Penguins & Drugs & Rock & Roll [Ely - Blaze]

 Curiosamente, Elyria no había venido nunca antes a Isla Banaro. ¿Por qué el curiosamente? Era una isla random a la que no volvían ni sus antiguos habitantes. Pero estaba al ladito de Water 7, y claro. Water 7 a un viaje en tren marítimo de San Poplar. Eso y que pasaba por la isla muy a menudo, tanto para comprar ropa como por puro trabajo. Pero claro, ¿qué iba a hacer aquí? A ver, el sitio era precioso—para los que podían verlo—las cosas como son. Pero las vacaciones no existían para ella, mucho que había podido tomarse una semana en Kyuka Land.

 Para la sorpresa de nadie, estaba aquí por una investigación, misión, como demonios quieras llamarlo. Que me quedo sin sinónimos y luego sueno super pedante en mi cabeza por usar palabras que no utiliza—casi, pero no—ni mi difunto abuelo, que en paz descanse. Y bueno, que Nissa se mete conmigo.

 Al parecer había un problema en el único pueblo de la isla. Un grupo de yonkis había empezado a ofrecer filetes de pingüino karateka a los niños. Y sí, eran esos que había visto con Arny en Pucci, hasta arriba de drogas. Estaban causando problemas, y habían pedido refuerzos. Ahora que lo pensaba, tampoco había demasiado que investigar. Aparte, ¿qué demonios estaba pasando últimamente con los putos pingüinos? Traía la posibilidad de que algún grupo estuviese detrás de los drogadictos. O tal vez solo habían pillado un colocón del copón—que bonito suena—y habían llegado a esta isla aleatoria por alguna ra—Sí, tenía más pinta de lo primero.

 En cualquier caso, dejó que Nissa le guiase por el denso bosque que rodeaba al pueblo para llegar cuanto antes. Le apetecía subir a esos peñascos con forma de banana, algo supuestamente imposible. Si había escalado la gran montaña de Azadan, no le iba a parar una tontería de ese calibre. El caso es que quería subir para disfrutar de las vistas a la isla, pero claro… Había un pequeño inconveniente en ese deseo suyo.

 “Ya hemos llegado, Ely. Cada vez te cuesta menos moverte.”

 “A ver, ya ha pasado como un mes desde lo de la bruja. Ya me he acostum—Espera, un mes no es nada, tienes razón. Supongo que das muy buenas indicaciones.”

 “Me ofendería que lo dudases, no hay mejor guía que yo.”

 “Claro, claro.”

 Paseó por la única calle del pueblo. Vale, no se esperaba esto. ¿Cómo es que estaban teniendo problemas? Ni siquiera tenían que patrullar callejones oscuros, calles poco transitadas. No. Era una sola calle, ancha, con  varios pisos edificios a ambos lados. Por suerte tenía a Nissa para decirle dónde estaba cada cosa, al parecer había carteles señalando lo que era cada local.

 No entendió nada. Estaba confusa. ¿Tan fuertes eran? Y no veía nada raro ahora mismo, ¿se escondían en el bosque? Pero debería ser fácil atraparlos si siempre venían al mismo sitio con sus tapas de pingüino. En fin, tendría que hacer algunas preguntas.

Había tenido que reprimir el impulso de negarse cuando le habían encomendado una nueva infiltración. La última vez había terminado por recibir casi un centenar de latigazos y su espalda aún no había terminado de recomponerse por completo. Era resistente, claro, pero ni siquiera él contaba con aguantar más de cincuenta antes de caer inconsciente, mucho menos teniendo en cuenta los poderosos azotes de Halley a modo de castigo ejemplar. Había salvado a Yor, al fin y al cabo, y él lo sabía. Por suerte se había tragado el orgullo y, gracias a la llamada, el capitán y la mayor parte de su tripulación habían acabado entre rejas. Él, por contra, también había acabado prisionero. La Liga lo había utilizado como moneda de cambio por un teniente marine que llevaba seis meses bajo custodia de la Legión y Blaze, al toparse con él durante el intercambio de rehenes tomó aún más conciencia de lo duro que llegaba a ser el trato que el Gobierno Mundial daba a los prisioneros. Él había tenido mucha suerte en ese aspecto: Lo habían tratado bien. Casi bien, al menos.

En aquella ocasión, sin embargo, no iba a adentrarse en una banda pirata. Era Ray Nichols, un mercenario del Bajo Mundo que buscaba los últimos pingüinos que Halley había perdido. Al parecer alguna gente había robado cajas que nadie había podido encontrar y de alguna forma el Gobierno Mundial tenía interés en dar con ellos. Para ello su papel era el de entregar a un señor del crimen los últimos retazos de animal contaminado a cambio de un supuesto pago muy generoso. Blaze sospechaba que había alguna intención detrás de todo aquello, pero con cierto escepticismo guardó su pin de oficial dentro de la bota, se puso su mejor traje de hitman y vistió la gabardina del A.T.O.P.E. por encima de ella. El Gobierno no sabía que contaba con semejante tecnología y se estaba arriesgando a que lo descubriesen, pero no podía renunciar a una protección de alta calidad solo por miedo a que descubriesen que conseguía su propio equipamiento en otros lados.

Ajustó la espada en el cinturón y también la daga, dejando un pequeño cuchillo de hueso en una funda tobillera. Era de Padre. Se ajustó bien la corbata y salió de la habitación de la posada con el semblante serio y el cabello peinado con un estilo diferente al que solía llevar. Igual de pulcro, claro, pero no quería que lo relacionasen de inmediato con Albert, el pescador que se había unido temporalmente a los piratas de Halley. No porque le importase, sino porque hasta el momento había sido capaz de evitar tener que maquillarse cuando se infiltraba y prefería que siguiese siendo así cuanto más tiempo pudiera, mejor.

Dio un somero trago a su petaca mientras bajaba las escaleras, no muy convencido. Cuando llegó al vestíbulo ya apenas le importaba que el corazón le latiese a mil por hora y saludó a todo el mundo con una sonrisa benévola. Llevaba ahí dos días y se había asegurado de tener una relación superficial -pero cordial- con todos los trabajadores y algunos huéspedes. También se había encargado de dejar pistas sutiles que cualquiera podría rastrear hacia su identidad falsa, de modo que se corriera la voz. De algún modo con la gente desorganizada era mejor hacer saber que estaban siendo perseguidos; era más fácil que cometiesen un error de esa manera.

- Tened un buen día -se despidió, dejando una propina de diez mil berries. Pagaba el Gobierno-. Nos vemos en un rato, espero.

Dejó la posada tras de sí y bebió un trago más. Ese era el de la confianza.

 Elyria siguió caminando tranquilamente por el pueblo, hasta finalmente llegar al cuartel de la Marina. Se encontró con quién parecía ser el teniente a cargo del pueblo. Parecía ser parecido a San Poplar en el sentido de que no había mucho oficial de rangos altos. Aunque claro, el caso de Alvar era… especial. Y técnicamente ella ahora era Comandante. Aunque claro, paraba la gran parte del tiempo fuera, en otros trabajos. Como este.

 El teniente era relativamente joven, probablemente treintañero. Alto, de cabello rubio y no precisamente bien peinado. Al menos iba bien vestido, con su uniforme. No era lo que más le gustaba en el mundo, le parecían feísimos, pero al menos no estaba en el trabajo con bañador y chanclas. Todo esto se lo tuvo que describir Nissa, por supuesto. Se presentaron y hablaron un poco, hasta llegar al tema de los… ¿cómo llamar a ese grupo? ¿Traficantes? ¿Yonkis? ¿Primos de Yor?

 “¿Por qué hacen falta refuerzos, en qué necesitas ayuda? A ver, conozco el problema, me refiero a saber dónde estáis fallando.”

 “Bueno, cada vez que nos llega un aviso, vamos tras ellos. Pero siempre se nos acaban escapando.”

 “Lo que no entiendo es cómo trabajan en la única calle de todo el pueblo. Ni siquiera hay callejones dónde esconderse, ¿cómo se escapan, son muy rápidos? Porque en eso puedo ayudar.”

 “¿Cómo que una calle? Hay una principal, pero como su nombre indica, hay otras secundarias. Es imposible no verlo, ¿estás ciega o qué?”

 “Eh… La verdad es que sí.”

 “Oh. Lo siento.”

 “No es nada, parece que cierta persona se estaba burlando de mí.”

 Entonces escuchó a Nissa, indignada. “Te dije que había una calle principal, Ely. No me intentes echar el muerto a mí ahora.”

 Elyria suspiró.

 Siguió discutiendo un rato con el teniente. Al parecer cada vez que eran descubiertos, salían corriendo por alguna calle secundaria y se escondían en el bosque. No tenían la capacidad de atacar allí por miedo a una emboscada, algo así dejaría vulnerable al pueblo. Así que intentaban esperarlos, pero al parecer se disfrazaban cada vez para no ser reconocidos. Vale, cada vez quedaba más claro que no eran simplemente unos Yonkis haciendo el tonto. Era un plan… raro, y estúpido, ¿qué demonios ganaban haciendo esto? Pero había algo más detrás.

