Reglas del enfrentamiento:
Comienza el jugador.
Salto de turno al jugador cada 48 horas.
Salto de turno al moderador cada 72 horas.
Si el jugador gana, regresa al capítulo.
Puede empezar cualquiera de los tres.
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Keiran T. Farraige
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Fue solo por un instante, pero habría jurado que el tamaño de aquella espada... no, de todo él, había variado de la percepción que tenía minutos antes. ¿Había modificado su tamaño? No solo el de su arma, sino también el suyo propio, por no hablar de que hasta su armadura había cambiado. No alcanzaba a entender las habilidades del caballero, aunque por el momento no necesitaba saber mucho: le bastaba con entender lo poderoso que era si había logrado parar el ataque conjunto que habían llevado a cabo Anna, Cassandra y él. Hablando de Anna... ¿desde dónde había aparecido esa mocosa? Parecía que ni él ni la merciana se habían equivocado al sacarla de su celda.
Sus labios se torcieron en una sonrisa más ancha y aún más inquietante cuando se dio cuenta de que a él lo estaba deteniendo con una sola mano. No solo eso, sino que incluso parecía estar logrando hacerle retroceder haciendo fuerza con esta. Debía poseer una fuerza muy superior a cualquier otra persona que se hubiera entrometido en su camino hasta el momento y eso, en cierto sentido, hacía que su respiración se acelerase. Estaba ansioso por ver más y hasta podría decirse que había olvidado a Anthony por un momento; al menos, lo había hecho hasta que abrió aquella bocaza. Keiran soltó una risa sarcástica.
—¿Por qué no dejas que eso lo responda tu amo? —inquirió, con un fulgor dorado en sus ojos—. No podemos quedarnos a jugar todo lo que nos gustaría...
Percibió por el rabillo del ojo cómo tiraba de la espada de Cassandra y, tanto si la mujer soltaba su arma como si se dejaba arrastrar, el sabueso cortaría el contacto que Díoltas mantenía con la espada de Tristán para permitir que su amo retrocediera de un rápido paso hacia atrás, evitando así tanto que pudiera golpearle con el sable de la princesa como que estrellase a la misma contra él. Ocurriera lo que ocurriese una cosa estaba clara: aquel tirón iba con fuerza y eso implicaba que, como poco, se quedaría expuesto de ese lado al girar el torso. Una apertura que no dudaría en aprovechar. El único problema resultaba evidente: la armadura que era capaz de proyectar desde cualquier parte de su cuerpo cuando iba a ser golpeado. Había detenido los ataques de su segunda y de la cría sin mayores inconvenientes, de modo que necesitaría más potencia si quería lograr algo.
—¿A qué estáis esperando? —Inquirió el pelirrojo, dirigiéndose a los hombres que se encontraban a su espalda, acongojados. Podía oler su miedo—. Si retrocedéis no perdonarán vuestras vidas, sino que harán de vuestra muerte un espectáculo. No tenéis nada más que perder. ¡Vuestra libertad está tras esa puerta! —terminó rugiendo—. ¡Dejad los miedos a un lado y hacedla vuestra!
Al tiempo que decía esto su cuerpo cambiaba, surgiendo de este una musculatura mayor —al igual que su tamaño—, además de un pelo que oscilaba entre el rojo y el negro por casi cualquier zona visible de su piel. Sus uñas crecieron hasta convertirse en garras y tanto sus orejas como morro adquirieron un aspecto canino, pero no uno cualquiera. Era más que evidente que su naturaleza era ajena a este mundo.Sosteniendo aún el hacha volvió a la carga y, esta vez, procuraría lanzar un único embate con esta directo a su torso. Ni siquiera se esmeró en amagar o en ocultar sus intenciones, fue directo, y es que le daba igual que pudiera bloquearle en aquella ocasión. De hecho, casi prefería que lo hiciera
—¡Apartaos! —exclamó, con una voz mucho más gutural que la suya, venida de otro mundo.
Una vez su arma impactase o no contra el caballero, su espada o el propio aire, se proyectaría una onda de choque gracias a su Violencia que, esperaba, debía ser suficiente como para dañar a Tristán incluso si este le bloqueaba o evadía.
Sus labios se torcieron en una sonrisa más ancha y aún más inquietante cuando se dio cuenta de que a él lo estaba deteniendo con una sola mano. No solo eso, sino que incluso parecía estar logrando hacerle retroceder haciendo fuerza con esta. Debía poseer una fuerza muy superior a cualquier otra persona que se hubiera entrometido en su camino hasta el momento y eso, en cierto sentido, hacía que su respiración se acelerase. Estaba ansioso por ver más y hasta podría decirse que había olvidado a Anthony por un momento; al menos, lo había hecho hasta que abrió aquella bocaza. Keiran soltó una risa sarcástica.
—¿Por qué no dejas que eso lo responda tu amo? —inquirió, con un fulgor dorado en sus ojos—. No podemos quedarnos a jugar todo lo que nos gustaría...
Percibió por el rabillo del ojo cómo tiraba de la espada de Cassandra y, tanto si la mujer soltaba su arma como si se dejaba arrastrar, el sabueso cortaría el contacto que Díoltas mantenía con la espada de Tristán para permitir que su amo retrocediera de un rápido paso hacia atrás, evitando así tanto que pudiera golpearle con el sable de la princesa como que estrellase a la misma contra él. Ocurriera lo que ocurriese una cosa estaba clara: aquel tirón iba con fuerza y eso implicaba que, como poco, se quedaría expuesto de ese lado al girar el torso. Una apertura que no dudaría en aprovechar. El único problema resultaba evidente: la armadura que era capaz de proyectar desde cualquier parte de su cuerpo cuando iba a ser golpeado. Había detenido los ataques de su segunda y de la cría sin mayores inconvenientes, de modo que necesitaría más potencia si quería lograr algo.
—¿A qué estáis esperando? —Inquirió el pelirrojo, dirigiéndose a los hombres que se encontraban a su espalda, acongojados. Podía oler su miedo—. Si retrocedéis no perdonarán vuestras vidas, sino que harán de vuestra muerte un espectáculo. No tenéis nada más que perder. ¡Vuestra libertad está tras esa puerta! —terminó rugiendo—. ¡Dejad los miedos a un lado y hacedla vuestra!
Al tiempo que decía esto su cuerpo cambiaba, surgiendo de este una musculatura mayor —al igual que su tamaño—, además de un pelo que oscilaba entre el rojo y el negro por casi cualquier zona visible de su piel. Sus uñas crecieron hasta convertirse en garras y tanto sus orejas como morro adquirieron un aspecto canino, pero no uno cualquiera. Era más que evidente que su naturaleza era ajena a este mundo.Sosteniendo aún el hacha volvió a la carga y, esta vez, procuraría lanzar un único embate con esta directo a su torso. Ni siquiera se esmeró en amagar o en ocultar sus intenciones, fue directo, y es que le daba igual que pudiera bloquearle en aquella ocasión. De hecho, casi prefería que lo hiciera
—¡Apartaos! —exclamó, con una voz mucho más gutural que la suya, venida de otro mundo.
Una vez su arma impactase o no contra el caballero, su espada o el propio aire, se proyectaría una onda de choque gracias a su Violencia que, esperaba, debía ser suficiente como para dañar a Tristán incluso si este le bloqueaba o evadía.
- Cosas:
- Características base:
Fuerza (+1): Rango 4 - Potencia y Habilidad (Adicional por oficios).
Resistencia (+1): Rango 4 - Aguante.
Agilidad: Rango 3 - Coordinación.
Velocidad: Rango 2 - Sentido de la velocidad.
Maestría de utilidad: Rango 2 - Ámbitos.
Maestría extra: Rango 2 - Pericia.
Incremento en forma híbrida: +2 Tiers en Fuerza, +2 Tiers en Resistencia.
Fuerza actual: Tier 6.
Resistencia actual: Tier 6.
- Violencia:
- Nombre de la técnica: Violencia.
Categoría: Especial.
Naturaleza: Ámbito físico.
Descripción: Cualquiera que conozca a Keiran sabe, si ha tenido la oportunidad de verlo, que rara es la vez en la que valora la vida ajena cuando tiene un mínimo motivo para arrebatarla. Es por ello que, cuando combate, desprende un aura de agresividad y violencia que cualquiera podría notar de estar cerca. A efectos prácticos, dejándose llevar por su fuerza y brutalidad, el pelirrojo es capaz de proyectar una onda de choque cuando sus armas, incluso las cortantes, impactan contra algo. Este empuje se extiende en un cono frontal de cinco metros, y alberga una potencia equivalente a la mitad de su fuerza.
Tiempo de enfriamiento: Un post.
Cassandra Pendragon
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El corpulento caballero parecía ser un inconveniente más complicado de resolver que los que se habían encontrado en ocasiones anteriores. Parecía tener la extraña habilidad de crear de la nada piezas de armadura justo en el lugar donde iba a ser golpeado, como por arte de magia. O eso le pareció entrever a Cassandra mientras lo atacaba por un costado, y el caballero se giraba para sujetar a Firenze como si fuese un juguete con un guantelete que antes no estaba ahí. O, al menos, Cassandra estaba segura de que ese guantelete antes no estaba ahí.
El fuego de Firenze parecía desvanecerse al contacto con el metal del guantelete, por lo que la noble supuso que se trataría de una armadura similar a la de los soldados muertos, que enfriaban todo al tacto, pero de calidad considerablemente superior, ya que esta no solo no se derretía su protección en contacto con el fuego, sino que apagaba las llamas. Por otro lado, Zeus sí había conseguido insertarse ligeramente en la cadera izquierda del caballero, que seguía desprotegida de armadura, pero el hombre no sufrió ningún espasmo por verse electrocutado, ni dio un solo quejido de dolor al notar el filo atravesando su carne. De hecho, ni siquiera se inmutó, lo que precisamente le permitió detener a Firenze como si nada y agarrarla, para darle un tirón.
Ahora bien, Cassandra había sido testigo de la descomunal fuerza de aquel tipo al tirar al hombre planta hacia ellos, por lo que sabía que podía vapulearla como una muñeca de trapo si no soltaba la espada, que claramente no podía liberar. También tenía claro que aquel hombre no parecía tener intención de discutir las cosas diplomáticamente, ni de rendirse, por lo que debían eliminarlo si querían salir del castillo. Así, Cassandra formó su plan de acción a corto plazo en su cerebro. Aprovecharía el momentum del tirón del caballero, viendo por el rabillo del ojo que Keiran se apartaba para darle espacio, para darse un poco de impulso, soltar a Firenze, y girar 360 grados blandiendo a Zeus y ejecutando un corte diagonal dirigido de nuevo al costado izquierdo del caballero, como distracción, mientras con su mano libre intentaría darle una bofetada, o al menos tocar, su mejilla, utilizando su fruta para envejecerlo en el proceso 9 años, procurando traspasar también sus habilidades a Zeus en caso de que la espada no fallase el golpe, para añadirle otros 9 años con el posible corte. Todo esto con la rapidez que le permitían sus piernas, y la precisión que le otorgaba su despierta mirada carmesí.
A continuación, daría una zancada hacia atrás para separarse a una distancia de seguridad y evitar un posible contraataque, dejando que Keiran volviese a atacar, confiando en que lo haría. Al tiempo que se echaba hacia atrás, aprovecharía para crear otra espada espiritual para armar la mano libre, e increpar a los soldados.
—¿Por qué le tenéis tanto miedo a este tipo exactamente? ¿Por sus truquillos baratos de armadura mágica? ¿Porque os gritaba cuando erais pequeños? ¿Os torturaba como afición? —interrogó, sin apartar la vista del caballero.
—Es... Es Sir Tristán... No podemos... Nadie puede vencerlo —balbuceó uno de los soldados, claramente temeroso.
—¿Ah, sí? —sonrió Cassandra, desafiante—. Pues hoy será el día en que decidiréis quién os da más miedo. El caballero de la armadura mágica... o la bestia salida del mismo Infierno —apeló, viendo en su campo de visión cómo Keiran se transformaba—. Y usted, Sir Tristán. ¿Asumo que no le interesaría resolver este conflicto diplomáticamente mientras tomamos té con pastitas? —sugirió, casi convencida de que la respuesta sería negativa, pero pensando que no perdía nada por intentarlo. Aquel poder parecía útil, y a Cassandra no le importaría aprender a hacer algo de ese estilo, si era posible.
La princesa se mantendría entonces en esa distancia de seguridad, dando libertad a Keiran para atacar, y colocándose en posición defensiva con ambas espadas protegiéndole el torso, por si el tipo decidía ignorar al chucho infernal y atacarla a ella.
