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Al fin había logrado llegar a Arabasta. Mi querido hogar. Hacía años que no lo visitaba. Tenía mucha nostalgia del calor y la arena del desierto. Llevaba un largo tiempo queriendo volver al reino y sentir el sol sobre mi piel y cálido viento rozando mi piel. Estaba en el puerto del reino desembarcando del largo viaje que había tenido. Estaba cansada por culpa del trayecto y lo único que me interesaba era entrar a la mansión y descansar un poco. Recogí mis cosas y salí del puerto en dirección hacia el centro. En cuestión de minutos llegué a la casa y los sirvientes me abrieron rápidamente, se les veía contentos de verme y tampoco tendría ningún problema en quedarme pues mi padre estaba de viaje, como siempre... Estaba acostumbrada a escuchar esa frase que aprendí a crecer sin él. Nunca tuve un sentimiento familiar durante mi adolescencia tan solo el de mi madre en la infancia.
Finalmente llegué a mi cuarto y deposité mis cosas sobre la cama. Me recosté sobre ella y me quedé mirando al techo pensando en todo lo que me había ocurrido este tiempo. Debajo de mi llevaba la capa marrón de Akagami. La miré y la apreté fuertemente. Suspiré resignada y cerré los ojos. ¿Por qué es todo tan difícil? ¿Acaso no hay nada sencillo en esta vida? Tras esas preguntas me quedé dormida un buen rato.
Al cabo de un rato desperté. El sol todavía seguía en lo alto y brillaba con fuerza. Me desperecé y salí de la cama. Tocaba ir a dar una vuelta por las calles de Nanohana. Cuando iba a salir de la habitación vi la capa sobre la cama. Me la había quitado y por poco me olvidaba de ella. La cogí de nuevo y la até. Nunca me separaba de ella. En cierto modo estaba tranquila al tenerla a mi lado, me hacía sentir segura.
Salí de la mansión y paseé por las calles observando lo que había. Puestos de comida y objetos variados sin fin. La gente paseaba tranquilamente algo que hacía reflejar que se respiraba paz en el reino. Solo me quedaba saber que encontraría en este día o si a lo mejor era una rutina como siempre. Viajar sola era muy aburrido. En ese momento algo saltó sobre mi hombro. - ¡Cosquillas! - No tenía ni idea de como había llegado hasta aquí. Sonreí, lo acaricié y seguí caminando.
Finalmente llegué a mi cuarto y deposité mis cosas sobre la cama. Me recosté sobre ella y me quedé mirando al techo pensando en todo lo que me había ocurrido este tiempo. Debajo de mi llevaba la capa marrón de Akagami. La miré y la apreté fuertemente. Suspiré resignada y cerré los ojos. ¿Por qué es todo tan difícil? ¿Acaso no hay nada sencillo en esta vida? Tras esas preguntas me quedé dormida un buen rato.
Al cabo de un rato desperté. El sol todavía seguía en lo alto y brillaba con fuerza. Me desperecé y salí de la cama. Tocaba ir a dar una vuelta por las calles de Nanohana. Cuando iba a salir de la habitación vi la capa sobre la cama. Me la había quitado y por poco me olvidaba de ella. La cogí de nuevo y la até. Nunca me separaba de ella. En cierto modo estaba tranquila al tenerla a mi lado, me hacía sentir segura.
Salí de la mansión y paseé por las calles observando lo que había. Puestos de comida y objetos variados sin fin. La gente paseaba tranquilamente algo que hacía reflejar que se respiraba paz en el reino. Solo me quedaba saber que encontraría en este día o si a lo mejor era una rutina como siempre. Viajar sola era muy aburrido. En ese momento algo saltó sobre mi hombro. - ¡Cosquillas! - No tenía ni idea de como había llegado hasta aquí. Sonreí, lo acaricié y seguí caminando.
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La cálida brisa de las aguas adyacentes a la isla de los desiertos golpeó su rostro como agua templada al levantarse, despejando al pelirrojo que aún permanecía ligeramente somnoliento pese a que estaban bastante cerca del mediodía. Habían transcurrido alrededor de dos semanas de trayecto, el cual se había visto amenizado por la presencia de aquél extraño polizón que se coló en su barco tras el incidente con el iceberg... Un tipo un tanto raro. En cualquier caso, habían logrado llegar a Arabasta sin muchas complicaciones y acababan de avistar tierra. Dio un par de indicaciones a sus compañeros mientras le dejaba el timón a Lanxerot, señalándole el lugar hacia el que debía de dirigir el barco. Era extraño que, pese a ser uno de los miembros más inestables, probablemente se trataba de uno entre los que más confiaba. No quería decir con esto que no se fiase de los demás, pero sabía que si se veían en problemas sería de los más capacitados para responder ante situaciones límite. Tampoco era muy difícil, teniendo en cuenta que tanto Naram como Nagato y Rito eran bastante conflictivos...
Tras lo que debió de ser una media hora, por fin atracaron en puerto. Prácticamente desde que vieron la isla habían podido notar el cálido clima, el cual resultó ser bastante agradable para el joven capitán de Red Demons. Saltó desde cubierta hasta las tablones de los muelles, flexionando ligeramente las piernas al caer. El resto se tomó su tiempo en bajar y preparar las cosas para que todo permaneciese en su sitio. Les dejó el día libre para que se moviesen a su gusto, advirtiéndoles de que no causasen demasiados problemas pese a saber que aquello sería inútil. "Siempre acaban haciéndolo" pensó mientras suspiraba y se disponía a realizar la visita por su propia cuenta. Volverían a reunirse a la tarde del día siguiente frente al navío. Mientras recorría las calles de la ciudad, de nombre Nanohana, no pudo evitar que multitud de recuerdos asaltaran su mente, en especial de la pelirroja que había logrado hacerse dueña de su corazón. "Yoko... Me pregunto cómo le irá. Espero que esté bien." Una ligera sonrisa se le dibujó en el rostro mientras recordaba el día en el que la conoció. Sí, sin duda estaba bien. Aún debía cumplir su promesa de mostrarle aquella isla... Y él debía cumplir la suya de llevarla a volar.
- Y sé que ninguno de los dos romperemos nuestras promesas -susurró para sí mismo mientras observaba la multitud de tiendas y puestos de la zona, en los cuales se vendían toda clase de productos que el pelirrojo ni siquiera sabía para qué servían.
Sin embargo, había algo que quería hacer antes de proseguir con su visita por la ciudad. Observó los edificios de las calles mientras caminaba, buscando una que no estuviese demasiado transitada. Tras un par de esquinas más abajo y algunos cruces más a la derecha llegó hasta un pequeño callejón, en el cual la distancia entre ambas paredes no era demasiado alta. "Será mejor que no use las alas, podría llamar mucho la atención si alguien lo viera." Trepó por las paredes ayudándose de cada borde o saliente con el que se topaba, ascendiendo tras unos segundos hasta el tejado de uno de ellos. Fue entonces, desde lo alto del edificio, cuando pudo verlo: el Mar Dorado, también llamado desierto. Era la primera vez que lo veía y, pese a haber escuchado relatos sobre este, no tenía palabras para describir lo que estaba viendo. Era inmenso... Y pensar que todo aquello que estaba observando era arena... Permaneció en el lugar un buen rato, sentado en el borde del tejado mientras observaba a la gente de las calles principales paseando y comprando en los diferentes puestos. No recordaba haber estado en ningún lugar así con anterioridad. Podría llegar a acostumbrarse.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en un sujeto en particular. Cabello largo y rojo, ropajes bastante inusuales para lo que estaba acostumbrado a ver, que mostraban buena parte de las curvas de su cuerpo, una especie de bufanda y, para finalizar, una capa marrón que le era más que familiar y que provocó que en su rostro se dibujase una pequeña sonrisa. "Ha pasado mucho tiempo." Se puso en pie y correteó por los tejados en su dirección, tratando de acercarse lo máximo posible para que pudiera percatarse de su presencia. Algunas personas le gritaron cosas del tipo "estás loco" al verle corretear por esas zonas, pero no le importaba. Realmente, ya nada le importaba. Su corazón latía a cien por hora a cada segundo que estaba más y más cerca de la pelirroja. Una vez se hubo acercado lo suficiente, silbó y alzó su brazo para llamar la atención de la chica, aún sin bajarse del tejado. En cuanto le mirase, le dedicaría una amplia sonrisa y señalaría hacia su izquierda, donde había localizado un sitio más tranquilo y menos transitado. Tras ello saldría corriendo de nuevo por los tejados y la esperaría en el lugar indicado, ya sobre el suelo. El lugar era un pequeño jardín público, que se asemejaba a un oasis y que estaba rodeado por varias viviendas. No había nadie más allí, o al menos el pelirrojo no fue capaz de percibirlo. Se quedó de pie frente a la que supuso sería la entrada por la que llegaría, casi temblando de emoción, cosa que era muy rara en él.
Tras lo que debió de ser una media hora, por fin atracaron en puerto. Prácticamente desde que vieron la isla habían podido notar el cálido clima, el cual resultó ser bastante agradable para el joven capitán de Red Demons. Saltó desde cubierta hasta las tablones de los muelles, flexionando ligeramente las piernas al caer. El resto se tomó su tiempo en bajar y preparar las cosas para que todo permaneciese en su sitio. Les dejó el día libre para que se moviesen a su gusto, advirtiéndoles de que no causasen demasiados problemas pese a saber que aquello sería inútil. "Siempre acaban haciéndolo" pensó mientras suspiraba y se disponía a realizar la visita por su propia cuenta. Volverían a reunirse a la tarde del día siguiente frente al navío. Mientras recorría las calles de la ciudad, de nombre Nanohana, no pudo evitar que multitud de recuerdos asaltaran su mente, en especial de la pelirroja que había logrado hacerse dueña de su corazón. "Yoko... Me pregunto cómo le irá. Espero que esté bien." Una ligera sonrisa se le dibujó en el rostro mientras recordaba el día en el que la conoció. Sí, sin duda estaba bien. Aún debía cumplir su promesa de mostrarle aquella isla... Y él debía cumplir la suya de llevarla a volar.
- Y sé que ninguno de los dos romperemos nuestras promesas -susurró para sí mismo mientras observaba la multitud de tiendas y puestos de la zona, en los cuales se vendían toda clase de productos que el pelirrojo ni siquiera sabía para qué servían.
Sin embargo, había algo que quería hacer antes de proseguir con su visita por la ciudad. Observó los edificios de las calles mientras caminaba, buscando una que no estuviese demasiado transitada. Tras un par de esquinas más abajo y algunos cruces más a la derecha llegó hasta un pequeño callejón, en el cual la distancia entre ambas paredes no era demasiado alta. "Será mejor que no use las alas, podría llamar mucho la atención si alguien lo viera." Trepó por las paredes ayudándose de cada borde o saliente con el que se topaba, ascendiendo tras unos segundos hasta el tejado de uno de ellos. Fue entonces, desde lo alto del edificio, cuando pudo verlo: el Mar Dorado, también llamado desierto. Era la primera vez que lo veía y, pese a haber escuchado relatos sobre este, no tenía palabras para describir lo que estaba viendo. Era inmenso... Y pensar que todo aquello que estaba observando era arena... Permaneció en el lugar un buen rato, sentado en el borde del tejado mientras observaba a la gente de las calles principales paseando y comprando en los diferentes puestos. No recordaba haber estado en ningún lugar así con anterioridad. Podría llegar a acostumbrarse.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en un sujeto en particular. Cabello largo y rojo, ropajes bastante inusuales para lo que estaba acostumbrado a ver, que mostraban buena parte de las curvas de su cuerpo, una especie de bufanda y, para finalizar, una capa marrón que le era más que familiar y que provocó que en su rostro se dibujase una pequeña sonrisa. "Ha pasado mucho tiempo." Se puso en pie y correteó por los tejados en su dirección, tratando de acercarse lo máximo posible para que pudiera percatarse de su presencia. Algunas personas le gritaron cosas del tipo "estás loco" al verle corretear por esas zonas, pero no le importaba. Realmente, ya nada le importaba. Su corazón latía a cien por hora a cada segundo que estaba más y más cerca de la pelirroja. Una vez se hubo acercado lo suficiente, silbó y alzó su brazo para llamar la atención de la chica, aún sin bajarse del tejado. En cuanto le mirase, le dedicaría una amplia sonrisa y señalaría hacia su izquierda, donde había localizado un sitio más tranquilo y menos transitado. Tras ello saldría corriendo de nuevo por los tejados y la esperaría en el lugar indicado, ya sobre el suelo. El lugar era un pequeño jardín público, que se asemejaba a un oasis y que estaba rodeado por varias viviendas. No había nadie más allí, o al menos el pelirrojo no fue capaz de percibirlo. Se quedó de pie frente a la que supuso sería la entrada por la que llegaría, casi temblando de emoción, cosa que era muy rara en él.
