Christa
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Caminó junto al piano mientras sus dedos acariciaban con ternura las empolvadas teclas. Sacudió el taburete para remover el polvo y tomó asiento, sus ojos contemplando el piano abandonado. ¿Qué quería tocar? Era una pregunta recurrente antes de la primera nota, pero que era respondida siempre de la misma manera. Christa cerró los ojos y dejó que sus manos le guiaran, convirtiendo el silencio en una dulce armonía entre notas graves y agudas. La melodía recordaba un pájaro atrapado en una jaula y su anhelo de libertad.
Tocó hasta que apareció Jota, uno de los chicos de Vladimir, el líder de la Resistencia del Páramo. Jota era bajo, delgado y moreno. Iba a todos lados con la Tigresa, una chaqueta amarilla con un tigre bordado en la espalda. Decía que se dejaba el afro como gesto revolucionario pues, por alguna razón, la mayoría de los adoradores de Sett eran hombres de escaso cabello. Antes de dar la noticia, Jota encendió un cigarro y se apoyó en la pared justo donde apenas daba la luz, queriendo hacer drama por capricho.
-La Capilla tendrá una reunión con una delegación del Gobierno Mundial en diez días y al Consejo Nacional no le hace ninguna gracia. Los ancianos van a reaccionar y esto se convertirá en un baño de sangre -informó Jota, frunciendo el ceño y acomodándose las gafas de sol.
-¿A qué te refieres? ¿Acaso la Capilla no asimiló al Consejo Nacional hace unos meses? -preguntó Christa, confundida.
-Sí, pero existe una facción importante que controla una buena parte de la economía del Páramo. Son ellos los que mantienen los sueldos de los capas negras, así que mientras tengan la plata de su parte, la Capilla tendrá que ser recatada en sus movimientos -contestó y al acabar el cigarro lo apagó con la lengua, pues era un chico duro-. Escuché que una parte de la delegación del Gobierno Mundial está en contra de establecer relaciones con un “contenedor de basura” como el Páramo. Esos bastardos… Una vez fuimos un país desarrollado y poderoso, ¿sabes?
Hasta cierto punto, el comentario de Jota era acertado. Christa había visto vehículos motorizados abandonados por montones en las ruinas del Páramo, solo que casi todos estaban descompuestos. También había armas de fuego automáticas y usaban antenas de radio para comunicarse. Eran los vestigios de una época que había sido sepultada para siempre por los desastres naturales y la guerra.
-¿Y qué quieres hacer?
-Evitar un conflicto mayor -dijo Jota, firme y seguro de su respuesta-. Si los ancianos aprovechan la reunión y atacan, morirá mucha gente inocente. No podemos permitirlo: los hombres del Páramo han sufrido demasiado ya.
-Podemos intentar frenar el ataque de los ancianos, ¿no? -sugirió Christa, pensando que sería una buena opción.
-No he terminado aún. Vamos a evitar una masacre, echaremos al Gobierno Mundial y haremos que el Páramo siga siendo un país libre.
Otra tarea imposible a la lista de tareas imposibles.
Tocó hasta que apareció Jota, uno de los chicos de Vladimir, el líder de la Resistencia del Páramo. Jota era bajo, delgado y moreno. Iba a todos lados con la Tigresa, una chaqueta amarilla con un tigre bordado en la espalda. Decía que se dejaba el afro como gesto revolucionario pues, por alguna razón, la mayoría de los adoradores de Sett eran hombres de escaso cabello. Antes de dar la noticia, Jota encendió un cigarro y se apoyó en la pared justo donde apenas daba la luz, queriendo hacer drama por capricho.
-La Capilla tendrá una reunión con una delegación del Gobierno Mundial en diez días y al Consejo Nacional no le hace ninguna gracia. Los ancianos van a reaccionar y esto se convertirá en un baño de sangre -informó Jota, frunciendo el ceño y acomodándose las gafas de sol.
-¿A qué te refieres? ¿Acaso la Capilla no asimiló al Consejo Nacional hace unos meses? -preguntó Christa, confundida.
-Sí, pero existe una facción importante que controla una buena parte de la economía del Páramo. Son ellos los que mantienen los sueldos de los capas negras, así que mientras tengan la plata de su parte, la Capilla tendrá que ser recatada en sus movimientos -contestó y al acabar el cigarro lo apagó con la lengua, pues era un chico duro-. Escuché que una parte de la delegación del Gobierno Mundial está en contra de establecer relaciones con un “contenedor de basura” como el Páramo. Esos bastardos… Una vez fuimos un país desarrollado y poderoso, ¿sabes?
Hasta cierto punto, el comentario de Jota era acertado. Christa había visto vehículos motorizados abandonados por montones en las ruinas del Páramo, solo que casi todos estaban descompuestos. También había armas de fuego automáticas y usaban antenas de radio para comunicarse. Eran los vestigios de una época que había sido sepultada para siempre por los desastres naturales y la guerra.
-¿Y qué quieres hacer?
-Evitar un conflicto mayor -dijo Jota, firme y seguro de su respuesta-. Si los ancianos aprovechan la reunión y atacan, morirá mucha gente inocente. No podemos permitirlo: los hombres del Páramo han sufrido demasiado ya.
-Podemos intentar frenar el ataque de los ancianos, ¿no? -sugirió Christa, pensando que sería una buena opción.
-No he terminado aún. Vamos a evitar una masacre, echaremos al Gobierno Mundial y haremos que el Páramo siga siendo un país libre.
Otra tarea imposible a la lista de tareas imposibles.
Blaze Aswen
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Dejó el violín tras varias horas practicando. Todavía le costaba hacerlo, pero tras unos cuantos intentos malogrados empezaba a funcionar. Su respiración era entrecortada por el esfuerzo, pero por momentos conseguía mantener una secuencia de ciclos completos, lentos y profundos. Sentía su cuerpo más pesado, un efecto secundario indeseable aunque esperado; por suerte su mente seguía bien despierta, y si bien todavía necesitaba concentrarse en sostener aquel estado estaba cerca de dar con algo. Llevaba tiempo, con un avance mucho más lento de lo que en un principio se planteaba, pero la impetuosidad excesiva muchas veces rozaba la imprudencia. Y Blaze era muchas cosas, pero no imprudente.
