tranquilizar y botar su enfado. No era la mejor forma que podía encontrar, pero era lo que había encontrado. Entrecerró sus ojos y se fue concentrando poco a poco en su futuro oponente. No tenía más información que su nombre y su recompensa. ¿Cómo sería su estilo de pelea? ¿Tendría alguna fruta del diablo? No le agradaba mucho el pelear sin mayores datos, pero tampoco es que fuera algo relevante a la hora de pelear. Solo importaba una cosa: El último que quedara en pie era el ganador.
—No quiero destruir esta taberna, así que vamos afuera —dijo con seriedad —. Soy Toshiro Hitsugaya, un cazador de recompensas. Ya sabes lo que va a pasar a continuación.
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Siguen las bromas durante un rato, y me cuesta contenerme para no rebanarles la cabeza. Lo que sí hago es lanzar una pluma hacia allí, que se clava en la pared como un dardo, dejando una fina estela de sangre en la frente de uno de ellos. Tras eso, clavo mis ojos en él.
- ¿Estás seguro de que quieres seguir mirando? -amenazo, antes de girarme hacia el tabernero, que parece apenas inmutarse-. Lo más fuerte que tengas, y si sabes lo que te conviene vas a abrirlo delante de mí.
Si la gente no quiere respetarme por lo que soy me temerán por lo que haga. No voy a perdonar esta clase de comportamientos.
El tabernero es un hombre delgaducho de rostro macilento, con aspecto enfermizo y un ridículo mostacho que me pone extremadamente nervioso. Sin embargo, sonríe con amabilidad y abre la botella delante de mí. No es un licor malo, de hecho huele bien, pero también da la impresión de que va a provocar una resaca insoportable. Aunque bueno, para que te alcance la resaca primero tienes que dejar de beber. Y mientras el hígado aguante...
Poco a poco las burlas se van convirtiendo en un silencio incómodo salpicado de cuchicheos que, en general, giran a mi alrededor. Tiene sentido, dado que no muchos criminales de tanta recompensa pisan esta isla y, lo que es peor aún, muchos de los parroquianos son cazarrecompensas que tienen Cactus Island como refugio. Pero, afortunadamente, no hay nadie tan fuerte como yo en la taberna.
Hasta que llega él.
- Sí que eres idiota, sí.
Apuro el trago mientras la gente se va apurada pero organizadamente. No sé quién es este hombre, pero se presenta como Hitsugaya, y finalmente me giro para verlo bien. Tiene el pelo blanco y expresión turbada. Yo también, así que no le culpo. Sin embargo, no sé por qué debería pelear con él. Lo mejor será tirar de la famosa disuasión.
- Según esa lógica, si me quedo aquí no querrás pelear -respondo, quitándome de golpe el abrigo que ocultaba mis armas, una preciosa katana, un cuchillo, dos ballestas y un sinfín de plumas enganchadas de mi pantalón-. Y no tengo ningún interés en desenvainar mi espada por nadie a quien no vaya a matar. Y, un consejo: No me hagas cambiar de opinión.
- ¿Estás seguro de que quieres seguir mirando? -amenazo, antes de girarme hacia el tabernero, que parece apenas inmutarse-. Lo más fuerte que tengas, y si sabes lo que te conviene vas a abrirlo delante de mí.
Si la gente no quiere respetarme por lo que soy me temerán por lo que haga. No voy a perdonar esta clase de comportamientos.
El tabernero es un hombre delgaducho de rostro macilento, con aspecto enfermizo y un ridículo mostacho que me pone extremadamente nervioso. Sin embargo, sonríe con amabilidad y abre la botella delante de mí. No es un licor malo, de hecho huele bien, pero también da la impresión de que va a provocar una resaca insoportable. Aunque bueno, para que te alcance la resaca primero tienes que dejar de beber. Y mientras el hígado aguante...
Poco a poco las burlas se van convirtiendo en un silencio incómodo salpicado de cuchicheos que, en general, giran a mi alrededor. Tiene sentido, dado que no muchos criminales de tanta recompensa pisan esta isla y, lo que es peor aún, muchos de los parroquianos son cazarrecompensas que tienen Cactus Island como refugio. Pero, afortunadamente, no hay nadie tan fuerte como yo en la taberna.