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El bullicio de las calles me atosigaba poco a poco. No me sentía cómoda con tanta gente, era una manía que poseía desde pequeña. Me ocurría desde los 4 años cuando el prostíbulo en el que trabajaba mi madre comenzó a quemarse y estaba lleno y no había muchas salidas. Lo recuerdo perfectamente, ver las llamas ante mis ojos me atemorizaron y desde aquel día no estaba cómoda con tanta gente. La soledad era una buena compañía y llevaba viviendo conmigo desde hacía meses. Quedarme sola no era algo que tenía previsto, pero al fin y al cabo era duro sobre todo si se llegaba a estar en problemas. En compañía todo se soluciona antes, en cambio sola... las probabilidades de ganar son nulas.
Seguí caminando ensimismada en mis pensamientos sin prestar atención nada. Tan solo buscaría un lugar en el que estar relajada y que reinase la calma. Pensé en varios sitios, el oasis en donde solo se escuchaba caer el agua de las rocas o la playa, ver las olas chocar contra la arena. Un silbido me distrajo. Miré hacia los lados y luego hacia arriba, pero no vi nada hasta que mi vista se detuvo en un tejado cercano. Un pelirrojo estaba subido en el haciendo un aspaviento con la mano y señalando un lugar. Me quedé dubitativa un buen rato hasta que me di cuenta. Aquellos ojos supieron decirme quien era. Lo había encontrado. Había encontrado a Akagami.
Una sonrisa apareció en mi rostro. Me quedé paralizada al verlo. En cuanto se movió yo comencé a correr para seguirlo. Chocaba contra la gente e ignoraba sus comentarios pues lo único que me importaba era reencontrarme con él. Giré la calle y seguí corriendo lo máximo que pude. Llegué a la entrada de un jardín y allí estaba el, en frente mía. Avancé unos pasos rápidamente y de un salto me abracé a él. Por fin le tenía a mi lado. El silencio nos rodeaba y el sonido de la flora era lo único que nos acompañaba. Estuve tanto tiempo deseando poder verle de nuevo... Que parecía que se había hecho real - Te he echado mucho de menos. Tenía miedo de no volver a verte. - Dije susurrando sin parar de sonreír. Estaba demasiado feliz.
Seguí caminando ensimismada en mis pensamientos sin prestar atención nada. Tan solo buscaría un lugar en el que estar relajada y que reinase la calma. Pensé en varios sitios, el oasis en donde solo se escuchaba caer el agua de las rocas o la playa, ver las olas chocar contra la arena. Un silbido me distrajo. Miré hacia los lados y luego hacia arriba, pero no vi nada hasta que mi vista se detuvo en un tejado cercano. Un pelirrojo estaba subido en el haciendo un aspaviento con la mano y señalando un lugar. Me quedé dubitativa un buen rato hasta que me di cuenta. Aquellos ojos supieron decirme quien era. Lo había encontrado. Había encontrado a Akagami.
Una sonrisa apareció en mi rostro. Me quedé paralizada al verlo. En cuanto se movió yo comencé a correr para seguirlo. Chocaba contra la gente e ignoraba sus comentarios pues lo único que me importaba era reencontrarme con él. Giré la calle y seguí corriendo lo máximo que pude. Llegué a la entrada de un jardín y allí estaba el, en frente mía. Avancé unos pasos rápidamente y de un salto me abracé a él. Por fin le tenía a mi lado. El silencio nos rodeaba y el sonido de la flora era lo único que nos acompañaba. Estuve tanto tiempo deseando poder verle de nuevo... Que parecía que se había hecho real - Te he echado mucho de menos. Tenía miedo de no volver a verte. - Dije susurrando sin parar de sonreír. Estaba demasiado feliz.
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El dragón la rodeó entre sus brazos, abrazándola, pegándola a él lo máximo posible. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que pudo notar esa calidez junto a su cuerpo. La única que era capaz de sentir. No sabría decir cuanto tiempo pasaron así, sin moverse, aunque tampoco le importaba. Por un momento todas sus preocupaciones se habían desvanecido como la Luna en el día y el Sol en la noche. No pudo evitar sonreír mientras escuchaba sus palabras, aún sin querer separarse lo más mínimo de ella, como si pensara que podían apartarla de su lado en cualquier momento. Pero no, no era así, y si lo intentaban lo impediría.
- Yo también te he echado de menos... -susurró como respuesta, abrazándola ligeramente más fuerte- Pensaba que este día nunca llegaría.
Aflojó los brazos y se separó un poco para mirarla. Lo necesitaba. Necesitaba ver aquellos dorados ojos que le habían hipnotizado desde el primer momento en el que la vio. Seguían manteniendo aquel intenso brillo, capaz de iluminar la oscuridad más absoluta. Cualquiera de sus compañeros se extrañaría de verle en aquella situación, tan cercano, abierto y cariñoso con alguien, pues cierto era que no solía comportarse así. Sin embargo, aquella pelirroja era capaz de sacar esa faceta de él y, probablemente, por ello era que la amaba tanto. La única persona que había logrado aquello en sus veintitrés años. Sus manos se deslizaron por sus hombros y cuello hasta llegar a sus mejillas, las cuales rozó con las yemas de los dedos despacio, como si pensase que podría quebrarla al menor descuido... Como quien cuida de la más valiosa joya. No tardaron más sus labios en buscar los de ella, impacientes y sin poder esperar más a volver a sentir aquél dulce y cálido tacto, fundiéndose ambos en un beso que compensaría el tiempo transcurrido desde que se separaron. Se separó tras lo que pudieron ser años convertidos en segundos.
- Me alegra ver que estás bien. Ha pasado mucho tiempo desde que nos separamos. ¿Qué te ha traído a Arabasta? -lo cierto era que tenía muchas cosas que preguntarle y no era capaz de decidirse por cuál empezar. Quería saber todo lo que había vivido mientras estaban alejados el uno del otro, pero decidió que lo mejor sería empezar por lo más simple- ¿Acaso sabías que vendría y has vuelto para cumplir tu promesa? -dijo esto último en broma, mirándola aún a los ojos con una media sonrisa.
- Yo también te he echado de menos... -susurró como respuesta, abrazándola ligeramente más fuerte- Pensaba que este día nunca llegaría.
Aflojó los brazos y se separó un poco para mirarla. Lo necesitaba. Necesitaba ver aquellos dorados ojos que le habían hipnotizado desde el primer momento en el que la vio. Seguían manteniendo aquel intenso brillo, capaz de iluminar la oscuridad más absoluta. Cualquiera de sus compañeros se extrañaría de verle en aquella situación, tan cercano, abierto y cariñoso con alguien, pues cierto era que no solía comportarse así. Sin embargo, aquella pelirroja era capaz de sacar esa faceta de él y, probablemente, por ello era que la amaba tanto. La única persona que había logrado aquello en sus veintitrés años. Sus manos se deslizaron por sus hombros y cuello hasta llegar a sus mejillas, las cuales rozó con las yemas de los dedos despacio, como si pensase que podría quebrarla al menor descuido... Como quien cuida de la más valiosa joya. No tardaron más sus labios en buscar los de ella, impacientes y sin poder esperar más a volver a sentir aquél dulce y cálido tacto, fundiéndose ambos en un beso que compensaría el tiempo transcurrido desde que se separaron. Se separó tras lo que pudieron ser años convertidos en segundos.
- Me alegra ver que estás bien. Ha pasado mucho tiempo desde que nos separamos. ¿Qué te ha traído a Arabasta? -lo cierto era que tenía muchas cosas que preguntarle y no era capaz de decidirse por cuál empezar. Quería saber todo lo que había vivido mientras estaban alejados el uno del otro, pero decidió que lo mejor sería empezar por lo más simple- ¿Acaso sabías que vendría y has vuelto para cumplir tu promesa? -dijo esto último en broma, mirándola aún a los ojos con una media sonrisa.
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Tanto tiempo esperando a poder abrazarle y sentir su calidez que por fin lo había conseguido. No supe cuanto tiempo duró el abrazo, pero no me importaba volver a quedarme así con él. Siempre supe que a su lado no tenía miedo y me sentía protegida, en cambio cuando el ya no estaba veía el mundo caer sobre mí. A quién iba a engañar, siempre presumiendo que podría con todo y era fuerte, pero cuando llegaba el momento de demostrarlo no era capaz. Cada día era más débil y no había nada que me ayudase a levantarme. Cuando me separé de él bajé la vista al suelo y luego la dirigí a sus ojos. Aquellos ojos de dragón que desde el primer momento me habían llamado la atención. Una mirada que desprendía luz e iluminaba todo a mi alrededor cuando le miraba.
Sentí sus cálidas manos sobre mis mejillas y cerré los ojos durante unos segundos para luego mirar sus orbes doradas otra vez. Nuestros labios se fundieron en un dulce beso. Un suave beso que llevaba mucho tiempo esperando a ser encontrado y por fin se había logrado. Sonreí durante el beso pasando las manos sobre sus mejillas hasta dejarlas caer. ¿Cuánto duró? No lo sé, pero pareció haber pasado mucho tiempo aunque quizás fuesen tan solo unos segundos. Suspiré y me separé de él. Escuché sus comentarios y no pude evitar reír por lo último que dijo.
-Bastante tiempo... Quería ver como estaba todo. Sentía nostalgia de mi hogar aunque no sé cuánto tiempo estaré aquí. - Tomé una pausa. - Desde hace semanas viajo sola ya que mi maestro se ha ido por un tiempo y como no tengo ni un objetivo pensé que este sería un buen lugar, y parece que no me equivoqué. ¡Y claro que vine por eso! No olvido las promesas y espero que tu no hayas olvidado la tuya o sino... me pondré triste. - Dije con un tono pícaro. - ¿Y a ti que te ha traído a Arabasta? Por cierto ¿Quieres que te la enseñe? - Pregunté alegremente. Le agarré de la mano y exclamé emocionada. - Podemos ir a ver el desierto o... o... ¡el oasis! ¿Qué te parece?
Sentí sus cálidas manos sobre mis mejillas y cerré los ojos durante unos segundos para luego mirar sus orbes doradas otra vez. Nuestros labios se fundieron en un dulce beso. Un suave beso que llevaba mucho tiempo esperando a ser encontrado y por fin se había logrado. Sonreí durante el beso pasando las manos sobre sus mejillas hasta dejarlas caer. ¿Cuánto duró? No lo sé, pero pareció haber pasado mucho tiempo aunque quizás fuesen tan solo unos segundos. Suspiré y me separé de él. Escuché sus comentarios y no pude evitar reír por lo último que dijo.
-Bastante tiempo... Quería ver como estaba todo. Sentía nostalgia de mi hogar aunque no sé cuánto tiempo estaré aquí. - Tomé una pausa. - Desde hace semanas viajo sola ya que mi maestro se ha ido por un tiempo y como no tengo ni un objetivo pensé que este sería un buen lugar, y parece que no me equivoqué. ¡Y claro que vine por eso! No olvido las promesas y espero que tu no hayas olvidado la tuya o sino... me pondré triste. - Dije con un tono pícaro. - ¿Y a ti que te ha traído a Arabasta? Por cierto ¿Quieres que te la enseñe? - Pregunté alegremente. Le agarré de la mano y exclamé emocionada. - Podemos ir a ver el desierto o... o... ¡el oasis! ¿Qué te parece?
