Diana de Carlein
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fuerza
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Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Diana no podía correr lo suficiente como para escapar de la gente que la perseguía. La sangre que tintaba su vestido de seda, el humo que impedía respirar bien a la mujerzuela que aspiraba a reina y los nervios que la confundían a la hora de mover su cuerpo eran factores que determinaban una muerte prematura en la muchacha.
La mansión a la que corría -o más bien, intentaba llegar de forma desesperada- solo se encontraba a unos metros de distancia. Se encontraba en un panorama de lo más atronador, todo el pueblo luchando entre sí. Una purga, o eso podía deducir ante las horcas, antorchas y demás utensilios destinados para arrebatar vidas humanas. Logró esquivar una que intentó empalarla y gritó asustada, ya que una niña de doce años no podía actuar de una forma con mucho más coraje.
-¡Ven aquí, Diana!
-¡John!
John no duró demasiado. El ilustre mayordomo cayó de rodillas y después dejó de mostrar resistencia al dejarse deslizar lentamente hasta tener su cuerpo reposando inerte.
El cielo se había consumido en un color mucho más intenso que las pupilas de la joven, pero verlo era mucho más tranquilizante que presenciar cómo todo lo que había amado y recorrido desde bien pequeña ardía y se teñía de carmín. La plaza central por la que ahora corría, con los puestos en los que siempre se acercaba con su hermano mayor para comprar o cotillear, no era ni un cuarto de lo que fue. El color característico de Carlein, el verde, se había convertido en tonalidades mucho más oscuras. La fuente ya no era de agua cristalina; cadáveres reposaban en ella con las consecuencias que ello traía.
-¡No, no!- Gritó levantándose de entre dos barriles -¡No quiero!
Restregó sus ojos con las dos manos y miró alrededor. Los colores eran oscuros, sí, pero debido a que eran maderas viejas de un barco que ya ni sabía cuál era. ¿Se habría colado la noche anterior? Pensó hasta tal punto que le dolió la cabeza, pero no lograba recordar nada. Daba igual si era un barco pirata, uno de mercaderías o de esclavos. Tras mirar varias veces alrededor, solo pudo caer en una conclusión; era de piratas. Espero tener suerte, murmuró, mientras se acercaba con una postura algo ridícula que le permitía moverse de forma silenciosa.
-¡Ey, tú!
Diana se giró sorprendida.
-¿Qué haces aquí colada?
Tenía que inventar una excusa.
-Soy solo una más.- Le respondió sin dudarlo. Era buena mintiendo.
No le respondió en unos segundos, dándole el tiempo suficiente como para poder observar al hombre. Llevaba una capa que le cubría todo el torso, impidiendo evaluar su condición física. Portaba en la espalda una espada larga con un carnero en el mango, que sobresalía por detrás de su espalda. Echó una ojeada rápida a su cara y logró ver que era un hombre canoso, con una barba de varios meses.
-¿Por qué me mientes?- Le volvió a preguntar, elevando poco a poco una de sus comisuras para indicar que la situación le hacía gracia. ¿O tal vez sonreía de esa forma para no parecer una amenaza?
-Disculpe, pero tengo que salir a cubierta.
Antes de poder realizar cualquier momento, el hombre, que estaba a una distancia razonable, se movió en cuestión de una décima de segundo a su lado para agarrarla de la boca y arrastrarla sin poder ofrecer resistencia ninguna. El sujeto era demasiado fuerte y conocía cómo inutilizar a una persona, ya que tenía una mano encima de su brazo izquierdo y otra a la altura del muslo. Una vez volvió a mirar su rostro, reconoció a la persona.
-¿Es usted el legendario Dark?- Susurró con el ceño fruncido.
-Dark desapareció hace ya un tiempo. Dicen los rumores que se fue con su esposa a vivir al paraíso. Además, la persona con la que me has confundido es morena, y yo ya tengo el pelo de una persona mayor, totalmente canoso.
Diana bajó la cabeza y mordió sus labios. El desconocido desprendía algo que hacía creer en él ciegamente. Se limitó a tomar su palabra y permanecer con él, sintiendo el calor que desprendía exceptuando una parte, la de la mano que le agarraba el hombro. Sentía algo pesado y frío encima de ella; ni más ni menos que un brazalete de color dorado. Sin duda es él, ese es el brazo negro del que tanto he oído hablar. ¿Pero por qué me estoy creyendo esta mentira tan poco elaborada?
-¿Me permites un momento?
No logró responderle. Se movió tan rápido que no logró dejarla reaccionar una vez más, incluso empujándola violentamente hacia la pared en la que se encontraba. Gesticuló una mueca de dolor y después volvió a escuchar la misma voz, cálida y protectora.
-¡Sal, ya no hay peligro!
Obedeció sin dudarlo. Tras subir los escalones que conducían a la proa de forma lenta y con algo de miedo en cada paso, salió hacia fuera, haciendo de visera con una de sus manos por el destello que provocaba el sol. Vio la figura ensombrecida del desaparecido héroe por el astro a sus espaldas, hasta que comenzó a tambalearse lentamente.
