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Líbranos del mal, amén. [En construcción] Empty Líbranos del mal, amén. [En construcción] {Jue 21 Mayo 2015 - 17:30}


Poco a poco comenzaba a entrar en escena el limpio y agradable sonido del agua recorriendo cada centímetro de atmósfera y cayendo desesperadamente para acabar chocando contra el asfalto de la ciudad. El tiempo y las condiciones meteorológicas alternaban una descontinua sintonía que ahora rodeaba toda la tierra de Levastos, así como esa capa de nubarrones negros que atajaba la posibilidad de cualquier rayo de sol. El techo de cada una de las ricas y no tan ricas construcciones de la isla era la única posibilidad de refugio, sin embargo los ciudadanos habían acontecido la idea de huir y salvar su pellejo de lo que sea que fuera a ocurrir esa noche.

Un muchacho corpulento y de pintas recias cayó de bruces contra el suelo. Corría junto a un grupo de tres chavales uniformados y con cara de pocos amigos que se dirigían a las costas de la isla con la tarea de hacer guardia e informar a sus superiores de cualquier anomalía que pudiera desentonar el lúgubre color del puerto para ese entonces. Uno de los tres muchachos se detuvo un segundo para asegurarse de que su compañero estuviera a punto para reincorporarse y seguir corriendo: – ¡Arriba, Astor! ¡Arriba, arriba! – y a medida que pronunciaba esas palabras iba distanciándose y dejando que la niebla absorbiera su figura por completo. Astor apoyó el cuerpo sobre el antebrazo mientras se levantaba minuciosamente, tomándose su tiempo para escurrir el agua de su indumentaria de recluta. Probablemente fuera la única persona dentro de ese pequeño trozo de tierra que supiera lo que iba a suceder dentro de poco; ya habían pasado seis años y aunque el miedo le ocupara cada célula del cuerpo sólo se limitaba a tratar de asumirlo y esperar con poca ansia ese oportuno reencuentro.

Un estrépito vistió instantáneamente el sonido de la lluvia junto a una abrumadora iluminación blanca proveniente de los límites de la isla. El marine observó la detonación tan inerte como un fallecido, oprimiendo una mirada que no veía más que una batalla estrechándole la mano y seguidamente cubriéndole en un agujero negro del que jamás lograría salir. El humo se elevó hasta perderse entre las nubes y en su lugar aparecieron crecientes signos de llamaradas haciendo de antorcha para quienquiera que estuviera dirigiéndose hacia allí, lo que sin duda equivaldría a una muerte segura. Astor se miró los zapatos con una expresión de abatimiento, después corrió los ojos lentamente hasta las palmas abiertas de sus manos, que sin darse cuenta habían comenzado a temblar. Con veintidós años de vida y un entrenamiento básico de recluta, el muchacho aún no se veía preparado para ningún tipo de enfrentamiento físico de tal calibre, y mucho menos embistiendo esa espaducha con más dueños que años. Era absolutamente consciente de que toda esa situación giraba en torno a un conflicto personal entre lo que él hizo una vez y lo que el Padre Gaara jamás vengó, y eso era algo que jamás escaparía de su consciencia. Sin embargo y en una desesperada tentativa de acabar con ese asunto de una vez por todas, retomó el paso detrás del resto de sus compañeros hasta el puerto, corriendo como si la luz del fuego significara en realidad la salida dentro de un túnel oscuro después de un turbio recorrido.

El fuego envolvía todo el muelle creando un entorno ardiente que se alimentaba del poco oxígeno respirable que quedaba. Todo estaba sumido en llamas, desde la pequeña hilera que formaban las tiendas dando entrada a la isla hasta los barcos encallados en la costa. El único punto a salvo era el centro del fondeadero, ahora ocupado únicamente por la presencia del marine, quien miraba de lado a lado en busca de un ataque o algún tipo de reacción. El muchacho se llevó una mano a la boca sofocado por el humo, en el cual pudo divisar una extraña sombra oculta antes de comenzar a tambalearse. La silueta avanzaba en dirección a él, unos metros más allá. Astor desenvainó su arma nada más distinguir la figura de esa mutación monstruosa y de color rojiza, sin embargo, en cuanto su visión se duplicó y triplicó, cayó de bruces contra el suelo agonizando a causa del aire que le faltaba.

