Eris Takayama
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Privado con Haine | Hace 10 años.
Las leyendas rodeaban los bosques de la isla de Karakura producto en su mayoría de animales salvajes que, debido a lo cerrado que resultaba el bosque, no tenían más que alimentarse de todo aquello que pasara. Aunque "aquello", fuera una persona. Estos cuentos, que muchos dirían de niños, atraían a valientes a intentar adentrarse -no con demasiado éxito en general- entre el espeso follaje. Aunque no, aquello no era lo más destacaba de Karakura dado que esta era una de las islas a las que más comerciantes locales atraía debido a sus ciclos de espectáculos. El señor Takayama solía decir que a pesar de ser agricultores en su mayoría, los habitantes de Karakura tenían muy buen ojo para todas las cosas relacionadas con el arte: ya fuera la artesanía o la danza. Y por eso, todos los años aquella familia viajaba hasta aquella isla en busca de ampliar un poco más su cartera. En aquella ocasión, el señor Takayama solo se llevaría a "dos de sus chicos", dado que no podía permitirse demasiados pasajes sin tener allí asegurado unas grandes ventas. Solo por eso eligió a dos que más solía regañar: Eris y Haine. Para aquel entonces, la pelinegra contaba con tan solo diez años y tenía un carácter poco moldeado. Solía hacer caso de todo lo que le decía su padre para que no acabara pegándola con aquel bastón que, decorativo, siempre solía llevar.
Les dio a ambos unas pesadas capas, gruesas y cálidas, para poder soportar el tiempo de los mares de North Blue, a pesar de que -o por lo menos Eris- ya se encontraban acostumbrados. Lo normal en una travesía como aquella, aunque corta, es que cualquier que viniera del sur sufriera algo de hipotermia y, en los peores casos, que perdiera algunos de los dedos de los pies. Por eso, la niña se empeñaba en mover los deditos dentro de sus botas, enfundados en unos gruesos calcetines de lana. Porque sí, a ella solía gustarle no pasar frío y solía embaucar a su madre para que le dejase ropa de su padre. Pero se sentó entonces al lado del pequeño albino. No, no debía de quedar demasiado para que el barco atracara en el puerto de Karakura pero aun así ella siempre había sido un culo inquieto con tendencia a cansarse. Tomó su capa, tratando también de rodear al hermanastro con el que había crecido y era más próximo a su edad, realmente, que el resto de sus hermanos.
—¡ERIS!— gritó su padre al ver lo que hacía. No, estaba claro que no le gustaba que ella se acercara a él pero oye, era fraternidad infantil lo que movía los gestos de ella. —Perdón, perdón— musitó ella, deslizándose por el suelo unos pocos metros a la derecha, alejándose de Haine pero no sin antes haber dejado dentro de la capa de él, y a su lado, un par de gruesos guantes forrados por dentro que, seguro, que el señor Takayama no le había dado. No, porque a ella realmente le daba un poco igual llevarlos o no: solía decir que aunque lo intentara, siempre tendría las manos frías. Pero entonces escuchó el pequeño traqueteo que indicaba que ya estaban cerca de la costa, por lo que se puso en pie. Habían elaborado unos pequeños fardos con los que ambos podrían cargar sin demasiado esfuerzo dado que su padre, como todo un marques -fingiendo también que era un poco lisiado por el bastón- andaba delante de ellos. Y así el revuelo del barco se despertó. Marineros se movían de un lado a otro y los demás comerciantes se ponían en marcha para recoger sus cosas. Aquellos pequeños mercados estaban listos para la exposición de sus cosas.
Les dio a ambos unas pesadas capas, gruesas y cálidas, para poder soportar el tiempo de los mares de North Blue, a pesar de que -o por lo menos Eris- ya se encontraban acostumbrados. Lo normal en una travesía como aquella, aunque corta, es que cualquier que viniera del sur sufriera algo de hipotermia y, en los peores casos, que perdiera algunos de los dedos de los pies. Por eso, la niña se empeñaba en mover los deditos dentro de sus botas, enfundados en unos gruesos calcetines de lana. Porque sí, a ella solía gustarle no pasar frío y solía embaucar a su madre para que le dejase ropa de su padre. Pero se sentó entonces al lado del pequeño albino. No, no debía de quedar demasiado para que el barco atracara en el puerto de Karakura pero aun así ella siempre había sido un culo inquieto con tendencia a cansarse. Tomó su capa, tratando también de rodear al hermanastro con el que había crecido y era más próximo a su edad, realmente, que el resto de sus hermanos.
—¡ERIS!— gritó su padre al ver lo que hacía. No, estaba claro que no le gustaba que ella se acercara a él pero oye, era fraternidad infantil lo que movía los gestos de ella. —Perdón, perdón— musitó ella, deslizándose por el suelo unos pocos metros a la derecha, alejándose de Haine pero no sin antes haber dejado dentro de la capa de él, y a su lado, un par de gruesos guantes forrados por dentro que, seguro, que el señor Takayama no le había dado. No, porque a ella realmente le daba un poco igual llevarlos o no: solía decir que aunque lo intentara, siempre tendría las manos frías. Pero entonces escuchó el pequeño traqueteo que indicaba que ya estaban cerca de la costa, por lo que se puso en pie. Habían elaborado unos pequeños fardos con los que ambos podrían cargar sin demasiado esfuerzo dado que su padre, como todo un marques -fingiendo también que era un poco lisiado por el bastón- andaba delante de ellos. Y así el revuelo del barco se despertó. Marineros se movían de un lado a otro y los demás comerciantes se ponían en marcha para recoger sus cosas. Aquellos pequeños mercados estaban listos para la exposición de sus cosas.
Haine Rammsteiner
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Once años. Edad suficiente para comprender qué no debes decir si no quieres que tu padre adoptivo te de una paliza, y qué debes agradecer pese a que no estés agradecido para evitar aquello mismo. La manta sucia y raída que su "padre" le había dado no protegía ni la mitad del frío de lo que protegería una como la que le había dado a su verdadera hija, pero no podía quejarse ya que sino fuera por eso se moriría de frío. Haine podía visualizar en su mente a aquel hombre rasgando la túnica solo para que el niño pasara más frío, pero la verdad era que tan solo era vieja y con ya bastantes usos. Lo cierto era que tampoco comprendía muy bien por qué lo estaban llevando a esa isla, pero la idea de venderlo como esclavo no era tan disparatada teniendo en cuenta su situación. También pensaba que, siendo que iba a haber espectáculos o algo así había entendido, pretendiera exhibirlo como a un mono de feria por su albinismo y venderle su piel a algún ricachón. Lo cierto era que todos los pensamientos de Haine hacia lo que pudiera pasar eran completamente hostiles.
Sin embargo su hermana adoptiva no parecía ser tan desagradable con él, aunque por su naturaleza el niño no podía tampoco fiarse demasiado. Ella lo rodeó con su manta y le dio unos guantes especiales que, sin duda, a él no le habían dado y que parecían ser simplemente cosa de los hijos originales. Ella se separó ante la regañina de su padre por acercarse "al apestado", como le gustaba llamarlo en la intimidad, y Haine se quedó con aquellas prendas que sin duda evitarían que sus congelados dedos tuvieran que ser cortados de su cuerpo por el frío. Se las puso no por necesidad, pues su orgullo le daban ganas de tirárselos a su "padre" a la cara y saltar por la borda del banco para morir con un poco de dignidad, pero si aquel hombre descubría que su hija le había proporcionado sus guantes a ese animal la metería en un lío, y pese a que no quería darle demasiada importancia era la única que no deseaba matar de aquella familia.
El barco llegó al puerto y Haine bajó de la pasarela el último, por supuesto, escondiéndose de la gente mientras su padre saludaba a todo el mundo como si fuera alguien importante que se encontraba con alguien importante. Se centró en que nadie pudiera ver los guantes de la chica para no meterlos en un lío tapándose con la raída manta mientras terminaban de hablar. El hombre mencionó algo de ir al alojamiento mas Haine no lo escuchó bien, simplemente lo siguió como tenía que hacer siempre hasta que llegaron a un edificio bastante rústico en el que entraron la familia al completo. Una habitación para el señor Takayama, una habitación contigua para la pequeña Eris y una alfombra en el suelo del pasillo para el perro, era decir, Haine. Y pensar que eso podía ser un lujo en comparación con cómo habría vivido si no lo hubieran adoptado... Le repugnaba. Ahora solo quedaba esperar a que el espectáculo continuara, pero antes de eso abrió la puerta de Eris lo justo para que le cupieran las manos y pasó los guantes por ella, murmurando un breve —"gracias..."— tras lo que cerró la puerta y se apoyó en su alfombra, esperando.