 Le recomendaron ir a una posada. Al parecer, el cuartel no tenía sitio para albergar a mas gente. Pagó su noche, subió a dejar sus cosas en la habitación, y volvió a bajar. Tal vez podría aprovechar y hablar con el dueño. Quién sabe, a lo mejor había escuchado algún rumor sobre algo que pudiese serle de ayuda. Pero no fue necesario. El rumor vino a ella.

 Un huésped salió de la posada después de dejar una generosa propina. Unos segundos después, una señora que acababa de bajar se giró a mirar el dueño.. Por el tono, parecía una cliente habitual. O una amiga, a saber, eso era lo de menos.

 “Ten cuidado con ese hombre, Matt. Te traerá problemas si sigues dejando que se quede aquí.”

 “Ya lo sé, que está buscando a no se qué pingüinos perdidos, déjame en paz. La pela es la pela.”

 “Tu posada, tu problema. Pero eres un puto cabezota, esa gente solo trae guerra. Cómo se arme un conflicto aquí en medio no te vas a reír tanto.”

 “Deja buenas propinas.”

 “Eres un caso perdido.”

 Elyria rápidamente salió a la calle, pidiéndole a Nissa que buscara al hombre. No estaba muy lejos, claro, había salido hace unos minutos. Pensó en si debía atacar y luego preguntar, a fin de cuentas tenía todas las pintas de tratarse de un criminal. Pero ahora mismo tenían el mismo objetivo, no quería arrepentirse luego. Si daba problemas, ya haría lo que tuviese que hacer. Y la gente era más propensa a hablar cuando no la estampabas contra el suelo.

 Se acercó a él y llamó su atención.

 “Seré directa, no me gusta perder el tiempo. No sé cómo te llamas, pero he escuchado que estás detrás de todo el tema de los pingüinos karatekas. Podemos intercambiar información.”

Blaze era una persona agradable en el trato, aunque algo lejana. No estaba acostumbrado a lidiar con la gente en su día a día y eso había provocado que sintiera una profunda ansiedad cuando alguien tomaba la iniciativa de una manera tan violenta. En cierto modo, de hecho, era mucho más sencillo dar un paso adelante que aguantar impasible cuando alguien aparecía, de repente, con toda la seguridad y decisión de la que él debía armarse pacientemente. De hecho le había costado reprimir el impulso de dar un paso atrás, pudiendo convertirlo en una mueca de desdén mientras analizaba la situación.

Una marine que no miraba a sus ojos -aunque parecía creer que sí- y con un sentido de la moda mucho menos cuestionable que el de la mayoría de soldados. Eso solía ser suficiente para identificar a alguien como oficial, pero él iba más allá y trató de identificar hasta la última de sus insignias, si bien no le dio mayor importancia. Si la habían puesto a resolver el asunto de los pingüinos o bien era una oficial díscola al borde de una degradación disciplinaria o bien la Marina también tenía cierto interés en descubrir y sintetizar el peligroso compuesto con el que Halley había adulterado los pingüinos. En cualquiera de los casos estaba en territorio de la Liga, por lo que ni como soldado ni en su papel como criminal parecía que mostrarse agresivo con una agente de la ley fuese a dar los resultados más oportunos. Él solo necesitaba hacerse con uno, en realidad, si bien eso arruinaría un poco su fachada.

Finalmente dio ese paso atrás, pero lentamente y elevando la mano para mantener la distancia entre los dos. La distancia que necesitaba para desenvainar la espada, en realidad. Sin embargo puso todo su empeño para que no hubiese un ápice de seguridad, solo una sutil muestra de hostilidad y peligro.

- En algunos trabajos intercambiar información con según qué gente puede ser peligroso -contestó-. En cualquier caso tengo malas noticias para usted: No parece haber pingüinos a la vista.

Evidentemente el comentario buscaba doler un poco en la ciega, lo justo para estimar su reacción. ¿Se habían vuelto los reclutadores de la Marina demasiado blandos o poseía un don extraordinario? Más importante, ¿cómo dominaba sus impulsos? Blaze sentía profunda curiosidad por verlo.

En cualquier caso sacó unos guantes negros del bolsillo del pantalón. Terciopelo, fino y ajustado, pensado para evitar dejar huellas y, también, para que nadie reparase en las notorias cicatrices de sus manos. No iba a poder verlo, claro, ¿pero qué importaba? Era una invitación a seguirlo, en cierta manera, pero sin decirle nada que pudiera comprometerlos a ninguno. Se dio la vuelta y echó a caminar. La banda pirata de Gasso tenía a gran parte de la Marina controlando la costa oriental de la isla, asegurándose de que los piratas no armaban particular follón. No sería complicado dar con una calle vacía o un rincón apartado en una taberna donde hablar con ellas sin que se levantasen demasiadas sospechas. Al menos, contaba con ello.

 El hombre parecía ser bastante reservado. Rápidamente tomo sus distancias, algo comprensible cuando se te acercaba un Marine. Bueno, tampoco es como si fuese anunciándolo por ahí, no era tan evidente. Aunque parecía haberse fijado en ello.

 “Ten cuidado Ely, va armado.”

 Lo tendría. Estaba tratando con un mercenario del bajo mundo después de todo. Aunque ahora mismo no debería tener ninguna necesidad de atacarle, no sería un movimiento muy inteligente por su parte. Así que por su parte estaba bastante tranquila. Su comentario le hizo alzar una ceja. Era un poco raro, sabiendo que estaba ciega, pero… ¿memoria muscular? Vamos, que le salía solo, sin pensar.

 “Si no está muerto a estas alturas, o es usted un novato o sabe que no es muy buena idea atacarme ahora mismo. Y no me menosprecie por ser ciega, caballero, sé defenderme.” Esto lo dijo en un tono firme y calmado, como solía hacer en este tipo de situaciones. Nissa le indicó que le había dado una señal para que le siguiera, así que hizo eso mismo. Rápidamente supo lo que pretendía. Si tenía un poco de suerte, sería para hablar, y no para meterle una puñalada en el estómago.

 No tardaron mucho en encontrar una calle más tranquila. Bueno, el hombre no tardo mucho, Elyria solo le estaba siguiendo. “Espero que no se haya tomado mi comentario de manera literal y pretenda atacarme ahora. No me gustan las peleas innecesarias, solo busco información,” comentó, su mano en la empuñadura de Khione. No tenía pintas de que le fuesen a atacar, pero no estaba de más ser un poco precavida. “Y según he escuchado, usted también está buscando a los pingüinos karateka, podemos sacar partido el uno del otro.”

 En realidad, si al final resultaba que estaba detrás de toda esta trama tan extraña de los pobres animales llenos de droga, tendría que hacer algo al respecto. Pero por ahora dejaría que pensase que le daba igual y que tenían un objetivo en común. Que en estos instantes, de hecho, no era mentira. Si luego resultaba que formaba parte del grupo que estaba persiguiendo la Marina, eso que se llevaba extra.

 “Yo estoy dispuesta a contarle lo que sé si usted hace lo mismo. La Marina tiene cierta información que… Bueno, que no podrá conseguir tan fácilmente sin investigarlo antes por usted mismo. Y eso lleva tiempo, como sabe. Estar en una isla de la Liga tiene sus ventajas, no estamos en ese caos que es Yellow Spice.” Eso ultimo fue una simple suposición. Era una base importante del bajo mundo y la isla anterior de esta ruta de Paraíso, tendría cierto sentido que viniese de allí. Aunque no necesariamente, claro, tampoco es como si importase.

Lo seguía. Incómodo, pero lógico. Para eso la había instado discretamente, al fin y al cabo. Sin embargo no tenía una investigación exhaustiva a su espalda, ni nada especialmente complejo que llevase más trabajo que un par de jornadas. En cierto modo tenía la sensación de que iba a hacer que la marine se sintiera muy defraudada. Él lo estaba, al fin y al cabo. Sencillamente unos chavales habían robado un pequeño cargamento y lo vendían, aún congelado, en pedazos como si fuese una droga.

- Si quisiera hacerle daño no me habría encontrado usted a mí en primer lugar -aclaró-. Atacar a alguien sin conocer su punto débil lleva a cualquier imprudente a una muerte prematura.

Además, caminaba con demasiada seguridad para una persona ciega. Puede que no viese, pero estaba claro que de alguna manera se estaba orientando. No, ya no solo orientando. Mantenía el equilibrio sin dificultad y, aunque había caminado a un ritmo tranquilo, había sido capaz de seguirlo sin problemas. Él había escuchado sus pasos, casi tan decididos como los suyos propios, sin que él notase el primer atisbo de que trastabillase.

Se encogió de hombros. No era su problema, al fin y al cabo. En cierto modo se alegraba de que una persona con tantas agallas no fuese solo una temeraria -que para actuar así ciega había que serlo-; duraría más, y el mundo necesitaba más gente valiente. Cuanta más gente valiente en el lado adecuado menos gente debería pelear.