Con una última bocanada expulsó todo el aire que quedaba en su interior, haciendo que su corazón golpease con fuerza inusitada. Dolía. Mientras el ritmo de sus latidos volvía a acompasarse anotó en su diario las novedades, sensaciones y variaciones que había observado. Aunque le habían explicado alguna vez cómo hacerlo no se sentía seguro si no lo databa paso a paso, en parte porque ver negro sobre blanco cómo había comenzado hacía más sencillo percatarse de su avance. El miedo a una parada, la intensidad del primer latido al regresar, las actividades cada vez más complejas que era capaz de realizar... El primer día apenas había sido capaz de moverse, y hasta el día doce no había conseguido que en ese estado su pulso se estabilizara. Había pasado casi un mes hasta ser capaz de caminar, así que en realidad no se estaba demorando tanto en ser capaz de mantenerse activamente. Aun así, era frustrante.
Guardó el cuaderno en el bolsillo de la gabardina antes de meterse en la ducha. Aun asegurándose de no apuntar nunca nada comprometedor prefería no dejarla a la vista en primera instancia, pues en sí había muchas mnemotecnias y claves de encriptación que utilizaba para comunicarse con distintos departamentos de la Legión y algunos afines del Cipher Pol. En la Lanza no tomaría tantas precauciones -o se convencía de que no lo hacía-, pero había sido destinado a una isla de la que nunca había oído hablar junto a un equipo de especialistas para analizar su seguridad y proponer un plan logístico para la delegación del Gobierno Mundial que estaba por llegar en poco más de una semana. Obviamente "delegación" era un eufemismo de "noble mundial con séquito" y el análisis, con tan poco tiempo de margen, era más bien una forma bonita de ordenar un plan de neutralización efectiva de amenazas. Aunque llevaba allí ya unos días su informe no llegaría a tiempo, al fin y al cabo, y la delegación iría lo bastante bien armada como para hacer frente a imprevistos. En esencia al equipo le correspondía trazar la ruta más cómoda para limpiarla.
- Llegas tarde -espetó Meitner, una agente de cabello blanco recogido en un tenso moño alto y gafas de media luna sin apartar la vista del periódico.
Blaze comprobó el reloj. Llegaba pronto.
- Lo siento -se disculpó-. ¿Dónde están los demás?
- Llegan tarde -contestó, sin darle mayor importancia.
A lo largo de la isla había seis equipos de cuatro personas: Un enviado del Cipher Pol -Meitner, en su caso- a modo de asesor y tres legionarios. Por alguna razón de los dieciocho soldados solo Blaze era de inteligencia, lo que daba sentido al despliegue de agentes en otros equipos pero provocaba algunos roces indeseados en el suyo. Meitner constantemente se extralimitaba en sus funciones y asumía el liderazgo, algo que no sería un problema si no hubiese llevado varias veces a que chocasen por, entre otras cosas, su ligereza a la hora de matar, en particular gente desarmada.
- Nuestra función es asegurar una conferencia sin incidentes, comandante. -Su tono tranquilo distaba mucho de la agresividad con la que lo había expresado el día anterior-. No podemos correr riesgos.
- Nuestro deber es proteger la conferencia -repuso-. Pronto serán ciudadanos del Gobierno Mundial.
- No hasta la firma; hasta entonces son enemigos. Debemos asegurar la lealtad entre los habitantes de esta isla de una forma u otra.
Blaze no contestó. Era inútil discutir con ella. Julianna en ocasiones también era así; debía ser marca del entrenamiento en el Cipher Pol. Se sentó junto a ella para ojear el periódico mientras esperaba que el resto del equipo llegase.
Con una última bocanada expulsó todo el aire que quedaba en su interior, haciendo que su corazón golpease con fuerza inusitada. Dolía. Mientras el ritmo de sus latidos volvía a acompasarse anotó en su diario las novedades, sensaciones y variaciones que había observado. Aunque le habían explicado alguna vez cómo hacerlo no se sentía seguro si no lo databa paso a paso, en parte porque ver negro sobre blanco cómo había comenzado hacía más sencillo percatarse de su avance. El miedo a una parada, la intensidad del primer latido al regresar, las actividades cada vez más complejas que era capaz de realizar... El primer día apenas había sido capaz de moverse, y hasta el día doce no había conseguido que en ese estado su pulso se estabilizara. Había pasado casi un mes hasta ser capaz de caminar, así que en realidad no se estaba demorando tanto en ser capaz de mantenerse activamente. Aun así, era frustrante.
Guardó el cuaderno en el bolsillo de la gabardina antes de meterse en la ducha. Aun asegurándose de no apuntar nunca nada comprometedor prefería no dejarla a la vista en primera instancia, pues en sí había muchas mnemotecnias y claves de encriptación que utilizaba para comunicarse con distintos departamentos de la Legión y algunos afines del Cipher Pol. En la Lanza no tomaría tantas precauciones -o se convencía de que no lo hacía-, pero había sido destinado a una isla de la que nunca había oído hablar junto a un equipo de especialistas para analizar su seguridad y proponer un plan logístico para la delegación del Gobierno Mundial que estaba por llegar en poco más de una semana. Obviamente "delegación" era un eufemismo de "noble mundial con séquito" y el análisis, con tan poco tiempo de margen, era más bien una forma bonita de ordenar un plan de neutralización efectiva de amenazas. Aunque llevaba allí ya unos días su informe no llegaría a tiempo, al fin y al cabo, y la delegación iría lo bastante bien armada como para hacer frente a imprevistos. En esencia al equipo le correspondía trazar la ruta más cómoda para limpiarla.
- Llegas tarde -espetó Meitner, una agente de cabello blanco recogido en un tenso moño alto y gafas de media luna sin apartar la vista del periódico.
Blaze comprobó el reloj. Llegaba pronto.
- Lo siento -se disculpó-. ¿Dónde están los demás?
- Llegan tarde -contestó, sin darle mayor importancia.
A lo largo de la isla había seis equipos de cuatro personas: Un enviado del Cipher Pol -Meitner, en su caso- a modo de asesor y tres legionarios. Por alguna razón de los dieciocho soldados solo Blaze era de inteligencia, lo que daba sentido al despliegue de agentes en otros equipos pero provocaba algunos roces indeseados en el suyo. Meitner constantemente se extralimitaba en sus funciones y asumía el liderazgo, algo que no sería un problema si no hubiese llevado varias veces a que chocasen por, entre otras cosas, su ligereza a la hora de matar, en particular gente desarmada.
- Nuestra función es asegurar una conferencia sin incidentes, comandante. -Su tono tranquilo distaba mucho de la agresividad con la que lo había expresado el día anterior-. No podemos correr riesgos.
- Nuestro deber es proteger la conferencia -repuso-. Pronto serán ciudadanos del Gobierno Mundial.