Sin embargo su hermana adoptiva no parecía ser tan desagradable con él, aunque por su naturaleza el niño no podía tampoco fiarse demasiado. Ella lo rodeó con su manta y le dio unos guantes especiales que, sin duda, a él no le habían dado y que parecían ser simplemente cosa de los hijos originales. Ella se separó ante la regañina de su padre por acercarse "al apestado", como le gustaba llamarlo en la intimidad, y Haine se quedó con aquellas prendas que sin duda evitarían que sus congelados dedos tuvieran que ser cortados de su cuerpo por el frío. Se las puso no por necesidad, pues su orgullo le daban ganas de tirárselos a su "padre" a la cara y saltar por la borda del banco para morir con un poco de dignidad, pero si aquel hombre descubría que su hija le había proporcionado sus guantes a ese animal la metería en un lío, y pese a que no quería darle demasiada importancia era la única que no deseaba matar de aquella familia.
El barco llegó al puerto y Haine bajó de la pasarela el último, por supuesto, escondiéndose de la gente mientras su padre saludaba a todo el mundo como si fuera alguien importante que se encontraba con alguien importante. Se centró en que nadie pudiera ver los guantes de la chica para no meterlos en un lío tapándose con la raída manta mientras terminaban de hablar. El hombre mencionó algo de ir al alojamiento mas Haine no lo escuchó bien, simplemente lo siguió como tenía que hacer siempre hasta que llegaron a un edificio bastante rústico en el que entraron la familia al completo. Una habitación para el señor Takayama, una habitación contigua para la pequeña Eris y una alfombra en el suelo del pasillo para el perro, era decir, Haine. Y pensar que eso podía ser un lujo en comparación con cómo habría vivido si no lo hubieran adoptado... Le repugnaba. Ahora solo quedaba esperar a que el espectáculo continuara, pero antes de eso abrió la puerta de Eris lo justo para que le cupieran las manos y pasó los guantes por ella, murmurando un breve —"gracias..."— tras lo que cerró la puerta y se apoyó en su alfombra, esperando.
Eris Takayama
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Ella protestaba en silencio con cada paso que daban por aquella isla. Sí, quizás aquellas cómodas botas forradas de calcetines pero había llegado a un punto en el que estaba pasando demasiado calor. Cerraba los ojos cada pocos metros, apresurándose a seguir a su padre cargando con las cosas que le había indicado como buena hija y sonriendo a todas las personas que se molestaban en saludarla y revolverla el pelo. Una joven de cabello corto pero brillante, negro, casi azulado, aunque de ese color pero más claro, sus ojos. Llevaba un vestido bajo la ropa: "Porque tienes que estar elegante", había dicho su madre. Pero no por ello, aquello era mejor. El frío entraba bajo aquellas capas que llevaba puestas. Sí, habéis leído bien, capas pues ante todo Eris no era tonta. Sabía que su padre era un cabrón con Haine y que su madre no le habría dado de desayunar correctamente por lo que... Sí, ella se había encargado de todo. Aunque siempre dentro de sus posibilidades, claro.
Cerró los ojos cuando su padre la dejó en aquella sobria habitación. Había un mullido colchón que seguramente tendría ácaros. No poseía ventana, por lo que se podría entender que había humedades pero, en el mismo momento en el que escuchó abrirse un poco la puerta de su cuarto y pasar aquellos guantes con un escueto "gracias", chasqueó la lengua. Fue a la habitación principal y se aseguro de que su padre estuviera ocupado. ¡Y vaya que sí! El hombre de los Takayama se encontraba rodeado de comida, bebida y mujeres en la taberna de enfrente. Por lo que ella se apresuró, cogiendo la almohada de su cama y pasando al pasillo en el que habían dejado a Haine. Ella sabía -de sobra- que el peliblanco no entraría en el cuarto de ella por mucho que se lo pidiera, así que fue hasta él y le tiró el almohadón con delicadeza en la cabeza. —Haine-Chan ~— susurró ella con voz melódica, sentándose no muy lejos de él y comenzando a deshacer el nudo de sus capas, pero sus finos dedos no podían deshacer todos los nudos. —Ayúdame, y no te preocupes. Papá está ocupado con unas señoritas fuera— siguió, aparentemente contenta.
Pero cuando se hubo deshecho de los nudos de las dos pesadas capas las separó, tendiéndole la de debajo a él. —Para ti. Y no te niegues o me pondré a llorar y le diré a papá que me has pegado— susurraba ella, acercándose más a él para taparlo con la capa. —Es calentita y más pequeña que la que te dio, por tanto, si te la pones debajo, no se verá— seguía la niña, pero además se quitó las asas de una pequeña mochila que contenía calcetines calientes, zapatos y un par de raciones de cinco o seis galletas y se lo tendió. —Se lo quité a mamá cuando no miraba. ¡Todo rico y calentito! Los zapatos son viejos, de Mirk, papá no se quejará porque los lleves puestos— dijo, haciendo alusión al mayor de los hermanos Takayama, uno de los peores y más cercanos a su padre.
Cerró los ojos cuando su padre la dejó en aquella sobria habitación. Había un mullido colchón que seguramente tendría ácaros. No poseía ventana, por lo que se podría entender que había humedades pero, en el mismo momento en el que escuchó abrirse un poco la puerta de su cuarto y pasar aquellos guantes con un escueto "gracias", chasqueó la lengua. Fue a la habitación principal y se aseguro de que su padre estuviera ocupado. ¡Y vaya que sí! El hombre de los Takayama se encontraba rodeado de comida, bebida y mujeres en la taberna de enfrente. Por lo que ella se apresuró, cogiendo la almohada de su cama y pasando al pasillo en el que habían dejado a Haine. Ella sabía -de sobra- que el peliblanco no entraría en el cuarto de ella por mucho que se lo pidiera, así que fue hasta él y le tiró el almohadón con delicadeza en la cabeza. —Haine-Chan ~— susurró ella con voz melódica, sentándose no muy lejos de él y comenzando a deshacer el nudo de sus capas, pero sus finos dedos no podían deshacer todos los nudos. —Ayúdame, y no te preocupes. Papá está ocupado con unas señoritas fuera— siguió, aparentemente contenta.
Pero cuando se hubo deshecho de los nudos de las dos pesadas capas las separó, tendiéndole la de debajo a él. —Para ti. Y no te niegues o me pondré a llorar y le diré a papá que me has pegado— susurraba ella, acercándose más a él para taparlo con la capa. —Es calentita y más pequeña que la que te dio, por tanto, si te la pones debajo, no se verá— seguía la niña, pero además se quitó las asas de una pequeña mochila que contenía calcetines calientes, zapatos y un par de raciones de cinco o seis galletas y se lo tendió. —Se lo quité a mamá cuando no miraba. ¡Todo rico y calentito! Los zapatos son viejos, de Mirk, papá no se quejará porque los lleves puestos— dijo, haciendo alusión al mayor de los hermanos Takayama, uno de los peores y más cercanos a su padre.
Haine Rammsteiner
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Una aguda voz le hizo girarse rápidamente para ver de quién se trataba, observando como la pequeña Eris se acercaba hasta él con aparentemente buenas intenciones. Se había asustado un poco incluso aunque la había escuchado perfectamente decir "Haine-chan", pero tras el susto simplemente frunció el ceño y la miró con cara de malas pulgas. —¿Vienes a molestarme solo para que te desanude la capa? Pf.— se quejó bufando como un gato, pero la ayudó a desanudarlos y se volvió a tumbar en aquella alfombra, pero fue interrumpido de nuevo por aquella niña. Ante sus primeras palabras y la amenaza de ponerse a llorar y que su padre le castigara puso una cara de absoluta seriedad y alzó una ceja. —Eres un demonio...— murmuró agradecido, pese a que su orgullo en ese momento estaba más por los suelos que él mismo. Haciendo caso de lo que decía se quitó la manta para colocar la suya por debajo, estaba caliente por el propio calor corporal de Eris lo cual era de agradecer debido al frío que todavía se le había quedado en el cuerpo.