Terminaron por llegar al callejón. A pesar de ser de día dos edificios de madera de dos plantas dejaban una franja de oscuridad en el estrecho pasillo, por el que apenas cabrían dos personas no muy separadas. Se le pasó por la cabeza que de noche debía ser un sitio conflictivo, pero prefirió no decir nada al respecto. No conocía de nada a aquella persona, como para empezar a divagar sobre los peligros de adentrarse con un desconocido en un sitio así. Aunque, de nuevo, ese tampoco era su problema.

- Dark Dome -acotó, mintiendo-. Me dedico a la transacción internacional de divisas, no me ofenda comparándome con un burdo traficante de armas.

Había un cierto malentendido con el Bajo Mundo. Mucha gente consideraba que se trataba de una suerte de contrapoder en las sombras, similar al FDS, pero nada más lejos de la realidad. Los bajos fondos, si bien extraordinariamente entrelazados y hasta cierto punto pacificados bajo el puño de hierro de Viktor Elrik y sus Chapuzas, respondían más bien a una estructura feudal en la que los Emperadores dominaban un sector íntegro, teniendo subordinados o gente que recogía migajas y sobras. Los transaccionistas eran los chicos para todo del Bajo Mundo, en cierto modo, pero especialmente se utilizaban como saqueadores y contrabandistas. Ladrones, en esencia, que se dedicaban a encontrar curiosidades o a robar papeles relevantes para distintos clientes. Estos, además, tenían un orgullo exacerbado nacido de su escasa tendencia a mezclarse con otros criminales y a trabajar de forma notablemente más organizada.

- En realidad no necesito gran cantidad de información. -Creía tener la que necesitaba, en realidad-. Sin embargo como muestra de buena voluntad le contaré lo que se sabe de la carne adulterada: En primer lugar, debería haber estado inyectada con heroína. Los piratas de Halley pretendían convertir en dependiente a gran parte de la población de Pucci y volver regularmente para aprovecharse. Sin embargo, de alguna manera fueron bañados en una sustancia excitante y de alta inestabilidad. Por los reportes de mis patrocinadores he podido saber que se trata de una variación de metanfetamina, aunque también parece potenciar los reflejos y la fuerza, además de una suave analgesia. Hay mucha gente interesada en investigar la sustancia, sintetizarla pura e investigarla como potenciador ocasional. Dado que ya ha empezado a distribuirse queda poco tiempo antes de poder rastrear el origen, así que en realidad no necesito ayuda de ninguna clase. Ahora bien, agradeceré que no se interponga en mi camino.

Quizá estaba entrando demasiado en el papel.

- ¿Tenemos un trato?

 “Si todo el mundo pensara así, me habría ahorrado muchas muertes innecesarias. Por desgracia no es el caso, algunos parecen esta impacientes por morir.” Elyria suspiró, recodando la gente que se había visto obligada—al menos esa excusa le ayudaba a mantener cierta cordura—a matar. Gente que se lanzaba contra ella sin pensar y que no solía acabar muy bien parada. Aunque también era un poco hipócrita por su parte, ella también había dejado que los sentimientos tomasen el control de su cuerpo en la batalla con la bruja. Al menos sabía que ese caso era solo una excepción, a fin de cuentas era humana.

 Le siguió tranquilamente hasta el callejón, dejando a Nissa vigilando por si se acercaba alguien de extranjis. Al parecer era un transaccionista de Dark Dome. Bueno, tenía sentido, al fin y al cabo también estaba en la misma ruta, aunque algo mas lejos. Aunque después de los sucesos en Pucci… simplemente habría acabado aquí en su búsqueda. Su actitud también encajaba con lo que se solía decir de este grupo de gente, pedantes y orgullosos. Era la viva imagen de un tópico, como uno de esos personajes andaluces de las Crónicas de Tierralandia. Pero ese no era su problema. Solo lo hacía un poco sospechoso, pero Elyria sospechaba hasta de las piedras, tampoco es que significase mucho.

 Le escuchó atentamente, fijándose en que, en efecto, sabía lo de Pucci. Si había acabado aquí, no esperaba menos. Ella misma había sido arrastrada a una investigación, obligándole a separarse de Arny, perdiendo el único día que pretendía usar para relajarse un poco del trabajo. No había vuelto a tener una oportunidad parecida. Al menos había podido descubrir algunas cosas interesantes. Efectivamente, las pruebas apuntaban a la banda de ese tal Halley. Y la Marina no quería ser la única que se quedase sin conocer esa sustancia. En parte les preocupaba más el científico que la había creado, pero no eran unos novatos que se fuesen a dejar capturar como si nada. Al menos los conocimientos de química de Elyria le serían útiles en este caso.

 Como cabía de esperar, su orgullo se puso por encima del sentido común. ¿Qué clase de idiota rechazaba información gratuita? A ver, podía ser información engañosa, claro que sí, pero si estaba investigando esto, debería tener la capacidad de comprobar lo que le pudiese contar. Pero oye, ella no se iba a quejar, eso que se ahorraba.

 “Me decepciona un poco que se deje llevar tanto por un orgullo sin sentido. Pero en fin, está un pelin complicado que no nos interpongamos en el camino del otro cuando estamos investigando lo mismo. Pero usted no parece querer colaborar. Nos vemos mas tarde, cuando nuestros caminos se vuelvan a cruzar irremediablemente. Por mi parte preferiría no tener que llegar a la violencia, así que no me obligue. Y sí, es una amenaza. Pero no seré yo quien ataque primero.”

 Elyria suspiró profundamente y le dio la espalda, dando un salto y subiendo hasta lo más alto de uno de los bloques del edificio usando su Sky Walk. ¿Le estaba enseñando sus movimientos a un criminal que tal vez acabaría viniendo a por ella? Puede ser.


 Unas horas después, cuándo se estaba empezando a hacer de noche, Elyria estaba escondida, Nissa observando la ciudad desde la altura de los tejados. Ni siquiera necesitaba hacer mucho uso de sus habilidades de sigilo, y por como estaba estructurada la ciudad, la criatura podía verlo prácticamente todo desde allí. Entonces, ocurrió lo que habían estado esperando.

 “Ely, parece que tenías razón. Hay unos tipos raros haciendo alguna clase de intercambio en el callejón. Que a lo mejor le está pasando los deberes de conocimiento del medio, pero me da a mi que no.”

 “Perfecto, hora de atacar.”

Todo lo que obtuvo la marine tras aquellas palabras fue una mirada glacial. Blaze sabía que un criminal que se preciara trataría de mantener sus asuntos lo más lejos posible de cualquier tipo de autoridad. De poder, de hecho, también de sus propios patrones. Un buen mercenario del Bajo Mundo podía ser amable con la Marina, pero desde una distancia de seguridad. Sabía de buena tinta que los tratos de un soldado estaban siempre envenenados y jugaban con la simpleza de la honradez para engañar a cualquier delincuentucho con exceso de confianza. Anders Thawne había caído exactamente por eso.

- Celebro que comprenda la dificultad de su tarea -dijo-. Le sugiero que se cierna a ella.

Dejó que se marchara. Aún quedaban en la Marina uno o dos maestros de Rokushiki, por lo visto. Sabía de alguno vivo, en realidad, pero tan ancianos que sus cuerpos ya no resistían del todo bien el esfuerzo físico de sus exigentes técnicas. Él mismo seguía peleando por desenvolver el soru, así como el geppou que la marine acababa de utilizar. Con cierto respeto se mantuvo con la vista al frente, consciente de que alguien menos educado habría aprovechado el momento para vislumbrar las piernas de esa mujer por encima de su cabeza, quizá fantaseando. Blaze, sin embargo, se quedó ahí durante un rato, reflexionando. La información que le había otorgado estaba clasificada, pero era en gran medida de conocimiento público. No le había explicado cómo acceder al local donde se llevaban a cabo la mayoría de transacciones; tampoco que le había llegado una nota aquella misma mañana. Lo habían invitado, con más educación de la que cualquiera esperaría de esa escoria, a una reunión nocturna. ¿Una trampa, quizá?

Lo dudaba. Se había asegurado de portar una fama nefaria.


Como era habitual en él, llegó antes de tiempo. Aún no había caído la noche cuando llamó educadamente a la puerta exactamente tres veces. Esperó durante veintitrés segundos eternos sin hacer el más mínimo gesto con la cara, ni moverse en absoluto. Como si se tratase de una estatua, o más bien una gárgola, no dio muestra de vida hasta que la puerta se abrió ante él.

- ¿Nichols? -preguntó, brusco.

- Aparta -contestó con la misma brusquedad.

No esperó a que se apartase sino que lo obligó a hacerlo. Avanzó como una fuerza imparable por el laberíntico espacio de pasillos y habitaciones hasta dar con un despacho en el que se acomodaba quien parecía el líder de la banda. Llevaba el pelo recogido en una trenza mohicana, con los laterales rapados, y una cuidada barba bien perfilada, si bien escasa. Llevaba gafas de sol en el escote de su camiseta en v y cubría sus brazos con una enorme chaqueta vaquera que quedaba desproporcionada en su delgado cuerpo. Cerró la puerta tras de sí con un sonoro golpe y se sentó antes de esperar invitación.

