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Tras la horrible aventura en el hielo en la que más de 30 hombres perdieron la vida a causa del frío, Jojo se separó de aquellos pobres desgraciados deseando que el dinero que les dio, conjunto a sus atenciones médicas, realmente les sirviese para reencauzar sus vidas. A veces dudaba de que sus actos realmente tuvieran algún impacto en el mundo, y otras tantas se sentia tan seguro de ello que le empujaba a seguir adelante hasta límites insospechados. Aquella vez, por desgracia, el futuro de aquellos hombres le era arto incierto. Pero no podía hacer nada más. Bueno, podía, pero el autosacrificio tenía unos límites que muchas veces se debía imponer a la fuerza, por el bien de su salud física y mental.
En aquel instante, tras aquel infierno, lo que necesitaba era un descanso. Uno en el que sin duda reaprendería a apreciar las cosas que muchos tomaban por seguras, como una cama caliente, una mantita blanda, un buen plato de comida cocinada, el suave rumor de las personas a su alrededor viviendo una vida bajo la seguridad de la piedra y el acero. Allí no había predadores, no había hielo, y no había muerte -no al menos acechando de una manera tan obvia como en los icebergs.
Lo único que le molestaba de todo aquello era la infinita noche. Una noche cerrada y desconsiderada que obligaba a todos los habitantes de DarkDome a consumir la valiosa electricidad que en otros lugares era poco más que un sueño de pura ficción. Una eterna noche que la gente había aprovechado para retorcer sus deseos en una jungla de cristal y acero poblada por una fauna letal. El ganado pululaba de aquí para allá con sus cámaras y sus carteras bien llenas, llevados por pastores ansiosos de complacer a los verdaderos dueños de aquel dinero. Grandes fortunas, grandes empresas, casi tan grandes como la avaricia misma eran las que sustentaban aquel reloj funcionando. Aquello era tan hermoso como aterrador. Y eso si no teníamos en cuenta a los carroñeros y carnívoros menores que trabajaban a la sombra de las factorías, los callejones y los rincones más oscuros de una ciudad completamente a la sombra.
Afortunadamente se escondían bien. Afortunadamente no tenía la preocupación de verlos desde donde estaba Jojo. La luz de neón y el lujo de las comodidades y del cristal de la zona comercial tenían sus ventajas. Tomando con interés uno de los panfletos ofrecidos al público, el cornudo se decidió por fin por una recompensa a todo su sufrimiento. ¡Cuánto se equivocaba el pobre! ¡Lo peor estaba a punto de llegar!
Y cargado con los bártulos recién comprados para montar un pequeño stand, embutido en su trajecito remendado de segunda mano, el pobre diablo marchó a la convención para montar su puestecillo de dibujos.
¡Ah, el horror de trabajar por comisión!
En aquel instante, tras aquel infierno, lo que necesitaba era un descanso. Uno en el que sin duda reaprendería a apreciar las cosas que muchos tomaban por seguras, como una cama caliente, una mantita blanda, un buen plato de comida cocinada, el suave rumor de las personas a su alrededor viviendo una vida bajo la seguridad de la piedra y el acero. Allí no había predadores, no había hielo, y no había muerte -no al menos acechando de una manera tan obvia como en los icebergs.
Lo único que le molestaba de todo aquello era la infinita noche. Una noche cerrada y desconsiderada que obligaba a todos los habitantes de DarkDome a consumir la valiosa electricidad que en otros lugares era poco más que un sueño de pura ficción. Una eterna noche que la gente había aprovechado para retorcer sus deseos en una jungla de cristal y acero poblada por una fauna letal. El ganado pululaba de aquí para allá con sus cámaras y sus carteras bien llenas, llevados por pastores ansiosos de complacer a los verdaderos dueños de aquel dinero. Grandes fortunas, grandes empresas, casi tan grandes como la avaricia misma eran las que sustentaban aquel reloj funcionando. Aquello era tan hermoso como aterrador. Y eso si no teníamos en cuenta a los carroñeros y carnívoros menores que trabajaban a la sombra de las factorías, los callejones y los rincones más oscuros de una ciudad completamente a la sombra.
Afortunadamente se escondían bien. Afortunadamente no tenía la preocupación de verlos desde donde estaba Jojo. La luz de neón y el lujo de las comodidades y del cristal de la zona comercial tenían sus ventajas. Tomando con interés uno de los panfletos ofrecidos al público, el cornudo se decidió por fin por una recompensa a todo su sufrimiento. ¡Cuánto se equivocaba el pobre! ¡Lo peor estaba a punto de llegar!
Y cargado con los bártulos recién comprados para montar un pequeño stand, embutido en su trajecito remendado de segunda mano, el pobre diablo marchó a la convención para montar su puestecillo de dibujos.
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En apenas unas semanas había conocido a mucha gente, y ¡Milagro! seguían respirando. El Tontatta había sido muy majo a pesar de que casi lo diseco y me lo meto en el bolsillo, el hombre orca también había sido un puntazo entre otros. ¿Qué me encontraría hoy? Había de todo en este mundo y estaba seguro de que esos dos no serían los únicos bichos raros del mundo.
-Habló de puta la tacones.
-Que te calles, estoy tratando de poner al día.
Bueno fuera como fuera había acabado en una nueva isla, Dark Dome. Un lugar del que perfectamente podían apuñalarte en cada rincón y donde los asesinos siguen teniendo un oscuro velo de misticismo y traumas personales. Me encanta. Yo había llegado hace apenas unas horas y me encontraba en lo que denominaban "distrito comercial. Llevaba mi habitual traje acompañado de mi infalible maquillaje, más parecía un artista callejero que un galante caballero. El punto fuerte de aquella isla era la noche perpetua, perfecto si lograba hacer algunos chanchullos ilegales por la zona.
-Umm que hacer....admito que tengo ganas de tener liquidez...pero también tengo hambre- dije antes de ser abordado por un lugareño que me entregó un panfleto sobre no sé que de una convención. El caso es que me quedé mirando el panfleto.
-Veamos.....habrá comida....bebida, muchas carteras llenas....y seguramente mujeres exhuberantes.
-Y guardias.
-Y guardias.
-Y más guardias.
Suspiré hacia arriba- ¿De verdad porqué sois tan siesos? Iros a dormir, tomo el timón yo ahora.
-Pues estamos jodidos...
Así que estiré mi traje para acomodarlo, no sin antes guardar el panfleto en mi bolsillo y poner rumbo a dicho lugar. Cada diez pasos me llevaba la mano a los bolsillos, tratando de garantizar que mis "cosas" siguieran allí. Nunca se sabe.
-Habló de puta la tacones.
-Que te calles, estoy tratando de poner al día.
Bueno fuera como fuera había acabado en una nueva isla, Dark Dome. Un lugar del que perfectamente podían apuñalarte en cada rincón y donde los asesinos siguen teniendo un oscuro velo de misticismo y traumas personales. Me encanta. Yo había llegado hace apenas unas horas y me encontraba en lo que denominaban "distrito comercial. Llevaba mi habitual traje acompañado de mi infalible maquillaje, más parecía un artista callejero que un galante caballero. El punto fuerte de aquella isla era la noche perpetua, perfecto si lograba hacer algunos chanchullos ilegales por la zona.
-Umm que hacer....admito que tengo ganas de tener liquidez...pero también tengo hambre- dije antes de ser abordado por un lugareño que me entregó un panfleto sobre no sé que de una convención. El caso es que me quedé mirando el panfleto.
-Veamos.....habrá comida....bebida, muchas carteras llenas....y seguramente mujeres exhuberantes.
-Y guardias.
-Y guardias.
-Y más guardias.
Suspiré hacia arriba- ¿De verdad porqué sois tan siesos? Iros a dormir, tomo el timón yo ahora.
-Pues estamos jodidos...
Así que estiré mi traje para acomodarlo, no sin antes guardar el panfleto en mi bolsillo y poner rumbo a dicho lugar. Cada diez pasos me llevaba la mano a los bolsillos, tratando de garantizar que mis "cosas" siguieran allí. Nunca se sabe.
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Jojo no encontró problemas para ingresar en la convención. No como otros, que siquiera tenían un "disfraz con cuernos" lo que desde luego les dejaba bastante lejos de ser categorizados como amantes de lo peludo. Una vez dentro, el mudo se dio cuenta del extraño y variopinto mundo en el que se había metido. La nave comercial, inmensa y embebida dentro de uno de aquellos enormes edificios de negocios, de altos techos y espacio diáfano apenas dividido por columnas estaba llena de diferentes puestos de diversa índole.
