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Ni siquiera sabía en donde se encontraba, pero tampoco le hacía mucha falta. Todas las islas de aquella parte del mundo eran similares aunque, las que había tenido el placer de visitar podían distinguirse por pequeñas peculiaridades y, aún así, ella no las buscó. Había desembarcado hacía unos días y, todos ellos se había estado moviendo de manera constante. Había gente que la conocía y aquello la había reportado comida, cobijo y algo de dinero. Aunque lo último no le fuera del todo necesario y, sin embargo, lo aceptaba. ¿Por qué? Porque incluso sin ambiciones, el ser humano es codicioso. Y ella no iba a negar que lo era. Pero por mucho que se pudiera decir sobre aquello, vagaba de un lado a otro en búsqueda de un reto mayor, algo que realmente la llamara la atención. Antes de salir de la casa de aquella mujer que le había dado alojo tuvo a bien comprobar si se llevaba todo. No podía permitirse pérdidas y menos en la situación en la que se encontraba. No tenía ni idea de cuando volvería a embarcarse o cuando volvería a su Isla, a su ciudad y sin embargo... Se puede decir que vivía el momento. No obstante, se detuvo unos segundos a contemplar al pequeño cachorro dormitando sobre una manta.
No hacía demasiado que lo tenía y sin embargo ya parecía reconocer la voz de ella. Se calzó aquellas botas de media caña, que le llegaban por la mitad de la pierna, por debajo de la rodilla y se ajustó aquel corsé borgoña. Hacía mucho tiempo que cualquiera podía observar la cicatriz de su pecho y aquel día, la camisa seguía en el mismo sito que de costumbre, casi abierta, únicamente definida por aquel otro pedazo de tela más rígido. La media manga, no obstante, tapaba algunas de sus otras cicatrices... Cogió sus guantes, colgándose aquella katana a la espalda y su mochila justo encima, mientras tomaba a aquel pequeño felino entre sus manos, haciendo que gruñera, llevándolo hasta que este quedara pegado a su pecho, pudiendo escuchar su corazón. Aquello lo relajaba, suponía ella, que porque no podría distinguirlo con el corazón de su madre. La mujer que la había hospedado, tuvo a bien haberle calentado algo de leche, metiéndola en aquel pequeño biberón que ella llevaba, pero no se quedó allí, sino que se marchó de aquella casa.
Afincarse en un único sitio era algo que ella no quería. No quería volver a sufrir aquello que ya había sufrido una vez. Y sin embargo, seguía teniendo sueños infantiles. Pero decidió que el sitio a donde sus pasos la habían llevado era el ideal. Una plaza, con bastante gente. Se sentó en medio, con una fuente poco ornamental a sus espaldas pero perfecta, sin embargo, para que cualquier borracho se cayera dentro y se ahogara. Se sentó, cruzando las piernas tras deshacerse de aquella mochila, no de la katana, dejándola justo bajo sus piernas, mientras que el cachorro reposaba sobre la piel desnuda de las mismas. ¿Sabes esos momentos de debilidad que se experimenta en determinados lugares? Para ella, este era uno de esos, así que antes de atender al cachorro, que empezaba a moverse un tanto nervioso, buscó dejar aquel arma que llevaba lista para usarla. Pero de manera discreta.
Paseó los dedos por el collar que llevaba el cachorro, que le quedaba bastante grande, antes de cogerle de la piel de la nuca, dejándolo casi sentado, para acercarle el biberón. Este resultó darse cuenta casi al instante, atrapando aquel objeto entre sus pequeñas y no demasiado puntiagudas zarpas, mientras comenzaba a vaciar aquel recipiente. Y lo observó durante unos cuantos segundos, con su espalda curvada y su pelo cayéndole a ambos lados de la cara, tapando su rostro. No tenía en cuenta los peligros que entrañaban quedarse absorta en medio de un sitio público haciendo aquello pero... Tampoco es que la importara demasiado. Había pasado, hasta el momento, por algunas situaciones que muchos podían clasificar de incómodas y de todas ellas, había sabido salir.
No hacía demasiado que lo tenía y sin embargo ya parecía reconocer la voz de ella. Se calzó aquellas botas de media caña, que le llegaban por la mitad de la pierna, por debajo de la rodilla y se ajustó aquel corsé borgoña. Hacía mucho tiempo que cualquiera podía observar la cicatriz de su pecho y aquel día, la camisa seguía en el mismo sito que de costumbre, casi abierta, únicamente definida por aquel otro pedazo de tela más rígido. La media manga, no obstante, tapaba algunas de sus otras cicatrices... Cogió sus guantes, colgándose aquella katana a la espalda y su mochila justo encima, mientras tomaba a aquel pequeño felino entre sus manos, haciendo que gruñera, llevándolo hasta que este quedara pegado a su pecho, pudiendo escuchar su corazón. Aquello lo relajaba, suponía ella, que porque no podría distinguirlo con el corazón de su madre. La mujer que la había hospedado, tuvo a bien haberle calentado algo de leche, metiéndola en aquel pequeño biberón que ella llevaba, pero no se quedó allí, sino que se marchó de aquella casa.
Afincarse en un único sitio era algo que ella no quería. No quería volver a sufrir aquello que ya había sufrido una vez. Y sin embargo, seguía teniendo sueños infantiles. Pero decidió que el sitio a donde sus pasos la habían llevado era el ideal. Una plaza, con bastante gente. Se sentó en medio, con una fuente poco ornamental a sus espaldas pero perfecta, sin embargo, para que cualquier borracho se cayera dentro y se ahogara. Se sentó, cruzando las piernas tras deshacerse de aquella mochila, no de la katana, dejándola justo bajo sus piernas, mientras que el cachorro reposaba sobre la piel desnuda de las mismas. ¿Sabes esos momentos de debilidad que se experimenta en determinados lugares? Para ella, este era uno de esos, así que antes de atender al cachorro, que empezaba a moverse un tanto nervioso, buscó dejar aquel arma que llevaba lista para usarla. Pero de manera discreta.
Paseó los dedos por el collar que llevaba el cachorro, que le quedaba bastante grande, antes de cogerle de la piel de la nuca, dejándolo casi sentado, para acercarle el biberón. Este resultó darse cuenta casi al instante, atrapando aquel objeto entre sus pequeñas y no demasiado puntiagudas zarpas, mientras comenzaba a vaciar aquel recipiente. Y lo observó durante unos cuantos segundos, con su espalda curvada y su pelo cayéndole a ambos lados de la cara, tapando su rostro. No tenía en cuenta los peligros que entrañaban quedarse absorta en medio de un sitio público haciendo aquello pero... Tampoco es que la importara demasiado. Había pasado, hasta el momento, por algunas situaciones que muchos podían clasificar de incómodas y de todas ellas, había sabido salir.
Haine Rammsteiner
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Tras años de realizar trabajos de mierda, con pagos de mierda y morales de mierda, por fin Haine estaba a punto de "independizarse". Con 19 años de edad se podría decir que todavía eres demasiado joven como para tener sobre tus hombros asesinatos, torturas y demás actos que mucha gente consideraría sacrilegios e infamias. Sin embargo no para Haine, el perro callejero, cuya vida estaba rodeada de este tipo de cosas quisiera o no. Sin embargo no le molestaba, es más, se podría decir que estaba más cerca de gustarle que de disgustarle. No es que le apasionara asesinar gente, pero tampoco tenía problema con ello y menos si a los que solía asesinar eran otros asesinos o personas avariciosas sin nadie que le echara de menos. Pero eso se había acabado, no volvería a asesinar porque otros se lo pidieran, sino porque él quería hacerlo. Y eso le alegraba.
Hasta ahora había sido una sombra, un desconocido en el mundo de las recompensas y el precio por cabeza, un simple vagabundo que se alimentaba de lo que encontraba por el suelo. Eso le había hecho ser capaz de sobrevivir hasta aquel día, pues si lo hubieran pillado era posible que algún cazador de poca monta o las propias autoridades lo hubieran perseguido. Pero se ocultaba con cobros pequeños, que no llamaban la atención, de modo que pudiera sobrevivir sin llamar demasiado la atención. Debía ser así si quería continuar con vida para cumplir su sueño. Algunos de sus recompensas eran comida para unos días, alojo en algún granero maloliente o incluso dinero para las misiones más importantes, pero nada del otro mundo que pudiera alertar a las autoridades. El último pago que le habían realizado era un viaje hasta la isla en la que se encontraba actualmente, el Reino de Lvneel, al cual había llegado aquella misma mañana y sin intención alguna de quedarse por mucho tiempo.
Haine deseaba escapar de aquel mar, el North Blue, alejarse de los recuerdos que le anclaban a la tierra de la misma forma que un árbol no pude moverse debido a sus raices. No es que los echara de menos sino todo lo contrario, pues si algún día quería cumplir su sueño sabía que no lo haría en aquella isla del demonio. Para escapar el peliblanco había contactado con ciertas personas que le debían un favor, y le habían asegurado que pronto habría una expedición de barcos mercantes al East Blue, un mar completamente nuevo para el peliblanco desde el cual empezar los preparativos y volverse más fuerte. ¿Cómo pensaba ser aceptado en aquella expedición? No pensaba hacerlo, sino que se colaría como polizón del barco con ayuda de sus poderes. Era arriesgado, pero no tenía dinero para pagar algo de tal calibre.
Su camino hacia el puerto desde donde partiría aquella expedición incluía una gran plaza con una modesta fuente en su centro y varias tiendas en los edificios que la rodeaban. Parecía ser un sitio algo turístico, por lo que Haine se limitó a caminar sin prestar demasiada atención a la gente ni a los establecimientos. A su lado Shiro caminaba perezoso, olisqueando el aire como si buscara algo pero sin saber qué era. El aroma de aquella plaza estaba mezclado con diversos perfumes, pan recién hecho e incluso cesped recién cortado, por lo que no sería fácil identificar ni al propio Haine a través del olfato del perro de blanco pelaje. Sin embargo, había algo que le parecía estar incomodando, mas no lo suficiente como para despertar su curiosidad.
Le costó unos segundos reaccionar cuando vio a una joven muchacha sentada en la fuente. Parecía estar dándole de mamar con un biberón a algo demasiado pequeño para ser un bebé, además de que era todavía una niña de la edad de Haine aproximadamente por lo que era difícil que tuviera su propio hijo. Haine al principio no notó nada extraño, era una chica normal que incluso le parecía guapa, que si no fuera como era incluso podría haberse acercado a hablar con ella. Pero cuando sus ojos se toparon con su pecho no pudo hacer nada sino pararse por unos segundos, alertando a Shiro que miró a la muchacha sin entender qué estaba pasando. El perro todavía era un cachorro cuando conoció a Eris, por lo que era imposible que se acordara de ella. Sin embargo su olor personal podía haber sido almacenado en su memoria para que le sonara familiar, sin saber exactamente por qué.
Se acercó, su cabeza era una fiesta. Emociones que hacía años que no sentía parecían estar saliendo de dentro de un armario con matasuegras y trompetas, mientras que otro tipo muy diferentes de emociones, cargadas de odio y desprecio, aparecieron y comenzaron a darle una paliza a la banda de felicidad. Así pues el peliblanco caminó decidido hacia donde estaba la muchacha seguido de cerca por el perro y se clavó en el suelo delante suya. - Eris. - dijo con voz seca mirándola a los ojos, cambiando durante dos segundos su mirada a la cicatriz de su pecho y volviéndola a mirar a los ojos dando a entender que la había reconocido por ese rasgo. Estaba serio, demasiado, mientras que Shiro observaba la situación sin entender demasiado lo que pasaba. - Imagino que no hará falta que me presente... Pero por si acaso... - le comentó mientras le mostraba una gran cicatriz en el cuello bajándose las vendas y un collar que lo ocultaban. Aquel era su documento de identidad con el que seguro que Eris lo reconocería, pero era poco probable que no lo hubiera hecho ya pues no creía que conociera muchos albinos con un pastor blanco que lo acompañara, a pesar de que cuando Shiro conoció a Eris apenas tenía unos meses.
Observó lo que estaba haciendo, parecía alguna clase de animal que estaba amamantando como si fuera un cachorro. - ¿Qué es eso? - preguntó sin eliminar su seriedad. Casi 6 años sin verse y aquella pregunta fue lo único que se limitó a cuestionar. No hubo "dónde has estado" ni "qué ha sido de ti" ni tampoco "eres una zorra pedazo de puta". No, simplemente le preguntó por el animal que había en sus brazos. Y, a pesar de todo, Haine creía haber dicho más de lo necesario. Había algo muy especial entre Eris y Haine, ya fuera bueno o malo, que hacia que ese tipo de situaciones no le fueran incómodas. La había echado de menos, la había querido ver dentro de un pozo muerta, la había querido abrazar... Pero sobretodo había querido volver a verla.
Hasta ahora había sido una sombra, un desconocido en el mundo de las recompensas y el precio por cabeza, un simple vagabundo que se alimentaba de lo que encontraba por el suelo. Eso le había hecho ser capaz de sobrevivir hasta aquel día, pues si lo hubieran pillado era posible que algún cazador de poca monta o las propias autoridades lo hubieran perseguido. Pero se ocultaba con cobros pequeños, que no llamaban la atención, de modo que pudiera sobrevivir sin llamar demasiado la atención. Debía ser así si quería continuar con vida para cumplir su sueño. Algunos de sus recompensas eran comida para unos días, alojo en algún granero maloliente o incluso dinero para las misiones más importantes, pero nada del otro mundo que pudiera alertar a las autoridades. El último pago que le habían realizado era un viaje hasta la isla en la que se encontraba actualmente, el Reino de Lvneel, al cual había llegado aquella misma mañana y sin intención alguna de quedarse por mucho tiempo.
Haine deseaba escapar de aquel mar, el North Blue, alejarse de los recuerdos que le anclaban a la tierra de la misma forma que un árbol no pude moverse debido a sus raices. No es que los echara de menos sino todo lo contrario, pues si algún día quería cumplir su sueño sabía que no lo haría en aquella isla del demonio. Para escapar el peliblanco había contactado con ciertas personas que le debían un favor, y le habían asegurado que pronto habría una expedición de barcos mercantes al East Blue, un mar completamente nuevo para el peliblanco desde el cual empezar los preparativos y volverse más fuerte. ¿Cómo pensaba ser aceptado en aquella expedición? No pensaba hacerlo, sino que se colaría como polizón del barco con ayuda de sus poderes. Era arriesgado, pero no tenía dinero para pagar algo de tal calibre.
Su camino hacia el puerto desde donde partiría aquella expedición incluía una gran plaza con una modesta fuente en su centro y varias tiendas en los edificios que la rodeaban. Parecía ser un sitio algo turístico, por lo que Haine se limitó a caminar sin prestar demasiada atención a la gente ni a los establecimientos. A su lado Shiro caminaba perezoso, olisqueando el aire como si buscara algo pero sin saber qué era. El aroma de aquella plaza estaba mezclado con diversos perfumes, pan recién hecho e incluso cesped recién cortado, por lo que no sería fácil identificar ni al propio Haine a través del olfato del perro de blanco pelaje. Sin embargo, había algo que le parecía estar incomodando, mas no lo suficiente como para despertar su curiosidad.
Le costó unos segundos reaccionar cuando vio a una joven muchacha sentada en la fuente. Parecía estar dándole de mamar con un biberón a algo demasiado pequeño para ser un bebé, además de que era todavía una niña de la edad de Haine aproximadamente por lo que era difícil que tuviera su propio hijo. Haine al principio no notó nada extraño, era una chica normal que incluso le parecía guapa, que si no fuera como era incluso podría haberse acercado a hablar con ella. Pero cuando sus ojos se toparon con su pecho no pudo hacer nada sino pararse por unos segundos, alertando a Shiro que miró a la muchacha sin entender qué estaba pasando. El perro todavía era un cachorro cuando conoció a Eris, por lo que era imposible que se acordara de ella. Sin embargo su olor personal podía haber sido almacenado en su memoria para que le sonara familiar, sin saber exactamente por qué.
Se acercó, su cabeza era una fiesta. Emociones que hacía años que no sentía parecían estar saliendo de dentro de un armario con matasuegras y trompetas, mientras que otro tipo muy diferentes de emociones, cargadas de odio y desprecio, aparecieron y comenzaron a darle una paliza a la banda de felicidad. Así pues el peliblanco caminó decidido hacia donde estaba la muchacha seguido de cerca por el perro y se clavó en el suelo delante suya. - Eris. - dijo con voz seca mirándola a los ojos, cambiando durante dos segundos su mirada a la cicatriz de su pecho y volviéndola a mirar a los ojos dando a entender que la había reconocido por ese rasgo. Estaba serio, demasiado, mientras que Shiro observaba la situación sin entender demasiado lo que pasaba. - Imagino que no hará falta que me presente... Pero por si acaso... - le comentó mientras le mostraba una gran cicatriz en el cuello bajándose las vendas y un collar que lo ocultaban. Aquel era su documento de identidad con el que seguro que Eris lo reconocería, pero era poco probable que no lo hubiera hecho ya pues no creía que conociera muchos albinos con un pastor blanco que lo acompañara, a pesar de que cuando Shiro conoció a Eris apenas tenía unos meses.
Observó lo que estaba haciendo, parecía alguna clase de animal que estaba amamantando como si fuera un cachorro. - ¿Qué es eso? - preguntó sin eliminar su seriedad. Casi 6 años sin verse y aquella pregunta fue lo único que se limitó a cuestionar. No hubo "dónde has estado" ni "qué ha sido de ti" ni tampoco "eres una zorra pedazo de puta". No, simplemente le preguntó por el animal que había en sus brazos. Y, a pesar de todo, Haine creía haber dicho más de lo necesario. Había algo muy especial entre Eris y Haine, ya fuera bueno o malo, que hacia que ese tipo de situaciones no le fueran incómodas. La había echado de menos, la había querido ver dentro de un pozo muerta, la había querido abrazar... Pero sobretodo había querido volver a verla.