Hasta que llega él.
- Sí que eres idiota, sí.
Apuro el trago mientras la gente se va apurada pero organizadamente. No sé quién es este hombre, pero se presenta como Hitsugaya, y finalmente me giro para verlo bien. Tiene el pelo blanco y expresión turbada. Yo también, así que no le culpo. Sin embargo, no sé por qué debería pelear con él. Lo mejor será tirar de la famosa disuasión.
- Según esa lógica, si me quedo aquí no querrás pelear -respondo, quitándome de golpe el abrigo que ocultaba mis armas, una preciosa katana, un cuchillo, dos ballestas y un sinfín de plumas enganchadas de mi pantalón-. Y no tengo ningún interés en desenvainar mi espada por nadie a quien no vaya a matar. Y, un consejo: No me hagas cambiar de opinión.
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¿Idiota? Sí, lo era. Estaba buscando pelea solo porque sí. No le interesaba dañar la taberna, podía pagar lo que sea que costara el arreglo, pero quería evitarlo. Si no había otra forma, pues no había mucho que hacer. Lo vio tirar el abrigo lejos y vio demasiadas armas. Una katana, una ballesta, un cuchillo y lo que parecía ser… ¿Plumas? Era algo raro de ver y el uso podía ser variado, se hacía una idea, pero no quería arriesgar a tener un juicio sin mayores evidencias de lo que podría hacer con estas. Terminó de hablar y Toshiro lejos de bajar su espadón o su guardia, por si planeaba algo, solo sonrió. ¿Qué era lo que debía hacer? ¿Sería realmente fuerte? ¿Alguien que hizo algo que la marina consideró tan peligroso que indiferente de su fuerza tiene una gran recompensa? Eran dudas que se le venían a la cabeza mientras analizaba lo que debía hacer.
—No, no te confundas, Claude —dijo mientras miraba, de reojo, al tabernero. Era el único que se había quedado. ¿Acaso era valiente? ¿Un idiota como él? —Quiero evitar dañarla, pero me da igual. Puedo pagar el arreglo de ser necesario, si cobro tu recompensa puede abrir diez si quiere. Como dije, no hay alguna alternativa.
—Me da igual lo que hagan, pero ya lo dijiste, tú vas a pagar —replicó el tabernero mientras dejaba un pañuelo en la barra y salía, al fin, por la puerta trasera. Ahora sí, estaban completamente solos.
El espacio era reducido, pero algo le decía que iban a terminar combatiendo afuera de todos modos. ¿Cómo debía afrontar el combate? La distancia entre ellos era lo suficientemente corta como para que su espadón la recorriera con un simple movimiento. Aunque diera o no, tenía un truco bajo la manga y esperaba que fuera lo suficiente como para poder decidir el combate. ¿Llegaría a ese punto? Vibrato era una espada poderosa y su habilidad era temible cuanto menos. Lo había visto en acción durante la carrera y partió en dos a un sujeto sin esfuerzo., como un cuchillo corta la mantequilla. Agarró con fuerza su espadón y se fue preparando para lo peor.
—Puedes cambiar de opinión, me da igual —comentó —. El hecho está en que no tienes escapatoria. Puedes usar tu katana o no, eso es decisión tuya, pero no me matarás. —Toshiro estaba confiado. ¿Por qué? No lo sabía con exactitud, pero solo sabía que no iba a dejarlo huir del combate, era ahora o nunca que podía quitarse el enojo de encima y poder disculparse de corazón.
Elevó su espadón al aire y trazó un hermoso tajo en diagonal buscando cortar el pecho de su contrincante. Un pequeño saludo, si era tan fuerte como su recompensa lo demostraba, lo esquivaría sin problemas. Solo quería hacer una declaración: No había lugar donde esconderse. Una vez acabó su ataque, se le iba a quedar mirando y esperando su respuesta. ¿Qué es lo que haría? Sea como sea, el tiempo de las palabras había acabado.
