Saiiko Naoto
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Estoy en algún lugar del South Blue, el cielo se torna gris mientras avanzo por el mar, bastante solitario, para variar. Si no me equivoco con los mapas voy hacia un pequeño punto, que gracias al jugo de mango de la mañana anterior había quedado tapado por una mancha, incluyendo el nombre, pero sea lo que fuera ya estoy de camino, ¿por qué? no lo sé, me gusta el dibujo o tal vez la zona, así que iré hacia allí, es el único lugar cercano a mi posición que ha llamado mi atención. He comido hace poco, chocolatinas, me estoy empezando a hartar de eso, pero no tengo mucho más y quiero que la comida me dure por lo menos hasta llegar, según la guía que llevo en la mochila debe de estar cerca a mi posición, pero tampoco estoy muy segura, lo de la navegación siempre había sido más cosa de Naru.
Las olas comienzan a levantarse suavemente, y por experiencia me aventuraría a decir que aquello terminaría en una tormenta. Todo está rodeado del color azul, profundo en el que me acabaría perdiendo con tan solo concentrarme un par de segundos. Mi plan de seguir avanzando hasta dar con tierra continuó en pie, por su puesto, mientras me coloco esas dichosas gafas de pasta negra, enormes, que recuerdan a las típicas gafas de abuela para mirar el mapa una vez más, coloco la mochila sobre el hombro y miro mejor a través de la mirilla de un prismático.
Se supone que tendría que haber una isla aquí, tal vez con cuatro casas dispersas, así que decido darme más prisa, intranquila, el mar está bastante silencioso, es siniestro y sin embargo, lo que más me preocupa es que aún no me he topado con ningún chiflado. Sigo por la senda hasta llegar a un claro enorme y me levanto apoyando ambas manos sobre la barandilla, intentando acercarme unos centímetros absurdamente para ver mejor.
Me encuentro ante una montaña de color verde alegre, situada no muy lejos. El cabello que hace unos segundos era azul intenso, comenzaba a erizarse y a ponerse de un color más verdoso. Me lo recojo en una coleta porque sé que dentro de poco saldrán ramitas en vez de pelos.
Llego a la isla en menos de lo que habría imaginado. Bajo por proa de un salto cuando el barco se hunde en la arena, y abro camino hacia... Lo que fuera.
Las olas comienzan a levantarse suavemente, y por experiencia me aventuraría a decir que aquello terminaría en una tormenta. Todo está rodeado del color azul, profundo en el que me acabaría perdiendo con tan solo concentrarme un par de segundos. Mi plan de seguir avanzando hasta dar con tierra continuó en pie, por su puesto, mientras me coloco esas dichosas gafas de pasta negra, enormes, que recuerdan a las típicas gafas de abuela para mirar el mapa una vez más, coloco la mochila sobre el hombro y miro mejor a través de la mirilla de un prismático.
Se supone que tendría que haber una isla aquí, tal vez con cuatro casas dispersas, así que decido darme más prisa, intranquila, el mar está bastante silencioso, es siniestro y sin embargo, lo que más me preocupa es que aún no me he topado con ningún chiflado. Sigo por la senda hasta llegar a un claro enorme y me levanto apoyando ambas manos sobre la barandilla, intentando acercarme unos centímetros absurdamente para ver mejor.
Me encuentro ante una montaña de color verde alegre, situada no muy lejos. El cabello que hace unos segundos era azul intenso, comenzaba a erizarse y a ponerse de un color más verdoso. Me lo recojo en una coleta porque sé que dentro de poco saldrán ramitas en vez de pelos.
Llego a la isla en menos de lo que habría imaginado. Bajo por proa de un salto cuando el barco se hunde en la arena, y abro camino hacia... Lo que fuera.
Evangelina von Steinhell
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Para la agente del CP, tan prestigiada como ella misma, era crucial distraerse en estos momentos de vagancia. No había trabajo, de hecho, todo ese maldito día, se había tornado muy aburrido. Estaba sentada, cerca de la playa, cerca del puerto de la ciudad. Equipada, a todo momento. Con mi traje usual, el equipo tridimensional en conjunto con mis katanas gemelas, hermosas por cierto. Varada, ahí, sin hacer nada, sin dar rastro de vida, tirada en la arena. Dándole un gran vistazo al mar, al oleaje cristalino de no sé qué mar. En fin, nada me llamaba la atención, estaba desayunada y almorzada, por lo que la ración de la cena, no llegaría muy pronto. Crucé mis piernas, con la derecha arriba de la izquierda. Para luego, mover la derecha en forma de columpio, como jugando. Suspiré, tenuemente, dejando flamear mi oscuro cabello, al ritmo de la brisa playera. Todo estaba muy tranquilo, solo que algo, tomó completamente mi atención.
Un barco, de magnitudes medianas, de estructura rústica. Parecía tener un interior delicado, digno de un noble. Y de este, al instante de encallar en la costa, salió un acojonante ser, que parecía ser “algo” de la marina. Lo veía, gracias a mi desarrollada vista. Se dirigió automáticamente al encargado del pequeño puerto, con unas palabras, que se escucharon en los siete mares.
-¡Estamos listos para llevar la carga, señor!- al parecer, llevarían algo a alguna parte. Momento perfecto para pasarla bien, realmente, estaba aburrida. Me puse de pie, sigilosamente, sin llamar la atención de nadie en el medio. Para, escabullirme sigilosamente en la parte trasera del barco, donde no había nadie cerca. Acercándome lentamente a la orilla del navío, salté, causando un perezoso movimiento del oleaje. El tipo en el otro extremo del vehículo, parecía no haberse dado cuenta, ya que su mirada seguía distante a mi posición. En fin, me oculté agachada, detrás de unas cajas, para que nadie supiera de mi pelinegra existencia por grandes minutos. Y… esperé.