- Buenas noches -saludó, ya en un tono más educado-. Supongo que sabe por qué estoy aquí, pero seré breve: Mis patrones desean un cuerpo íntegro, bien conservado, de pingüino karateka. Espero que pueda conseguirlo.

En sus ojos brilló la codicia.

- Puede que quede alguno intacto, sí. Pero ya sabe, se trata de un producto de lujo y la Marina destruyó casi la totalidad de las reservas, así que será caro.

No parecía un hombre especialmente intimidable. De hecho, recibirlo en su propio despacho era un movimiento audaz. Podía escuchar cómo todos los tirados que había dejado atrás se movían hacia el pasillo; no era estúpido. Pero, al mismo tiempo, se arriesgaba al reunirse cara a cara con un enviado directo de los bajos fondos.

- La familia Jalisco sigue de luto tras la muerte del joven Héctor -contestó-. Desearían que fuese un regalo de despedida para el bienquerido. Estoy seguro de que sabrán recordar su generosidad.

La tensión se adueñó de su rostro. Sabía el anzuelo almibarado que acababa de tender, que también era de alguna forma una condena si rechazaba. Los Jalisco recordarían su generosidad, fuera cual fuese. Sin embargo un hombre de negocios era un hombre de negocios.

- Podría conseguirle a la familia Jalisco un precio atendiendo a su dolor -expuso- pero la vida tiene un coste. No puedo jugar con el pan de mis empleados. Ni con el de mi familia. Mantener esta estructura tiene sus costes. Y sus riesgos, claro.

Blaze asintió.

- Diga un precio -instó-. Y si es justo, lo tendrá.

 Elyria estaba pensando en saltar desde el tejado. No parecían tener una presencia muy poderosa, masal contrario que el hombre de antes, que era lo que más le preocupaba. Si tuviese que enfrentarse a él y no había venido solo… Definitivamente sería un problema. En un uno contra uno estaría más igualado. O no, su Haki no era tan preciso aún. Podría haber acabado con ellos rápidamente, pero vio—pun not intended—una oportunidad que no pudo rechazar. No parecían haberle visto, así que tal vez sería capaz de seguirle sigilosamente hasta su base de operaciones en el bosque, acabar con el grupo de un plumazo. Le habían informado de que solo eran unos niñatos jugando a ser criminales, si iba con cuidado podía hacerlo. A las malas siempre podía pedir refuerzos.

 Asi qué que le pidió a Nissa que le mantuviese el ojo encima a los hombres. El que pareció haber recibido la mercancía se fue por ahí, no era lo que le interesaba. El camello era lo importante. Aunque para su sorpresa, no se fue en dirección al bosque. Entró a un local, y pudo escucharle llamando tres veces en un ritmo específico. Lo memorizó, tal vez le sería útil en el futuro.

 Iba a irse de allí, intentar buscar una pared o cualquier cosa a través de la cual escuchar. Pero entonces pudo ver al transaccionista acercarse, llamando a la puerta con exactamente el mismo patrón. ¿Está con ellos? Eso es preocupante. Pero no, no tiene sentido, aunque claro, a lo mejor solo se ha estado riendo en mi cara todo este tiempo para que no sospechase que formaba parte del grupo… Aunque entonces no encaja con la descripción, no siento a nadie mas fuerte que el en el edificio…

 Confusa, caminó sigilosamente por el tejado, encontrando una chimenea. Intentó poner la oreja, pero al haber tantos pisos no se veía nada desde tan arriba. Le tocaría meterse dentro. No le llamaba mucho la idea, mancharse la ropa no era lo que más le gustaba, y tal vez estaba encendida. Nah, ni siquiera hace frío. Y no parece una forma muy eficiente de calentar nada en esta clase de edificios tan altos. Aunque la mayoría tienen chimeneas, ¿es por decoración o me estoy menospreciando su utilidad?

 En cualquier caso, usó la energía elemental de Khione para crear una armadura de hielo usando la humedad de la ropa y de su propio cuerpo. Luego lo pensó mejor y la deshizo. Si caía cualquier trozo de hielo, o gotas de agua la delatarían. Parece que tendría que mancharse al fin y al cabo, no debió venir con una camisa blanca. Mala idea.

 Antes de nada, se alejó a otro edificio y saco su DDM. Llamó al teniente a cargo del pueblo y le explicó la situación, pidiéndole que preparase a sus hombres, y que esperasen a que diese la señal. No quería que la delatasen, antes quería espiarlos y ver mejor a qué se enfrentaban. Y por otra parte, también le preocupaba el transaccionista.

 Entonces se metió en la chimenea, con cuidado de no hacer ruido. Era lo suficientemente ancha como para poder apoyar la espalda en un lado e ir bajando poco a poco apoyando los pies en el contrario. Así que eso hizo, concentrándose en no hacer nada que pudiesen notar ahí dentro y que la delatase.

 Un rato después, pudo escuchar la dos voces. Una de ellas familiar, como cabía esperar. Contuvo un suspiro de alivió al enterarse de que no trabajaba con ellos. Al parecer había tomado contacto de alguna forma y solo quería un espécimen. Probablemente, para lo que le había contado antes; extraer la droga potenciadora de fuerza y reflejos. Menos mal, no sabía qué clase de persona era, pero si era del tipo se ponía a matar a los que se interponían en su camino… Tal vez no era lo más profesional, pero su honor le impedía mandarlos a morir por algo así. Los pingüinos ya habían pasado por innumerables manos e islas, era cuestión de tiempo que la sustancia llegase a las manos del bajo mundo. Bueno, probablemente ya había varios que lo consiguieron. No mandaría a sus soldados a morir por algo así.

No era un precio justo ni por asomo. Pudo leer en su sonrisa codiciosa que esperaba un regateo, pero Blaze estaba entrenado para tratar con gente como él. Hizo un gesto ladeando el labio, fruncido, y se levantó del asiento. El traficante siguió con la mirada los movimientos de su brazo y pudo ver que llevaba una mano bajo el escritorio. "Una pistola", pensó, sin siquiera tomarse la molestia de corregir sus sospechas. Lo que iba a hacerle era, al fin y al cabo, mucho peor que un disparo.

- Lamento que nuestras posturas estén tan alejadas -dijo con indiferencia-. Va a ser imposible que lleguemos a un acuerdo. -Agarró lo que buscaba con dos dedos y lo sacó del bolsillo cuidadosamente-. Sin embargo, aquí tiene una muestra de nuestra buena voluntad. Espero que llegue a reconsiderar su postura.

Palideció de inmediato al verla. Mientras la posaba delicadamente sobre la mesa, se hundía más y más en el sillón con los ojos muy abiertos. La dalia era la flor del reino Shishano, un espécimen precioso de vivos colores que decoraba los jardines del reino y era casi imposible de cultivar fuera del clima único de la isla. Los Jalisco, cuya tapadera legal era la floricultura, habían adoptado la dalia como su forma de mensajería predilecta: Las anaranjadas marcaban urgencia, las rojas confirmación y las azules representaban una respuesta pensativa. A los Jalisco no les gustaba ser claros, siempre dejaban que fuese el interlocutor quien decidiese el significado concreto de de su mensaje. La dalia negra que yacía en el escritorio, sin embargo, tenía pocas lecturas posibles. Disgusto, la más suave, hasta una sentencia de muerte. Blaze sabía que en aquel mundo, cualquiera lo bastante dentro para reconocer las flores, estaba lo bastante dentro como para pensar lo peor. Así se sobrevivía en el Bajo Mundo.

- Ha sido un placer -dijo secamente, dándole la espalda.

Cerró la puerta al salir. Se topó con siete guardias armados a los que apenas dirigió una mirada de frío desdén antes de echarse a caminar por el laberíntico entramado de pasillos del edificio. Antes de que llegase a la salida notó una puerta abrirse. Luego pasos acelerados. Se relajaron cuando ya estaban a poco más de una esquina, y mientras él caminaba por el vestíbulo notó una voz que lo llamaba.

- ¡Señor Nichols! -El traficante gritaba con gallos agudos-. Señor Nichols, espere.

Blaze se dio la vuelta, expectante.

- No puede irse así. Es insultante. Podemos negociar, llegar a un acuerdo...

- Ya tenemos un acuerdo, mi buen señor. La fruta ya no crecerá.

Era una forma en que los Jalisco amenazaban. Había que cortar la flor antes de las reuniones, por lo que la decisión debía estar tomada antes de dar comienzo. Al menos, esa era la forma en que se solía ver. Una manera sencilla de decirle a alguien que había estado a prueba, pero también que sabían de que terminaría por decepcionarlos. La familia Jalisco tenía un muy agudo sentido del humor. Al menos, si se perdonaban los tintes macabros.

- Por favor...

Su tono era suplicante.

- Tiene cinco minutos para entregarme una pieza íntegra. Quizá así me replantee devolver la flor al ramo.

Asintió, retirándose. Blaze se quedó ahí, impasible. Incluso para él, aquello estaba siendo demasiado fácil.