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Escuchó con atención a la pelirroja, queriendo saber cómo le había ido durante todo el tiempo en el que habían estado separados. Mientras lo hacía no separaba su mirada de la de ella ni por un solo instante, casi como si quisiera poder deleitarse con aquella visión durante el máximo tiempo posible antes de que tuvieran que volver a separarse. Su sonrisa se ensanchó cuando le siguió la broma.
- Claro que no me he olvidado de mi promesa. Nunca me olvidaría de algo así... Sobre todo si tiene que ver contigo -se dio cuenta de lo que acababa de soltar y se puso algo nervioso, desviando la mirada- Bueno... Estoy de paso. Necesitábamos algunas provisiones y lo cierto es que tenemos la esperanza de conseguir un barco. Llevamos viajando en uno prestado demasiado tiempo -fue en ese momento en el que se dio cuenta de que no le había llegado a decir que era el capitán de una banda pirata. Decidió disfrutar por el momento al máximo de su compañía y decírselo más tarde. Tenían tiempo. Volvió su mirada a ella- Claro, eso podría ser interesante -dijo sonriendo de nuevo y ruborizándose un poco cuando le cogió de la mano- Su... Supongo que el oasis estará bien para empezar.
Tras esto se dejó guiar por la chica, algo impaciente por ver las maravillas que aquella isla guardaba. También sentía curiosidad por ver cómo sería un oasis autentico, pues aunque sabía que aquel jardín trataba de imitarlo no podía llegar a compararse con uno real. Sin embargo, tampoco le importaba demasiado si podía visitar los lugares más espectaculares de la zona, pues él ya había encontrado a su propia maravilla. Miraba a la pelirroja de reojo cada varios segundos, sin ser capaz de separar su mirada de ella durante mucho tiempo. A veces observaba sus manos entrelazadas, recordando aquella noche bajo el cielo estrellado durante la que se dieron su primer beso. Había pasado tanto tiempo... El pelirrojo se había vuelto mucho más fuerte desde entonces, y su cuerpo ahora estaba surcado por un par de cicatrices más, las cuales permanecían cubiertas bajo su camisa.
- Y... ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? -le preguntó por entablar conversación mientras llegaban, aunque tal vez fuese por escuchar de nuevo aquella dulce e inconfundible voz de la que se quedaba prendido cada vez que escapaba por entre sus labios.
- Claro que no me he olvidado de mi promesa. Nunca me olvidaría de algo así... Sobre todo si tiene que ver contigo -se dio cuenta de lo que acababa de soltar y se puso algo nervioso, desviando la mirada- Bueno... Estoy de paso. Necesitábamos algunas provisiones y lo cierto es que tenemos la esperanza de conseguir un barco. Llevamos viajando en uno prestado demasiado tiempo -fue en ese momento en el que se dio cuenta de que no le había llegado a decir que era el capitán de una banda pirata. Decidió disfrutar por el momento al máximo de su compañía y decírselo más tarde. Tenían tiempo. Volvió su mirada a ella- Claro, eso podría ser interesante -dijo sonriendo de nuevo y ruborizándose un poco cuando le cogió de la mano- Su... Supongo que el oasis estará bien para empezar.
Tras esto se dejó guiar por la chica, algo impaciente por ver las maravillas que aquella isla guardaba. También sentía curiosidad por ver cómo sería un oasis autentico, pues aunque sabía que aquel jardín trataba de imitarlo no podía llegar a compararse con uno real. Sin embargo, tampoco le importaba demasiado si podía visitar los lugares más espectaculares de la zona, pues él ya había encontrado a su propia maravilla. Miraba a la pelirroja de reojo cada varios segundos, sin ser capaz de separar su mirada de ella durante mucho tiempo. A veces observaba sus manos entrelazadas, recordando aquella noche bajo el cielo estrellado durante la que se dieron su primer beso. Había pasado tanto tiempo... El pelirrojo se había vuelto mucho más fuerte desde entonces, y su cuerpo ahora estaba surcado por un par de cicatrices más, las cuales permanecían cubiertas bajo su camisa.
- Y... ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? -le preguntó por entablar conversación mientras llegaban, aunque tal vez fuese por escuchar de nuevo aquella dulce e inconfundible voz de la que se quedaba prendido cada vez que escapaba por entre sus labios.
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¿Llevamos? ¿Con quién estaba viajando? Yo y mi curiosidad por saber con quién iba. La verdad es que no sabía muchas cosas sobre él. Apenas tuvimos tiempo de conocernos bien, pero seguro que en el día de hoy hablando conoceríamos más cosas. Por ahora solo me interesaba pasar el rato con él, lo demás eran simples minucias sin importancia. En cuanto aceptó ir al oasis mi sonrisa se ensanchó.
Mi intención era enseñarle las maravillas que contenía el reino del desierto como manantiales de aguas cristalinas o dunas doradas por la arena y el sol. Salimos del pequeño jardín en dirección al oasis y caminamos un buen rato. Durante el trayecto no pude evitar que nuestras miradas se juntaran, no podían parar de estar atraídas aunque supongo que era normal... desde todo lo ocurrido en el reino de Sakura bajo la nieve hasta ahora. Había pasado mucho tiempo. Al día siguiente pensé que todo había sido un sueño y que no lo volvería a ver, pero parece ser que los sueños sí que se hacen realidad. Le miré de reojo y sonreí, luego giré la cabeza hacia el otro lado y observé lo que había en las calles. Mercaderes gritando que fuesen a sus puestos para comprar y niños jugando felizmente. Su pregunta me despejó de lo que había a mi alrededor.
- Pues... Todavía no lo sé. No tengo un rumbo fijo ahora mismo, desde que viajo sola todo me da un poco igual. Tan solo me quedo el tiempo que necesito aunque... - Tomé una pausa y respiré hondo. - Me gustaría quedarme un buen tiempo. A veces siento nostalgia de haberme ido, de todo lo que cometí aquí. Sin embargo algo me impide asentarme en el reino. Miedo quizás. Miedo a que se repita todo lo malo en mi vida. - Siempre tuve miedo a estar sola en Alabasta por temor a que apareciese Kai y enfrentarme a él aunque por suerte estaba en Yuba y nosotros en Nanohana.- Algún día lo superaré y estaré en calma. - Tras eso terminé de hablar y pasé la mano refrotando un ojo. Vaya, sin querer se me había escapado una lagrimilla aunque esperaba que no se diese de cuenta. -Ya estamos llegando. - Dije sonriendo.
Tras un largo rato por fin conseguí encontrar el oasis. Había sido difícil y hasta me perdí aunque no quise decirle nada a Akagami por temor a que me picase con eso o se burlase después. Además era un poco triste perderme en mi propio hogar natal aunque seguro se dio cuenta. En el oasis no había nadie, los dos solos. El agua era cristalina y pura, las palmeras rodeaban el lugar dando una buena sombra y había un montón de rocas apiladas para sentarse. Un lugar digno de belleza. Tiré de su mano entrelazada con la mía hasta la pila de las rocas y me apoyé en ellas soltándole. - ¿Te gusta? Es un lugar precioso para descansar. - Dije mirándole a sus ojos de dragón. Unos ojos que desde el primer momento en que le vi no pude dejar de mirar. - Y por cierto, todavía no sé mucho sobre ti. ¿A qué te dedicas? - Me puse de pie en las rocas y estiré mi capa. Estas eran bastante grandes así que subida superaba en altura a Aka. - ¡Ahora soy más alta! Y tengo tu capa - Exclamé pícaramente mientras la movía de un lado a otro.
Mi intención era enseñarle las maravillas que contenía el reino del desierto como manantiales de aguas cristalinas o dunas doradas por la arena y el sol. Salimos del pequeño jardín en dirección al oasis y caminamos un buen rato. Durante el trayecto no pude evitar que nuestras miradas se juntaran, no podían parar de estar atraídas aunque supongo que era normal... desde todo lo ocurrido en el reino de Sakura bajo la nieve hasta ahora. Había pasado mucho tiempo. Al día siguiente pensé que todo había sido un sueño y que no lo volvería a ver, pero parece ser que los sueños sí que se hacen realidad. Le miré de reojo y sonreí, luego giré la cabeza hacia el otro lado y observé lo que había en las calles. Mercaderes gritando que fuesen a sus puestos para comprar y niños jugando felizmente. Su pregunta me despejó de lo que había a mi alrededor.
- Pues... Todavía no lo sé. No tengo un rumbo fijo ahora mismo, desde que viajo sola todo me da un poco igual. Tan solo me quedo el tiempo que necesito aunque... - Tomé una pausa y respiré hondo. - Me gustaría quedarme un buen tiempo. A veces siento nostalgia de haberme ido, de todo lo que cometí aquí. Sin embargo algo me impide asentarme en el reino. Miedo quizás. Miedo a que se repita todo lo malo en mi vida. - Siempre tuve miedo a estar sola en Alabasta por temor a que apareciese Kai y enfrentarme a él aunque por suerte estaba en Yuba y nosotros en Nanohana.- Algún día lo superaré y estaré en calma. - Tras eso terminé de hablar y pasé la mano refrotando un ojo. Vaya, sin querer se me había escapado una lagrimilla aunque esperaba que no se diese de cuenta. -Ya estamos llegando. - Dije sonriendo.
Tras un largo rato por fin conseguí encontrar el oasis. Había sido difícil y hasta me perdí aunque no quise decirle nada a Akagami por temor a que me picase con eso o se burlase después. Además era un poco triste perderme en mi propio hogar natal aunque seguro se dio cuenta. En el oasis no había nadie, los dos solos. El agua era cristalina y pura, las palmeras rodeaban el lugar dando una buena sombra y había un montón de rocas apiladas para sentarse. Un lugar digno de belleza. Tiré de su mano entrelazada con la mía hasta la pila de las rocas y me apoyé en ellas soltándole. - ¿Te gusta? Es un lugar precioso para descansar. - Dije mirándole a sus ojos de dragón. Unos ojos que desde el primer momento en que le vi no pude dejar de mirar. - Y por cierto, todavía no sé mucho sobre ti. ¿A qué te dedicas? - Me puse de pie en las rocas y estiré mi capa. Estas eran bastante grandes así que subida superaba en altura a Aka. - ¡Ahora soy más alta! Y tengo tu capa - Exclamé pícaramente mientras la movía de un lado a otro.
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Ambos caminaron tranquilamente por las transitadas calles de Nanohana, como si se tratase del paseo de una pareja normal, lo cual era algo ajeno a ellos. Un pirata y una cazadora... ¿Acaso podía existir una relación tan dispar? Cierto era que al pelirrojo no le agradaban los cazarrecompensas. Tenía una visión muy negativa de ellos, viéndoles como simples perros movidos por el dinero, sin principios ni remordimientos. Sin embargo, la pelirroja había logrado demostrarle desde el primer momento que no todos eran así y que ella era el ejemplo claro de esto. Su visión sobre ellos no había cambiado, pero aceptaba su condición sin darle demasiada importancia. La pregunta que rondaba su cabeza en ese momento era: ¿aceptaría ella de la misma forma que fuese un pirata? Sentía la misma preocupación que le había invadido cuando le mostró sus poderes, aunque aquella vez la situación era muy distinta.
Mientras caminaban el pelirrojo pudo observar a las distintas gentes que habitaban allí. De por sí le había llamado la atención los extraños ropajes, de los cuales no entendía su utilidad. ¿De qué servía ir tan cubierto en medio de un desierto? ¿Acaso aquello no les daría más calor? Los niños correteaban por las calles, llegando algunos de ellos a tropezar y casi chocar con la pareja. Akagami trataba de contenerse, aunque en su expresión se podía notar claramente que no le agradaban los críos, menos aún si eran tan revoltosos. Mientras esto ocurría escuchaba con atención a Yoko, tratando de comprender qué clase de problemas podría tener la isla. Deseaba indagar más en el tema pero, sabiendo que podría ser algo bastante incómodo para ella, se contuvo. Miró al frente cuando le avisó de que faltaba poco para llegar, y sus ojos jamás pudieron verse más abiertos que en ese preciso instante. ¿Acaso se encontraba en el paraíso? Nunca antes su mirada había podido deleitarse con tal visión. Aguas cristalinas, rodeadas de exótica vegetación en medio de un mar de arena. Casi parecía obra de alguna clase de Dios pese a no creer en ese tipo de supersticiones. Se quedó al lado de la pelirroja, sin ser capaz de apartar la vista.