Parecía que fueran horas, antes de que me diera cuenta de que, habíamos encallado en otro lugar. Parecía verde, estaba justo al frente mío. No había señal de vida aún en el barco en el cual estaba, a lo mejor salieron a dejar el encargo. El metal de mi equipo resonó al moverme, para poder ponerme de pie y estar mucho más estática. Me tambaleé un poco, debido al shock que llevaba recién despertarse. Me había quedado dormida plácidamente, apoyada en una caja, sentada. Aprecié con lentitud el paisaje que tenía al frente, muy verdoso, de flora abundante, de un tono tan natural que daba gusto estar ahí. Todos los sentimientos negativos se iban como si se fueran de viaje. Pero, aún no tenía idea de donde exactamente me encontraba, ni el nombre del lugar, hasta ni en qué mar. Por supuesto, no sabía ni cuánto tiempo me mantuve en el sueño, que era lo que más me intrigaba. Para terminar con mi divagación, salté hacia la parte exterior del vehículo marítimo, para poner paso hacia lo desconocido. Metiéndome entre árboles, flores y demás. Sentía un aura espectral en el lugar, como una mala corazonada. Pero, debía ser algo mío, o al menos, eso pensaba.
Un barco, de magnitudes medianas, de estructura rústica. Parecía tener un interior delicado, digno de un noble. Y de este, al instante de encallar en la costa, salió un acojonante ser, que parecía ser “algo” de la marina. Lo veía, gracias a mi desarrollada vista. Se dirigió automáticamente al encargado del pequeño puerto, con unas palabras, que se escucharon en los siete mares.
-¡Estamos listos para llevar la carga, señor!- al parecer, llevarían algo a alguna parte. Momento perfecto para pasarla bien, realmente, estaba aburrida. Me puse de pie, sigilosamente, sin llamar la atención de nadie en el medio. Para, escabullirme sigilosamente en la parte trasera del barco, donde no había nadie cerca. Acercándome lentamente a la orilla del navío, salté, causando un perezoso movimiento del oleaje. El tipo en el otro extremo del vehículo, parecía no haberse dado cuenta, ya que su mirada seguía distante a mi posición. En fin, me oculté agachada, detrás de unas cajas, para que nadie supiera de mi pelinegra existencia por grandes minutos. Y… esperé.
Parecía que fueran horas, antes de que me diera cuenta de que, habíamos encallado en otro lugar. Parecía verde, estaba justo al frente mío. No había señal de vida aún en el barco en el cual estaba, a lo mejor salieron a dejar el encargo. El metal de mi equipo resonó al moverme, para poder ponerme de pie y estar mucho más estática. Me tambaleé un poco, debido al shock que llevaba recién despertarse. Me había quedado dormida plácidamente, apoyada en una caja, sentada. Aprecié con lentitud el paisaje que tenía al frente, muy verdoso, de flora abundante, de un tono tan natural que daba gusto estar ahí. Todos los sentimientos negativos se iban como si se fueran de viaje. Pero, aún no tenía idea de donde exactamente me encontraba, ni el nombre del lugar, hasta ni en qué mar. Por supuesto, no sabía ni cuánto tiempo me mantuve en el sueño, que era lo que más me intrigaba. Para terminar con mi divagación, salté hacia la parte exterior del vehículo marítimo, para poner paso hacia lo desconocido. Metiéndome entre árboles, flores y demás. Sentía un aura espectral en el lugar, como una mala corazonada. Pero, debía ser algo mío, o al menos, eso pensaba.
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Saiiko bajó del barco con un salto y hundió las sandalias en la arena. Llevaba puesto un atuendo peculiar en ella, que le resultaba muy cómodo a la hora de moverse. Arrastró por una cuerda el barco hasta dejarlo bien sujeto y asegurándose de que no bajaría de nuevo fácilmente, después, se alejó de él unos pasos y exclamó: ¡Ahí te quedas!
Podría haberse aventurado a decir que aquella era una isla habitada por los signos de civilización que alardeaban por todas partes, y estaría en lo cierto. Sin embargo, también podría haberse aventurado a decir que los piratas o cualquier malechor no serían muy buen recibidos allí, y de nuevo estaría en lo cierto. Así pues hizo un poco de menos caso a su estómago y dejó de lado las actitudes que habría tomado en cualquier otro sitio, para comportarse como una pueblerina normal. Sonaba gracioso, a la vez ridículo, pero no tenía muchas ganas de verse involucrada en otro aprieto.
Metió las manos dentro de los bolsillos del pantalón rojo, apartando uno de los cuchillos que colgaban del cinturón y sacó veinte berries, el resto estaban bien escondidos en su barco, y por mucho que le apenara, pagaría la comida. Bufó y dio unas zancadas iniciando la senda hacia el interior del bosque, que no tardaría más de quince minutos en atravesar. Los pelos recogidos de su cabello comenzaron a desmoronarse completamente, teñidos ahora de un verde intenso, asimilándose a finísimas ramas y hojas. Cada vez que Saiiko entraba en contacto con la naturaleza, también lo hacía el pelo.
Comenzó a tararear una canción y a chasquear los dedos índice y pulgar al ritmo, mientras se movía encogiendo los hombros y dando alegres pasos sobre la tierra, que al poco comenzaba a ablandarse extrañamente. Las monedas bailaban con ella dentro de su bolsillo, y aprovechaba su tintineo para continuar con el espectáculo, a la vez que daba leves palmadas sobre la hoja del cuchillo de su cinturón. Cuando se ensimismaba en tonterías, le costaba volver a concentrarse. El pie de Saiiko se hundió accidentalmente en una especie de arena movediza, que empujaba de él con fuerza, obligándola a mirar hacia abajo y dejar de lado la función. La peliazul puso una rápida mueca de asco e intentó varias veces deshacerse, hasta dar un salto hacia atrás y quedar despegada. Observó que de ahí en adelante, el suelo tenía el mismo aspecto, exceptuando algunos no tan amplios trozos. Se cruzó de brazos, apretando los labios y el ceño, volviendo a inspeccionar el terreno una y otra vez.