El fuego de Firenze parecía desvanecerse al contacto con el metal del guantelete, por lo que la noble supuso que se trataría de una armadura similar a la de los soldados muertos, que enfriaban todo al tacto, pero de calidad considerablemente superior, ya que esta no solo no se derretía su protección en contacto con el fuego, sino que apagaba las llamas. Por otro lado, Zeus sí había conseguido insertarse ligeramente en la cadera izquierda del caballero, que seguía desprotegida de armadura, pero el hombre no sufrió ningún espasmo por verse electrocutado, ni dio un solo quejido de dolor al notar el filo atravesando su carne. De hecho, ni siquiera se inmutó, lo que precisamente le permitió detener a Firenze como si nada y agarrarla, para darle un tirón.
Ahora bien, Cassandra había sido testigo de la descomunal fuerza de aquel tipo al tirar al hombre planta hacia ellos, por lo que sabía que podía vapulearla como una muñeca de trapo si no soltaba la espada, que claramente no podía liberar. También tenía claro que aquel hombre no parecía tener intención de discutir las cosas diplomáticamente, ni de rendirse, por lo que debían eliminarlo si querían salir del castillo. Así, Cassandra formó su plan de acción a corto plazo en su cerebro. Aprovecharía el momentum del tirón del caballero, viendo por el rabillo del ojo que Keiran se apartaba para darle espacio, para darse un poco de impulso, soltar a Firenze, y girar 360 grados blandiendo a Zeus y ejecutando un corte diagonal dirigido de nuevo al costado izquierdo del caballero, como distracción, mientras con su mano libre intentaría darle una bofetada, o al menos tocar, su mejilla, utilizando su fruta para envejecerlo en el proceso 9 años, procurando traspasar también sus habilidades a Zeus en caso de que la espada no fallase el golpe, para añadirle otros 9 años con el posible corte. Todo esto con la rapidez que le permitían sus piernas, y la precisión que le otorgaba su despierta mirada carmesí.
A continuación, daría una zancada hacia atrás para separarse a una distancia de seguridad y evitar un posible contraataque, dejando que Keiran volviese a atacar, confiando en que lo haría. Al tiempo que se echaba hacia atrás, aprovecharía para crear otra espada espiritual para armar la mano libre, e increpar a los soldados.
—¿Por qué le tenéis tanto miedo a este tipo exactamente? ¿Por sus truquillos baratos de armadura mágica? ¿Porque os gritaba cuando erais pequeños? ¿Os torturaba como afición? —interrogó, sin apartar la vista del caballero.
—Es... Es Sir Tristán... No podemos... Nadie puede vencerlo —balbuceó uno de los soldados, claramente temeroso.
—¿Ah, sí? —sonrió Cassandra, desafiante—. Pues hoy será el día en que decidiréis quién os da más miedo. El caballero de la armadura mágica... o la bestia salida del mismo Infierno —apeló, viendo en su campo de visión cómo Keiran se transformaba—. Y usted, Sir Tristán. ¿Asumo que no le interesaría resolver este conflicto diplomáticamente mientras tomamos té con pastitas? —sugirió, casi convencida de que la respuesta sería negativa, pero pensando que no perdía nada por intentarlo. Aquel poder parecía útil, y a Cassandra no le importaría aprender a hacer algo de ese estilo, si era posible.
La princesa se mantendría entonces en esa distancia de seguridad, dando libertad a Keiran para atacar, y colocándose en posición defensiva con ambas espadas protegiéndole el torso, por si el tipo decidía ignorar al chucho infernal y atacarla a ella.
- Akuma:
Nivel 30: Nuestra joven narcisista no se sentía satisfecha con los resultados obtenidos, por lo que ha seguido practicando hasta conseguir modificar su propia edad en 20 años, y la de aquel ser vivo al que toca restar año y medio o añadirle 9, teniendo esta modificación una duración de cuatro rondas.
- Ámbito:
Rango 2: Nivel 20
Nombre: Sword oh thy cometh II
Categoría: Técnica espiritual.
Descripción parte activa: Cassandra ahora es capaz de convocar una espada larga durante cuatro turnos, o un espadón durante dos turnos. Estas espadas solo pueden ser utilizadas por ella, siendo intangibles para cualquier otra persona, y no tienen peso alguno.
Descripción parte pasiva: Cuando la invoca, se produce un haz de luz que se proyecta desde la palma de su mano, y se puede ver al mango de la espada salir de ésta. La luz desaparece una vez la espada ha sido extraída.
Tiempo de canalización: 1 segundo.
- Características:
- Fuerza: Habilidad - Rango 4
- Resistencia: Analgesia - Rango 4
- Velocidad: Aceleración - Rango 3
- Destreza: Reflejos - Rango 3
- Precisión: Ojo de cuervo - Rango 3
- Maestría de utilidad: Táctica - Rango 3.
- Maestría adicional: Ámbitos - Rango 3.
Técnicas básicas:
Flower Dance: Cassandra se mueve con la gracilidad con la que una flor cae al suelo llevada por el viento para girar sobre sí misma y ejecutar espadazos a diestro y siniestro, sin perder el equilibrio.- Fuerza: Habilidad - Rango 4
- Resumen Acciones:
- Aprovechar el tirón para darse impulso, girar sobre sí misma tras soltar la espada de fuego y ejecutar un corte diagonal con Zeus dirigido a su costado de nuevo, mientras con la mano libre intenta tocarle la cara, pretendiendo añadir 9 años con cada toque (mano y espada).
- Separarse para evitar un posible contraataque y crear una espada espiritual para suplir a Firenze.
Anna Bloodfallen
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Mi daga ha chocado contra una placa de metal que antes no estaba ahí, es decir, ¿qué clase de caballero con una armadura ligera lleva protección en la zona trasera de las rodillas? Sería una pregunta bastante útil de no ser porque este hombre posee poderes sobrenaturales, como el vagabundo-vomita-fuego. Supongo que los yhardumitas no somos los elegidos ni mucho menos especiales; si lo fuéramos, la Madre Luna nos habría concedido poderes solo a nosotros.
Ahora, ¿de qué sirve pelear contra un hombre al que no puedo cortar? Estoy segura de que esta daga es más dura que la sangre solidificada, y realmente el problema no es ese. Este caballero me vio llegar, si no fuera así, mi ataque habría funcionado. Únicamente un ojo entrenado debería poder verme, pero este hombre… Bueno, estamos jodidísimos. Y algo me dice que la oferta de volver a la celda ya expiró, pero tengo una idea.
Me muerdo el dedo y una mueca de dolor se dibuja en mi rostro. No lo he hecho con la daga porque igual como está fría termina tapando la herida, y esa no es la idea. Cuando la sangre comienza a escurrir, baño el arma con ella. Como todavía estoy en la espalda de este hombre (un punto muerto para cualquier ojo), y mis “compañeros” se han vuelto a lanzar contra él, supongo que mi plan funcionará a la perfección. Espero el momento oportuno para atacar, y ese es cuando la espada del vagabundo (ahora convertido en un monstruo) con la del caballero chocan. Ahora no voy tras los talones ni por los huecos poplíteos, tengo una idea mucho más… sucia.
Lanzo una rápida y precisa estocada al culo de este hombre; específicamente al ano. Intuyo que volverá a crear otra de esas pesadas placas de metal y que mi daga rebotará de la misma forma que antes, pero esa es la idea. Es todo una distracción. La sangre en el arma se pegará a la placa metalizada y luego la moveré, como si esto fuera una especie de telequinesis sanguínea, para alcanzar la parte trasera de esta. A menos que esto sea una trampa completamente impermeable (como ciertas rocas que atrapan sustancias como el petróleo), debería poder hacerlo sin problema. Y una vez esté en esa zona, solidifcaré la sangre y la transformaré en una pica que entrará por el recto del caballero. Una vez dentro, bueno, tocará expandirla cual puercoespín.
Ahora, ¿de qué sirve pelear contra un hombre al que no puedo cortar? Estoy segura de que esta daga es más dura que la sangre solidificada, y realmente el problema no es ese. Este caballero me vio llegar, si no fuera así, mi ataque habría funcionado. Únicamente un ojo entrenado debería poder verme, pero este hombre… Bueno, estamos jodidísimos. Y algo me dice que la oferta de volver a la celda ya expiró, pero tengo una idea.
Me muerdo el dedo y una mueca de dolor se dibuja en mi rostro. No lo he hecho con la daga porque igual como está fría termina tapando la herida, y esa no es la idea. Cuando la sangre comienza a escurrir, baño el arma con ella. Como todavía estoy en la espalda de este hombre (un punto muerto para cualquier ojo), y mis “compañeros” se han vuelto a lanzar contra él, supongo que mi plan funcionará a la perfección. Espero el momento oportuno para atacar, y ese es cuando la espada del vagabundo (ahora convertido en un monstruo) con la del caballero chocan. Ahora no voy tras los talones ni por los huecos poplíteos, tengo una idea mucho más… sucia.
Lanzo una rápida y precisa estocada al culo de este hombre; específicamente al ano. Intuyo que volverá a crear otra de esas pesadas placas de metal y que mi daga rebotará de la misma forma que antes, pero esa es la idea. Es todo una distracción. La sangre en el arma se pegará a la placa metalizada y luego la moveré, como si esto fuera una especie de telequinesis sanguínea, para alcanzar la parte trasera de esta. A menos que esto sea una trampa completamente impermeable (como ciertas rocas que atrapan sustancias como el petróleo), debería poder hacerlo sin problema. Y una vez esté en esa zona, solidifcaré la sangre y la transformaré en una pica que entrará por el recto del caballero. Una vez dentro, bueno, tocará expandirla cual puercoespín.
- Resumen:
- Intentar penetrar el ano del caballero.
Cass, gracias a tu inexperado movimiento y la inercia que llevaba el caballero, consigues esquivar y desestabilizarle por un momento. Él estaba seguro de que iba a ser capaz de estamparte contra tu capitán, suponiendo que una mujer de porte noble y aparente orgullo como el tuyo nunca soltaría su arma. Eso o que no te daría tiempo a reaccionar. Así, has conseguido provocar una apertura en su flanco izquierdo y que su ataque utilizandote a ti se resuma en arrojar hacia el fondo del pasillo tu preciada espada con bastante fuerza. Esta atraviesa el umbral de la puerta por la que habéis llegado, golpeando el mango de esta en la puerta antes de caer al suelo. Pero lo que nos interesa ahora es tu momento de gloria, ese en el que te lanzas buscando el cuerpo del caballero... Para no encontrarlo. Ha sido algo instintivo, al igual que tu giraste sobre sí misma para aprovechar el impulso que te había dado, el aprovechó la inercia que había cogido antes de que te soltaras para rodar, haciendo una voltereta que le deja a un par de metros de ti, como si hubiera predicho que ibas a atacarle así.
—Porque ha sido mi amo el que me ha mandado, chucho callejero. —Estas son sus palabras cuando se zafa de la noble, dirijidas directamente hacia tí, Keiran, en el momento en que empiezas a dejar ver tus facciones cáninas. La suerte de que justo la fruta que ingeriste diera para usar contigo ese apodo que tanto odias. Como sea, vista la situación y que le superáis en número, parece que él también decide ponerse serio, volviendo a proyectar su armadura. Una enorme estructura con la que casi te vuelve a igualar en altura, de un color negro metálico que le cubre por completo—. Supongo que haremos esto rápido y conciso pues. Yo que esperaba poder llevaros vivos a la celebración —. Se lamentó con sorna antes de bloquear tu embate con su ahora espadón. Este al trazar su arco, además, pareció coger una potencia igual a la que tú habías aplicado a tu hacha y ambas ondas de choque se disparon, generando dos nuevas a los lados a causa de la tensión.
Anna, ni siquiera se molestó en preocuparse por ti con esta armadura, bastante real, por cierto. Aunque es raro. Has estado pegado a él, y tanto tú como Cassandra habéis visto como su cuerpo no es más grande que lo que se ve sin armadura, sin embargo ahora se ha engrosado varios centimetros y es... Real. No hay ilusión optica que valga. Simplemente está ahí. ¿Has visto algo similar en algún momento? ¿Un poder que pudiera bloquear así los ataques de sus enemigos? Tu sangre tampoco parece ayudar, por cierto. Aunque la daga rebote y no le hagas nada, tu sangre tampoco es capaz de mover esa placa metalica. Sería como si intentases arrancar un trozo de piel sin más.
Y ahora le toca a él.
Sin separar su arma de la de Keiran, hace un giro de muñeca para intentar enganchar su espada al hacha, dejando la hoja a uno de sus lados y... tira para desarmarte, Keiran. Puedes seguir forcejeando con él o dejar que de quite a tu nueva compañera de tus manos como si fuera uno de esos abusones que se metían contigo de pequeño... Pero si mantienes el forcejeo, hará por soltar cuando mayor sea el tirón, para desestabilizarte e intentar patearte en tus partes nobles, buscando terminar de tirarte al suelo.