- No hasta la firma; hasta entonces son enemigos. Debemos asegurar la lealtad entre los habitantes de esta isla de una forma u otra.
Blaze no contestó. Era inútil discutir con ella. Julianna en ocasiones también era así; debía ser marca del entrenamiento en el Cipher Pol. Se sentó junto a ella para ojear el periódico mientras esperaba que el resto del equipo llegase.
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Estaba por involucrarse en un plan suicida para preservar la autonomía de un país que le había enseñado la verdadera crueldad. Iba a arriesgar su vida por proteger la libertad de los hombres libres que, presos de su propia indiferencia, se negaban a ofrecer ayuda a los refugiados y esclavos. ¿Por qué hacerlo? Unos habían perdido la guerra; otros, eran los delincuentes más repugnantes del Páramo. Había una estructura social marcada que, entre los grupos de poder, existía un apoyo transversal. Incluso habiendo experimentado por sí misma la corrupción de la isla participaría en una campaña con un objetivo inalcanzable.
En general, Christa era una chica que perseguía sus propios intereses y no tenía problemas en hacerlo saber. Ayudar a unos bastardos corrompidos no estaba en su lista de prioridades, pero proteger el hogar de una amiga sí. Amara le había mostrado que, incluso en los pantanos más nauseabundos y repugnantes, podía florecer una flor. El Páramo podía volver a ser lo que alguna vez fue, pero había que echar a los gobernantes corruptos y recuperar los valores que habían enterrado en las arenas del desierto. Por si no fuera razón suficiente, quería joder los planes de la Capilla de Sett como agradecimiento por todo lo que le habían hecho pasar.
Los pocos rebeldes que operaban en el sector suroriente de Umbría, la capital del Páramo, estaban reunidos en una sala llena de grafitis y botellas vacías en el suelo. La tenue luz de la lámpara colgante titilaba, atravesando el humo del puro que se estaba fumando Wale. El hombre de la pipa pertenecía al círculo de confianza de Vladimir y era conocido por su mal carácter, aunque noble corazón. Era un tipo rechoncho, moreno y bajito, que llevaba más tiempo que nadie en la Rebelión del Páramo. Sam era el chico de brazos cruzados que estaba junto a la pared, tan callado que Christa jamás había escuchado su voz. Decían que, a pesar de haberse unido hacía más de un año, nunca había operado fuera del sector suroriente de la capital.
-Estamos jodidos -sentenció Wale, apoyando sus cortas piernas sobre la mesa de madera. Parecía que se estaba esforzando por no caerse-. Los capas negras nos lleven oliendo el culo hace semanas y encima se nos viene una delegación del Gobierno Mundial.
-Es cierto, estamos con la mierda hasta el cuello, pero vamos a detener a esos bastardos -gruñó Jota, encendiendo un cigarrillo para ver quién echaba más humo.
Christa guardó silencio mientras Wale y Jota insultaban a los gobernadores del Páramo como solían hacerlo, y ahora se había sumado el Gobierno Mundial. Decían con seguridad que detendrían la delegación, que protegerían la libertad del Páramo, pero nadie sabía cómo hacerlo.
-¿No tienen un plan? -preguntó Christa, llamando la atención de los rebeldes.
-Sí, esperar las órdenes de Vlad -contestó Wale justo antes de caerse de la silla, haciendo que Jota estallara de la risa y enseguida Christa se unió a las burlas. Sam intentó ayudar a Wale, pero el viejo cascarrabias lo empujó y se paró él solo.
-Ya, en serio. Pongámonos serios por un momento -insistió la cazadora, acercándose a la luz-. ¿En serio solo vamos a esperar lo que diga Vladimir? Ni siquiera está aquí.
Una chica morena y de cabellos ondulados apareció en la sala, capturando la atención de los rebeldes. Tenía el rostro tatuado y los ojos violetas característicos de un Lumenhart, una de las familias más poderosas e influyentes del Páramo. A pesar de poder vestir prendas más ostentosas, Amara iba ataviada con un traje adecuado para el desierto: una chaqueta caqui, pantalones anchos y botas militares.
-La Legión intervendrá, pero no sabemos cuándo, cómo ni dónde. Nuestra misión es responder estas preguntas -anunció la chica.
En general, Christa era una chica que perseguía sus propios intereses y no tenía problemas en hacerlo saber. Ayudar a unos bastardos corrompidos no estaba en su lista de prioridades, pero proteger el hogar de una amiga sí. Amara le había mostrado que, incluso en los pantanos más nauseabundos y repugnantes, podía florecer una flor. El Páramo podía volver a ser lo que alguna vez fue, pero había que echar a los gobernantes corruptos y recuperar los valores que habían enterrado en las arenas del desierto. Por si no fuera razón suficiente, quería joder los planes de la Capilla de Sett como agradecimiento por todo lo que le habían hecho pasar.
Los pocos rebeldes que operaban en el sector suroriente de Umbría, la capital del Páramo, estaban reunidos en una sala llena de grafitis y botellas vacías en el suelo. La tenue luz de la lámpara colgante titilaba, atravesando el humo del puro que se estaba fumando Wale. El hombre de la pipa pertenecía al círculo de confianza de Vladimir y era conocido por su mal carácter, aunque noble corazón. Era un tipo rechoncho, moreno y bajito, que llevaba más tiempo que nadie en la Rebelión del Páramo. Sam era el chico de brazos cruzados que estaba junto a la pared, tan callado que Christa jamás había escuchado su voz. Decían que, a pesar de haberse unido hacía más de un año, nunca había operado fuera del sector suroriente de la capital.
-Estamos jodidos -sentenció Wale, apoyando sus cortas piernas sobre la mesa de madera. Parecía que se estaba esforzando por no caerse-. Los capas negras nos lleven oliendo el culo hace semanas y encima se nos viene una delegación del Gobierno Mundial.
-Es cierto, estamos con la mierda hasta el cuello, pero vamos a detener a esos bastardos -gruñó Jota, encendiendo un cigarrillo para ver quién echaba más humo.
Christa guardó silencio mientras Wale y Jota insultaban a los gobernadores del Páramo como solían hacerlo, y ahora se había sumado el Gobierno Mundial. Decían con seguridad que detendrían la delegación, que protegerían la libertad del Páramo, pero nadie sabía cómo hacerlo.
-¿No tienen un plan? -preguntó Christa, llamando la atención de los rebeldes.