—Los de los fanarts tenéis una sección por allí. No ha venido mucha gente que no sea comercial, así que hay bastante sitio—le indicó un guardia vestido con un traje de pelo completo.
Tras darse un paseo por los recónditos rincones de la convención, y sin querer desviar mucho su mirada ante los distintos disfraces y corruptos productos de la ciudad del comercio nocturno, Jojo finalmente llegó a la sección que pese al cartel, dada la ausencia de artistas, más bien parecía un área de descanso. Estaba solo en aquel recinto delimitado por pequeñas vallas blancas de plástico. Sin embargo, aquello no le desanimó, y comenzó a monstar su pequeño stand, al lado de una columna, colgando sus obras con un papel ya preparado anexo a una cinta de celofán -para así no dejar residuos-.
Aunque la temática era variada, había escogido las obras que habia considerado más apropiadas para los gustos que supuso iba a encontrar. Escenas de naturaleza, varias prácticas re-hechas sobre el cuerpo de Tilikum, alguna que otra sirena sacada de un mástil de proa, esbozos sacados de revistas.... Pese a no ser propiamente un amante de lo peludo, como artista había recorrido algunos caminos por el bien del avance y la práctica de su arte. Y ahora estaba de lleno en uno.
"Se hacen retratos" "Se hacen comisiones". A aquellos carteles los acompañaban un pequeño horario -pues quería disfrutar también de lo que se le ofrecieira en aquella extraña convención, y una disculpa y petición de entendimiento por la traba que podía ser su discapacidad.
Tras contemplar su obra y escribir "Abierto" en su pequeña pizarrita, Jojo se puso al otro lado del stand y lamentó no haberse traido una silla. Aquello era lo que le faltaba, lo que le había estado dando vueltas a la cabeza todo este tiempo.
Probablemente podría encontrar una silla en aquel sitio... ¿no? Borrando la pizarra para poner un "Ahora vuelvo", marchó para encontrar un preciado asiento.
—Los de los fanarts tenéis una sección por allí. No ha venido mucha gente que no sea comercial, así que hay bastante sitio—le indicó un guardia vestido con un traje de pelo completo.
Tras darse un paseo por los recónditos rincones de la convención, y sin querer desviar mucho su mirada ante los distintos disfraces y corruptos productos de la ciudad del comercio nocturno, Jojo finalmente llegó a la sección que pese al cartel, dada la ausencia de artistas, más bien parecía un área de descanso. Estaba solo en aquel recinto delimitado por pequeñas vallas blancas de plástico. Sin embargo, aquello no le desanimó, y comenzó a monstar su pequeño stand, al lado de una columna, colgando sus obras con un papel ya preparado anexo a una cinta de celofán -para así no dejar residuos-.
Aunque la temática era variada, había escogido las obras que habia considerado más apropiadas para los gustos que supuso iba a encontrar. Escenas de naturaleza, varias prácticas re-hechas sobre el cuerpo de Tilikum, alguna que otra sirena sacada de un mástil de proa, esbozos sacados de revistas.... Pese a no ser propiamente un amante de lo peludo, como artista había recorrido algunos caminos por el bien del avance y la práctica de su arte. Y ahora estaba de lleno en uno.
"Se hacen retratos" "Se hacen comisiones". A aquellos carteles los acompañaban un pequeño horario -pues quería disfrutar también de lo que se le ofrecieira en aquella extraña convención, y una disculpa y petición de entendimiento por la traba que podía ser su discapacidad.
Tras contemplar su obra y escribir "Abierto" en su pequeña pizarrita, Jojo se puso al otro lado del stand y lamentó no haberse traido una silla. Aquello era lo que le faltaba, lo que le había estado dando vueltas a la cabeza todo este tiempo.
Probablemente podría encontrar una silla en aquel sitio... ¿no? Borrando la pizarra para poner un "Ahora vuelvo", marchó para encontrar un preciado asiento.
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Pero el mudo, como con tantas otras cosas en su vida, tenía muy mala suerte. Yendo de aquí para allá siendo la comidilla de los mejor disfrazados, que se jactaban de lo poco apropiado que era vestir de aquella manera en la convención, el pobre diablo fue objetivo de burlas y quejas.
—No es un verdadero furro.
—¿Solo cuernos? Qué mal disfraz.
—La gente ya no se curra las cosas. No como yo. Mira, hasta puedo mover la cola.
Pero todos ellos no eran más que humanos, y siquiera variantes, solo una panda de colgados que disfrutaban demasiado con poner en un pedestal a una de las razas del mundo que, en muchos aspectos, no los hubieran tenido ni en consideración. Y mucho menos si sabian que aquel pedestal no era un lugar solo de simple y cordial admiración, si no de un sucio y pecaminoso fetichismo.
Tras mucho dar vueltas entre personas tan rancias como el olor que empapaba muchos de sus pesados disfraces, Jojo consiguió hacerse con una silla de plástico que habían sobrado al montar una de las multitudinarias charlas cuyo tópico tuvo la desgracia de conocer.
"Cómo seducir a un mink y sobrevivir en el intento"
Ni que fueran mantis religiosas, pensó con una sonrisa divertida, casi a costa de todos aquellos seres perdidos que balbuceaban a favor y en contra de los aspectos culturales de una raza que durante casi toda su existencia había estado perdida y alejada del mundo y que, en los recientes años, había retomado una popularidad generalizada más allá de los oscuros rincones de los vídeos, revistas y novelas de contenido solo apto para adultos. Campo que, por supuesto, seguía llevando el liderato en cuanto a material sobre los mink, y que lo seguiría llevando por mucho tiempo.
Para sorpresa del mudo, en el puesto se había formado una pequeña cola de interesados que le esperaban ansiosos. Con una ancha sonrisa y un andar cantarino, Jojo tomó asiento y bajo las quejas del primero en la cola -un hombre niño como tantos había alli´- dio la vuelta a la pizarra para indicar finalmente la apertura de su stand. Aquello fue algo que lamentaría poco después, muy poco después.
—Por fin, llevo esperando más de cinco minutos, seguro. Verás, quiero que me dibujes, bueno no a mí, a mi minksona —y acto seguido sacó sus mejores dibujos, que bien podrían haberlo sido de un niño o un espasmódico—. Se llama Fluff Cottontail, y es un mink con sangre de gyojin tiburón que controla con el kárate gyojin no el agua, si no la sangre de sus enemigos...
—No es un verdadero furro.
—¿Solo cuernos? Qué mal disfraz.
—La gente ya no se curra las cosas. No como yo. Mira, hasta puedo mover la cola.
Pero todos ellos no eran más que humanos, y siquiera variantes, solo una panda de colgados que disfrutaban demasiado con poner en un pedestal a una de las razas del mundo que, en muchos aspectos, no los hubieran tenido ni en consideración. Y mucho menos si sabian que aquel pedestal no era un lugar solo de simple y cordial admiración, si no de un sucio y pecaminoso fetichismo.
Tras mucho dar vueltas entre personas tan rancias como el olor que empapaba muchos de sus pesados disfraces, Jojo consiguió hacerse con una silla de plástico que habían sobrado al montar una de las multitudinarias charlas cuyo tópico tuvo la desgracia de conocer.
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Ni que fueran mantis religiosas, pensó con una sonrisa divertida, casi a costa de todos aquellos seres perdidos que balbuceaban a favor y en contra de los aspectos culturales de una raza que durante casi toda su existencia había estado perdida y alejada del mundo y que, en los recientes años, había retomado una popularidad generalizada más allá de los oscuros rincones de los vídeos, revistas y novelas de contenido solo apto para adultos. Campo que, por supuesto, seguía llevando el liderato en cuanto a material sobre los mink, y que lo seguiría llevando por mucho tiempo.
Para sorpresa del mudo, en el puesto se había formado una pequeña cola de interesados que le esperaban ansiosos. Con una ancha sonrisa y un andar cantarino, Jojo tomó asiento y bajo las quejas del primero en la cola -un hombre niño como tantos había alli´- dio la vuelta a la pizarra para indicar finalmente la apertura de su stand. Aquello fue algo que lamentaría poco después, muy poco después.