—No, no te confundas, Claude —dijo mientras miraba, de reojo, al tabernero. Era el único que se había quedado. ¿Acaso era valiente? ¿Un idiota como él? —Quiero evitar dañarla, pero me da igual. Puedo pagar el arreglo de ser necesario, si cobro tu recompensa puede abrir diez si quiere. Como dije, no hay alguna alternativa.
—Me da igual lo que hagan, pero ya lo dijiste, tú vas a pagar —replicó el tabernero mientras dejaba un pañuelo en la barra y salía, al fin, por la puerta trasera. Ahora sí, estaban completamente solos.
El espacio era reducido, pero algo le decía que iban a terminar combatiendo afuera de todos modos. ¿Cómo debía afrontar el combate? La distancia entre ellos era lo suficientemente corta como para que su espadón la recorriera con un simple movimiento. Aunque diera o no, tenía un truco bajo la manga y esperaba que fuera lo suficiente como para poder decidir el combate. ¿Llegaría a ese punto? Vibrato era una espada poderosa y su habilidad era temible cuanto menos. Lo había visto en acción durante la carrera y partió en dos a un sujeto sin esfuerzo., como un cuchillo corta la mantequilla. Agarró con fuerza su espadón y se fue preparando para lo peor.
—Puedes cambiar de opinión, me da igual —comentó —. El hecho está en que no tienes escapatoria. Puedes usar tu katana o no, eso es decisión tuya, pero no me matarás. —Toshiro estaba confiado. ¿Por qué? No lo sabía con exactitud, pero solo sabía que no iba a dejarlo huir del combate, era ahora o nunca que podía quitarse el enojo de encima y poder disculparse de corazón.
Elevó su espadón al aire y trazó un hermoso tajo en diagonal buscando cortar el pecho de su contrincante. Un pequeño saludo, si era tan fuerte como su recompensa lo demostraba, lo esquivaría sin problemas. Solo quería hacer una declaración: No había lugar donde esconderse. Una vez acabó su ataque, se le iba a quedar mirando y esperando su respuesta. ¿Qué es lo que haría? Sea como sea, el tiempo de las palabras había acabado.
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Arqueo una ceja, sorprendido. Así que lo de ofrecerme salir no era una cortesía, sino una forma de facilitarse el trabajo. Siendo sinceros, entiendo que pueda pensar eso, pero si ha leído el informe se habrá dado cuenta de que en campo abierto no va a ser capaz de atraparme. De todos modos, y aunque esto pueda ser una limitación para mí, creo que voy a estirar un poco la goma en tanto que decido cómo voy a ocuparme de este tontol'haba. La opción habitual sería explicarle quién soy, contarle alguna de mis aventuras, darle la opción de irse por donde ha venido... Pero es un poco maleducado, así que agarro el tenedor que alguien ha dejado sobre la mesa -sucio, claro, un señor estaba tomando buenamente su comida cuando ha llegado Tontito- y me preparo para defenderme.
No hay que ser un lince para saber lo que pretende, y mientras finjo que la roña en los dientes del tenedor tiene toda mi atención en realidad estoy con todos mis sentidos concentrados en él. Su golpe parece bastante torpe, compensado con un arma extraordinariamente grande que o bien enmascara algún complejo o... O enmascara algún complejo. Parece una lanza deforme, por el amor de Dios.
Pero no se debe juzgar a un libro por su portada. El corte es fuerte, de eso no hay duda, y el tiempo que me queda para reaccionar es más bien escaso, pero el muchacho tampoco parece ser demasiado preciso. En lugar de entrar en pánico me confío a la suerte... Bueno, a la suerte no, más bien a mi habilidad, e interpongo el cubierto en la trayectoria de la hoja. No puedo resistir su avance, pero sí desviarlo lo suficiente como para que no me dé. ¿El problema? Que el tenedor se ha doblado, además de perder dos dientes. No me gusta la gente que no respeta la cubertería.
- No creo que vaya a cambiar de opinión, la verdad. -Me levanto de la banqueta, disponiendo mis manos en una posición relajada. Tiro el tenedor al suelo y me acerco a un metro de él-. Además, ¿te das cuenta de lo que llevas en las manos? Nadie que pelee con semejante pala merece que arriesgue mis armas. No obstante...