-Sí, esperar las órdenes de Vlad -contestó Wale justo antes de caerse de la silla, haciendo que Jota estallara de la risa y enseguida Christa se unió a las burlas. Sam intentó ayudar a Wale, pero el viejo cascarrabias lo empujó y se paró él solo.
-Ya, en serio. Pongámonos serios por un momento -insistió la cazadora, acercándose a la luz-. ¿En serio solo vamos a esperar lo que diga Vladimir? Ni siquiera está aquí.
Una chica morena y de cabellos ondulados apareció en la sala, capturando la atención de los rebeldes. Tenía el rostro tatuado y los ojos violetas característicos de un Lumenhart, una de las familias más poderosas e influyentes del Páramo. A pesar de poder vestir prendas más ostentosas, Amara iba ataviada con un traje adecuado para el desierto: una chaqueta caqui, pantalones anchos y botas militares.
-La Legión intervendrá, pero no sabemos cuándo, cómo ni dónde. Nuestra misión es responder estas preguntas -anunció la chica.
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Rara vez se trataban asuntos de interés en los periódicos locales, pero siempre valía la pena echar un vistazo. En aquella ocasión la ojeada resultó infructuosa, pero no por ello menos estimulante. A medida que pasaban los días en ese lugar creía entender un poco mejor, si bien de manera limitada, la política del Páramo: Caótica, desestructurada y hasta cierto punto salvaje, pero noticia tras noticia todo iba teniendo más sentido... Más o menos. Seguía faltando mucho contexto, pero tampoco lo necesitaba -siendo sinceros,
pronto desecharía esos datos-.
En cierto modo era una suerte que Meitner no fuese especialmente sociable. Le daba una oportunidad de simplemente estar callado en su presencia, acostumbrándose. El silencio era un gran aliado para controlar su ansiedad y en aquella situación, buscando sostener una respiración más acompasada aunque fuese durante un tiempo limitado, la interacción escasa hacía de la agente una suerte de entorno seguro. Si, por cualquier razón, tuviese que preocuparse de mantener una conversación más allá de esporádicos comentarios más o menos cortantes seguramente no fuese capaz de entrar en ese estado. Seguramente, tampoco lo fuera de mantenerlo.
Pasaban tres minutos de la hora acordada cuando Mapbet llegó, iniciando una oleada de cháchara incesante en la que ahogó las quejas por su tardanza de Meitner y diluyó la concentración de Blaze, que rápidamente recuperó el flujo de sangre de manera inoportuna. Aunque, por suerte, cruzó las piernas con fingida displicencia antes de llamar al soldado por su nombre en el tono más autoritario que pudo conformar.
- ¿A qué se debe este retraso? -preguntó con dureza. La agente pareció contener una sonrisa complacida.
- Yo...
- ¿Debo preguntar una segunda vez, soldado?
Mapbet tragó saliva.
- He tenido problemas en el lavabo, comandante -confesó.
Blaze prefirió no indagar. Si sufría problemas intestinales o si se había masturbado iba más allá de lo que estaba dispuesto a saber. Meitner, sin embargo, parecía disfrutar con la escena y quiso meter cizaña:
- Espero que el problema esté en un pañuelo y no en tus calcetines -respondió, mordaz.
Blaze se desentendió, pero cuando llegó el soldado Karst siete minutos más tarde la escena pareció repetirse de nuevo. Karst se había retrasado diez minutos, algo inadmisible. Mucho más cuando estaban en terreno desconocido y susceptibles a un ataque en cualquier momento. En cuanto su circulación volvió a la normalidad se levantó despacio para encarar a los soldados, alternando sin pestañear su mirada entre uno y otro, en completo silencio.
- No estamos de vacaciones, soldados -dijo, secamente-. Vuestros decanos disciplinarían este retraso; la próxima vez yo también lo haré.
Ambos asintieron. Quizá Blaze no tenía el carisma de otros líderes, pero provocaba miedo. El terror era un arma de doble filo con los soldados, por lo que prefería no utilizarla en la medida de lo posible. No obstante, pequeños empujones para encauzar a los díscolos no terminaba de ser una mala idea. Al menos, no mientras no abusase de ello. Por su parte, Meitner parecía aprobar la reprimenda, si bien él sabía que ella habría ido un paso más allá.
- Si habéis terminado de jugar, chicos -comentó con tono provocador mientras se levantaba. Tenía las piernas largas-, tenemos muchas cosas que hacer. Y como no tengo claro que el comandante esté por la labor de hacer el trabajo como se debe vamos a tener que esforzarnos más. Hay que trazar la ruta cuatro desde el puerto fluvial y asegurar las ruinas de no sé qué que hay por el medio.
Blaze asintió.
- Según los informes no hay ningún asentamiento permanente, por lo que en el peor de los casos será espantar un par de nómadas y cazar algún que otro animal. Nada especialmente complicado; ni siquiera para un agente.
pronto desecharía esos datos-.
En cierto modo era una suerte que Meitner no fuese especialmente sociable. Le daba una oportunidad de simplemente estar callado en su presencia, acostumbrándose. El silencio era un gran aliado para controlar su ansiedad y en aquella situación, buscando sostener una respiración más acompasada aunque fuese durante un tiempo limitado, la interacción escasa hacía de la agente una suerte de entorno seguro. Si, por cualquier razón, tuviese que preocuparse de mantener una conversación más allá de esporádicos comentarios más o menos cortantes seguramente no fuese capaz de entrar en ese estado. Seguramente, tampoco lo fuera de mantenerlo.
Pasaban tres minutos de la hora acordada cuando Mapbet llegó, iniciando una oleada de cháchara incesante en la que ahogó las quejas por su tardanza de Meitner y diluyó la concentración de Blaze, que rápidamente recuperó el flujo de sangre de manera inoportuna. Aunque, por suerte, cruzó las piernas con fingida displicencia antes de llamar al soldado por su nombre en el tono más autoritario que pudo conformar.
- ¿A qué se debe este retraso? -preguntó con dureza. La agente pareció contener una sonrisa complacida.
- Yo...
- ¿Debo preguntar una segunda vez, soldado?
Mapbet tragó saliva.
- He tenido problemas en el lavabo, comandante -confesó.
Blaze prefirió no indagar. Si sufría problemas intestinales o si se había masturbado iba más allá de lo que estaba dispuesto a saber. Meitner, sin embargo, parecía disfrutar con la escena y quiso meter cizaña:
- Espero que el problema esté en un pañuelo y no en tus calcetines -respondió, mordaz.