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Podía ser porque el cachorro parecía demasiado pequeño para que muchos distinguieran lo que era. Sabía que podían pensar que estaba dando de comer a un bebé si la miraba de lejos por la posición, pero tampoco le importaba. Ella era joven y a pesar de eso sabía lo que tenía entre las manos. Con delicadeza ella aunque con ansia el pequeño, se iba bebiendo aquel biberón. Aunque cada vez le costaba un poco más encontrar leche para él y es que desde que se había marchado de casa, renunciando al trato que tenía con un vecino ganadero lo había pasado un poco mal en ese sentido. Pero con algo de paciencia sabía que las cosas acababan saliendo y ella, le ponía todo el esfuerzo que podía para que se cumpliera. De esa forma, la mujer había podido disponer de leche para el pequeño con pequeños tratos con las personas del lugar e incluso con intercambios. Aunque siempre acababa habiendo algo de dinero de por medio dado que veían que ella lo necesitaba de verdad. Luego, en la cara opuesta de la moneda estaban los que se la ofrecían, de manera gratuita y ella acaba accediendo a hacer algún favor, generalmente de índole médico. Pero aún con eso... No pudo dejar de mirar a aquel pequeño, alimentándose con cierta ansia, después de haber dormido durante toda una noche seguida. Ella no sabía lo era tener hermanos pequeño, ni hijos, pero si había reparado en que cuando por la noche se despertaba “lloriqueando” era complicado volver a coger el sueño. Y sin embargo, lo trataba como si fuera ella misma o mejor, incluso.
Pero no le hizo falta alzar la cabeza cuando escuchó que la llamaban por su nombre. No dijo nada, siguió atenta e inclinada hacia aquel pequeño animal mientras sus ojos se entornaban. Ella no lo quería allí, y a la vez sí. Quería matarlo y quería abrazarlo a la vez. Cuando los sentimientos se enfrentan así, hacen que la sangre casi le palpite en los oídos. Pero alza los ojos, cuando habla de que por si acaso no le reconoce... Y enseña aquella cicatriz bajo su cuello. Tener dieciocho años para aquello. Bajó la mirada, de nuevo hasta el felino, sin referir palabra. ¿Qué iba a decirle ella? ¿Qué le quería matar pero que le había echado mucho de menos? Sintió una palpitación en el pecho, como si aquella cicatriz volviera a quemar su piel. Pero cuando pronunció la palabra “eso”, ella alzó la cabeza. Pronto la leche de aquel biberón se acabó, haciendo que el cachorro se moviera para liberarse de las manos de ella, queriendo volver a tumbarse sobre sus piernas. Ella se giro, dejando aquel pequeño frasco al lado de su mochila, bajo sus piernas, y dejó que el leopardo se acurrucara sobre su regazo. Pero no hizo amago de mirar a Haine, sino que con una sonrisa se giró hacia el perro. Se alegraba de que al menos, fuera acompañado.
—¿Pensabas acabar lo que empezaste y te paró ver "eso"?— son las únicas palabras que salen de la boca de ella, antes de ponerse en pie, agarrando con una mano al pequeño y con otra la empuñadura de aquella espada. No, aquello no llamaba la atención de la gente en aquel tipo de lugares. Mas ella únicamente la apretó contra la funda, haciendo que sonara un seco sonido metálico que indicaba que había sido completamente cerrada, antes de subir el leopardo para colocárselo en el brazo como su fuera un bebé, resistiéndose al haber olido al perro cerca. —Has cambiado mucho, es una peque que eso que tienes en el cuello te identifique— susurra casi con sorna, por no decirle que ha cambiado "para bien" y que quizás le parezca más atractivo. ¿Atractivo? Sí, ahora podía decir que le parecía eso de verdad. Pero no, no le había dicho lo que tenía entre sus manos porque realmente no le interesaba que lo supiera. Pero dio un paso hacia él.
—Además, "Eris". ¿Crees que esa es la jodida manera correcta de saludar a alguien que fue de tu familia? Aunque intentáramos matarnos, y eso— repitió ella, porque habían pasado aquellas mismas palabras por su mente. Chasqueó la lengua, haciendo un gesto hacia el cuello de él. —Déjamelo ver— le pide ella. Mas aquella petición podía verse de muchas formas diferentes. Ella quería realmente que la abrazara como saludo, que la dijera que la había echado de menos pero, ¿qué se puede esperar, teniendo en cuenta como acabaron? La comezón de su pecho se vio acrecentada cuando Gato se movió, clavando aquellas pequeñas garras sobre su piel, solo marcándola mientras se inclinaba hacia donde el peliblanco estaba, olfateando el aire de manera queda. Ella volvió a chasquear la lengua, entornando los ojos para ver aquella reacción, negando con la cabeza.
—¿Puede?— susurra entonces de manera queda, haciendo que este quede unos segundos en el aire, indicándole que quiere acercarse a él.
Pero no le hizo falta alzar la cabeza cuando escuchó que la llamaban por su nombre. No dijo nada, siguió atenta e inclinada hacia aquel pequeño animal mientras sus ojos se entornaban. Ella no lo quería allí, y a la vez sí. Quería matarlo y quería abrazarlo a la vez. Cuando los sentimientos se enfrentan así, hacen que la sangre casi le palpite en los oídos. Pero alza los ojos, cuando habla de que por si acaso no le reconoce... Y enseña aquella cicatriz bajo su cuello. Tener dieciocho años para aquello. Bajó la mirada, de nuevo hasta el felino, sin referir palabra. ¿Qué iba a decirle ella? ¿Qué le quería matar pero que le había echado mucho de menos? Sintió una palpitación en el pecho, como si aquella cicatriz volviera a quemar su piel. Pero cuando pronunció la palabra “eso”, ella alzó la cabeza. Pronto la leche de aquel biberón se acabó, haciendo que el cachorro se moviera para liberarse de las manos de ella, queriendo volver a tumbarse sobre sus piernas. Ella se giro, dejando aquel pequeño frasco al lado de su mochila, bajo sus piernas, y dejó que el leopardo se acurrucara sobre su regazo. Pero no hizo amago de mirar a Haine, sino que con una sonrisa se giró hacia el perro. Se alegraba de que al menos, fuera acompañado.
—¿Pensabas acabar lo que empezaste y te paró ver "eso"?— son las únicas palabras que salen de la boca de ella, antes de ponerse en pie, agarrando con una mano al pequeño y con otra la empuñadura de aquella espada. No, aquello no llamaba la atención de la gente en aquel tipo de lugares. Mas ella únicamente la apretó contra la funda, haciendo que sonara un seco sonido metálico que indicaba que había sido completamente cerrada, antes de subir el leopardo para colocárselo en el brazo como su fuera un bebé, resistiéndose al haber olido al perro cerca. —Has cambiado mucho, es una peque que eso que tienes en el cuello te identifique— susurra casi con sorna, por no decirle que ha cambiado "para bien" y que quizás le parezca más atractivo. ¿Atractivo? Sí, ahora podía decir que le parecía eso de verdad. Pero no, no le había dicho lo que tenía entre sus manos porque realmente no le interesaba que lo supiera. Pero dio un paso hacia él.
—Además, "Eris". ¿Crees que esa es la jodida manera correcta de saludar a alguien que fue de tu familia? Aunque intentáramos matarnos, y eso— repitió ella, porque habían pasado aquellas mismas palabras por su mente. Chasqueó la lengua, haciendo un gesto hacia el cuello de él. —Déjamelo ver— le pide ella. Mas aquella petición podía verse de muchas formas diferentes. Ella quería realmente que la abrazara como saludo, que la dijera que la había echado de menos pero, ¿qué se puede esperar, teniendo en cuenta como acabaron? La comezón de su pecho se vio acrecentada cuando Gato se movió, clavando aquellas pequeñas garras sobre su piel, solo marcándola mientras se inclinaba hacia donde el peliblanco estaba, olfateando el aire de manera queda. Ella volvió a chasquear la lengua, entornando los ojos para ver aquella reacción, negando con la cabeza.
—¿Puede?— susurra entonces de manera queda, haciendo que este quede unos segundos en el aire, indicándole que quiere acercarse a él.
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No le había hecho mucha gracia que dijera alguna de aquellas palabras, en especial expresiones como "Pensabas acabar lo que empezaste" que manifestaron una mueca de desagrado, un suspiro y un desvío de mirada mientras dejaba las orejas pegada a la conversación. Además le reprochó su forma de saludar, a lo que Haine alzó la voz ligeramente y replicó. - ¡Será que lo que has dicho tú es mucho mejor! ¡Insinuando que vengo a asesinarte! - dijo ofendido, para unos instantes más tarde sonreír de medio lado como si llevara años esperando volver a reñir con ella. Acto seguido ella pareció interesarse por acercarse a Haine para ver la herida que el tiempo había cerrado aunque no del todo, pues su significado seguía abierto y era algo que la distancia no podía cerrar. Se apartó un poco, le resultaba extraño e incómodo estar excesivamente cerca de ella a pesar de que sentía una sensación extraña de abrazarla, como electricidad por sus músculos que la incitara a aplastarla entre sus brazos.
Pudo ver en ese momento como desde la altura del pecho de Eris algo se alzaba hacia él, una cría de leopardo de apenas unos meses que parecía querer satisfacer su curiosidad olisqueando al recién llegado Haine. Este dejó de retroceder pese a que tan solo había echado su cuerpo hacia atrás unos centímetros, quedándose inmóvil para que "Eso" le oliera todo lo que quisiera pero sin intención alguna de tocarlo. No era su mascota ni su compañero, solo era un desconocido y por ello le costaba confiar en él. Así era Haine, trataba a los animales como personas, sabía que en el mundo había animales tan estúpidos como los hombres, a pesar de que ese todavía era un cachorro. A su lado Shiro se alzó sobre sus dos patas traseras y se apoyó en el brazo de Haine, estirando de su ropa para sujetarse y poder ver el animalico. Él no era tan receloso como su compañero de aventuras.
Tras unos segundos, Haine retomó la voz cantante y continuó la conversación que tanto tiempo llevaba queriendo tener pero que nunca había ensayado. - Y... bueno, ¿qué haces aquí? Y no me contestes que "no me importa", se lo borde que puedes llegar a ser. - le advirtió levantando una ceja y un dedo. - Ha pasado demasiado tiempo como para irnos de aquí peleándonos, además que no querría que "Eso" se hiciera daño. - aseguró refiriéndose a la cría de leopardo, parecía que a partir de ahora lo llamaría así. Sin embargo había algo más que quería preguntar, a pesar de que fingiera que no le importara en absoluto. - ¿Cómo está tu familia? - dijo casi sin tomar aire, por lo que su intención se vio evidente cuando pronunció esas palabras.
Odiaba a esa familia que le hbía acogido, no se preocupaba por cómo estuvieran o por si los había partido un rayo. Lo que de verdad le preocupaba era lo que pudieran haber hecho con la que se encontraba delante de sus ojos, la hija menor, temeroso de que pudieran haberla echado de casa por adquirir un animal como había hecho él. Pudo haber especificado más pero no sabía cuan apegada estaba la chica a sus padres, por lo que se limitó a callar y esperar una respuesta.
Pudo ver en ese momento como desde la altura del pecho de Eris algo se alzaba hacia él, una cría de leopardo de apenas unos meses que parecía querer satisfacer su curiosidad olisqueando al recién llegado Haine. Este dejó de retroceder pese a que tan solo había echado su cuerpo hacia atrás unos centímetros, quedándose inmóvil para que "Eso" le oliera todo lo que quisiera pero sin intención alguna de tocarlo. No era su mascota ni su compañero, solo era un desconocido y por ello le costaba confiar en él. Así era Haine, trataba a los animales como personas, sabía que en el mundo había animales tan estúpidos como los hombres, a pesar de que ese todavía era un cachorro. A su lado Shiro se alzó sobre sus dos patas traseras y se apoyó en el brazo de Haine, estirando de su ropa para sujetarse y poder ver el animalico. Él no era tan receloso como su compañero de aventuras.
Tras unos segundos, Haine retomó la voz cantante y continuó la conversación que tanto tiempo llevaba queriendo tener pero que nunca había ensayado. - Y... bueno, ¿qué haces aquí? Y no me contestes que "no me importa", se lo borde que puedes llegar a ser. - le advirtió levantando una ceja y un dedo. - Ha pasado demasiado tiempo como para irnos de aquí peleándonos, además que no querría que "Eso" se hiciera daño. - aseguró refiriéndose a la cría de leopardo, parecía que a partir de ahora lo llamaría así. Sin embargo había algo más que quería preguntar, a pesar de que fingiera que no le importara en absoluto. - ¿Cómo está tu familia? - dijo casi sin tomar aire, por lo que su intención se vio evidente cuando pronunció esas palabras.
Odiaba a esa familia que le hbía acogido, no se preocupaba por cómo estuvieran o por si los había partido un rayo. Lo que de verdad le preocupaba era lo que pudieran haber hecho con la que se encontraba delante de sus ojos, la hija menor, temeroso de que pudieran haberla echado de casa por adquirir un animal como había hecho él. Pudo haber especificado más pero no sabía cuan apegada estaba la chica a sus padres, por lo que se limitó a callar y esperar una respuesta.
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No se sorprendió cuando habló ofendido exclamando con aquellas palabras un reproche hacia ella. Estaba acostumbrada a ese tipo de cosas como para que la afectaran tan a la ligera... Menos si venían de él. No había forma de definir que lo había echado de menos y que quería que lo abrazara. Podría recurrir al inexistente parentesco entre ellos o quizás a su familiarizada y, con todo eso, seguramente no conseguiría nada de él. Pero se arriesgó, justo cuando el leopardo alzaba la naricilla hacia él, parando ese breve retroceso que había iniciado. Shiro fue mas curioso que el peliblanco, alzándose sobre sus patas traseras y apoyándose en el hombre. Acercó al animalito, para que el perro pudiera olerlo, antes de dejar al mismo sobre el suelo, alzando una ceja, entre sus piernas y cerca de todas sus cosas. —¿Encima amenazas?— musita ella irónica, pensando que en realidad era lo único que le quedaba por hacer. Mas suspira, volviendo a mirarlo. No quiere acercarse a él del todo pues, desde que ingirió una rara fruta, ha tenido problemas para tocar a las personas pero...
—Tienes razón, realmente no te importa lo que esté haciendo aquí— le responde —, y por eso, no te voy a preguntar a ti— si ella no daba una respuesta no quería recibirla. Sabía que él siempre había tendido a ser un "alma libre" y que por ello seguramente de aquí embarcaría en alguna de aquellas galeras y lo llevaría a recorrer el mundo. Tenía claro que esa podía ser una de las últimas veces que lo viera, vivo o muerto. Y no quería, como bien había dicho él, que se fueran peleándose. Después de todo no se le suele pedir a un amor platónico que te abrace a pesar de que lo intentases matar. Porque por mucha culpa que ella tratara de quitarse, aquella herida que había rehusado a enseñarle era cosa suya.
Y esperaba en el fondo que pudiera perdonarla por eso. Pero no dice mucho mas, sino que chasquea la lengua cuando le pregunta por su familia. No sabe realmente como responder aquella pregunta a pesar de que conoce la falta de aprecio de él por todos los que la integraban. Incluyéndola ella, seguramente. Pero si se había ido de casa en cuanto había podido mantenerse sola era porque no quería hablar de ellos, no quería recordarles... Como si fuera completamente huérfana. —¿Ese hombre que casi me deja morir y sus tres secuaces sin cerebro?— musita ella —.Espero que muertos y que mi madre tenga a bien reiniciar su vida con otras personas— termina. "Espero que muertos" aquellas palabras la dolieron. Porque no quería decir exactamente aquello, pero lo cierto es que era la mejor manera de expresar lo que estaba pasando por su cabeza.
No le diría que se habían tratado de aprovechar del dinero que ella había recaudado robando y que habían recabado en que lo tenía al habérselo ofrecido al mercader que tenía aquellos cachorros. Pero había algo que la carcomía, algo que necesitaba decier. Si esa iba a ser la última vez que se vieran, que muy seguramente, necesitaba hacer algo por última vez.
—Joder, al menos abrázame como saludo ¿no?— susurra ella con una sonrisa, tratando de ser amable. Porque simplemente quería recordar como de cálidos eran los abrazos de él. Y con eso, entorna los ojos, encogiéndose suavemente de hombros. No quería decirle que le había echado de menos. —Te eché mucho de menos— pero lo hizo. Quizás porque aquel peliblanco parecía confundirla sin remedio y, con eso, la hacía decir cosas que en principio no parecía deber decir. Aunque tampoco estaba muy mal decirle eso a alguien a quien habías considerado familia durante muchos años, ¿no? Ni siquiera quería conocer su opinión al respecto sino que, antes de dar una rápida ojeada a que el cachorro siguiera sobre aquella manta, ella alzó los brazos. Sabía que no era dado a hacer aquellas cosas o eso era lo que creía, pero... No tenía ni idea de que la había impulsado.
—Tienes razón, realmente no te importa lo que esté haciendo aquí— le responde —, y por eso, no te voy a preguntar a ti— si ella no daba una respuesta no quería recibirla. Sabía que él siempre había tendido a ser un "alma libre" y que por ello seguramente de aquí embarcaría en alguna de aquellas galeras y lo llevaría a recorrer el mundo. Tenía claro que esa podía ser una de las últimas veces que lo viera, vivo o muerto. Y no quería, como bien había dicho él, que se fueran peleándose. Después de todo no se le suele pedir a un amor platónico que te abrace a pesar de que lo intentases matar. Porque por mucha culpa que ella tratara de quitarse, aquella herida que había rehusado a enseñarle era cosa suya.