Al menos habéis conseguido convencer a vuestros nuevos subordinados, y es que estos han asimilado bien las palabras de Keiran. Sus opciones eran morir ahí, luchando por su libertad, o morir en la plaza, así que se suman al combate. Podéis usarles como os plazca, recordando que son NPC´s de nivel bajo, claro.
—Porque ha sido mi amo el que me ha mandado, chucho callejero. —Estas son sus palabras cuando se zafa de la noble, dirijidas directamente hacia tí, Keiran, en el momento en que empiezas a dejar ver tus facciones cáninas. La suerte de que justo la fruta que ingeriste diera para usar contigo ese apodo que tanto odias. Como sea, vista la situación y que le superáis en número, parece que él también decide ponerse serio, volviendo a proyectar su armadura. Una enorme estructura con la que casi te vuelve a igualar en altura, de un color negro metálico que le cubre por completo—. Supongo que haremos esto rápido y conciso pues. Yo que esperaba poder llevaros vivos a la celebración —. Se lamentó con sorna antes de bloquear tu embate con su ahora espadón. Este al trazar su arco, además, pareció coger una potencia igual a la que tú habías aplicado a tu hacha y ambas ondas de choque se disparon, generando dos nuevas a los lados a causa de la tensión.
Anna, ni siquiera se molestó en preocuparse por ti con esta armadura, bastante real, por cierto. Aunque es raro. Has estado pegado a él, y tanto tú como Cassandra habéis visto como su cuerpo no es más grande que lo que se ve sin armadura, sin embargo ahora se ha engrosado varios centimetros y es... Real. No hay ilusión optica que valga. Simplemente está ahí. ¿Has visto algo similar en algún momento? ¿Un poder que pudiera bloquear así los ataques de sus enemigos? Tu sangre tampoco parece ayudar, por cierto. Aunque la daga rebote y no le hagas nada, tu sangre tampoco es capaz de mover esa placa metalica. Sería como si intentases arrancar un trozo de piel sin más.
Y ahora le toca a él.
Sin separar su arma de la de Keiran, hace un giro de muñeca para intentar enganchar su espada al hacha, dejando la hoja a uno de sus lados y... tira para desarmarte, Keiran. Puedes seguir forcejeando con él o dejar que de quite a tu nueva compañera de tus manos como si fuera uno de esos abusones que se metían contigo de pequeño... Pero si mantienes el forcejeo, hará por soltar cuando mayor sea el tirón, para desestabilizarte e intentar patearte en tus partes nobles, buscando terminar de tirarte al suelo.
Al menos habéis conseguido convencer a vuestros nuevos subordinados, y es que estos han asimilado bien las palabras de Keiran. Sus opciones eran morir ahí, luchando por su libertad, o morir en la plaza, así que se suman al combate. Podéis usarles como os plazca, recordando que son NPC´s de nivel bajo, claro.
Keiran T. Farraige
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Saberes
Akuma no mi
Varios
La sonrisa que el pirata había mantenido en su rostro hasta el momento, ahora convertida en una inquietante mueca de aquel rostro canino, se torció al escuchar aquella forma tan despectiva de referirse a él por parte del caballero. De entre todas las palabras que podría haber usado en su contra tuvo que escoger «chucho callejero». No había más en el diccionario, ¿verdad? Tal vez aquella fruta que había ingerido hiciera demasiado fácil explotar esa faceta suya. Fue así cómo su ceño terminó por fruncirse prominentemente, justo en el momento en los dorados orbes de Keiran parecían prenderse en un intenso dorado, comenzando a perder el control de su propio cuerpo.
—¿Qué has dicho...? —inquirió el perro del infierno, manteniendo el forcejeo entre ambas armas y prácticamente ignorando el cambio en Tristán. Ya no había sonrisa en sus fauces ni burla o arrogancia en su mirada. Solo un odio ciego—. Voy a hacerme un colgante con tus tripas, desgraciado.
No se limitó únicamente a dejar que tirara de Díoltas para desarmarlo, sino que soltó premeditadamente el hacha en el momento en que comenzó a tirar, tal vez buscando que se desestabilizara ante la desaparición repentina de aquella resistencia. No solo eso, sino que aprovechó el propio impulso de aquel tirón para aproximarse más a él y no dejarle apenas espacio. Casi de forma automática, mientras que su diestra liberaba el arma, su siniestra cerró las garras en un puño y cayó como un meteorito con toda la fuerza que Keiran era capaz de proyectar en sus puñetazos buscando el rostro del bocazas. Si pese a esto el hombre intentaba golpearle de forma tan deshonrosa simplemente lo recibiría, dejándose llevar tanto por el frenesí que prácticamente ignoraría el dolor que pudiera generarle un golpe así.
Su cuerpo comenzaría a verse envuelto en las mismas llamas infernales que había proyectado con anterioridad desde sus fauces, dejando que este recorriera su pelaje impunemente y hasta saliendo de entre sus afilados colmillos. La garra libre —la que anteriormente sostenía el hacha— se lanzaría a toda velocidad con la intención de sujetar a Sir Tristán del cuello o de donde fuera que pudiera agarrarle. Ya no estaba pensando como capitán, ni siquiera era consciente a esas alturas de los movimientos que ocurrían a su alrededor; simplemente, ya no estaba allí. Solo quedaba una bestia iracunda y sedienta de sangre, y eso sería lo que obtendría a cualquier precio. Todo el fuego de su cuerpo y de su boca se proyectaría entonces contra el caballero, independientemente de que hubiera logrado agarrarlo o no. Tal vez aquellos brazaletes sirvieran contra las llamitas de otros, pero aquello era toda una llamarada que envolvería al contrario si no era capaz de zafarse.
—Arde, hijo de puta.
Tras esto trataría de apartarlo de él con una patada en el costado y, hubiera tenido éxito o no, aquellas llamas seguirían recorriendo el cuerpo del pirata, quien ya se preparaba para lanzarse de nuevo contra su presa de ser necesario.
—¿Qué has dicho...? —inquirió el perro del infierno, manteniendo el forcejeo entre ambas armas y prácticamente ignorando el cambio en Tristán. Ya no había sonrisa en sus fauces ni burla o arrogancia en su mirada. Solo un odio ciego—. Voy a hacerme un colgante con tus tripas, desgraciado.
No se limitó únicamente a dejar que tirara de Díoltas para desarmarlo, sino que soltó premeditadamente el hacha en el momento en que comenzó a tirar, tal vez buscando que se desestabilizara ante la desaparición repentina de aquella resistencia. No solo eso, sino que aprovechó el propio impulso de aquel tirón para aproximarse más a él y no dejarle apenas espacio. Casi de forma automática, mientras que su diestra liberaba el arma, su siniestra cerró las garras en un puño y cayó como un meteorito con toda la fuerza que Keiran era capaz de proyectar en sus puñetazos buscando el rostro del bocazas. Si pese a esto el hombre intentaba golpearle de forma tan deshonrosa simplemente lo recibiría, dejándose llevar tanto por el frenesí que prácticamente ignoraría el dolor que pudiera generarle un golpe así.
Su cuerpo comenzaría a verse envuelto en las mismas llamas infernales que había proyectado con anterioridad desde sus fauces, dejando que este recorriera su pelaje impunemente y hasta saliendo de entre sus afilados colmillos. La garra libre —la que anteriormente sostenía el hacha— se lanzaría a toda velocidad con la intención de sujetar a Sir Tristán del cuello o de donde fuera que pudiera agarrarle. Ya no estaba pensando como capitán, ni siquiera era consciente a esas alturas de los movimientos que ocurrían a su alrededor; simplemente, ya no estaba allí. Solo quedaba una bestia iracunda y sedienta de sangre, y eso sería lo que obtendría a cualquier precio. Todo el fuego de su cuerpo y de su boca se proyectaría entonces contra el caballero, independientemente de que hubiera logrado agarrarlo o no. Tal vez aquellos brazaletes sirvieran contra las llamitas de otros, pero aquello era toda una llamarada que envolvería al contrario si no era capaz de zafarse.
—Arde, hijo de puta.
Tras esto trataría de apartarlo de él con una patada en el costado y, hubiera tenido éxito o no, aquellas llamas seguirían recorriendo el cuerpo del pirata, quien ya se preparaba para lanzarse de nuevo contra su presa de ser necesario.
Anna Bloodfallen
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Mi estrategia, en principio infalible, ha terminado fracasando rotundamente. Y es que este caballero cuenta con una protección demasiado fuerte para mí. Soy incapaz de atravesarla, y ni siquiera sé por qué estoy peleando. ¿De verdad esta puerta es lo único que nos separa de la libertad? Algo dentro de mí me dice que estoy siendo arrastrada por la fuerte voluntad de este hombre-perro-fuego. Es… extraño, incluso diría que incómodo, aunque ahora mismo no es el momento de reflexionar.
Recordatorio: Jamás llamar chucho a este hombre. Ni siquiera sé lo que es, pero no debo llamarle así.
Ruedo hacia la derecha en un intento de alejarme de la pelea entre estos dos colosos. La verdad es que poco tengo que aportar, al menos de momento. La armadura que ha materializado este caballero no debe ser infinita, es imposible que lo sea. No tengo idea de qué está hecha, pero es lo suficientemente resistente como para frenar todos mis ataques. Sin embargo, hay formas inteligentes de deshacerse de alguien con una increíble resistencia a ataques físicos. Sin dudarlo un segundo más me dirijo hacia la cocina a toda velocidad, dejando el campo de batalla a mi espalda. Puede parecer que estoy huyendo, pero en realidad voy en busca de algo que nos acercará a la victoria, al menos un poco.
Seguramente en la cocina encontraré alcohol y, de ser así, lo repartiré en pequeñas botellitas. También busco harina, aunque en realidad cualquier especie de polvillo me servirá. En caso de encontrar trapos, improvisaré un par de cócteles molotov. No hace falta ser un genio para saber cómo se construye una de estas bombas. La tela servirá como mecha y el alcohol como material inflamable. Sería maravilloso si hubiera gasolina o una sustancia similar, pero jamás hay que esperar milagros. Volveré al campo de batalla una vez haya terminado de elaborar unos cinco cócteles molotov, y la sexta botellita la llenaría de harina.
Recordatorio: Jamás llamar chucho a este hombre. Ni siquiera sé lo que es, pero no debo llamarle así.
Ruedo hacia la derecha en un intento de alejarme de la pelea entre estos dos colosos. La verdad es que poco tengo que aportar, al menos de momento. La armadura que ha materializado este caballero no debe ser infinita, es imposible que lo sea. No tengo idea de qué está hecha, pero es lo suficientemente resistente como para frenar todos mis ataques. Sin embargo, hay formas inteligentes de deshacerse de alguien con una increíble resistencia a ataques físicos. Sin dudarlo un segundo más me dirijo hacia la cocina a toda velocidad, dejando el campo de batalla a mi espalda. Puede parecer que estoy huyendo, pero en realidad voy en busca de algo que nos acercará a la victoria, al menos un poco.
Seguramente en la cocina encontraré alcohol y, de ser así, lo repartiré en pequeñas botellitas. También busco harina, aunque en realidad cualquier especie de polvillo me servirá. En caso de encontrar trapos, improvisaré un par de cócteles molotov. No hace falta ser un genio para saber cómo se construye una de estas bombas. La tela servirá como mecha y el alcohol como material inflamable. Sería maravilloso si hubiera gasolina o una sustancia similar, pero jamás hay que esperar milagros. Volveré al campo de batalla una vez haya terminado de elaborar unos cinco cócteles molotov, y la sexta botellita la llenaría de harina.
- Resumen:
- Ir a la cocina a buscar harina, alcohol y botellitas para construir bombas incendiarias.
Cassandra Pendragon
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Cassandra apretó la mandíbula y frunció el ceño en señal de leve preocupación. Toda ínfima posibilidad de diplomacia acababa de ser tirada por la ventana con las palabras del caballero. Y ni siquiera le molestaba tanto el haber sido completamente ignorada, como el hecho de que aquel hombre acababa de cavar su propia tumba con sus verbas envenenadas.
Le había llamado chucho. No podía llamarle sabueso, o can, o bestia, no. Tenía que usar justo esa palabrita endemoniada, que activaba automáticamente el modo berserker del pelirrojo y le impedía pensar con la poca claridad de la disfrutaba su cerebro lleno de serrín. La noble quería pensar que había sido una coincidencia que el caballero le llamase así, teniendo en cuenta la apariencia que tenía Keiran en aquellos momentos, pero no pudo sino maldecir su mala suerte. Si algo estaba claro, era que Keiran no podía vencer a aquel tipo en solitario. De hecho, Cassandra empezaba a dudar si podrían vencerlo entre los tres, o incluso cuando los cobardes que se hacían llamar a sí mismos soldados decidiese echarles una mano. Porque aquella armadura evanescente era sin duda un problema extremadamente difícil de resolver.