—Por fin, llevo esperando más de cinco minutos, seguro. Verás, quiero que me dibujes, bueno no a mí, a mi minksona —y acto seguido sacó sus mejores dibujos, que bien podrían haberlo sido de un niño o un espasmódico—. Se llama Fluff Cottontail, y es un mink con sangre de gyojin tiburón que controla con el kárate gyojin no el agua, si no la sangre de sus enemigos...
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Las cosas que uno tenía que aguantar para ganarse la vida... Jojo soportaba con una amplia sonrisa las ocurrencias de sus clientes que rozaban lo levemente vergonzoso, pasando por lo inapropiado y llegando hasta la más oscura fantasía que sobrepasaría hecha en carne los principios básicos de lo que significaba ser humano. O gyojin. O mink. O, bueno, una persona con un mínimo de empatía.
La espiral descendente de fetiches, filias y parafilias de aquellos individuos caía hasta un abismo oscuro y secreto que Jojo transformaba en real. No claro, sin la preocupación de que aquello diese pie a algo más, por mucho que intentase calmar sus nervios pensando que aquellas cosas que dibujaba solo eran -y seguirian siendo- dibujos producto de unas retorcidas mentes y llevado a cabo por sus diestras manos.
—Más. Un poco más. Y ya si pudieras reflejar lo perdido, lo... cuánto lo han corrompido...
Aquello no era solo un ejercicio físico, una simple tarea de sus manos dispuestas a trasladar sobre el papel aquellas fantasías de pesadilla. No. Era un ejercicio mental. Soportar cada crítica, cada retoque, cada ansia de sus clientes reavivada por el carboncillo y la tinta, cada retorno de esa oscura hambre al darles a probar muestras de unos platos hechos a medida que les daban ganas de comer aún más. Adelantarse a sus deseos antes de verse forzado a escucharlos, no sorprenderse cuando sobrepasaran sus infames predicciones, no juzgar. No vomitar. No pensar en aquello como algo más que un juego, lejos de toda consecuencia... real. Aquello no era real. No debía serlo.
Pero algo le hacía sospechar que lo era. Que alguien en algún lugar llevaba a cabo aquellos actos en carne. Quizá impulsado todo por una primera ficción de la que era... cómplice. No le agradaba nada pensar eso, algo que hacía cada vez que trabajaba en aquel género; uno de los pocos que pagaban convenientemente su trabajo. Aquello no pasaba con otras profesiones, pero él no era fontanero, ni científico, ni siquiera le consideraban un artesano... Todos le trataban con la deferencia que solían tratar a los artistas. Menos allí. Algún listo hubo que quiso pagar su dibujo con fama y publicidad, pero pronto fue acorralado y pisoteado por el resto de la cola; y aquello reavivó en Jojo una sonrisa que había sido durante un largo tiempo poco más que una máscara que llevaba casi por defecto.
Terminó su horario de trabajo una hora después de lo expuesto, habiendo entregado su última obra, que en comparativa con algunos de los trabajos que había tenido que realizar era mucho más light, y sopesó su pequeña bolsa de cuentas. Nunca en su vida había tenido nada con billetes que pesase. Un precio más que justo por su experiencia, su tiempo, sus materiales, su talento, su esfuerzo y el dolor de su falanges.
¿Y para qué?
Se encontró dándole vueltas a aquella pregunta. Ahora que era CP, no tenía que preocuparse demasiado por el dinero.
La espiral descendente de fetiches, filias y parafilias de aquellos individuos caía hasta un abismo oscuro y secreto que Jojo transformaba en real. No claro, sin la preocupación de que aquello diese pie a algo más, por mucho que intentase calmar sus nervios pensando que aquellas cosas que dibujaba solo eran -y seguirian siendo- dibujos producto de unas retorcidas mentes y llevado a cabo por sus diestras manos.
—Más. Un poco más. Y ya si pudieras reflejar lo perdido, lo... cuánto lo han corrompido...
Aquello no era solo un ejercicio físico, una simple tarea de sus manos dispuestas a trasladar sobre el papel aquellas fantasías de pesadilla. No. Era un ejercicio mental. Soportar cada crítica, cada retoque, cada ansia de sus clientes reavivada por el carboncillo y la tinta, cada retorno de esa oscura hambre al darles a probar muestras de unos platos hechos a medida que les daban ganas de comer aún más. Adelantarse a sus deseos antes de verse forzado a escucharlos, no sorprenderse cuando sobrepasaran sus infames predicciones, no juzgar. No vomitar. No pensar en aquello como algo más que un juego, lejos de toda consecuencia... real. Aquello no era real. No debía serlo.
Pero algo le hacía sospechar que lo era. Que alguien en algún lugar llevaba a cabo aquellos actos en carne. Quizá impulsado todo por una primera ficción de la que era... cómplice. No le agradaba nada pensar eso, algo que hacía cada vez que trabajaba en aquel género; uno de los pocos que pagaban convenientemente su trabajo. Aquello no pasaba con otras profesiones, pero él no era fontanero, ni científico, ni siquiera le consideraban un artesano... Todos le trataban con la deferencia que solían tratar a los artistas. Menos allí. Algún listo hubo que quiso pagar su dibujo con fama y publicidad, pero pronto fue acorralado y pisoteado por el resto de la cola; y aquello reavivó en Jojo una sonrisa que había sido durante un largo tiempo poco más que una máscara que llevaba casi por defecto.
Terminó su horario de trabajo una hora después de lo expuesto, habiendo entregado su última obra, que en comparativa con algunos de los trabajos que había tenido que realizar era mucho más light, y sopesó su pequeña bolsa de cuentas. Nunca en su vida había tenido nada con billetes que pesase. Un precio más que justo por su experiencia, su tiempo, sus materiales, su talento, su esfuerzo y el dolor de su falanges.
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Se encontró dándole vueltas a aquella pregunta. Ahora que era CP, no tenía que preocuparse demasiado por el dinero.
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¿Pero cuánta gente podía siquiera atreverse a pensar lo mismo que el mudo? Habiá visto la miseria de primera mano, y, qué demonios, la había vivido. Si él no quería o no podía encontrarle un propósito a aquel dinero, estaba seguro que otros serían capaces de encontrárselo fácilmente. Pero aquella, en si misma, no era la cuestión que se planteaba Jojo. No.
Era la futilidad de la caridad que tanto repartía por el mundo.
Porque aquellos pobres a los que muchas veces había dado dinero no invertían el nuevo dinero en nada. No cambiaban. Seguían con las mismas actitudes que les condenaban a una vida de pobreza. Como si aquello, en una instancia más profunda incluso que la mente, fuese en realidad una enfermedad.
Un cáncer.
No le gustaba pensar bajo aquella premisa, pero no eran pocas veces que aquella maldad reverberaba dentro de su cráneo. Las noticias, bien hiladas por los telares del gobierno, daban fundamento a la xenofobia en casi todas sus formas, desde la racial a la puramente dogmática. A veces era presa de ello, de una manera casi instintiva, verdadero objetivo de las fuerzas detrás del papel y la tinta, pero luego pensaba. Pero qué difícil, qué disuasorio era el simple acto de tener que pensar.
Por que cuando uno pensaba, incluso forzándose a pensar en el bien que podía esconder el mundo, encontraba de primera mano las ingratas experiencias de los malechores con los que había tenido la mala fortuna de haber encontrado a lo largo de su vida. ¿Acaso valía la pena hacerlos cambiar? Y aunque la valiese, ¿no había gente que necesitase más de su atención que los rotos y descosidos? Creyó recordar haber leído un concepto económico que le venía al pelo: "A coste perdido".
¿Y él? ¿Qué pasaba con él? ¿No se merecía a caso sentir los placeres de la vida que se había ganado con su esfuerzo y talento? Aquella actitud era aun más seductora tras lo vivido en el hielo. Tras llegar a la resolución de que la vida no era más que una competencia en la que, muy rara vez, la humanidad tenía la oportunidad de brillar. Una oportunidad que a veces escogía.
Una que... quizás, él podía escoger.
Siempre había sido un felpudo. Un buenazo. Un tonto.
Tras recorrer la convención y no encontrar más interés en ella que el propio recuerdo, Jojo se unió a otros tantos que salían de allí. Quizá si le hubiese importado donde iban con tanta prisa se hubiera topado con su supervisor de la misión anterior, pero en vez de ello se dirigió hacia los barrios pobres. Buscaba algo, algo que era difícil de encontrar.
Era la futilidad de la caridad que tanto repartía por el mundo.