-¡Ostia chiquilla, perdona! A veces me paso con el haoshoku.
Acabó tendida en los brazos del desconocido, que avanzó rápidamente hacia ella para evitar que se golpease contra el suelo.
-Vale, sí. Soy Dark Satou. ¿Pero no se lo digas a nadie, eh? La marina me estirará de las orejas si se enteran de que sigo por ahí merodeando.
-Usted se ve justo como lo pintan en los retratos. ¿De verdad echó a todos los piratas de Jaya?
-Sí, y sin demasiada dificultad. Lo que no duró mucho; al desaparecer, todos volvieron a Jaya sin temor de mí.
-¿Era usted un señor de la caza?
-Sí, y mano derecha del rey de los cazadores. Bueno, ya no lo es, pero decidimos apartarnos del mapa todos. Seguimos en contacto de vez en cuando.
-¿Por qué desapareció?
-¿Y por qué no? Este es un mundo en el que un viejo como yo ya no encaja. Tengo mujer y tres hijos, y no necesito mucho más.
-Y entonces... ¿por qué está aquí?
El antiguo señor de la caza golpeó contra la cabeza de Diana con el dedo índice, causándole un gran daño en la frente.
-Algo me decía que tenía que partir. Hay algo que nunca había tenido, y no me sentía completo. Ahora, ya lo he encontrado.
Diana frunció el ceño y le miró extrañada. Se encogió de hombros y esperó a la respuesta del galán.
-Una discípula.
Sus ojos se iluminaron y sonrió plenamente, algo que no recordaba que hubiese hecho jamás. Se levantó y, sin controlarse, empujó a su maestro por la borda en un intento de abrazarle. Cayó al agua y la discípula abrió la boca, saltando hacia el agua también para rescatarle. En vano. Dark salió del agua y la agarró para después apoyarse a una madera del cascarón y saltar con ella entre brazos para volver a la superficie central del barco.
-¡¿Pero usted no era el dueño de la fruta de luz?!
-Digamos que... Soy una de las pocas personas del mundo que he podido recuperar mi condición normal.
-Ahora en serio... Usted no ha venido aquí para buscar un aprendiz, ¿no? Estaba alejado de todo, la gente creía que había muerto.
-Eres inteligente, Diana. Me enteré de que uno de mis viejos camaradas murió a manos de otra persona.
-¿Y cómo lo encontrará?
Dark elevó levemente la cabeza y suspiró.
-Con perseverancia.
La mansión a la que corría -o más bien, intentaba llegar de forma desesperada- solo se encontraba a unos metros de distancia. Se encontraba en un panorama de lo más atronador, todo el pueblo luchando entre sí. Una purga, o eso podía deducir ante las horcas, antorchas y demás utensilios destinados para arrebatar vidas humanas. Logró esquivar una que intentó empalarla y gritó asustada, ya que una niña de doce años no podía actuar de una forma con mucho más coraje.
-¡Ven aquí, Diana!
-¡John!
John no duró demasiado. El ilustre mayordomo cayó de rodillas y después dejó de mostrar resistencia al dejarse deslizar lentamente hasta tener su cuerpo reposando inerte.
El cielo se había consumido en un color mucho más intenso que las pupilas de la joven, pero verlo era mucho más tranquilizante que presenciar cómo todo lo que había amado y recorrido desde bien pequeña ardía y se teñía de carmín. La plaza central por la que ahora corría, con los puestos en los que siempre se acercaba con su hermano mayor para comprar o cotillear, no era ni un cuarto de lo que fue. El color característico de Carlein, el verde, se había convertido en tonalidades mucho más oscuras. La fuente ya no era de agua cristalina; cadáveres reposaban en ella con las consecuencias que ello traía.
-¡No, no!- Gritó levantándose de entre dos barriles -¡No quiero!
Restregó sus ojos con las dos manos y miró alrededor. Los colores eran oscuros, sí, pero debido a que eran maderas viejas de un barco que ya ni sabía cuál era. ¿Se habría colado la noche anterior? Pensó hasta tal punto que le dolió la cabeza, pero no lograba recordar nada. Daba igual si era un barco pirata, uno de mercaderías o de esclavos. Tras mirar varias veces alrededor, solo pudo caer en una conclusión; era de piratas. Espero tener suerte, murmuró, mientras se acercaba con una postura algo ridícula que le permitía moverse de forma silenciosa.
-¡Ey, tú!
Diana se giró sorprendida.
-¿Qué haces aquí colada?
Tenía que inventar una excusa.
-Soy solo una más.- Le respondió sin dudarlo. Era buena mintiendo.
No le respondió en unos segundos, dándole el tiempo suficiente como para poder observar al hombre. Llevaba una capa que le cubría todo el torso, impidiendo evaluar su condición física. Portaba en la espalda una espada larga con un carnero en el mango, que sobresalía por detrás de su espalda. Echó una ojeada rápida a su cara y logró ver que era un hombre canoso, con una barba de varios meses.