—Muy bien, y ahora lárgate de una vez...— dijo tratando de recuperar la compostura y su orgullo, pero la cosa no quedó ahí sino que ella le ofreció todas las cosas que le habían sido negadas desde el principio del día. Más ropa de abrigo, comida que no tardó en devorar pues estaba hambriento, y hasta calzado que sustituiría sus raídos zapatos hechos con dos trozos de cuero mal cosidos. Sin embargo Haine pareció ofenderse bastante por aquello último y negó con la cabeza con efusividad mientras cruzaba los brazos en cruz. —No, no, eso sí que no... Prefiero ir descalzo a caminar con los zapatos de Mirk... Puedes tirarlos a la basura.— dijo algo enfadado y llevándose varias galletas a la boca demostrando su hambre. —Y adhora vdete, no nededitaba tdodo edto.— dijo con la boca llena llenando todo de migas, comiendo con gran ansia las galletas que sin duda serían del desayuno de la muchacha.
Cayendo en cuenta en esto observó las galletas que le quedaban y se las ofreció a la niña, todavía quedaban más de la mitad. —Toma, la mitad para ti.— dijo poniéndole la comida en la mano. Unos pasos se apresuraron y Haine la empujó hacia la puerta temeroso de que la vieran con ella, pues el castigo que Eris recibiría sería una pequeña bronca mientras que el de Haine sería una enorme paliza de las que te quitan el frío durante unas horas. —Corre, vete...— susurró el niño mientras se abría el picaporte, dejando ver el rostro de su padre que parecía más ocupado en mirar a una no muy atractiva mujer pero que enseñaba mucha carne que en darse cuenta de lo que pasaba, se hubiera escondido Eris o no. En cualquier caso el hombre mencionó algo del "perro" que vigilaba la puerta refiriéndose a Haine y se encerró en su habitación con el pestillo seguido de aquella mujer que sin duda tenía la misma profesión que la verdadera madre del albino.
Los falsos gemidos no tardaron en llegar hasta sus oídos producto del intento de satisfacer a aquel hombre que sin duda se había dejado un buen pedazo del dinero que le pagaban por cuidar al abandonado niño en toda clase de perversiones. Suspiró algo más tranquilo, parecía que estaba bastante borracho y que no se había dado cuenta de nada de lo que había pasado, y si la mujer lo había visto había hecho la vista gorda por alguna razón, quizás porque le pagaban para comer y no para hablar, o eso pensaba Haine con repugnancia.
—Muy bien, y ahora lárgate de una vez...— dijo tratando de recuperar la compostura y su orgullo, pero la cosa no quedó ahí sino que ella le ofreció todas las cosas que le habían sido negadas desde el principio del día. Más ropa de abrigo, comida que no tardó en devorar pues estaba hambriento, y hasta calzado que sustituiría sus raídos zapatos hechos con dos trozos de cuero mal cosidos. Sin embargo Haine pareció ofenderse bastante por aquello último y negó con la cabeza con efusividad mientras cruzaba los brazos en cruz. —No, no, eso sí que no... Prefiero ir descalzo a caminar con los zapatos de Mirk... Puedes tirarlos a la basura.— dijo algo enfadado y llevándose varias galletas a la boca demostrando su hambre. —Y adhora vdete, no nededitaba tdodo edto.— dijo con la boca llena llenando todo de migas, comiendo con gran ansia las galletas que sin duda serían del desayuno de la muchacha.
Cayendo en cuenta en esto observó las galletas que le quedaban y se las ofreció a la niña, todavía quedaban más de la mitad. —Toma, la mitad para ti.— dijo poniéndole la comida en la mano. Unos pasos se apresuraron y Haine la empujó hacia la puerta temeroso de que la vieran con ella, pues el castigo que Eris recibiría sería una pequeña bronca mientras que el de Haine sería una enorme paliza de las que te quitan el frío durante unas horas. —Corre, vete...— susurró el niño mientras se abría el picaporte, dejando ver el rostro de su padre que parecía más ocupado en mirar a una no muy atractiva mujer pero que enseñaba mucha carne que en darse cuenta de lo que pasaba, se hubiera escondido Eris o no. En cualquier caso el hombre mencionó algo del "perro" que vigilaba la puerta refiriéndose a Haine y se encerró en su habitación con el pestillo seguido de aquella mujer que sin duda tenía la misma profesión que la verdadera madre del albino.
Los falsos gemidos no tardaron en llegar hasta sus oídos producto del intento de satisfacer a aquel hombre que sin duda se había dejado un buen pedazo del dinero que le pagaban por cuidar al abandonado niño en toda clase de perversiones. Suspiró algo más tranquilo, parecía que estaba bastante borracho y que no se había dado cuenta de nada de lo que había pasado, y si la mujer lo había visto había hecho la vista gorda por alguna razón, quizás porque le pagaban para comer y no para hablar, o eso pensaba Haine con repugnancia.
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Ella sonrío cuando la llamó demonio, porque desde su posición podía apreciar lo mal que estaba la capa de él. Sí, raída y sucia. Eris en realidad no se explicaban por qué sus padres lo trataban tan mal: el chico trabajaba y no se solía poder tener queja de él mas... Ella en parte entendía como reaccionaba así su padre, porque todavía tenía moratones en su pequeño y desmadejado cuerpo de la última vez que se enfadó. Aunque en realidad, cualquier cosa hacía un moratón en la blancuzca piel de la chica. Pero le gustó ver como el chico aceptaba la capa poniéndosela y también se comía las galletas, aunque un gesto triste, acompañado del tomar su mochila y del empellón que la dio hizo que a la niña se le llenaran los ojos de lágrimas. Pero sabía que pegarían a Haine si la veían allí, por lo que tomó sus cosas, abrazando con fuerza su almohada y guardando los zapatos y las galletas sobrantes en su mochila y corrió a encerrarse en su cuarto, comenzando a llorar en silencio.
Colocó de nuevo la almohada sobre la cama y se metió una galleta en la boca que sirvió para aplacar los nervios y también el hambre que tenía por no haber desayunado. Porque sí, aquellas galletas eran el desayuno de la joven que no se había tomado con tal de poder traérselo al de los ojos rojos. Le tenía aprecio, mucho aprecio, tanto como algunos de sus primeros recuerdos los incluían. Quizás por eso ella no pudiera entender que le tratasen mal aunque en realidad la costumbre deberiía haber hecho mella en todas aquellas cosas y debía de haber vencido a las concepciones que ya tenía forjadas en su mente pero... Era su hermano. Lo trataba de cuidar siempre que podía y se arriesgaba a que la apalizaran y la regañaran para hacerle el día un poco mejor. Si no, ella no se hubiera arriesgado a coger otra capa, o a coger unos calcetines de los blanditos de más. O de haber robado hace tiempo los zapatos viejos y olvidados a su hermano mayor -al que más miedo tenía-. O no habría escogido dejar de desayunar porque había cenado un buen guiso de carne con patatas el día anterior. Pero reparó en que sí, su padre estaba entrando en la habitación continua.
Aunque pegó el oído a la puerta, para tratar de escuchar a su padre... Hasta que escuchó a la otra señora. Allí las lágrimas si que inundaron sus ojos y no pudo más que hundir la cabeza en la almohada tratando de no hacer demasiado ruido para que su padre no se enfadara por haberle interrumpido con aquella mujer. No, Eris no sabía exactamente que estaban haciendo, pero sentía que aquello "no estaba bien" y sabía que no le gustaría a mamá si se lo contara.
Colocó de nuevo la almohada sobre la cama y se metió una galleta en la boca que sirvió para aplacar los nervios y también el hambre que tenía por no haber desayunado. Porque sí, aquellas galletas eran el desayuno de la joven que no se había tomado con tal de poder traérselo al de los ojos rojos. Le tenía aprecio, mucho aprecio, tanto como algunos de sus primeros recuerdos los incluían. Quizás por eso ella no pudiera entender que le tratasen mal aunque en realidad la costumbre deberiía haber hecho mella en todas aquellas cosas y debía de haber vencido a las concepciones que ya tenía forjadas en su mente pero... Era su hermano. Lo trataba de cuidar siempre que podía y se arriesgaba a que la apalizaran y la regañaran para hacerle el día un poco mejor. Si no, ella no se hubiera arriesgado a coger otra capa, o a coger unos calcetines de los blanditos de más. O de haber robado hace tiempo los zapatos viejos y olvidados a su hermano mayor -al que más miedo tenía-. O no habría escogido dejar de desayunar porque había cenado un buen guiso de carne con patatas el día anterior. Pero reparó en que sí, su padre estaba entrando en la habitación continua.