- Es... Es increíble -balbuceó mientras una ligera sonrisa adornaba su expresión, volviendo tras unos segundos su mirada a ella- No me habría imaginado nunca que podría existir algo así en un lugar como este.
Volvió a recorrer el lugar con la mirada, aún algo incrédulo y sin saber si aquello se trataba de uno de esos famosos espejismos que surgían ante las atónitas miradas de los viajeros de las dunas o si realmente era real. Sin embargo, su atención volvió a ser captada por la chica que, como temía, había realizado aquella pregunta que tanto miedo le daba. Pudo sentir cómo le daba un vuelco el corazón así como que su pulso se aceleraba. ¿Sería el momento de contárselo? ¿Cómo reaccionaría al enterarse? Multitud de dudas asaltaron su mente mientras la chica comenzaba a subirse a un pequeño montículo rocoso, con una sonrisa pícara. Sus preocupaciones se desvanecieron y no pudo evitar reírse ante los juegos de la pelirroja, acercándose un poco hasta ella.
- Sí, ya veo que aún la conservas -comenzó mientras la miraba desde abajo- Y me hace muy feliz que sea así. Pero hay algo en lo que no estoy de acuerdo -su sonrisa se ensanchó y, tras asegurarse de que no había nadie que pudiera verles, dos doradas alas brotaron de su espalda al tiempo que se alzaba del suelo, situándose a poco más de medio metro sobre ella- ¿Quién es más alto ahora? -le preguntó mientras le mostraba su resplandeciente sonrisa, con los dientes algo más afilados de lo normal. Segundos después descendió, colocándose a su lado sobre las rocas e hizo desvanecer sus alas. No podía atrasar más aquello. Debía asumir lo que fuese a ocurrir a continuación- Me has preguntado mi oficio... Y la verdad es que no sé muy bien cómo vas a reaccionar cuando lo sepas -empezó, tomando sus manos entre las de él- Pero supongo que no puedo mantenerlo oculto siempre. Debes saberlo -su mirada se posó sobre la de ella, tomándose un momento para pensar- Los primeros recuerdos que tengo son con los grilletes aprisionando mis muñecas. He sido esclavo y esa situación duró hasta hace escasos años. Un gladiador para el uso y disfrute de las familias adineradas. Conocí una chica durante mi cautiverio, llamada Anna, a la cual estoy buscando aún para rescatarla de la esclavitud. Tras mi fuga conocí a su hermano, el cual era un pirata, y me uní a él para aunar fuerzas en su búsqueda. Hace algunos meses que murió... Precisamente en la misma isla en la que nos conocimos. "Pelirrojo" y "Ojos de Dragón" no son los únicos apodos que tengo. Soy el Legado del Demonio... Soy el Capitán de una banda pirata.
Concluyó su discurso y soltó sus manos, separándose un poco mirándola con seriedad y preocupación, tratando de captar las emociones que podría estar sintiendo en aquel instante. Se hizo el silencio, un silencio incómodo que pareció ser acompañado por el escenario, siendo el único sonido audible el chapoteo del agua mientras algún animal trataba de apaciguar su sed. Tragó saliva y apretó los puños, nervioso y atemorizado al mismo tiempo. ¿Cuál sería su respuesta ante aquello?
Mientras caminaban el pelirrojo pudo observar a las distintas gentes que habitaban allí. De por sí le había llamado la atención los extraños ropajes, de los cuales no entendía su utilidad. ¿De qué servía ir tan cubierto en medio de un desierto? ¿Acaso aquello no les daría más calor? Los niños correteaban por las calles, llegando algunos de ellos a tropezar y casi chocar con la pareja. Akagami trataba de contenerse, aunque en su expresión se podía notar claramente que no le agradaban los críos, menos aún si eran tan revoltosos. Mientras esto ocurría escuchaba con atención a Yoko, tratando de comprender qué clase de problemas podría tener la isla. Deseaba indagar más en el tema pero, sabiendo que podría ser algo bastante incómodo para ella, se contuvo. Miró al frente cuando le avisó de que faltaba poco para llegar, y sus ojos jamás pudieron verse más abiertos que en ese preciso instante. ¿Acaso se encontraba en el paraíso? Nunca antes su mirada había podido deleitarse con tal visión. Aguas cristalinas, rodeadas de exótica vegetación en medio de un mar de arena. Casi parecía obra de alguna clase de Dios pese a no creer en ese tipo de supersticiones. Se quedó al lado de la pelirroja, sin ser capaz de apartar la vista.
- Es... Es increíble -balbuceó mientras una ligera sonrisa adornaba su expresión, volviendo tras unos segundos su mirada a ella- No me habría imaginado nunca que podría existir algo así en un lugar como este.
Volvió a recorrer el lugar con la mirada, aún algo incrédulo y sin saber si aquello se trataba de uno de esos famosos espejismos que surgían ante las atónitas miradas de los viajeros de las dunas o si realmente era real. Sin embargo, su atención volvió a ser captada por la chica que, como temía, había realizado aquella pregunta que tanto miedo le daba. Pudo sentir cómo le daba un vuelco el corazón así como que su pulso se aceleraba. ¿Sería el momento de contárselo? ¿Cómo reaccionaría al enterarse? Multitud de dudas asaltaron su mente mientras la chica comenzaba a subirse a un pequeño montículo rocoso, con una sonrisa pícara. Sus preocupaciones se desvanecieron y no pudo evitar reírse ante los juegos de la pelirroja, acercándose un poco hasta ella.
- Sí, ya veo que aún la conservas -comenzó mientras la miraba desde abajo- Y me hace muy feliz que sea así. Pero hay algo en lo que no estoy de acuerdo -su sonrisa se ensanchó y, tras asegurarse de que no había nadie que pudiera verles, dos doradas alas brotaron de su espalda al tiempo que se alzaba del suelo, situándose a poco más de medio metro sobre ella- ¿Quién es más alto ahora? -le preguntó mientras le mostraba su resplandeciente sonrisa, con los dientes algo más afilados de lo normal. Segundos después descendió, colocándose a su lado sobre las rocas e hizo desvanecer sus alas. No podía atrasar más aquello. Debía asumir lo que fuese a ocurrir a continuación- Me has preguntado mi oficio... Y la verdad es que no sé muy bien cómo vas a reaccionar cuando lo sepas -empezó, tomando sus manos entre las de él- Pero supongo que no puedo mantenerlo oculto siempre. Debes saberlo -su mirada se posó sobre la de ella, tomándose un momento para pensar- Los primeros recuerdos que tengo son con los grilletes aprisionando mis muñecas. He sido esclavo y esa situación duró hasta hace escasos años. Un gladiador para el uso y disfrute de las familias adineradas. Conocí una chica durante mi cautiverio, llamada Anna, a la cual estoy buscando aún para rescatarla de la esclavitud. Tras mi fuga conocí a su hermano, el cual era un pirata, y me uní a él para aunar fuerzas en su búsqueda. Hace algunos meses que murió... Precisamente en la misma isla en la que nos conocimos. "Pelirrojo" y "Ojos de Dragón" no son los únicos apodos que tengo. Soy el Legado del Demonio... Soy el Capitán de una banda pirata.
Concluyó su discurso y soltó sus manos, separándose un poco mirándola con seriedad y preocupación, tratando de captar las emociones que podría estar sintiendo en aquel instante. Se hizo el silencio, un silencio incómodo que pareció ser acompañado por el escenario, siendo el único sonido audible el chapoteo del agua mientras algún animal trataba de apaciguar su sed. Tragó saliva y apretó los puños, nervioso y atemorizado al mismo tiempo. ¿Cuál sería su respuesta ante aquello?
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Paré de mover la capa y en cuanto desplegó sus alas me quedé boquiabierta. Seguía sin acostumbrarme a que era un dragón, una criatura majestuosa. Me apetecía reírme un poco, y pensar que no existían, que ignorante había sido durante mi vida. La ambición me había cegado durante mucho tiempo y ya no era capaz de distinguir lo que era verdad o mentira. Ladeé la cabeza y miré el suelo unos segundos. Luego volví a mirarlo sonriendo. - ¡Eh! Eso no vale, así cualquiera. - Le respondí mientras me cruzaba de brazos e inflaba los mofletes. En cuanto se puso a mi lado volví a sonreír. Éramos una mezcla extraña los dos. Él era como la luna y yo como el sol. El día y la noche juntos.
Entrelazó sus manos con las mías, eran cálidas como siempre y comenzó a hablar. Escuché con atención mientras miraba sus ojos de dragón, perdida en su mirada. Su pasado no se comparaba en nada con el mío, pude darme cuenta de lo que había sufrido. Bajé la mirada hasta nuestras manos, ahora me sentía mal por hacerle recordar esas cosas aunque algún día hablaría con él sobre eso. Era lo único que podría hacer. La sorpresa llegó cuando dijo que era un pirata. Nuestras manos se separaron. No tenía nada en contra de los piratas, tan solo los que me hiciesen algo, pero eso suponía un problema grave para los dos. Él un pirata, yo una cazadora. Yo no tenía miedo por mi, tenía miedo por él. A mi no me importaba nada ser cazadora y correr peligro, pero él sí. Si conseguía recompensa irían a por él y yo nunca sería lo suficientemente fuerte para ayudarle.
Me acerqué a él y le abracé lo más fuerte que pude. -No me importa que seas un pirata. Es lo que menos me importa en este momento. -Dije sin separarme de él. - Tan solo... Tengo miedo de lo que pueda pasarte. Los cazadores están aumentando y cada vez son más fuertes, no todos son como yo, ¿Y si te matan? Que seas un dragón no quiere decir que seas inmortal. - Me separé de él un poco sin soltarle y le miré a los ojos. - No quiero... perderte. - Esa palabra había salido de mi interior sin que me diese cuenta, algo con lo que me puse un poco roja. Estaba nerviosa y con algo de miedo. ¿Cómo se sentiría él? Miré la cristalina agua del oasis para calmarme. Nunca había tenido esta sensación de preocupación con alguien. - Lo siento. - Contesté sentándome en la roca y apoyando la cabeza sobre los brazos con la mirada perdida en el agua.
Entrelazó sus manos con las mías, eran cálidas como siempre y comenzó a hablar. Escuché con atención mientras miraba sus ojos de dragón, perdida en su mirada. Su pasado no se comparaba en nada con el mío, pude darme cuenta de lo que había sufrido. Bajé la mirada hasta nuestras manos, ahora me sentía mal por hacerle recordar esas cosas aunque algún día hablaría con él sobre eso. Era lo único que podría hacer. La sorpresa llegó cuando dijo que era un pirata. Nuestras manos se separaron. No tenía nada en contra de los piratas, tan solo los que me hiciesen algo, pero eso suponía un problema grave para los dos. Él un pirata, yo una cazadora. Yo no tenía miedo por mi, tenía miedo por él. A mi no me importaba nada ser cazadora y correr peligro, pero él sí. Si conseguía recompensa irían a por él y yo nunca sería lo suficientemente fuerte para ayudarle.
Me acerqué a él y le abracé lo más fuerte que pude. -No me importa que seas un pirata. Es lo que menos me importa en este momento. -Dije sin separarme de él. - Tan solo... Tengo miedo de lo que pueda pasarte. Los cazadores están aumentando y cada vez son más fuertes, no todos son como yo, ¿Y si te matan? Que seas un dragón no quiere decir que seas inmortal. - Me separé de él un poco sin soltarle y le miré a los ojos. - No quiero... perderte. - Esa palabra había salido de mi interior sin que me diese cuenta, algo con lo que me puse un poco roja. Estaba nerviosa y con algo de miedo. ¿Cómo se sentiría él? Miré la cristalina agua del oasis para calmarme. Nunca había tenido esta sensación de preocupación con alguien. - Lo siento. - Contesté sentándome en la roca y apoyando la cabeza sobre los brazos con la mirada perdida en el agua.