 Elyria seguía dentro de la chimenea, escuchando atentamente la conversación entre los traficantes. No, ya les gustaría, más bien eran unos camellos con alardes de grandeza porque la gente de este pueblo no suponía una amenaza. Y la torpeza de la Marina a la hora de darles caza… Tendré que hablar con la vicealmirante Lorie para que traigan a alguien.

 Aun aliviada por saber que el transaccionista no trabajaba con ellos, pudo seguir la discusión, al parecer no consiguieron negociar. ¿Qué clase de persona era? ¿Armaría follón o intentaría conseguirlo diplomáticamente? Al parecer estaba dispuesto a marcharse. ¿Funcionaría una técnica tan básica con este tipo de gente? Lo dudaba. Pero había algo que no estaba viendo—en realidad, eso englobaba muchas cosas ahora mismo—, porque el jefe del grupo se quedo totalmente callado mientras que notaba como la presencia del otro hombre se alejaba poco a poco.

 Justo después escucho a varias personas hablar en voz baja, cuchicheando, y al parecer, muy asustados. ¿Qué demonios había ocurrido? Tendría que haber mandado a Nissa abajo, fallo suyo. Lo arregló rápido, haciéndole un gesto con la mano para que fuera a revisar, y a los pocos segundos subió a darle su reporte.

 “No entiendo muy bien, estas mirando una flor como si se fuese a sacar un rifle de asalto y matarlos a todos.”

 Hmmm… Alvar me habló de algo de esto, intenta recordar. Los Jalisco y las flores, había relación. Aunque bueno, por lo que me ha dicho Nissa sobre su reacción y el como se quedaron callados… Sí, creo que es bastante evidente lo que significa. Parece que tenían pensado matarlos desde un principio. ¿Estarán relacionados con el tráfico de los pingüinos y en realidad están persiguiendo a los ladrones para acabar con ellos por su osadía? No. El chico podría cargárselos a todos sin problema, no había necesidad de esto…

 Unos gritos la sacaron de su nube de pensamientos. Ocurrió lo que cabía esperar, un jefe asustado pidiendo piedad, y un supuesto transaccionista haciéndose el duro. Rápidamente descubrió el por qué de todo esto. Al parecer si que estaba detrás de una muestra después de todo. Estaba empezando a confundirse con todo esto, demasiadas capas de engaños y mentiras, una encima de la otra. Típico de capas.

 Escuchó los pasos acelerados del hombre corriendo a buscar la mercancía. Todo era un caos, era su oportunidad. Bueno, realmente podía esperar a que se fuese el otro y detenerlos a todos en un momento, pero se le estaban empezando a dormir las piernas. Estaba dudando entre la opción lógica y la que le apetecía hacer en ese momento. Se decidió por la primera, esperaría.

 Bueno, al menos eso pensaba. Pudo escuchar a dos personas hablando en voz muy baja junto a la chimenea.

 “Prepara los explosivos que nos mandó Gauss. Esta ratas se creen que pueden jugar con nosotros, no tienen ni idea de con quién trabajamos.”

 “Claro jefe, ese idiota no sabrá por donde le viene. Aunque te pusiste pálido de miedo hace un momento, ¿te asustaste?”

 “Claro que no, era parte de la actuación.” Evidentemente, estaba mintiendo. Se notaba en el tono de voz.

 ¿Una bomba? Mierda, mierda, mierda. ¿Y como que con quién trabajamos? ¿Quién está detrás de todo esto como para que no le tengan miedo a los Jalisco? ¿O solo son imbéciles siendo usados? Sí… Tiene pinta. Pero tengo que pararlos, si explotan una bomba aquí… ¿En que coño están pensando? Se les caerá el edificio encima, vaya decepción de terroristas.

 “¡Ely, que te empanas!” Gritó Nissa con urgencia.

 Mierda, se había vuelto a perder en sus pensamientos, tenía que darse prisa. Entonces de dejó caer. Se agachó y salió del hueco de la chimenea, y antes de que pudieran reaccionar, se impulsó contra la pared para salir disparada en dirección a la puerta.

 “¡Saca eso de aquí, es una bomba!” Exclamó en un tono ciertamente autoritario, con las esperanzas de que le hiciera caso. No la conocía de nada, así que era una apuesta arriesgada, pero ahora mismo no le quedaba otra opción.

 “¡El detonador lo tiene el que está dos metros a tus trés y media Ely!”

 Asintió con la cabeza y se lanzó sobre el. Khione se clavó en su cuello sin dificultad, matándolo en el acto. Realmente eran unos debiluchos. Aunque no sabía si habría más aparatos para activar los explosivos, Nissa solo había podido ver eso y no le había avisado de nada nuevo.

 Al mismo tiempo, pudo sentir una tercera presencia más poderosa a lo lejos. ¿Sería aliado o enemigo?

Empezaba a ponerse nervioso. Quizá estaba exagerando en sus preocupaciones, pero si el Gobierno Mundial había enviado un comandante -cadete, pero comandante- a por un grupo de camellos con suerte quizá fuesen algo más que camellos o detrás de su éxito había algo más de suerte. Blaze había trazado un plan sencillo pero adecuado, apoyándose en la fama de los Jalisco para que su identidad no fuese cuestionada y sus herramientas de intimidación, aunque intrincadas, más efectivas sin necesidad de hacer ninguna clase de demostración.

En una esquina había un tipo apoyado, vigilándolo. No se tomaba una excesiva molestia en disimularlo, pero él tampoco quiso hacer ademán de molestia. Era normal que quisieran tenerlo vigilado, al fin y al cabo, y en la estancia no había cámaras. En ese aspecto el lugar estaba muy bien organizado: Nadie podría saber, si no asaltaba en el momento exacto de la transacción, quién había estado en el lugar. Eso tenía sus ventajas, claro, pero también creaba una necesidad mayor de vigilancia presencial, con todos los riesgos que ello implicaba.

- ¿Cuánto te pagan? -preguntó.

El vigilante se tomó su tiempo en responder.

- ¿Qué? -Tenía la voz grave y tranquila.

- Es difícil encontrar un guardia dispuesto a dar la vida por acabar con un intruso.

Arqueó una ceja. Luego, Blaze supo que estaba meditando sus siguientes palabras.

- Solo soy el portero, amigo. Es pura cortesía acompañar a nuestros invitados.

Blaze se encogió de hombros, como si realmente aquello tuviera sentido. Sin embargo, él sabía que no. De haber tenido la carne guardada en la oficina ya tendría que haber escuchado el motor de los congeladores. Los del barco sonaban casi como un trueno en sus oídos cuando se acercaba a esa parte de la bodega.

- No se ha quedado nadie más y están tardando mucho -comentó-. Es muy probable que esta gente vuelva armada. No sé si son muy estúpidos al pensar que los Jalisco han enviado a alguien incompetente o realmente tienen la confianza de que pueden hacer frente a la moderada ira de mi patrón cuando descubra mi destino. En cualquier caso, parece bastante claro que esto puede acabar de muy pocas maneras. Tú estás más cerca de la puerta, por lo que yo me moveré hacia ti cuando los disparos lleguen. Si no te mueves podría atraparte el fuego amigo; si lo haces, podría matarte yo. ¿Cuánto te pagan para que esa posibilidad no te asuste?

Sonrió. No había llegado a planteárselo. Aunque ocultaba bien su nerviosismo, este había comenzado a extenderse por su cuerpo. Su estoica figura movía a momentos los pies, y guardó las manos en los bolsillos. Pareció empequeñecer por momentos. Él había estudiado la mente de las personas, y aunque todavía estaba lejos de poder manipularlas como quien le había enseñado, era competente.

- Puedo pagarte el doble y hacer que sobrevivas -ofreció-. Solo tienes que seguir mis órdenes.

Entre la desconfianza halló un brillo esperanzado. Y supo que su plan podía dar comienzo.

- Bien. Lo primero...

La marine ciega entró a la carrera, sujetando lo que parecía un pingüino a medio descongelar particularmente orondo. Blaze no era especialmente crédulo, pero la alarma de una mujer ciega envuelta en hollín con un pingüino a medio descongelar en las manos era suficientemente estrambótica como para que él, por sí mismo, supiese que algo no iba del todo bien. Nada más escucharla y ver cómo se volcaba sobre uno de los traficantes tiró con todas sus fuerzas el cuerpo hacia un pasillo en el que no parecía haber nadie. Se puso cuerpo a tierra cubriendo la cabeza con las manos, prestando atención a sus orejas. Cuando nada sucedió, se levantó de nuevo, confuso.

- Pues parece que...

El pitido en los oídos fue lo peor. Claro que el empuje contra la pared había dolido, y las astillas que se habían clavado en su pierna eran molestas, pero lo de los oídos... Bufó, sensiblemente molesto, y se apartó de la pared.

- Eso no ha sido muy educado -dijo, sin darse cuenta de que gritaba.

 Elyria sintió alivio al cuando el hombre le había hecho caso tan rápido. Lo había lanzado dentro del edificio, seguiría siendo un problema para la estructura si explotaba, pero al menos no mataría a nadie. No directamente, al menos. Bueno, y a menos que hubiese algún despistado en el baño. Ella por su parte, había neutralizado a su objetivo.