[…]

Los rayos de sol que lograban infiltrarse entre los huecos de la persiana dieron de lleno sobre el rostro del muchacho que al poco tiempo comenzaba a abrir los ojos, molesto por el escozor. Se reincorporó avivadamente una vez los recuerdos volvieron a su lugar, dejando caer el paño de agua que momentos antes estaría cubriéndole la frente. Observó cada rincón de la habitación en la que se encontraba rebuscando una y otra vez dentro de su cabeza algún tipo de laguna que pudiera darle respuesta a sus preguntas. Se había despertado completamente desnudo y tapado con una manta gruesa ahora desecha por la parte superior; no tenía su espada y tampoco su uniforme. En un desesperado intento de volver en el tiempo o, al menos de tranquilizar la impotencia, golpeó el suelo con el puño hasta hacer temblar el cubo de agua hallado a un metro de la cama. La única puerta de la habitación se deslizó dejando hueco al eco que producían las pisadas descalzas de quienquiera que estuviera acercándose, y no se trataba de una sorpresa. El individuo traía una bandeja pequeña con dos vasos de té humeantes y un bol con pastas. Se sentó sobre sus rodillas a la par que apoyaba el recipiente de madera sobre el suelo, dominando al muchacho en un solo vistazo, quien en un deje de superación volteó el rostro y, después de seis años, la inexistente acústica de sus miradas volvió a encontrarse. Astor lo observó durante unos segundos mirando como un ciego que busca el negro dentro de esa habitación blanca. Su pupila recorrió cada centímetro de tez roja y mansa, observando las dimensiones del rostro, similares a las de un oso. Tenía los ojos bañados en sangre y el iris negro como el del caparazón de un escarabajo. Sonreía sin mostrar los dientes, sólo luciendo unos anchos labios tan pigmentados como el resto del semblante. De la cabeza le emergían dos astas rojas y grandes que casi rozaban la lámpara del techo. Un escalofrío visitó el cuerpo de Astor que poco a poco empezaba a encontrar respuestas; por primera vez podía ver lo que el diablo era capaz de hacer con el hombre.
– Buenos días, Astor.

Él no respondió. En cambio se limitó a disfrutar del consiguiente silencio que se produjo en la habitación durante sólo unos instantes. El hombre que acababa de dirigirse a él se mostraba bastante más tranquilo desde la última vez que hablaron, sin embargo mantenía su autoridad como si se tratara de un hijo.

– ¿Té? – Sin esperar una respuesta se llevó uno de los vasos a la boca y sorbió un trago disfrutando de ello como siempre. Té y pastas. Un clásico dentro del barco de los piratas de Davion – No estés intranquilo, después de todo sabes lo que va a pasar ahora –  Dejó el vaso sobre la bandeja  y se aclaró la garganta toscamente tras una pequeña risilla burlona– . Robaste a tu familia. Me robaste a mí, Astor. Y recuperar lo perdido es tan fácil como privarte de tu vida, pero eso no me corresponde a mí. Sin embargo… –  buscó la mano de Astor y sobre ella colocó la suya –, sin embargo has de redimirte y éste es el momento. Confiésame tus pecados.

Astor observaba las espinas negras suerpuestas a la tez roja formando líneas sobre los dedos del Padre Gaara, notando un tejido agrietado y rugoso. Después ascendió el rostro encontrándose con el del pirata que debería estar arrestando en ese momento: – No, Padre, usted me dio la piedra. Usted me dijo que debía matarle. ¿Qué era, una prueba de valor? – Astor tragó saliva a la par que se le formaba un nudo en la garganta – Él era…, él era un hombre honrado.
– Tu padre era cirujano y usó sus dotes en un acto de violencia envenenando a muchos de los nuestros. Tu padre pecó y tú le diste la salvación.