Estamos a una distancia bastante corta, y él lleva un arma excesivamente grande. No me ha pasado desapercibido, así que si estoy a menos de tres metros le debería ser extraordinariamente complejo esquivarme. Por eso, paso mi mano por delante de la cara, meneando los dedos hasta que, en un extremadamente veloz gesto, intento desanudar el hilo del que pende la vaina de su espada, tratando de hacerla caer.
- Solo eres un pato en un mundo de gallos. Y el único gallo del corral soy yo.
Me voy por la puerta, sin mirar atrás, pero atento a cualquier sonido que pueda percibir.
No hay que ser un lince para saber lo que pretende, y mientras finjo que la roña en los dientes del tenedor tiene toda mi atención en realidad estoy con todos mis sentidos concentrados en él. Su golpe parece bastante torpe, compensado con un arma extraordinariamente grande que o bien enmascara algún complejo o... O enmascara algún complejo. Parece una lanza deforme, por el amor de Dios.
Pero no se debe juzgar a un libro por su portada. El corte es fuerte, de eso no hay duda, y el tiempo que me queda para reaccionar es más bien escaso, pero el muchacho tampoco parece ser demasiado preciso. En lugar de entrar en pánico me confío a la suerte... Bueno, a la suerte no, más bien a mi habilidad, e interpongo el cubierto en la trayectoria de la hoja. No puedo resistir su avance, pero sí desviarlo lo suficiente como para que no me dé. ¿El problema? Que el tenedor se ha doblado, además de perder dos dientes. No me gusta la gente que no respeta la cubertería.
- No creo que vaya a cambiar de opinión, la verdad. -Me levanto de la banqueta, disponiendo mis manos en una posición relajada. Tiro el tenedor al suelo y me acerco a un metro de él-. Además, ¿te das cuenta de lo que llevas en las manos? Nadie que pelee con semejante pala merece que arriesgue mis armas. No obstante...
Estamos a una distancia bastante corta, y él lleva un arma excesivamente grande. No me ha pasado desapercibido, así que si estoy a menos de tres metros le debería ser extraordinariamente complejo esquivarme. Por eso, paso mi mano por delante de la cara, meneando los dedos hasta que, en un extremadamente veloz gesto, intento desanudar el hilo del que pende la vaina de su espada, tratando de hacerla caer.
- Solo eres un pato en un mundo de gallos. Y el único gallo del corral soy yo.
Me voy por la puerta, sin mirar atrás, pero atento a cualquier sonido que pueda percibir.
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No pudo evitar sorprenderse. ¿Había parado su ataque con un tenedor? Parece que si iba a ser un desafió después de todo. Sonrió con confianza. Era lo que estaba esperando de alguien con tamaña recompensa. Suspiró mientras lo escuchaba hablar. ¿Acaso era tan arrogante por qué en el fondo era inseguro? No sería raro. Muchas veces las personas esconden su verdadero yo con máscaras, ¿sería su caso? De todos modos, aun cuando frenó su ataque con un tenedor, sintió como es que empezaba a vibrar su espada. No era el momento todavía, además, el poder se mermaba cuando no se cargaba completamente. Debía ser inteligente en el uso de su as bajo de la manga.
Lo observó acercarse. ¿Acaso creía que por pelear tan cerca iba a perder maniobrabilidad? Lo estaba subestimando. Vibrato era un arma grande, sí, pero no por eso no era útil en combate cercano. Su peso ligero y la facilidad con la que se mueve, hacen posible lo que parecía imposible. Lo había comprobado en su largo camino durante la carrera. Conocía su nueva arma, sabía las limitantes y ventajas y el terreno corto no entraba en esos casos. Estaba a menos de un metro, Toshiro tenía su espadón abajo. Lo vio extender su mano y en un instinto, en un segundo, decidió dar un salto hacía atrás. Aunque su enemigo era veloz y antes de que se diera cuenta, la vaina de Vibrato estaba en el suelo. —Va a ser más complicado de lo que parece. —Pensó mientras recogía su funda. Estaba emocionado y nervioso. ¿Acaso era más fuerte que Nira? Podía serlo fácilmente, pero no por eso indicaba que fuera a perder.