Y esperaba en el fondo que pudiera perdonarla por eso. Pero no dice mucho mas, sino que chasquea la lengua cuando le pregunta por su familia. No sabe realmente como responder aquella pregunta a pesar de que conoce la falta de aprecio de él por todos los que la integraban. Incluyéndola ella, seguramente. Pero si se había ido de casa en cuanto había podido mantenerse sola era porque no quería hablar de ellos, no quería recordarles... Como si fuera completamente huérfana. —¿Ese hombre que casi me deja morir y sus tres secuaces sin cerebro?— musita ella —.Espero que muertos y que mi madre tenga a bien reiniciar su vida con otras personas— termina. "Espero que muertos" aquellas palabras la dolieron. Porque no quería decir exactamente aquello, pero lo cierto es que era la mejor manera de expresar lo que estaba pasando por su cabeza.
No le diría que se habían tratado de aprovechar del dinero que ella había recaudado robando y que habían recabado en que lo tenía al habérselo ofrecido al mercader que tenía aquellos cachorros. Pero había algo que la carcomía, algo que necesitaba decier. Si esa iba a ser la última vez que se vieran, que muy seguramente, necesitaba hacer algo por última vez.
—Joder, al menos abrázame como saludo ¿no?— susurra ella con una sonrisa, tratando de ser amable. Porque simplemente quería recordar como de cálidos eran los abrazos de él. Y con eso, entorna los ojos, encogiéndose suavemente de hombros. No quería decirle que le había echado de menos. —Te eché mucho de menos— pero lo hizo. Quizás porque aquel peliblanco parecía confundirla sin remedio y, con eso, la hacía decir cosas que en principio no parecía deber decir. Aunque tampoco estaba muy mal decirle eso a alguien a quien habías considerado familia durante muchos años, ¿no? Ni siquiera quería conocer su opinión al respecto sino que, antes de dar una rápida ojeada a que el cachorro siguiera sobre aquella manta, ella alzó los brazos. Sabía que no era dado a hacer aquellas cosas o eso era lo que creía, pero... No tenía ni idea de que la había impulsado.
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Se metió las manos en los bolsillos, suspiró y miró hacia arriba. Estuvo a punto de decir "te dije que no me dijeras que no me importa..." pero se mantuvo callado, observando por unos segundos las nubes desfilar hacia el puerto. Por su mente cruzó la idea de imitar a las nubes, y desfilar hacia el puerto donde estaría el barco en el que pretendía colarse para viajar a otros lugares que nunca antes había visto. Sin embargo quería quedarse allí, aunque terminara a cabezazos con su "hermana", aunque terminara chillando hasta el fin de los días a aquella chica, quería quedarse con ella un poco más. Además, según había seguido hablando su cara se había tornado más alegre, aunque intentara disimularlo por si eso podía hacer que Eris se sintiera mal. La idea de que Eris despreciara a su padre y hermanos tanto como Haine le producía un cosquilleo en el estómago y le daban ganas de saltar, pero no por ello iba a perder la compostura frente a ella así como así. Sin embargo debía tener cuidado con su lengua, pues parecía que todavía quería y respetaba a su madre.
Cuando le dijo lo de abrazarla como saludo se lo tomó como una broma. Estuvo a punto de darle una palmada en la espalda y decir algo como "¡Vamos! ¡Solo las niñas se saludan así!" o "¡Quizás lo haría si no fueras mi hermana!", pero por suerte mantuvo la boca cerrada al ver que tenía algo más que decir. Un latido, intenso, una onda que emanó desde su pecho y recorrió todo su cuerpo, milímetro a milímetro, erizándole el vello y produciéndole escalofríos. - Yo... también... - dijo, y sin media ninguna otra palabra la abrazó por el cuello y la espalda, apretándola contra su cuerpo pero evitando aplastar al gato que seguramente estaría pasándolo mal entre dos cuerpos que buscaban saciar su sed de reencuentro desde hacía varios años. Hundió ligeramente su nariz entre su pelo, casi a la altura del cuello, y respiró con calma pero sin miedo para olfatear ese aroma que a veces se le aparecía en sueños, inalcanzable. Era suyo, nadie más podía tenerlo, la única persona cuyo aroma le parecía tan cercano como ese. - Yo también te he echado de menos... - dijo apretándola una última vez y separándose de ella. Aquel abrazo había sido uno de los más reconstituyentes que había tenido en la vida, sino el que más.
Tras separarse, Haine se rascó la mejilla con el dedo índice tratando de ocultar que estas se habían tornado ligeramente rojizas, al tiempo que miraba hacia otro lado y se sentaba al lado del sitio que ella había ocupado. Shiro no parecía querer pararse ahora, por lo que simplemente pasó por al lado de Haine y caminó por el suelo, olfateando un rastro invisible de algo que hubiera captado su atención. Quizás fueran imaginaciones de Haine, pero cuando el perro pasó por su lado tuvo la sensación de que se estaba riendo a carcajadas de él. - ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Te vas a quedar en esta isla? - insistió el albino mirándola lo más directo que podía, tratando de averiguar cualquier intención que tuviera. - Yo estoy a punto de partir, ver el mundo, cumplir mis sueños... - le explicaba mientras cambiaba la vista hacia el infinito y hablaba como si nadie pudiera verlo.
Shiro cortó aquel momento con un ladrido, al parecer un hombre había robado un bolso de una mujer y había echado a correr por la ciudad. - Ve. - dijo Haine calmado, a lo que el perro salió corriendo para interceptar al ladrón, saltándole encima y tirándolo al suelo. La mujer recuperó su bolso y comenzó a acariciar al perro blanco y a decirle palabras "demasiado infantiles" y con un tono de voz casi humorístico, pero Shiro se dejaba porque le daba gusto que lo acariciaran. Al minuto, el perro había vuelto donde Haine y se había tumbado a sus pies esperando a que llegara el momento de irse de allí.
Cuando le dijo lo de abrazarla como saludo se lo tomó como una broma. Estuvo a punto de darle una palmada en la espalda y decir algo como "¡Vamos! ¡Solo las niñas se saludan así!" o "¡Quizás lo haría si no fueras mi hermana!", pero por suerte mantuvo la boca cerrada al ver que tenía algo más que decir. Un latido, intenso, una onda que emanó desde su pecho y recorrió todo su cuerpo, milímetro a milímetro, erizándole el vello y produciéndole escalofríos. - Yo... también... - dijo, y sin media ninguna otra palabra la abrazó por el cuello y la espalda, apretándola contra su cuerpo pero evitando aplastar al gato que seguramente estaría pasándolo mal entre dos cuerpos que buscaban saciar su sed de reencuentro desde hacía varios años. Hundió ligeramente su nariz entre su pelo, casi a la altura del cuello, y respiró con calma pero sin miedo para olfatear ese aroma que a veces se le aparecía en sueños, inalcanzable. Era suyo, nadie más podía tenerlo, la única persona cuyo aroma le parecía tan cercano como ese. - Yo también te he echado de menos... - dijo apretándola una última vez y separándose de ella. Aquel abrazo había sido uno de los más reconstituyentes que había tenido en la vida, sino el que más.
Tras separarse, Haine se rascó la mejilla con el dedo índice tratando de ocultar que estas se habían tornado ligeramente rojizas, al tiempo que miraba hacia otro lado y se sentaba al lado del sitio que ella había ocupado. Shiro no parecía querer pararse ahora, por lo que simplemente pasó por al lado de Haine y caminó por el suelo, olfateando un rastro invisible de algo que hubiera captado su atención. Quizás fueran imaginaciones de Haine, pero cuando el perro pasó por su lado tuvo la sensación de que se estaba riendo a carcajadas de él. - ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Te vas a quedar en esta isla? - insistió el albino mirándola lo más directo que podía, tratando de averiguar cualquier intención que tuviera. - Yo estoy a punto de partir, ver el mundo, cumplir mis sueños... - le explicaba mientras cambiaba la vista hacia el infinito y hablaba como si nadie pudiera verlo.
Shiro cortó aquel momento con un ladrido, al parecer un hombre había robado un bolso de una mujer y había echado a correr por la ciudad. - Ve. - dijo Haine calmado, a lo que el perro salió corriendo para interceptar al ladrón, saltándole encima y tirándolo al suelo. La mujer recuperó su bolso y comenzó a acariciar al perro blanco y a decirle palabras "demasiado infantiles" y con un tono de voz casi humorístico, pero Shiro se dejaba porque le daba gusto que lo acariciaran. Al minuto, el perro había vuelto donde Haine y se había tumbado a sus pies esperando a que llegara el momento de irse de allí.
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Aquel abrazo se tornó como uno de los más reconfortantes que había tenido en toda su vida. Echaba de menos el contacto físico y, no el de cualquiera, sino el de él. Había querido abrazarle siempre, con cariño y cuando pareció pensárselo ella se sintió mal. Y se sintió mal únicamente por el hecho de que quizás el pensara que se trataba de una broma. No, no soportaría aquella idea y sin embargo, mantuvo la compostura. Pero cuando sintió los brazos de él rodeándolo temió por dos razones. La primera fue porque él sintiera algún impulso eléctrico y lo segundo, por el cachorro. Así que lo bajó un poco, sujetándolo con una mano antes rodear con la libre la espalda de él. Cuando la dijo que también la había echado de menos suspiró. Quería escuchar esas palabras como si las necesitara, como si fueran aire que respirar y sin embargo, también dudó de si se trataban de algo forzado porque ella se lo había dicho. Pero no quiso mencionar nada mas en aquel respecto y bajó la cabeza cuando se separaron buscando con la mirada a aquel cachorro para ver si se encontraba bien. Lo acunó entre sus brazos dado que se encontraba gruñendo, tratando de morder la ropa de la chica con no demasiado éxito. Ella esbozó una sonrisa tranquila mientras alzando la cabeza, se reencontró con el destello del pelo blanco.
Y cuando la preguntó aquello supo que algo iba mal. Pero que iba mal en ella, no en el resto de personas. Sus ojos se apagaron de golpe, mientras giraba ligeramente la cabeza para seguir mirando al gato. “Uno de mis sueños parte contigo”, estuvo a punto de decirle, pero alzó la cabeza casi instintivamente, cuando escuchó a Shiro ladrar. Alzó una ceja, cuando él le dio una única orden. Ella observó con atención como el perro salía disparado hacia un hombre que parecía acabar de robar a una mujer. Ella alzó las cejas, al verse abalanzarse el perro, mirando a Haine sorprendida. —¿No dejas que la roben para robarla tú después?— musita en bajo tono, adecuado por el tema y por la cercanía. Pero niega con la cabeza. —Yo tengo ganas de irme de aquí y seguir viajando pero... No se ni donde, ni cuando, ni como— susurra ella después a modo de contestación. Cierto era que no le apetecía decir aquello pero tampoco le apetecía decir que dejarlo marchar sería un duro palo para ella.
Y aún así movió su cabeza a ambos lados. Deshacerse de aquellas ideas era fundamental para parecer normal ante él, no dolida ni triste, como en realidad estaba. —Quiero ir hacia West Blue. Me han dicho que allí podría encontrar mucho más trabajo...— le sonríe, tratando de seguir con aquel carácter bueno y tranquilo. Ser afable no era algo normal de ella y sin embargo hizo una mueca, de pronto. Miró hacia el cachorro, el cual había atrapado parte de la piel de su brazo y la intentaba morder. Sus dientes ni siquiera estaban saliendo, pero ya tenía algunos. Pero ella se muerde el labio, llevando su mano hasta la boca del felino, dejando que atrape uno de sus dedos. —Además, me han dicho que allí hace un clima más cálido y él lo necesita...— termina de decir. —A dónde vas tú?— pregunta al final, mas atrevida.
Y cuando la preguntó aquello supo que algo iba mal. Pero que iba mal en ella, no en el resto de personas. Sus ojos se apagaron de golpe, mientras giraba ligeramente la cabeza para seguir mirando al gato. “Uno de mis sueños parte contigo”, estuvo a punto de decirle, pero alzó la cabeza casi instintivamente, cuando escuchó a Shiro ladrar. Alzó una ceja, cuando él le dio una única orden. Ella observó con atención como el perro salía disparado hacia un hombre que parecía acabar de robar a una mujer. Ella alzó las cejas, al verse abalanzarse el perro, mirando a Haine sorprendida. —¿No dejas que la roben para robarla tú después?— musita en bajo tono, adecuado por el tema y por la cercanía. Pero niega con la cabeza. —Yo tengo ganas de irme de aquí y seguir viajando pero... No se ni donde, ni cuando, ni como— susurra ella después a modo de contestación. Cierto era que no le apetecía decir aquello pero tampoco le apetecía decir que dejarlo marchar sería un duro palo para ella.
Y aún así movió su cabeza a ambos lados. Deshacerse de aquellas ideas era fundamental para parecer normal ante él, no dolida ni triste, como en realidad estaba. —Quiero ir hacia West Blue. Me han dicho que allí podría encontrar mucho más trabajo...— le sonríe, tratando de seguir con aquel carácter bueno y tranquilo. Ser afable no era algo normal de ella y sin embargo hizo una mueca, de pronto. Miró hacia el cachorro, el cual había atrapado parte de la piel de su brazo y la intentaba morder. Sus dientes ni siquiera estaban saliendo, pero ya tenía algunos. Pero ella se muerde el labio, llevando su mano hasta la boca del felino, dejando que atrape uno de sus dedos. —Además, me han dicho que allí hace un clima más cálido y él lo necesita...— termina de decir. —A dónde vas tú?— pregunta al final, mas atrevida.
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- Empiezo a pensar que haga lo que haga sacarás una excusa para tratarme mal. - dijo el albino mientras miraba al perro que permanecía a sus pies. Gracias a él aquella mujer probablemente podría darle de comer a su familia unos días más, y aún así se lo había reprochado. Cierto era que no había sido gracias a Haine que aquel hombre hubiera sido atrapado, sino que había sido el perro que por propia voluntad le había "pedido permiso" a su compañero para lanzarse a la carga. - Si por mí fuera esa mujer se habría quedado sin su bolso, pero Shiro necesitaba estirar sus piernas un poco. Cuando quiera robar a alguien lo haré, cuando necesite dinero para cumplir mis objetivos lo obtendré. Cuando no sea necesario, nadie perderá nada. - argumentó mientras colocaba una mano detrás de su cabeza para apoyarse y con la otra parecía mirarse las uñas desinteresadamente.
- En cualquier caso da igual, no tenía pensado robar hoy... - concluyó mientras ayudaba con la otra mano a sujetarse la cabeza. La giró levemente para seguir con la conversación que estaba teniendo con Eris, pues era muy interesante. Al parecer ella no sabía dónde ir, era un alma perdida sin lugar al que volver y sin lugar al que ir. "Ven conmigo", pensó en su mente, mas mantuvo la boca cerrada y la dejó terminar. Tenía miedo de ser rechazado, por lo que no se la jugaría toda a una sola carta. - Shiro y yo estamos cansados de este mar, por lo que hemos decidido investigar por nuestra cuenta y buscar nuevas islas donde podamos quedarnos. - comentaba haciéndose el desinteresado. - Habíamos pensado en tomar un barco, una expedición que sale en aproximadamente una hora de este puerto y que buscará comerciar con productos en islas del West Blue... Justo el mar al que quieres ir... - dijo sin miramientos, alzando su vista hacia el cielo para ver el firmamento casi completamente despejado. No se veían las estrellas, había demasiada luz, pero sabía que estaban ahí esperando ser visitadas por Haine.
Se levantó, no soportaba estar sentado en una misma posición demasiado tiempo y menos cuando estaba hablando con alguien. - ¿Por qué no vienes con Shiro y conmigo? Tengo entendido que el mar está lleno de piratas, no podría dejar que mi "hermanita" navegara por ahí sola... ¿Quién la iba a defender? - sonrió malevolamente. Lo que Haine no sabía es que Eris no necesitaba nadie que la defendiera, aunque en parte aquello no había sido sino una excusa para pedirle que lo acompañara. ¿Cuál sería la respuesta de la mujer? Las tripas se le revolvían solo de pensarlo, pero para conseguir lo que se quiere normalmente hay que hacer sacrificios, y tragarse su orgullo podía ser un sacrificio muy doloroso contra aquella chica.
- Bueno, ¿qué dices? Aunque te advierto que Shiro y yo vamos a colarnos en el barco, no tenemos dinero ni es necesario conseguirlo ya que la seguridad es bastante mala. Podremos tomar provisiones de la despensa, pero con cuidado para que no lo noten... Yo puedo encargarme de eso, pero "Eso" tendrá que estarse calladito si no quieres que seguridad nos pille. - cuanto más hablaba más díficil parecía, y es que mientras que estando solos podrían haberlo hecho sin demasiados problemas, teniendo que cuidar de una mujer y un cachorro podría complicarse mucho según la mente de Haine, hecho que podía demostrarse en su rostro con una ligera mueca de desagrado.
- En cualquier caso da igual, no tenía pensado robar hoy... - concluyó mientras ayudaba con la otra mano a sujetarse la cabeza. La giró levemente para seguir con la conversación que estaba teniendo con Eris, pues era muy interesante. Al parecer ella no sabía dónde ir, era un alma perdida sin lugar al que volver y sin lugar al que ir. "Ven conmigo", pensó en su mente, mas mantuvo la boca cerrada y la dejó terminar. Tenía miedo de ser rechazado, por lo que no se la jugaría toda a una sola carta. - Shiro y yo estamos cansados de este mar, por lo que hemos decidido investigar por nuestra cuenta y buscar nuevas islas donde podamos quedarnos. - comentaba haciéndose el desinteresado. - Habíamos pensado en tomar un barco, una expedición que sale en aproximadamente una hora de este puerto y que buscará comerciar con productos en islas del West Blue... Justo el mar al que quieres ir... - dijo sin miramientos, alzando su vista hacia el cielo para ver el firmamento casi completamente despejado. No se veían las estrellas, había demasiada luz, pero sabía que estaban ahí esperando ser visitadas por Haine.