Aunque pegó el oído a la puerta, para tratar de escuchar a su padre... Hasta que escuchó a la otra señora. Allí las lágrimas si que inundaron sus ojos y no pudo más que hundir la cabeza en la almohada tratando de no hacer demasiado ruido para que su padre no se enfadara por haberle interrumpido con aquella mujer. No, Eris no sabía exactamente que estaban haciendo, pero sentía que aquello "no estaba bien" y sabía que no le gustaría a mamá si se lo contara.
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Notó como la niña se fue llorando y se sintió mal, no sabía porque pues había hecho llorar a muchas personas a lo largo de los años y no había sentido sino placer por molestar a aquellos que lo trataban mal, pero con aquella niña era diferente. Eris lo trataba bien, por lo que provocar que se pusiera a llorar no hacía sino romperle el corazón y darle ganas de pegarle un tiro a su padre para acabar con todo eso de una vez por todas. A diferencia de otros chiquillos de su edad Haine era bastante maduro, había crecido entre el barro y los desperdicios humanos y sabía muy bien a lo que se dedicaba la mujer que había acompañado a su padre adoptivo, y por las pintas que llevaba tenía pinta de no ser precisamente barata. Eso significaba una cosa que no le hizo sino sonreír con perversión, y es que si era tan cara aquel hombre aprovecharía cada segundo que pasara con ella y cada berrie que hubiera gastado, lo que le daba un margen de unos minutos como mínimo. Además la mujer no es que fingiera muy bien, sino que le gustaba que todos los vecinos se enteraran de lo que estaba haciendo, de modo que podría moverse por la zona sin temor a ser detectado.
Avanzó hasta la puerta de Eris y dio dos suaves golpes con el nudillo, muy bajos para que nadie pudiera escucharlos salvo aquella a la que iban destinados. Acto seguido abrió la puerta lentamente como con miedo de pillarla haciendo cosas de chica o algo así. —¿Puedo pasar?— preguntó susurrando con la voz bastante aguda para asegurarse. Abrió la puerta por completo y la vio sollozando, por lo que se acercó hacia donde ella estaba y apartando la mirada dado que su ego le obligaba a no mirarla a los ojos se acarició el hombro y trató de consolarla. —Muchas gracias... Por todo... Pero no hace falta, no quiero que tu padre se enfade contigo... Yo estoy bien...— mintió el albino, pese a que agradecía lo que había hecho le preocupaba que aquel hombre se enterara.
Para tratar de animarla se sentó en el suelo y se puso los calcetines al revés a propósito, de forma que le quedaban absurdamente cómicos, y le dirigió una falsa mirada de preocupación. —¡Eris! Estos calcetines son de chica, no me vienen bien...— decía cómicamente mientras movía los pies en el aire haciendo que los calcetines ondularan de forma graciosa. El albino se fijó en ella esperando que lo mirara y se riera, no soportaba verla mal pero tampoco podía tragarse su orgullo como para ir a consolarla de verdad, por lo que ser un payaso era lo único que le quedaba, y actuar de tal manera cuando tu vida era de esa calidad era mucho más difícil de lo que cualquiera podía pensar, porque sonreír o tratar de que la gente sonriera era tan apetecible como escuchar los gemidos de su "padre" con aquella furcia.
Avanzó hasta la puerta de Eris y dio dos suaves golpes con el nudillo, muy bajos para que nadie pudiera escucharlos salvo aquella a la que iban destinados. Acto seguido abrió la puerta lentamente como con miedo de pillarla haciendo cosas de chica o algo así. —¿Puedo pasar?— preguntó susurrando con la voz bastante aguda para asegurarse. Abrió la puerta por completo y la vio sollozando, por lo que se acercó hacia donde ella estaba y apartando la mirada dado que su ego le obligaba a no mirarla a los ojos se acarició el hombro y trató de consolarla. —Muchas gracias... Por todo... Pero no hace falta, no quiero que tu padre se enfade contigo... Yo estoy bien...— mintió el albino, pese a que agradecía lo que había hecho le preocupaba que aquel hombre se enterara.
Para tratar de animarla se sentó en el suelo y se puso los calcetines al revés a propósito, de forma que le quedaban absurdamente cómicos, y le dirigió una falsa mirada de preocupación. —¡Eris! Estos calcetines son de chica, no me vienen bien...— decía cómicamente mientras movía los pies en el aire haciendo que los calcetines ondularan de forma graciosa. El albino se fijó en ella esperando que lo mirara y se riera, no soportaba verla mal pero tampoco podía tragarse su orgullo como para ir a consolarla de verdad, por lo que ser un payaso era lo único que le quedaba, y actuar de tal manera cuando tu vida era de esa calidad era mucho más difícil de lo que cualquiera podía pensar, porque sonreír o tratar de que la gente sonriera era tan apetecible como escuchar los gemidos de su "padre" con aquella furcia.
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Sus ojos estaban inundados de lágrimas a pesar de que ella no quisiera llorar. En realidad, le daba vergüenza a hacerlo. Y por eso, cuando sonó la puerta se tragó como pudo aquellos sollozos -no con demasiado éxito- y miró al peliblanco, frotándose después los ojos al ver como la miraba con cara de preocupación. Sí, aquello la hacía sentir pequeña y débil, ¡y él solo tenía un año más! Pero aún con eso, la diferencia de edad era casi palpable. Cerró los ojos, agradecida de que le tocara el hombro y de que la diera las gracias a pesar de que aquello no era lo que había buscado. Aunque de esa forma ella se podía asegurar de que el hombre se encontraba mejor que antes: que la capa y la comida por lo menos habían servido su fin. Y no, la pequeña pelinegra no pensaba en echarle en cara que no hubiera aceptado los zapatos y los calcetines pues, a pesar de todo, era un amor de niña nada rencorosa. Pero entonces le miró de reojo, poniéndose al revés aquellos calcetines para hacerla reír y después agitándolos en el aire. Se pasó las manos por las cuentas de los ojos, retirándose algunas lágrimas sueltas que ya habían caído y después se acercó arrástrándose hasta él, para quitarse el calcetín.
Pero antes de hacer nada llevó la mano a su bolsa para ofrecerle otra galleta, que dejaría sobre las piernas del chico. —No son de chica, es que te los pones al revés y parecen rosas, pero son negros— susurró ella, dándole la vuelta al calcetín y tratando de ponerselo al chico, pero riéndose en bajo después. —Te huelen los pies...— bromeó ella, aún hipando por el lloro anterior, pero mucho más animada de que él hubiera aceptado todas sus cosas. Las había conseguido con mucho esmero.
—Toma, más galletas— dijo, volviéndole a dejar las galletas sobre las piernas, con su sonrisa todavía rota. —Yo ayudé a hacerlas a mamá ayer. Y yo cené mucho, no importa si hoy no como... Aunque mamá me dio dinero para comer algo de estofado aquí. ¿Quieres comer conmigo?— preguntó. Realmente sería más feliz si comiera acompañada que si comiera sola y escuchando todos aquellos ruidos que, desde luego, un niño no tenía que escuchar. Pero ella se aguantaba las cosas, mordiéndose los labios y cogiendo la almohada que había en lo alto de la cama para tumbarse al lado del otro niño, algo cansada. —Papá no se enfadará conmigo y no te regañará a ti. Esos zapatos pudo tirártelos algún día... Además, no se enterará de que tú has comido, porque bajaré yo a buscar un par de platos... Porque tengo mucha, mucha hambre— fingió ella poner una voz más grave, entornando los ojos, tratando de imitar a una persona más grande y gorda.
——
Pero antes de hacer nada llevó la mano a su bolsa para ofrecerle otra galleta, que dejaría sobre las piernas del chico. —No son de chica, es que te los pones al revés y parecen rosas, pero son negros— susurró ella, dándole la vuelta al calcetín y tratando de ponerselo al chico, pero riéndose en bajo después. —Te huelen los pies...— bromeó ella, aún hipando por el lloro anterior, pero mucho más animada de que él hubiera aceptado todas sus cosas. Las había conseguido con mucho esmero.