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Para su sorpresa la chica, sin mediar palabra alguna, salvó la distancia que existía entre ambos y le abrazó con fuerza, hundiendo la cabeza en su pecho mientras comenzaba a hablar. No le había importado el hecho de que fuese un pirata, cosa que, en parte, alivió al pelirrojo. Su temor iba más allá de eso, sentía miedo por lo que pudiera ocurrirle. Comprendía su punto de vista, un pirata debía enfrentarse a innumerables peligros: los marines, agentes del gobierno, cazarrecompensas... Incluso otros piratas con los que se topasen durante sus viajes. Bien era cierto que en aquel momento no existía recompensa por su cabeza, pero el sendero que debía recorrer le llevaría a tener precio por esta algún día, tarde o temprano, de forma inevitable. Sus brazos la rodearon y la apretó suavemente contra él, intentando calmarla con aquel simple gesto mientras escuchaba con atención todas y cada una de sus palabras. Tras un rato se separaron y fue entonces cuando las miradas de ambos volvieron a encontrarse. Akagami mostró una leve sonrisa, tranquila, tratando de transmitirle confianza.
- Es verdad que los cazadores son fuertes, pero eh, mírame -se señaló- Si alguno viene a por mí, le responderé con todo lo que tengo. Y créeme, no es fácil derribar a un dragón -mostraba seguridad en sus palabras, y realmente así era como se sentía. ¿Quién podría tener poder suficiente para derrocar al suyo? Aún así, sabía que aquello no sería suficiente para apaciguar los temores de la pelirroja- Te prometo que no pasará nada. Tendré cuidado durante mis viajes.
Tras eso la chica se separó, sentándose sobre la roca girada hacia el agua del oasis, quedándose mirándolo con una expresión triste y desanimada. El pelirrojo se rascó la cabeza, sin saber con exactitud si su palabras habían surtido efecto en ella. Suspiró levemente y tomó asiento a su lado, guardando silencio durante unos minutos en los que se limitó a mirar de forma alternativa tanto a la cazadora como al agua, aún sin creerse la belleza de aquél lugar que se veía incrementada por la presencia de la pelirroja. Tras aquel silencio, habló.
- Además, hay un motivo más por el que no puedo morir -comenzó, con la mirada ahora perdida en el azulado cielo- Ahora hay algo... O mejor dicho, alguien cuyo solo recuerdo me da fuerzas para enfrentarme a cualquier cosa que se me ponga por delante. Alguien a quien ansío proteger con mi vida si es necesario y, sobre todo, alguien a quién jamás dejaría solo -devolvió su mirada a la chica de cabellos carmesíes y su mano se dirigió a su barbilla, haciendo un poco de fuerza para que le mirase, acercando su rostro al de ella- Y ese alguien eres tú.
Tras esto le dedicó una tierna sonrisa, ladeando ligeramente la cabeza mientras permanecía en aquella posición para, segundos después, darle un dulce aunque corto beso en los labios. No había sido más sincero que en aquel momento en toda su vida. Si algo le daba fuerzas para continuar, aparte de su promesa hacia Mikoto y Anna, era el deseo de querer compartir su vida con ella.
- Te prometo que siempre que me vaya, llegará un día en el que vuelva a estar aquí, a tu lado, estés donde estés. Sin excepción.
- Es verdad que los cazadores son fuertes, pero eh, mírame -se señaló- Si alguno viene a por mí, le responderé con todo lo que tengo. Y créeme, no es fácil derribar a un dragón -mostraba seguridad en sus palabras, y realmente así era como se sentía. ¿Quién podría tener poder suficiente para derrocar al suyo? Aún así, sabía que aquello no sería suficiente para apaciguar los temores de la pelirroja- Te prometo que no pasará nada. Tendré cuidado durante mis viajes.
Tras eso la chica se separó, sentándose sobre la roca girada hacia el agua del oasis, quedándose mirándolo con una expresión triste y desanimada. El pelirrojo se rascó la cabeza, sin saber con exactitud si su palabras habían surtido efecto en ella. Suspiró levemente y tomó asiento a su lado, guardando silencio durante unos minutos en los que se limitó a mirar de forma alternativa tanto a la cazadora como al agua, aún sin creerse la belleza de aquél lugar que se veía incrementada por la presencia de la pelirroja. Tras aquel silencio, habló.
- Además, hay un motivo más por el que no puedo morir -comenzó, con la mirada ahora perdida en el azulado cielo- Ahora hay algo... O mejor dicho, alguien cuyo solo recuerdo me da fuerzas para enfrentarme a cualquier cosa que se me ponga por delante. Alguien a quien ansío proteger con mi vida si es necesario y, sobre todo, alguien a quién jamás dejaría solo -devolvió su mirada a la chica de cabellos carmesíes y su mano se dirigió a su barbilla, haciendo un poco de fuerza para que le mirase, acercando su rostro al de ella- Y ese alguien eres tú.
Tras esto le dedicó una tierna sonrisa, ladeando ligeramente la cabeza mientras permanecía en aquella posición para, segundos después, darle un dulce aunque corto beso en los labios. No había sido más sincero que en aquel momento en toda su vida. Si algo le daba fuerzas para continuar, aparte de su promesa hacia Mikoto y Anna, era el deseo de querer compartir su vida con ella.
- Te prometo que siempre que me vaya, llegará un día en el que vuelva a estar aquí, a tu lado, estés donde estés. Sin excepción.
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Sus palabras expresaban seguridad y confianza. Una confianza que calmaba todos mis temores, pero aún así... no era capaz de tranquilizarlos del todo. El miedo me inundaba cada vez que no veía una salida con final feliz y tan solo el presentimiento de perderle me aterraba como nadie lo había hecho. Sin embargo, algo en mi interior me pedía que me calmase, que nada iba a pasar, todo iría bien. Quería creer que era verdad, pero como siempre... no sabía a qué hacer caso.
Promesas. Para mí no eran más que palabras y hechos que nunca llegaban a cumplirse. Al menos no tuve oportunidad alguna de saber si se llegaban a cumplir o no, pero me gustaría saber por una vez, una sola vez que era lo que se sentía cuando se hacían realidad. Escuchar todo lo que decía me hacía sonreír e incluso sonrojarme. La verdad es que con él mi tiempo desaparecía y se iba volando, en cierto modo me lo robaba aunque no me importaba mientras fuera con él, por mi como si todo lo del alrededor se paralizaba.
Aquel dulce beso me despejó de todos los pensamientos que me inundaban. Cerré los ojos durante un momento y asentí. - Espero que se cumpla pronto esa promesa. - Y que ojalá fuese para siempre. Llevé la mirada al cielo y estuve un largo rato en silencio. Abrí los ojos de golpe y recordé la promesa que me hizo en el reino de las nieves. - Te acuerdas... ¿Cuándo me prometiste que me llevarías a volar? Yo no lo olvidé. - Dije con un tono burlón y acercándome a él. Estaba segura que ya sabía por donde iban mis indirectas.
- Aquí no es un buen lugar, pero ¿ves aquellas dunas de allí? - Pregunté señalándolas. La luz del sol hacía que por un lado fuesen completamente doradas pero hacia los lados se iban volviendo anaranjadas. Un gran juego de vistas. Me levanté completamente animada para olvidar todo lo anterior y le agarré su mano cálida en comparación con la mía. - Recuerdo nuestras charlas sobre los cuentos de princesas y dragones. Quiero sentirme una princesa montando sobre un dragón de verdad. Siempre ha sido uno de mis sueños desde que era una niña. ¿Me ayudarás a cumplirlo? - Inquirí con una gran sonrisa mientras miraba sus ojos dorados como el oro. Esperaba que accediese, no sabía la ilusión que me hacía y por otro lado, ir hacia las dunas era lo mejor. Ambos estaríamos solos sin nada ni nadie que nos molestase. - Vamos dragón. - Exclamé tirando de él con suavidad.
Promesas. Para mí no eran más que palabras y hechos que nunca llegaban a cumplirse. Al menos no tuve oportunidad alguna de saber si se llegaban a cumplir o no, pero me gustaría saber por una vez, una sola vez que era lo que se sentía cuando se hacían realidad. Escuchar todo lo que decía me hacía sonreír e incluso sonrojarme. La verdad es que con él mi tiempo desaparecía y se iba volando, en cierto modo me lo robaba aunque no me importaba mientras fuera con él, por mi como si todo lo del alrededor se paralizaba.
Aquel dulce beso me despejó de todos los pensamientos que me inundaban. Cerré los ojos durante un momento y asentí. - Espero que se cumpla pronto esa promesa. - Y que ojalá fuese para siempre. Llevé la mirada al cielo y estuve un largo rato en silencio. Abrí los ojos de golpe y recordé la promesa que me hizo en el reino de las nieves. - Te acuerdas... ¿Cuándo me prometiste que me llevarías a volar? Yo no lo olvidé. - Dije con un tono burlón y acercándome a él. Estaba segura que ya sabía por donde iban mis indirectas.
- Aquí no es un buen lugar, pero ¿ves aquellas dunas de allí? - Pregunté señalándolas. La luz del sol hacía que por un lado fuesen completamente doradas pero hacia los lados se iban volviendo anaranjadas. Un gran juego de vistas. Me levanté completamente animada para olvidar todo lo anterior y le agarré su mano cálida en comparación con la mía. - Recuerdo nuestras charlas sobre los cuentos de princesas y dragones. Quiero sentirme una princesa montando sobre un dragón de verdad. Siempre ha sido uno de mis sueños desde que era una niña. ¿Me ayudarás a cumplirlo? - Inquirí con una gran sonrisa mientras miraba sus ojos dorados como el oro. Esperaba que accediese, no sabía la ilusión que me hacía y por otro lado, ir hacia las dunas era lo mejor. Ambos estaríamos solos sin nada ni nadie que nos molestase. - Vamos dragón. - Exclamé tirando de él con suavidad.
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El joven dragón sonrió ante la pregunta de la pelirroja, mirando en la dirección hacia la que ella señalaba; unas enormes dunas localizadas poco más lejos de donde continuaba el desierto, cortado por la presencia de la ciudad. ¿Olvidar su promesa? Por supuesto que no lo había hecho. Él nunca lo hacía, y estaba dispuesto a cumplirla en aquél mismo instante. Sintió la cálida mano de la contraria sujetando la suya y tirando levemente de él, ante lo cual se dejó llevar, no oponiendo resistencia alguna. Aún recordaba la conversación que tuvieron sobre los dragones el día que se conocieron, algunos meses atrás, en Sakura. Sus sutiles indirectas, así como la curiosidad por ver qué clase de persona sería la chica, pensamientos que hicieron que su sonrisa se ensanchara a medida que avanzaban. Deberían alejarse un poco más de la ciudad antes de poder llevar a cabo su parte del trato. No habría sido apropiado que alguien pudiera verle transformado y que diese la alarma. Al fin y al cabo sería la reacción lógica, estamos hablando de un dragón.
- Está bien, cumpliré mi palabra. Y te ayudaré a completar tu sueño -le respondió en un tono calmado.
Tras estas palabras fue él quien comenzó a tirar de ella, acelerando el ritmo para alejarse cuanto antes de allí. El Sol se alzaba sobre ellos y emitía un calor increíble, aunque el chico era incapaz de sentirlo. Realmente debía de ser bastante sofocante, sobre todo si se hacía algún tipo de esfuerzo en semejante clima, aunque supuso que todo sería acostumbrarse. De hecho, muy probablemente, para los habitantes de Arabasta no sería nada fuera de lo normal, y estarían tan acostumbrados que apenas se darían cuenta de esto. Además, con sus ropas y forma de vida parecían haberse adaptado a la perfección a ese tipo de ambiente. Sin embargo, una vez llegaran a las dunas se aseguraría de posicionarse en la umbría de estas. Tampoco podía ser bueno permanecer expuesto bajo la luz del astro durante demasiado tiempo. Lo último que quería es que le diera un golpe de calor. Tras unos minutos caminando el pelirrojo miró hacia atrás, viendo la ciudad bastante distante, así como el pequeño oasis.