Se levantó, no soportaba estar sentado en una misma posición demasiado tiempo y menos cuando estaba hablando con alguien. - ¿Por qué no vienes con Shiro y conmigo? Tengo entendido que el mar está lleno de piratas, no podría dejar que mi "hermanita" navegara por ahí sola... ¿Quién la iba a defender? - sonrió malevolamente. Lo que Haine no sabía es que Eris no necesitaba nadie que la defendiera, aunque en parte aquello no había sido sino una excusa para pedirle que lo acompañara. ¿Cuál sería la respuesta de la mujer? Las tripas se le revolvían solo de pensarlo, pero para conseguir lo que se quiere normalmente hay que hacer sacrificios, y tragarse su orgullo podía ser un sacrificio muy doloroso contra aquella chica.
- Bueno, ¿qué dices? Aunque te advierto que Shiro y yo vamos a colarnos en el barco, no tenemos dinero ni es necesario conseguirlo ya que la seguridad es bastante mala. Podremos tomar provisiones de la despensa, pero con cuidado para que no lo noten... Yo puedo encargarme de eso, pero "Eso" tendrá que estarse calladito si no quieres que seguridad nos pille. - cuanto más hablaba más díficil parecía, y es que mientras que estando solos podrían haberlo hecho sin demasiados problemas, teniendo que cuidar de una mujer y un cachorro podría complicarse mucho según la mente de Haine, hecho que podía demostrarse en su rostro con una ligera mueca de desagrado.
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No quería que tuviera aquel pensamiento de ella y, sin embargo, no pensaba hacer nada para solucionarlo. Era cierto que sus palabras habían sido despectivas y que no había tenido en cuenta las necesidades y los gestos del hombre. Pero al menos se alegraba de saber que no resultaba avaricioso y que él solo robaba lo justo y necesario. Aunque eso no hacía más que alejar a Eris de él. ¿Por qué? Porque le estaba acusando de algo que ella había hecho, hipócrita la pelinegra había estado siendo en su última frase. Mas se permitió otra, porque si no contestara a aquellas palabras él podría entender que algo iba mal y solo iba mal una cosa para ella: él. Entornó los ojos, esgrimiendo una de sus mejores sonrisas sarcásticas, dejando fuera toda la importancia que resultara de lo demás. —Ladrón y encima filósofo... Te avisaré cuando desee una clase sobre lo segundo, hermano— no se podía tener ni idea, al menos que se estuviera dentro de su cabeza, lo que le dolía llamarle "hermano". Es como si al amor de tu vida lo insultaras y lo despreciaras, como si lo alejaras de ti con toda la fuerza que existe y le pidieras que nunca más volviera. Ese trato no incentibaba que la volviera a internar en sus brazos y por tanto que no se volviera a sentir segura.
Aunque alzó una ceja. Podían ser hermano de verdad, si seguían pensado de una manera tan similar. Ella entornó los ojos, sabía que él deseaba ser lo más libre posible casi para tocar las estrellas, pero no sabía que tendría un punto en común en su camino con ella. —¿Tú también irás a West Blue entonces? ¿Hoy?— preguntó. "Llévame contigo, por favor" estuvo a punto de decirle, pero prefirió quedarse callada. Casi prefería verle partir en un barco para no volverse a encontrar que verle a su lado durante tanto tiempo. Aunque sus siguientes palabras no se demoraron. Ella tuvo ganas de golpearle en la cabeza y darle a entender la naturaleza de aquella fruta que había ingerido. Hacerle entender que no se trataba de una persona cualquiera, indefensa. Quería hacerle entender que la había ingerido por equivocación y que... Todo aquello fue inútil, porque se dio cuenta de que se había quedado demasiado tiempo callada y que él ya se había puesto en pie. Sabía que era impaciente, pero cuando volvió a insistir creyó notar un deje nervioso en sus palabras. ¿Es que acaso se lo estaba pidiendo de verdad?
Inquirió en si quería ir con él, aunque su posterior explicación sobre cómo iba a entrar en el barco la produjo como a él una mueca de desagrado. Pensó, durante unos segundos. Hizo cálculos y se encogió de hombros. —A "Eso" lo llamo Gato, de momento— le informó —, y no me digas que soy poco original... No se que nombre ponerle— comenzó. No le gustaba aquel apelativo para el minino, por lo que había decidido decirle la verdad. —Así que partes en una hora y quieres que te acompañe...— musitó, dejando al gato en sus piernas para girarse, cogiendo el pequeño biberon de l suelo y llenándolo de agua, limpiandolo, antes de guardarlo en su mochila. Tras cerrarlo todo, se puso en pie. Quizás se estaba aprovechando de ella y, como no, fue uno de los pensamientos que pasó por su cabeza. ¿Cómo no? Era posible. Sabía que tenía algo de dinero, ella siempre lo había tenido. —Gato no se puede estar callado, ya lo has escuchado, a penas tiene poco más de un mes... Se volverá más ruidoso en los próximos días y semanas— le quiso advertir. Aquel era el precio a pagar por viajar con ella.
—Pero yo podría hacerme cargo de pagar el viaje de ambos, si realmente quieres que te acompañe— siguió, poniéndose en pie mientras se encogía de hombros. Colocándose la mochila que llevaba sobre la espalda, acariciando después la cabeza de aquel cachorro que apremiaba a quedarse dormido ya sobre su pecho. —Porque quizás tengas razón, adentrarme en un mar desconcido para mí pueda ser un tanto peligroso por los piratas... ¿Quiere algo de comer? Yo tengo hambre— le preguntó ella, de manera inocente. Quería que olvidara sus últimas palabras para que, quizás en un futuro cuando le mostrara el verdadero horror de su naturaleza él no se lo echara en cara.
Aunque alzó una ceja. Podían ser hermano de verdad, si seguían pensado de una manera tan similar. Ella entornó los ojos, sabía que él deseaba ser lo más libre posible casi para tocar las estrellas, pero no sabía que tendría un punto en común en su camino con ella. —¿Tú también irás a West Blue entonces? ¿Hoy?— preguntó. "Llévame contigo, por favor" estuvo a punto de decirle, pero prefirió quedarse callada. Casi prefería verle partir en un barco para no volverse a encontrar que verle a su lado durante tanto tiempo. Aunque sus siguientes palabras no se demoraron. Ella tuvo ganas de golpearle en la cabeza y darle a entender la naturaleza de aquella fruta que había ingerido. Hacerle entender que no se trataba de una persona cualquiera, indefensa. Quería hacerle entender que la había ingerido por equivocación y que... Todo aquello fue inútil, porque se dio cuenta de que se había quedado demasiado tiempo callada y que él ya se había puesto en pie. Sabía que era impaciente, pero cuando volvió a insistir creyó notar un deje nervioso en sus palabras. ¿Es que acaso se lo estaba pidiendo de verdad?
Inquirió en si quería ir con él, aunque su posterior explicación sobre cómo iba a entrar en el barco la produjo como a él una mueca de desagrado. Pensó, durante unos segundos. Hizo cálculos y se encogió de hombros. —A "Eso" lo llamo Gato, de momento— le informó —, y no me digas que soy poco original... No se que nombre ponerle— comenzó. No le gustaba aquel apelativo para el minino, por lo que había decidido decirle la verdad. —Así que partes en una hora y quieres que te acompañe...— musitó, dejando al gato en sus piernas para girarse, cogiendo el pequeño biberon de l suelo y llenándolo de agua, limpiandolo, antes de guardarlo en su mochila. Tras cerrarlo todo, se puso en pie. Quizás se estaba aprovechando de ella y, como no, fue uno de los pensamientos que pasó por su cabeza. ¿Cómo no? Era posible. Sabía que tenía algo de dinero, ella siempre lo había tenido. —Gato no se puede estar callado, ya lo has escuchado, a penas tiene poco más de un mes... Se volverá más ruidoso en los próximos días y semanas— le quiso advertir. Aquel era el precio a pagar por viajar con ella.
—Pero yo podría hacerme cargo de pagar el viaje de ambos, si realmente quieres que te acompañe— siguió, poniéndose en pie mientras se encogía de hombros. Colocándose la mochila que llevaba sobre la espalda, acariciando después la cabeza de aquel cachorro que apremiaba a quedarse dormido ya sobre su pecho. —Porque quizás tengas razón, adentrarme en un mar desconcido para mí pueda ser un tanto peligroso por los piratas... ¿Quiere algo de comer? Yo tengo hambre— le preguntó ella, de manera inocente. Quería que olvidara sus últimas palabras para que, quizás en un futuro cuando le mostrara el verdadero horror de su naturaleza él no se lo echara en cara.
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Todo iba maravillosamente bien. No solo Eris parecía estar dispuesta a marchar con él, sino que además se encargaría de sacar sus propios billetes e incluso los de Haine, reduciendo así el riesgo de ser atrapados a cero. Intentando disimular su emoción bastante bien cambió de tema, no le gustaría que ella pensaba que la había invitado para que le pagara el billete, pues viajar de forma "legal" significaba mucho para él pues nunca antes lo había hecho. Siempre había sido un polizón, ganándose varias palizas por ello. - Bueno, veamos... ¿Qué te parece el nombre de Michu? - le preguntó a Eris, ofreciéndole un nombre para su Gato demasiado típico para que a alguien como ella le gustara. - MichuMichuMichuMichu... - añadió como llamando al pequeño de una forma muy común. Se rió, y acto seguido se giró hacia el perro que lo acompañaba desde hacía tanto tiempo.
- Recuerdo cuando Shiro era tan solo un cachorro. Conseguir un poco de leche era a veces tan difícil... - recordó curvando las cejas en señal de dolor y malos recuerdos. Al fin y al cabo, Haine había sido toda una madraza que había sacrificado parte de su vida por hacer que su compañero sobreviviera. - En cualquier caso aquí estamos, y creo que ahora por suerte no nos falta la comida. - dijo llevándose una pequeña galletita a la boca, la cual se rompió en un fuerte crujido al tiempo que Haine la mascaba. Era una galletita de perro, de las de Shiro, pero que casi siempre se las comía el albino porque le gustaba su sabor. Sin embargo y desde la perspectiva exterior de una persona que no lo había visto en mucho tiempo podría haber parecido lamentable, casi triste.
Tras tragarse la galleta se giró a Eris, rascándose el mentón y mirando hacia un edificio cercano, con escasa intención de ver su fachada sino de sobreactuar un pensamiento. - Entonces... ¿dices que tienes dinero para pagar el viaje? ¿Y que estarías dispuesta a compartirlo conmigo? - entornó los ojos y dudó sobre su respuesta. - Bueno, vale, supongo que podré aceptar... - dijo indiferente a pesar de que por dentro quería saltar de la emoción y el nerviosismo. Sonrió, haciendo ver a Eris que se trataba de una broma y que de verdad le agradecía todo aquello. - Te lo devolveré cuando consiga algo de dinero, por el momento solo puedo darte unas pocas galletas de perro... Y no creo que a Shiro le guste la idea. - bromeó mirando al perro que se levantaba como si no hubiera escuchado nada.
Comenzó a caminar en dirección al puerto junto a Eris, cruzándose con varias personas en su camino pero absteniéndose de robarles en presencia de la que un día fue su hermana adoptiva. No le había gustado que le llamara hermano, y por eso él trataría de no llamarla por ese nombre nunca más. Recordarla de esa manera le hacía pensar en los Takayama, familia que había castigado su existencia aunque por lo menos tuviera un techo. - Dime, ¿tienes listo todo lo que te tienes que llevar? Serán varias semanas y un cachorro necesita mucho alimento... No creo que en el barco haya mucho donde escoger para un gato como este. - le sugirió mientras pasaban por delante de una tienda de animales. No le gustaría que Eris se deprimiera porque el Gato había muerto de hambre.
- Recuerdo cuando Shiro era tan solo un cachorro. Conseguir un poco de leche era a veces tan difícil... - recordó curvando las cejas en señal de dolor y malos recuerdos. Al fin y al cabo, Haine había sido toda una madraza que había sacrificado parte de su vida por hacer que su compañero sobreviviera. - En cualquier caso aquí estamos, y creo que ahora por suerte no nos falta la comida. - dijo llevándose una pequeña galletita a la boca, la cual se rompió en un fuerte crujido al tiempo que Haine la mascaba. Era una galletita de perro, de las de Shiro, pero que casi siempre se las comía el albino porque le gustaba su sabor. Sin embargo y desde la perspectiva exterior de una persona que no lo había visto en mucho tiempo podría haber parecido lamentable, casi triste.
Tras tragarse la galleta se giró a Eris, rascándose el mentón y mirando hacia un edificio cercano, con escasa intención de ver su fachada sino de sobreactuar un pensamiento. - Entonces... ¿dices que tienes dinero para pagar el viaje? ¿Y que estarías dispuesta a compartirlo conmigo? - entornó los ojos y dudó sobre su respuesta. - Bueno, vale, supongo que podré aceptar... - dijo indiferente a pesar de que por dentro quería saltar de la emoción y el nerviosismo. Sonrió, haciendo ver a Eris que se trataba de una broma y que de verdad le agradecía todo aquello. - Te lo devolveré cuando consiga algo de dinero, por el momento solo puedo darte unas pocas galletas de perro... Y no creo que a Shiro le guste la idea. - bromeó mirando al perro que se levantaba como si no hubiera escuchado nada.
Comenzó a caminar en dirección al puerto junto a Eris, cruzándose con varias personas en su camino pero absteniéndose de robarles en presencia de la que un día fue su hermana adoptiva. No le había gustado que le llamara hermano, y por eso él trataría de no llamarla por ese nombre nunca más. Recordarla de esa manera le hacía pensar en los Takayama, familia que había castigado su existencia aunque por lo menos tuviera un techo. - Dime, ¿tienes listo todo lo que te tienes que llevar? Serán varias semanas y un cachorro necesita mucho alimento... No creo que en el barco haya mucho donde escoger para un gato como este. - le sugirió mientras pasaban por delante de una tienda de animales. No le gustaría que Eris se deprimiera porque el Gato había muerto de hambre.
- Detalles:
- Edito para aclarar que tengo permiso para moverme hacia el puerto con Eris, es decir, permiso para controlar su personaje.
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Ella alzó los ojos para mirarlo, aludiendo así a la diferencia de altura existente. En sus manos podía encontrarse a aquel pequeño felino, el cual todavía se removía nerviosamente, mientras ella alzaba una ceja. No pudo evitar sonreír de medio lado, negando con la cabeza. —Es un nombre ridículo, Haine— susurró ella, mientras él seguía haciéndole monerías al gato. No hizo mucho más, sino que le dejó darse la vuelta, mientras aprovechaba para colocarse del todo. Con su única mano libre alisó su espalda, colocándose el cinturón. Estiró de su corsé y de su camisa y se colocó entre ambos omoplatos correctamente aquella katana, tratando de que no fuera molesta. Así pues, ella alzó una ceja. Se dio más o menos cuenta de lo que estaba comiendo, pero terminó de saberlo cuando él insinuó lo de las galletas para perros. —Sigue siendo complicado, y más cuando le gusta la leche fresca...— asintió ella, entornando los ojos. No había reparado en algo y es que ella no podría conservar aquel tipo de leche para el gato durate tanto tiempo. Y sin embargo, ella se encogió de hombros: tenía que pensar algo rápido, pero aún así ya se encontraba siguiéndole.
—No quiero que me lo devuelvas, solo... Deja de comer esas cosas horribles— le pidió ella, reparando después que se habían parado delante aquella tienda de animales. Suspiró, adelantándose un paso, antes de volver a girarse. —¿Necesitas... Necesitas algo para Shiro?— preguntó entonces ella. Pero no hizo más que darse la vuelta y pasar a aquella tienda. Pronto, el vendendor se dio cuenta de lo que necesitaba. Ella cotilleaba por todos lados, acunando con cariño al felino en sus brazos, hasta que vio algo que la resultó familiar. Lo tomó también en brazos y se acercó hasta el vendedor. Ella advirtió de que se llevaría absolutamente todo: leche en polvo, agua y aquellas galletas. Tenía bastante buena vista por lo que había podido apreciarlas. Así pues metió todas aquellas cosas en su mochila y después salió. Extendió entonces con su mano libre y hacia el perro una de esas galletas.
—¿Solo te las comes tu o él también?— musitó ella. —Ahora, ¿vamos a negociar con el tipo del barco o esperamos hasta que estén a punto de zarpar?— preguntó ella. Solo quería llegar allí y deshacerse de aquella pesada mochila. Quizás podría negociar aquella entrada en el barco para que no les salierta tan caro o... Suspiró, volviendo a mirar al peliblanco. —¿Qué pasará una vez que lleguemos allí?— musitó. Porque no era tonta y sabía que había dos claras opciones: una de ellas era que se separaran y otra que siguieran juntos. Así fue como ella se comenzó a plantear si todo aquel asunto, si haber aceptado era todo una buena opción. Puede que estuviera más segura yendo con él, sí, pero también estaría más... Rota, cuando se separaran. Era algo que tenía que pasar aunque hasta entonces, podía decirse que su único método para no salir herida sería aprender. Aprender a dejar las cosas fluir y fluir con ellas.
—No quiero que me lo devuelvas, solo... Deja de comer esas cosas horribles— le pidió ella, reparando después que se habían parado delante aquella tienda de animales. Suspiró, adelantándose un paso, antes de volver a girarse. —¿Necesitas... Necesitas algo para Shiro?— preguntó entonces ella. Pero no hizo más que darse la vuelta y pasar a aquella tienda. Pronto, el vendendor se dio cuenta de lo que necesitaba. Ella cotilleaba por todos lados, acunando con cariño al felino en sus brazos, hasta que vio algo que la resultó familiar. Lo tomó también en brazos y se acercó hasta el vendedor. Ella advirtió de que se llevaría absolutamente todo: leche en polvo, agua y aquellas galletas. Tenía bastante buena vista por lo que había podido apreciarlas. Así pues metió todas aquellas cosas en su mochila y después salió. Extendió entonces con su mano libre y hacia el perro una de esas galletas.