Y, sin embargo, ahora Keiran estaría centrado en atacar en solitario, sin tener en cuenta a nadie más con sus movimientos o sus ataques, lo que lo convertía en un peligro para su propio bando. Si se acercaban demasiado a él, saldrían heridos como daños colaterales. Por una parte, la princesa se alegró de haber visto aquel comportamiento antes de llegar a Hallstat, para saber qué esperar. Aunque la anterior experiencia tampoco había sido extremadamente positiva.
La joven chasqueó la lengua en señal de resignación y desaprobación, antes de hablar.
—Regla número uno: Nunca, bajo ningún concepto, llaméis "eso" al Capitán —recalcó Cassandra, por si no había quedado lo suficientemente claro—. Sugerencia para los afortunados que han decidido unirse a la pelea: no os acerquéis a Keiran. Flanqueadlo. Buscad distraerlo, desequilibrarlo, lo que sea que nos sirva de ayuda.
A continuación, la noble daría un par de pasos hacia el interior de la cocina, esperando que el caballero estuviese lo suficientemente entretenido con Keiran y los pocos soldados que ahora se decidían a atacarlo también, para buscar sal, pimienta o salsa picante. Su objetivo era claro: atacar a los ojos. Podía proteger todo su cuerpo con aquella armadura mágica, pero necesitaba dejar los ojos libres para poder ver. Lo que situaba una diana en su rostro. Pudo ver cómo Anna se adentraba en las cocinas también, buscando cosas para probablemente prenderle fuego al caballero, o ayudar a expandir las llamas del pelirrojo, y Cassandra se encontró a sí misma pensando que aquella muchacha había sido una buena elección. Quizá no sabía muy bien por qué había decidido acogerla bajo su ala cuando lo hizo, pero le estaba demostrando por sí misma los motivos. Desde luego, parecía una adquisición mucho más útil que el niño salvaje irascible que saludaba dando puñetazos e insultando madres.
Una vez hubiese adquirido los ingredientes que buscaba, enfundaría a Zeus para tener una mano libre y regresaría de vuelta a la zona del combate, preparada para tirarle aquellas sustancias a la cara en cuanto tuviese ocasión. Entretanto, procuraría echar una mano a Keiran ejecutando un corte horizontal en el aire con la espada etérea, que crearía una onda cortante en dirección a los huecos poplíteos del caballero, buscando desestabilizarlo con el impacto más que causarle heridas.
Le había llamado chucho. No podía llamarle sabueso, o can, o bestia, no. Tenía que usar justo esa palabrita endemoniada, que activaba automáticamente el modo berserker del pelirrojo y le impedía pensar con la poca claridad de la disfrutaba su cerebro lleno de serrín. La noble quería pensar que había sido una coincidencia que el caballero le llamase así, teniendo en cuenta la apariencia que tenía Keiran en aquellos momentos, pero no pudo sino maldecir su mala suerte. Si algo estaba claro, era que Keiran no podía vencer a aquel tipo en solitario. De hecho, Cassandra empezaba a dudar si podrían vencerlo entre los tres, o incluso cuando los cobardes que se hacían llamar a sí mismos soldados decidiese echarles una mano. Porque aquella armadura evanescente era sin duda un problema extremadamente difícil de resolver.
Y, sin embargo, ahora Keiran estaría centrado en atacar en solitario, sin tener en cuenta a nadie más con sus movimientos o sus ataques, lo que lo convertía en un peligro para su propio bando. Si se acercaban demasiado a él, saldrían heridos como daños colaterales. Por una parte, la princesa se alegró de haber visto aquel comportamiento antes de llegar a Hallstat, para saber qué esperar. Aunque la anterior experiencia tampoco había sido extremadamente positiva.
La joven chasqueó la lengua en señal de resignación y desaprobación, antes de hablar.
—Regla número uno: Nunca, bajo ningún concepto, llaméis "eso" al Capitán —recalcó Cassandra, por si no había quedado lo suficientemente claro—. Sugerencia para los afortunados que han decidido unirse a la pelea: no os acerquéis a Keiran. Flanqueadlo. Buscad distraerlo, desequilibrarlo, lo que sea que nos sirva de ayuda.
A continuación, la noble daría un par de pasos hacia el interior de la cocina, esperando que el caballero estuviese lo suficientemente entretenido con Keiran y los pocos soldados que ahora se decidían a atacarlo también, para buscar sal, pimienta o salsa picante. Su objetivo era claro: atacar a los ojos. Podía proteger todo su cuerpo con aquella armadura mágica, pero necesitaba dejar los ojos libres para poder ver. Lo que situaba una diana en su rostro. Pudo ver cómo Anna se adentraba en las cocinas también, buscando cosas para probablemente prenderle fuego al caballero, o ayudar a expandir las llamas del pelirrojo, y Cassandra se encontró a sí misma pensando que aquella muchacha había sido una buena elección. Quizá no sabía muy bien por qué había decidido acogerla bajo su ala cuando lo hizo, pero le estaba demostrando por sí misma los motivos. Desde luego, parecía una adquisición mucho más útil que el niño salvaje irascible que saludaba dando puñetazos e insultando madres.
Una vez hubiese adquirido los ingredientes que buscaba, enfundaría a Zeus para tener una mano libre y regresaría de vuelta a la zona del combate, preparada para tirarle aquellas sustancias a la cara en cuanto tuviese ocasión. Entretanto, procuraría echar una mano a Keiran ejecutando un corte horizontal en el aire con la espada etérea, que crearía una onda cortante en dirección a los huecos poplíteos del caballero, buscando desestabilizarlo con el impacto más que causarle heridas.
- Resumen:
Sugerir amablemente a los soldados que no se metan en el camino de Keiran y ataquen al caballero desde los flancos.
Buscar sal, pimienta, salsa picante o cualquier otro ingrediente que sirviese para dejar sin vista al caballero al menos unos segundos, con la intención de lanzárselos a la cara cuando vea ocasión. (No en esta ronda)
Ejecutar una onda cortante dirigida a la parte de atrás de las rodillas del caballero, fuera del alcance del poder de Keiran, para desequilibrar a Sir Tristán.
Onda Cortante:
Rango 3: Aprende a lanzar ondas cortantes concentrando toda su fuerza en un único movimiento devastador (El grosor de la onda variará según la anchura del arma, pudiendo darse el caso de que martillos o armas muy gruesas generen una “línea de choque”). Esta onda transportará toda la fuerza del personaje en un único corte proyectado que a los diez metros habrá perdido la mitad de su potencia y abarcará cuatro veces más longitud, desvaneciéndose completamente a los treinta metros.
El hombre sonrió bajo su armadura al ver como sus provocaciones empezaban a surtir efecto. Quizás porque quería un desafío. Tal vez no deseaba aburrirse con este trabajo mandado por parte de Anthony como si fuera alguien inferior. ¿Acaso los inutiles de sus subordinados no podían hacer más que solo eso? Se había preguntado mientras bajaba las escaleras. Pero, por fortuna, acababa de encontrarse con un hueso duro de roer. O no solo uno, pero las otras dos resultaban más faciles de manejar, sobretodo si pretendían seguir ensañandose con él atacando directamente.
«Hacen bien en retirarse... ¿Pero por cuanto tiempo?», pensó para sus adentros mientras aún seguía forcejeando contigo, Keiran. Un solo objetivo en el que poder centrarse era más cómodo también para preveer los movimientos. Y es que cuando soltaste el arma no tardaste en notar como el caballero tristón hacia lo mismo, dejando caer su espada —de nuevo de su tamaño real— al suelo, repiqueteando el sonido metalico de ambas armas al caer, sonido que hizo eco en todo el pasillo, por cierto. Un tanto molesto para tus ahora más agudos oídos.
Tras evitar perder el equilibrio, no tardó en poner entre tu puño demoniaco y su cara su antebrazo izquierdo, amortiguando el golpe. Sus botas chirriaron sobre el suelo al ser arrastrado por tu fuerza, tan solo unos centímetros, aunque sin perder apenas la postura más allá de tener que flexionar las rodillas un poco. No se quedó parado tampoco. La patada pasó a ser un rodillazo, hecho con el impulso de flexionar las piernas y estirarlas mientras aprovechaba que te hubieras acercado, para trazar un golpe ascendente bastante ingrato que te da de ello antes de que tus garras se aprieten sobre la armadura. Parece que ya le tienes, si no fuera porque cuando las llamas van a salir de tu garganta y pelaje, justo en ese instante en el que estás ya regodeandote por poder prenderle fuego, la armadura se deshace entre tus manos y el hombre cae al suelo, quedando tumbado por un momento antes de rodar hacia tú izquiera, buscando en el camino recuperar su arma.
—Es una pena que un poder así haya caído en manos de semejante bárbaro —Se lamenta, empuñando su arma, la cual busca desde su baja posición aprovechar lo que tardes en reaccionar para lanzar un tajo al flanco de tu pierna izquierda, antes de verse en la obligación de defenderse de dos de los caballeros que habéis rescatado, que han intentado aprovechar para clavar sus lanzas de hielo atraves de su armadura, sin mucho exito—. Tendréis que esforzaros más si pensáis que con eso podéis dañarme. Pero es una pena. Anthony no estará complacido con esto, más me tocará mataros a todos aquí y ahora.
Mientras todo esto se sucede... Cass, Anna. Vosotras solo alcanzáis a ver por el rabillo del ojo como se sucede el combate, con Keiran tapando al caballero. Escucháis las armas cayendo, así como los gritos de Keiran... No tanto las palabras del caballero, quien habla en un tono neutro tanto en cuanto a emociones o timbre se refiere. Como sea, no tenéis tiempo que perder así que si no hacéis mucho caso y seguís a lo vuestro encontraréis que, como en toda cocina que se precie, los ingredientes más básicos están: Harina, pimienta, sal, azúcar y otras especias, entre las que Cassandra puede alcanzar a ver un polvillo de color rojo anaranjado con la palabra «chili» escrita. Los frascos son de medio litro de capacidad, salvo el de Harina, donde hay un Kilo y pico. Si abrías el refrigerador o la despensa podréis encontrar en cada cual los ingredientes pertinentes: carne, fruta... A Anna le toma un poco más de tiempo pero encuentra varias cajas de vino blanco para cocinar, así como aceite de girasol. Y los trapos donde los utensilios.
Cassandra, tú no tardas demasiado en coger lo que más te convenga, a no ser que quieras indagar un poco más. Si no lo haces, sales justo a tiempo para ver como los caballeros te han hecho caso e intentan encarar a Tristán, que se encuentra a medio levantar del suelo. Puedes intentar realizar esa onda cortante, pero lo más probable es que esta acabe impactando más en tu capitán y los otros dos aliados que van contigo que en el caballero, y eso seria contraproducente.
Anna, por tu parte... solo has encontrado botellas de medio litro de cristal... Llenas e leche. Te tocará vaciarlas y lavarlas un poco antes de preparar las bombas. Ah, y parece que Cassandra ha salido sin recuperar su preciada espada. Por cierto, ¿Una vez tengas tus preparativos hechos has pensado cómo prenderles fuego?
«Hacen bien en retirarse... ¿Pero por cuanto tiempo?», pensó para sus adentros mientras aún seguía forcejeando contigo, Keiran. Un solo objetivo en el que poder centrarse era más cómodo también para preveer los movimientos. Y es que cuando soltaste el arma no tardaste en notar como el caballero tristón hacia lo mismo, dejando caer su espada —de nuevo de su tamaño real— al suelo, repiqueteando el sonido metalico de ambas armas al caer, sonido que hizo eco en todo el pasillo, por cierto. Un tanto molesto para tus ahora más agudos oídos.
Tras evitar perder el equilibrio, no tardó en poner entre tu puño demoniaco y su cara su antebrazo izquierdo, amortiguando el golpe. Sus botas chirriaron sobre el suelo al ser arrastrado por tu fuerza, tan solo unos centímetros, aunque sin perder apenas la postura más allá de tener que flexionar las rodillas un poco. No se quedó parado tampoco. La patada pasó a ser un rodillazo, hecho con el impulso de flexionar las piernas y estirarlas mientras aprovechaba que te hubieras acercado, para trazar un golpe ascendente bastante ingrato que te da de ello antes de que tus garras se aprieten sobre la armadura. Parece que ya le tienes, si no fuera porque cuando las llamas van a salir de tu garganta y pelaje, justo en ese instante en el que estás ya regodeandote por poder prenderle fuego, la armadura se deshace entre tus manos y el hombre cae al suelo, quedando tumbado por un momento antes de rodar hacia tú izquiera, buscando en el camino recuperar su arma.