Porque aquellos pobres a los que muchas veces había dado dinero no invertían el nuevo dinero en nada. No cambiaban. Seguían con las mismas actitudes que les condenaban a una vida de pobreza. Como si aquello, en una instancia más profunda incluso que la mente, fuese en realidad una enfermedad.
Un cáncer.
No le gustaba pensar bajo aquella premisa, pero no eran pocas veces que aquella maldad reverberaba dentro de su cráneo. Las noticias, bien hiladas por los telares del gobierno, daban fundamento a la xenofobia en casi todas sus formas, desde la racial a la puramente dogmática. A veces era presa de ello, de una manera casi instintiva, verdadero objetivo de las fuerzas detrás del papel y la tinta, pero luego pensaba. Pero qué difícil, qué disuasorio era el simple acto de tener que pensar.
Por que cuando uno pensaba, incluso forzándose a pensar en el bien que podía esconder el mundo, encontraba de primera mano las ingratas experiencias de los malechores con los que había tenido la mala fortuna de haber encontrado a lo largo de su vida. ¿Acaso valía la pena hacerlos cambiar? Y aunque la valiese, ¿no había gente que necesitase más de su atención que los rotos y descosidos? Creyó recordar haber leído un concepto económico que le venía al pelo: "A coste perdido".
¿Y él? ¿Qué pasaba con él? ¿No se merecía a caso sentir los placeres de la vida que se había ganado con su esfuerzo y talento? Aquella actitud era aun más seductora tras lo vivido en el hielo. Tras llegar a la resolución de que la vida no era más que una competencia en la que, muy rara vez, la humanidad tenía la oportunidad de brillar. Una oportunidad que a veces escogía.
Una que... quizás, él podía escoger.
Siempre había sido un felpudo. Un buenazo. Un tonto.
Tras recorrer la convención y no encontrar más interés en ella que el propio recuerdo, Jojo se unió a otros tantos que salían de allí. Quizá si le hubiese importado donde iban con tanta prisa se hubiera topado con su supervisor de la misión anterior, pero en vez de ello se dirigió hacia los barrios pobres. Buscaba algo, algo que era difícil de encontrar.
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Pero por mucho que buscara Jojo, la única luz que podía encontrar en la oscura Dark Dome era meramente eléctrica. Allá donde pasaba dejando parte de su muy merecida fortuna los pedigüeños eran ignorados como rocas, o simplemente mirados con asco. Y ellos quedaban allí, secos como estatuas, con las manos extendidas y las miradas perdidas en el horizonte donde nunca esperaban encontrar unos ojos amables.
Mas cuando Jojo les miraba, a los ojos, muchos profesaban vergúenza, y tantos otros siquiera reconocían en su atención una verdad más allá de la droga que aquellos billetes les permitirían comprar más tarde. Y unos pocos... bueno, unos pocos se relamían, a sabiendas de que un tonto les había dado dinero sin tener que hacer nada por ganárselo. Uno, tan solo uno, vio en él una suculenta presa. Una para su fortuna tan estúpida que se había metido de lleno en su territorio de caza.
Había dos tipos de calles en Dark Dome; las principales, donde la gente caminaba en marabuntas ordenadas, y los callejones que nadie cogía salvo para vivir sin ser visto por el tumulto. Calles peligrosas, estrechas, repletas de las partes traseras de los negocios que -salvo por las horas de reabastecimiento- ni los guardias de la ciudad acostumbraban a visitar. Zonas de tránsito de almas en pena, empujadas por el vício y condenadas a volver a él, que solo los criminales y la gente de dudosa moralidad recorrían sin temor.
Jojo había entrado por si encontraba algún pobre más con el que compartir su caridad. No tenía ni idea de que le estaban siguiendo hasta que fue demasiado tarde. Hasta que sin aviso le cogieron por detrás, engatillando su cuello con una navaja.
—Quietecito, puto furro. No veas lo bien que me ha estado viniendo vuestra reunión de los cojones...—dijo el maleante entre dientes.
Reconoció la voz. Reconoció al hombre que había creído ayudar antes y que le había dado las gracias con una amplia sonrisa. Un tipo normal, anodino, de chándal gris y capucha, joven pero algo desgastado.
—¡Eh, he dicho que quieto! —gruñó, ante el forcejeo de Jojo por darse la vuelta.
No dudó. Ya había pasado más de alguna vez. Un estúpido que se hacía el valiente y acababa degollado en el callejón. Era un engorro, pero uno que no le preocupaba demasiado. Una vez echara su cadáver al alcantarillado tardarían bastante en encontrarlo, suficiente tiempo como para cambiar a otra zona de caza. No le importaba, dejó de hacerlo hace mucho, y a veces dudaba de si alguna vez le había... afectado.
Una mezcla de terror, sorpresa y espanto se adueñó del carterista cuando el cuchillo no se deslizó creando sangre. Luego el trastazo con aquel puño cerrado y duro como el hierro le hizo caer al suelo. Antes de poder levantarse tenía la mesa encima, apretándole contra la pared del callejón.
Mas cuando Jojo les miraba, a los ojos, muchos profesaban vergúenza, y tantos otros siquiera reconocían en su atención una verdad más allá de la droga que aquellos billetes les permitirían comprar más tarde. Y unos pocos... bueno, unos pocos se relamían, a sabiendas de que un tonto les había dado dinero sin tener que hacer nada por ganárselo. Uno, tan solo uno, vio en él una suculenta presa. Una para su fortuna tan estúpida que se había metido de lleno en su territorio de caza.
Había dos tipos de calles en Dark Dome; las principales, donde la gente caminaba en marabuntas ordenadas, y los callejones que nadie cogía salvo para vivir sin ser visto por el tumulto. Calles peligrosas, estrechas, repletas de las partes traseras de los negocios que -salvo por las horas de reabastecimiento- ni los guardias de la ciudad acostumbraban a visitar. Zonas de tránsito de almas en pena, empujadas por el vício y condenadas a volver a él, que solo los criminales y la gente de dudosa moralidad recorrían sin temor.
Jojo había entrado por si encontraba algún pobre más con el que compartir su caridad. No tenía ni idea de que le estaban siguiendo hasta que fue demasiado tarde. Hasta que sin aviso le cogieron por detrás, engatillando su cuello con una navaja.
—Quietecito, puto furro. No veas lo bien que me ha estado viniendo vuestra reunión de los cojones...—dijo el maleante entre dientes.
Reconoció la voz. Reconoció al hombre que había creído ayudar antes y que le había dado las gracias con una amplia sonrisa. Un tipo normal, anodino, de chándal gris y capucha, joven pero algo desgastado.
—¡Eh, he dicho que quieto! —gruñó, ante el forcejeo de Jojo por darse la vuelta.
No dudó. Ya había pasado más de alguna vez. Un estúpido que se hacía el valiente y acababa degollado en el callejón. Era un engorro, pero uno que no le preocupaba demasiado. Una vez echara su cadáver al alcantarillado tardarían bastante en encontrarlo, suficiente tiempo como para cambiar a otra zona de caza. No le importaba, dejó de hacerlo hace mucho, y a veces dudaba de si alguna vez le había... afectado.
Una mezcla de terror, sorpresa y espanto se adueñó del carterista cuando el cuchillo no se deslizó creando sangre. Luego el trastazo con aquel puño cerrado y duro como el hierro le hizo caer al suelo. Antes de poder levantarse tenía la mesa encima, apretándole contra la pared del callejón.
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No sabía cuanto tiempo había pasado, ni cuanto tiempo me había entretenido tomando aquel helado de pistacho y limón. Debía admitir que el muchacho al que se lo quité tiene un gusto pésimo, pero lo más preocupante era pensar que hacía aquel maldito mocoso en mitad de la noche en las calles de Dark Dome. Me daba igual, yo estaba allí chupeteando el helado mientras había ido en dirección contraria a la convención, concretamente hacia los barrios pobres. El porqué no tenía ni idea, será que el cerebro se me estaba helando e iba sin rumbo por las vetustas callejuelas de aquel paraíso sombrío.
-Si vamos, y que las convenciones te aburren.
-Pero quería entrar en esa.
-Si, por los furros, pero visto unos visto todos.
-Tenéis una insana manía de hablar cuando estoy en mi momento zen -les dije en voz alta mientras me acababa el helado y llevaba la mano a mi bolsillo, para sacar un bote de pastillas. Lo abrí, y comencé a tomarme unas cuantas como si fueran caramelos- Así mejor....