 “¡Ely cuidado, hay otro detonador!” Gritó Nissa, dándole tiempo a la marine para tirarse al suelo, alejándose del pasillo. O ese era el plan. Al menos le dio tiempo de taparse los oídos, si además de ciega se quedaba sorda esto empezaría a parecer un mal chiste. Por suerte, Nichols había mandado la bomba lo suficientemente lejos, y aún si se había hecho algo de daño y le sangraban las piernas, no era nada grave.

 “Vale, alguien no tenía los oídos tapados,” dijo Elyria al escucharle gritar, alzando un poco la voz para que se enterara. Ella aún tenía un leve pitido en las orejas, pero al menos se había librado de la peor parte. Entonces escuchó la madera crujir en la dirección de la explosión, y una rápida comprobación de Nissa le confirmó que se estaba cayendo el techo. Esperable. Aunque tenía que dar gracias a estar en un primer piso, los vecinos de abajo no se habrían reído mucho.

 La presencia poderosa que había sentido antes estaba cada vez más cerca. Podría llegar en cualquier momento, de hecho, podría haberlo hecho ya. Ni siquiera estaba tan lejos. ¿Estaba intentando intimidarles? Pero claro, no debería saber que conocía el Haki de Observación. Y ni siquiera sabía si el transaccionista lo podía usar. En cualquier caso, ahora tenía otras prioridades.

 “Nichols, te aviso porque me diste información antes. Hay alguien vigilando fuera. No se si es aliado, no conozco sus intenciones, pero no es un debilucho como estos idiotas. Ándate con ojo, ” dijo en un tono firme.

 “¡Como que—!”

 “Callaos la puta boca, camellos de pacotilla. Cualquiera de nosotros dos podría acabar con todos vosotros con los ojos cerrados. Y en mi caso ni necesito cerrarlos.”

 “¡No sabes con quien os habéis metido, cuando se entere el patrón os vais a—“

 “Os he estado escuchando. Nadie en su sano juicio os contrataría si no era para utilizaros. Nadie va a venir a salvaros. En cualquier caso, tengo cosas que hacer, como evacuar el puto edificio que habéis explotado.”

 Sintió ganas de llamar al teniente para que mandase a sus hombres, pero las reprimió rápidamente. No solo había una persona muy fuerte, ahora había dos. Los valientes que estuviesen dispuestos a sacrificar su vida por algo así ya estarían en camino después de escuchar la explosión. Solo deseaba que no se acabase convirtiendo en una carnicería.

 No perdió más el tiempo y salió por la puerta. La gente estaba corriendo, asustada, saliendo de sus casas. Estuvo preguntando y todo estaba bien, no había ningún civil herido y todos habían podido abandonar el edificio. Menos mal.

 Bajó hasta el suelo saltando por la ventana, aterrizando con elegancia, y rápidamente se incorporó y se colocó en posición defensiva al sentir como esa presencia tan poderosa había dejado de esconderse.

 “He venido a buscar lo que es nuestro. Habéis jugado a ser mayores demasiado rato. Elyria, Albert,” dijo con una voz rota. No podía verle, pero solo escucharle ya era intimidante.

 “No se quien demonios eres, que uses mi nombre no me va a asustar. Has sabido encontrar como se llama una oficial de la marina en una isla de la liga, enhorabuena, espero que estés orgulloso.”

La escuchaba como un susurro apagado entre un agudo pitido, pero la escuchaba. "Bien", pensó. Los acúfenos, al menos mientras no se expusiese frecuentemente a esas cosas, serían temporales. Asintió con premura y trató de equilibrarse. Al principio, con los oídos embotados, fue difícil, pero en unos segundos ya podía moverse con normalidad. Al menos, para la mayoría de cosas. "A ver cuando tenga que moverme de verdad".

La marine saltó por la ventana, y Blaze le siguió detrás. Ella salió ágilmente y sin dificultades. Él, aunque estaba convencido de poder hacerlo en circunstancias normales, eligió ser más conservador. Con cuidado se asomó al exterior y clavó el cuchillo táctico que ocultaba en su gabardina contra la madera, reventándola por una veta. La pared crujió violentamente; no aguantaría su peso, pero él en ningún momento había deseado eso. Saltó entonces, agarrando el mango con fuerza y enclavando con precisión la hoja, asegurándose de no hacer ningún movimiento brusco para no perder apoyo. Terminó llegando al suelo fácilmente, de pie, tras bajar los primeros tres metros deslizándose.

Con una cierta calma, aunque artificiosa, se tomó el tiempo de quitarle el polvo a la gabardina. Suspiró. Escuchar mal resultaba agotador, más aún cuando la situación requería de él estar al cien por cien. Y entonces, escuchó su nombre.

Buscó con la mirada el origen del peligro. Apenas reconocía su voz, pero le sonaba, y al acercarse entre las sombras pudo reconocerlo: El mismísimo Halley en persona estaba delante de ellos.

- Imposible -masculló, controlando su tono para no gritar de nuevo-. La Marina... Vi cómo te encerraban.

- Y yo cómo te encerraban a ti -repuso-. Parece que los dos nos debemos una explicación, ¿no, comandante?

Torció el gesto. Contaba con que la Marina no iba a matarlo, pero no pensó que lo habrían liberado. De hecho, tenía serias dudas de que esa fuese la cadena de sucesos.

- Aguantabas demasiado bien los latigazos para ser un simple pescador. -Su único ojo sano se clavaba en él con furiosa suspicacia-. Supuse que tu... Condición, por decirlo de alguna forma, te había hecho más resistente. Y cuando te separaron del resto, las cicatrices de tus manos... ¿Cuántas son para disimular? ¿Qué crees que sucedería si a cambio de un asiento en la mesa de las Espadas del mar les contase sobre ti a tus jefes?

Blaze examinó su sonrisa de suficiencia. Halley era un pirata temible, un hombre que había refrenado sus impulsos violentos para mantener un perfil bajo. La mayoría de islas eran amistosas con los piratas, siempre que no fueran especialmente sanguinarios o sus recompensas ridículas. Él había jugado esas cartas; feroz y justo, solo cruel con sus enemigos y evitando el conflicto directo con Legión y Marina... Apenas treinta millones de recompensa, pero un peligro andante.

- No sabes con qué estás jugando, Halley -dijo. No sabía si hablaba Blaze, o Albert. No le importaba, tampoco-. No me quieres de enemigo.

Definitivamente, no hablaba Blaze. Su cuerpo estaba erguido, pero no mostraba el porte orgulloso del legionario. Sus brazos y piernas ligeramente flexionados, en guardia. Los pulgares de las manos sobre los botones del A.T.O.P.E., y en un segundo la armadura negra recubrió completamente su cuerpo, si bien dejaba su cara al descubierto. Había pensado aquella armadura para pelear y no para la infiltración, por lo que le habían dado bastante igual detalles como aquel, o los complementos azules del traje. Era funcional; eso era lo que importaba.

Desenvainó Invierno, decidido, empuñándola contra el pirata.

- Solo por esta vez, no voy a aceptar que te rindas.

Se alegró de tener una marine al lado. Daba igual cuánto contase Halley de él en esos cuarteles mientras el Gobierno no se enterase.

 Lo que faltaba. El supuesto transaccionista no era más que una rata del gobierno. Debía haberlo supuesto, había demasiadas cosas que no encajaban, aunque simplemente pensó que era un criminal del bajo mundo con varios nombres falsos. Nada nuevo, vamos. Pero no, resulta que era un comandante de la Legión. Y para colmo, estaban delante de un peligroso pirata que escapo de prisión hace poco. No había escuchado la noticia, pero claro, tampoco es como si lo supiese todo. Al menos ahora sabía que su Haki de Observación no le mentía, era un enemigo peligroso. Y para colmo, un enemigo común. Tendría que aliarse temporalmente con un oficial del gobierno…

 “No soy fan de los de tu grupo, pero me temo que tenemos que colaborar esta vez,” dijo en un tono serio, su cuerpo girado en dirección a Halley, tomando una postura defensiva y flexible, con las rodillas flexionadas y la mano en la empuñadura de Khione. “Al contrario que otros, tengo honor, y soy capaz de trabajar en contra de mi odio. Pero cómo se te ocurra hacer algún ataque que ponga en peligro a los civiles…” Suspiró, haciendo sus ejercicios de respiración para recuperar la calma. No quería alterarse ahora.

 El pirata no atacó primero. Bien, no era imbecil, debía saber que ambos eran fuertes, lanzarse sin pensar contra los dos a la vez sería, cuando menos, poco inteligente. Así que decidió aprovechar para probar algo. No rompería su postura, y podía acabar siendo util. Había estado entrenando la técnica esta última semana, y había podido avanzar bastante. Era hora de comprobar lo útil que era en combate. Hizo un corte en horizontal en dirección a su objetivo, pretendiendo lanzar un abanico de puas de hielo. Peligrosos y afilados dardos. Halley los esquivó, agachándose, y rebotaron contra una pared de madera, sin clavarse.

