¡Comienza la diversión! [Pasado/Privado de Red Tea y Gatsby]

Isak había estado viajando por todo Paraíso en busca de mejorar sus técnicas y su forma de combatir. Era consciente de la necesidad de aprender a defenderse cuanto antes, a pesar de que prefiera evitarlo todo lo que pudiera un enfrentamiento. Quizá había llegado al archipiélago de manera casual, o algo más subconsciente lo llevó a dicho lugar. Sea como fuera, allí estaba, en un territorio que le era completamente ajeno. A pesar de ello sabía bien que la marina poseía una fuerte influencia y la zona. Aunque eso fuera una realidad él era aún una persona desconocida, sin recompensa, por lo que sería extraño que le reconocieran y hubiera algún problema con su presencia en Saobody.

Decidió que lo mejor sería inspeccionar el terreno, evitando causar problemas dentro de sus propias capacidades. Allí había un parque de atracciones, ¿a quién no le interesaría algo así? Tan pronto como quiso darse cuenta ya estaba en la puerta principal de dicho lugar, de pié, con su hijastra a su lado. Miró a la pequeña, sonriente. Siempre le acompañaba a todos lados y esperaba que no hubiese ningún peligro allí que pudiera dañarla.

Ambos entraron allí, observando a su alrededor por si algo les llamaba la atención. No parecía ser un lugar realmente problemático, menos todavía con la marina y los tenryuubito merodeando cerca. Isak esperaba que la inexistencia de una recompensa sobre su cabeza le valiese para poder moverse con libertad… y parece que sería así. Además, por otro lado, su aspecto arreglado y gestos elegantes le servía para no destacar demasiado a pesar de que en verdad no tenía nada de dinero.

De manera cautelar había escondido su espada debajo de la gabardina. Se negó en rotundo a dejarla en el barco, nunca se sabía lo que podía suceder, pero dejarla visible era un error que no podía permitirse. Dahlia, por su parte, caminaba con alegría de un lado a otro. Llevaba sus rojizos cabellos recogidos en dos coletas, las cuáles se movían al ritmo de sus pasos. Isak no podía evitar sonreír al verla así, a fin de cuentas sólo quería lo mejor para ella…

En cierto modo estaba algo confuso en un lugar como aquel. Entre las burbujas que flotaban por todas partes y la algarabía de la zona se sentía un poco fuera de lugar. Se crió en el campo, temiendo a la marina pero en un pueblo tranquilo (dentro de lo que cabe). No estaba acostumbrado a ver a tanta gente ir de un lado a otro, rostros desconocidos que de vez en cuando lo miraban de reojo.

Burbujas, pompas, bullicio, voces, alegría y peligro, eso era lo que se podía escuchar y sentir en aquel lugar, pero a Gatsby no era precisamente lo que le importaba, no, a ella lo que más le llamaba la atención era aquella noria que tantísimo miedo le daba. Sí, quizás pudiese resultar estúpido, tal vez absurdo, pero le daba auténtico pánico. Desde que la existencia de aquel parque había llegado a sus oídos, había sentido la necesidad de acudir, de arriesgarse, pero nunca se vio capaz hasta ese día.

A pesar de ser enemiga de los Tenryubito y de la marina al pertenecer a la revolución, no temía ser reconocida; no tenía recompensa y, aunque llevase bastantes años, nunca había hecho nada que la convirtiese en un peligro público. Lo cierto es que el hecho de que los niños corriesen felices, riendo y jugando le hacía creer que algo estaba mal. Para ella, quien sabía como funcionaba el mundo y como era verdaderamente el Gobierno Mundial, le parecía todo una ilusión que ellos, tanto adultos como niños, vivían inconscientemente.

En un suspiro corto pero contundente alzó la mirada hasta la parte más alta de la atracción, tan sólo alzarla hizo que se marease ligeramente, pero no le quitó las ganas de demostrarle al mundo que al menos había un temor que sí podía enfrentar. El olor al algodón de azúcar inundó su paladar, podía sentir el dulzor tan sólo cogiendo una bocanada de aire, por otro lado el aroma de algo salado, algo que parecía una salsa entre la que se distinguía un ligero toque a tomate y por otro, carne exageradamente especiada, todo eso parecía ser un perfume creado para atraer a todo ser algo débil de mente a aquel lugar para gastar sin remedio ni tope.

Por el rabillo del ojo, mientras revisaba todo el lugar con clarísima sospecha, divisó a alguien que le resultaba familiar más no un amigo, sino una persona que con anterioridad había visto. Sin titubear ni un instante se aventuró a acercarse, podía distinguirlo en la lejanía pues era un hombre alto y a su lado, a pesar de ser pequeña, se podían intuir unas larguísimas coletas de color rojo que se contoneaban llamando la atención de todo despistado. Sabía que no era buena idea interceptarlo por la espalda pues era muy consciente de que podría malinterpretarla, así que apuró el paso todo lo que pudo hasta adelantarlo y así colocarse frente a frente con el caballero de frondoso y atractivo bigote.

— Siento aparecer así, pero juraría que te he visto antes, eres un hombre bastante llamativo — Era consciente de que podría tomarse a mal esa interrupción, al fin y al cabo nadie le aseguraba que se acordase de ella. Agachó la mirada hasta la pequeña figura de prominente cráneo y le dedicó una sonrisa muy leve, enfermiza pero a su vez confiable — Disculpa si te molesto, no es mi intención ni mucho menos.