Fue entonces y durante mi caminata cuando pude ver a un tipo que estaba siendo atracado, amenazado, burlado o vete tu a saber el qué por un matón de poca monta. Y tanto que lo era, pues el agresor se convirtió en agredido. No pude evitar quedarme mirando la escena, e incluso di unos pasos hacia adelante, hasta estar así a unos tres metros entre los dos tipos mientras guardaba el bote de pastillas nuevamente y me estiraba la chorrera para acomodarla al traje.
-Perdonen..¿Interrumpo algo?- pregunté con tono muy calmado.
-Si vamos, y que las convenciones te aburren.
-Pero quería entrar en esa.
-Si, por los furros, pero visto unos visto todos.
-Tenéis una insana manía de hablar cuando estoy en mi momento zen -les dije en voz alta mientras me acababa el helado y llevaba la mano a mi bolsillo, para sacar un bote de pastillas. Lo abrí, y comencé a tomarme unas cuantas como si fueran caramelos- Así mejor....
Fue entonces y durante mi caminata cuando pude ver a un tipo que estaba siendo atracado, amenazado, burlado o vete tu a saber el qué por un matón de poca monta. Y tanto que lo era, pues el agresor se convirtió en agredido. No pude evitar quedarme mirando la escena, e incluso di unos pasos hacia adelante, hasta estar así a unos tres metros entre los dos tipos mientras guardaba el bote de pastillas nuevamente y me estiraba la chorrera para acomodarla al traje.
-Perdonen..¿Interrumpo algo?- pregunté con tono muy calmado.
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Quizás si nadie le hubiera interrumpido, Jojo hubiera matado a aquel hombre. Hubiera caído por una espiral negra y oscura, como quien rueda por las escaleras por un simple tropiezo. Hubiera, posiblemente, muerto él también. Quién era antes de caer. Resultaba irónico que la presencia de un payaso sin emociones, un monstruo narcisista, hubiera evitado aquello... Quizá era la manera que tenía el destino de actuar, o quizá el balance de predadores en el mundo provocaba que instintibamente sucediese aquello para mantener una ecología apropiada del alma humana.
Si había demasiados malos, desde luego, tocaban a bastante menos.
Jojo no siguió apretando, sin embargo tampoco aflojó su agarre. Solo lo subió con rapidez, brevemente separándose para tomar impulso y darle un golpetazo con la mesa a modo de escudo en toda la cara. Le pareció curioso que hasta el momento en que le sobrevino el golpe parecía incluso... distraído. ¿De quién era la voz? Separándose de su enemigo dejándole balbucear insultos mientras se sujetaba la napia rota, el mudo retrocedió un par de pasos para coger de nuevo sus cosas y atreverse por fin a mirar por el rabillo del ojo al salvador de su alma.
Entonces comprendió por qué alguien a quien tenía acorralado, en la palma de sus manos, había optado por ignorarle en favor a aquella criatura. Se encontró girando instintivamente, encarándole para no mostrarle el flanco, a... eso. La única vez que había sentido algo similar había sido con aquel pequeño amable ser, criminal para su desgracia, que había encontrado en la Senda del Futuro poco tiempo atrás. Una mezcla de emociones primales, revolviéndose en él, haciéndole sentir tremendamente inseguro. Sentia la necesidad de huir, de escapar de aquel monstruoso predador envuelto en seda.
Pero como aquella otra vez, un imperativo se hizo hueco a golpetazos entre la emoción. Una decisión que movía su alma y que le hizo recuperar su amable sonrisa. Sosteniendo la mesa con una mano, extendió las patas dobladas allí en mitad de la callejuela. Luego fue colocando sus cosas mientras la rata a la que había dañado se levantaba, pegada a la pared, confusa y asustada a partes iguales por los monstruos con los que se había topado. ¿Qué clase de hombre teniá un cuello que no se podía rajar? ¿Qué clase de monstruo se hacía pasar por hombre, pintándose como un payaso de pesadilla? No sabia qué hacer, ni por donde huir.
Jojo extendió el índice pidiendo una pizca de su tiempo al payaso monocromático. Fue sacando sus materiales, colocándolos sobre la mesa, sin tener espacio en su pecho para el lamento por una ausente silla. Allí, frente a la oportunidad de retratar algo que le habíá conmovido, aunque no de la manera usual, no había espacio para arrepentimientos. Finalmente sacó el pequeño cartel, señalandolo para indicar que era mudo mientras se ponía manos a la obra.
Si había demasiados malos, desde luego, tocaban a bastante menos.
Jojo no siguió apretando, sin embargo tampoco aflojó su agarre. Solo lo subió con rapidez, brevemente separándose para tomar impulso y darle un golpetazo con la mesa a modo de escudo en toda la cara. Le pareció curioso que hasta el momento en que le sobrevino el golpe parecía incluso... distraído. ¿De quién era la voz? Separándose de su enemigo dejándole balbucear insultos mientras se sujetaba la napia rota, el mudo retrocedió un par de pasos para coger de nuevo sus cosas y atreverse por fin a mirar por el rabillo del ojo al salvador de su alma.
Entonces comprendió por qué alguien a quien tenía acorralado, en la palma de sus manos, había optado por ignorarle en favor a aquella criatura. Se encontró girando instintivamente, encarándole para no mostrarle el flanco, a... eso. La única vez que había sentido algo similar había sido con aquel pequeño amable ser, criminal para su desgracia, que había encontrado en la Senda del Futuro poco tiempo atrás. Una mezcla de emociones primales, revolviéndose en él, haciéndole sentir tremendamente inseguro. Sentia la necesidad de huir, de escapar de aquel monstruoso predador envuelto en seda.
Pero como aquella otra vez, un imperativo se hizo hueco a golpetazos entre la emoción. Una decisión que movía su alma y que le hizo recuperar su amable sonrisa. Sosteniendo la mesa con una mano, extendió las patas dobladas allí en mitad de la callejuela. Luego fue colocando sus cosas mientras la rata a la que había dañado se levantaba, pegada a la pared, confusa y asustada a partes iguales por los monstruos con los que se había topado. ¿Qué clase de hombre teniá un cuello que no se podía rajar? ¿Qué clase de monstruo se hacía pasar por hombre, pintándose como un payaso de pesadilla? No sabia qué hacer, ni por donde huir.
Jojo extendió el índice pidiendo una pizca de su tiempo al payaso monocromático. Fue sacando sus materiales, colocándolos sobre la mesa, sin tener espacio en su pecho para el lamento por una ausente silla. Allí, frente a la oportunidad de retratar algo que le habíá conmovido, aunque no de la manera usual, no había espacio para arrepentimientos. Finalmente sacó el pequeño cartel, señalandolo para indicar que era mudo mientras se ponía manos a la obra.
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¿Un mudo? Definitivamente estaba perdiendo facultades. Normalmente me encontraba gente de todo tipo por las distintas islas que visitaba, pero ¿Un mudo? que peñazo. Bueno, al menos si este tipo hiciera mímica aún me podría divertir un rato, sin embargo la escena era demasiado bonita como para ignorarla. Un mudo manteniendo a un criminal del tres al cuarto contra la pared.
Me quedé mirando primero al mudo, el cual sacaba un pequeño cartel para, aparentemente comunicarse conmigo. Sin embargo el mudo ya no me hacía gracia, y parecía que ya no iba a haber tortas...así que enfoqué mi vista en el maleante, el cual se me quedó mirando más confuso que le propio mudo.
-Vas a tener que hablar por señas, podría ser divertido.
-¿Un mudo divertido?....
- De lo que puedes estar seguro es de que no se enrollará como las persianas.
Me llevé la mano al bolsillo de la chaqueta sin quitar la vista sobre el mudo. Vestía bien, voy a admitirlo.
-Unos colores de lo más curiosos, verás yo....- le dije con tono calmado mientras rebuscaba con la mano en el bolsillo, momento en el que el otro bobo se dirigió a mi "cortando" la conversación que tenía con el mudo.
-¿Y tu quién eres?-preguntó todavía con la napia rota.
-¿Yo?- me señalé mientras seguía rebuscando en mi bolsillo algo- Verás mi peludo amigo, yo soy el tipo del maquillaje, y el arma.
Rápidamente del bolsillo saqué una pequeña pistola de chispa, la cual disparé contra la cabeza de aquel ser peludo, haciendo que el impacto lo empotrara, si cabía todavía más, contra la pared. No tardó mucho en caer de culo contra el suelo y con las piernas estiradas hacia adelante. Yo por mi parte soplé el cañón, saqué un pequeño pañuelo blanco de mi pechera y me puse a limpiarlo.