—Es una pena que un poder así haya caído en manos de semejante bárbaro —Se lamenta, empuñando su arma, la cual busca desde su baja posición aprovechar lo que tardes en reaccionar para lanzar un tajo al flanco de tu pierna izquierda, antes de verse en la obligación de defenderse de dos de los caballeros que habéis rescatado, que han intentado aprovechar para clavar sus lanzas de hielo atraves de su armadura, sin mucho exito—. Tendréis que esforzaros más si pensáis que con eso podéis dañarme. Pero es una pena. Anthony no estará complacido con esto, más me tocará mataros a todos aquí y ahora.
Mientras todo esto se sucede... Cass, Anna. Vosotras solo alcanzáis a ver por el rabillo del ojo como se sucede el combate, con Keiran tapando al caballero. Escucháis las armas cayendo, así como los gritos de Keiran... No tanto las palabras del caballero, quien habla en un tono neutro tanto en cuanto a emociones o timbre se refiere. Como sea, no tenéis tiempo que perder así que si no hacéis mucho caso y seguís a lo vuestro encontraréis que, como en toda cocina que se precie, los ingredientes más básicos están: Harina, pimienta, sal, azúcar y otras especias, entre las que Cassandra puede alcanzar a ver un polvillo de color rojo anaranjado con la palabra «chili» escrita. Los frascos son de medio litro de capacidad, salvo el de Harina, donde hay un Kilo y pico. Si abrías el refrigerador o la despensa podréis encontrar en cada cual los ingredientes pertinentes: carne, fruta... A Anna le toma un poco más de tiempo pero encuentra varias cajas de vino blanco para cocinar, así como aceite de girasol. Y los trapos donde los utensilios.
Cassandra, tú no tardas demasiado en coger lo que más te convenga, a no ser que quieras indagar un poco más. Si no lo haces, sales justo a tiempo para ver como los caballeros te han hecho caso e intentan encarar a Tristán, que se encuentra a medio levantar del suelo. Puedes intentar realizar esa onda cortante, pero lo más probable es que esta acabe impactando más en tu capitán y los otros dos aliados que van contigo que en el caballero, y eso seria contraproducente.
Anna, por tu parte... solo has encontrado botellas de medio litro de cristal... Llenas e leche. Te tocará vaciarlas y lavarlas un poco antes de preparar las bombas. Ah, y parece que Cassandra ha salido sin recuperar su preciada espada. Por cierto, ¿Una vez tengas tus preparativos hechos has pensado cómo prenderles fuego?
Keiran T. Farraige
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Un gruñido a causa del dolor salió de la garganta de Keiran cuando recibió el rodillazo de lleno, encorvándose un poco algo antes de que las llamas salieran contra el caballero que, como ya había hecho antes, se zafó de ellas. Hizo caso omiso a la desagradable sensación de sentir aquella molestia ascender desde sus bajos hasta asentarse en su vientre; estaba demasiado ofuscado con aquel hombre como para prestarle atención a algo así. Lo que no pudo obviar, sin embargo, fue el rápido movimiento que ejecutó el espadachín, apenas teniendo tiempo como para ladear el cuerpo lo suficiente como para que la herida que le produjo no fuera grave en exceso. Eso sí, el tajo se lo había llevado, dejando que la sangre fluyera y que su pierna doliera al apoyar el pie —pata, en este caso—.
Apretó los dientes y frunció el ceño mientras recuperaba a Díoltas del suelo, empuñándola ahora con una mano, aprovechando así el breve instante que los otros prisioneros le habían dado. Una leve pausa para recuperar el aliento y prepararse para un nuevo asalto.
—¿Una pena? —inquirió el pelirrojo, aún envuelto en llamas—. Lo usaré para matarte a ti y a todos los que ocupan este puto castillo. Aunque sea lo último que haga.
Y era una promesa.
Apenas dio algo de tiempo para que los de las lanzas tomaran distancia antes de que las llamas de su cuerpo y fauces volvieran a proyectarse contra el caballero aunque, en aquella ocasión, estas se extenderían por el suelo para subir después, dibujando una parábola inversa. El objetivo no era tanto alcanzarlo con eso como distraerlo, aunque no le desagradaría en absoluto que se chamuscara un poquito. Su ofensiva principal estaría aún por llegar, aprovechando el sabueso para sumirse en el interior de una de las sombras que sus llamas habían proyectado y desapareciendo casi en el acto. En aquel tenebroso mundo se sentía como en casa y podía notar la oscuridad de todos los sitios. Una herramienta útil para huir y desplazarse, pero también para dar caza a sus víctimas. Daba igual hacia dónde esquivara Tristán su fuego porque el capitán pirata emergería de su propia sombra, ahora con Ocras también desenvainada, y ejecutaría un mortífero embate doble con todas sus fuerzas, apoyado por más llamas que saldrían justo de debajo del caballero. ¿Su intención? Traspasar su armadura si es que volvía a conjurarla y partirlo en dos, chamuscándolo en el proceso.
Empezaba a comprender la naturaleza de aquella protección que era capaz de materializar a su alrededor, tal vez similar a lo que había usado en el pasado para matar a Leighton. Supuso así que no sería algo a lo que pudiera dar uso de forma indefinida, así que tal vez solo tuvieran que hacer que agotara su capacidad para proyectarla. También podría morirse con ese ataque si quería.
Apretó los dientes y frunció el ceño mientras recuperaba a Díoltas del suelo, empuñándola ahora con una mano, aprovechando así el breve instante que los otros prisioneros le habían dado. Una leve pausa para recuperar el aliento y prepararse para un nuevo asalto.
—¿Una pena? —inquirió el pelirrojo, aún envuelto en llamas—. Lo usaré para matarte a ti y a todos los que ocupan este puto castillo. Aunque sea lo último que haga.
Y era una promesa.
Apenas dio algo de tiempo para que los de las lanzas tomaran distancia antes de que las llamas de su cuerpo y fauces volvieran a proyectarse contra el caballero aunque, en aquella ocasión, estas se extenderían por el suelo para subir después, dibujando una parábola inversa. El objetivo no era tanto alcanzarlo con eso como distraerlo, aunque no le desagradaría en absoluto que se chamuscara un poquito. Su ofensiva principal estaría aún por llegar, aprovechando el sabueso para sumirse en el interior de una de las sombras que sus llamas habían proyectado y desapareciendo casi en el acto. En aquel tenebroso mundo se sentía como en casa y podía notar la oscuridad de todos los sitios. Una herramienta útil para huir y desplazarse, pero también para dar caza a sus víctimas. Daba igual hacia dónde esquivara Tristán su fuego porque el capitán pirata emergería de su propia sombra, ahora con Ocras también desenvainada, y ejecutaría un mortífero embate doble con todas sus fuerzas, apoyado por más llamas que saldrían justo de debajo del caballero. ¿Su intención? Traspasar su armadura si es que volvía a conjurarla y partirlo en dos, chamuscándolo en el proceso.
Empezaba a comprender la naturaleza de aquella protección que era capaz de materializar a su alrededor, tal vez similar a lo que había usado en el pasado para matar a Leighton. Supuso así que no sería algo a lo que pudiera dar uso de forma indefinida, así que tal vez solo tuvieran que hacer que agotara su capacidad para proyectarla. También podría morirse con ese ataque si quería.
- Resumen:
- • Aguantarse el dolor de huevos y recibir el tajo en el muslo, minimizando los daños todo lo posible.
• Aprovechar que anda distraído gracias a los presos para recuperar el hacha y lanzarle otra ráfaga de fuego a modo de distracción.
• Usar las sombras proyectadas por el fuego para meterse en una de ellas, emergiendo después desde la del propio Tristán a la que esquive para partirle la madre.
- Cazador de las sombras:
- Estas criaturas no eran temidas únicamente por su origen infernal ni por su capacidad inagotable de perseguir a las almas de los condenados, sino por los métodos que podían emplear para darles caza. Los sabuesos del inframundo son seres que viven entre el mundo espiritual y el terrenal; más allá de eso, son criaturas de la oscuridad. Es por ello que tienen la capacidad, a veces, de desplazarse a través de las sombras, pudiendo aparecerse frente a sus presas en cualquier momento, cuando menos luz hay.
Nivel 10: Sus instintos de cazador oscuro empiezan a evolucionar, viendo incrementada su capacidad de viajar a través del mundo sombrío. Una vez se sitúe sobre una sombra, pasado un segundo podrá fundirse con ella y aparecer en otra que se encuentre en un radio de cincuenta metros.
• Menos de 50 metros: 1 post de recarga.
Anna Bloodfallen
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Encuentro una serie de ingredientes que me podrán ayudar a tumbar al estúpido caballero. Lleva desprotegido el rostro, así que ya sé lo que toca. Lo primero que hago es vaciar las jarras de leche. No pretendo usar todas las bombas en este combate, de hecho, lleno un par de botellas únicamente con aceite porque, bueno, tengo algo en mente. Lo más curioso es ese polvillo rojo que tanto pica cuando acerco la nariz. Las lágrimas escapan por mis ojos y siento que todo me arde. Maldigo para mí, pero de pronto se me ocurre algo.
—Oye, tengo una idea —le digo a la señora escándalos, teniendo el frasco lleno de harina en una mano y el polvillo picante en la otra—. Para mí es imposible atravesar la armadura del caballero, pero lleva la cara desprotegida. Le lanzaré esto —señalo la botella— y luego tú le lanzarás este polvo que tanto pica a la cara. Es un guerrero experimentado, por acto reflejo golpeará la botella y creará una nube de harina que obstaculizará la visión. Inmediatamente después le lanzarás el polvillo picante; le picarán los ojos y no podrá ver. Será el momento de atacar, pero no te acerques a él —finalizo, señalando las botellas con aceite que he dejado sobre el mesón.
Levanto los dedos índice y corazón y empuño la mano rápidamente. Le explico que esta será la señal para atacar. Es imposible desarrollar una buena coordinación con alguien que apenas conoces, así que la probabilidad de fallar es realmente alta. Sin embargo, ¿qué otra cosa puedo hacer? Embestir de frente no es una alternativa, además quedaré envuelta en el fuego del perro-vagabundo. Por último, si la señora escándalos no tiene objeciones ni dudas, tocará regresar rápidamente al salón, aunque no sin antes guardar todo lo que he elaborado.
¿Y yo por qué estoy haciendo todo esto…?
Una vez en el salón (en caso de llegar sin ningún problema) persigo al enemigo con la mirada para calcular la distancia entre nosotros, así como también la velocidad de lanzamiento y el tipo de trayectoria. Bueno, “calcular”. Todo esto no tiene ningún número, apenas sé multiplicar, sino que es todo parte de mi imaginación. La visualización me ayuda a resolver problemas. Y dejando la cháchara de lado, doy inicio a la obra.
Intento ocupar el flanco derecho, posicionándome en un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto al caballero. He procurado mantenerme en la línea de visión de la señora escándalos porque necesito que vea mi mano izquierda. Inmediatamente después hago disimuladamente la señal, corro hacia delante y doy un salto al mismo tiempo que un grito escapa de mi boca. Tranquilos, está todo pensado. Es una manera de llamar la atención, permitiendo que el lanzamiento de la señora escándalos cuente con mayor probabilidad de éxito. Como sea, en mitad del salto arrojo con todas mis fuerzas la botella de harina. Si la golpea, esta reventará y esparcirá una nube de humo; si golpea su rostro, será un poco más de lo mismo. La harina es lo menos importante, el polvillo picante es la clave de esta operación. O eso le dije a la señora escándalos.
He imaginado algunos posibles escenarios y, si cualquiera de ellos se cumple, será momento de pasar a la siguiente etapa. En caso de que mi estrategia funcionase, cogeré una botella llena de aceite y la lanzaré al dorso del caballero. Estamos a unos seis metros, dudo que falle a esta distancia. Y luego lanzaré otra más, sólo para asegurarme.
—¡Fuego! —le grito al hombre-perro-fuego-pulgas. Espero que entienda a qué quiero llegar, a ver si las neuronas le siguen funcionando tras ser provocado.
—Oye, tengo una idea —le digo a la señora escándalos, teniendo el frasco lleno de harina en una mano y el polvillo picante en la otra—. Para mí es imposible atravesar la armadura del caballero, pero lleva la cara desprotegida. Le lanzaré esto —señalo la botella— y luego tú le lanzarás este polvo que tanto pica a la cara. Es un guerrero experimentado, por acto reflejo golpeará la botella y creará una nube de harina que obstaculizará la visión. Inmediatamente después le lanzarás el polvillo picante; le picarán los ojos y no podrá ver. Será el momento de atacar, pero no te acerques a él —finalizo, señalando las botellas con aceite que he dejado sobre el mesón.