—¿Solo te las comes tu o él también?— musitó ella. —Ahora, ¿vamos a negociar con el tipo del barco o esperamos hasta que estén a punto de zarpar?— preguntó ella. Solo quería llegar allí y deshacerse de aquella pesada mochila. Quizás podría negociar aquella entrada en el barco para que no les salierta tan caro o... Suspiró, volviendo a mirar al peliblanco. —¿Qué pasará una vez que lleguemos allí?— musitó. Porque no era tonta y sabía que había dos claras opciones: una de ellas era que se separaran y otra que siguieran juntos. Así fue como ella se comenzó a plantear si todo aquel asunto, si haber aceptado era todo una buena opción. Puede que estuviera más segura yendo con él, sí, pero también estaría más... Rota, cuando se separaran. Era algo que tenía que pasar aunque hasta entonces, podía decirse que su único método para no salir herida sería aprender. Aprender a dejar las cosas fluir y fluir con ellas.
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Casi se ofendió cuando le pidió que no comiera las galletas de perro. "¡Están muy buenas!", estuvo por decir, pero en su cabeza sonó demasiado infantil como para decirlo en voz alta. - A pesar de lo que muchos piensan es un alimento que los humanos también pueden consumir. - dijo el albino alzando un dedo al cielo, a pesar de no tener ni idea si lo que acababa de decir era cierto. Tras esto se llevó las manos a la cintura y espero a que la chica saliera, no tenía ningún interés en robar o comprar nada por lo que solo debía esperar a que ella terminara.
Cuando salió le ofreció unas galletas a Shiro, hecho que despertó la curiosidad del albino. El animal por su parte olfateó la mano de la muchacha y la relamió llenándola de babas para tomar el alimento que ella le ofrecía. Lo masticó sin demasiada emoción y cuando terminó volvió a mirar a Eris, con las puntiagudas orejas alzadas hacia adelante y la lengua fuera, como si estuviera esperando más. - No es que sea su comida favorita, pero el muy glotón aceptará casi cualquier cosa que le des... - le dijo distraidamente mientras miraba a una señora excesivamente gorda y a un hombre, su marido, excesivamente alto y delgado caminando juntos por su lado. El constraste fue suficiente para hacer que Haine mostrara una mueca de "¿Pero qué cojo...?", para llevarse las manos a los bolsillos y continuar caminando por su camino.
- Iremos ahora al puerto, ya tenía planeado cómo hacerlo y no podemos esperar hasta el último momento. Además tengo entendido que posee una parte de turistas, como nosotros, así que no nos podremos aburrir en exceso durante tan solo dos horas. - le explicó a su nueva acompañante. El barco zarparía en tan solo unas horas, por lo que debían darse prisa si no querían quedarse en tierra. - Lo que pasará o no pasará lo sabremos una vez estemos en el puerto. - dijo contestándole a su pregunta. En cierto modo Haine también estaba algo preocupado, pues no sabía si permitirían animales en el barco y por eso nunca se había molestado en intentar pagar la entrada, sino que se había colado como polizón.
El puerto era un lugar inmenso, producto de años de sacrificio y esfuerzo por marineros muy famosos y renombrados. Poseía varios lugares de amarre para navíos enormes y parecía alargarse hasta donde alcanzaba la vista. Por suerte para las piernas de Haine y Eris, el barco que buscaban se encontraba a tan solo unos metros de la salida de la calle por la que transitaban, seguramente porque había sido movido allí para que los viajeros lo reconocieran a primera vista. Haine se apresuró hacia el lugar donde estaba el marinero que recogía las entradas, adelantándose por delante de los demás para asegurarse que todo estaba en orden. - ¡Buen día! ¡Veníamos a embarcar en este precioso barco con destino a las aguas del Oeste! ¿Es aquí donde se compran las entradas? - preguntó con voz algo más grave de lo que poseía.
En aquel momento Haine comprendió que no iba a ser tan fácil como sacar un poco de dinero y comprar dos entradas. - ¿Viene acompañado? Solo nos queda una entrada, por lo que uno se quedará en tierra. - dijo aquel hombre cruelmente. Probablemente Eris hubiera sido capaz de escucharlo a pesar de que Haine se había adelantado para evitar esto, pero por su mente pasó una brillante idea. - ¡Eris! ¡Solo queda una entrada libre por lo que tendré que buscar a Arnold para que me preste la suya! No me gusta aceptar sus regalos porque siempre pide algo a cambio, pero no queda más remedio. ¿Puedes ir entrando mientras lo busco? - le preguntó a su compañera, que seguro que no tendría ni idea de lo que estaba hablando. Sin embargo y sin que el otro hombre lo viera le guiñó el ojo, quedándose inmóvil y esperando que le pagara el precio para la entrada.
Esperaría hasta que le diera la entrada y tocaría el papel, de modo que su poder pudiera activarse en cuanto Eris hubiera pasado la "aduana". - Cuida de Shiro mientras busco a Arnold. - añadió, para que tuviera la certeza de que no la estaba abandonando a su suerte. Él jamás abandonaría su nakama el perro, y esperaba que lo comprendiera y siguiera con su plan sin levantar sospechas.
Cuando salió le ofreció unas galletas a Shiro, hecho que despertó la curiosidad del albino. El animal por su parte olfateó la mano de la muchacha y la relamió llenándola de babas para tomar el alimento que ella le ofrecía. Lo masticó sin demasiada emoción y cuando terminó volvió a mirar a Eris, con las puntiagudas orejas alzadas hacia adelante y la lengua fuera, como si estuviera esperando más. - No es que sea su comida favorita, pero el muy glotón aceptará casi cualquier cosa que le des... - le dijo distraidamente mientras miraba a una señora excesivamente gorda y a un hombre, su marido, excesivamente alto y delgado caminando juntos por su lado. El constraste fue suficiente para hacer que Haine mostrara una mueca de "¿Pero qué cojo...?", para llevarse las manos a los bolsillos y continuar caminando por su camino.
- Iremos ahora al puerto, ya tenía planeado cómo hacerlo y no podemos esperar hasta el último momento. Además tengo entendido que posee una parte de turistas, como nosotros, así que no nos podremos aburrir en exceso durante tan solo dos horas. - le explicó a su nueva acompañante. El barco zarparía en tan solo unas horas, por lo que debían darse prisa si no querían quedarse en tierra. - Lo que pasará o no pasará lo sabremos una vez estemos en el puerto. - dijo contestándole a su pregunta. En cierto modo Haine también estaba algo preocupado, pues no sabía si permitirían animales en el barco y por eso nunca se había molestado en intentar pagar la entrada, sino que se había colado como polizón.
El puerto era un lugar inmenso, producto de años de sacrificio y esfuerzo por marineros muy famosos y renombrados. Poseía varios lugares de amarre para navíos enormes y parecía alargarse hasta donde alcanzaba la vista. Por suerte para las piernas de Haine y Eris, el barco que buscaban se encontraba a tan solo unos metros de la salida de la calle por la que transitaban, seguramente porque había sido movido allí para que los viajeros lo reconocieran a primera vista. Haine se apresuró hacia el lugar donde estaba el marinero que recogía las entradas, adelantándose por delante de los demás para asegurarse que todo estaba en orden. - ¡Buen día! ¡Veníamos a embarcar en este precioso barco con destino a las aguas del Oeste! ¿Es aquí donde se compran las entradas? - preguntó con voz algo más grave de lo que poseía.
En aquel momento Haine comprendió que no iba a ser tan fácil como sacar un poco de dinero y comprar dos entradas. - ¿Viene acompañado? Solo nos queda una entrada, por lo que uno se quedará en tierra. - dijo aquel hombre cruelmente. Probablemente Eris hubiera sido capaz de escucharlo a pesar de que Haine se había adelantado para evitar esto, pero por su mente pasó una brillante idea. - ¡Eris! ¡Solo queda una entrada libre por lo que tendré que buscar a Arnold para que me preste la suya! No me gusta aceptar sus regalos porque siempre pide algo a cambio, pero no queda más remedio. ¿Puedes ir entrando mientras lo busco? - le preguntó a su compañera, que seguro que no tendría ni idea de lo que estaba hablando. Sin embargo y sin que el otro hombre lo viera le guiñó el ojo, quedándose inmóvil y esperando que le pagara el precio para la entrada.
Esperaría hasta que le diera la entrada y tocaría el papel, de modo que su poder pudiera activarse en cuanto Eris hubiera pasado la "aduana". - Cuida de Shiro mientras busco a Arnold. - añadió, para que tuviera la certeza de que no la estaba abandonando a su suerte. Él jamás abandonaría su nakama el perro, y esperaba que lo comprendiera y siguiera con su plan sin levantar sospechas.
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—Pero es que es asqueroso verlo— fue su única respuesta sobre el hecho de comer galletitas de perro. No, aquellos premios eran únicamente para los animales si el estómago y la cabeza de Haise se habían acostumbrado -pensaba ella- era en parte culpa de su familia. No le enseñó nada decente a parte de golpes y teorías sin sentido. ¿Dónde estaba la práctica? ¿El oficio? Aquel tipo de cosas eran las que de verdad deberían de habernos enseñado y sin embargo... Allí estábamos los dos, caminando hacia el paso marítimo después de haberle dado una galleta de perro a aquel animal. Parecía seguir un poco más atento, ahora que se había dado cuenta de que tenía comida pero había algo en lo que no había reparado. Gato también lo había visto y no le había gustado que el perro se acercara a ella. Su pequeño protector había salido, solo que sin grandes aspavientos, zarpas ni dientes. Mas asintió, porque se encontraba escuchando aquella explicación sobre que en el barco había una "clase turista" y suspiró. Esperaba que dejaran pasar animales o ella... Tendría que despedirse de él. Se encogió de hombros, tapando con una pequeña y fina manta al felino, porque necesitaba calor y también por disimulo. El gatito llamaba mucho la atención de todo el mundo.
Pero sus palabras fueron algo duras para ella. El puerto sería un punto de inicio y de final. Aquello se acabaría y comenzaría en un puerto. Pero no quería pensar en eso, sino que ella esperó a que todo hubiera pasado para sonreír de medio lado. Pasaría lo que tuviera que pasar, esa sería manera correcta de decirlo. Pero no insinuó nada, la educación que ella había recibido no era mucho mejor que la de él, excepto porque su madre le había explicado cosas sobre plantas y animales, cuando casi la dejaron morir. Fue como si estuviera redimiendo sus culpas, tratando de curar a su hija con hunguentos sacados de un pesado y polvoriento libro de la familia. Y todos aquellos pasos, silenciosos para ella, los llevaron hasta el perto. Haine se adelantó, dejándola a ella a la cola con una única persona delante. Mas escuchó todo lo que tenía que escuchar. Únicamente quedaba una entrada, ¿aquello era un adiós? Pero le escuchó, y ella no pudo más que alzar la ceja, asintiendo.
Era consciente de que no había ningún "amigo Arnold", seguramente estaría pensando la manera ideal de colarse en el barco. Le indicó que cuidara de Shiro... No, el no le dejaría a Shiro a ella. Ni a nadie. Los había visto juntos y eran tan necesarios el uno para el otro como respirar. La fuente de su cordura. Y así la mujer se acercó a la taquilla. —Una, por favor— musitó ella con una media sonrisa, tratando de ser amable a pesar de los modos de él. —¿El perro viaja con usted?— preguntó entonces el hombre, ella asintió. —También un pequeño gato— informó ella, cosa que resaltaba, porque lo tenía en sus brazos. —Está bien, perfecto. Embarque cuanto antes por el muelle que hay en este mismo lado, el que tiene la rampa con el suelo azul. Bienvenida a bordo, señorita— pronunció él. Ella ya le había dado el dinero y él a ella el pasaje. Se acercó entonces a Haine, entornando los ojos. —Me llevo a Shiro, vamos subiendo... Tú encuentra a tu amigo— determinó ella. Casi fue más una orden que una petición. Pero había quedado frente a él, cerca, el suficiente tiempo como para que hiciera lo que tuviera que hacer, esgrimiendo aquel billete delante suya, como si le recordara que necesitaba uno.
Y así pues llamó al perro, dándole otra de aquellas galletas, dado que se había guardado unas cuantas en el bolsillo y se puso a la cola, esperando que dos pasajeros por delante de ella embarcaran. Por suerte, no tardó demasiado tiempo, sino que observó con atención aquel billete para observar que tenía el camarote 230. Habría bastante gente, para ser un barco mercante... La mujer que miraba los billetes ni siquiera se molestó en revisarlo, se lo tendió una vez observó el color verde del mismo, y ella pasó, dejándolo en un pequeño bolsillo que tenía, andando por la cubierta. Quería esperar allí a Haine así que con una galleta hizo sentar a Shiro, que miraba nerviosamente hacia todos lados. Pero ella tenía ligeramente agarrotado el pecho. Odiaba a rabiar el agua de mar. La odiaba. Sabía lo que pasaría si ella se caía dentro. Tembló ligeramente, disimulándolo mientras se colocaba a aquel felino mejor en brazos, antes de mirar hacia todos lados para ver donde se encontraban las cosas: Comedor, Camarotes, Sala de recreo... Asintió, volviendo a mirar hacia la pasarela.
Pero sus palabras fueron algo duras para ella. El puerto sería un punto de inicio y de final. Aquello se acabaría y comenzaría en un puerto. Pero no quería pensar en eso, sino que ella esperó a que todo hubiera pasado para sonreír de medio lado. Pasaría lo que tuviera que pasar, esa sería manera correcta de decirlo. Pero no insinuó nada, la educación que ella había recibido no era mucho mejor que la de él, excepto porque su madre le había explicado cosas sobre plantas y animales, cuando casi la dejaron morir. Fue como si estuviera redimiendo sus culpas, tratando de curar a su hija con hunguentos sacados de un pesado y polvoriento libro de la familia. Y todos aquellos pasos, silenciosos para ella, los llevaron hasta el perto. Haine se adelantó, dejándola a ella a la cola con una única persona delante. Mas escuchó todo lo que tenía que escuchar. Únicamente quedaba una entrada, ¿aquello era un adiós? Pero le escuchó, y ella no pudo más que alzar la ceja, asintiendo.
Era consciente de que no había ningún "amigo Arnold", seguramente estaría pensando la manera ideal de colarse en el barco. Le indicó que cuidara de Shiro... No, el no le dejaría a Shiro a ella. Ni a nadie. Los había visto juntos y eran tan necesarios el uno para el otro como respirar. La fuente de su cordura. Y así la mujer se acercó a la taquilla. —Una, por favor— musitó ella con una media sonrisa, tratando de ser amable a pesar de los modos de él. —¿El perro viaja con usted?— preguntó entonces el hombre, ella asintió. —También un pequeño gato— informó ella, cosa que resaltaba, porque lo tenía en sus brazos. —Está bien, perfecto. Embarque cuanto antes por el muelle que hay en este mismo lado, el que tiene la rampa con el suelo azul. Bienvenida a bordo, señorita— pronunció él. Ella ya le había dado el dinero y él a ella el pasaje. Se acercó entonces a Haine, entornando los ojos. —Me llevo a Shiro, vamos subiendo... Tú encuentra a tu amigo— determinó ella. Casi fue más una orden que una petición. Pero había quedado frente a él, cerca, el suficiente tiempo como para que hiciera lo que tuviera que hacer, esgrimiendo aquel billete delante suya, como si le recordara que necesitaba uno.
Y así pues llamó al perro, dándole otra de aquellas galletas, dado que se había guardado unas cuantas en el bolsillo y se puso a la cola, esperando que dos pasajeros por delante de ella embarcaran. Por suerte, no tardó demasiado tiempo, sino que observó con atención aquel billete para observar que tenía el camarote 230. Habría bastante gente, para ser un barco mercante... La mujer que miraba los billetes ni siquiera se molestó en revisarlo, se lo tendió una vez observó el color verde del mismo, y ella pasó, dejándolo en un pequeño bolsillo que tenía, andando por la cubierta. Quería esperar allí a Haine así que con una galleta hizo sentar a Shiro, que miraba nerviosamente hacia todos lados. Pero ella tenía ligeramente agarrotado el pecho. Odiaba a rabiar el agua de mar. La odiaba. Sabía lo que pasaría si ella se caía dentro. Tembló ligeramente, disimulándolo mientras se colocaba a aquel felino mejor en brazos, antes de mirar hacia todos lados para ver donde se encontraban las cosas: Comedor, Camarotes, Sala de recreo... Asintió, volviendo a mirar hacia la pasarela.
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Cuando ella le dio el dinero y compró el billete Haine la estuvo observando muy de cerca, como si quisiera comprobar que todo aquello se hiciera correctamente. Recogió el billete cuando la muchaca se lo enseñó y se lo dio a Eris tras tocarlo, de forma que pudiera utilizar su poder más tarde sin que nadie pudiera impedírselo. - Está bien, ya puedes subir. Te veo a bordo Eris. - le dijo dedicándole una pícara sonrisa mientras se daba la vuelta y continuaba caminando en dirección contraria al barco. Aquella podía ser una de las escasas maneras de colarse en un barco con tanta originalidad, aunque bien pensado si Eris le hubiera dado las berries a Haine antes de pagar el billete podría haber recuperado su dinero una vez la compra estuviera finalizada. En cualquier caso ya era demasiado tarde, solo había que esperar que Eris subiera al barco y empezaría a realizar las dotes que Dios le había entregado.