—Toma, más galletas— dijo, volviéndole a dejar las galletas sobre las piernas, con su sonrisa todavía rota. —Yo ayudé a hacerlas a mamá ayer. Y yo cené mucho, no importa si hoy no como... Aunque mamá me dio dinero para comer algo de estofado aquí. ¿Quieres comer conmigo?— preguntó. Realmente sería más feliz si comiera acompañada que si comiera sola y escuchando todos aquellos ruidos que, desde luego, un niño no tenía que escuchar. Pero ella se aguantaba las cosas, mordiéndose los labios y cogiendo la almohada que había en lo alto de la cama para tumbarse al lado del otro niño, algo cansada. —Papá no se enfadará conmigo y no te regañará a ti. Esos zapatos pudo tirártelos algún día... Además, no se enterará de que tú has comido, porque bajaré yo a buscar un par de platos... Porque tengo mucha, mucha hambre— fingió ella poner una voz más grave, entornando los ojos, tratando de imitar a una persona más grande y gorda.
——
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Se sintió estúpido cuando la niña le corrigió y le dijo que no eran de chica, sino que se los estaba poniendo al revés. Era obvio aquello, lo estaba haciendo para hacerla de reír pues se los había puesto totalmente mal, pero ella debía pensar que era tonto y fue sencillamente a ponérselos bien, con toda la inocencia del mundo hasta el punto que le dio lástima. Dejó que fuera ella la que le arreglara el calcetín pero cuando mencionó el olor de sus pies agarró el calcetín y se lo puso el mismo mientras elevaba ligeramente su cabeza algo ofendido, aunque no molesto. Lo cierto es que sí que le olían los pies, le apestaban, producto del agua sucia que se filtraba en el interior del zapato y el sudor que no podía salir del mismo, junto a todos los días caminando por el lodo y el barro. No es que se avergonzara de ello, y no pudo evitar sonreír con el gesto partido cuando la niña río un poco por lo que todo estaba bien.
Aceptó de buena gana las galletas, estaban bastante buenas y se sorprendió cuando dijo que las había hecho ella. Además su orgullo no era tan grande como para negarle algo así con el hambre que tenía teniendo en cuenta que ella tendría todo lo que quisiera de comer, pero sin embargo no podía aceptarlo que le propuso a continuación. —No voy a comer nada que tú me pagues...— dijo simplemente con la mirada perdida, haciendo que el silencio ocupara aquella habitación y solo fuera interrumpido por unos golpes repetitivos en la pared y algunos gemidos. —Te acompañaré si tienes miedo, miedica, pero no voy a comer nada más. Ya es suficiente...— mencionó con una sonrisa de superioridad por llamarla miedica. Al fin y al cabo él era mayor que ella, pero su orgullo no le dejaría que también compartiera su comida con él por muy bien que la hiciera sentirse o por muy mal que se fuera a poner si no lo hacía.
Se comió una galleta agradecido y la miró con sus enormes ojos rojos, aunque no sabía muy bien qué decir. —Gracias...— murmuró de nuevo mientras masticaba la galleta en su boca, aunque esta vez pudo vocalizar correctamente pues no tenía un montón de ellas a la vez. Según sus cálculos aún le quedaba tiempo y podría acompañarla a pedir lo que quisiera, e incluso a que se lo comiera, pero nada de esa comida entraría por su boca pues era algo superior a sus fuerzas. Ya le costaba alimentarse de la comida que aquella familia le preparaba como para encima robarle la mitad de su almuerzo a la única que le prestaba algo de atención y lo trataba de buenas formas. —Vamos, te sigo.— finalizó como si no dejara motivo de discursión ante aquella decisión que había tomado y la fuera a seguir hasta el lugar donde vendieran la comida en aquella ciudad.
Aceptó de buena gana las galletas, estaban bastante buenas y se sorprendió cuando dijo que las había hecho ella. Además su orgullo no era tan grande como para negarle algo así con el hambre que tenía teniendo en cuenta que ella tendría todo lo que quisiera de comer, pero sin embargo no podía aceptarlo que le propuso a continuación. —No voy a comer nada que tú me pagues...— dijo simplemente con la mirada perdida, haciendo que el silencio ocupara aquella habitación y solo fuera interrumpido por unos golpes repetitivos en la pared y algunos gemidos. —Te acompañaré si tienes miedo, miedica, pero no voy a comer nada más. Ya es suficiente...— mencionó con una sonrisa de superioridad por llamarla miedica. Al fin y al cabo él era mayor que ella, pero su orgullo no le dejaría que también compartiera su comida con él por muy bien que la hiciera sentirse o por muy mal que se fuera a poner si no lo hacía.
Se comió una galleta agradecido y la miró con sus enormes ojos rojos, aunque no sabía muy bien qué decir. —Gracias...— murmuró de nuevo mientras masticaba la galleta en su boca, aunque esta vez pudo vocalizar correctamente pues no tenía un montón de ellas a la vez. Según sus cálculos aún le quedaba tiempo y podría acompañarla a pedir lo que quisiera, e incluso a que se lo comiera, pero nada de esa comida entraría por su boca pues era algo superior a sus fuerzas. Ya le costaba alimentarse de la comida que aquella familia le preparaba como para encima robarle la mitad de su almuerzo a la única que le prestaba algo de atención y lo trataba de buenas formas. —Vamos, te sigo.— finalizó como si no dejara motivo de discursión ante aquella decisión que había tomado y la fuera a seguir hasta el lugar donde vendieran la comida en aquella ciudad.
Eris Takayama
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Hinchó los carrillos hasta ponerse roja mirándole, cruzándose de brazos y sentándose como los indios para negar con la cabeza. ¡No! ¡Desde luego que no! Ella no era una miedica y se lo iba a demostrar a Haine, aunque fuera mejor un día de estos porque, en realidad, si que tenía un poco de miedo en lo de bajar sola. ¿Por qué? Muy sencillo: todo estaba lleno de gente horrible y sin escrúpulos que solían mirarla por encima del hombro cuando pasaba. Le daba miedo que la dijeran algo y que no se pudiera defender. Seguramente, de no estar su padre tan ocupado le habría pedido que fuera con ella y que la diera la man, igual que con mamá cuando iba a cruzar la calle. Pero después soltó todo el aire que tenía retenidos en los mofletes y le miró de soslayo, sacando de la mochila un pequeño monederito que guardó en el bolsillo de su vestido azul claro. Agarró la capa, suspirando, mientras se ponía en pie a regañadientes, con algo de oposición por parte de su cuerpo un poco entumecido por el hecho de haber estado un rato quieta. ¡Ya quería moverse! Pero le haría comer. Le pondría una carita triste y amenazaría con llorar si no lo hacía porque en realidad ella sabía que esta era una de las pocas oportunidades del de los ojos rojos para tomar una comida decente. Ella le ayudaría siempre que pudiera.
Así que cuando estuvo en pie y se hubo puesto de nuevo la capa estiró una mano, sacándola por debajo de aquella prenda en dirección al peliblanco. Sí, quería que le diera la manita, pero no estaba segura de si el peliblanco se la daría. Aun con eso, poco después comenzaría a andar hacia la puerta, abriendo la del pasillo y teniendo en cuenta no pisar demasiado la alfombra, por si acaso tenía que volver a tumbarse Haine en ella. Pero Eris tenía un gran problema que su padre no había tenido en cuenta al coger las habitaciones en el primer piso: La niña era pequeña para su edad y los escalones se alzaban ante ella como un gran suplicio. Apegó su mano libre a la pared y resopló con frustración, bajando de uno en uno aquellos escalones infernales. Pero cuando llegaron abajo, tiró del peliblanco para que la siguiera.