Levanto los dedos índice y corazón y empuño la mano rápidamente. Le explico que esta será la señal para atacar. Es imposible desarrollar una buena coordinación con alguien que apenas conoces, así que la probabilidad de fallar es realmente alta. Sin embargo, ¿qué otra cosa puedo hacer? Embestir de frente no es una alternativa, además quedaré envuelta en el fuego del perro-vagabundo. Por último, si la señora escándalos no tiene objeciones ni dudas, tocará regresar rápidamente al salón, aunque no sin antes guardar todo lo que he elaborado.
¿Y yo por qué estoy haciendo todo esto…?
Una vez en el salón (en caso de llegar sin ningún problema) persigo al enemigo con la mirada para calcular la distancia entre nosotros, así como también la velocidad de lanzamiento y el tipo de trayectoria. Bueno, “calcular”. Todo esto no tiene ningún número, apenas sé multiplicar, sino que es todo parte de mi imaginación. La visualización me ayuda a resolver problemas. Y dejando la cháchara de lado, doy inicio a la obra.
Intento ocupar el flanco derecho, posicionándome en un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto al caballero. He procurado mantenerme en la línea de visión de la señora escándalos porque necesito que vea mi mano izquierda. Inmediatamente después hago disimuladamente la señal, corro hacia delante y doy un salto al mismo tiempo que un grito escapa de mi boca. Tranquilos, está todo pensado. Es una manera de llamar la atención, permitiendo que el lanzamiento de la señora escándalos cuente con mayor probabilidad de éxito. Como sea, en mitad del salto arrojo con todas mis fuerzas la botella de harina. Si la golpea, esta reventará y esparcirá una nube de humo; si golpea su rostro, será un poco más de lo mismo. La harina es lo menos importante, el polvillo picante es la clave de esta operación. O eso le dije a la señora escándalos.
He imaginado algunos posibles escenarios y, si cualquiera de ellos se cumple, será momento de pasar a la siguiente etapa. En caso de que mi estrategia funcionase, cogeré una botella llena de aceite y la lanzaré al dorso del caballero. Estamos a unos seis metros, dudo que falle a esta distancia. Y luego lanzaré otra más, sólo para asegurarme.
—¡Fuego! —le grito al hombre-perro-fuego-pulgas. Espero que entienda a qué quiero llegar, a ver si las neuronas le siguen funcionando tras ser provocado.
- Resumen:
- » Terminar con los preparativos.
» Regresar al salón/pasillo y lanzarle una botella de harina a la cara.
» Si la estrategia funciona, lanzarle dos botellas de aceite.
» Pedirle amablemente a Keiran que haga fuego.
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Cassandra encontró sin excesivo problema un par de botes pequeños con las palabras "pimienta" y "chili". Si bien no tenía la más remota idea sobre cocinar, su personalidad prepotente la había obligado a aprenderse al menos los ingredientes, aunque no supiese cómo cocinarlos, para poder quejarse con argumento al chef de turno sobre por qué su plato estaba mal cocinado, o sobre qué le faltaba o sobraba a la comida.
Con ese conocimiento escaso, la joven merciana cogió el tarro de pimienta, y iba a coger el de chili cuando su menuda compañera se le adelantó y la interpeló.
—Ese era más o menos mi plan: atacar a los ojos y la nariz. Si nublamos sus sentidos o lo hacemos perder la concentración unos segundos, algo me dice que esa armadura se desvanecerá y lo dejará vulnerable. Momento perfecto para ser incendiado por las llamas de Keiran. Me gusta como piensas, Anna —finalizó, con una media sonrisa, cogiendo el tarro de chili. La muchacha demostraba con cada una de sus acciones y cada una de sus medidas palabras que era una adición perfecta a la banda pirata y, aunque no le había ofrecido oficialmente unirse a ellos, la rubia no tardaría en ofrecerle un hueco en el barco una vez hubiese terminado todo aquel rifirrafe de guerras civiles y golpes de estado.
La princesa abrió con cuidado los tarros, vació la mitad del tarro de chili en el fregadero y lo llenó con pimienta, para luego cerrarlo y, tras abandonar el tarro medio vacío de pimienta, llevarse el tarro lleno con su nueva mezcla extra-picante e irritante y regresar junto a la muchacha a la batalla, para encontrarse con Keiran aún enzarzado en su duelo con Tristán, y a los soldados ayudando... al menos intentando ayudar.
La noble se situó al otro flanco del caballero, caminando con fingida parsimonia en un intento por hacer el menor ruido posible con sus tacones, sin perder de vista a Anna para ver la señal que habían acordado. Keiran estaba entonces soltando llamas y embistiendo a Tristán de nuevo, claramente todavía enfadado por el insulto.
Cuando la señal llegó, y la menuda ingeniosa se lanzó hacia el caballero gritando para llamar la atención, Cassandra se apresuraría a adelantarse para acercarse al enemigo, estiraría el brazo hacia atrás para ganar potencia y, una vez la harina hubiese impactado con el oponente, aprovecharía la distracción que le supondría a Tristán efectuar el corte o ser golpeado, y le lanzaría el tarro de pimienta y chili procurando apuntar a su rostro desde una distancia de seguridad, unos cinco metros, para evitar las llamas del pelirrojo y al mismo tiempo asegurarse en la medida de lo posible de que el proyectil acertaba el objetivo.
A continuación, si tenía éxito con la jugada, se apartaría dando dos grandes zancadas hacia atrás para evitar el fuego, la explosión, o lo que fuese que pasase a continuación, desenfundaría de nuevo a Zeus y efectuaría una onda cortante diagonal, dirigida de nuevo al torso del caballero que, con suerte, esta vez sí le haría daño.
Si con aquella jugarreta escasamente noble no lograban al menos debilitar las defensas de la mole armada, Cassandra se encontraría a sí misma en una situación inaudita: no sabría qué hacer.
Con ese conocimiento escaso, la joven merciana cogió el tarro de pimienta, y iba a coger el de chili cuando su menuda compañera se le adelantó y la interpeló.
—Ese era más o menos mi plan: atacar a los ojos y la nariz. Si nublamos sus sentidos o lo hacemos perder la concentración unos segundos, algo me dice que esa armadura se desvanecerá y lo dejará vulnerable. Momento perfecto para ser incendiado por las llamas de Keiran. Me gusta como piensas, Anna —finalizó, con una media sonrisa, cogiendo el tarro de chili. La muchacha demostraba con cada una de sus acciones y cada una de sus medidas palabras que era una adición perfecta a la banda pirata y, aunque no le había ofrecido oficialmente unirse a ellos, la rubia no tardaría en ofrecerle un hueco en el barco una vez hubiese terminado todo aquel rifirrafe de guerras civiles y golpes de estado.
La princesa abrió con cuidado los tarros, vació la mitad del tarro de chili en el fregadero y lo llenó con pimienta, para luego cerrarlo y, tras abandonar el tarro medio vacío de pimienta, llevarse el tarro lleno con su nueva mezcla extra-picante e irritante y regresar junto a la muchacha a la batalla, para encontrarse con Keiran aún enzarzado en su duelo con Tristán, y a los soldados ayudando... al menos intentando ayudar.
La noble se situó al otro flanco del caballero, caminando con fingida parsimonia en un intento por hacer el menor ruido posible con sus tacones, sin perder de vista a Anna para ver la señal que habían acordado. Keiran estaba entonces soltando llamas y embistiendo a Tristán de nuevo, claramente todavía enfadado por el insulto.
Cuando la señal llegó, y la menuda ingeniosa se lanzó hacia el caballero gritando para llamar la atención, Cassandra se apresuraría a adelantarse para acercarse al enemigo, estiraría el brazo hacia atrás para ganar potencia y, una vez la harina hubiese impactado con el oponente, aprovecharía la distracción que le supondría a Tristán efectuar el corte o ser golpeado, y le lanzaría el tarro de pimienta y chili procurando apuntar a su rostro desde una distancia de seguridad, unos cinco metros, para evitar las llamas del pelirrojo y al mismo tiempo asegurarse en la medida de lo posible de que el proyectil acertaba el objetivo.
A continuación, si tenía éxito con la jugada, se apartaría dando dos grandes zancadas hacia atrás para evitar el fuego, la explosión, o lo que fuese que pasase a continuación, desenfundaría de nuevo a Zeus y efectuaría una onda cortante diagonal, dirigida de nuevo al torso del caballero que, con suerte, esta vez sí le haría daño.
Si con aquella jugarreta escasamente noble no lograban al menos debilitar las defensas de la mole armada, Cassandra se encontraría a sí misma en una situación inaudita: no sabría qué hacer.
- Resumen:
- Coger el chili y la pimienta.
- Acordar plan con Anna.
- Lanzar el tarro mezcla de chili y pimienta a la cara del caballero con la esperanza de que se rompa cerca del rostro del caballero y se llene su alrededor inmediato de especias picantes, nublándole así los sentidos de vista y olfato.
- Lanzar una onda cortante con Zeus.
Adam
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El muchacho había hecho muy bien en fijarse en aquellas pisadas, y es que el pequeño atisbo de lucidez había hecho que el muchacho se percatará de la dirección que había tomado su amo, y sus demás sentidos no tardaron en advertirle de que así era. La mezcla de olores a azufre, chamuscado y sudor le iban marcando paso a paso como guiarse por le intrincados pasadizos que tanto reto había supuesto al rubio plateado.
No pasaron más de un par de minutos antes de que acabará llegando a la cocina, lo primero con lo que se topó el muchacho fue un tonel, el cual tenía bastante de la “esencia de Keiran”, sin dudarlo por un instante el muchacho se zambulló en el barril para descubrir que se trataba de un barril de manzanas, espantando así a una pobre rata que lo habitaba y a la más que probable causa del olor, o del hedor, mejor dicho.
Si bien el muchacho se ofuscó y decepciono un poco, no resulto nada que no se le pasará tras zamparse un par de manzanas, aunque tal vez la palabra zampar resultaba demasiado fina como para definir aquella manera de ingerir a través de aquel casco plateado cuya forma emulaba el rostro de un halcón. Aún así el muchacho rápidamente se percató de unos extraños sonidos, por lo que, asomándose de forma furtiva desde el interior de su barril, comenzó a espiar a una desconocida muchacha que andaba haciendo extrañas maquinaciones con una serie de botellas con fluido.
-¿Agua del norte?- se preguntó el muchacho mientras espiaba a la absorta muchacha de cabellos oscuros desde el umbral de la puerta – ¿saber a rana también?- pensó recordando el sabor del abrevadero de que había estado bebiendo en los últimos días.
Lamentablemente para el muchacho el hecho de tener un casco puesto reducía considerablemente su rango de visión, o al menos lo suficiente como para que no se percatará de Cass hasta que esta se lanzó a la ofensiva, se disponía a gritar el nombre de su la segunda al mando cuando accidentalmente y por el hecho de estar masticando, comenzó a atragantarse evitando así el aviso. Sin perder ni un segundo y dándose un par de golpes en el pecho el muchacho salió de un salto del barril saliendo coarriendo tras la propia Cassandra, para finalmente alcanzar a ver a su infame capitán, Kerian “no se qué” siendo atacado por una de esas criaturas sin voz.
Un sentimiento de alivió recorrió el cuerpo de Adam al ver que su capitán seguía vivo y aún no se había transformado en una de esas infames criaturas heladas, y por otro lado sintió terror al ver como uno de esos hombres sin voz se disponía a terminar la que el creía como el último ritual que convertiría a su amo en aquella carcasa sin vida.
Mientras todas estas ideas atravesaban las tal vez no tan escasas neuronas del rubio, el cuerpo de este ya se había puesto en marcha flexionando sus piernas, el muchacho se corrió contra la montaña de hojalata, incorporándose a la refriega tras la resolución de las dos ondas cortantes, justo cuando se encontraba a escasos dos metros del gigantón, para una vez ahí propinar un fortísimo saltó con todas sus fuerzas con el que trataría de situarse a la altura del “arranca voces” a la vez que comenzaba a usar la cabeza, estirando su cuello hacia atrás, para justo cuando ambos cascos se alinearan propinar un cabezazo contra el hombre enfundado en su propio casco de metal con todas las fuerzas que hubiera podido acumular en el salto.
-DEVOLVERME A MI AMO- gritó Adam en un sonoro estruendo que no tardaría en hacer retumbar los muros del castillo y es que el rubio de corazón puro había hecho una promesa de no abandonar a su amo, y no pensaba hacerlo por nada del mundo.