 “Aún le falta potencia, Ely. Lo ha esquivado sin problema. Y no estaban muy afilados que digamos, ni siquiera funcionaron contra la madera…” Le dijo Nissa. Tenerla con ella era terriblemente util para estas cosas, aún si podía sentir levemente lo que había creado con su energía elemental, que alguien pudiese verlo y darle feedback… Digamos que era conveniente cuando te quedabas ciega.

 Ahora tocaba ir en serio. Aún estaban en la fase de tantear un poco a su rival, ver como se movía, si tendía más a bloquear o a esquivar, intentar sacarle algún truco desde una posición de seguridad. Avanzó, usando la humedad de su cuerpo y ropa para crear una armadura de hielo que cubriese su cuerpo. Esta le serviría tanto para defenderse como para que sus golpes doliesen más. Aunque no pretendía acercarse tanto. Aún.

 Entonces comenzó a hacer cortes sencillos con Khione, manteniendo una distancia de seguridad, anotando mentalmente como los esquivaba, con ayuda de Nissa y de su propio Haki. Con el paso de los meses se había acostumbrado a trabajar así, era sorprendente lo rápido que había podido aprenderlo. Vio venir un fuerte puñetazo por parte de su enemigo, y sonrió de lado a lado.

 “¿En serio pensabas que dejaría una abertura tan evidente? Esperaba más de tí.” Y en vez de dar un paso hacia atrás para esquivarlo, avanzó, concentrando su energía elemental donde iba a impactar el golpe. Le dolió el impacto, claro, pero la capa de hielo le protegió de cualquier daño serio. Pero ahora tenía una oportunidad perfecta. Tal vez pensó que solo sabía trabajar con su arma, pero no. Le pego un fuerte rodillazo en el estómago, seguido de una patada en las costillas que lo mandó a volar y a rodar por el suelo.

Podría haberla ignorado. Lo sabía. Sin embargo volvió el rostro hacia ella, visiblemente turbado. Su mirada era gélida, como de costumbre, pero la boca torcida en una mueca. Ella no podía verla, claro, pero no le importó. Estaba molesto.

- No entiendes nada.

Podía permitirse aquello. En algunas circunstancias habría sido un error, claro. De hecho, lo era. Sin embargo, en un dos contra uno habría sido estúpido tratar de acercarse a cualquiera de los dos sin esperar un paso en falso. También lo era para cualquiera de los dos, especialmente para él. No podía confiar en que Elyria -al parecer, así se llamaba- pudiese apartar de sí el odio visceral que era fácil ver sentía por el Gobierno Mundial. La entendía; tenía razón. Pero alguien tenía que hacer lo correcto.

La marine fue audaz en su movimiento. No se arriesgó demasiado, congelando de alguna manera el aire a su alrededor para lanzar peligrosos cuchillos que no representaron ninguna clase de riesgo para Halley. Ni para la madera, al parecer. Sentía que de alguna manera la había sobreestimado; pese a la dificultad técnica de una habilidad como aquella, ningún agente en servicio sería tan tonto de... Bueno, en realidad sabía de unos cuantos que utilizaban cualquier combate como pista de entrenamiento por arriesgada que la situación fuese. "Hay que llegar al reflejo instintivo", había escuchado alguna vez. Sin embargo, había una cierta diferencia entre los movimientos desesperados que el cuerpo adoptaba con naturalidad y una prueba a ciegas como aquella.

Aunque, visto lo visto, tenía sentido.

Pese a lo lamentable de sus habilidades ofensivas demostró una extraordinaria capacidad para defenderse. Con la seguridad de quien veía claramente a qué se exponía preparó con seguridad una corteza de hielo que atrapó en el instante exacto a Halley, exponiéndolo a la brutalidad de un contraataque. El pirata rodó por el suelo, los brazos intentando cubrirse la cabeza hasta que pudo estabilizarse, arrodillado, con una mano en el hígado. Elyria veía demasiado bien para una ciega.

En cualquier caso no derrochó su oportunidad. Corrió hacia él espada en mano, acariciando entre las yemas de sus dedos libres la bruma y el rocío en medio de la noche. Formaban una pátina en su cuerpo, rodeándolo y empapándolo. No era mucho, pero sí lo suficiente. Amenazó con una estocada pero dio un suave puñetazo en su hombro, lo bastante delicado como para hacerle arquear una ceja. Los dos sabían lo que había hecho, y Halley empezaba a notarlo. Tras ello, tomó su arma cual mandoble y se aseguró de descargar un potente tajo que le alcanzase únicamente el brazo. Quería neutralizarlo; esa vez iba a asegurarse de que no escapara, pero, por supuesto, iba a evitar hasta el final llegar al aciago desenlace.

- Dónde los guardas, Halley -preguntó-. No me hagas preguntar una segunda vez.

Por respuesta, sin embargo, se levantó. Trastabillaba ligeramente a momentos, tropezando consigo mismo. No obstante, sonreía.

 ¿Que no entendía nada? ¿Qué demonios estaba diciendo? ¿Acaso estaba tan ciego que era incapaz de ver la oscuridad que rodeaba al Gobierno Mundial? Bah, no era su problema. Ahora tenía un único objetivo. Eliminar esa amenaza, ya fuese arrestándolo o matándolo. Lo primero sería más útil en cuanto al caso de los pingüinos, pero no dudaría en acabar con el si fuese necesario.

 Escuchó como el pirata rodaba violentamente por el suelo. Hasta que se paró. Evidentemente, algo así no acabaría con el, era más fuerte que eso. Y sería un poco decepcionante. Sintió como las presencias de Albert y Halley chocaban. Bueno, más bien, cómo el primero corría a rematar al segundo. Pero no lo hizo. Escuchó el sonido de su arma cortando. Fue al brazo, según Nissa. Le siguió su voz, exigente. Probablemente quería sacarle donde escondía el resto del cargamento. Pero no. Algo le decía que no sería tan fácil. Si estuvo encerrado, ya deberían de haberle intentado interrogar. Y no habían conseguido nada. Aunque con los sucios métodos de tortura que acostumbraba a usar el gobierno… En cualquier caso, no permitiría algo así, ergo se acercó a esposarlo.

 Pero se levantó. Nissa lo describió como macabro. Y entonces sintió cómo se giraba con intención de lanzar un ataque, una onda de choque con su puño. Espera, en dirección contra— ¡Hijo de puta! No debió de haber dicho eso sobre los civiles. Ahora el pirata sabía que intentaría interceptar el ataque. Y sabía que lo alcanzaría. Se encargó de hacerlo lo suficientemente rápido como para no darle tiempo a pensar, pero lo suficientemente lento como para que fuese capaz de pararlo. ¿Cómo demonios sabía tanto sobre ella? El nombre vale, pero esto ya era preocupante.

 En cualquier caso, se impulsó para dar un salto, interponiéndose en medio de la onda de choque, bloqueando con Khione. El arma pudo absorber gran parte del daño, pero eso no impidió que saliese despedida por los aires, su camisa totalmente desgarrada. Tenía que hablar con Aria para conseguir ropa un poco más resistente, se estaba dejando el sueldo en camisas rotas.

 Usó su Sky Walk para impulsarse de vuelta usando el aire como plataforma, atacando con una fuerte estocada en dirección a Halley. Esta creo una bala de hielo. La precisión en ataques a distancia no era su fuerte, menos estando ciega, así que no le dio de lleno. Pero no era necesario. El proyectil explotó contra el suelo, cubriendo de hielo todo a su alrededor, consiguiendo inmovilizar a su objetivo durante unos instantes. Quería continuar con una red de ondas cortantes, no le daría tiempo a esquivarlo, pero Albert estaba en medio. Odiaba a esas ratas, pero ahora mismo era un aliado, su honor le impedía atacarle. Y bueno, tampoco tenía motivos para hacerlo.

 Así que simplemente aterrizó con elegancia en el suelo, dejando que el Legionario le diese el golpe de gracia. O que le sacase la información que necesitaba, eso sería util para todos. Aunque bajo ningún caso permitiría que usase la tortura como método para lograrlo.

- Eres fuerte -dijo, con la voz levemente quebrada-, pero ese ha sido un golpe lamentable.

- Si lo sabes, también sabes lo que viene ahora. -Su presencia se incrementaba poco a poco. Su postura, más recta si cabe, lo hacía ver abominable-. Está dentro de ti, extendiéndose como un balazo, repartiéndose en todas las direcciones. Es suficiente para dejarte severas hemorragias internas, y vas a necesitar que te las trate si quieres llegar con vida a un médico.

Su cara trataba de ocultar algunos tics nerviosos. También muecas de dolor. Halley se encorvaba poco a poco, sufriendo aún los golpes de la marine y empezando a notar cómo el puño de las mareas se extendía por su cuerpo. Había apuntado al pulmón, quizá el órgano donde menos daño le produciría a la larga pero también uno de los más incapacitantes. Sin embargo, el pirata no tenía pensado rendirse sin pelear. O, por lo menos, si se dejaba atapar sería causando el máximo daño posible. En cuanto se percató de que Elyria caminaba hacia él proyectó un potente golpe que no buscaba a ninguno de los dos, sino a la vulnerable población civil que estaba en la calle a causa del estruendo.