Blaze se desentendió, pero cuando llegó el soldado Karst siete minutos más tarde la escena pareció repetirse de nuevo. Karst se había retrasado diez minutos, algo inadmisible. Mucho más cuando estaban en terreno desconocido y susceptibles a un ataque en cualquier momento. En cuanto su circulación volvió a la normalidad se levantó despacio para encarar a los soldados, alternando sin pestañear su mirada entre uno y otro, en completo silencio.
- No estamos de vacaciones, soldados -dijo, secamente-. Vuestros decanos disciplinarían este retraso; la próxima vez yo también lo haré.
Ambos asintieron. Quizá Blaze no tenía el carisma de otros líderes, pero provocaba miedo. El terror era un arma de doble filo con los soldados, por lo que prefería no utilizarla en la medida de lo posible. No obstante, pequeños empujones para encauzar a los díscolos no terminaba de ser una mala idea. Al menos, no mientras no abusase de ello. Por su parte, Meitner parecía aprobar la reprimenda, si bien él sabía que ella habría ido un paso más allá.
- Si habéis terminado de jugar, chicos -comentó con tono provocador mientras se levantaba. Tenía las piernas largas-, tenemos muchas cosas que hacer. Y como no tengo claro que el comandante esté por la labor de hacer el trabajo como se debe vamos a tener que esforzarnos más. Hay que trazar la ruta cuatro desde el puerto fluvial y asegurar las ruinas de no sé qué que hay por el medio.
Blaze asintió.
- Según los informes no hay ningún asentamiento permanente, por lo que en el peor de los casos será espantar un par de nómadas y cazar algún que otro animal. Nada especialmente complicado; ni siquiera para un agente.
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Sin lugar a duda, conocer los planes de los legionarios supondría una ventaja fundamental para proteger la autonomía y libertad del Páramo. Sin embargo, los rebeldes debían mantenerse enfocados en el verdadero problema: la llegada de un Noble Mundial. Autoproclamados dioses, asumían que sus vidas estaban por sobre de las demás y que la humanidad estaba para servirle. Oponerse a los caprichos de un Noble Mundial significaba ir en contra de la autoridad del Gobierno Mundial y, en el mejor de los casos, conllevaba a una muerte rápida; ¿uno de los peores? La esclavitud.
Por ello, Christa pensaba que era una pérdida de tiempo especular sobre las operaciones de los legionarios en el Páramo, cuando la auténtica tormenta se acercaba desde el mar. Podían echar a los soldados del Gobierno Mundial mediante la fuerza, incluso tomar a un par de rehenes para emitir las señales correctas, pero no podían ponerle un dedo encima al Noble Mundial sin afrontar las peores consecuencias posibles: la destrucción absoluta del Páramo.
Los rebeldes se escuchaban emocionados al tener la oportunidad de enfrentarse a un enemigo tan poderoso como el Gobierno Mundial. Aseguraban que ese era el momento perfecto para hacerle saber no solo a la Capilla de Sett que el Páramo era un país libre, sino al mundo entero. Sin embargo, ninguno de ellos, ni siquiera Amara, dimensionaba la influencia de un Noble Mundial y el poder del Gobierno Mundial.
-Es cierto que, después de la guerra que lideró mi madre, el Gobierno Mundial perdió influencia, poder y territorios, pero sigue siendo un monstruo al que no podemos vencer -intervino Christa, capturando la atención de los rebeldes. Sus palabras fueron como un balde de agua fría-. Ustedes se han pasado la vida peleando contra mutantes y criminales, atrapados en conflictos políticos internos, pero no saben cómo es el mundo más allá de las costas del Páramo.
-¿Asustada, von Steinhell? -le provocó Jota con una sonrisa desafiante.
-Sí, no quiero ver a ninguno de mis amigos muertos -respondió con sinceridad, sus ojos posándose sobre Amara-. Si Vladimir cree que debemos conseguir información sobre los planes de los legionarios, está bien: él es el líder. Sin embargo, yo creo que debemos cambiar el enfoque y esforzarnos para que el Noble Mundial vea que el Páramo no es una isla paradisiaca ni una buena adquisición para el Gobierno Mundial.
-Entonces, ¿qué propones? -preguntó Wale, echando humo en la pipa.
-Darle una cálida bienvenida a la diligencia del Gobierno Mundial -contestó con una sonrisa y entonces apuntó el mapa desplegado sobre la mesa-. Existen únicamente dos puertos en toda la isla: uno al norte, en Ciudad del Sol, y otro al suroeste, en las Costas Occidentales. Sin embargo, las Ciudades Hermanas se han declarado abiertamente en contra del gobierno de Archeron. Esto significa que la diligencia arribará a Ciudad del Sol y deberán atravesar el Desierto de Zahín para reunirse en Umbría. Esas arenas malditas son traicioneras y peligrosas, lo sé porque yo misma tuve que atravesar el desierto, y los mutantes no distinguen entre plebeyos y nobles…
-Hmm, sí… Oh… ¡Claro! ¡Entiendo! -exclamó Jota después de pensarlo unos segundos-. ¿Quieres usar a los mutantes para que se carguen al Noble Mundial?
-No, el Noble Mundial no puede morir ni resultar herido pues su muerte significaría la destrucción del Páramo. Sé de lo que hablo: conozco bien a los bastardos del Gobierno Mundial -aseguró, recordando la lucha de su madre en contra de las máximas autoridades del mundo-. Los mutantes serán la primera excusa para que la diligencia del Gobierno Mundial rechace el trato con Archeron.
-Entonces, quieres hacerles ver que el Páramo es una tierra peligrosa y sin valor que no merece la pena pasarse un día en estas arenas ardientes y malditas, ¿no? -comentó Amara, sus ojos puestos sobre el mapa.
-Sí, pero esa es solo una parte del plan. La otra parte consistirá en hacer ver a los legionarios como unos inútiles incapaces de preparar la llegada de la diligencia del Gobierno Mundial -respondió Christa luego de estimar que las ideas de Vladimir fracasarían.
Por ello, Christa pensaba que era una pérdida de tiempo especular sobre las operaciones de los legionarios en el Páramo, cuando la auténtica tormenta se acercaba desde el mar. Podían echar a los soldados del Gobierno Mundial mediante la fuerza, incluso tomar a un par de rehenes para emitir las señales correctas, pero no podían ponerle un dedo encima al Noble Mundial sin afrontar las peores consecuencias posibles: la destrucción absoluta del Páramo.