Un gran zumbido proveniente de detrás dejó petrificada a la chica, con los ojos abiertos como platos, y después, un rugido tan alto, que espantó a los pájaros de árboles cercanos. Saiiko tragó saliva y volteó cuidadosamente la cabeza, con la mirada pegada en el suelo hasta encontrar una desmesurada zarpa de color naranja apoyada con fuerza en la tierra. Cerró los ojos y volvió a tragar, pensando absurdamente qué haría a continuación y, sin vacilar, se volteó completamente. El tigre era de un tamaño gigantesco, de dos o tres veces la altura de uno normal y, a juzgar por los litros de baba que goteaban de sus colmillos, no acababa de comer.
Sin pensarlo mucho, la peliazul habló:
Esto... Musitó, casi inaudiblemente. Si tú estás desarmado... Yo también. Finalizó, frunciendo el ceño mientras meditaba la gilipollez que acababa de soltarle a un tigre, y sin extrañarse mucho, el animal rugió y dio dos amenazantes pasos hacia ella. ¡Vale, vale, vale! ¡Tranquilo! Exclamó, levantando las manos, en son de paz. Oye, yo también tengo hambre... Si quieres podemos llegar a... Sin embargo, la bestia se abalanzó hacia ella, milagrosamente dejándole unos segundos para que se apartar del lugar, corriendo hacia la izquierda, porque por lo visto, el camino que tenía detrás de ella estaba cubierto por arenas movedizas. ¡EH, EH! ¡Decía, que aún podemos llegar a un...! Y el tigre saltó en dirección a ella, naturalmente ignorando lo que decía. ¡Idiota!
La chica recogió una piedra del suelo y se la lanzó, casi llevada por la inercia. La piedra dio en su lomo y cayó al suelo, como si nunca hubiera sucedido, sin embargo, el animal parecía más furioso que nunca. Saiiko arrugó la nariz y extendió un brazo en paralelo a los pies de la bestia, manipulando las raíces que había debajo, levantándolas y enrollándolas todo lo rápido que podía, subiendo hasta enredar sus cuatro patas. El tigre levantaba inútilmente las zarpas del suelo, mirándolas a ellas y a la chica respectivamente. ¡Ja, ja! ¡Ya te lo dije! Exclamó, divertida y señalándole con el dedo índice, desviando la mirada hacia arriba. Ya puedes dejar de intentarlo... ¡Deberías haberme oído, gato idiota! Y antes de poder continuar, Saiiko cayó de espaldas al suelo.
El tigre babeaba mucho más que antes, y ahora sobre la peliazul. Con las zarpas delanteras, mantenía a raya las extremidades de su comida, a la vez que rechinaba los dientes, deseoso de probar bocado. ¡Suéltame, estúpido! Quiero decir... Precioso, tigre bonito..., en realidad mi carne está malísima, ¡te vas a arrepentir! El animal rugió, pero no por nada aún no había comenzado a comer, sino porque hacía rato se escuchaba un ruido a su al rededor, unos pasos, algo similar...
Podría haberse aventurado a decir que aquella era una isla habitada por los signos de civilización que alardeaban por todas partes, y estaría en lo cierto. Sin embargo, también podría haberse aventurado a decir que los piratas o cualquier malechor no serían muy buen recibidos allí, y de nuevo estaría en lo cierto. Así pues hizo un poco de menos caso a su estómago y dejó de lado las actitudes que habría tomado en cualquier otro sitio, para comportarse como una pueblerina normal. Sonaba gracioso, a la vez ridículo, pero no tenía muchas ganas de verse involucrada en otro aprieto.
Metió las manos dentro de los bolsillos del pantalón rojo, apartando uno de los cuchillos que colgaban del cinturón y sacó veinte berries, el resto estaban bien escondidos en su barco, y por mucho que le apenara, pagaría la comida. Bufó y dio unas zancadas iniciando la senda hacia el interior del bosque, que no tardaría más de quince minutos en atravesar. Los pelos recogidos de su cabello comenzaron a desmoronarse completamente, teñidos ahora de un verde intenso, asimilándose a finísimas ramas y hojas. Cada vez que Saiiko entraba en contacto con la naturaleza, también lo hacía el pelo.
Comenzó a tararear una canción y a chasquear los dedos índice y pulgar al ritmo, mientras se movía encogiendo los hombros y dando alegres pasos sobre la tierra, que al poco comenzaba a ablandarse extrañamente. Las monedas bailaban con ella dentro de su bolsillo, y aprovechaba su tintineo para continuar con el espectáculo, a la vez que daba leves palmadas sobre la hoja del cuchillo de su cinturón. Cuando se ensimismaba en tonterías, le costaba volver a concentrarse. El pie de Saiiko se hundió accidentalmente en una especie de arena movediza, que empujaba de él con fuerza, obligándola a mirar hacia abajo y dejar de lado la función. La peliazul puso una rápida mueca de asco e intentó varias veces deshacerse, hasta dar un salto hacia atrás y quedar despegada. Observó que de ahí en adelante, el suelo tenía el mismo aspecto, exceptuando algunos no tan amplios trozos. Se cruzó de brazos, apretando los labios y el ceño, volviendo a inspeccionar el terreno una y otra vez.