Mientras tanto debía estar seguro de estar lo suficiente cerca para que su poder funcionara pero lo suficiente lejos para que nadie lo viera. Decidió esconderse tras unos barriles del tamaño de una persona no muy lejos del lugar de entrada desde el cual podía ver toda la pasarela de entrada y al hombre que se encargaba de revisar los billetes. - Mashi Mashi no mi... - susurró mientras apuntaba al bolsillo de Eris con su dedo índice como si fuera un pistola. De esta forma su poder tuvo efecto y de su bolsillo algo comenzó a moverse, algo que había adquirido "vida", aunque mejor dicho se podría decir que la "vida" lo había poseído. De un salto el delgado billete cayó al suelo, pero su forma era muy diferente pues poseía piernas, brazos e incluso unos ojos y una boca muy grandes de la cual salía una lengua todavía más desproporcionada.
El billete comenzó a correr alejándose de Eris hacia la pasarela por la que había subido, recorriéndola a gran velocidad pero parándose al final. Una gota de sudor parecía caer de la frente de aquel billete, mas su rostro parecía decidido y serio mientras esperaba una distracción. Un ladrido pudo escucharse desde el borde del barco, el del perro blanco Shiro que parecía estar comprendiendo lo que pasaba e inteligentemente había creado una distracción. El revisor se giró para ver qué pasaba y el billete corrió los últimos metros hasta el final de la pasarela, pasó por debajo de las piernas del hombre y continuó corriendo esquivando adoquines como si de un jugador de Rugby se tratara. Una vez alcanzó su destino en las manos de Haine alzó los puños y comenzó a saltar como si hubiera ganado una carrera o hubiera hecho un punto en Rugby.
Caminando tranquilamente Haine volvió a la pasarela, donde le enseñó el billete al revisor que ya había vuelto su vista hacia adelante. - Vaya, qué pronto has vuelto... Puedes pas... - pero se quedó callado, su cara parecía haberse vuelto de marfil por el color de su expresión. - ¿Ocurre algo, revisor-san? - preguntó el albino mostrando un gesto mezcla de preocupación y mezcla de culpabilidad. El hombre, tras revisar por segunda vez el billete y tranquilizarse poco a poco explicó la causa de su mala expresión. - No me ba a creer... No quiero que me tome por un loco pero... Juraría que este billete me ha guiñado un ojo. En fin, puede usted pasar. - finalizó abriéndole paso al manipulador de su mente pese a que nunca sabría lo que había pasado.
- ¡Hola de nuevo Eris! Como ves, fue bastante fácil. Por cierto, aqui tienes tu billete. - le dijo. Su rostro difícilmente podría expresar una satisfacción máxima, como si fuera un niño feliz que acababa de hacer una travesura. Shiro se acercó hasta él, tranquilo y caminando a un ritmo lento, parándose delante suya y mirando a Haine como si lo hubiera echado de menos. Pero antes de que pudiera decirle al perro que lo si lo había echado de menos, Shiro se lanzó hacia sus pantalones y clavó sus colmillos en su pierna izquierda, probablemente con suficiente fuerza para perforar su carne pero sin que le obligara a tener que recibir asistencia médica. - ¡Pero qué haces desgraciao! - gritó Haine mientras se acercaba a Shiro para pelearse con él, pero este fue más rápido y se ocultó detrás de Eris mientras parecía reírse a carcajadas. La parte mordida del pantalón se manchó levemente de sangre, nada en comparación con las heridas que le había hecho en el pasado pues simplemente estaba jugando.
Mientras tanto debía estar seguro de estar lo suficiente cerca para que su poder funcionara pero lo suficiente lejos para que nadie lo viera. Decidió esconderse tras unos barriles del tamaño de una persona no muy lejos del lugar de entrada desde el cual podía ver toda la pasarela de entrada y al hombre que se encargaba de revisar los billetes. - Mashi Mashi no mi... - susurró mientras apuntaba al bolsillo de Eris con su dedo índice como si fuera un pistola. De esta forma su poder tuvo efecto y de su bolsillo algo comenzó a moverse, algo que había adquirido "vida", aunque mejor dicho se podría decir que la "vida" lo había poseído. De un salto el delgado billete cayó al suelo, pero su forma era muy diferente pues poseía piernas, brazos e incluso unos ojos y una boca muy grandes de la cual salía una lengua todavía más desproporcionada.
El billete comenzó a correr alejándose de Eris hacia la pasarela por la que había subido, recorriéndola a gran velocidad pero parándose al final. Una gota de sudor parecía caer de la frente de aquel billete, mas su rostro parecía decidido y serio mientras esperaba una distracción. Un ladrido pudo escucharse desde el borde del barco, el del perro blanco Shiro que parecía estar comprendiendo lo que pasaba e inteligentemente había creado una distracción. El revisor se giró para ver qué pasaba y el billete corrió los últimos metros hasta el final de la pasarela, pasó por debajo de las piernas del hombre y continuó corriendo esquivando adoquines como si de un jugador de Rugby se tratara. Una vez alcanzó su destino en las manos de Haine alzó los puños y comenzó a saltar como si hubiera ganado una carrera o hubiera hecho un punto en Rugby.
Caminando tranquilamente Haine volvió a la pasarela, donde le enseñó el billete al revisor que ya había vuelto su vista hacia adelante. - Vaya, qué pronto has vuelto... Puedes pas... - pero se quedó callado, su cara parecía haberse vuelto de marfil por el color de su expresión. - ¿Ocurre algo, revisor-san? - preguntó el albino mostrando un gesto mezcla de preocupación y mezcla de culpabilidad. El hombre, tras revisar por segunda vez el billete y tranquilizarse poco a poco explicó la causa de su mala expresión. - No me ba a creer... No quiero que me tome por un loco pero... Juraría que este billete me ha guiñado un ojo. En fin, puede usted pasar. - finalizó abriéndole paso al manipulador de su mente pese a que nunca sabría lo que había pasado.
- ¡Hola de nuevo Eris! Como ves, fue bastante fácil. Por cierto, aqui tienes tu billete. - le dijo. Su rostro difícilmente podría expresar una satisfacción máxima, como si fuera un niño feliz que acababa de hacer una travesura. Shiro se acercó hasta él, tranquilo y caminando a un ritmo lento, parándose delante suya y mirando a Haine como si lo hubiera echado de menos. Pero antes de que pudiera decirle al perro que lo si lo había echado de menos, Shiro se lanzó hacia sus pantalones y clavó sus colmillos en su pierna izquierda, probablemente con suficiente fuerza para perforar su carne pero sin que le obligara a tener que recibir asistencia médica. - ¡Pero qué haces desgraciao! - gritó Haine mientras se acercaba a Shiro para pelearse con él, pero este fue más rápido y se ocultó detrás de Eris mientras parecía reírse a carcajadas. La parte mordida del pantalón se manchó levemente de sangre, nada en comparación con las heridas que le había hecho en el pasado pues simplemente estaba jugando.
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No tenía ni idea de lo que tenía pensado hacer aquel hombre y aun así le siguió el juego. Ella subió al final al barco, con su perro, después de que le dijera que se verían allí. Quería preguntarle que qué pensaba hacer, hasta que lo vio. Vio aquel billete que había metido en su bolsillo deslizándose hasta el suelo, cayendo y comenzando a correr, con extremidades y rasgos humanos. Así supo que él era como ella, pero no, quería que siguiera pensando que era una simple muchacha. Así que giró ligeramente la cabeza, como regañando al perro que había comenzado a llamar la atención para que todos los ojos se posaran en él en vez de en el billete. Era inteligente, pesara a quien pesara. Pero observó entonces de reojo, dándole unas cuantas galletas al can como Haine pasaba, demorándose un poco más de lo que debía en aquella entrada. No consiguió, no obstante, escuchar lo que le decía aquel revisor. Pero le vio extrañado y, a pesar de que su gesto se había vuelto un marco de indiferencia, estaba preocupada por lo que le dijeran. Y así fue como esperó hasta que él volvió a su lado.
Ella alzó una ceja, volviendo a meter aquel billete en su bolsillo. —Espero que ahora no salga corriendo...— termina ella, encogiéndose de hombros, mientras Shiro se acercaba a él. Cuando mordió su pierna ella no pudo más que soltar una carcajada, reparando casi de manera automática en que hacía años, básicamente, que no se reía. Lo necesitaba, porque aquella risa era igual que el abrazo que le había dado: reparador. Se agachó ligeramente, mirando aquella pierna, intentando vislumbrar el daño mientras el perro se escondía tras ella. Se giró, dándole una galleta para que se estuviera callado, antes de hacerle un gesto con la cabeza. —Vamos, voy a curarte...— le dice ella, girándose sobre sus talones. Ya había reparado en donde estaban las cosas fundamentales de aquel barco y, desde luego, no se perdería por allí.
Así pues anduvo hasta aquella habitación, las 230, antes de abrir la puerta, observando con los ojos entrecerrados la estancia. No era demasiado grande ni lujosa. Cabrían los dos en la cama, si ella le dejaba dormir sobre esta. Se apresuró a dejar al gato sobre la misma, dormido, mientras se deshacía de aquella mochila y aquella espada, dejándolas a un lado, apoyadas sobre la pared. —Súbete la pierna del pantalón... O quítatelo, si no puedes— no había ninguna intención fuera de la cura en sus palabras, aunque pudiera parecerlo. Pero ella no se tomó la molestia de aclararlo mientras se inclinaba hacia su mochila, buscando sobre la misma algunas cosas. Sacó un frasco, a la par que sacaba unas gasas y algo de esparadrapo. Sabía lo peligroso que resultaba aquel tipo de heridas en un barco y no podía correr el riesgo de que la persona que le "cuida" se pusiera enferma.
Por muy resistente que siempre hubiera sido. Pero ella entornó los ojos, tomando todas aquellas cosas en sus manos para colocarlas sobre la cama. —Siéntate...— le pide ella, sentándose en el suelo para observar su pierna. —Y cuidado con no sentarte sobre gato...— le pide ella por último.
Ella alzó una ceja, volviendo a meter aquel billete en su bolsillo. —Espero que ahora no salga corriendo...— termina ella, encogiéndose de hombros, mientras Shiro se acercaba a él. Cuando mordió su pierna ella no pudo más que soltar una carcajada, reparando casi de manera automática en que hacía años, básicamente, que no se reía. Lo necesitaba, porque aquella risa era igual que el abrazo que le había dado: reparador. Se agachó ligeramente, mirando aquella pierna, intentando vislumbrar el daño mientras el perro se escondía tras ella. Se giró, dándole una galleta para que se estuviera callado, antes de hacerle un gesto con la cabeza. —Vamos, voy a curarte...— le dice ella, girándose sobre sus talones. Ya había reparado en donde estaban las cosas fundamentales de aquel barco y, desde luego, no se perdería por allí.
Así pues anduvo hasta aquella habitación, las 230, antes de abrir la puerta, observando con los ojos entrecerrados la estancia. No era demasiado grande ni lujosa. Cabrían los dos en la cama, si ella le dejaba dormir sobre esta. Se apresuró a dejar al gato sobre la misma, dormido, mientras se deshacía de aquella mochila y aquella espada, dejándolas a un lado, apoyadas sobre la pared. —Súbete la pierna del pantalón... O quítatelo, si no puedes— no había ninguna intención fuera de la cura en sus palabras, aunque pudiera parecerlo. Pero ella no se tomó la molestia de aclararlo mientras se inclinaba hacia su mochila, buscando sobre la misma algunas cosas. Sacó un frasco, a la par que sacaba unas gasas y algo de esparadrapo. Sabía lo peligroso que resultaba aquel tipo de heridas en un barco y no podía correr el riesgo de que la persona que le "cuida" se pusiera enferma.
Por muy resistente que siempre hubiera sido. Pero ella entornó los ojos, tomando todas aquellas cosas en sus manos para colocarlas sobre la cama. —Siéntate...— le pide ella, sentándose en el suelo para observar su pierna. —Y cuidado con no sentarte sobre gato...— le pide ella por último.
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- ¡Encima no le des una galleta! ¡Es un gracioso, seguro que lo ha hecho por hacer la gracia, sabía que en ese momento no estaría prestando aten... - pero se cayó, había apoyado el peso en la pierna herida y su cara fue atravesada por un relámpago de dolor que se manifestó en un grito por parte del albino, además de movimientos con los brazos como si tratara de lanzarle rayos al perro que le había hecho aquella herida. - ¡Te has pasado Shiro! ¡Te has pasado! - le gritaba mientras pataleaba sintiendo todavía más dolor. Cuando logró tranquilizarse se dejó guiar por Eris hasta lo que parecía ser su habitación. Memorizó el número de la misma lo mejor que pudo, no era fácil para él recordar cosas como números de habitaciones, caras o nombres, sin embargo no le había costado nada que su mente recordara cada detalle de la niña a la que un día había castigado con la horrible marca de su pecho.
Una vez dentro de la habitación, Haine cerró la puerta tras de sí y gritó con todas sus fuerzas al que se encontraba detrás de la misma. - ¡Ahora te quedas fuera, por listo! - gritó haciendo que el perro soltara un pequeño gemido de desaprobación y se marchara a investigar el barco. Tras esto el albino se sacudió las manos y procedió a entrar al interior de la habitación cojeando ligeramente, fijándose en que la sangre ya estaba manchando sus calcetines. - Oye, Eris... - comenzó a decir cuando ella sugirió que se quitara los pantalones, para quedarse parado por unos segundos y sonrojarse mientras trataba de disimular sentándose en la cama y levantándose la pernera de los pantalones. No se quitaría los pantalones, aunque tuviera que arrasarse la herida con los mismos para evitar esto. El hecho de que aquella habitación fuera individual significaba una gran cantidad de problemas para la convivencia entre ellos. - Estará bien si solo me levanto el pantalón... - decía tras levantárselo bruscamente arrastrando con ello parte de la sangre.
Esperó a que ella procediera a curarle la herida, mas no podía dejar de pensar en lo que se había cruzado por su mente. - Dormiré en el suelo, si te molesta dormiré fuera. - dijo para que la muchacha no creyera que compartiría cama con ella. Había sonado muy seco pero no por ello expresaba lo que sentía. Le gustaría abrazarla y compartir con ella el tiempo que habían perdido, pero no podría hacerlo sin que su personalidad no le odiara por ello. Se mordió el labio mientras el color de sus mejillas iba tornándose de nuevo pálido, el hecho de quitarse los pantalones le había recordado cuando eran críos, cuando ver a otro niño sin pantalones era algo extraordinario para esa edad, aunque fueran "hermanos". Por ello no había podido evitar ser sorprendido.
Una vez dentro de la habitación, Haine cerró la puerta tras de sí y gritó con todas sus fuerzas al que se encontraba detrás de la misma. - ¡Ahora te quedas fuera, por listo! - gritó haciendo que el perro soltara un pequeño gemido de desaprobación y se marchara a investigar el barco. Tras esto el albino se sacudió las manos y procedió a entrar al interior de la habitación cojeando ligeramente, fijándose en que la sangre ya estaba manchando sus calcetines. - Oye, Eris... - comenzó a decir cuando ella sugirió que se quitara los pantalones, para quedarse parado por unos segundos y sonrojarse mientras trataba de disimular sentándose en la cama y levantándose la pernera de los pantalones. No se quitaría los pantalones, aunque tuviera que arrasarse la herida con los mismos para evitar esto. El hecho de que aquella habitación fuera individual significaba una gran cantidad de problemas para la convivencia entre ellos. - Estará bien si solo me levanto el pantalón... - decía tras levantárselo bruscamente arrastrando con ello parte de la sangre.
Esperó a que ella procediera a curarle la herida, mas no podía dejar de pensar en lo que se había cruzado por su mente. - Dormiré en el suelo, si te molesta dormiré fuera. - dijo para que la muchacha no creyera que compartiría cama con ella. Había sonado muy seco pero no por ello expresaba lo que sentía. Le gustaría abrazarla y compartir con ella el tiempo que habían perdido, pero no podría hacerlo sin que su personalidad no le odiara por ello. Se mordió el labio mientras el color de sus mejillas iba tornándose de nuevo pálido, el hecho de quitarse los pantalones le había recordado cuando eran críos, cuando ver a otro niño sin pantalones era algo extraordinario para esa edad, aunque fueran "hermanos". Por ello no había podido evitar ser sorprendido.
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Sabía que fuera como fuera, con ellos llamaría la atención pero su risa se hizo un poco más alta cuando él gritó. No es que le hiciera gracia que hubiera sido herido -aunque no demasiado, pues creía que se estaba quejando por quejar- sino que todas aquellas expresiones llegaran al hombre de una manera tan natural. A ella ya no le gustaba hacer aquel tipo de amagos y, a menos que fuera un dolor muy fuerte, había aprendido a disimularlas. Pero no dijo nada de aquello, no le merecía la pena, sino que caminó hasta la habitación, alzando una ceja cuando él mandó al perro fuera. —¿Estás seguro de que estará bien solo? Después iré a buscarle...— asintió ella, mientras ya dejaba al pequeño en la cama, rebuscando en su mochila para sacar todo lo que necesitaría. Se mordió los labios, riéndose después cuando le dijo que solo se levantaría los pantalones, una clara expresión de nerviosismo. —Dije lo que pudieras, pero estará bien, ten cuidado— musitó. No había querido decirle exactamente aquello. Bueno, sí había querido porque era lo que pensaba pero se agachó delante, sentándose sobre el suelo para chasquear la lengua.