La marine actuó deprisa, ocupándose de encajar por sí misma la mayor parte del impacto, salvando unas cuantas vidas. Blaze apartó la mirada respetuosamente y mató con presteza la sonrisa pervertida que se le formó por un instante. "Uno no puede olvidar de dónde viene", se dijo, y mientras ella lanzaba una explosión de hielo al suelo él dio un salto hacia atrás por puro instinto, evitando quedar entorpecido como sí lo hizo Halley. La habría mirado con reproche, pero recordó la camisa destrozada y bajó la mirada una vez más mientras sacaba su propia camisa del compartimento. No entendía muy bien cómo funcionaba la armadura para cambiar y recoger la ropa que llevaba puesta, pero tampoco iba a cuestionar la ciencia por muy extraña que le pareciese. Hecha un rebujo se la tiró.

- Ponte esto, anda -le instó. Era una simple camisa blanca. Le iba a quedar enorme, pero al menos no estaría desnuda-. Y tú y yo... -Clavó los ojos en el pirata-. Debería azotarte cien veces por lo que has hecho -amenazó, agarrando su cuello. El pirata era fuerte, pero el dolor le impedía hacer uso de esa fuerza-. Debería partirte en dos como a una rama.

Lo levantó del suelo, arrancando sus pies del hielo que crujió. Había un brillo de furia en sus ojos, uno que no surgía muy a menudo. Un tornado de negra oscuridad amenazaba con enraizarse en sus ojos dorados, y Halley chilló, desesperado. Blaze apretó, enajenado.

De golpe, lo soltó.

- Lo siento.

Dio un paso hacia atrás, antes de patearle la sien para dejarlo inconsciente. Odiaba a Halley. En parte por los latigazos, en parte por ser pirata. Sin embargo, le recordaba que había sido descuidado. Lo odiaba porque constataba su error; su negligencia. Debería haberse asegurado de que no escapaba. "Pero no podías, ¿recuerdas?", susurró su mente. "Blaze, el prisionero de guerra".

- Voy a necesitar una copa después de esto -comentó, posando su vista en la marine-. Si te apetece, estaré en la posada cuando hayas entregado a esta sabandija.

Le dio la espalda, enfilando hacia la taberna. Al menos, al principio. Tenía una corazonada.

 No sabía que demonios le había hecho el Legionario, pero Halley parecía afectado. A ver, le había pegado un tajo en todo el brazo, pero las descripciones de Nissa de cómo le había atacado y las de como se movía ahora no terminaban de encajar. En fin, no era momento de pararse a pensar en esas cosas, no tenía pensado pelear con el. Y dudada que le atacase. No sería muy buena idea, tenian una fuerza similar, así que en una isla de la liga tenía todas las de perder.

 Notó como le lanzaba algo, y lo agarró al aire, las intenciones no parecían ser hostiles. Una camisa. Un tanto grande, pero eso daba igual ahora mismo. Se tragó su orgullo. Realmente no le molestaba demasiado estar medio desnuda, no se preocupaba de esas tonterías en medio de una batalla, pero suspiró y se la puso por encima rápidamente. No sabía si por pura educación o por qué demonios, pero lo hizo.

 “Gracias.”

 Escuchó el crujido del hielo, algo preocupada por lo que Albert le haría al pirata. Parecía estar cabreado. No sabía que había ocurrido entre ellos dos, pero algo le decía que los latigazos de los que hablaban antes tenían algo que ver. Bueno, en realidad era bastante evidente, pero le gustaba hacerse la interesante. El gritó de Halley hizo que se le pusieran los pelos de punta. No le estaba gustando esto, si lo quería matar que lo hiciera rápido.  

 “Deten—“

 Antes de que pudiese terminar de pronunciar la primera palabra, le soltó, dejándole inconsciente de un golpe. Y dejó una disculpa. Al parecer había perdido el control, o se había arrepentido de lo que acababa de hacer. Por desgracia, sintió que le entendía demasiado bien. No era nada fácil tratar con estas cosas, con el odio, con el dolor. Pero era su trabajo tragarselo. La venganza era un pozo asqueroso y sin fondo del que era casi imposible salir una vez caías dentro.

 Su proposición le hizo alzar una ceja. “Una cosa es tener honor y no atacar a un aliado cuándo tuve la oportunidad. Pero irse de copas con el es otra muy distinta, Albert. Además, no bebo de servicio.” Entonces dejó que se alejara. Le extraño que le diese la espalda, después de todo no la conocía de nada, podría aprovechar para atacar. Pero luego pensó que de cierta manera, ella había hecho lo mismo en el callejón cuando subió hasta los tejados con el Sky Walk. “Gracias por la ayuda,” terminó por pronunciar, con dificultad por no querer decirle algo así a una rata del gobierno. Pero tenía que estar por encima de eso, si no no sería capaz de cambiar nada.

 Finalmente esposó a Halley, llevándolo hasta el cuartel para dejarlo encerrado en el calabozo. Ella misma se encargaría de escoltarlo hasta otra isla; ya había escapado una vez, no podía dejarlo aquí. Además, tendría todo el viaje para hacerle unas preguntas.

 Pero antes tenía que hacer algo. Se cambió de ropa con otro conjunto que había traído consigo, y dobló la que le habían prestado. Normalmente la lavaría antes de devolverla, pero no tenía tiempo para eso. Entonces fue a la taberna, acercándose a Albert y dejando la camisa en sus piernas.

 “Esto es tuyo.”

 Se acercó a susurrar en su oido.

 "Y no dejes que esas ratas te descubran. Llevas demasiado tiempo trabajando en esto."

 Y sin decir nada más, se fue, dejando atrás a Nissa, invisible para todos menos ella. Quería que viese su reacción, tenía sus sospechas acerca de este tal Albert.

Estaba sentado a la mesa, solitario. Había dejado que otra gente se acercase a él los demás días, pero aquella noche era diferente. No quería compañía tras lo que acababa de suceder. En la silla contigua estaba la gabardina negra perfectamente doblada, y sobre sus hombros una americana impolutamente negra, cubriendo su espalda pero dejando ver su pecho desnudo. No había ido a cambiarse al llegar. A sus pies, además, atada y ovillada sobre sí misma, una masa amoratada que recordaba lejanamente al mismo hombre al que había amenazado horas antes. Primero en huir, pero Blaze había estudiado sus rutinas. Sabía dónde estaba el escondrijo de emergencia, que resultó ser también el almacén de los apenas cien o doscientos kilos que quedaban. El combate había sido desigual, más una ensañada paliza que una pelea, y no podía evitar preguntarse si realmente aquello había sido necesario, o solo una descarga a su frustración. En cualquier caso, era un criminal.

Echó un ojo a la nevera portátil junto a su prisionero. Treinta kilos de ave adulterada, la misma que Halley había tratado de vender. Con efectos psicoactivos, pero potenciadora del físico en grandes proporciones, el Gobierno Mundial y sus científicos tenían la seguridad de que podían encontrar una síntesis estable tras estudiarlo. Él, sin embargo, tenía serias dudas de que el ave fuese a aguantar el largo viaje. Por suerte lo recogerían a la mañana, y allí podría -con las precauciones adecuadas- dejarlo en un congelador de verdad.

Sacudió la cabeza, apurando un trago de Bourbon. No tenían un buen whisky, así que se había conformado. Había colaborado con una marine en aquella detención, y había dejado que viese la armadura. Técnicamente no la había visto, claro, pero él tenía serias dudas de que fuese realmente ciega. Había algo que le permitía anticiparse a todo; por lo poco que sabía de neurología, una agudeza auditiva que supliese la vista supondría también una debilidad terrible a los ruidos fuertes que ella no tenía. Lo sabía, o habría tenido que sacarla él mismo del edificio.

Sonrió parcamente. Le había visto el pecho fugazmente. Su padre no habría apartado la mirada. Quizá hasta hubiese hecho algún comentario ingenioso. Él, sin embargo, todo en lo que podía pensar era que debía cubrirse. No se parecían tanto, por mucho que el viejo intentase hacerle ver. "Bueno, en lo fundamental sí", resonó la voz de su madre. Ella también parecía ver sus semejanzas con mucha claridad, ignorando deliberadamente sus diferencias.

Suspiró, frunciendo el ceño. Cuando la puerta se abrió de alguna manera supo que era ella. No tenía un olor especialmente intenso ni tampoco él tenía habilidad para rastrear de esa forma. No se giró hacia ella, pero asintió cuando ella dejó la camisa sobre sus piernas. Luego la escuchó con cierta indiferencia.

- Sigues sin entender nada -contestó. Hizo el amago de beber, pero su vaso estaba vacío.

La Legión necesitaba cambiar, era cierto. El Gobierno Mundial sufría de una cumbre corrupta, nadie podía negarlo. Pero odiarlo no lo iba a solucionar. Se encogió de hombros, cavilando. Nadie tenía por qué luchar; ya luchaba él. Ya luchaban todos.