No, no era tonta. Podría tener apariencia de niña y comportarse como una de vez en cuando, pero Eris era algo inteligente. Por eso, salió de aquel hotel y se fue a la taberna de enfrente. ¿Que por qué no comía en el hotel como todos los demás? Porque si su padre bajaba y le decían que "sus dos hijos" habían estado comiendo allí se enfadaría con ella, porque sabría que él era imposible que tuviera dinero. No obstante, trató de empujar la puerta pesada de aquel lugar y poco después, miraría al peliblanco, dado que no podía subirse ella sola a la banqueta frente a la barra. Sí, él era más grande que ella y podría ayudarla... Por lo que estiró sus manos para que la tomara en brazos. Así jugaba Eris. Pero el tabernero se rió, mirando la escena, mientras se apoyaba sobre la barra para mirarles. —¿Qué os pongo, chicos? No sirvo cerveza a gente tan pequeña— dijo, amable. —¡No soy pequeña! Dos platos de estofado, por favor— terminó ella con una sonrisa después de haberse ofuscado un poco. Antes de sacar aquellos platos, el tabernero se entretuvo, sirviéndoles dos jarras como a los adultos pero llenas de leche.
Así que cuando estuvo en pie y se hubo puesto de nuevo la capa estiró una mano, sacándola por debajo de aquella prenda en dirección al peliblanco. Sí, quería que le diera la manita, pero no estaba segura de si el peliblanco se la daría. Aun con eso, poco después comenzaría a andar hacia la puerta, abriendo la del pasillo y teniendo en cuenta no pisar demasiado la alfombra, por si acaso tenía que volver a tumbarse Haine en ella. Pero Eris tenía un gran problema que su padre no había tenido en cuenta al coger las habitaciones en el primer piso: La niña era pequeña para su edad y los escalones se alzaban ante ella como un gran suplicio. Apegó su mano libre a la pared y resopló con frustración, bajando de uno en uno aquellos escalones infernales. Pero cuando llegaron abajo, tiró del peliblanco para que la siguiera.
No, no era tonta. Podría tener apariencia de niña y comportarse como una de vez en cuando, pero Eris era algo inteligente. Por eso, salió de aquel hotel y se fue a la taberna de enfrente. ¿Que por qué no comía en el hotel como todos los demás? Porque si su padre bajaba y le decían que "sus dos hijos" habían estado comiendo allí se enfadaría con ella, porque sabría que él era imposible que tuviera dinero. No obstante, trató de empujar la puerta pesada de aquel lugar y poco después, miraría al peliblanco, dado que no podía subirse ella sola a la banqueta frente a la barra. Sí, él era más grande que ella y podría ayudarla... Por lo que estiró sus manos para que la tomara en brazos. Así jugaba Eris. Pero el tabernero se rió, mirando la escena, mientras se apoyaba sobre la barra para mirarles. —¿Qué os pongo, chicos? No sirvo cerveza a gente tan pequeña— dijo, amable. —¡No soy pequeña! Dos platos de estofado, por favor— terminó ella con una sonrisa después de haberse ofuscado un poco. Antes de sacar aquellos platos, el tabernero se entretuvo, sirviéndoles dos jarras como a los adultos pero llenas de leche.
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Temeroso de que alguno de los hombres se comiera a la pequeña o algo peor, decidió darle la mano y acompañarla a comer aunque sus intenciones eran más servirle de escolta que llenar el estómago, pese a que esa idea tampoco le desagraba. Tomó su túnica raída y se la puso por encima para que no se viera la túnica que Eris le había prestado, todo para evitar que su padre la regañara. Le ayudó a bajar por las escaleras y fue guiado hasta el exterior del edificio, cruzar la calle e ir a parar a una taberna que, a diferencia de lo que parecía al verla desde el exterior, estaba bastante limpia. Empujó la puerta para que Eris pudiera entrar y la elevó en el aire con gran dificultad para colocarla en aquel taburete, pues si bien mantenía un buen estado físico por los trabajos a los que se veía sometido la desnutrición pasaba factura en él. Acto seguido se sentó y observó la situación casi avergonzado, mirando a los lados temeroso por si aparecía su padre.
Miró la jarra de cerveza llena de leche, al tabernero, y de nuevo la jarra y apartó la mirada como si se sintiera ofendido. No obstante a los dos minutos comenzó a bebérsela despacio, pues hacía mucho tiempo que no bebía leche y por ahí se decía que era buena para los huesos. La niña había pedido un plato de estofado para cada uno y el albino no podía sino sentirse mal por gastar su dinero cuando ya le había dado la mitad de su desayuno unas escasas horas antes. Tras unos minutos el tabernero trajo dos deliciosos platos de estofado que no hicieron más que provocar que la boca de Haine se hiciera agua en cuanto los vio y tuviera que tragar saliva para evitar babear por todas partes. Le pusieron cubiertos pero eso a él le daba igual, tenía demasiada hambre como para andarse con finuras aunque siempre había tiempo para ser precavido. Tomó un trozo y se lo llevó a la nariz para ver si detectaba algún olor extrañó, pero solo provocó que tuviera más ganas de comérselo e inmediatamente se lo llevó a la boca.
Hacía años que no comía algo tan sabroso, la última vez fue cuando uno de los hermanos se puso enfermo y Haine se comió las sobras frías de la cena que el hermano no había podido comerse, aunque a punto estuvieron de tirarlas a la basura. No tardó más de cinco minutos en comerse toda aquella comida y llenarse el estómago hasta el punto que casi lagrimillas corrían su mejilla. Estaba muy agradecido y haría lo que fuera necesario para devolverle el favor a la niña, aunque por el momento lo único que podía hacer era ayudarle a que se bajara del taburete cuando hubiera terminado. —¿Volvemos?— preguntó algo nervioso preocupado de que su padre cumpliera los rumores acerca de su precocidad en la cama y los estuviera buscando.
Miró la jarra de cerveza llena de leche, al tabernero, y de nuevo la jarra y apartó la mirada como si se sintiera ofendido. No obstante a los dos minutos comenzó a bebérsela despacio, pues hacía mucho tiempo que no bebía leche y por ahí se decía que era buena para los huesos. La niña había pedido un plato de estofado para cada uno y el albino no podía sino sentirse mal por gastar su dinero cuando ya le había dado la mitad de su desayuno unas escasas horas antes. Tras unos minutos el tabernero trajo dos deliciosos platos de estofado que no hicieron más que provocar que la boca de Haine se hiciera agua en cuanto los vio y tuviera que tragar saliva para evitar babear por todas partes. Le pusieron cubiertos pero eso a él le daba igual, tenía demasiada hambre como para andarse con finuras aunque siempre había tiempo para ser precavido. Tomó un trozo y se lo llevó a la nariz para ver si detectaba algún olor extrañó, pero solo provocó que tuviera más ganas de comérselo e inmediatamente se lo llevó a la boca.
Hacía años que no comía algo tan sabroso, la última vez fue cuando uno de los hermanos se puso enfermo y Haine se comió las sobras frías de la cena que el hermano no había podido comerse, aunque a punto estuvieron de tirarlas a la basura. No tardó más de cinco minutos en comerse toda aquella comida y llenarse el estómago hasta el punto que casi lagrimillas corrían su mejilla. Estaba muy agradecido y haría lo que fuera necesario para devolverle el favor a la niña, aunque por el momento lo único que podía hacer era ayudarle a que se bajara del taburete cuando hubiera terminado. —¿Volvemos?— preguntó algo nervioso preocupado de que su padre cumpliera los rumores acerca de su precocidad en la cama y los estuviera buscando.
Eris Takayama
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La chica se rió del gesto de desagrado que hizo Haine al mirar aquella jarra llena de leche. Entornaba los ojos, Eris, acercando sus manos para tomarla y darle un trago. Hizo una mueca, pero no de desagrado sino de sorpresa, dado que hasta ahora ella siempre había tomado la leche caliente y no fresca como aquella. Sonrió, de nuevo, esperando -aunque no demasiado- hasta que el tabernero les hizo aparecer aquellos dos grandes platos de estofado. Ella tomó la cuchara, dado que no le gustaba comérselo con tenedor y estuvo a punto de comenzar a comer mas esperó porque quería ver lo que iba a hacer Haine. Y cuando le vio tomar aquel pedazo, olerlo y comérselo, ella también comenzó a comer pero con más parsimonia. No tardaría demasiado, entonces, en darse cuenta de que aquel plato parecía ser demasiado grande para una persona de estómago pequeño como ella pero se lo terminaría poco después del hombre. Sacó de su bolsillo aquel pequeño monedero, tendiéndole unas monedas al tabernero que la revolvió el pelo y les deseó un buen día. Y sí, volvió a estirar los brazos en dirección a Haine para que la ayudara a bajar, mirando por la puerta abierta hacia donde serían las ventanas de la habitación.