Claude empezó a caminar. Dándole la espalda. —Definitivamente, me está subestimando. — ¿Por qué le tenían que tocar tipos que no lo tomaban en cuenta? ¿Acaso su apariencia no indicaba que era peligroso? Apretó el mango de su espada y antes de que terminara por pasar de su lado, hizo un rápido movimiento con su arma y trató de impedirle el paso. Si pensaba que con un truco barato y unas palabras vacías y sin sentido lo iban a hacer retroceder o cambiar de opinión, estaba demasiado equivocado. Se interpuso entre Claude y la puerta. La única forma de salir de esa taberna sería si lo mataba. —También puede hacerme volar y romper la maldita puerta. —Pensó con mientras sonreía.
—¿Acaso crees que te dejaré ir, así como así? —preguntó, aunque era retorica. No esperaba ninguna respuesta —No me interesa que seas el gallo del corral. Siempre llega un gallo más dominante y se convierte en el nuevo dueño —dijo con una sonrisa mientras clavaba su mirada en la suya —. Yo seré el nuevo gallo y a ti te espera una hermosa celda en alguna prisión olvidada. Hasta aquí llega tu camino, Claude.
Elevó su guardia y se quedó quieto. Quería que él tomara la iniciativa y ver de lo que era realmente capaz. Flectó sus rodillas, agarró con ambas manos a Vibrato y la colocó justo en frente suya. Una postura ortodoxa y que no dejaba aperturas en su defensa. Tenía el control del espacio, por las palabras de Claude no creía que fuera a usar su espada. Así que tenía que estar atento a las otras armas que veía. ¿Con qué atacaría? Sea como sea, estaba preparado para todo.
Lo observó acercarse. ¿Acaso creía que por pelear tan cerca iba a perder maniobrabilidad? Lo estaba subestimando. Vibrato era un arma grande, sí, pero no por eso no era útil en combate cercano. Su peso ligero y la facilidad con la que se mueve, hacen posible lo que parecía imposible. Lo había comprobado en su largo camino durante la carrera. Conocía su nueva arma, sabía las limitantes y ventajas y el terreno corto no entraba en esos casos. Estaba a menos de un metro, Toshiro tenía su espadón abajo. Lo vio extender su mano y en un instinto, en un segundo, decidió dar un salto hacía atrás. Aunque su enemigo era veloz y antes de que se diera cuenta, la vaina de Vibrato estaba en el suelo. —Va a ser más complicado de lo que parece. —Pensó mientras recogía su funda. Estaba emocionado y nervioso. ¿Acaso era más fuerte que Nira? Podía serlo fácilmente, pero no por eso indicaba que fuera a perder.
Claude empezó a caminar. Dándole la espalda. —Definitivamente, me está subestimando. — ¿Por qué le tenían que tocar tipos que no lo tomaban en cuenta? ¿Acaso su apariencia no indicaba que era peligroso? Apretó el mango de su espada y antes de que terminara por pasar de su lado, hizo un rápido movimiento con su arma y trató de impedirle el paso. Si pensaba que con un truco barato y unas palabras vacías y sin sentido lo iban a hacer retroceder o cambiar de opinión, estaba demasiado equivocado. Se interpuso entre Claude y la puerta. La única forma de salir de esa taberna sería si lo mataba. —También puede hacerme volar y romper la maldita puerta. —Pensó con mientras sonreía.
—¿Acaso crees que te dejaré ir, así como así? —preguntó, aunque era retorica. No esperaba ninguna respuesta —No me interesa que seas el gallo del corral. Siempre llega un gallo más dominante y se convierte en el nuevo dueño —dijo con una sonrisa mientras clavaba su mirada en la suya —. Yo seré el nuevo gallo y a ti te espera una hermosa celda en alguna prisión olvidada. Hasta aquí llega tu camino, Claude.
Elevó su guardia y se quedó quieto. Quería que él tomara la iniciativa y ver de lo que era realmente capaz. Flectó sus rodillas, agarró con ambas manos a Vibrato y la colocó justo en frente suya. Una postura ortodoxa y que no dejaba aperturas en su defensa. Tenía el control del espacio, por las palabras de Claude no creía que fuera a usar su espada. Así que tenía que estar atento a las otras armas que veía. ¿Con qué atacaría? Sea como sea, estaba preparado para todo.