El muchacho se limpió las lágrimas de los ojos con los dedos.
– Trataba de sobrevivir.
– Él asesinó a inocentes sin ninguna potestad, Astor. Perdías junto a él. Perdiste sin mí. Ahora yo soy tu único padre.

El pasado del pecador y del profeta enfermo se fundieron en una mirada anegada en lágrimas que duró sólo unos instantes. Astor comprendió cada una de las palabras del Padre Gaara tomándoselas como una manipulación de los hechos. No se trataría más que de dos jugadas completamente iguales pero con distinto fin. El Padre quería alejar a Astor de cualquier vínculo sentimental que aún mantuviera con la Marina y convertirlo en su mano derecha dentro de la tripulación, mientras que Astor sólo buscaba romper ese hilo que aún lo ataba a su pasado dentro del barco de los piratas de Davion. Y como un padre jamás termina de preparar a su hijo de cara al mundo, Astor aceptaría con gusto reiniciar el adiestramiento que interrumpió con quince años al dejar atrás esa etapa de su vida.

El Padre Gaara insistió bastante en dejar atrás todo lo que tuviera que ver con la Akuma No Mi para entonces, pues tenía más repertorio preparado para él. Ese día lo dejó solo en la habitación con la idea de que descansara, sin embargo y como era de esperar, no pudo pegar ojo en toda la noche y los acontecimientos se precipitaron para ambos. Para la madrugada ya estaba vestido y esperando la llegada de su instructor, que sin demasiados preámbulos lo había citado en un arroyo situado a bastantes metros de la pequeña casita. Caminaba observando el verde pálido que vestía absolutamente toda la explanada que henchía la isla y los nubarrones grises que revestían grotescamente el cielo en señal de una cercana llovizna.

La figura de un hombre se movía más allá de los arbustos acercándose al lugar donde Astor esperaba pacientemente. La niebla fue descubriendo poco a poco lo que pasó de ser una mancha negra a una silueta y más tarde el cuerpo completo y definido del anciano. Vestía una túnica blanca y portaba con él un bastón de metro y medio con una gran espiral en la parte del mango. La tez color bermellón de su rostro era lo único que hacía desentonar la lúgubre paleta de colores del entorno, sin duda un rostro digno de espectáculo.

Sus miradas se cruzaron. Astor miró a través de los ojos del Padre Gaara; el iris le resultaba cada vez más oscuro dentro de ese círculo rojo carente de pestañas, un agujero negro que no revelaba más que el propósito de una madrugada que dentro de poco se llenaría de gritos y alaridos.
–  Desnúdate el torso. Tira tus armas.

Astor lo hizo. Dejó caer las vendas que había enrollado sobre sus nudillos y abdomen y más tarde apoyó la espada sobre la pared de rocas del arroyo. La mirada del ente rojo le perseguía a través de la senda, analizando cada uno de sus movimientos. Se paró en seco delante de él y durante unos instantes dio la sensación de que el tiempo se había detenido. Dos golpes al suelo provenientes del bastón del hombre retumbaron haciendo eco y levantando el vuelo de una gran cantidad de aves que momentos antes descansaban sobre las copas de los árboles. El silencio volvió a ocupar la pequeña llanura del arroyo durante un par de segundos, y seguidamente se oyó con ganas un rugido de entre los huecos del interior del follaje. El marine frunció el ceño suponiendo lo que pasaría a continuación; el Padre le había preparado a un animal para comenzar sus entrenamientos, sin embargo… ¿lucharía desnudo?

Los pasos del animal silbaban junto a los oídos del muchacho de forma grotesca, con la absurda intención de darse a notar entre los dos individuos. Los ojos de Astor recubrieron cada tramo del lugar hasta donde la bruma le permitía; el manto de niebla bailaba rodeándolos sobre el límite de ese frondoso bosque haciendo imposible la visualización más allá de ella. Dejó caer de su frente una gota de sudor frío. Había oído la presencia del animal, sus rugidos y sus pasos…, pero nada más desde hacía un buen rato. Él se mantuvo inerte en la misma posición. El frío de la madrugada le resultaba increíblemente notorio, como si la corriente fuera capaz de atravesarle el cuerpo y entumecer por completo su interior. Los pensamientos cruzaban la cabeza de Astor como tratándose de flechas cazadoras ocupando todo el paisaje; la espada que acababa de dejar apoyada sobre la piedra, la piel desnuda, el bastón de su maestro, los rugidos del animal… Y después de eso dio la sensación de que todo ocurrió en un solo segundo.