Un gran zumbido proveniente de detrás dejó petrificada a la chica, con los ojos abiertos como platos, y después, un rugido tan alto, que espantó a los pájaros de árboles cercanos. Saiiko tragó saliva y volteó cuidadosamente la cabeza, con la mirada pegada en el suelo hasta encontrar una desmesurada zarpa de color naranja apoyada con fuerza en la tierra. Cerró los ojos y volvió a tragar, pensando absurdamente qué haría a continuación y, sin vacilar, se volteó completamente. El tigre era de un tamaño gigantesco, de dos o tres veces la altura de uno normal y, a juzgar por los litros de baba que goteaban de sus colmillos, no acababa de comer.
Sin pensarlo mucho, la peliazul habló:
Esto... Musitó, casi inaudiblemente. Si tú estás desarmado... Yo también. Finalizó, frunciendo el ceño mientras meditaba la gilipollez que acababa de soltarle a un tigre, y sin extrañarse mucho, el animal rugió y dio dos amenazantes pasos hacia ella. ¡Vale, vale, vale! ¡Tranquilo! Exclamó, levantando las manos, en son de paz. Oye, yo también tengo hambre... Si quieres podemos llegar a... Sin embargo, la bestia se abalanzó hacia ella, milagrosamente dejándole unos segundos para que se apartar del lugar, corriendo hacia la izquierda, porque por lo visto, el camino que tenía detrás de ella estaba cubierto por arenas movedizas. ¡EH, EH! ¡Decía, que aún podemos llegar a un...! Y el tigre saltó en dirección a ella, naturalmente ignorando lo que decía. ¡Idiota!
La chica recogió una piedra del suelo y se la lanzó, casi llevada por la inercia. La piedra dio en su lomo y cayó al suelo, como si nunca hubiera sucedido, sin embargo, el animal parecía más furioso que nunca. Saiiko arrugó la nariz y extendió un brazo en paralelo a los pies de la bestia, manipulando las raíces que había debajo, levantándolas y enrollándolas todo lo rápido que podía, subiendo hasta enredar sus cuatro patas. El tigre levantaba inútilmente las zarpas del suelo, mirándolas a ellas y a la chica respectivamente. ¡Ja, ja! ¡Ya te lo dije! Exclamó, divertida y señalándole con el dedo índice, desviando la mirada hacia arriba. Ya puedes dejar de intentarlo... ¡Deberías haberme oído, gato idiota! Y antes de poder continuar, Saiiko cayó de espaldas al suelo.
El tigre babeaba mucho más que antes, y ahora sobre la peliazul. Con las zarpas delanteras, mantenía a raya las extremidades de su comida, a la vez que rechinaba los dientes, deseoso de probar bocado. ¡Suéltame, estúpido! Quiero decir... Precioso, tigre bonito..., en realidad mi carne está malísima, ¡te vas a arrepentir! El animal rugió, pero no por nada aún no había comenzado a comer, sino porque hacía rato se escuchaba un ruido a su al rededor, unos pasos, algo similar...
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Caminé, varios metros, apreciando la belleza natural del paisaje de colores verdes que me rodeaban. Suspiraba cada cinco segundos, el aire era tan fresco que daba gusto respirar a cada momento, no como en otros lugares, que ciertamente estaban intoxicados con el humo. Ya sea con tabaco, o de industrias que emanaban fuertes gases contaminantes para el ser humano. Mis pasos resonaban y hacían un eco enorme. Sobre todo cuando pisaba ramas y ahuyentaba pájaros de distintos rasgos. Colores distintos, unas plumas tan singulares, una más que la otra. Se podría decir, que me encontraba en un paraíso terrenal, y por accidente o corazonada.
Aún así, esa rara sensación la tenía dentro, no dejaba de inquietarme algo. Miraba hacia todos lados, mientras procuraba no tropezarme y bajar la guardia. El lugar se hacía cada vez más basto de arbustos y árboles de dimensiones diferentes, que dificultaban mi vista. Tenía que apartarlos con el antebrazo, para poder ver hacia donde caminaba.
Mantuve mi paso, aunque un poco apretada por la flora que me impedía este mismo. Pero, al llegar a una zona un poco más abierta, algo me llamó rotundamente la atención. Estaba pensando que algo podría encontrarse en este lugar. De hecho, decidí adentrarme en esta especie de jungla por ese mismo motivo, el poder encontrar algo inusual, algo sin igual y que jamás lo haya visto en mi vida. Entonces, al pasar al frente de una verdosa capa de arbustos, observé como un gran tigre amenazaba a una chica de cabellos azules. Primero que todo, era una injusticia. Segundo, no tenía idea qué hacía una joven en un lugar como este. Tercero, tenía hambre y el tigre se veía apetitoso. Una cosa extraña de este gigantesco animal, era que su tamaño no… vamos, era descomunal. Algo que nunca había visto en mi vida, si no era por que aparecieran más, me empezaría a acojonar.
Observé un poco la situación, mientras la chica hizo una acción rara, que misteriosamente, levantó raíces desde el suelo para atrapar al tigre gigantesco. Para este, sin más, abalanzarse hacia ella. El notorio tamaño ahora sí se notaba. La mujer, pequeñísima a su lado, no podía hacer nada para defenderse según veía. Era hora de entrar, y además, de comer. Preparé a Neptuno, inclinándome un poco y preparando la carrera. Apuntando hacia la espalda del tigre, con mi vista, despegué del suelo a una velocidad descomunal, para desenvainar la espada en el trayecto. Levantando la tierra, y colocando la mano derecha en la base para darme más fuerza, impacté con todo en la parte izquierda del felino.
Para este, salir volando junto a mí. El impulso era enorme, sumado a los giros que daba para perforar su cuerpo. La sangre, salió despedida de su cuerpo, tanto como los órganos vitales del torso, destrozados. Para terminar, impactamos ambos en un árbol cercano, este, cediéndome su vida. Me puse estática, un poco manchada con sangre, pero nada fuera de lo común. Envainé a Neptuno después de limpiarla con la superficie del árbol, para no tenerla manchada de líquido humano. Sacudí la cabeza, y suspiré levemente. Miré al tigre con deseo y maldad, me lo quería desayunar, tenía hambre. Acción posterior, me giré en dirección a la acostada muchacha, para musitarle un par de cosas.