Y al bajar la vista observó a aquella mujer que había escuchado con su padre en la habitación. Se giró para mirar a Haine, tomándole de la mano y tirando de él con algo de prisa. Sabía que si su padre habría terminado los estaría buscando, pero ella tenía la excusa perfecta para todo aquello. Empujó de nuevo la puerta del hotel tras cruzar aquella calle y se dio de bruces con el señor Takayama que estaba rojo por el esfuerzo. —¡Papá! Íbamos ahora a buscarte, hemos encontrado nuestro puesto en el mercado y yo aproveché para comer. Mamá me dio unas monedas y tenía hambre— le dijo con rapidez, algo nerviosa, pero el hombre la miró con el ceño fruncido quizás porque sujetaba la mano del peliblanco todavía. Pero ella se giró, al notarlo. —Ha-Haine me acompañó por si acaso me pasaba algo. Había muchos borrachos— siguió la niña, pero el hombre, mascullando de una forma que Eris no entendió, salió, gritándoles después que fueran a recoger las cosas que habían dejado en el barco, que aquella feria no tardaría demasiado en empezar.
Esperó en la puerta -dado que no les había dado tiempo a pasar- hasta ver como su padre se perdía entre las personas en dirección a donde ellos tendrían que ir después de tomar todas las cosas y se giró hacia Haine, sacando de su espalda de nuevo su mochila para tenderle unos guantes, sacando otros para ella. —Si vamos a tener que llevar las cosas será mejor que te pongas esto... Yo te los esconderé luego, si quieres— le dijo ella, aprovechando que le había puesto en las manos aquellos guantes para salir corriendo y que el albino no tuviera excusa para devolvérselos. Porque sí, no aceptaría un no por respuesta. Solía ser bastante malo cargar peso con las manos, pero además, si hacía frío, hacía que se pudieran correr riesgos innecesarios.
Y al bajar la vista observó a aquella mujer que había escuchado con su padre en la habitación. Se giró para mirar a Haine, tomándole de la mano y tirando de él con algo de prisa. Sabía que si su padre habría terminado los estaría buscando, pero ella tenía la excusa perfecta para todo aquello. Empujó de nuevo la puerta del hotel tras cruzar aquella calle y se dio de bruces con el señor Takayama que estaba rojo por el esfuerzo. —¡Papá! Íbamos ahora a buscarte, hemos encontrado nuestro puesto en el mercado y yo aproveché para comer. Mamá me dio unas monedas y tenía hambre— le dijo con rapidez, algo nerviosa, pero el hombre la miró con el ceño fruncido quizás porque sujetaba la mano del peliblanco todavía. Pero ella se giró, al notarlo. —Ha-Haine me acompañó por si acaso me pasaba algo. Había muchos borrachos— siguió la niña, pero el hombre, mascullando de una forma que Eris no entendió, salió, gritándoles después que fueran a recoger las cosas que habían dejado en el barco, que aquella feria no tardaría demasiado en empezar.
Esperó en la puerta -dado que no les había dado tiempo a pasar- hasta ver como su padre se perdía entre las personas en dirección a donde ellos tendrían que ir después de tomar todas las cosas y se giró hacia Haine, sacando de su espalda de nuevo su mochila para tenderle unos guantes, sacando otros para ella. —Si vamos a tener que llevar las cosas será mejor que te pongas esto... Yo te los esconderé luego, si quieres— le dijo ella, aprovechando que le había puesto en las manos aquellos guantes para salir corriendo y que el albino no tuviera excusa para devolvérselos. Porque sí, no aceptaría un no por respuesta. Solía ser bastante malo cargar peso con las manos, pero además, si hacía frío, hacía que se pudieran correr riesgos innecesarios.
Haine Rammsteiner
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No quiso decir nada, no quiso hacer nada ni mirar a nadie mientras esperaba a que el hombre que se hacía pasar por su padre le diera una patada, un puñetazo o cualquier acto de agresividad que "dejara claro quien llevaba mandaba". Sabía que si trataba de bloquearlo, esquivarlo o que le doliera menos recibiría el doble de golpes con más fuerza por lo que no haría ninguna de aquellas cosas. No es que se hubiera rendido, sino que la venganza se servía fría y Haine sabía que algún día se vengaría cuando creciera y tuviera fuerzas para hacerlo. Sin embargo y evitando lo que podría convertirse en una sarta de moratones, la pequeña Eris habló en su defensa impidiendo que su padre tuviera una escusa para partirle la boca al muchacho, aunque sabía que más tarde le tocaría cobrar cuando perdiera unas monedas jugando a algún juego de cartas pero ahora y tras los servicios de la prostituta parecía de buen humor.
Les ordenó que fueran a recoger algunas cosas del barco y así lo hicieron, aunque la idea original del señor Takayama probablemente fuera la de que Haine cargara todo y Eris se asegurara de que no robaba nada. En cualquier caso fueron juntos, siendo que Eris decidió dejarle unos guantes con la promesa de que luego los escondería, todo para que no se hiciera daño en las manos con todo aquel frío. Se los puso, pero no estaba de acuerdo con aquello y siguió a la niña para decírselo. —Ya basta, Eris... Si tus padres no quieren darme comida o no quieren darme ropa, tú no tienes que hacerlo. Si se enteran se enfadarán contigo, tan solo aléjate de mí y evitarás problemas.— dijo con una voz muy débil y entrecortada, mientras subía la barco y tomaba el primer fardo subiéndolo a una pequeña carretilla.
Sabía que aquellas palabras probablemente molestaran a la niña pero era la pura realidad. Echando todo encima de la carretilla se la llevó a través de la ciudad hasta llegar a la posada donde se encontraban alojados, avanzando hasta las escaleras por las que se subía hasta su habitación. Comenzó a subir con la carretilla a pulso pero algo resbaladizo le hizo caerse y que todo el contenido de la carretilla se desparramara por el suelo, dejando ver cosas muy personales por el suelo como unos calzoncillos muy cutres del señor Takayama que parecían tener corazoncitos por toda su extensión. Unos apresurados pasos le alertaron al albino de que aquel hombre estaba a punto de llegar, y así fue, rojo como una manzana y colérico como un demonio el señor Takayama observó como todo el mundo se reía de su ropa interior y, tras gritarle a Eris que lo recogiera todo, agarró al muchacho de un brazo y se lo llevó escaleras arriba.
Les ordenó que fueran a recoger algunas cosas del barco y así lo hicieron, aunque la idea original del señor Takayama probablemente fuera la de que Haine cargara todo y Eris se asegurara de que no robaba nada. En cualquier caso fueron juntos, siendo que Eris decidió dejarle unos guantes con la promesa de que luego los escondería, todo para que no se hiciera daño en las manos con todo aquel frío. Se los puso, pero no estaba de acuerdo con aquello y siguió a la niña para decírselo. —Ya basta, Eris... Si tus padres no quieren darme comida o no quieren darme ropa, tú no tienes que hacerlo. Si se enteran se enfadarán contigo, tan solo aléjate de mí y evitarás problemas.— dijo con una voz muy débil y entrecortada, mientras subía la barco y tomaba el primer fardo subiéndolo a una pequeña carretilla.
Sabía que aquellas palabras probablemente molestaran a la niña pero era la pura realidad. Echando todo encima de la carretilla se la llevó a través de la ciudad hasta llegar a la posada donde se encontraban alojados, avanzando hasta las escaleras por las que se subía hasta su habitación. Comenzó a subir con la carretilla a pulso pero algo resbaladizo le hizo caerse y que todo el contenido de la carretilla se desparramara por el suelo, dejando ver cosas muy personales por el suelo como unos calzoncillos muy cutres del señor Takayama que parecían tener corazoncitos por toda su extensión. Unos apresurados pasos le alertaron al albino de que aquel hombre estaba a punto de llegar, y así fue, rojo como una manzana y colérico como un demonio el señor Takayama observó como todo el mundo se reía de su ropa interior y, tras gritarle a Eris que lo recogiera todo, agarró al muchacho de un brazo y se lo llevó escaleras arriba.