Astor movió los dedos de los pies -que descansaban descalzos sobre la tierra virgen- en un absurdo intento de apartar la idea de quedarse congelado, sin embargo sólo sirvió como distracción en un momento en el que tendría que haber dejado todos sus sentidos puestos sobre la neblina. Una bestia de cuatro patas salió disparada del interior del bosque para lanzarse directamente sobre el cuerpo del marine, que cayó de espaldas al suelo. En un acto de inercia, Astor colocó una de las manos sobre el hocico del animal para mantenerlo cerrado al mismo tiempo que apartaba su pecho con la otra. Notó el grosor gélido de su piel y también el gran pelaje gris y banco que portaba, cubierto de pequeños cristales de hielo que colgaban de las puntas de varios mechones de pelo.

El lobo movió el rostro de lado a lado con la intención de zafarse de la mano del muchacho, sin embargo éste rodó rápidamente sobre el suelo con la intención de colocarse sobre el cuerpo de la bestia y dejar que fuera dominada. Apartó de su pecho la mano con la que antes evitaba mayor contacto físico para golpearle la mandíbula repetidas veces, mientras le levantaba el semblante con la intención de que el ataque resultara más cómodo y seguro para él. El animal gimoteaba bocarriba moviendo las patas al vacío como si se tratara de un gato sometido por un par de gamberros. El quinto golpe fue en el pecho, y para entonces la bestia ya se movía con más brutalidad. Acercó una de sus garras delanteras a la espalda del muchacho y vistió en ella tres tajos de color escarlata. Astor profirió un grito que recorrió cada centímetro de la llanura y más allá del bosque. Apartó el brazo de su rostro e inmediatamente el animal lo empujó hacia atrás, reincorporándose. No esperó demasiado para acercarse nuevamente a Astor a la par que él se alejaba reptando bocarriba con ambos antebrazos. Intentó ganar tiempo todo lo que el cuerpo le permitió, sin embargo el siguiente ataque ya estaba acechándole. El lobo se le abalanzó con impaciencia dirigiéndose directamente al hombro, que nuevamente volvió a rasgar, esta vez más superficialmente. Astor ya se había reincorporado para entonces y al mismo tiempo estaba colocando entre ambos un margen de espacio de unos cinco metros. Analizó su situación con algo de impaciencia: estaba lidiando un enfrentamiento  contra una bestia con garras y colmillos sin protección o defensa alguna, y después de lo que acababa de suceder estaba claro que seguir esquivando sus golpes resultaba excesivamente absurdo. Así sólo lograría cansarse. Astor buscó de un vistazo la figura del Padre, que descansaba de pie a una esquina del terreno: – ¡¿Qué es lo que pretende con esto?!

Se oyó un suspiro y seguidamente el sonido del bastón golpeando una vez el suelo. El animal soltó un largo gruñido y apoyó el trasero sobre la hierba.
– Estás acorralado, Astor. No tienes armas y tampoco funcionaría un cuerpo a cuerpo.
– Necesito pensar.
– El tiempo no corre a tu favor – pronunció esas palabras en una sinfonía ronca y a la vez perfectamente entendible. El bastón volvió a sonar dos veces y la bestia se reincorporó enseñándole a Astor el amarillo de su dentadura. Aún le quedaban energías para seguir intentando zafarse de él, y tal vez sólo necesitara cansarle. Poniendo en marcha una idea completamente suicida, levantó uno de los pies y dio un paso en adelante. El animal, sintiéndose arremetido, corrió hacia el hombre llevándose su cuerpo por delante y estampándolo contra la pared de piedra a unos metros de la cascada. El ataque golpeó violentamente la espalda del muchacho, que en un gimoteo volvió a ponerse de pie tambaleante.