-¿Estás bien? , disculpa que me haya metido, pero… la bestia se veía apetitosa- de manera macabra, mis palabras resonaron tanto como el cantar de un gallo en el amanecer. Espabilando cualquier ave, bicho o rata del lugar, y sacarles de este. Me dirige hacia la por cierto, bonita muchacha, para tenderle la mano y ayudarle a ponerse de pie. -¿Tienes hambre?- dije, para saber si podía acompañarme y ayudarme con la cocina del felino. Pero antes de que ella pudiera darme cualquier respuesta, el suelo empezó a temblar. De manera extraña, jamás había sucedido en ninguno de mis viajes. Tambaleaba, el movimiento terráqueo no me dejaba estar estática. El metal en mi cuerpo sonaba como un concierto. No dejaban de chocar entre sí los artefactos. Para luego, observar como el suelo se trisó, y finalmente, nos hundió.
La superficie cedió, dándonos a conocer lo que es, el infierno. Caímos, ambas por naturaleza. La arena se des quebrantó, la tierra se separó de entre sí. Parecía que el lugar estaba hueco, y por alguna razón un agujero se abrió en medio de la nada. No pude reaccionar a usar mi equipo de maniobras tridimensionales, por lo que solo, caí. Golpeándome el cuerpo, caí en un estado de confusión. Los escombros de la tierra caída no dejaban ver nada, solo quedaba esperar a que el terreno se pusiera más lúcido. Me sobé la cabeza, sentada. También, esperaba que la chica reaccionara, y al menos, respondiera a mi anterior pregunta.
Aún así, esa rara sensación la tenía dentro, no dejaba de inquietarme algo. Miraba hacia todos lados, mientras procuraba no tropezarme y bajar la guardia. El lugar se hacía cada vez más basto de arbustos y árboles de dimensiones diferentes, que dificultaban mi vista. Tenía que apartarlos con el antebrazo, para poder ver hacia donde caminaba.
Mantuve mi paso, aunque un poco apretada por la flora que me impedía este mismo. Pero, al llegar a una zona un poco más abierta, algo me llamó rotundamente la atención. Estaba pensando que algo podría encontrarse en este lugar. De hecho, decidí adentrarme en esta especie de jungla por ese mismo motivo, el poder encontrar algo inusual, algo sin igual y que jamás lo haya visto en mi vida. Entonces, al pasar al frente de una verdosa capa de arbustos, observé como un gran tigre amenazaba a una chica de cabellos azules. Primero que todo, era una injusticia. Segundo, no tenía idea qué hacía una joven en un lugar como este. Tercero, tenía hambre y el tigre se veía apetitoso. Una cosa extraña de este gigantesco animal, era que su tamaño no… vamos, era descomunal. Algo que nunca había visto en mi vida, si no era por que aparecieran más, me empezaría a acojonar.
Observé un poco la situación, mientras la chica hizo una acción rara, que misteriosamente, levantó raíces desde el suelo para atrapar al tigre gigantesco. Para este, sin más, abalanzarse hacia ella. El notorio tamaño ahora sí se notaba. La mujer, pequeñísima a su lado, no podía hacer nada para defenderse según veía. Era hora de entrar, y además, de comer. Preparé a Neptuno, inclinándome un poco y preparando la carrera. Apuntando hacia la espalda del tigre, con mi vista, despegué del suelo a una velocidad descomunal, para desenvainar la espada en el trayecto. Levantando la tierra, y colocando la mano derecha en la base para darme más fuerza, impacté con todo en la parte izquierda del felino.
-Rangeki jutsu: Winding Dragon Storm Flash [AMF]-
Para este, salir volando junto a mí. El impulso era enorme, sumado a los giros que daba para perforar su cuerpo. La sangre, salió despedida de su cuerpo, tanto como los órganos vitales del torso, destrozados. Para terminar, impactamos ambos en un árbol cercano, este, cediéndome su vida. Me puse estática, un poco manchada con sangre, pero nada fuera de lo común. Envainé a Neptuno después de limpiarla con la superficie del árbol, para no tenerla manchada de líquido humano. Sacudí la cabeza, y suspiré levemente. Miré al tigre con deseo y maldad, me lo quería desayunar, tenía hambre. Acción posterior, me giré en dirección a la acostada muchacha, para musitarle un par de cosas.
-¿Estás bien? , disculpa que me haya metido, pero… la bestia se veía apetitosa- de manera macabra, mis palabras resonaron tanto como el cantar de un gallo en el amanecer. Espabilando cualquier ave, bicho o rata del lugar, y sacarles de este. Me dirige hacia la por cierto, bonita muchacha, para tenderle la mano y ayudarle a ponerse de pie. -¿Tienes hambre?- dije, para saber si podía acompañarme y ayudarme con la cocina del felino. Pero antes de que ella pudiera darme cualquier respuesta, el suelo empezó a temblar. De manera extraña, jamás había sucedido en ninguno de mis viajes. Tambaleaba, el movimiento terráqueo no me dejaba estar estática. El metal en mi cuerpo sonaba como un concierto. No dejaban de chocar entre sí los artefactos. Para luego, observar como el suelo se trisó, y finalmente, nos hundió.
La superficie cedió, dándonos a conocer lo que es, el infierno. Caímos, ambas por naturaleza. La arena se des quebrantó, la tierra se separó de entre sí. Parecía que el lugar estaba hueco, y por alguna razón un agujero se abrió en medio de la nada. No pude reaccionar a usar mi equipo de maniobras tridimensionales, por lo que solo, caí. Golpeándome el cuerpo, caí en un estado de confusión. Los escombros de la tierra caída no dejaban ver nada, solo quedaba esperar a que el terreno se pusiera más lúcido. Me sobé la cabeza, sentada. También, esperaba que la chica reaccionara, y al menos, respondiera a mi anterior pregunta.