- Bueno, creo que esto será suficiente -dijo para sí mismo, aunque en un tono lo suficientemente alto como para que Yoko le escuchara.
Soltó su mano despacio y se alejó varios pasos para tener algo de espacio. Tras esto se giró hacia ella y la miró, exactamente de la misma forma en que lo hiciera meses atrás, cuando le mostró su transformación. Con una leve sonrisa en el rostro, ladeada, su cuerpo comenzó a crecer y a recubrirse de escamas, al tiempo que dos alas y una cola surgían de su cuerpo. Sus facciones comenzaron a cambiar y su estructura ósea con estas hasta que, finalmente, su aspecto pasó a ser el de un enorme dragón dorado de treinta metros de longitud, cuyas escamas reflejaban con intensidad los rayos del Sol, dando la sensación de que estaba recubierto de oro puro. Tras esto flexionó las patas para que la cazadora pudiera subirse sobre él con facilidad, después de lo cual desplegaría sus alas y alzaría el vuelo, levantando una verdadera tormenta de arena con el viento producido por el batir de estas. Sin embargo, no se dirigiría hacia las dunas aún. Se adentraría un poco más y ampliaría la trayectoria en el aire, con la intención de alargar lo máximo posible la situación, para deleite de la joven pelirroja. Al fin y al cabo era su sueño, y no pensaba privarla de él tan pronto. Era realmente extraño tenerla sobre él, puesto que no solía cargar con nadie y, pese a ello, le resultaba agradable en cierto sentido. Tal vez fuera únicamente por ser ella... Quién sabe.
- ¿Cómo es? -preguntó, en un tono mucho más grave del que solía tener, debido a su transformación- ¿Lo habías imaginado así?
Esperaría su respuesta y, tras ello, aumentaría su velocidad de vuelo. Describiría trayectorias irregulares durante varios minutos y, después, descendería bajo la sombra de las dunas para volver a su forma humana.
- Está bien, cumpliré mi palabra. Y te ayudaré a completar tu sueño -le respondió en un tono calmado.
Tras estas palabras fue él quien comenzó a tirar de ella, acelerando el ritmo para alejarse cuanto antes de allí. El Sol se alzaba sobre ellos y emitía un calor increíble, aunque el chico era incapaz de sentirlo. Realmente debía de ser bastante sofocante, sobre todo si se hacía algún tipo de esfuerzo en semejante clima, aunque supuso que todo sería acostumbrarse. De hecho, muy probablemente, para los habitantes de Arabasta no sería nada fuera de lo normal, y estarían tan acostumbrados que apenas se darían cuenta de esto. Además, con sus ropas y forma de vida parecían haberse adaptado a la perfección a ese tipo de ambiente. Sin embargo, una vez llegaran a las dunas se aseguraría de posicionarse en la umbría de estas. Tampoco podía ser bueno permanecer expuesto bajo la luz del astro durante demasiado tiempo. Lo último que quería es que le diera un golpe de calor. Tras unos minutos caminando el pelirrojo miró hacia atrás, viendo la ciudad bastante distante, así como el pequeño oasis.
- Bueno, creo que esto será suficiente -dijo para sí mismo, aunque en un tono lo suficientemente alto como para que Yoko le escuchara.
Soltó su mano despacio y se alejó varios pasos para tener algo de espacio. Tras esto se giró hacia ella y la miró, exactamente de la misma forma en que lo hiciera meses atrás, cuando le mostró su transformación. Con una leve sonrisa en el rostro, ladeada, su cuerpo comenzó a crecer y a recubrirse de escamas, al tiempo que dos alas y una cola surgían de su cuerpo. Sus facciones comenzaron a cambiar y su estructura ósea con estas hasta que, finalmente, su aspecto pasó a ser el de un enorme dragón dorado de treinta metros de longitud, cuyas escamas reflejaban con intensidad los rayos del Sol, dando la sensación de que estaba recubierto de oro puro. Tras esto flexionó las patas para que la cazadora pudiera subirse sobre él con facilidad, después de lo cual desplegaría sus alas y alzaría el vuelo, levantando una verdadera tormenta de arena con el viento producido por el batir de estas. Sin embargo, no se dirigiría hacia las dunas aún. Se adentraría un poco más y ampliaría la trayectoria en el aire, con la intención de alargar lo máximo posible la situación, para deleite de la joven pelirroja. Al fin y al cabo era su sueño, y no pensaba privarla de él tan pronto. Era realmente extraño tenerla sobre él, puesto que no solía cargar con nadie y, pese a ello, le resultaba agradable en cierto sentido. Tal vez fuera únicamente por ser ella... Quién sabe.
- ¿Cómo es? -preguntó, en un tono mucho más grave del que solía tener, debido a su transformación- ¿Lo habías imaginado así?
Esperaría su respuesta y, tras ello, aumentaría su velocidad de vuelo. Describiría trayectorias irregulares durante varios minutos y, después, descendería bajo la sombra de las dunas para volver a su forma humana.
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Solo con su mirada podía interpretar que me ayudaría. En mi expresión había una sonrisa que delataba mi felicidad en su mayor grado. Quizás se estaban juntando demasiadas cosas en este día y el hecho de tener a Akagami a mi lado hacía que desease que fuese para siempre, pero algo me decía que sería imposible, al menos por ahora. No podía preocuparme del futuro, me lo repetía a mí misma un montón de veces. Era momento de disfrutar el presente, de estar en este momento y evitar que se escapase como si de un suspiro tratara, porque mi tiempo a su lado se desvanecía y a veces desearía poder parar el reloj y detener todo a nuestro alrededor, ¿era demasiado pedir? Supongo que sí.
El calor cada vez era más fuerte incluso para mí, a pesar de ser de Arabasta no estaba acostumbrada a tan altas temperaturas. Miré a Aka de reojo, que suerte tenía de no poder sentir esto. Aunque a mí me gustaba más ser así, sería muy aburrido no notar nada. El calor y el frío, dos grandes contrastes y a la vez llenos de magia. Una magia que desembocaba en pasión muchas veces. Tiraba de mi mano con suavidad. Cuando nos situamos miré hacia el fondo. La figura de la ciudad había disminuido así como el oasis. En cambio las dunas, cada vez más cerca, parecían de un tamaño majestuoso y elegante, como si nunca un humano las hubiese tocado.
En cuanto escuché sus palabras me aparté un poco. Sentía como un déjà vu de lo que había ocurrido aquella vez en la nieve. Nuestras miradas juntándose de nuevo y yo, como no, asombrada ante la transformación. Nunca podía describir la sensación que tenía al verle transformado. Casi siempre era asombro, pero la primera vez reconozco que fue miedo y desconcierto, aunque… sé que no debía tenerlo. Yo confiaba en él y ahora verle transformado solo me provocaba admiración. Di un paso hacia atrás de sobre salto en cuanto se transformó al completo. Un enorme dragón sobre el que incidían los rayos del sol provocando que pareciese de oro puro por sus doradas escamas. Resultaba mágico este momento, imposible que mis ojos lo creyesen a pesar de haberlo visto una vez ya.
Me acerqué a él y en cuanto se flexionó me paré en frente suya bajando la mano por su cabeza. Observando más de cerca sus verdaderos ojos de dragón intimidantes, pero a la vez hipnotizantes. Aquellos ojos que no podías dejar de mirar, dorados como el sol y brillantes como el oro. Me subí a él de un salto con cuidado. Puse las manos sobre sus escamas para tener un apoyo y respiré profundamente. Estaba asustada. Nunca había hecho antes. Miré a los lados y tensé mis manos. En cuanto comenzó a agitar las alas una nube de arena nos envolvió, cerré los ojos y sentí la brisa rozar mi piel, mi corazón se había acelerado de la emoción. Un poco después los abrí lentamente. Tan solo veía el cielo azul. Miré hacia abajo y la ciudad era una miniatura. Estábamos a una alta distancia. Al ascender me había acurrucado hacía el dragón por miedo a caer, pero ahora me había puesto cómoda. Respiré profundamente y sonreí. ¿Así que esto es lo que se siente al ser libre?
Solo él y yo surcando los cielos. Levanté una mano y la brisa cálida rozaba contra ella. Tras eso levanté la otra. Coloqué los brazos horizontalmente y me dejé llevar. Estaba volando. Parecía flotar, que el viento me llevaba. Libre como las nubes, sin cadenas. No quería dejar de sentir esa sensación nunca…
-No… Esto es aún mejor – Respondí con un tono alto para que me escuchase. – ¡Me encanta!
Me volví a acurrucar, puesto que aumentó su velocidad. Mi pelo ondeaba a todas partes debido a los giros ocasionados. Era genial, pero decidí poner las manos como antes. Sentir la brisa rozando mis mejillas acompañada de subidones de adrenalina. Perdí la noción del tiempo en el vuelo. Solo pude susurrar una cosa.
-Gracias, dragón.
El calor cada vez era más fuerte incluso para mí, a pesar de ser de Arabasta no estaba acostumbrada a tan altas temperaturas. Miré a Aka de reojo, que suerte tenía de no poder sentir esto. Aunque a mí me gustaba más ser así, sería muy aburrido no notar nada. El calor y el frío, dos grandes contrastes y a la vez llenos de magia. Una magia que desembocaba en pasión muchas veces. Tiraba de mi mano con suavidad. Cuando nos situamos miré hacia el fondo. La figura de la ciudad había disminuido así como el oasis. En cambio las dunas, cada vez más cerca, parecían de un tamaño majestuoso y elegante, como si nunca un humano las hubiese tocado.
En cuanto escuché sus palabras me aparté un poco. Sentía como un déjà vu de lo que había ocurrido aquella vez en la nieve. Nuestras miradas juntándose de nuevo y yo, como no, asombrada ante la transformación. Nunca podía describir la sensación que tenía al verle transformado. Casi siempre era asombro, pero la primera vez reconozco que fue miedo y desconcierto, aunque… sé que no debía tenerlo. Yo confiaba en él y ahora verle transformado solo me provocaba admiración. Di un paso hacia atrás de sobre salto en cuanto se transformó al completo. Un enorme dragón sobre el que incidían los rayos del sol provocando que pareciese de oro puro por sus doradas escamas. Resultaba mágico este momento, imposible que mis ojos lo creyesen a pesar de haberlo visto una vez ya.
Me acerqué a él y en cuanto se flexionó me paré en frente suya bajando la mano por su cabeza. Observando más de cerca sus verdaderos ojos de dragón intimidantes, pero a la vez hipnotizantes. Aquellos ojos que no podías dejar de mirar, dorados como el sol y brillantes como el oro. Me subí a él de un salto con cuidado. Puse las manos sobre sus escamas para tener un apoyo y respiré profundamente. Estaba asustada. Nunca había hecho antes. Miré a los lados y tensé mis manos. En cuanto comenzó a agitar las alas una nube de arena nos envolvió, cerré los ojos y sentí la brisa rozar mi piel, mi corazón se había acelerado de la emoción. Un poco después los abrí lentamente. Tan solo veía el cielo azul. Miré hacia abajo y la ciudad era una miniatura. Estábamos a una alta distancia. Al ascender me había acurrucado hacía el dragón por miedo a caer, pero ahora me había puesto cómoda. Respiré profundamente y sonreí. ¿Así que esto es lo que se siente al ser libre?
Solo él y yo surcando los cielos. Levanté una mano y la brisa cálida rozaba contra ella. Tras eso levanté la otra. Coloqué los brazos horizontalmente y me dejé llevar. Estaba volando. Parecía flotar, que el viento me llevaba. Libre como las nubes, sin cadenas. No quería dejar de sentir esa sensación nunca…
-No… Esto es aún mejor – Respondí con un tono alto para que me escuchase. – ¡Me encanta!