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La niña le miró de soslayo, ayudándole a cargar aquella carretilla. —Los problemas no me importan— respondió con una sonrisa, tratando de parecer amable a pesar del despecho que le originaba que Haine también la hablara así. Porque en realidad, todo el mundo le hablaba así. Eris era la típica niña que se sentía inferior: la pequeña de sus hermanos, la chica, la menos mimada -por no poder realizar las mismas tareas que los hombres-, la que se tendría que casar con alguien importante para tener un buen futuro... Resopló, tratando de ahogar las lágrimas y que nadie se diera cuenta de que tenía ganas de llorar. Porque quería ser una persona fuerte pero en realidad no lo era: solo era una niña a la que no le importaba trabajar, pero que también gustaba de reírse. Porque sí, ella siempre había entendido que Haine estaba ahí para sustituírla en lo que ella no podía hacer dentro de la familia. Lo que no entendía es porque a él -útil- lo trataban mal y a ella -inútil- la trataban bien. Dejó de planteárselo para acompañar callada a Haine a lo largo de todo el trayecto, tratando de ser lo menos molesta posible.
Pero algo tenía que salir mal. Cuando aquella carretilla se resbaló y las cosas se desperdigaron ella se agachó rápido para tratar de recoger el máximo de cosas posibles. Inútil en sus quehaceres observó como su padre bramaba que lo hiciera más rápido, llevándose al peliblanco de mala manera y provocando la callada expectación de la gente que allí había y se había burlado de su ropa interior de corazoncitos al ver como trataba al niño. Y por eso la gente ayudó a la niña a recoger con rapidez y a subir las cosas, dejándolas en el pasillo donde Haine tenía que dormir. Pero como a penas había tardado segundos ella se molestó en girarse, agradeciendo con algunas reverencias a los que la habían ayudado mas allí se quedaron, expectantes tras la puerta que ella cerró y corrió hacia donde escuchaba hablar a su padre. Muchas cosas habían pasado a segundo plano, como su propia salud. No, ahora ya no la importaba absolutamente nada.
Por eso cuando abrió la puerta corrió hacia donde estaba Haine, abrazándolo de golpe para que su padre no pudiera golpearlo -si es lo que hacía- sin darla a ella. Que en realidad era algo que tampoco importaría demasiado. Retuvo de nuevo las lágrimas en sus ojos mientras hundía el gesto en el hombro del albino. —¡Si le pegas más nadie te comprará nada hoy!— exclamó la niña a sabiendas de que el dinero era algo fundamental para el hombre. —¡Ya has visto como te miraban cuando has subido a Haine así! ¡No te comprarán!— exclamaba ella.
Pero algo tenía que salir mal. Cuando aquella carretilla se resbaló y las cosas se desperdigaron ella se agachó rápido para tratar de recoger el máximo de cosas posibles. Inútil en sus quehaceres observó como su padre bramaba que lo hiciera más rápido, llevándose al peliblanco de mala manera y provocando la callada expectación de la gente que allí había y se había burlado de su ropa interior de corazoncitos al ver como trataba al niño. Y por eso la gente ayudó a la niña a recoger con rapidez y a subir las cosas, dejándolas en el pasillo donde Haine tenía que dormir. Pero como a penas había tardado segundos ella se molestó en girarse, agradeciendo con algunas reverencias a los que la habían ayudado mas allí se quedaron, expectantes tras la puerta que ella cerró y corrió hacia donde escuchaba hablar a su padre. Muchas cosas habían pasado a segundo plano, como su propia salud. No, ahora ya no la importaba absolutamente nada.
Por eso cuando abrió la puerta corrió hacia donde estaba Haine, abrazándolo de golpe para que su padre no pudiera golpearlo -si es lo que hacía- sin darla a ella. Que en realidad era algo que tampoco importaría demasiado. Retuvo de nuevo las lágrimas en sus ojos mientras hundía el gesto en el hombro del albino. —¡Si le pegas más nadie te comprará nada hoy!— exclamó la niña a sabiendas de que el dinero era algo fundamental para el hombre. —¡Ya has visto como te miraban cuando has subido a Haine así! ¡No te comprarán!— exclamaba ella.
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La puerta se cerró tras el peliblanco que ya sabía lo que venía a continuación cuando el hombre se quitaba el cinturón y lo doblaba sobre sí mismo. No le daría con la parte blanda, no habría ningún tipo de clemencia de ese tipo sino que sería la hebilla la que desgarraría la piel del albino. El hombre lo miraba con rabia mientras se paseaba por delante de él, murmurando insultos que un chico de su edad no debería oír, sujetando la correa como si quisiera estrangularlo y dejarlo allí tirado pudriéndose. Se acercó alzando la mano pero la puerta se abrió de golpe y la pequeña Eris abrazó a un sorprendido Haine que trató de quitársela de encima por temor a que fueran ambos los que recibieran aquel castigo. —¡No! ¡Ha sido mi culpa ella no...!— comenzó a decir el pequeño pero su voz fue interrumpida por la de su hermana adoptiva que trató de evitar que fuera golpeado de una forma astuta e inteligente.
Abrió sus grandes orbes de pupilas rojizas observando alternativamente a la muchacha que se había pegado a él y al hombre que los miraba hinchándose como un pez globo que parecía a punto de estallar. Haine se imaginaba que en su hueca cabeza se estaba librando una guerra, por un lado la idea de saciar sus ansias de pegarle la paliza de su vida y por otro lado la de conseguir una buena suma monetaria por el jade que tenía pensado comerciar en aquella isla. Estaba claro que el avaricioso hombre había elegido forrarse que saciar sus necesidades, Haine imaginaba que ya las habría saciado bastante con la prostituta por lo que parecía que se había salvado. —Ya hablaremos en casa... ¡Y suéltale Eris, da asco!— dijo poniéndose el cinturón y saliendo por la puerta. —Asegúrate de que todos vean que estás bien, perro.— dijo antes de cerrar la puerta tras de sí, haciendo que un cuadro cayera al suelo del portazo.
Había sido salvado por la intervención de la muchacha la cual no solo le había evitado una paliza sino que le había dado de comer, le había protegido del frío y sobretodo y más importante, le había demostrado el cariño que llevaba mucho tiempo sin recibir. —Gracias...— dijo en un murmullo tras lo cual se levantó y estuvo a punto de salir por la puerta. Pero antes de irse se dio la vuelta y corrió a abrazarla mientras una lagrimilla estaba a punto de salirse de sus ojos, mas tras esto se levantó y se dirigió a la puerta pues su orgullo le impedía demostrar más afecto del que ya había demostrado. Ese día había sido probablemente uno de los mejores de su vida, y todo gracias a aquella pequeña que sin duda de su familia solo tenía el apellido.
Abrió sus grandes orbes de pupilas rojizas observando alternativamente a la muchacha que se había pegado a él y al hombre que los miraba hinchándose como un pez globo que parecía a punto de estallar. Haine se imaginaba que en su hueca cabeza se estaba librando una guerra, por un lado la idea de saciar sus ansias de pegarle la paliza de su vida y por otro lado la de conseguir una buena suma monetaria por el jade que tenía pensado comerciar en aquella isla. Estaba claro que el avaricioso hombre había elegido forrarse que saciar sus necesidades, Haine imaginaba que ya las habría saciado bastante con la prostituta por lo que parecía que se había salvado. —Ya hablaremos en casa... ¡Y suéltale Eris, da asco!— dijo poniéndose el cinturón y saliendo por la puerta. —Asegúrate de que todos vean que estás bien, perro.— dijo antes de cerrar la puerta tras de sí, haciendo que un cuadro cayera al suelo del portazo.
Había sido salvado por la intervención de la muchacha la cual no solo le había evitado una paliza sino que le había dado de comer, le había protegido del frío y sobretodo y más importante, le había demostrado el cariño que llevaba mucho tiempo sin recibir. —Gracias...— dijo en un murmullo tras lo cual se levantó y estuvo a punto de salir por la puerta. Pero antes de irse se dio la vuelta y corrió a abrazarla mientras una lagrimilla estaba a punto de salirse de sus ojos, mas tras esto se levantó y se dirigió a la puerta pues su orgullo le impedía demostrar más afecto del que ya había demostrado. Ese día había sido probablemente uno de los mejores de su vida, y todo gracias a aquella pequeña que sin duda de su familia solo tenía el apellido.
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