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La peliazul intentaba, con todas sus fuerzas, separar ambas manos de sus zarpas, pero la bestia era más pesada de lo que se había imaginado. A su alrededor, a un radio de un metro, dos grandes reíces se levantaron de la tierra, y ambas comenzaron a tirar del animal, de nuevo inútilmente, cosa que ocasionó que, por una parte, el tigre se distrajera y, por la otra, que la chica continuara soltándole súplicas absurdas.
La chica bufó, recordando la gigantísima bestia que había conseguido vencer el día antes de su partida, y comenzaron los remordimientos. Había sido una bestia preparada, y estaba segura de que no era para nada ofensiva. Sin embargo, todo el pueblo le había dicho que sí, que estaba asustando a los niños desde hacía unos días y que necesitaban que la matara y, estaba segura de que si ese anterior animal había sido vencido por ella, ¿por qué no podía con el cuerpo de ese animal? Saiiko rechinó los dientes y soltó un par de gritos, luchando contra su peso una vez más.
Sin darse cuenta, ni siquiera tener tiempo de visualizar qué o quién lo había hecho, Saiiko ya podía moverse. El tigre había salido despedido hacia atrás con mucha fuerza, y la chica volteó la mirada: una chica, más o menos de su edad, morena y vivaracha, acababa de tumbar a ese animal, hincándole a su vez una espada en el lomo. La muchacha, tan tranquila limpió la sangre de la espada y la envainó, posteriormente, dio unos pasos hacia Saiiko. La peliazul la miró con una mueca extraña, no terminaba de comprender si su estómago era igual de grande que el suyo o si era una persona bastante altruista.
Agredeció la mano que le tendió la morena sin sacar la mueca hasta que realizó esa pregunta, y los ojos de Saiiko se abrieron deseosos, mirando al animal muerto y a su 'salvadora' respectivamente. ¿Estaba en el cielo? ¿Desde cuándo no tenía que mover un solo dedo para conseguir tanta comida apetitosa? Pero, antes de poder articular una sola palabra o siquiera babear impaciente por su comida, un temblor rodeó el lugar.
Primero, gracias al anterior zumbido, pensó que no una, sino más bestias llegaban a comérselas, después, cuando se prolongó un poco, sabía que no era cosa de una estampida, y colocó los brazos fuera de su cuerpo, extendidos, como si el suelo fuera a derrumbarse y estuviera preparada para ello, sin sacarle ojo. Y visualizó la primera grieta: no pintaba nada bien.
En pocos segundos, la superficie se abrió en dos, y Saiiko reaccionó, brotando una gruesa rama de un árbol cercano e intentando hacerla llegar a ella, un intento que quedó absurdamente fallido. Intentó hacerlo de nuevo unas tres veces más mientras caía, pero a medida que desaparecía resultaba más difícil, y tampoco había ninguna piedra cerca de la que sujetarse. El cuerpo de la peliazul chocó contra la piedra. No veía nada, por lo que esperó en su misma posición a que sus ojos se acostumbraran a esa oscuridad, de todas formas, el golpe había sido tan duro que levantarse le llevaría tiempo.
¿Eh? Musitó, rascándose la nuca y dándose cuenta de que tenía el pelo como si acabaran de darle una gran descarga eléctrica. Ese tigre... dices... ¿aún tienes hambre?
Y, sin necesidad de respuesta, supo que sí. Saiiko se levantó apoyando una de las manos en su espalda y la otra en el suelo, como si fuera una vieja con problemas de calcio, y se acercó al animal, una vez pudo distinguir su contorno, le dio dos fuertes palmadas en el lomo herido y dio media vuelta, buscando con la mirada a la morena. Algo de fuego, y comeremos. Finalizó, colocando los brazos en jarra.
El sitio al que habían caído parecía una especie de límite, estaba oscuro, hondo y la peliazul aún se preguntaba qué hacía viva. Todo había surgido por una grieta en el suelo, ella no era Navegante, pero había algo que le decía que eso no era muy normal, así que, como no buscaran una salida, estaba segura de que no sería precisamente un ángel quien estuviera esperándolas ahí.
¡AHH! Saiiko gritó, levantando uno de los pies del suelo y sujetándoselo con ambas manos mientras cojeaba dando saltitos. ¡Demonios, me duele! Se dejó caer en el suelo, apoyada a la espalda peluda del animal y se sacó la sandalia del pie, observando que afortunadamente no le había pasado nada. La peliazul bufó y, segundos después se colocó y arrastró las manos por el suelo, en busca de lo que había sido culpable de su daño, hasta llegar a una pequeña piedra. La levantó, sin embargo y desgraciadamente para ella, tuvo que suprimir las ganas de reventarla contra el suelo.
Volvió a reincorporarse y tendió el brazo con el que sostenía la piedra en dirección a la morena. Algo de fuego, y comeremos. Se repitió, con muchas ganas de hervir a ese estúpido y desgraciado gato.
La chica bufó, recordando la gigantísima bestia que había conseguido vencer el día antes de su partida, y comenzaron los remordimientos. Había sido una bestia preparada, y estaba segura de que no era para nada ofensiva. Sin embargo, todo el pueblo le había dicho que sí, que estaba asustando a los niños desde hacía unos días y que necesitaban que la matara y, estaba segura de que si ese anterior animal había sido vencido por ella, ¿por qué no podía con el cuerpo de ese animal? Saiiko rechinó los dientes y soltó un par de gritos, luchando contra su peso una vez más.