-Es de muy mala educación interrumpir una conversación ¿Nunca te lo han dicho?- dije al cadáver antes de volver a mirar al mudo- Disculpa, hoy en día la gente no tiene modales.
Volví a mirarlo de arriba abajo.
- Oye...¿Y porqué eres mudo?
Me quedé mirando primero al mudo, el cual sacaba un pequeño cartel para, aparentemente comunicarse conmigo. Sin embargo el mudo ya no me hacía gracia, y parecía que ya no iba a haber tortas...así que enfoqué mi vista en el maleante, el cual se me quedó mirando más confuso que le propio mudo.
-Vas a tener que hablar por señas, podría ser divertido.
-¿Un mudo divertido?....
- De lo que puedes estar seguro es de que no se enrollará como las persianas.
Me llevé la mano al bolsillo de la chaqueta sin quitar la vista sobre el mudo. Vestía bien, voy a admitirlo.
-Unos colores de lo más curiosos, verás yo....- le dije con tono calmado mientras rebuscaba con la mano en el bolsillo, momento en el que el otro bobo se dirigió a mi "cortando" la conversación que tenía con el mudo.
-¿Y tu quién eres?-preguntó todavía con la napia rota.
-¿Yo?- me señalé mientras seguía rebuscando en mi bolsillo algo- Verás mi peludo amigo, yo soy el tipo del maquillaje, y el arma.
Rápidamente del bolsillo saqué una pequeña pistola de chispa, la cual disparé contra la cabeza de aquel ser peludo, haciendo que el impacto lo empotrara, si cabía todavía más, contra la pared. No tardó mucho en caer de culo contra el suelo y con las piernas estiradas hacia adelante. Yo por mi parte soplé el cañón, saqué un pequeño pañuelo blanco de mi pechera y me puse a limpiarlo.
-Es de muy mala educación interrumpir una conversación ¿Nunca te lo han dicho?- dije al cadáver antes de volver a mirar al mudo- Disculpa, hoy en día la gente no tiene modales.
Volví a mirarlo de arriba abajo.
- Oye...¿Y porqué eres mudo?
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No lo vio venir. Incluso con ese mal estar , esa especie de sexto sentido que le había gritado, casi como por instinto de innata supervivencia, que aquel ser era algo de lo más peligroso, Jojo no lo vió venir. Pensó que iba a sacarse un cigarro, un bloc de notas, una puñetera piruleta, pero no pensó que fuese una pistola. Incluso al ver el brazo extendido, no encontró en su rostro alguna señal alguna de que aquello no fuese más que una amenaza, una cruel broma.
Pero no lo era. O quizás si. Allí estaba la gracia.
Se quedó quieto, contemplando el vacío de aquellos ojos pertenecientes al rostro de un asesino de verdad. No una persona que mataba, no, una criatura que segaba vidas sin que aquello tuviese importancia alguna. Alguien que mataba con la misma naturalidad con la que respiraba, con la que sonreía, con la que, simplemente existía.
Su vista volvió al dibujo. Un mero boceto en líneas de grafito aún por pulir. Aún por sacar de aquel carbón el diamante en bruto que reflejase un resquicio del monstruo que tenía delante. ¿Pero sería capaz de terminarlo? En situaciones normales, quizás sí... pero aquello, por supuesto, no era una situación para nada normal.
Tenía que saber qué iba a hacer a continuación, pero sin ninguna anticipación en sus gestos, solo quedaba intentar sondear un alma -si es que había alguna- con su nueva y recién despertada habilidad. Tenía gracia que la despertase con un tiro de pistola, porque si las cosas se torcían lo más mínimo seguramente recibiría otro. Y si no era capaz de adelantarse a él... si no era capaz de medir cuándo debía endurecer su carne.... Acabaría igual que el cuerpo de aquel desgraciado.
El payaso le había hecho una pregunta, y tras mirarle y luego mirar al verdadero vacío, Jojo se encogió de hombros de manera totalmente exagerada, casi hundiendo su barbilla por debajo de la clavícula, escondiéndola bajo el cuello de la camisa. No había una razón para su discapacidad más allá de la mala suerte, aunque supiese la explicación biológica.
Como no quería que el verdadero demonio posase sus ojos tan insistentemente sobre él, ofreció como ofrenda y entretenimiento sus carpetas y blocs llenos de dibujos con un gesto amable e insistente. "Toma, toma. Mira mira" . Todo mientras intentaba captar la esencia de aquel asesino monocromático con cada trazo.
De un ensayo del primer plano de la cara, del que no estaba muy orgulloso pero que recogía sus principales rasgos, Jojo pasó a un cuerpo completo. Su brazo derecho ligeramente extendido, su izquierda firme sosteniendo el arma... y en el borde de la hoja la silueta de un cuerpo. Aún todo gris... pero el rojo aportariá después un interesante contraste.
Pero no lo era. O quizás si. Allí estaba la gracia.
Se quedó quieto, contemplando el vacío de aquellos ojos pertenecientes al rostro de un asesino de verdad. No una persona que mataba, no, una criatura que segaba vidas sin que aquello tuviese importancia alguna. Alguien que mataba con la misma naturalidad con la que respiraba, con la que sonreía, con la que, simplemente existía.
Su vista volvió al dibujo. Un mero boceto en líneas de grafito aún por pulir. Aún por sacar de aquel carbón el diamante en bruto que reflejase un resquicio del monstruo que tenía delante. ¿Pero sería capaz de terminarlo? En situaciones normales, quizás sí... pero aquello, por supuesto, no era una situación para nada normal.
Tenía que saber qué iba a hacer a continuación, pero sin ninguna anticipación en sus gestos, solo quedaba intentar sondear un alma -si es que había alguna- con su nueva y recién despertada habilidad. Tenía gracia que la despertase con un tiro de pistola, porque si las cosas se torcían lo más mínimo seguramente recibiría otro. Y si no era capaz de adelantarse a él... si no era capaz de medir cuándo debía endurecer su carne.... Acabaría igual que el cuerpo de aquel desgraciado.
El payaso le había hecho una pregunta, y tras mirarle y luego mirar al verdadero vacío, Jojo se encogió de hombros de manera totalmente exagerada, casi hundiendo su barbilla por debajo de la clavícula, escondiéndola bajo el cuello de la camisa. No había una razón para su discapacidad más allá de la mala suerte, aunque supiese la explicación biológica.
Como no quería que el verdadero demonio posase sus ojos tan insistentemente sobre él, ofreció como ofrenda y entretenimiento sus carpetas y blocs llenos de dibujos con un gesto amable e insistente. "Toma, toma. Mira mira" . Todo mientras intentaba captar la esencia de aquel asesino monocromático con cada trazo.
De un ensayo del primer plano de la cara, del que no estaba muy orgulloso pero que recogía sus principales rasgos, Jojo pasó a un cuerpo completo. Su brazo derecho ligeramente extendido, su izquierda firme sosteniendo el arma... y en el borde de la hoja la silueta de un cuerpo. Aún todo gris... pero el rojo aportariá después un interesante contraste.
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Vaya vaya, parecía que aquel tipo era algún tipo de artista. O al menos eso imaginé en le momento en que me entregó unas carpetas con muchos dibujos y bocetos. ¿Estaría este tipo intentando entrar en la convención? Seguramente lo intentó, pero bueno, eso me importa entre cero y nada. Lo que si me importaba fue guardar la pistola otra vez en mi bolsillo mientras cogía aquellas carpetas y me dispuse a abrir la primera.
-¿Así que eres una especie de artista?- dije con tono animado mientras comenzaba a echar una leve ojeada- Verás yo también soy una especie de artista ¿Sabes?. Aunque bueno, como bien sabes, este mundillo es un tanto intransigente con gente como nosotros...así que veamos. -carraspeé- Lo de tu mudez podremos soportarlo.
Comencé a echar un vistazo a aquellos dibujos pasándolos rápidamente mientras simplemente murmuraba.
-Um...basura...basura....saborío...basura....
-Oye que ese era bonito.
-No está diciendo basura por eso...
Cerré la carpeta y se la entregué nuevamente al mudo - Un buen trabajo muchacho- No, no me había gustado los dibujos, le faltaba más rojo y menos colorido, pero bueno, cada artista vive en su propio mundo. Mientras yo estaba viendo aquellos dibujos parecía que él estaba haciendo un boceto de mi. Arqueé la ceja, sonreí un poco y le dije.