Me volví a acurrucar, puesto que aumentó su velocidad. Mi pelo ondeaba a todas partes debido a los giros ocasionados. Era genial, pero decidí poner las manos como antes. Sentir la brisa rozando mis mejillas acompañada de subidones de adrenalina. Perdí la noción del tiempo en el vuelo. Solo pude susurrar una cosa.
-Gracias, dragón.
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El enorme dragón sonrió ante sus palabras, mostrando con ello una mueca un tanto extraña, puede que incluso divertida. La brisa rozaba contra sus escamas y acariciaba las membranas de sus alas. La sensación de volar era siempre placentera, y el pelirrojo solía compararla a navegar por un mar invisible, envuelto por el agua transparente de este, casi como si nadara. El Sol brillaba con fuerza sobre ellos, convirtiéndole en un destello desde la lejanía, aunque por suerte se encontraban lo suficientemente lejos como para que alguien reparara en ello. Las dunas bajo ellos se alzaban majestuosas e imperturbables, al menos hasta que pasaban cerca de sus cumbres, momento en el cual una buena cantidad de arena se elevaba con brusquedad, siendo arrastrada por el viento que levantaban sus enormes alas. Podía sentir la agradable sensación que le transmitía el peso de la chica sobre él, casi inexistente, como si fuera apenas una mera caricia. Una cálida y reconfortante, de hecho. Podía notar cada momento en el que se agarraba a él como algo único. Tras varios minutos comenzó su descenso, trazando una trayectoria en círculos que se iban cerrando más y más a medida que descendían, justo en la umbría de una de aquellas montañas arenosas, levantando otra pequeña tormenta al decelerar y posarse sobre esta.
- No hay de qué -respondió mientras flexionaba sus patas para que la pelirroja pudiera bajar fácilmente, casi reposando todo su cuerpo sobre la arena.
Una vez la chica bajara se dispondría a adoptar de nuevo su forma humana, cosa que apenas le llevó unos pocos segundos. Tras hacerlo se estiró, aliviando la tensión de su espalda y haciendo que algún que otro hueso crujiera, placenteramente. La arena se mantenía caliente incluso a la sombra, pero de una forma mucho más agradable que en el resto del desierto, donde la superficie de este ardía a cada paso, aunque él fuera incapaz de notarlo. Aprovechando esto, Akagami se apoyó con una mano mientras se inclinaba, tomando asiento e invitando a Yoko a que se sentara junto a él.
En un principio guardó silencio, perdido en sus propios pensamientos. Siempre que se encontraba con ella las sensaciones eran contradictorias. Por un lado se sentía cómodo, a salvo incluso, como si nada ni nadie pudiera hacerles daño a ninguno de los dos si se mantenían juntos. Era una sensación cálida, como ninguna que pudiera ser capaz de sentir, y eso le calmaba. Sin embargo, el tiempo del que disponían para verse era muy limitado, y jamás sabían si habría una próxima vez. El mundo era un lugar peligroso, y cualquier cosa podía ocurrir en el momento más inesperado. Tal vez no estuviera bien, e incluso podría ser una debilidad, pero... No le importaba. No cuando aquellos ojos dorados se posaban sobre los de él, obligándole a sonreír con levedad independientemente de si era voluntario o no. No importaba nada más. Piratas, marines, cazadores... Nada le haría caer si podía evitarlo, y no permitiría que algo pudiera pasarle a ella. No estaba dispuesto a perder a nadie más, y si alguna vez necesitaba su ayuda, se aseguraría de concedérsela. Tenía lo necesario para hacer eso posible, aunque no era el momento para hablar de eso. Aguardaría a que llegara el momento de la despedida, y le otorgaría aquella muestra de confianza hacia ella, materializada en un objeto tan simple como especial. Mientras tanto, se centraría en disfrutar de las horas que les quedasen juntos.
- Yoko -susurró, en un tono algo bajo, aunque perfectamente audible- Llevo sintiéndome intranquilo desde hace mucho tiempo. Mis miedos han querido apoderarse de mí demasiadas veces, y no han sido pocas las ocasiones en las que casi lo lograron. Sin embargo, verte ahora hace que todos ellos desaparezcan, y siento más que nunca que puedo estar tranquilo -hizo una leve pausa y sonrió con calma- No sé cuánto tiempo nos queda, pero prométeme algo -otra pausa más- Promete quedarte conmigo durante ese tiempo, y que nada más pueda interrumpirnos.
- No hay de qué -respondió mientras flexionaba sus patas para que la pelirroja pudiera bajar fácilmente, casi reposando todo su cuerpo sobre la arena.
Una vez la chica bajara se dispondría a adoptar de nuevo su forma humana, cosa que apenas le llevó unos pocos segundos. Tras hacerlo se estiró, aliviando la tensión de su espalda y haciendo que algún que otro hueso crujiera, placenteramente. La arena se mantenía caliente incluso a la sombra, pero de una forma mucho más agradable que en el resto del desierto, donde la superficie de este ardía a cada paso, aunque él fuera incapaz de notarlo. Aprovechando esto, Akagami se apoyó con una mano mientras se inclinaba, tomando asiento e invitando a Yoko a que se sentara junto a él.
En un principio guardó silencio, perdido en sus propios pensamientos. Siempre que se encontraba con ella las sensaciones eran contradictorias. Por un lado se sentía cómodo, a salvo incluso, como si nada ni nadie pudiera hacerles daño a ninguno de los dos si se mantenían juntos. Era una sensación cálida, como ninguna que pudiera ser capaz de sentir, y eso le calmaba. Sin embargo, el tiempo del que disponían para verse era muy limitado, y jamás sabían si habría una próxima vez. El mundo era un lugar peligroso, y cualquier cosa podía ocurrir en el momento más inesperado. Tal vez no estuviera bien, e incluso podría ser una debilidad, pero... No le importaba. No cuando aquellos ojos dorados se posaban sobre los de él, obligándole a sonreír con levedad independientemente de si era voluntario o no. No importaba nada más. Piratas, marines, cazadores... Nada le haría caer si podía evitarlo, y no permitiría que algo pudiera pasarle a ella. No estaba dispuesto a perder a nadie más, y si alguna vez necesitaba su ayuda, se aseguraría de concedérsela. Tenía lo necesario para hacer eso posible, aunque no era el momento para hablar de eso. Aguardaría a que llegara el momento de la despedida, y le otorgaría aquella muestra de confianza hacia ella, materializada en un objeto tan simple como especial. Mientras tanto, se centraría en disfrutar de las horas que les quedasen juntos.
- Yoko -susurró, en un tono algo bajo, aunque perfectamente audible- Llevo sintiéndome intranquilo desde hace mucho tiempo. Mis miedos han querido apoderarse de mí demasiadas veces, y no han sido pocas las ocasiones en las que casi lo lograron. Sin embargo, verte ahora hace que todos ellos desaparezcan, y siento más que nunca que puedo estar tranquilo -hizo una leve pausa y sonrió con calma- No sé cuánto tiempo nos queda, pero prométeme algo -otra pausa más- Promete quedarte conmigo durante ese tiempo, y que nada más pueda interrumpirnos.
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El viaje apenas duró. Había sido como un soplo de viento de lo poco que había durado. Lástima que tardase en volver a sentir esa sensación. Bajé del dragón de un salto aterrizando sobre la arena y levantando algo de polvillo. Akagami volvió a su forma normal y fui corriendo hacia él, sonriente. Sentía en mi piel como incidían los rayos del sol. Por suerte habíamos encontrado un lugar perfecto para estar solos y con algo de sombra, menos mal que la había porque el calor cada vez era más fuerte. Cuanto más lo pensaba más imposible sonaba y mi mente se adentraba en un mundo de imaginación. Ojalá no fuera irreal, pero tampoco era mucho pedir un lugar como este en el que estuviéramos él y yo solos, sin separaciones, sin nada para interrumpir. Soñar era bonito, los cuentos eran bonitos, sobre todo el mío. Lo consideraba uno por tener un dragón en mi vida, ¡como con los que soñaba de pequeña cuando mi madre me contaba esas historias!
Me quedé de pie un rato frente a él mientras se sentaba. Entre los dos se creó un silencio que duró apenas unos segundos, pero parte del silencio fue por mi culpa. Era como si me hubiera deprimido por lo que pudiera pasar en un futuro. Tenía miedo por Akagami, que le atacasen y le hiriesen, o peor aún, le matasen. Estar separados no ayudaría en nada aunque yo tampoco pudiese ayudarle cuando necesitase algo. Nunca había sido fuerte y no sabría si con él tiempo lo sería. Me senté a su lado y apoyé la cabeza hacia atrás. Con el paso del tiempo había decidido que me daba igual perder el título de cazadora, me interpondría entre cualquier cazador que intentase ir a por Akagami, así me costase la vida o me convirtiese en una criminal y nadie me lo iba a impedir.
El pelirrojo comenzó a hablar y clavé mi mirada en sus dorados ojos. El tiempo se acababa, tenía razón, mi expresión se tornó triste aunque quería sonreír y disfrutar, pero saber que pasaría más tiempo sin verle me apenaba. De todas formas sonreí ante sus palabras. Entrelacé sus manos con las mías.
-Te lo prometo. – Respondí acompañada de un dulce beso en los labios. – No te voy a mentir, yo… también he tenido miedo y no hay día que pasara en el que me preguntara si estabas bien. – Resoplé. Siempre me sentía especial a su lado porque nunca nadie me trató como él, no quería que esto cambiase. Tomé una pausa y cambié un poco de tema. - Y no te preocupes porque nada nos interrumpirá, y quien lo haga se las verá conmigo – Dije entre risas.- A todo esto… ¿Cuántas veces te he dicho ya que eres muy serio? Tienes que sonreír más. – Le respondí pellizcando su mejilla. – ¡Así que me va a tocar hacerte reír un rato! – Comenté mientras le empujaba levemente sobre la arena y me quedaba sobre él. En ese aspecto ambos éramos muy diferentes, pero me gustaría que antes de que se fuera pudiera verle feliz por un rato.
Me quedé de pie un rato frente a él mientras se sentaba. Entre los dos se creó un silencio que duró apenas unos segundos, pero parte del silencio fue por mi culpa. Era como si me hubiera deprimido por lo que pudiera pasar en un futuro. Tenía miedo por Akagami, que le atacasen y le hiriesen, o peor aún, le matasen. Estar separados no ayudaría en nada aunque yo tampoco pudiese ayudarle cuando necesitase algo. Nunca había sido fuerte y no sabría si con él tiempo lo sería. Me senté a su lado y apoyé la cabeza hacia atrás. Con el paso del tiempo había decidido que me daba igual perder el título de cazadora, me interpondría entre cualquier cazador que intentase ir a por Akagami, así me costase la vida o me convirtiese en una criminal y nadie me lo iba a impedir.
El pelirrojo comenzó a hablar y clavé mi mirada en sus dorados ojos. El tiempo se acababa, tenía razón, mi expresión se tornó triste aunque quería sonreír y disfrutar, pero saber que pasaría más tiempo sin verle me apenaba. De todas formas sonreí ante sus palabras. Entrelacé sus manos con las mías.
-Te lo prometo. – Respondí acompañada de un dulce beso en los labios. – No te voy a mentir, yo… también he tenido miedo y no hay día que pasara en el que me preguntara si estabas bien. – Resoplé. Siempre me sentía especial a su lado porque nunca nadie me trató como él, no quería que esto cambiase. Tomé una pausa y cambié un poco de tema. - Y no te preocupes porque nada nos interrumpirá, y quien lo haga se las verá conmigo – Dije entre risas.- A todo esto… ¿Cuántas veces te he dicho ya que eres muy serio? Tienes que sonreír más. – Le respondí pellizcando su mejilla. – ¡Así que me va a tocar hacerte reír un rato! – Comenté mientras le empujaba levemente sobre la arena y me quedaba sobre él. En ese aspecto ambos éramos muy diferentes, pero me gustaría que antes de que se fuera pudiera verle feliz por un rato.