Sin darse cuenta, ni siquiera tener tiempo de visualizar qué o quién lo había hecho, Saiiko ya podía moverse. El tigre había salido despedido hacia atrás con mucha fuerza, y la chica volteó la mirada: una chica, más o menos de su edad, morena y vivaracha, acababa de tumbar a ese animal, hincándole a su vez una espada en el lomo. La muchacha, tan tranquila limpió la sangre de la espada y la envainó, posteriormente, dio unos pasos hacia Saiiko. La peliazul la miró con una mueca extraña, no terminaba de comprender si su estómago era igual de grande que el suyo o si era una persona bastante altruista.
Agredeció la mano que le tendió la morena sin sacar la mueca hasta que realizó esa pregunta, y los ojos de Saiiko se abrieron deseosos, mirando al animal muerto y a su 'salvadora' respectivamente. ¿Estaba en el cielo? ¿Desde cuándo no tenía que mover un solo dedo para conseguir tanta comida apetitosa? Pero, antes de poder articular una sola palabra o siquiera babear impaciente por su comida, un temblor rodeó el lugar.
Primero, gracias al anterior zumbido, pensó que no una, sino más bestias llegaban a comérselas, después, cuando se prolongó un poco, sabía que no era cosa de una estampida, y colocó los brazos fuera de su cuerpo, extendidos, como si el suelo fuera a derrumbarse y estuviera preparada para ello, sin sacarle ojo. Y visualizó la primera grieta: no pintaba nada bien.
En pocos segundos, la superficie se abrió en dos, y Saiiko reaccionó, brotando una gruesa rama de un árbol cercano e intentando hacerla llegar a ella, un intento que quedó absurdamente fallido. Intentó hacerlo de nuevo unas tres veces más mientras caía, pero a medida que desaparecía resultaba más difícil, y tampoco había ninguna piedra cerca de la que sujetarse. El cuerpo de la peliazul chocó contra la piedra. No veía nada, por lo que esperó en su misma posición a que sus ojos se acostumbraran a esa oscuridad, de todas formas, el golpe había sido tan duro que levantarse le llevaría tiempo.
¿Eh? Musitó, rascándose la nuca y dándose cuenta de que tenía el pelo como si acabaran de darle una gran descarga eléctrica. Ese tigre... dices... ¿aún tienes hambre?
Y, sin necesidad de respuesta, supo que sí. Saiiko se levantó apoyando una de las manos en su espalda y la otra en el suelo, como si fuera una vieja con problemas de calcio, y se acercó al animal, una vez pudo distinguir su contorno, le dio dos fuertes palmadas en el lomo herido y dio media vuelta, buscando con la mirada a la morena. Algo de fuego, y comeremos. Finalizó, colocando los brazos en jarra.
El sitio al que habían caído parecía una especie de límite, estaba oscuro, hondo y la peliazul aún se preguntaba qué hacía viva. Todo había surgido por una grieta en el suelo, ella no era Navegante, pero había algo que le decía que eso no era muy normal, así que, como no buscaran una salida, estaba segura de que no sería precisamente un ángel quien estuviera esperándolas ahí.
¡AHH! Saiiko gritó, levantando uno de los pies del suelo y sujetándoselo con ambas manos mientras cojeaba dando saltitos. ¡Demonios, me duele! Se dejó caer en el suelo, apoyada a la espalda peluda del animal y se sacó la sandalia del pie, observando que afortunadamente no le había pasado nada. La peliazul bufó y, segundos después se colocó y arrastró las manos por el suelo, en busca de lo que había sido culpable de su daño, hasta llegar a una pequeña piedra. La levantó, sin embargo y desgraciadamente para ella, tuvo que suprimir las ganas de reventarla contra el suelo.
Volvió a reincorporarse y tendió el brazo con el que sostenía la piedra en dirección a la morena. Algo de fuego, y comeremos. Se repitió, con muchas ganas de hervir a ese estúpido y desgraciado gato.
Evangelina von Steinhell
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Tenía un poco de jaqueca debido al momento. No pensaba bien, mi mente estaba hecha un desastre eterno. La vista me daba vueltas y era peor que cuando activaba la primera fase de mi Boosted Clock, aún peor. Quizás, era por no haberme esperado el dolor. Así, la adrenalina no tomaría bien el daño y el cuerpo lo sufriría aún peor. Mis conocimientos médicos, apoyaban esta improvisada teoría. En fin, denoté algo extraño. Una suave voz, se dirigió a… ¿mí?, era la duda, si no hablaba sola, era a mí persona.
Escuché, de manera clara un… “Algo de fuego, y comeremos” bastante seco. No llevaba a nada, a lo mejor la chica adivinaba que quizás, fue una cacería lo mío con la anterior bestia felina, y no que la estaba salvando de aquella muerte por un gato de tamaños colosales. Esperé un momento más, para divisar mejor a la muchacha, saber cómo se encontraba y en qué estado ella misma estaba. También, si el afamado tigre estaría ideal para ser un aperitivo más de nuestras vidas, que el estómago me rugía como león en busca de su presa, depredador y dominante.
Cambiando drásticamente de tema, el sitio ahora sí me era más lúcido. Parecía una caverna, totalmente fúnebre, oscura y sin ningún rastro de vida aparte de las dos féminas que cayeron inesperadamente al lugar. Y en la tranquilidad de mi pensamiento, un grito de dolor se escuchó acompañado de palabras iguales al sentimiento. Como era propio de cualquier mujer. La chica, seguía bien, pero algo le dolía al parecer. Ahora, veía con más claridad. La peliazul había caído. Ni idea cómo, pero me hizo un poco de gracia. Por dentro, nunca expresaba nada. A esto, se puso de pie, antes buscando algo, para dirigirse a mí con las mismas palabras que musitó en momentos anteriores a este. Como un dejavú, se sintió relativamente extraño, cuando me repetían algo me confundía, era como un golpe mental.