-Oye, ¿me estás haciendo un retrato?- pregunté antes de acercarme a él- Oh mi buen nuevo amigo, espero que al menos me saques el perfíl bueno.
Me puse de perfil derecho.
-Este, por favor sácame con la sonrisa bonita y evita pintarme como un furro de esos- dije volviendo hacia atrás y sentándome sobre un barril que había cerca nuestra, posando.
-Quizás podrías sacarme de casual...no no...espera- corrí hacia el cadáver del tipo y me puse a su lado.-¿ Quizás un retrato con el compañero? No...no no no no...espera.
Me levanté y me puse frente al mudo.
-Haz lo que quieras pero que la sonrisa salga bien- le dije antes de mostrar una gran sonrisa de dientes amarillos más propia de un muerto que de un vivo.
-¿Así que eres una especie de artista?- dije con tono animado mientras comenzaba a echar una leve ojeada- Verás yo también soy una especie de artista ¿Sabes?. Aunque bueno, como bien sabes, este mundillo es un tanto intransigente con gente como nosotros...así que veamos. -carraspeé- Lo de tu mudez podremos soportarlo.
Comencé a echar un vistazo a aquellos dibujos pasándolos rápidamente mientras simplemente murmuraba.
-Um...basura...basura....saborío...basura....
-Oye que ese era bonito.
-No está diciendo basura por eso...
Cerré la carpeta y se la entregué nuevamente al mudo - Un buen trabajo muchacho- No, no me había gustado los dibujos, le faltaba más rojo y menos colorido, pero bueno, cada artista vive en su propio mundo. Mientras yo estaba viendo aquellos dibujos parecía que él estaba haciendo un boceto de mi. Arqueé la ceja, sonreí un poco y le dije.
-Oye, ¿me estás haciendo un retrato?- pregunté antes de acercarme a él- Oh mi buen nuevo amigo, espero que al menos me saques el perfíl bueno.
Me puse de perfil derecho.
-Este, por favor sácame con la sonrisa bonita y evita pintarme como un furro de esos- dije volviendo hacia atrás y sentándome sobre un barril que había cerca nuestra, posando.
-Quizás podrías sacarme de casual...no no...espera- corrí hacia el cadáver del tipo y me puse a su lado.-¿ Quizás un retrato con el compañero? No...no no no no...espera.
Me levanté y me puse frente al mudo.
-Haz lo que quieras pero que la sonrisa salga bien- le dije antes de mostrar una gran sonrisa de dientes amarillos más propia de un muerto que de un vivo.
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Jojo siquiera frunció el ceño ante las duras críticas. No. Su mente estaba más preocupada por los comentarios previos. El hecho de que practicara un arte prohibida, si no ilegal, o que considerara arte a algo que realmente no debiera serlo -pese a que pudiera- le había erizado los pelos de la nuca. Aquello y la autodenominación como plural.
¿Cuántos eran? ¿Cuántas facetas se escondían detrás de aquella máscara bien pintada? ¿Acaso había alguna que pudiera ser salvada? ¿Qué le había llevado a un hombre, porque en carne lo era, a transformarse en aquello? Aquellas preguntas recorrían su mente acompañadas por plausibles respuestas y... por un terror. Quizá el mismo podria acabar así.
Era como contemplar un hombre senil. Uno nunca pensaba la posibilidad de verse viejo, ajado, fuera de si mismo y perdido dentro de su propio cerebro. Y cuando lo hacía, al menos para Jojo, aquello solo le empujaba a tratarlos con más paciencia y respeto. ¿Pero ocurría lo mismo para aquel hombre? Había inherente una pena, cierta melancolía, al ver a aquel monstruo. Una que se había repetido apenas días atrás con aquella cosa con alas.
¿En qué punto puede un hombre ser redimido? ¿Cuándo se entrega uno a la bestia para convertirse en una? Y claro, estaba la cuestión del coste perdido... El horrible, horrible coste perdido.
Pero sin dejarle más tiempo para perderse dentro de su propio cerebro, quizá tan perdido como lo había estado -o estaba- el ser ante él, el payaso le dedicó su atención. Una atención de la que desde luego empezaba arrepentirse haber captado. ¡Estaba alegre! ¡Cantarín! ¡Orgulloso! Y ese narcisismo del que podía aprovecharse era bien un arma de doble filo. Un terrible clavo ardiendo al que debía aferrarse ante la posibilidad de caer a un vacío mientras le ardían las manos.
Jojo tragó saliva. Sudaba. En su doble esfuerzo por ver el futuro y plasmar el presente. Un presente que además debía estar bajo la aprobación por una mente extraña, casi alienígena. Una mente que, por fortuna, le había dado unas cuantas pistas. Debía arriesgarse. Esta vez de verdad, no como con aquellos furros, que como mucho podrían darle alguna critica o regatearle unos berries. Estaba en juego su vida.
Miró la infame boca de aquella criatura que con tanta locura la exponía ante él. Miró sus ojos enmarcados por un abismo comparable tan solo al que ocultaban. Blanco y negro, negro y blanco. Jojo contempló sus materiales, escogiendo los tonos apropiados para reflejar el homogeneo sarro de aquella horrible sonrisa. Pero aunque pudiera tener ya el gesto para el rostro, aunque enmarcara la escena como una presentación que revelara la crueldad de aquel individuo que había segado una vida... aún faltaba algo.
"Algo. Algo. Algo. Algo."
"Mal. Bien. No me gusta. Me gusta."
Boceto sobre boceto, rostros sobre rostros, perfil bueno, perfil malo, una miríada de sombras y posturas alrededor del trazo principal y grueso. Un crisol de posibilidades y movimientos que le resultaban imposibles de predecir, pero que estaban ahí, ocultos en el futuro tras una decisión. Se paró a contemplar su obra a la que, todavía, le faltaba algo.
Jojo se estiró. Le dolía el cuello. Tomó un pincel y luego caminó hasta el cadáver buscando en la herida sangre que aún fluyese. Se vio obligado a empujarlo, pisándole la espalda para extraer líquido que no estuviese coagulado.
¿Qué mejor para pintar rojo que la propia sangre? El charco, la herida...
¿Cuántos eran? ¿Cuántas facetas se escondían detrás de aquella máscara bien pintada? ¿Acaso había alguna que pudiera ser salvada? ¿Qué le había llevado a un hombre, porque en carne lo era, a transformarse en aquello? Aquellas preguntas recorrían su mente acompañadas por plausibles respuestas y... por un terror. Quizá el mismo podria acabar así.
Era como contemplar un hombre senil. Uno nunca pensaba la posibilidad de verse viejo, ajado, fuera de si mismo y perdido dentro de su propio cerebro. Y cuando lo hacía, al menos para Jojo, aquello solo le empujaba a tratarlos con más paciencia y respeto. ¿Pero ocurría lo mismo para aquel hombre? Había inherente una pena, cierta melancolía, al ver a aquel monstruo. Una que se había repetido apenas días atrás con aquella cosa con alas.
¿En qué punto puede un hombre ser redimido? ¿Cuándo se entrega uno a la bestia para convertirse en una? Y claro, estaba la cuestión del coste perdido... El horrible, horrible coste perdido.
Pero sin dejarle más tiempo para perderse dentro de su propio cerebro, quizá tan perdido como lo había estado -o estaba- el ser ante él, el payaso le dedicó su atención. Una atención de la que desde luego empezaba arrepentirse haber captado. ¡Estaba alegre! ¡Cantarín! ¡Orgulloso! Y ese narcisismo del que podía aprovecharse era bien un arma de doble filo. Un terrible clavo ardiendo al que debía aferrarse ante la posibilidad de caer a un vacío mientras le ardían las manos.
Jojo tragó saliva. Sudaba. En su doble esfuerzo por ver el futuro y plasmar el presente. Un presente que además debía estar bajo la aprobación por una mente extraña, casi alienígena. Una mente que, por fortuna, le había dado unas cuantas pistas. Debía arriesgarse. Esta vez de verdad, no como con aquellos furros, que como mucho podrían darle alguna critica o regatearle unos berries. Estaba en juego su vida.
Miró la infame boca de aquella criatura que con tanta locura la exponía ante él. Miró sus ojos enmarcados por un abismo comparable tan solo al que ocultaban. Blanco y negro, negro y blanco. Jojo contempló sus materiales, escogiendo los tonos apropiados para reflejar el homogeneo sarro de aquella horrible sonrisa. Pero aunque pudiera tener ya el gesto para el rostro, aunque enmarcara la escena como una presentación que revelara la crueldad de aquel individuo que había segado una vida... aún faltaba algo.