Claude von Appetit
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Vale, hay que reconocerlo: Tiene arrestos. No los más inteligentes, sin duda le hacen padecer una terrible ausencia de modales... Pero tiene valor. Y eso, ante todo, lo aprecio. Lo que no me termina de convencer es la clase de preguntas que hace, tan... ¿Obvias? Claro que espero que me deje ir así porque sí. Vamos, que tampoco es como si hubiese matado a nadie. He jugado con petardos y he cambiado una bandera, pero nada que no se pueda arreglar con más petardos. Que también hay que decir, y me parece importante, que casi me hace ilusión este momento. Nunca había intentado cazarme un autónomo antes, lo cual significa que ya valgo un buen pellizco. Seguro que se habla de mí en las bases de los gremios y todo. Me sonrojo un poquito. Si me están buscando seriamente, tal vez Lys tenía razón y nadie piensa en el incidente de Skypeia. Aunque la gente de a pie se burle de mí, alguien me aprecia. Bueno, alguien... Sé que la gran mayor parte del mundo me aprecia, pero hablo a un nivel más profesional. A un artista le gusta ser conocido por su obra.
Lo que me hace levantar una ceja es que se autodenomine gallo. ¿De verdad? ¿Él? No llega ni a pavo, mucho menos a gallo. Pelea con una pala, es torpe, su golpe escasamente certero y parece extraordinariamente convencido de que pelear en interior con un arma tan grande le beneficia. Que bueno, podría ser, pero como gire un par de veces atasca el filo en una pared seguro. Pero no es su estilo lo que me molesta, sino esa maldita prepotencia. Frunzo el ceño. No me gusta la gente que va por ahí alardeando sin demostrar nada. Pero, finalmente, resoplo, tratando de calmarme.
- Está bien, Toshiro. Lo haremos a tu manera.
Me vuelvo hacia las barra y camino lentamente hacia ella. Sigo atento a cualquier sonido o movimiento, pero si no me lo impide, salto al otro lado donde, le guste o no, puedo acceder fácilmente a su alcohol.
Me detengo por un segundo a comprobar los nombres de las botellas, buscando alguna que me resulte atractiva, pero la única que me entra por los ojos es una suerte de lata de aluminio con una marca que reconozco. Nunca he podido echarle el guante a uno de los legendarios whiskys de malta de O'Cohonne, así que de inmediato cojo un vaso y me sirvo una copa, disfrutando con el sonido de la tapa retirándose por primera vez.
- ¿Quieres? Es muy caro, pero como invitas tú...
Alzo la copa a su salud y me la acerco a los labios, esperando su reacción antes de beber.
Lo que me hace levantar una ceja es que se autodenomine gallo. ¿De verdad? ¿Él? No llega ni a pavo, mucho menos a gallo. Pelea con una pala, es torpe, su golpe escasamente certero y parece extraordinariamente convencido de que pelear en interior con un arma tan grande le beneficia. Que bueno, podría ser, pero como gire un par de veces atasca el filo en una pared seguro. Pero no es su estilo lo que me molesta, sino esa maldita prepotencia. Frunzo el ceño. No me gusta la gente que va por ahí alardeando sin demostrar nada. Pero, finalmente, resoplo, tratando de calmarme.
- Está bien, Toshiro. Lo haremos a tu manera.
Me vuelvo hacia las barra y camino lentamente hacia ella. Sigo atento a cualquier sonido o movimiento, pero si no me lo impide, salto al otro lado donde, le guste o no, puedo acceder fácilmente a su alcohol.
Me detengo por un segundo a comprobar los nombres de las botellas, buscando alguna que me resulte atractiva, pero la única que me entra por los ojos es una suerte de lata de aluminio con una marca que reconozco. Nunca he podido echarle el guante a uno de los legendarios whiskys de malta de O'Cohonne, así que de inmediato cojo un vaso y me sirvo una copa, disfrutando con el sonido de la tapa retirándose por primera vez.
- ¿Quieres? Es muy caro, pero como invitas tú...
Alzo la copa a su salud y me la acerco a los labios, esperando su reacción antes de beber.
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