Los rebeldes se escuchaban emocionados al tener la oportunidad de enfrentarse a un enemigo tan poderoso como el Gobierno Mundial. Aseguraban que ese era el momento perfecto para hacerle saber no solo a la Capilla de Sett que el Páramo era un país libre, sino al mundo entero. Sin embargo, ninguno de ellos, ni siquiera Amara, dimensionaba la influencia de un Noble Mundial y el poder del Gobierno Mundial.
-Es cierto que, después de la guerra que lideró mi madre, el Gobierno Mundial perdió influencia, poder y territorios, pero sigue siendo un monstruo al que no podemos vencer -intervino Christa, capturando la atención de los rebeldes. Sus palabras fueron como un balde de agua fría-. Ustedes se han pasado la vida peleando contra mutantes y criminales, atrapados en conflictos políticos internos, pero no saben cómo es el mundo más allá de las costas del Páramo.
-¿Asustada, von Steinhell? -le provocó Jota con una sonrisa desafiante.
-Sí, no quiero ver a ninguno de mis amigos muertos -respondió con sinceridad, sus ojos posándose sobre Amara-. Si Vladimir cree que debemos conseguir información sobre los planes de los legionarios, está bien: él es el líder. Sin embargo, yo creo que debemos cambiar el enfoque y esforzarnos para que el Noble Mundial vea que el Páramo no es una isla paradisiaca ni una buena adquisición para el Gobierno Mundial.
-Entonces, ¿qué propones? -preguntó Wale, echando humo en la pipa.
-Darle una cálida bienvenida a la diligencia del Gobierno Mundial -contestó con una sonrisa y entonces apuntó el mapa desplegado sobre la mesa-. Existen únicamente dos puertos en toda la isla: uno al norte, en Ciudad del Sol, y otro al suroeste, en las Costas Occidentales. Sin embargo, las Ciudades Hermanas se han declarado abiertamente en contra del gobierno de Archeron. Esto significa que la diligencia arribará a Ciudad del Sol y deberán atravesar el Desierto de Zahín para reunirse en Umbría. Esas arenas malditas son traicioneras y peligrosas, lo sé porque yo misma tuve que atravesar el desierto, y los mutantes no distinguen entre plebeyos y nobles…
-Hmm, sí… Oh… ¡Claro! ¡Entiendo! -exclamó Jota después de pensarlo unos segundos-. ¿Quieres usar a los mutantes para que se carguen al Noble Mundial?
-No, el Noble Mundial no puede morir ni resultar herido pues su muerte significaría la destrucción del Páramo. Sé de lo que hablo: conozco bien a los bastardos del Gobierno Mundial -aseguró, recordando la lucha de su madre en contra de las máximas autoridades del mundo-. Los mutantes serán la primera excusa para que la diligencia del Gobierno Mundial rechace el trato con Archeron.
-Entonces, quieres hacerles ver que el Páramo es una tierra peligrosa y sin valor que no merece la pena pasarse un día en estas arenas ardientes y malditas, ¿no? -comentó Amara, sus ojos puestos sobre el mapa.
-Sí, pero esa es solo una parte del plan. La otra parte consistirá en hacer ver a los legionarios como unos inútiles incapaces de preparar la llegada de la diligencia del Gobierno Mundial -respondió Christa luego de estimar que las ideas de Vladimir fracasarían.
Blaze Aswen
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Destreza
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Akuma no mi
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A pesar de ser una misión oficial iban -más o menos- de incógnito. La gente del Páramo parecía reacia a tratar con extraños y los uniformes de la Legión evidenciaban que algo pasaría muy pronto. Si bueno o malo quizá no supiesen, pero como en todas partes preferían malo conocido. Si bien encontrar a cuatro extranjeros vestidos de camisa sobre un deslizador para recorrer el desierto podía ser llamativo, resultaba mucho menos memorable que la alternativa. De hecho parte del plan de Blaze pasaba por los demás equipos, probablemente sí debidamente vestidos según el Código, que concentrarían gran parte de la atención y rumores que se esparciesen por la isla. Dudaba que pudiese engañar del todo a los opositores que mencionaba el informe, pero contaba con retrasar lo suficiente el momento en que los descubriesen. Con un poco de suerte ya habrían terminado para entonces.
- ¿Qué puede haber visto la cúpula en este lugar? -preguntó ya en la calle, no pudiendo evitar fijarse en las láminas de amianto que cubrían paredes y los edificios de hormigón destartalados.
- Pueden pagar el tributo -contestó Meitner sin darle mayor importancia.
La Legión ya recorría Grand Line entre las islas que controlaba y rara vez se veía obligada a protegerlas. Añadir un gobierno local más a la federación significaba más dinero en las arcas y más reclutas para luchar, pero Blaze tenía la sensación de que había algo más detrás de todo. Al fin y al cabo el Páramo era una isla llena de salvajes y mutantes. Aún no se había encontrado con ninguno, pero no tenía claro querer hacerlo. Pacificar una isla siempre era caro, por lo que el beneficio debía ir más allá de lo que estaban dispuestos a compartir con simples soldados.
Aun con todo su trabajo no era hacer preguntas, por lo que siguió a Meitner en su callejeo hacia la salida norte, un paso entre las montañas que llevaba hasta lo que según la agente se llamaba el Zahín. Era un espacio estrecho entre paredes de roca escarpada sin evacuación posible: Una ratonera. Miraba hacia arriba con cierta inseguridad, temiendo una emboscada en cualquier momento. Incluso aunque pudiesen controlar la zona alta los soldados apostados ahí serían fácilmente susceptibles a un ataque.
- No es un buen camino -apuntó, hablando más despacio de lo habitual. Se sentía aletargado; tardó en darse cuenta de por qué era.
- No hay buenos caminos en el Páramo -objetó Meitner-. Desde Ciudades Hermanas, asumiendo que no fuese terreno hostil, habría que caminar sobre desierto rocoso varias leguas y el río en Puerto Arenas solo tiene calado para un esquife. Lo cual en realidad no sería un problema de no ser porque...
Le hizo una señal para que se callase. Karst Había desenfundado un revólver desmesurado haciendo bastante ruido, pero aquello no importaba en ese momento. Con la mirada siguió la dirección en que apuntaba hasta ver algo que, de golpe, hizo que su concentración se rompiese.
Contuvo una maldición mientras clavaba sus ojos, precisamente, en una de las paredes. Por su color terroso la había ignorado a primera vista, pero se trataba de una criatura que medía no menos de seis metros y aspecto informe. Sus brazos asimétricos parecían tener solo dos dedos, como pinzas carnosas que terminaban en una uña ganchuda; de su torso pendía un larguísimo cuello atrofiado del que colgaba lo que en algún momento debió ser una cabeza, si bien carecía de ojos. Si tenía boca no sabía identificarla, pero como poco no parecía ser hostil. De hecho, ni siquiera parecía haberse percatado de su presencia.