Se quitó aquellos guantes que llevaba, a pesar de saber el riesgo que eso entrañaba. Todavía no comprendía demasiado bien cual era no la naturaleza, sino la forma de controlar su poder para no llegar a herir. Pero él alzó la voz de nuevo, haciendo que le mirara de reojo. —Como si nunca hubieras dormido conmigo...— negó con la cabeza, realmente ella no se acordaba -porque había decidido eliminar muchos de aquellos recuerdo- si algo así habría pasado. —Además, no me importa, es un viaje largo y yo soy pequeña... Además, la cama es bastante grande para no tocarnos— aunque le gustaría que la abrazara sin ninguna excusa. No podía evitar pensarlo, así que se mordió de nuevo los labios, haciendo que la sangre se agolparan en los mismos dejándolos rojos. Con suavidad y desinfectante limpió las cercanías de aquella herida, además también de los rastros más visibles de la misma habían llegado hasta el calcetín y se habían deslizado con los pantalones en el lado contrario.
—¿O te incomoda? Puedes seguir pensando si quieres que soy una cría indefensa, tienes todo mi permiso— musitó ella antes de que comenzara a limpiar aquella herida con suavidad. Después de retirar toda la sangre observó pequeños agujeros sobre la carne, menos uno un poco más prominente seguramente del colmillo. Aplicó un pequeño ungüento rojizo que impediría que no se infectara aquella herida y después miró hacia arriba, queriendo contemplar su gesto unos segundos para saber si le había hecho mucho daño. Una gasa, sujeta con unas tiras de esparadrapo remató aquel cuidado, el ungüento impediría que sangrara demasiado. —Tendré que curarte al menos dos o tres veces a la semana— le informó, mientras cogía la pernera del pantalón de él, rozando su piel e imaginando demasiadas cosas para su pequeña y limitada cabecita. Aquello hizo que los dedos que rozaban su piel se volvieran ligeramente… Eléctricos, dando una descarga sobre la misma.
Se quitó aquellos guantes que llevaba, a pesar de saber el riesgo que eso entrañaba. Todavía no comprendía demasiado bien cual era no la naturaleza, sino la forma de controlar su poder para no llegar a herir. Pero él alzó la voz de nuevo, haciendo que le mirara de reojo. —Como si nunca hubieras dormido conmigo...— negó con la cabeza, realmente ella no se acordaba -porque había decidido eliminar muchos de aquellos recuerdo- si algo así habría pasado. —Además, no me importa, es un viaje largo y yo soy pequeña... Además, la cama es bastante grande para no tocarnos— aunque le gustaría que la abrazara sin ninguna excusa. No podía evitar pensarlo, así que se mordió de nuevo los labios, haciendo que la sangre se agolparan en los mismos dejándolos rojos. Con suavidad y desinfectante limpió las cercanías de aquella herida, además también de los rastros más visibles de la misma habían llegado hasta el calcetín y se habían deslizado con los pantalones en el lado contrario.
—¿O te incomoda? Puedes seguir pensando si quieres que soy una cría indefensa, tienes todo mi permiso— musitó ella antes de que comenzara a limpiar aquella herida con suavidad. Después de retirar toda la sangre observó pequeños agujeros sobre la carne, menos uno un poco más prominente seguramente del colmillo. Aplicó un pequeño ungüento rojizo que impediría que no se infectara aquella herida y después miró hacia arriba, queriendo contemplar su gesto unos segundos para saber si le había hecho mucho daño. Una gasa, sujeta con unas tiras de esparadrapo remató aquel cuidado, el ungüento impediría que sangrara demasiado. —Tendré que curarte al menos dos o tres veces a la semana— le informó, mientras cogía la pernera del pantalón de él, rozando su piel e imaginando demasiadas cosas para su pequeña y limitada cabecita. Aquello hizo que los dedos que rozaban su piel se volvieran ligeramente… Eléctricos, dando una descarga sobre la misma.
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Se dejó tratar por la chica, preocupado de si sería capaz de limpiarla bien o si no se desmayaría. Tiempo atrás el habría buscado cualquier remedio natural que podría haber encontrado en el bosque de su isla natal y se lo habría aplicado con brutalidad y descontrol hasta que dejara de sangrar, como había hecho en muchas ocasiones para tratar mordeduras de aquel tipo. Una hoja era a veces lo máximo a lo que podía acceder, por lo que ser sometido a cuidados tan "buenos" era para él especial. Comprobó que parecía toda una experta al tratarle, a pesar de que era una herida que Haine prácticamente sabría curar si le dieran los instrumentos adecuados y con la forma correcta, simplemente por emulación de lo que había visto otras veces. Pero ella tenía algo, parecido a un don, que le hacía pensar que tenía talento para aquel tipo de situaciones. - Au au au au... - dijo Haine cuando ella lo trató, para luego sonreír dando por sentado que no le había hcho daño y se estaba burlando de ella.
La observó cuando mencionó el tema de dormir juntos. No le gustaba que le gustara pensar en dormir con ella, pero así era Haine y no cambiaría tan fácilmente. - Idiota, un caballero no debe dormir nunca en la cama con otra mujer que no es su cónyugue, ni aunque sea su hermana... - dijo, pero tras un segundo de silencio comenzó a reírse a carcajadas. ¿Él? ¿Un caballero? Todo lo contrario, pese a que su corazón sí que fuera noble... en el fondo. - No importa, dormiré en el suelo. Si vieras en la de sitios que he dormido estarías feliz de que pudiera dormir en un suelo tan limpio como este. - comentó mientras se disponía a levantarse. Ya se le había pasado su enfado con Shiro, lo dejaría entrar o mejor dicho le abriría la puerta para que volviera cuando quisiera. - Bueno, el viaje será largo por lo que podrás curarme sin proble... - Sin embargo y antes de poder levantarse o terminar lo que estaba diciendo casi ve su sueño cumplido de ir a navegar las estrellas de un salto, justo cuando Eris le bajó el cañón del pantalón.
- ¡WUHAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! - gritó al tiempo que se echaba hacia atrás alejándose de la fuente de corriente que le había electrocutado. Su espalda y cabeza se apoyaron contra la pared de la habitación profiriendo un sonoro golpe por este choque, que sin duda le dolió al peliblanco. No mostró expresión alguna por esto pues estaba demasiado concentrado en lo que acababa de pasar, ni siquiera se molestó cuando uno de los cuadros de la pared cayó al suelo por la vibración y dejó ver una raja en el tapizado de la habitación. - ¿Qué...? ¿Qué me has hecho? ¡No ha tenido gracia Eris! - dijo mientras sus pupilas trataban de enfocar algún objeto como un cable pelado o otra cosa que pudiera haber transmitido corriente. Aquello no había sido un calambre normal como el que se dan dos personas al tocarse, había sido como el que le da a alguien que mete los dedos en un enchufe, o eso pensaba Haine. En realidad había sido de una potencia muy leve pero lo suficiente como para que al peliblanco todavía le doliera y que su cuerpo recibiera la descarga lo suficiente para saber que se trataba de energía eléctrica y no de un simple tirón de vello.
Tras ver que no había nada que identificara la forma en la que lo había electrocutado sus ojos buscaron una respuesta en los ojos de ella, mientras respiraba con un ligero aumento de velocidad. - ¿Qué has hecho? - preguntó sin entender qué estaba pasando ni las intenciones que podía tener. Tampoco sabía si lo había hecho a propósito o había sido algún tipo de error, no sabía siquiera si de verdad había sido un calambre. Pero por su mente volaron imágenes, recuerdos que mostraban días de tormenta en el bosque y árboles fulminados por rayos desde el cielo.
La observó cuando mencionó el tema de dormir juntos. No le gustaba que le gustara pensar en dormir con ella, pero así era Haine y no cambiaría tan fácilmente. - Idiota, un caballero no debe dormir nunca en la cama con otra mujer que no es su cónyugue, ni aunque sea su hermana... - dijo, pero tras un segundo de silencio comenzó a reírse a carcajadas. ¿Él? ¿Un caballero? Todo lo contrario, pese a que su corazón sí que fuera noble... en el fondo. - No importa, dormiré en el suelo. Si vieras en la de sitios que he dormido estarías feliz de que pudiera dormir en un suelo tan limpio como este. - comentó mientras se disponía a levantarse. Ya se le había pasado su enfado con Shiro, lo dejaría entrar o mejor dicho le abriría la puerta para que volviera cuando quisiera. - Bueno, el viaje será largo por lo que podrás curarme sin proble... - Sin embargo y antes de poder levantarse o terminar lo que estaba diciendo casi ve su sueño cumplido de ir a navegar las estrellas de un salto, justo cuando Eris le bajó el cañón del pantalón.
- ¡WUHAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! - gritó al tiempo que se echaba hacia atrás alejándose de la fuente de corriente que le había electrocutado. Su espalda y cabeza se apoyaron contra la pared de la habitación profiriendo un sonoro golpe por este choque, que sin duda le dolió al peliblanco. No mostró expresión alguna por esto pues estaba demasiado concentrado en lo que acababa de pasar, ni siquiera se molestó cuando uno de los cuadros de la pared cayó al suelo por la vibración y dejó ver una raja en el tapizado de la habitación. - ¿Qué...? ¿Qué me has hecho? ¡No ha tenido gracia Eris! - dijo mientras sus pupilas trataban de enfocar algún objeto como un cable pelado o otra cosa que pudiera haber transmitido corriente. Aquello no había sido un calambre normal como el que se dan dos personas al tocarse, había sido como el que le da a alguien que mete los dedos en un enchufe, o eso pensaba Haine. En realidad había sido de una potencia muy leve pero lo suficiente como para que al peliblanco todavía le doliera y que su cuerpo recibiera la descarga lo suficiente para saber que se trataba de energía eléctrica y no de un simple tirón de vello.
Tras ver que no había nada que identificara la forma en la que lo había electrocutado sus ojos buscaron una respuesta en los ojos de ella, mientras respiraba con un ligero aumento de velocidad. - ¿Qué has hecho? - preguntó sin entender qué estaba pasando ni las intenciones que podía tener. Tampoco sabía si lo había hecho a propósito o había sido algún tipo de error, no sabía siquiera si de verdad había sido un calambre. Pero por su mente volaron imágenes, recuerdos que mostraban días de tormenta en el bosque y árboles fulminados por rayos desde el cielo.
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No pudo evitar la sonrisa al darse cuenta de la exageración que él había decidido llevar a cabo. Pero aquello no la distrajo, sino que se siguió concentrando en aquella pequeña tarea sin tener siquiera demasiada importancia. No se moriría por aquello, a menos que se la dejara infectar y no hiciera nada al respecto pero en parte sabía que no sería así. Simplemente por la resistencia de aquel hombre, por su fiereza, por lo que había pasado. Él no era un cualquiera que sucumbiría a una pequeña herida. No, porque se podía observar su piel y se vería que no era la primera. Pero de forma redundante, aquella conversación sobre dónde dormiría él volvió a salir. Ella suspiró cuando escuchó lo de cónyuge, pero no pudo más que negar con la cabeza. Todo aquello le parecía ridículo. Así que simplemente alzó la vista, queriéndolo hacer saber que ella no estaba de acuerdo con eso que estaba diciendo. Realmente le daba igual que durmiera en el suelo, sabía que si le dejaba un par de cojines y algunas mantas no sería tan incómodo pero ya era puro orgullo. Así que se volvió a encoger de hombros. —No hace falta, me buscaré otro lugar para dormir— respondió ella —, una mujer en un barco que es mitad mercante... No me costará demasiado— asintió. Y no quiso añadir nada más.
Lo haría, porque sí. Aunque no de la forma que él creería. Se llevaría una manta y se acurrucaría en un rincón abrazada a aquel gato hasta que saliera el sol. Pero no se lo diría, evidentemente. Aunque todo llegó, propio de un descontrol que no debería tener. Cuando el hombre gritó de aquella forma ella retiró sus manos, que volvieron a tomar su color normal. No se podía creer que le hubiera hecho aquello a él y en parte se sentía muy mal. ¿Cómo le explicaría ahora que todo fue un error. Chasqueó la lengua la segunda vez que le preguntó que qué había hecho, y se puso en pie. Cogió al pequeño cachorro que había rodado por la cama con el salto de él, situándose cerca suyo y aprovechó para volver a ponerse aquellos guantes de cuerpo. —Perdona, fue un error— susurró ella. Pero se acercó a abrir la puerta tras el escuchar del resoplar una nariz bajo ella y miró al perro que atento parecía tratar de descubrir que se había acontecido en aquella habitación. Pero ella le incitó a pasar, intentando que el perro no se rozara con sus piernas al pasar y miró a Haine, sentado en la cama. —¿Te sigue doliendo?— preguntó ella, algo preocupada. Cerró la puerta, dado que aquel grito había llamado la atención de demasiada gente que trataba de cotillear pasando por allí a menudo, y se sentó no demasiado lejos de ella, apoyando la espalda sobre la pared y dejando, dadas sus piernas estiradas en el suelo (producto de llevar falda), al cachorro sobre ellas.
—No deberías asustarte así, se que duele, pero no es demasiado diferente de lo que tú hiciste con esto— terminó susurrando, sacando el billete de entrada a aquel barco frente a ella de uno de los pliegues de su corsé, que hacía de las veces de bolsillo. Se encogió de hombros, mirando al pequeño gatito que trataba de volver a dormirse cuando sintió bajo su cuerpo el movimiento del barco. Le daba miedo el mar porque ya había comprobado el efecto que tenía sobre su cuerpo. —Y lo que he dicho sigue en pie: Si rechazas mi idea de compartir, me buscaré otro lugar para dormir— un ultimátum, después de aquella pequeña descarga quizás reafirmara un poco más su posición. Era consciente de que había perdido aquella pequeña ventaja sobre lo que podía hacer y lo que no, pero se quitó los guantes con cierta parsimonia, teniendo a bien lo que se le estaba ocurriendo hacer. No había enseñado aquellos a nadie: hasta que hizo que aquellas manos se volvieran casi de un color azulado, blanco. Casi se veía claramente de qué se trataba, como si se pudiera tocar aquella energía sobre las mismas. Pero se extinguió y ella resopló. No era sencillo hacer aquello, al menos por el momento. Pero aprendería a sobrellevar la consecuencia de haberse comido aquella fruta tan rara.
Lo haría, porque sí. Aunque no de la forma que él creería. Se llevaría una manta y se acurrucaría en un rincón abrazada a aquel gato hasta que saliera el sol. Pero no se lo diría, evidentemente. Aunque todo llegó, propio de un descontrol que no debería tener. Cuando el hombre gritó de aquella forma ella retiró sus manos, que volvieron a tomar su color normal. No se podía creer que le hubiera hecho aquello a él y en parte se sentía muy mal. ¿Cómo le explicaría ahora que todo fue un error. Chasqueó la lengua la segunda vez que le preguntó que qué había hecho, y se puso en pie. Cogió al pequeño cachorro que había rodado por la cama con el salto de él, situándose cerca suyo y aprovechó para volver a ponerse aquellos guantes de cuerpo. —Perdona, fue un error— susurró ella. Pero se acercó a abrir la puerta tras el escuchar del resoplar una nariz bajo ella y miró al perro que atento parecía tratar de descubrir que se había acontecido en aquella habitación. Pero ella le incitó a pasar, intentando que el perro no se rozara con sus piernas al pasar y miró a Haine, sentado en la cama. —¿Te sigue doliendo?— preguntó ella, algo preocupada. Cerró la puerta, dado que aquel grito había llamado la atención de demasiada gente que trataba de cotillear pasando por allí a menudo, y se sentó no demasiado lejos de ella, apoyando la espalda sobre la pared y dejando, dadas sus piernas estiradas en el suelo (producto de llevar falda), al cachorro sobre ellas.
—No deberías asustarte así, se que duele, pero no es demasiado diferente de lo que tú hiciste con esto— terminó susurrando, sacando el billete de entrada a aquel barco frente a ella de uno de los pliegues de su corsé, que hacía de las veces de bolsillo. Se encogió de hombros, mirando al pequeño gatito que trataba de volver a dormirse cuando sintió bajo su cuerpo el movimiento del barco. Le daba miedo el mar porque ya había comprobado el efecto que tenía sobre su cuerpo. —Y lo que he dicho sigue en pie: Si rechazas mi idea de compartir, me buscaré otro lugar para dormir— un ultimátum, después de aquella pequeña descarga quizás reafirmara un poco más su posición. Era consciente de que había perdido aquella pequeña ventaja sobre lo que podía hacer y lo que no, pero se quitó los guantes con cierta parsimonia, teniendo a bien lo que se le estaba ocurriendo hacer. No había enseñado aquellos a nadie: hasta que hizo que aquellas manos se volvieran casi de un color azulado, blanco. Casi se veía claramente de qué se trataba, como si se pudiera tocar aquella energía sobre las mismas. Pero se extinguió y ella resopló. No era sencillo hacer aquello, al menos por el momento. Pero aprendería a sobrellevar la consecuencia de haberse comido aquella fruta tan rara.
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Su respiración agitada se iba relajando cuando ella le dijo que había sido un error, de verdad parecía que por su expresión había sido un error. Shiro parecía haberse puesto serio en aquel momento, olvidarse de lo que había pasado y preocuparse por el estado de salud de su compañero. Al entrar echó un rápido vistazo para ver qué era lo que le había hecho gritar, pero su rostro parecía querer decir que no entendía nada y que quería una explicación. Haine suspiró, más tranquilo, mientras escuchaba la explicación de Eris acerca de aquel chispazo. Por lo que dijo parecía que se refería a una akuma no mi, hecho que quedó prácticamente demostrado cuando su mano se convirtió en algo diferente, casi irreal, de energía pura y electricidad. Aunque tuviera cara de bobo no pudo evitar abrir la boca de par en par por su asombro. Shiro por el contrario parecía expresar algún tipo de miedo o mejor dicho de precaución en lugar de asombro, como si su instinto le dijera que aquello podía dañarlo. - Sorprendente... - murmuró el albino mientras bajaba de la cama y recolocaba el cuadro que se había caído. Había murmullos afuera de la habitación.