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Akagami escuchó con atención sus palabras, mostrando una sonrisa casi imperceptible cuando prometió que nada les separaría ese día. Sonaba estúpido, incluso tonto, como un niño pequeño al que le acabasen de dar un caramelo, pero era feliz por ello. Tal vez no había sido su elección más acertada, pero estaba seguro de que aquella promesa que hizo tiempo atrás era una de la que nunca se arrepentiría, incluso si tenían que soportar la pesada carga de verse separados. Sus vidas, al fin y al cabo, eran incompatibles por el momento. Tal vez cuando todo aquello terminase podrían reunirse de nuevo, de forma definitiva, y marcharse allá donde nadie pudiera perturbar aquella paz que sentía cada vez que estaba con ella. Era curioso que, pese a que jamás se le hubiera dado bien relacionarse con personas del género opuesto, lo suyo hubiera sido una relación tan fluida. Aquel día invernal pareció ser el reencuentro de viejos conocidos que volvían a verse tras un largo tiempo separados, y los hechos transcurrieron con una sorprendente realidad, y es que ambos sentían que el otro formaría una parte crucial en sus vidas. Ese día en el desierto no era muy diferente.
Su mano se dirigió hacia la mejilla ajena casi como acto reflejo, justo en el momento en que la chica volvía a posar sus labios sobre los del pelirrojo. Aquella sensación sería igual de única para él como el primer día, independientemente de las veces que probara sus labios, y estaba seguro de que no podría cansarse nunca. Las yemas de sus dedos recorrieron su delicada piel lentamente, y no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara al oír las palabras de la pelirroja. Tenía razón, eran como el día y la noche, y aún así... Funcionaba. Tal vez porque uno complementaba al otro o porque, simplemente, los polos opuestos se atraen. Eso es lo que dicen, ¿no? Tan solo había algo que no encajaba, y es que sus últimas palabras le habían desconcertado.
- ¿Qué...? -murmuró, ladeando levemente la cabeza y arqueando una ceja, sin dejar de observarla mientras pellizcaba su mejilla, abriendo mucho los ojos al darse cuenta de que se había lanzado sobre él.
Su cuerpo reaccionó, por puro instinto, tensándose y alertándole para que se preparara para defenderse, y tan solo su razón y el hecho de que mantenía una férrea confianza hacia la cazadora permitieron que pudiera relajarse casi al momento. Estaba bien, tan solo le había sorprendido un poco. Tras una vida en la que lo único que había hecho era permanecer atento cada hora de cada día, aquel tipo de situaciones le resultaban extrañas. Sin embargo, esto no quiere decir que no pudiera disfrutar de ellas. Sintió la arena amoldarse a su cuerpo en el momento en que la pelirroja le tuvo a su merced, observándola desde debajo fijamente a los ojos, perdiéndose en su sonrisa, así como en la sensación que le brindaba el tenerla tan cerca.
- Yoko...
Sus manos se posaron sobre las caderas de ella y ascendieron un poco, pasando a su espalda para recorrerla con cuidado mientras tiraba de ella con suavidad, buscando acercarla a él lo máximo posible. Tan fue así, que incluso sus labios llegaron a rozar los ajenos, sintiendo su calidez y suavidad por apenas un instante. Sin embargo, la sonrisa del joven dragón adquirió algo de malicia, y en un rápido movimiento giró con ella sobre la arena, colocándose encima con una mano a cada lado de su cabeza, mientras mostraba una sonrisa tan amplia y deslumbrante como ninguna que hubiera dibujado su rostro con anterioridad, dejando ver claramente unos dientes algo más afilados de lo normal, especialmente en los colmillos. Se le veía, a grandes rasgos, bastante feliz, y sus ojos casi parecieron brillar con luz propia mientras le dedicaba la mejor de sus sonrisas a la pelirroja.
- Te tengo -comentó, volviendo a acercar su rostro al de ella- Y me temo que no pienso soltarte esta vez -dijo con un deje divertido, antes de depositar un nuevo beso en sus labios.
Su mano se dirigió hacia la mejilla ajena casi como acto reflejo, justo en el momento en que la chica volvía a posar sus labios sobre los del pelirrojo. Aquella sensación sería igual de única para él como el primer día, independientemente de las veces que probara sus labios, y estaba seguro de que no podría cansarse nunca. Las yemas de sus dedos recorrieron su delicada piel lentamente, y no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara al oír las palabras de la pelirroja. Tenía razón, eran como el día y la noche, y aún así... Funcionaba. Tal vez porque uno complementaba al otro o porque, simplemente, los polos opuestos se atraen. Eso es lo que dicen, ¿no? Tan solo había algo que no encajaba, y es que sus últimas palabras le habían desconcertado.
- ¿Qué...? -murmuró, ladeando levemente la cabeza y arqueando una ceja, sin dejar de observarla mientras pellizcaba su mejilla, abriendo mucho los ojos al darse cuenta de que se había lanzado sobre él.
Su cuerpo reaccionó, por puro instinto, tensándose y alertándole para que se preparara para defenderse, y tan solo su razón y el hecho de que mantenía una férrea confianza hacia la cazadora permitieron que pudiera relajarse casi al momento. Estaba bien, tan solo le había sorprendido un poco. Tras una vida en la que lo único que había hecho era permanecer atento cada hora de cada día, aquel tipo de situaciones le resultaban extrañas. Sin embargo, esto no quiere decir que no pudiera disfrutar de ellas. Sintió la arena amoldarse a su cuerpo en el momento en que la pelirroja le tuvo a su merced, observándola desde debajo fijamente a los ojos, perdiéndose en su sonrisa, así como en la sensación que le brindaba el tenerla tan cerca.
- Yoko...
Sus manos se posaron sobre las caderas de ella y ascendieron un poco, pasando a su espalda para recorrerla con cuidado mientras tiraba de ella con suavidad, buscando acercarla a él lo máximo posible. Tan fue así, que incluso sus labios llegaron a rozar los ajenos, sintiendo su calidez y suavidad por apenas un instante. Sin embargo, la sonrisa del joven dragón adquirió algo de malicia, y en un rápido movimiento giró con ella sobre la arena, colocándose encima con una mano a cada lado de su cabeza, mientras mostraba una sonrisa tan amplia y deslumbrante como ninguna que hubiera dibujado su rostro con anterioridad, dejando ver claramente unos dientes algo más afilados de lo normal, especialmente en los colmillos. Se le veía, a grandes rasgos, bastante feliz, y sus ojos casi parecieron brillar con luz propia mientras le dedicaba la mejor de sus sonrisas a la pelirroja.
- Te tengo -comentó, volviendo a acercar su rostro al de ella- Y me temo que no pienso soltarte esta vez -dijo con un deje divertido, antes de depositar un nuevo beso en sus labios.
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Por un momento me había asustado al empujarlo. Creí que se lo había tomado mal, pero yo solo lo hacía por algo de diversión. No era mi culpa que me entretuviese con cualquier cosa o me riese con todo, tampoco era culpa suya. Los dos éramos completamente polos opuestos que encajaban a la perfección y que el uno sin el otro nuestra existencia no tendría sentido. Aunque de eso ya me di cuenta nada más conocerle. Mi vida no tenía ningún sentido anteriormente. Era tan solo un espíritu en busca de libertad y de arreglar el mundo, pero ¿con qué finalidad? Sé que quería ayudar a las personas, pero la mitad de ellas nunca agradecerían los hechos. Ahora sé que buscaba un mundo mejor para poder estar en paz con Akagami y sé que tarde o temprano lograría cambiarlo todo. Yo cumplía lo que me proponía.
El tiempo se paró en cuanto mis ambarinos ojos se encontrarion con los suyos, hipnotizándome como la primera vez que los vi. Sus manos me producían un leve cosquilleo cuando me acariciaba la espalda. Esto me provocaba pequeñas risas mientras que con mis manos acariciaba suavemente sus mejillas notando el tacto de su piel. Nuestros labios se rozaron a medida que nos apegábamos cada vez más. En cuanto vi su sonrisa maliciosa arqueé una ceja. ¿Qué tramaba? En el fondo me daba igual, sentía algo especial cuando le veía sonreír y ya no me importaba nada, tan solo quería perderme en él.
Durante unos segundos apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos. Qué calidez… pensé. ¿Por qué tenía que acabar todo esto? ¿Acaso él y yo no nos merecíamos que estar separados? Yo le prometí estar con él, lástima que el no pudiera quedarse conmigo. Me parecía injusto tener que vivir así, pero en el fondo sabía que teníamos que aguantar… solo deseaba que la espera no fuese eterna.
Akagami me sorprendió cuando me dio la vuelta, e incluso di un pequeño grito por el susto puesto que no estaba atenta. Sentí la arena sobre mi piel, la cual propagaba demasiado calor por el sol. Escuché sus palabras atentamente con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba feliz por verle así aunque se me hacía un poco raro por lo serio que era, pero creo que podía acostumbrarme, sobre todo si me las dedicaba siempre a mí.
-¡Eh! ¡Eso es injusto! – Dije inflando los mofletes mientras me regalaba un dulce beso. Intenté moverme un poco, pero era imposible, él me cubría por completo y tampoco disponía de la fuerza necesaria para apartarlo.
Apoyé las manos en sus hombros y las subí con delicadeza hasta apoyarlas detrás de su cuello, las cuales estaban entrelazadas. Acerqué su cabeza hacia mí hasta que nuestras narices se rozaron. Le miré a los ojos con dulzura, sonriendo tímidamente.
– Oh, pero serás... – Respondí dándole un nuevo beso en los labios que me incitaban a no separarme. Este duró más que los anteriores, lástima que necesitásemos respirar. En cuanto aparté los míos de los suyos le pinché la mejilla con el dedo. – Además, ¿qué piensas hacer? ¡Esto no va a quedar así! – Dije a modo de burla mientras me reía.
El tiempo se paró en cuanto mis ambarinos ojos se encontrarion con los suyos, hipnotizándome como la primera vez que los vi. Sus manos me producían un leve cosquilleo cuando me acariciaba la espalda. Esto me provocaba pequeñas risas mientras que con mis manos acariciaba suavemente sus mejillas notando el tacto de su piel. Nuestros labios se rozaron a medida que nos apegábamos cada vez más. En cuanto vi su sonrisa maliciosa arqueé una ceja. ¿Qué tramaba? En el fondo me daba igual, sentía algo especial cuando le veía sonreír y ya no me importaba nada, tan solo quería perderme en él.
Durante unos segundos apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos. Qué calidez… pensé. ¿Por qué tenía que acabar todo esto? ¿Acaso él y yo no nos merecíamos que estar separados? Yo le prometí estar con él, lástima que el no pudiera quedarse conmigo. Me parecía injusto tener que vivir así, pero en el fondo sabía que teníamos que aguantar… solo deseaba que la espera no fuese eterna.
Akagami me sorprendió cuando me dio la vuelta, e incluso di un pequeño grito por el susto puesto que no estaba atenta. Sentí la arena sobre mi piel, la cual propagaba demasiado calor por el sol. Escuché sus palabras atentamente con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba feliz por verle así aunque se me hacía un poco raro por lo serio que era, pero creo que podía acostumbrarme, sobre todo si me las dedicaba siempre a mí.
-¡Eh! ¡Eso es injusto! – Dije inflando los mofletes mientras me regalaba un dulce beso. Intenté moverme un poco, pero era imposible, él me cubría por completo y tampoco disponía de la fuerza necesaria para apartarlo.
Apoyé las manos en sus hombros y las subí con delicadeza hasta apoyarlas detrás de su cuello, las cuales estaban entrelazadas. Acerqué su cabeza hacia mí hasta que nuestras narices se rozaron. Le miré a los ojos con dulzura, sonriendo tímidamente.
– Oh, pero serás... – Respondí dándole un nuevo beso en los labios que me incitaban a no separarme. Este duró más que los anteriores, lástima que necesitásemos respirar. En cuanto aparté los míos de los suyos le pinché la mejilla con el dedo. – Además, ¿qué piensas hacer? ¡Esto no va a quedar así! – Dije a modo de burla mientras me reía.
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