- Baja el arma -susurró. En el mejor de los casos un calibre tan pequeño no le haría nada. En el peor alteraría lo bastante a la criatura como para lanzarse al ataque-. Apenas quedan cincuenta metros de garganta; pegaos a la pared lo más que podáis y avanzad deprisa y en silencio.
Los soldados fueron delante, Meitner delante de él. Blaze maldijo los tacones de la agente mientras controlaba a la criatura con el rabillo del ojo, que seguía sin dar señales de haberlos detectado. O si los había detectado, parecía darle igual. Eso les permitió llegar sin incidentes al otro lado, pero tenía serias dudas de que un Dragón Celestial fuese a contenerse cuando la viera.
- ¿Qué puede haber visto la cúpula en este lugar? -preguntó ya en la calle, no pudiendo evitar fijarse en las láminas de amianto que cubrían paredes y los edificios de hormigón destartalados.
- Pueden pagar el tributo -contestó Meitner sin darle mayor importancia.
La Legión ya recorría Grand Line entre las islas que controlaba y rara vez se veía obligada a protegerlas. Añadir un gobierno local más a la federación significaba más dinero en las arcas y más reclutas para luchar, pero Blaze tenía la sensación de que había algo más detrás de todo. Al fin y al cabo el Páramo era una isla llena de salvajes y mutantes. Aún no se había encontrado con ninguno, pero no tenía claro querer hacerlo. Pacificar una isla siempre era caro, por lo que el beneficio debía ir más allá de lo que estaban dispuestos a compartir con simples soldados.
Aun con todo su trabajo no era hacer preguntas, por lo que siguió a Meitner en su callejeo hacia la salida norte, un paso entre las montañas que llevaba hasta lo que según la agente se llamaba el Zahín. Era un espacio estrecho entre paredes de roca escarpada sin evacuación posible: Una ratonera. Miraba hacia arriba con cierta inseguridad, temiendo una emboscada en cualquier momento. Incluso aunque pudiesen controlar la zona alta los soldados apostados ahí serían fácilmente susceptibles a un ataque.
- No es un buen camino -apuntó, hablando más despacio de lo habitual. Se sentía aletargado; tardó en darse cuenta de por qué era.
- No hay buenos caminos en el Páramo -objetó Meitner-. Desde Ciudades Hermanas, asumiendo que no fuese terreno hostil, habría que caminar sobre desierto rocoso varias leguas y el río en Puerto Arenas solo tiene calado para un esquife. Lo cual en realidad no sería un problema de no ser porque...
Le hizo una señal para que se callase. Karst Había desenfundado un revólver desmesurado haciendo bastante ruido, pero aquello no importaba en ese momento. Con la mirada siguió la dirección en que apuntaba hasta ver algo que, de golpe, hizo que su concentración se rompiese.
Contuvo una maldición mientras clavaba sus ojos, precisamente, en una de las paredes. Por su color terroso la había ignorado a primera vista, pero se trataba de una criatura que medía no menos de seis metros y aspecto informe. Sus brazos asimétricos parecían tener solo dos dedos, como pinzas carnosas que terminaban en una uña ganchuda; de su torso pendía un larguísimo cuello atrofiado del que colgaba lo que en algún momento debió ser una cabeza, si bien carecía de ojos. Si tenía boca no sabía identificarla, pero como poco no parecía ser hostil. De hecho, ni siquiera parecía haberse percatado de su presencia.
- Baja el arma -susurró. En el mejor de los casos un calibre tan pequeño no le haría nada. En el peor alteraría lo bastante a la criatura como para lanzarse al ataque-. Apenas quedan cincuenta metros de garganta; pegaos a la pared lo más que podáis y avanzad deprisa y en silencio.
Los soldados fueron delante, Meitner delante de él. Blaze maldijo los tacones de la agente mientras controlaba a la criatura con el rabillo del ojo, que seguía sin dar señales de haberlos detectado. O si los había detectado, parecía darle igual. Eso les permitió llegar sin incidentes al otro lado, pero tenía serias dudas de que un Dragón Celestial fuese a contenerse cuando la viera.
Christa
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Características
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Existían rutas alternativas que les permitían a los rebeldes del Páramo, y antiguamente a los pirquineros, desplazarse de una ciudad a otra de manera rápida y sin llamar la atención, aunque el factor seguridad quedaba fuera del pack. En aquella ocasión, usaron una gruta húmeda y oscura ubicada al norte de Umbría que conectaba la capital con las grandes montañas, cuya entrada todavía era secreta tanto para los adoradores de Sett como para los capas negras. La caverna tenía un montón de escaleras naturales que, para cualquiera sin un estado físico más o menos decente, significaría un auténtico infierno: las piernas ardían, el pecho quemaba y el sudor escurría por el rostro.
Luego de un doloroso ascenso de casi media hora, iluminado por las linternas a pila del equipo, el equipo apareció al otro lado de la montaña y fueron recibidos por el sol rojo del Páramo, que colgaba como un ojo ensangrentado en el cielo contaminado. ¿Eso significaban que estaban a puertas del Desierto de Zahín? Pues no. En el mejor de los casos, tardarían un día entero en atravesar esa sección de la cordillera; en el peor, más de tres. El tiempo dependía de las condiciones meteorológicas, la presencia de mutantes y la impredecibilidad del camino. Si bien era la primera vez que Christa cruzaba la cordillera, Jota lo había hecho más de diez veces y aseguraba conocer los senderos menos mortales.
Atravesaron caminos escarpados y estrechos con gravilla y arena que dificultaba el agarre al suelo, volviendo inestables las pisadas, y en donde el precipicio estaba a menos de medio pie de distancia: cualquier paso en falso conllevaría a la muerte. Tuvieron que hacer numerosas paradas debido a que Amara carecía del estado físico apropiado para subir una montaña y acceder al auténtico camino.
-Y entonces le dije: la pipa no es lo único que tendrás en tus labios esta noche -dijo Wale, contando una de sus tantas historias amorosas que, más que historia amorosa, parecía una novela erótica-. Oh, cómo me encantan las malditas pelirrojas. Me encantan, ¿sabes? Desde el pelo hasta la punta de los pies.