Los pelos de Haine estaban más despeinados que de costumbre, electrificados y alborotados como si "hubiera metido los dedos en un enchufe". Al darse cuenta de esto en el espejo su rostro se relajó y soltó una carcajada al ver las pintas que tenía. Abrió la puerta de la habitación acercándose con un rápido movimiento y se encontró a un hombre y probablemente su mujer agarrados del brazo. - ¡Oigan! ¡No se les ocurra meter el dedo en ese aparato de la pared, el "enchufe"... ¡Mete unas descargas que no veas! - les dijo como si de verdad lo hubiera hecho. Tras esto les cerró la puerta en las narices y continuó riéndose de la situación. Se calmó, pero hicieron falta al menos otros quince segundos para que lo hiciera. - En fin... Hey, espera un momento, ¿cómo que buscarás otro lugar para dormir? Eso sonó a que irás de habitación en habitación buscando a un solterón para pernoctar junto a él... Y no lo pienso permitir. No mientras estés bajo mi cuidado. - le comentó a su hermana adoptiva, como si de verdad fuera esa su intención. Lo que pasaba es que se moriría por dentro si ella se acostaba con el primer hombre que encontrara, pero no sabía admitirlo.
- No te preocupes, dormirás en esta cama. Ya hablaremos de esto más tarde... En lo que me quería centrar ahora es en ese extraño poder que tienes... - se puso muy serio y se acercó a ella a pasos lentos pero decididos. Tras unos segundos de quedarse plantado delante de ella la miró fijamente como si fuera un problema muy grave.- ¡Es genial! - expresó con emoción al tiempo que la abrazaba con fuerza. Con un poder así el sueño de Haine estaba cada vez más cerca, sentía que podía acariciarlo con los dedos a pesar de que no tenía ni idea de cómo lo iba a hacer. Además, ese abrazo que había dado inconscientemente serviría para probar si sabía controlar su poder o el peliblanco iba a recibir otra descarga por parte de su joven acompañante.
Los pelos de Haine estaban más despeinados que de costumbre, electrificados y alborotados como si "hubiera metido los dedos en un enchufe". Al darse cuenta de esto en el espejo su rostro se relajó y soltó una carcajada al ver las pintas que tenía. Abrió la puerta de la habitación acercándose con un rápido movimiento y se encontró a un hombre y probablemente su mujer agarrados del brazo. - ¡Oigan! ¡No se les ocurra meter el dedo en ese aparato de la pared, el "enchufe"... ¡Mete unas descargas que no veas! - les dijo como si de verdad lo hubiera hecho. Tras esto les cerró la puerta en las narices y continuó riéndose de la situación. Se calmó, pero hicieron falta al menos otros quince segundos para que lo hiciera. - En fin... Hey, espera un momento, ¿cómo que buscarás otro lugar para dormir? Eso sonó a que irás de habitación en habitación buscando a un solterón para pernoctar junto a él... Y no lo pienso permitir. No mientras estés bajo mi cuidado. - le comentó a su hermana adoptiva, como si de verdad fuera esa su intención. Lo que pasaba es que se moriría por dentro si ella se acostaba con el primer hombre que encontrara, pero no sabía admitirlo.
- No te preocupes, dormirás en esta cama. Ya hablaremos de esto más tarde... En lo que me quería centrar ahora es en ese extraño poder que tienes... - se puso muy serio y se acercó a ella a pasos lentos pero decididos. Tras unos segundos de quedarse plantado delante de ella la miró fijamente como si fuera un problema muy grave.- ¡Es genial! - expresó con emoción al tiempo que la abrazaba con fuerza. Con un poder así el sueño de Haine estaba cada vez más cerca, sentía que podía acariciarlo con los dedos a pesar de que no tenía ni idea de cómo lo iba a hacer. Además, ese abrazo que había dado inconscientemente serviría para probar si sabía controlar su poder o el peliblanco iba a recibir otra descarga por parte de su joven acompañante.
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Le vio incorporándose un poco, decidido a poner orden en todas aquellas cosas que había revuelto cuando había dado aquel salto de aquella manera. No obstante, ella le miró sólo de reojo, entornando los ojos hasta dar con lo que quería. Sus palabras no se demoraron demasiado, pero ella miraba por la ventana, hacia el cielo. No le interesaba que él tuviera el pelo así de revuelto o que estuviera colocando el cuadro. Tampoco el hecho de que saliera para hablar con lo que parecía una pareja para asegurar de que se corriera la voz de que había metido la mano en el enchufe y que aquello no tenía nada que ver con algo… Raro. Porque eso no era sobrenatural, no del todo. Tenía un sentido, estúpido, pero sentido. Y la mujer aprovechó para ponerse en pie mientras cerraba la puerta, respirando sonoramente para volver a mirarle cuando comenzó con la típica bronca de padre que, realmente no se esperaba de él. Se encogió de hombros, no era su hermano ni nadie del todo cercano a ella. No le daría la posibilidad de decidir sobre aquello y… Así lo haría.
—Ya te he dado mis dos opciones. “Pernoctare” con quien me de la gana...— asintió ella de forma seria, cuando él añadió de forma un tanto seca. Quería que la dejara de ver como una niña aunque, en realidad, lo fuera. Suspiró sonoramente cuando él siguió hablando, diciendo que ella dormiría en esa cama, que ya hablarían después de eso y que… Se quería centrar en el poder. Pero parecía serio cuando se acercaba un par de pasos, hasta que exclamó aquello abrazándola después. Pero ella abrió los ojos sorprendida, dejando que el pequeño cachorro se pudiera apoyar más a un lado de su cuerpo, dándose cuenta de que volvía a sentir aquella calidez que ya antes la había embargado, cuando ella le había dicho que le había echado de menos. Y realmente se lo decía de verdad, quizás sentía la simple necesidad de verse abrazada y de no descontrolarse pero… No, aquello había sido solo un despiste, era más consciente de su poder de lo que podía haber creído desde un primer momento. Así que, pegada a la pared no tuvo más que la opción de apoyar la cabeza sobre su hombro, sin llegar a abrazarlo, dejando uno de sus brazos colgando y el otro sujetando al cachorro.
—Si te vas a querer aprovechar de ello espero que sepas que no podrás. No tienes que protegerme, no quiero que me protejas. No soy una niña pequeña a la que mandonear y manipular, llevándola a su antojo hasta donde se desee— asintió ella, a media voz. —Así que si tratas de utilizar lo que has descubierto para cumplir tus metas… No serás más que alguien como mi padre— determinó, de manera un tanto seca. Creía que Haine podría saber que aquello era un gran insulto pero, desde que lo había ingerido, no era la primera vez que aquello le había pasado. La gente trataba de aprovecharse de ella, tratando de hacer que se uniera a sus viajes, que usara su poder en causas perdidas que no resultaban más que sueños estúpidos. —Así que no hay nada en lo que centrarse, es un poder, lo estoy aprendiendo a usar… No hay más. No me tientes a que lo use de verdad contigo— asintió ella, tratando de empujarlo con suavidad. No, en el fondo no quería que se apartara pues él era su sueño y apartarle era lo único que no lo haría conseguirlo.
Pero la bocina de aquel barco turbó todas las voces que se escuchaban fuera. Lo que antes había sido un movimiento leve ahora fue una realidad. Había zarpado, en un barco hacia East Blue con Haine. No sabía muy bien por qué y cómo… Solo que quizás allí pudiera encontrar más comodidad y menos recuerdos que en North Blue. Le miró, alzando la cabeza. —Vamos, tenemos que buscar algo de comer y eso—asintió ella, antes de tratar de deshacerse del agarre del todo, tomando bien al gato entre sus brazos, cogiendo aquella espada para dejarla caer sobre su espalda y saliendo, dejando la puerta abierta por si en algún momento, quisiera seguirla.
—Ya te he dado mis dos opciones. “Pernoctare” con quien me de la gana...— asintió ella de forma seria, cuando él añadió de forma un tanto seca. Quería que la dejara de ver como una niña aunque, en realidad, lo fuera. Suspiró sonoramente cuando él siguió hablando, diciendo que ella dormiría en esa cama, que ya hablarían después de eso y que… Se quería centrar en el poder. Pero parecía serio cuando se acercaba un par de pasos, hasta que exclamó aquello abrazándola después. Pero ella abrió los ojos sorprendida, dejando que el pequeño cachorro se pudiera apoyar más a un lado de su cuerpo, dándose cuenta de que volvía a sentir aquella calidez que ya antes la había embargado, cuando ella le había dicho que le había echado de menos. Y realmente se lo decía de verdad, quizás sentía la simple necesidad de verse abrazada y de no descontrolarse pero… No, aquello había sido solo un despiste, era más consciente de su poder de lo que podía haber creído desde un primer momento. Así que, pegada a la pared no tuvo más que la opción de apoyar la cabeza sobre su hombro, sin llegar a abrazarlo, dejando uno de sus brazos colgando y el otro sujetando al cachorro.
—Si te vas a querer aprovechar de ello espero que sepas que no podrás. No tienes que protegerme, no quiero que me protejas. No soy una niña pequeña a la que mandonear y manipular, llevándola a su antojo hasta donde se desee— asintió ella, a media voz. —Así que si tratas de utilizar lo que has descubierto para cumplir tus metas… No serás más que alguien como mi padre— determinó, de manera un tanto seca. Creía que Haine podría saber que aquello era un gran insulto pero, desde que lo había ingerido, no era la primera vez que aquello le había pasado. La gente trataba de aprovecharse de ella, tratando de hacer que se uniera a sus viajes, que usara su poder en causas perdidas que no resultaban más que sueños estúpidos. —Así que no hay nada en lo que centrarse, es un poder, lo estoy aprendiendo a usar… No hay más. No me tientes a que lo use de verdad contigo— asintió ella, tratando de empujarlo con suavidad. No, en el fondo no quería que se apartara pues él era su sueño y apartarle era lo único que no lo haría conseguirlo.
Pero la bocina de aquel barco turbó todas las voces que se escuchaban fuera. Lo que antes había sido un movimiento leve ahora fue una realidad. Había zarpado, en un barco hacia East Blue con Haine. No sabía muy bien por qué y cómo… Solo que quizás allí pudiera encontrar más comodidad y menos recuerdos que en North Blue. Le miró, alzando la cabeza. —Vamos, tenemos que buscar algo de comer y eso—asintió ella, antes de tratar de deshacerse del agarre del todo, tomando bien al gato entre sus brazos, cogiendo aquella espada para dejarla caer sobre su espalda y saliendo, dejando la puerta abierta por si en algún momento, quisiera seguirla.
Haine Rammsteiner
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Akuma no mi
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Le dieron ganas de protestar cuando ella dijo que pernoctaría con quien le diera la gana, mas estuvo callado pues en parte tenía razón. No fue eso, sin embargo, lo que produjo que sus músculos se tensaran y su mirada se tornara en desprecio, sus músculos faciales se organizaran en una mueca de asco mientras ella se iba de aquella habitación. - ¡¡No vuelvas a compararme con él!! - gritó una vez que esta había salido de la habitación, pero con la suficiente fuerza como para que pudiera escucharlo sin ningún tipo de problemas. Se había enfadado realmente, su respiración había vuelto a ser agitada pero esta vez no era la sorpresa lo que lo motivaba sino la furia que sentía. Sus dientes casi rechinaban por la presión que se ejercían los unos con los otros, y en su frente apareció una pequeña vena que no sería vista pues ella ya había salido de la habitación. - Mi intención no es utilizarte Eris, nunca lo ha sido... Es genial que tengas un poder como ese pues no necesitarás mi protección, estarás segura y por eso me alegro. ¡Pero no vuelvas a comparme con el imbécil de tu padre! - le explicó, bastante enfadado.
Segundos más tarde salía de la habitación con todas sus pertenencias, es decir, las dos pistolas y su perro Shiro. Este último parecía estar más callado que de costumbre, no por nada en especial sino porque sabía que no era el momento de hacer una payasada como había hecho antes, pues era algo serio que estaba sucediendo entre aquellos dos. - Vamos, me muero de hambre. - finalizó Haine mientras cerraba la puerta de la habitación 230 tras él. Se había ajustado un poco el peinado para no atraer la atención más de lo normal, pues desde que había sonado la bocina del barco y se habían puesto en marcha no era conveniente que se fijaran mucho en él. - A propósito... - comenzó a decir Haine mientras caminaba junto a Eris por el barco. - ¿De verdad piensas que podrías ganarme? Solo porque seas una pila eléctrica no quiere decir que puedas conmigo, sigo siendo tu "hermano mayor". - bromeó él, especificando con sus propios dedos lo de hermano mayor. Los enfados se le solían pasar muy rápidamente, y más si eran con alguien como Eris.
Aunque pensándolo bien, ¿qué es lo que haría Haine a partir de entonces? Él le había propuesto acompañarla mucho antes de saber su poder, y tenía claro que no la iba a utilizar como lo habían intentado hacer otros. Cuando llegaran al East blue no sabía los peligros con los que podían encontrarse, por lo que era un alivio saber que aquella muchacha podría defenderse con esa electricidad. Además nunca había sido mala con la espada como bien demostraba la cicatriz de su cuello que casi lo mata, por lo que quizás sí que fuera superior a Haine en combate, algo que él nunca asumiría. ¿Entonces qué pasaba? ¿Acaso se habían convertido en nakamas?
Antes de que Haine pudiera decidir algo sobre eso una voz por megafonía le despertó de sus pensamientos, introduciéndole de nuevo en la cruda realidad. - Atención, por favor. Nos complace anunciar que este viaje será vigilado y defendido de piratas y otras amenazas por un destacamento de la marina. Rogamos que no se interpongan en ninguna de sus labores y colaboren junto a ellos en todo lo que haga falta. - dijo con voz algo metalizada por el megáfono. Haine se detuvo unos segundos con la boca abierta, tras los cuales continuó caminando como si no hubiera pasado nada. Sin embargo en su rostro podría verse una mueca de desacuerdo. - Los que faltaban... Ahora estaremos vigilados en todo momento... - se quejaba en voz baja para que su compañera lo escuchara. No es que hubiera precio por su cabeza o hubiera hecho algo malo, aparte de colarse en el barco hace tan solo unos minutos, pero no creía que pudieran descubrir eso. Sin embargo los marines siempre le habían causado cierta incomodidad por todas las cosas que había tenido que hacer para sobrevivir.
En cualquier caso, su decepción no duró mucho. Se encontraba en el mar, rumbo al East Blue donde podría encontrar nuevas aventuras que lo llevarían a cumplir su sueño. Además estaba acompañado por dos de las mejores compañías posibles: Su perro, Shiro, y su hermana adoptiva Eris, a quien llevaba años sin ver y cuyo reencuentro le había dado la vida. Algo más que un simple encontronazo, el corazón de Haine había vuelto a latir.
Continuará...
Segundos más tarde salía de la habitación con todas sus pertenencias, es decir, las dos pistolas y su perro Shiro. Este último parecía estar más callado que de costumbre, no por nada en especial sino porque sabía que no era el momento de hacer una payasada como había hecho antes, pues era algo serio que estaba sucediendo entre aquellos dos. - Vamos, me muero de hambre. - finalizó Haine mientras cerraba la puerta de la habitación 230 tras él. Se había ajustado un poco el peinado para no atraer la atención más de lo normal, pues desde que había sonado la bocina del barco y se habían puesto en marcha no era conveniente que se fijaran mucho en él. - A propósito... - comenzó a decir Haine mientras caminaba junto a Eris por el barco. - ¿De verdad piensas que podrías ganarme? Solo porque seas una pila eléctrica no quiere decir que puedas conmigo, sigo siendo tu "hermano mayor". - bromeó él, especificando con sus propios dedos lo de hermano mayor. Los enfados se le solían pasar muy rápidamente, y más si eran con alguien como Eris.
Aunque pensándolo bien, ¿qué es lo que haría Haine a partir de entonces? Él le había propuesto acompañarla mucho antes de saber su poder, y tenía claro que no la iba a utilizar como lo habían intentado hacer otros. Cuando llegaran al East blue no sabía los peligros con los que podían encontrarse, por lo que era un alivio saber que aquella muchacha podría defenderse con esa electricidad. Además nunca había sido mala con la espada como bien demostraba la cicatriz de su cuello que casi lo mata, por lo que quizás sí que fuera superior a Haine en combate, algo que él nunca asumiría. ¿Entonces qué pasaba? ¿Acaso se habían convertido en nakamas?
Antes de que Haine pudiera decidir algo sobre eso una voz por megafonía le despertó de sus pensamientos, introduciéndole de nuevo en la cruda realidad. - Atención, por favor. Nos complace anunciar que este viaje será vigilado y defendido de piratas y otras amenazas por un destacamento de la marina. Rogamos que no se interpongan en ninguna de sus labores y colaboren junto a ellos en todo lo que haga falta. - dijo con voz algo metalizada por el megáfono. Haine se detuvo unos segundos con la boca abierta, tras los cuales continuó caminando como si no hubiera pasado nada. Sin embargo en su rostro podría verse una mueca de desacuerdo. - Los que faltaban... Ahora estaremos vigilados en todo momento... - se quejaba en voz baja para que su compañera lo escuchara. No es que hubiera precio por su cabeza o hubiera hecho algo malo, aparte de colarse en el barco hace tan solo unos minutos, pero no creía que pudieran descubrir eso. Sin embargo los marines siempre le habían causado cierta incomodidad por todas las cosas que había tenido que hacer para sobrevivir.
En cualquier caso, su decepción no duró mucho. Se encontraba en el mar, rumbo al East Blue donde podría encontrar nuevas aventuras que lo llevarían a cumplir su sueño. Además estaba acompañado por dos de las mejores compañías posibles: Su perro, Shiro, y su hermana adoptiva Eris, a quien llevaba años sin ver y cuyo reencuentro le había dado la vida. Algo más que un simple encontronazo, el corazón de Haine había vuelto a latir.
Continuará...
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