"Algo. Algo. Algo. Algo."
"Mal. Bien. No me gusta. Me gusta."
Boceto sobre boceto, rostros sobre rostros, perfil bueno, perfil malo, una miríada de sombras y posturas alrededor del trazo principal y grueso. Un crisol de posibilidades y movimientos que le resultaban imposibles de predecir, pero que estaban ahí, ocultos en el futuro tras una decisión. Se paró a contemplar su obra a la que, todavía, le faltaba algo.
Jojo se estiró. Le dolía el cuello. Tomó un pincel y luego caminó hasta el cadáver buscando en la herida sangre que aún fluyese. Se vio obligado a empujarlo, pisándole la espalda para extraer líquido que no estuviese coagulado.
¿Qué mejor para pintar rojo que la propia sangre? El charco, la herida...
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Vaya...aquel tipo si que sabía ganarse mi atención. Vale que como pintor fuera mediocre, pero la verdad es que si tenía la misma idea que tenía yo sobre la sangre de nuestro amigo muerto...lo haría pintor de mi recámara. Fuera como fuera el mudo no es que me diera especial conversación, y se notaba que por su cabecita pasaban muchas cosas. Me encantaría poder abrirla con un bisturí para sacarle las ideas, sin embargo, igual queda feo para alguien quien te acaba de retratar.
-Naipe...
-Ahora no Clark, ¿No ves que estoy ocupado?- dije con tono alto mientras señalaba con ambas manos a mi mudito amigo.
-Naipe...el ruido.
-Que te calles- insistí antes de comenzar a escuchar unos pasos en la lejanía. Rápidamente mi oreja se puso "al loro" y eso significaba problemas, muchos problemas. Perfecto.
Así que miré al mudito mientras buscaba el nuevo color para el boceto, me acerqué a él y le dije:
-Compañero, quizás vayamos a tener muchos problemas en un par de minutos. Problemas de esos que tienen pies y armas de filo...quizás el disparo no pasó desapercibido - reí hilarante- ay...Dark Dome que buenos momentitos me das.
Me estiré el traje, me ajusté los gemelos de la camisa a la par que el cinturón.
-Así que te recomiendo que pongas pies en polvorosa cuanto antes, a no ser que necesites más rojo para el boceto, en ese caso quizás pueda conseguirte un poco más de pigmento- dije en alusión a los cuatro tipos que se veían a lo lejos viniendo corriendo. No pude evitar girar la cabeza y mirarlos en la lejanía- Si, parece que definitivamente vas a tener exceso de color. Bien..¿Que decides mi amigo de pocas palabras? ¿Pigmento o correr?.
-Naipe...
-Ahora no Clark, ¿No ves que estoy ocupado?- dije con tono alto mientras señalaba con ambas manos a mi mudito amigo.
-Naipe...el ruido.
-Que te calles- insistí antes de comenzar a escuchar unos pasos en la lejanía. Rápidamente mi oreja se puso "al loro" y eso significaba problemas, muchos problemas. Perfecto.
Así que miré al mudito mientras buscaba el nuevo color para el boceto, me acerqué a él y le dije:
-Compañero, quizás vayamos a tener muchos problemas en un par de minutos. Problemas de esos que tienen pies y armas de filo...quizás el disparo no pasó desapercibido - reí hilarante- ay...Dark Dome que buenos momentitos me das.
Me estiré el traje, me ajusté los gemelos de la camisa a la par que el cinturón.
-Así que te recomiendo que pongas pies en polvorosa cuanto antes, a no ser que necesites más rojo para el boceto, en ese caso quizás pueda conseguirte un poco más de pigmento- dije en alusión a los cuatro tipos que se veían a lo lejos viniendo corriendo. No pude evitar girar la cabeza y mirarlos en la lejanía- Si, parece que definitivamente vas a tener exceso de color. Bien..¿Que decides mi amigo de pocas palabras? ¿Pigmento o correr?.
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Gracias a el universo, el disparo inicial que Naipe, cuyo nombre era ignoto para el pobre diablo, atrajo la atención de la que parecía la guardia local. Porque, ¿quién su sano juicio vendría si no iría a venir corriendo? ¿¡Más maleantes?! Aquello era tremendamente imporbable, pero no imposible, pues hasta los señores del bajo mundo que residían en Dark-Dome preferían el silencio a problemas que pudieran llamar la atención de un público no deseado. Lo que residía en las sombras de la ya sombría Dark-Dome, prefería el silencio.
¿Qué debía hacer Jojo? Si se quedaba, probablemente contemplaría de primera mano cuán poderoso era aquel monstruo. Si huía, sería catalogado como tal, todo pese a que lo único que había hecho aquella criatura era alimentar sus ansias de sangre eliminando un leve mal menor. De hecho, aquella aberrante pesadilla simplemente había limpiado al mundo de un desgraciado.
Uno que, por desgracia para Jojo, en parte, ahora que era capaz de contemplar el abismo desde fuera, podría haber sido una persona.
Además, a todo esto se le sumaba la desagradable presión de no hacer nada que pudiese poner al payaso en su contra. No de primeras, claro. No de manera... evidente. ¿Pero qué era lo evidente para un loco cuyo espíritu no podía ser leído con facilidad?
Dando dos toques con el revés del pincel sobre la mesa, salpicando levemente el dibujo con patrones pequeños y aleatorios, Jojo indicó su intención comenando a recoger. No iba a quedarse. Lo que hiciese el payaso no era de su incumbencia, y aunque preferiría que marcharse solo, una pequeña parte, una mínima y escondida tras el terror, ansiaba que quedarse a luchar con el arlequín.
Pero por el momento no deseaba pensar en el futuro. No. Quería concentrarse en el presente sobre todas las cosas, porque en cualquier revés del destino aquella monstruosidad monocromática podía ponerse en su contra. Ya había tenido la oportunidad de estar con otro pálido engendro, y si había aprendido algo de aquello es que uno no podía planear en base a los agentes del caos.
La mesa, por supuesto, iba a quedarse allí. Pero era una simple mesa, prefabricada, una de tantas que podían comprarse en la gran e inhóspita ciudad dominada por el Bajo mundo. No podrían relaccionarle con ella. Y aunque así fuera, aquello, la muerte de lo que esperaba fuese un criminal de poca monta, no debiera causarle excesivos problemas en su carrera. De hecho, seguramente le darían alguna medalla...
¿Qué debía hacer Jojo? Si se quedaba, probablemente contemplaría de primera mano cuán poderoso era aquel monstruo. Si huía, sería catalogado como tal, todo pese a que lo único que había hecho aquella criatura era alimentar sus ansias de sangre eliminando un leve mal menor. De hecho, aquella aberrante pesadilla simplemente había limpiado al mundo de un desgraciado.
Uno que, por desgracia para Jojo, en parte, ahora que era capaz de contemplar el abismo desde fuera, podría haber sido una persona.
Además, a todo esto se le sumaba la desagradable presión de no hacer nada que pudiese poner al payaso en su contra. No de primeras, claro. No de manera... evidente. ¿Pero qué era lo evidente para un loco cuyo espíritu no podía ser leído con facilidad?
Dando dos toques con el revés del pincel sobre la mesa, salpicando levemente el dibujo con patrones pequeños y aleatorios, Jojo indicó su intención comenando a recoger. No iba a quedarse. Lo que hiciese el payaso no era de su incumbencia, y aunque preferiría que marcharse solo, una pequeña parte, una mínima y escondida tras el terror, ansiaba que quedarse a luchar con el arlequín.
Pero por el momento no deseaba pensar en el futuro. No. Quería concentrarse en el presente sobre todas las cosas, porque en cualquier revés del destino aquella monstruosidad monocromática podía ponerse en su contra. Ya había tenido la oportunidad de estar con otro pálido engendro, y si había aprendido algo de aquello es que uno no podía planear en base a los agentes del caos.
La mesa, por supuesto, iba a quedarse allí. Pero era una simple mesa, prefabricada, una de tantas que podían comprarse en la gran e inhóspita ciudad dominada por el Bajo mundo. No podrían relaccionarle con ella. Y aunque así fuera, aquello, la muerte de lo que esperaba fuese un criminal de poca monta, no debiera causarle excesivos problemas en su carrera. De hecho, seguramente le darían alguna medalla...
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