Mientras Jota y Wale conversaban, Sam escuchando desde su rincón seguro, Christa disfrutaba de las vistas que ofrecía la altura, que ofrecía la montaña. Acurrucada en Loki, dirigió la mirada hacia la garganta de abajo, un paso estrecho y peligroso que usaban aquellos valientes que no temían a los mutantes. Entrecerró los ojos al creer que divisó movimiento y luego buscó el catalejo que llevaba en la mochila, justo al lado del misterioso disco que había recogido hacía meses en el templo abandonado.
-¿Qué es lo que veo…?
Un grupo de personas avanzaba con rapidez por la garganta, pero de pronto se detuvo. Christa estudió la situación desde su posición privilegiada y descubrió que se encontraron de frente con un mutante, uno gigante y camuflado que, de no ser por el comportamiento extraño de los viajeros, no se habría dado cuenta de su presencia. La cazadora frunció el ceño, preguntándose quiénes eran y qué hacían allí. Parecían saber lo que hacían, es decir, no actuaron con miedo ni ansiedad, sino que continuaron su camino como si no hubiera un monstruo frente a ellos.
-No son solo unos viajeros -reconoció Christa y luego se volteó hacia su grupo-. ¡Ya hemos descansado suficiente! ¡Es tiempo de continuar, tenemos compañía!
-¿Compañía? ¿A qué te refieres? -preguntó Wale tras darle una buena calada a su pipa de madera.
-No sé, pero hay gente allí abajo. No tienen pintas de ser capas negras ni sectarios. ¿Chatarreros? ¿Limpiadores? O quizás… ¿El enemigo? -respondió la cazadora. Hacía falta información para dar una respuesta certera.
A diferencia de Christa, Wale era un hombre impaciente y agresivo que destacaba por su rápido actuar en la mayoría de las situaciones. Le arrebató el catalejo de la mano a Christa y observó la situación durante unos cuantos segundos. Luego tomó una decisión. Se quitó la mochila de la espalda y empezó a armar su arma, un poderoso francotirador con un cañón tan largo que parecía incluso más alto que él.
-¿Qué estás haciendo? No irás a…
-Silencio -le interrumpió el hombre-. El mago está a punto de hacer magia.
Y entonces le disparó al mutante justo en el hombro. No era un disparo letal ni importante, pero bastaría para hacerlo enloquecer.
-Ahora sabremos si son enemigos, chatarreros, limpiadores o unos pobres diablos condenados a una muerte dolorosa y repugnante -concluyó Wale, haciendo sonreír tanto a Sam como a Jota, pero molestando a Christa y a Amara.
Luego de un doloroso ascenso de casi media hora, iluminado por las linternas a pila del equipo, el equipo apareció al otro lado de la montaña y fueron recibidos por el sol rojo del Páramo, que colgaba como un ojo ensangrentado en el cielo contaminado. ¿Eso significaban que estaban a puertas del Desierto de Zahín? Pues no. En el mejor de los casos, tardarían un día entero en atravesar esa sección de la cordillera; en el peor, más de tres. El tiempo dependía de las condiciones meteorológicas, la presencia de mutantes y la impredecibilidad del camino. Si bien era la primera vez que Christa cruzaba la cordillera, Jota lo había hecho más de diez veces y aseguraba conocer los senderos menos mortales.
Atravesaron caminos escarpados y estrechos con gravilla y arena que dificultaba el agarre al suelo, volviendo inestables las pisadas, y en donde el precipicio estaba a menos de medio pie de distancia: cualquier paso en falso conllevaría a la muerte. Tuvieron que hacer numerosas paradas debido a que Amara carecía del estado físico apropiado para subir una montaña y acceder al auténtico camino.
-Y entonces le dije: la pipa no es lo único que tendrás en tus labios esta noche -dijo Wale, contando una de sus tantas historias amorosas que, más que historia amorosa, parecía una novela erótica-. Oh, cómo me encantan las malditas pelirrojas. Me encantan, ¿sabes? Desde el pelo hasta la punta de los pies.
Mientras Jota y Wale conversaban, Sam escuchando desde su rincón seguro, Christa disfrutaba de las vistas que ofrecía la altura, que ofrecía la montaña. Acurrucada en Loki, dirigió la mirada hacia la garganta de abajo, un paso estrecho y peligroso que usaban aquellos valientes que no temían a los mutantes. Entrecerró los ojos al creer que divisó movimiento y luego buscó el catalejo que llevaba en la mochila, justo al lado del misterioso disco que había recogido hacía meses en el templo abandonado.
-¿Qué es lo que veo…?
Un grupo de personas avanzaba con rapidez por la garganta, pero de pronto se detuvo. Christa estudió la situación desde su posición privilegiada y descubrió que se encontraron de frente con un mutante, uno gigante y camuflado que, de no ser por el comportamiento extraño de los viajeros, no se habría dado cuenta de su presencia. La cazadora frunció el ceño, preguntándose quiénes eran y qué hacían allí. Parecían saber lo que hacían, es decir, no actuaron con miedo ni ansiedad, sino que continuaron su camino como si no hubiera un monstruo frente a ellos.
-No son solo unos viajeros -reconoció Christa y luego se volteó hacia su grupo-. ¡Ya hemos descansado suficiente! ¡Es tiempo de continuar, tenemos compañía!
-¿Compañía? ¿A qué te refieres? -preguntó Wale tras darle una buena calada a su pipa de madera.
-No sé, pero hay gente allí abajo. No tienen pintas de ser capas negras ni sectarios. ¿Chatarreros? ¿Limpiadores? O quizás… ¿El enemigo? -respondió la cazadora. Hacía falta información para dar una respuesta certera.
A diferencia de Christa, Wale era un hombre impaciente y agresivo que destacaba por su rápido actuar en la mayoría de las situaciones. Le arrebató el catalejo de la mano a Christa y observó la situación durante unos cuantos segundos. Luego tomó una decisión. Se quitó la mochila de la espalda y empezó a armar su arma, un poderoso francotirador con un cañón tan largo que parecía incluso más alto que él.
-¿Qué estás haciendo? No irás a…
-Silencio -le interrumpió el hombre-. El mago está a punto de hacer magia.
Y entonces le disparó al mutante justo en el hombro. No era un disparo letal ni importante, pero bastaría para hacerlo enloquecer.
-Ahora sabremos si son enemigos, chatarreros, limpiadores o unos pobres diablos condenados a una muerte dolorosa y repugnante -concluyó Wale, haciendo sonreír tanto a Sam como a Jota, pero molestando a Christa y a Amara.
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