Sentía la mirada del Padre pegada a él todo el tiempo, algo que le hacía verse absolutamente ridículo. El maestro había puesto en él unas expectativas relativamente altas enfrentándolo a esa bestia, y en cambio él… ¿Qué estaba sucediendo? Quería con todas sus fuerzas acabar ese entrenamiento satisfactoriamente, pero aún no llegaba a comprender el medio con el que lo lograría. Fatigar al animal, esa era la idea. Y aunque tuviera que acabar hecho bolsa. Abortar era un concepto inconcebible, así que más le valía presionar y forzar su aguante hasta el final.
El lobo sacudió la cabeza y nuevamente se dirigió a él galopando como un caballo, sediento de ganas de llegar a su esqueleto. Mordió el brazo del muchacho y tiró de él lanzándolo unos metros más allá. Las siguientes agresiones fueron similares a las últimas, como si el animal no estuviera entrenado para matar. Se limitaba a golpearlo una y otra vez contra el suelo, los troncos de los árboles y la pared de piedra. Alguna que otra vez le abría brechas sobre la piel cuando él intentaba defenderse o escapar del ataque en un desesperado intento de seguir en pie algo más de tiempo. Desde hacía un par de horas el bosque se había convertido en un circo donde su sangre y sobre todo su dignidad desfilaban en un espectáculo a ojos del Padre Gaara. Y por ello la presión le recorría el cuerpo. Si no lograba pasar esa prueba sólo estaría firmando su sentencia de muerte segura. El Padre estaba perdiendo su tiempo en entrenarle para utilizarlo como peón en un tiempo futuro, y si Astor no conseguía satisfacerle…

Astor se levantó del suelo. Su cuerpo oscilaba de lado a lado intentando mantener el equilibro. La hinchazón de los párpados le impedía ver claramente algo más allá de una pequeña franja, y sin embargo corroboró la posición del animal según el sonido de su profunda y continua respiración. Se limpió algunos restos de sangre que le coloreaban el rostro y seguidamente se dirigió al animal. Sus ojos se encontraron en una señal de complicidad por primera vez en todo ese tiempo.
– Una vez más…

Astor invitó al animal a atacarle por centésima vez. No podía moverse a penas por lo que no esperaba esquivarlo, y tampoco contrarrestarlo. Un atisbo de ardor y energía cubrieron los tejidos de la tez del marine, que por inercia le llevaron a continuar intentando una primera victoria. Escuchó los pasos del animal acercarse a él y, sin posibilidad de observarle, previó una embestida en su abdomen. Su mente se quedó en blanco. Su posición se quedó inerte. Y antes de que pudiera darse cuenta, la cabeza del lobo había chocado contra su cuerpo obligándole a retroceder unos cuantos pasos. El animal gimió, sacudió la cabeza, y nuevamente volvió a intentar herirle repetidas veces, sin embargo era tan inútil como golpearse la cabeza contra la pared. Astor imploraba continuos quejidos cada vez que veía al lobo aproximarse a él, pero sin duda no se trataba de una expresión de temor; había recuperado la confianza aún sin entender lo que estaba sucediendo. Avanzó ciegamente unos cuantos pasos hacia el animal, que cabizbajo clamaba una derrota sin ir más allá del agrio final que le esperaba. Se movió baldíamente hacia la derecha unos segundos antes de que el marine hubiera marcado la distancia a la que se enfrentaría a él, sin embargo y para desgracia de la fiera, Astor denotó su presencia a tiempo y estiró el brazo para agarrar con fuerza la piel de su lomo. Después de eso sólo tuvo que golpear varias veces a la bestia hasta que ésta hubiera quedado rendida. Durante esos minutos el marine había actuado sin pensar, sin recapacitar un solo movimiento. Sus pies y sus manos le habían dirigido hacia el camino correcto… Su propia fe acababa de cerrar un capítulo de su historia.