Realmente, tenía ganas de devorar a esa gran masa de carne que había asesinado y quitado la vida hace unos minutos atrás. Como había dicho, rugía mi estómago en busca de comida. Me puse de pie, apoyándome en una de mis manos, para hacer soporte. Sacudí mi ropa, mirándola, sacándome todo el escombro y suciedad de mis prendas. Puse atención a la muchacha a mi frente, y le dirige unas palabras tenues, con un tono delicado, amigable. -¿Tienes tanta hambre como yo?- cruzándome de brazos, me estaba poco a poco tornando seria. Aunque, mi rostro de ojos entrecerrados no cambiaba para nada.
La mirada que tenía era ciertamente rara, no se me apreciaba así nunca. En fin, me puse en dirección al gran tigre que había asesinado. Paso a paso, la tierra se levantaba, y un polvo espeso acaparaba la atención de bichos diminutos en el suelo. Todo era muy oscuro, apenas nos notábamos una a otra, al parecer.
Me puse frente al cuerpo, y desenfundé con la mano derecha, a mi común espada, común por que era la que más usaba, Neptuno. El filo sonó exquisito, digno de los dioses. En fin, esta misma espada que había traído el fin de la vida al felino, la usé para examinar si seguía o no con vida. Tocándolo levemente con la punta del filo, comprobando con éxito, que no se encontraba vivo, por suerte.
No quería diluir más el tema. Así que, me dirige otra vez hacia la chica, sin mirarla. Estaba a mis espaldas, debido a la posición que tomé al examinar a la bestia. -¿Sabes cómo hacer fuego?, a propósito, un gusto, me llamo Eve- soné amigable, de cierta manera. Me simpatizaba la muchacha, tenía una corazonada de que su relación conmigo podría sacar ventaja en el futuro, además de que presencié esos extraños poderes que hicieron brotar a la madre tierra desde los pies del gran gato. Era si no me fallaba la consciencia, una usuaria de fruta del diablo. Ella no podría nadar, lo que nunca me pareció bien ni me gustó en lo absoluto. Pero bueno, no soy quién para juzgar aquellos hechos. No paraba de mirar a la bestia, estaba ansiosa por probar carne de tigre, y más si era tanta, debido al tamaño colosal de tal mamífero depredador.
Escuché, de manera clara un… “Algo de fuego, y comeremos” bastante seco. No llevaba a nada, a lo mejor la chica adivinaba que quizás, fue una cacería lo mío con la anterior bestia felina, y no que la estaba salvando de aquella muerte por un gato de tamaños colosales. Esperé un momento más, para divisar mejor a la muchacha, saber cómo se encontraba y en qué estado ella misma estaba. También, si el afamado tigre estaría ideal para ser un aperitivo más de nuestras vidas, que el estómago me rugía como león en busca de su presa, depredador y dominante.
Cambiando drásticamente de tema, el sitio ahora sí me era más lúcido. Parecía una caverna, totalmente fúnebre, oscura y sin ningún rastro de vida aparte de las dos féminas que cayeron inesperadamente al lugar. Y en la tranquilidad de mi pensamiento, un grito de dolor se escuchó acompañado de palabras iguales al sentimiento. Como era propio de cualquier mujer. La chica, seguía bien, pero algo le dolía al parecer. Ahora, veía con más claridad. La peliazul había caído. Ni idea cómo, pero me hizo un poco de gracia. Por dentro, nunca expresaba nada. A esto, se puso de pie, antes buscando algo, para dirigirse a mí con las mismas palabras que musitó en momentos anteriores a este. Como un dejavú, se sintió relativamente extraño, cuando me repetían algo me confundía, era como un golpe mental.
Realmente, tenía ganas de devorar a esa gran masa de carne que había asesinado y quitado la vida hace unos minutos atrás. Como había dicho, rugía mi estómago en busca de comida. Me puse de pie, apoyándome en una de mis manos, para hacer soporte. Sacudí mi ropa, mirándola, sacándome todo el escombro y suciedad de mis prendas. Puse atención a la muchacha a mi frente, y le dirige unas palabras tenues, con un tono delicado, amigable. -¿Tienes tanta hambre como yo?- cruzándome de brazos, me estaba poco a poco tornando seria. Aunque, mi rostro de ojos entrecerrados no cambiaba para nada.
La mirada que tenía era ciertamente rara, no se me apreciaba así nunca. En fin, me puse en dirección al gran tigre que había asesinado. Paso a paso, la tierra se levantaba, y un polvo espeso acaparaba la atención de bichos diminutos en el suelo. Todo era muy oscuro, apenas nos notábamos una a otra, al parecer.
Me puse frente al cuerpo, y desenfundé con la mano derecha, a mi común espada, común por que era la que más usaba, Neptuno. El filo sonó exquisito, digno de los dioses. En fin, esta misma espada que había traído el fin de la vida al felino, la usé para examinar si seguía o no con vida. Tocándolo levemente con la punta del filo, comprobando con éxito, que no se encontraba vivo, por suerte.
No quería diluir más el tema. Así que, me dirige otra vez hacia la chica, sin mirarla. Estaba a mis espaldas, debido a la posición que tomé al examinar a la bestia. -¿Sabes cómo hacer fuego?, a propósito, un gusto, me llamo Eve- soné amigable, de cierta manera. Me simpatizaba la muchacha, tenía una corazonada de que su relación conmigo podría sacar ventaja en el futuro, además de que presencié esos extraños poderes que hicieron brotar a la madre tierra desde los pies del gran gato. Era si no me fallaba la consciencia, una usuaria de fruta del diablo. Ella no podría nadar, lo que nunca me pareció bien ni me gustó en lo absoluto. Pero bueno, no soy quién para juzgar aquellos hechos. No paraba de mirar a la bestia, estaba ansiosa por probar carne de tigre, y más si era tanta, debido al tamaño colosal de tal mamífero depredador.
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