No pasaron más de un par de minutos antes de que acabará llegando a la cocina, lo primero con lo que se topó el muchacho fue un tonel, el cual tenía bastante de la “esencia de Keiran”, sin dudarlo por un instante el muchacho se zambulló en el barril para descubrir que se trataba de un barril de manzanas, espantando así a una pobre rata que lo habitaba y a la más que probable causa del olor, o del hedor, mejor dicho.
Si bien el muchacho se ofuscó y decepciono un poco, no resulto nada que no se le pasará tras zamparse un par de manzanas, aunque tal vez la palabra zampar resultaba demasiado fina como para definir aquella manera de ingerir a través de aquel casco plateado cuya forma emulaba el rostro de un halcón. Aún así el muchacho rápidamente se percató de unos extraños sonidos, por lo que, asomándose de forma furtiva desde el interior de su barril, comenzó a espiar a una desconocida muchacha que andaba haciendo extrañas maquinaciones con una serie de botellas con fluido.
-¿Agua del norte?- se preguntó el muchacho mientras espiaba a la absorta muchacha de cabellos oscuros desde el umbral de la puerta – ¿saber a rana también?- pensó recordando el sabor del abrevadero de que había estado bebiendo en los últimos días.
Lamentablemente para el muchacho el hecho de tener un casco puesto reducía considerablemente su rango de visión, o al menos lo suficiente como para que no se percatará de Cass hasta que esta se lanzó a la ofensiva, se disponía a gritar el nombre de su la segunda al mando cuando accidentalmente y por el hecho de estar masticando, comenzó a atragantarse evitando así el aviso. Sin perder ni un segundo y dándose un par de golpes en el pecho el muchacho salió de un salto del barril saliendo coarriendo tras la propia Cassandra, para finalmente alcanzar a ver a su infame capitán, Kerian “no se qué” siendo atacado por una de esas criaturas sin voz.
Un sentimiento de alivió recorrió el cuerpo de Adam al ver que su capitán seguía vivo y aún no se había transformado en una de esas infames criaturas heladas, y por otro lado sintió terror al ver como uno de esos hombres sin voz se disponía a terminar la que el creía como el último ritual que convertiría a su amo en aquella carcasa sin vida.
Mientras todas estas ideas atravesaban las tal vez no tan escasas neuronas del rubio, el cuerpo de este ya se había puesto en marcha flexionando sus piernas, el muchacho se corrió contra la montaña de hojalata, incorporándose a la refriega tras la resolución de las dos ondas cortantes, justo cuando se encontraba a escasos dos metros del gigantón, para una vez ahí propinar un fortísimo saltó con todas sus fuerzas con el que trataría de situarse a la altura del “arranca voces” a la vez que comenzaba a usar la cabeza, estirando su cuello hacia atrás, para justo cuando ambos cascos se alinearan propinar un cabezazo contra el hombre enfundado en su propio casco de metal con todas las fuerzas que hubiera podido acumular en el salto.
-DEVOLVERME A MI AMO- gritó Adam en un sonoro estruendo que no tardaría en hacer retumbar los muros del castillo y es que el rubio de corazón puro había hecho una promesa de no abandonar a su amo, y no pensaba hacerlo por nada del mundo.
- resumen:
- atragantarse con manzanas
- perder la cabeza al ver a keiran, es decir, lanzarse de cabeza contra el "arrancador de voces" antes de que ultime su ritual
- gritar, gritar mucho, no se que coño esperabais
- posiblemente morir con una sonrisa con resto de manzana
- atragantarse con manzanas
Tal como esperaba vuestro capitán, el caballero fue capaz de rodar, esta vez dando una voltereta por el suelo hacia atrás, antes de incorporarse, evitando la lengua de fuego ascendente. Solo eso fue capaz de esquivar, sin embargo. Estaba nervioso, y es que podía notarte, Keiran... Notarte pero no verte. Su cabeza se movió de un lado a otro de la sala mientras te buscaba, girando para encararte justo cuando saliste de la sombra, dejando la cocina a su espalda. Su armadura volvió a surgir recibiendo el impacto en su mayoría. Con una de sus manos detuvo tu hacha malamente, gruñendo; con la otra empuñaba la espada que había puesto con dificultad entre el espadón y él.
Pero eso era lo de menos, la presión hacía que tuviera que concentrar todos sus esfuerzos en ti para no ser partido en dos, demasiado compactado como para poder liberarse a tiempo de tu ataque, retroceder, moverse. Le inmovilizaste lo suficiente como para que las llamas le dieran de pleno, gritando de dolor.
En esta situación, parecía que lo tenías todo controlado, Keiran. Si el fuego era algo que no podía detener significaba que solo tenías que seguir así. Y no eres el único en pensarlo, tus compañeras han estado trabajando muy duro, preparando un ataque conjunto en apenas segundos con lo que tenían a mano. De repente pudiste escuchar un sonido roto, un vidrio que se estrellaba con fuerza contra algo duro, en este caso el casco proyectado por el caballero. Al reventar, los cristales se salpicaron por todos lados y lo mismo hizo la harina, levantando una polvareda que pronto llegaría hasta tu nariz... Seguida del olor de la pimienta y el chili.
Cass, Anna. El ataque no le habrá dado a los ojos directamente, pero sin duda estos se le han debido irrita, al igual que la garganta y la nariz al respirar la mezcla. El único inconveniente es que, o Keiran se ha apartado a tiempo o él también debe estar sufriendo los efectos ahora. Aunque no todo es malo, ¿no? Es decir. El hombre ya estaba en llamas, el aceite lanzado por Anna solo hizo empeoró aún más la situación pues su armadura se esfumaría en cuanto Keiran se echara para atrás. El hombre empezaría a rodar por el suelo después de recibir el contundente cabezazo de Adam... Si este no se frena al ver las llamas. Así que solo os quedaría rematarlo... Aparentemente. Si consigue apagar el fuego antes de que hagáis nada seguramente vuelva a la carga.
Pero eso era lo de menos, la presión hacía que tuviera que concentrar todos sus esfuerzos en ti para no ser partido en dos, demasiado compactado como para poder liberarse a tiempo de tu ataque, retroceder, moverse. Le inmovilizaste lo suficiente como para que las llamas le dieran de pleno, gritando de dolor.
En esta situación, parecía que lo tenías todo controlado, Keiran. Si el fuego era algo que no podía detener significaba que solo tenías que seguir así. Y no eres el único en pensarlo, tus compañeras han estado trabajando muy duro, preparando un ataque conjunto en apenas segundos con lo que tenían a mano. De repente pudiste escuchar un sonido roto, un vidrio que se estrellaba con fuerza contra algo duro, en este caso el casco proyectado por el caballero. Al reventar, los cristales se salpicaron por todos lados y lo mismo hizo la harina, levantando una polvareda que pronto llegaría hasta tu nariz... Seguida del olor de la pimienta y el chili.
Cass, Anna. El ataque no le habrá dado a los ojos directamente, pero sin duda estos se le han debido irrita, al igual que la garganta y la nariz al respirar la mezcla. El único inconveniente es que, o Keiran se ha apartado a tiempo o él también debe estar sufriendo los efectos ahora. Aunque no todo es malo, ¿no? Es decir. El hombre ya estaba en llamas, el aceite lanzado por Anna solo hizo empeoró aún más la situación pues su armadura se esfumaría en cuanto Keiran se echara para atrás. El hombre empezaría a rodar por el suelo después de recibir el contundente cabezazo de Adam... Si este no se frena al ver las llamas. Así que solo os quedaría rematarlo... Aparentemente. Si consigue apagar el fuego antes de que hagáis nada seguramente vuelva a la carga.
Keiran T. Farraige
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No hubo una sonrisa por parte del sabueso cuando sus armas fueron bloqueadas por Tristán una vez emergió de su propia sombra, aunque sí un sentimiento de satisfacción. Podía notar el esfuerzo que estaba poniendo en frenarlo, pero había algo que ni su armadura y su fuerza serían capaces de frenar: las llamas del infierno. A lo largo del combate se había dado cuenta de algo, y es que aquellas protecciones que se proyectaban desde su cuerpo eran significativamente similares a aquella extraña energía que él mismo podía controlar a veces. El haki, como era conocido en Grand Line, era una defensa perfecta frente a cualquier golpe, pero no tanto como protección elemental. Incluso si estaba errado, ¿por qué debía protegerle de algo así su armadura? No lo hizo, como era de esperar.
Tan centrado en bloquear sus golpes estaba que había logrado mantenerlo inmóvil, siendo así inviable que volviera a esquivar su fuego. Lo que no vieron venir ninguno de los dos combatientes fueron los frascos que estallaron sobre el caballero. Keiran arrugó la nariz al notar la harina en su morro, aunque la mueca se intensificaría poco después cuando el olor de la pimienta y el chili llegaron hasta su nariz. Tuvo que separarse así de su enemigo, casi como acto reflejo al notar un intenso ardor hacerse con sus fosas nasales, seguido de una suerte de tos canina que no era capaz de controlar, terminando por frotarse el morro con una de sus zarpas sin conseguir los resultados esperados con ello. Aquellos ojos ambarinos que ahora fulgían con el fuego del averno comenzaron a lagrimar, irritados. De haber estado en su forma humana tal vez no se hubiera visto afectado de aquella manera, pero sus agudizados sentidos le estaban jugando una mala pasada. ¡Ni siquiera era capaz de centrarse lo suficiente como para percatarse de que Adam acababa de llegar! Frunció el ceño, rabioso, y buscó enfocar aquella frustración en la única prioridad que tenía en ese momento: acabar con la vida de aquel desgraciado.
Como buenamente pudo recuperó a Ocras, caminando hacia Tristán mientras empuñaba el oscuro mandoble con ambas manos. El caballero se retorcía de dolor en el suelo, tratando de zafarse de aquellas llamas que se avivaban gracias al aceite. El pelirrojo alzó su arma al tiempo que el fuego se alteraba alrededor de su cuerpo, justo antes de descargar un poderoso haz que buscaría decapitar a su objetivo. Si no lo lograba, las llamas volverían a cernirse sobre él.
—¡¿Desperdicio...?! Desper... —tosió violentamente, viéndose incapacitado de hablar. Volvió a intentarlo—. ¡¿Desperdicio dond...?! —pero no pudo. Terminaría por desistir, habiéndose asegurado de que Tristán hubiera muerto primero. Buscó entonces a Cassandra y a Anna entre estornudos y tosidos, recuperando su forma humana—. ¿Qué cojones... habéis echado...?
Le habría gustado que aquella muerte no hubiera sido tan patética, pero no podía ponerle remedio a sus picores. Buscó entonces con la mirada a la nueva figura que había aparecido en escena, topándose con el salvaje de Adam, imposible de confundir con aquellas pintas que llevaba pese al yelmo. Ni siquiera lo saludó, simplemente buscó alguna fuente de agua que pudiera echarse a la cara para limpiarse un poco toda aquella porquería. Una vez lo hiciera volvería junto al resto, con los ojos y la nariz irritados y una voz claramente afectada.
—¿De dónde sales, Adam? —inquirió, tomando el yelmo de su cabeza y quitándoselo—. ¿Dónde está Alexander? ¿Y el resto? —Esperó a que intentara explicarse, si es que lo hacía—. No importa... vamos a buscarlo. Ya hemos perdido suficiente tiempo.
Se acercaría entonces al cadáver del hombre de Anthony tras haber recogido sus armas, apartando el cuerpo de una patada y tomando su cabeza por el cabello. Si había causado semejante terror en los prisioneros que ahora le seguían solo por haberle visto, ¿qué no inspiraría la cabeza del caballero en manos de su asesino? Sí, serviría como señal. Una primera señal de que nadie debía meterse en el camino de los Ravenous Hounds.
—Andando.
Off: Asumo la muerte de Tristán tras consultarle a la moderadora.
Tan centrado en bloquear sus golpes estaba que había logrado mantenerlo inmóvil, siendo así inviable que volviera a esquivar su fuego. Lo que no vieron venir ninguno de los dos combatientes fueron los frascos que estallaron sobre el caballero. Keiran arrugó la nariz al notar la harina en su morro, aunque la mueca se intensificaría poco después cuando el olor de la pimienta y el chili llegaron hasta su nariz. Tuvo que separarse así de su enemigo, casi como acto reflejo al notar un intenso ardor hacerse con sus fosas nasales, seguido de una suerte de tos canina que no era capaz de controlar, terminando por frotarse el morro con una de sus zarpas sin conseguir los resultados esperados con ello. Aquellos ojos ambarinos que ahora fulgían con el fuego del averno comenzaron a lagrimar, irritados. De haber estado en su forma humana tal vez no se hubiera visto afectado de aquella manera, pero sus agudizados sentidos le estaban jugando una mala pasada. ¡Ni siquiera era capaz de centrarse lo suficiente como para percatarse de que Adam acababa de llegar! Frunció el ceño, rabioso, y buscó enfocar aquella frustración en la única prioridad que tenía en ese momento: acabar con la vida de aquel desgraciado.