Celebró su éxito dejando descansar los ojos durante un par de segundos, después se alejó del animal y se arrodilló junto al arroyo de agua congelada, donde se lavó el rostro de restos de sangre. Tenía las manos rígidas y más gruesas de lo normal, pero no era a causa de hematomas o cosas por el estilo… El color rojo verdoso que debía estar ocupando su tez había mutado a un grisáceo oscuro. Astor se frotó ambas manos, comprobando que el volumen de la piel que le recubría las extremidades hasta las muñecas se había contorneado alrededor de un centímetro, y sin duda no se trataba del mismo material que su Akuma No Mi producía. ¿Era posible? Había visto esa habilidad en otras personas antes; grandes revolucionarios, marines de gran talento, pero… ¿él? Dio media vuelta para encontrarse con su maestro. El rostro demoníaco del Padre Gaara seguía en el mismo lugar, inerte, indiferente con todo lo que acababa de suceder, como si fuera a consumirse dentro de poco y no pudiera hacer nada para evitarlo. Astor se levantó del suelo colocando una mueca de aflicción y durante unos segundos se dedicó a esperar que, una vez más, el Padre clavara los ojos como flechas sobre los suyos en señal de que todo había salido estupendamente, sin embargo los mantuvo sobre la seca hojarasca que cubría la llanura. El lobo se levantó vagamente para colocarse detrás de la figura de su amo, donde agachó la cabeza y soltó un tétrico aullido de rendición. La mano del Padre Gaara se elevó para acariciar su lomo y seguidamente se paró en seco sobre su propio pecho. Una voz vieja y ronca que en un principio se dirigía al animal fue elevándose finalizando un susurro que los oídos de Astor no lograron comprender, sin embargo continuó a la espera porque después de todo él no era el más interesado de ambos en estar allí.
– ¿Qué quieres de mí?

El anciano de rasgos pérfidos pronunció esas palabras arrastrando levemente las interrogaciones, sonando como si quisiera venderle los entrenamientos a cambio de algo más sólido que su lealtad en una frase tan barata como su anhelo.
– No quiero nada de usted. Solo quiero seguir el camino que Dios me ha encomendado.
– Y entonces, ¿por qué estás aquí?
– Porque usted es mi antorcha, padre. No podría ver el camino sin ella. Incluso, aun no veo qué hay más allá de la luz que el fuego produce.
– Veo la mentira en tu rostro.
– ¿Por qué le mentiría?
– Porque aún no puedes matarme. Porque tienes miedo y quieres esconderte hasta encontrar la manera.
– ‘’El señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El señor es el baluarte de mi vida, ¿de quién me asustaré?’’

Astor había meditado esa respuesta durante un instante; instante en el cual los recuerdos de sus noches en el barco de los Piratas de Davion se vieron reflectados en una película de imágenes borrosas, y después de poner en su boca las palabras que el Padre Gaara no había dejado de repetirle, los ojos de ambos hombres cruzaron una larga y dura mirada por primera vez desde que la bestia había renegado de la victoria. Desde siempre, sus nervios de acero le habían otorgado una pared que envolvía cualquier tipo de sentimiento hacia el público, un manto que no le permitía mostrarse más allá de lo que aparentaba ser, pero esa vez era diferente.  Astor se perdió dentro de esa oscura habitación en la que descansaba siempre la mirada de su maestro, pero esta vez abriendo las cortinas y dejando que la luz evadiera cada centímetro de ella. La agresión mental que antes interpretaba con un solo vistazo se había convertido en un simple ademán de complicidad. Después de eso Astor dudó rotundamente la posibilidad de llegar a ver algo más allá. Comprendió que durante todos esos años El Padre solo había estado esperándole sin la intención de saciar su sed con otro discípulo, y según sus formas estaba decidido a descargar lo que llevaba acumulando tanto tiempo con ese muchacho, pero la actitud sumisa de Astor no aguantaría tanto como él planeaba. Acababa de caérsele algo que había hecho que Gaara sospechara de él hasta el punto de desconfiar de su fe, ¿qué le esperaba si pasaba de nuevo?
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