Pero no podía decir que tenía miedo de subirse a esa rueda de la muerte sola, no era ni lógico, ni normal, tan sólo serviría para herir su orgullo demostrando algo que se negaba a mostrar. Amplió un poco más la sonrisa entonces y apartó la sombrilla de color morado para dejar ver su rostro mejor, esperando al menos una respuesta positiva.

Dahlia quería montarse en todas las atracciones pero parecía incapaz de decidirse por una en concreto. La noria le llamó la atención pero le daban miedo las alturas. Ambos se detuvieron un momento a la espera de que la niña pudiera tomar una decisión. Por fortuna Isak era paciente, sobretodo con ella. El cariño te hace esperar y esperar con tal de hacer feliz a la persona a la que adoras. Algo común, a decir verdad. Aunque no le importaban, tenían tiempo más que suficiente.

Isak apenas se había percatado de que una dama se fijó en él hasta que directamente le habló. Antes de escuchar sus palabras él también había caído en cuenta de que su rostro le resultaba familiar, aunque al oírla sólo se confirmó. ¿Dónde la había visto antes? Su mala memoria no ayuda en lo más mínimo a recordar de qué se conocían. Una de sus manos se movió a su propio mentón, tornando su expresión en una más pensativa… hasta que las disculpas que recibió lo sacaron de sus pensamientos.

- ¡Ah! No te preocupes, no me ha molestado. He de admitir que tú también me suenas de algo, aunque no consigo saber de qué. Sea como fuera, mi nombre es Isak Heinikken, aunque me llaman Red Tea. - Se presentó con una amplia sonrisa y le tendió la mano para que se la estrechase. Era una persona sumamente educada, lo cuál no significaba que no rechace ciertos formalismos cómo dar dos besos. Le resultaba muy invasivo y prefería evitarlo en la medida de lo posible.

- Quizá hayamos coincidido en algún lugar previamente, pero en frío me cuesta saber en dónde o por qué… ¿Sería tan amable de ayudarme a recordar? Suelo tener mala memoria. - La voz de Isak era suave y melódica. En ningún momento perdió su elegancia y compostura. Tampoco quería quedarse con la espina de no saber de quién se trataba esa mujer. Era una sensación similar a la que se sufre cuando una canción pegadiza no deja de sonar en su cabeza pero no recuerda el nombre. Frustrante cuanto menos.

Dahlia, por su parte, se mantenía al lado de Isak agarrada de su gabardina. Era algo tímida, pero curiosa. Estaba expectante ante la conversación entre los adultos. No parecía asustada, lo cuál era bueno. Tenía un olfato admirable para cuando alguien podía resultar un peligro. El que estuviera tranquila también clamaba a Red Tea.

Aquel hombre siempre le había resultado curioso, desde que lo había visto por primera vez, su aspecto elegante acompañado de esa niña tan adorable, nunca se podría imaginar que un compañero suyo pudiese ser tan recatado y tan educado. Cuando él le tendió la mano, Gatsby la estrechó con delicada fuerza, casi inexistente a decir verdad al fin y al cabo la potencia física nunca había sido lo suyo.

— Encantada, Red Tea, perdona que te llame por el apodo, pero es que me gusta más, me suena muy elegante — Le dedicó una sonrisa leve y cariñosa, miró a un lado y al otro disimuladamente y soltó su extremidad sin resultar brusca — Mi nombre es Gatsby, Gatsby Fitzgerald, encantada de conocerte.

Desvió la mirada hacia la chiquilla de larguísimas coletas y después de nuevo a él, no era precisamente fácil decir lo que iba a decir en esa zona y realmente en ninguna. Probablemente entre el gentío nadie escuchase lo que estaba por espetar a su compañero, pero no podía fiarse de ellos, sin embargo, debido a la poca confianza que había, por no decir nula, no podía arrastrarlo con ella a un sitio más tranquilo, así que prefirió acercarse a su oído en el primer sonido fuerte que escuchó para así ocultar sus delictivas palabras.

— ¿Te suena la Armada Revolucionaria? — No necesitó susurrar en exceso, al fin y al cabo era evidente que en ese momento nadie podría escucharles gracias al reciente estruendo — Soy tu compañera, por eso mismo te sueno.

Y se separó de él un poco, lo suficiente como para poder hablar frente a frente y así escucharle, aunque era muy probable que no nombrase lo recientemente dicho por ella.

— Y bueno, bueno, bueno... — Volvió a dirigir la mirada hacia la niña que se encontraba agarrada a su mano con timidez y quizás algo de curiosidad — ¿Quién es esta preciosa niña de aquí? ¿Cómo te llamas? ¿Sabes que tienes un pelo precioso? Ojalá yo con ese color tan bonito y tan llamativo.

Se acuclilló frente a la niña apoyándose en los altos tacones que usaba para disimular su, por lo menos para ella, escasa estatura. No era una broma, no era una forma de halagarla solamente por queda bien, le encantaba ese color carmesí tan hermoso, el rojo siempre había sido un tono que le hacía sentir alegría, le parecía vivo, pero no sentía que fuese bien con su cabello o sus ojos.

— ¿Sabes? Quiero subirme a la noria pero no quiero ir sola, no sé, creo que me da algo de miedo, no suelo ser temerosa — Mentira, sin duda era algo muy común en Gatsby, el miedo a casi todo, el pánico absurdo hacia cosas absurdas o que simplemente no habían sido corroboradas, como fantasmas — Pero hoy se ve que me he despertado rara ¿os gustaría subir conmigo?

Alzó la cabeza esta vez hacia su compañero de flamante y cuidado bigote buscando su aprobación, al fin y al cabo era demasiado joven como para poder decidir y era él quien tenía que dar luz verde a aquella idea que en su cabeza no sonaba tan mal.