Como buenamente pudo recuperó a Ocras, caminando hacia Tristán mientras empuñaba el oscuro mandoble con ambas manos. El caballero se retorcía de dolor en el suelo, tratando de zafarse de aquellas llamas que se avivaban gracias al aceite. El pelirrojo alzó su arma al tiempo que el fuego se alteraba alrededor de su cuerpo, justo antes de descargar un poderoso haz que buscaría decapitar a su objetivo. Si no lo lograba, las llamas volverían a cernirse sobre él.
—¡¿Desperdicio...?! Desper... —tosió violentamente, viéndose incapacitado de hablar. Volvió a intentarlo—. ¡¿Desperdicio dond...?! —pero no pudo. Terminaría por desistir, habiéndose asegurado de que Tristán hubiera muerto primero. Buscó entonces a Cassandra y a Anna entre estornudos y tosidos, recuperando su forma humana—. ¿Qué cojones... habéis echado...?
Le habría gustado que aquella muerte no hubiera sido tan patética, pero no podía ponerle remedio a sus picores. Buscó entonces con la mirada a la nueva figura que había aparecido en escena, topándose con el salvaje de Adam, imposible de confundir con aquellas pintas que llevaba pese al yelmo. Ni siquiera lo saludó, simplemente buscó alguna fuente de agua que pudiera echarse a la cara para limpiarse un poco toda aquella porquería. Una vez lo hiciera volvería junto al resto, con los ojos y la nariz irritados y una voz claramente afectada.
—¿De dónde sales, Adam? —inquirió, tomando el yelmo de su cabeza y quitándoselo—. ¿Dónde está Alexander? ¿Y el resto? —Esperó a que intentara explicarse, si es que lo hacía—. No importa... vamos a buscarlo. Ya hemos perdido suficiente tiempo.
Se acercaría entonces al cadáver del hombre de Anthony tras haber recogido sus armas, apartando el cuerpo de una patada y tomando su cabeza por el cabello. Si había causado semejante terror en los prisioneros que ahora le seguían solo por haberle visto, ¿qué no inspiraría la cabeza del caballero en manos de su asesino? Sí, serviría como señal. Una primera señal de que nadie debía meterse en el camino de los Ravenous Hounds.
—Andando.
Off: Asumo la muerte de Tristán tras consultarle a la moderadora.
Cassandra Pendragon
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Cassandra se había cubierto la boca y la nariz tras lanzar la onda cortante, con la mano que ahora tenía libre tras deshacer en chiribitas la espada espiritual con un chasquido, pero no había podido evitar que algunas partículas de pimienta y chili se le colasen por las fosas nasales, lo que le provocó un par de estornudos quedos y delicados, tras fallar sus intentos de reprimir los mismos.
Los ojos se le empañaron por la ligera irritación, y envainó a Zeus para sacudir la otra mano frente a ella en un vano intento de apartar las especias de sus alrededores.
Entretanto, el pelirrojo parecía rematar al caballero, que había caído presa de su ataque sorpresa. Y, hablando de ataques sorpresa, ¿de dónde había salido el niño salvaje? Siempre estaba donde menos lo esperabas. Quizá se había guiado por el olfato para encontrar a su amo.
—El niño semidesnudo está con nosotros —dictaminó, avisando así a los soldados que quedaban en pie y a Anna de que no se trataba de un nuevo enemigo al que atacar. Los soldados estaban demasiado ocupados estornudando como para prestarle atención al niño, sin embargo.
Sin mayor dilación, al tiempo que Keiran se hacía cargo de Tristán, Cassandra recuperó a Firenze del otro lado de la sala y la examinó para comprobar que no había sido dañada por el golpe antes de devolverla a su vaina correspondiente y dejarla descansar sobre su cadera. Sintió una ligera satisfacción al notar el peso de ambas espadas en su cadera de nuevo, a la vez que se lamentaba de no tener consigo el diario donde apuntaba sus ocurrencias. Debía recordar buscar una manera de utilizar las espadas espirituales a la vez que las reales, para darle mayor libertad de rango de acción y movimiento en combates como aquel. También tomó nota mental de llevar una botella de agua consigo para echársela a Keiran con intención de comprobar si así se calmaba, y aquella conjunción de chili y pimienta parecía extremadamente efectiva...
—Utilizamos lo que teníamos a mano para distraerlo, nublarle los sentidos o incrementar tus habilidades, y no podíamos sencillamente gritar lo que íbamos a hacer porque eso lo pondría a él en sobre aviso, ¿no te parece? —explicó ante la pregunta de su capitán—. No puedes negar que ha sido efectivo. Quizá podría utilizar esa composición rebajada con algún líquido para poder dirigirlo con mayor precisión a una zona concreta... —meditó, más para sí que para nadie, añadiendo otro punto a la lista de cosas que anotar—. Si el niño está aquí, Alexander no puede andar muy lejos —observó a continuación, tras una nueva intervención de Keiran—. Va siendo hora de que salgamos de aquí. Libertad, muchachos —le dijo a los soldados, con una sonrisa de suficiencia—. Alegraos de haber escogido al bando adecuado en esta pequeña contienda. Y grabad nuestro nombre en vuestros cerebros: Ravenous Hounds. Los que queráis seguirnos y uniros a nuestra causa sois más que bienvenidos. Los que no... hasta aquí hemos llegado. Marchad de vuelta a vuestros dueños y rezad para no toparos de nuevo con nosotros.
A continuación, observando cómo el capitán pirata cogía la cabeza de Tristán como una especie de trofeo, Cass ladeó la propia con gesto entre analítico y asqueado.
—No ha sido la muerte más honrada del mundo, pero dudo que se mereciese una muerte de ese estilo. Probablemente se mereciese una muerte sucia e indigna. Procura no acercarlo mucho a mí, no querría que se me manchase la ropa con su sucia sangre de plebeyo.
Los ojos se le empañaron por la ligera irritación, y envainó a Zeus para sacudir la otra mano frente a ella en un vano intento de apartar las especias de sus alrededores.
Entretanto, el pelirrojo parecía rematar al caballero, que había caído presa de su ataque sorpresa. Y, hablando de ataques sorpresa, ¿de dónde había salido el niño salvaje? Siempre estaba donde menos lo esperabas. Quizá se había guiado por el olfato para encontrar a su amo.
—El niño semidesnudo está con nosotros —dictaminó, avisando así a los soldados que quedaban en pie y a Anna de que no se trataba de un nuevo enemigo al que atacar. Los soldados estaban demasiado ocupados estornudando como para prestarle atención al niño, sin embargo.
Sin mayor dilación, al tiempo que Keiran se hacía cargo de Tristán, Cassandra recuperó a Firenze del otro lado de la sala y la examinó para comprobar que no había sido dañada por el golpe antes de devolverla a su vaina correspondiente y dejarla descansar sobre su cadera. Sintió una ligera satisfacción al notar el peso de ambas espadas en su cadera de nuevo, a la vez que se lamentaba de no tener consigo el diario donde apuntaba sus ocurrencias. Debía recordar buscar una manera de utilizar las espadas espirituales a la vez que las reales, para darle mayor libertad de rango de acción y movimiento en combates como aquel. También tomó nota mental de llevar una botella de agua consigo para echársela a Keiran con intención de comprobar si así se calmaba, y aquella conjunción de chili y pimienta parecía extremadamente efectiva...
—Utilizamos lo que teníamos a mano para distraerlo, nublarle los sentidos o incrementar tus habilidades, y no podíamos sencillamente gritar lo que íbamos a hacer porque eso lo pondría a él en sobre aviso, ¿no te parece? —explicó ante la pregunta de su capitán—. No puedes negar que ha sido efectivo. Quizá podría utilizar esa composición rebajada con algún líquido para poder dirigirlo con mayor precisión a una zona concreta... —meditó, más para sí que para nadie, añadiendo otro punto a la lista de cosas que anotar—. Si el niño está aquí, Alexander no puede andar muy lejos —observó a continuación, tras una nueva intervención de Keiran—. Va siendo hora de que salgamos de aquí. Libertad, muchachos —le dijo a los soldados, con una sonrisa de suficiencia—. Alegraos de haber escogido al bando adecuado en esta pequeña contienda. Y grabad nuestro nombre en vuestros cerebros: Ravenous Hounds. Los que queráis seguirnos y uniros a nuestra causa sois más que bienvenidos. Los que no... hasta aquí hemos llegado. Marchad de vuelta a vuestros dueños y rezad para no toparos de nuevo con nosotros.
A continuación, observando cómo el capitán pirata cogía la cabeza de Tristán como una especie de trofeo, Cass ladeó la propia con gesto entre analítico y asqueado.
—No ha sido la muerte más honrada del mundo, pero dudo que se mereciese una muerte de ese estilo. Probablemente se mereciese una muerte sucia e indigna. Procura no acercarlo mucho a mí, no querría que se me manchase la ropa con su sucia sangre de plebeyo.
- Resumen:
- Sufrir las consecuencias de sus acciones.
- Recuperar a Firenze.
- Darles una última oportunidad a los soldados de unirse a su causa.
Anna Bloodfallen
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Podría decir que la estrategia culinaria ha sido un completo éxito. Ja, y la madre Isabella decía que era una pésima cocinera. Ya anotaré esta combinación de ingredientes en mi libreta de asuntos mortales. La pimienta, la harina y el aceite son letales; nadie puede decir lo contrario. Un recurso indispensable es el fuego, y algo me dice que lo tendré a mano de manera recurrente, después de todo, Keiran puede vomitarlo. Yo solo tiro baba, ¿sirve? En todo caso, creo que es un poco cómico el que alguien tan tenebroso y rabioso como el perro-vomita-lava estornude como un cachorrito con gripe. Si alguna vez tengo que enfrentarme a esta gente, usaré mis tácticas culinarias mortales.
Con todo lo que ha pasado a mi alrededor no pude fijarme en el chico que acaba de aparecer. Error mío. Una inquisidora siempre debe estar pendiente de lo que pasa en su entorno. Lo que me pregunto en realidad es en qué mundo vive como para entrar al combate dando un puto cabezazo. ¿Está mal de la cabeza? Bah, eso ya me lo ha dejado clarísimo. En pos de mi salud mental debería mantenerme alejada de esta extraña criatura que roza el salvajismo. Si no lo miro ni le hablo no reparará en mí, así funciona la invisibilidad. Eso es, silenciosa y discreta, silenciosa y discreta…
—¿Y ahora qué hacemos? —le pregunto a la señorita escándalos, acercándome a ella—. Los combates directos no son lo mío, lo siento… Pero puedo tomar la delantera y explorar el camino, recabar información sobre esta gente.
Depende de lo que me diga haré una cosa u otra. Al final estoy haciendo lo necesario por sobrevivir, aunque una parte de mí dice que he elegido el bando incorrecto. ¿Y cómo puede ser eso tras ver los poderes del capitán? Es que es eso. Un solo caballero nos la ha jugado a los tres. Si no fuera por la superioridad numérica y la fuerza del perro-fuego habríamos perdido en un combate individual.
Con todo lo que ha pasado a mi alrededor no pude fijarme en el chico que acaba de aparecer. Error mío. Una inquisidora siempre debe estar pendiente de lo que pasa en su entorno. Lo que me pregunto en realidad es en qué mundo vive como para entrar al combate dando un puto cabezazo. ¿Está mal de la cabeza? Bah, eso ya me lo ha dejado clarísimo. En pos de mi salud mental debería mantenerme alejada de esta extraña criatura que roza el salvajismo. Si no lo miro ni le hablo no reparará en mí, así funciona la invisibilidad. Eso es, silenciosa y discreta, silenciosa y discreta…
—¿Y ahora qué hacemos? —le pregunto a la señorita escándalos, acercándome a ella—. Los combates directos no son lo mío, lo siento… Pero puedo tomar la delantera y explorar el camino, recabar información sobre esta gente.
Depende de lo que me diga haré una cosa u otra. Al final estoy haciendo lo necesario por sobrevivir, aunque una parte de mí dice que he elegido el bando incorrecto. ¿Y cómo puede ser eso tras ver los poderes del capitán? Es que es eso. Un solo caballero nos la ha jugado a los tres. Si no fuera por la superioridad numérica y la fuerza del perro-fuego habríamos perdido en un combate individual.
- Resumen:
- Pues comentar un poco todo y preguntarle a Cass qué haremos ahora.
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