-¿Por qué me mientes?- Le volvió a preguntar, elevando poco a poco una de sus comisuras para indicar que la situación le hacía gracia. ¿O tal vez sonreía de esa forma para no parecer una amenaza?
-Disculpe, pero tengo que salir a cubierta.
Antes de poder realizar cualquier momento, el hombre, que estaba a una distancia razonable, se movió en cuestión de una décima de segundo a su lado para agarrarla de la boca y arrastrarla sin poder ofrecer resistencia ninguna. El sujeto era demasiado fuerte y conocía cómo inutilizar a una persona, ya que tenía una mano encima de su brazo izquierdo y otra a la altura del muslo. Una vez volvió a mirar su rostro, reconoció a la persona.
-¿Es usted el legendario Dark?- Susurró con el ceño fruncido.
-Dark desapareció hace ya un tiempo. Dicen los rumores que se fue con su esposa a vivir al paraíso. Además, la persona con la que me has confundido es morena, y yo ya tengo el pelo de una persona mayor, totalmente canoso.
Diana bajó la cabeza y mordió sus labios. El desconocido desprendía algo que hacía creer en él ciegamente. Se limitó a tomar su palabra y permanecer con él, sintiendo el calor que desprendía exceptuando una parte, la de la mano que le agarraba el hombro. Sentía algo pesado y frío encima de ella; ni más ni menos que un brazalete de color dorado. Sin duda es él, ese es el brazo negro del que tanto he oído hablar. ¿Pero por qué me estoy creyendo esta mentira tan poco elaborada?
-¿Me permites un momento?
No logró responderle. Se movió tan rápido que no logró dejarla reaccionar una vez más, incluso empujándola violentamente hacia la pared en la que se encontraba. Gesticuló una mueca de dolor y después volvió a escuchar la misma voz, cálida y protectora.
-¡Sal, ya no hay peligro!
Obedeció sin dudarlo. Tras subir los escalones que conducían a la proa de forma lenta y con algo de miedo en cada paso, salió hacia fuera, haciendo de visera con una de sus manos por el destello que provocaba el sol. Vio la figura ensombrecida del desaparecido héroe por el astro a sus espaldas, hasta que comenzó a tambalearse lentamente.
-¡Ostia chiquilla, perdona! A veces me paso con el haoshoku.
Acabó tendida en los brazos del desconocido, que avanzó rápidamente hacia ella para evitar que se golpease contra el suelo.
-Vale, sí. Soy Dark Satou. ¿Pero no se lo digas a nadie, eh? La marina me estirará de las orejas si se enteran de que sigo por ahí merodeando.
-Usted se ve justo como lo pintan en los retratos. ¿De verdad echó a todos los piratas de Jaya?
-Sí, y sin demasiada dificultad. Lo que no duró mucho; al desaparecer, todos volvieron a Jaya sin temor de mí.
-¿Era usted un señor de la caza?
-Sí, y mano derecha del rey de los cazadores. Bueno, ya no lo es, pero decidimos apartarnos del mapa todos. Seguimos en contacto de vez en cuando.
-¿Por qué desapareció?
-¿Y por qué no? Este es un mundo en el que un viejo como yo ya no encaja. Tengo mujer y tres hijos, y no necesito mucho más.
-Y entonces... ¿por qué está aquí?
El antiguo señor de la caza golpeó contra la cabeza de Diana con el dedo índice, causándole un gran daño en la frente.
-Algo me decía que tenía que partir. Hay algo que nunca había tenido, y no me sentía completo. Ahora, ya lo he encontrado.
Diana frunció el ceño y le miró extrañada. Se encogió de hombros y esperó a la respuesta del galán.
-Una discípula.
Sus ojos se iluminaron y sonrió plenamente, algo que no recordaba que hubiese hecho jamás. Se levantó y, sin controlarse, empujó a su maestro por la borda en un intento de abrazarle. Cayó al agua y la discípula abrió la boca, saltando hacia el agua también para rescatarle. En vano. Dark salió del agua y la agarró para después apoyarse a una madera del cascarón y saltar con ella entre brazos para volver a la superficie central del barco.
-¡¿Pero usted no era el dueño de la fruta de luz?!
-Digamos que... Soy una de las pocas personas del mundo que he podido recuperar mi condición normal.
-Ahora en serio... Usted no ha venido aquí para buscar un aprendiz, ¿no? Estaba alejado de todo, la gente creía que había muerto.
-Eres inteligente, Diana. Me enteré de que uno de mis viejos camaradas murió a manos de otra persona.
-¿Y cómo lo encontrará?
Dark elevó levemente la cabeza y suspiró.
-Con perseverancia.
- Canción que canta Diana:
Birds in the sky
Carry these words for me.
Life tasted sweet.
It let me live; let breathe.
Love
hurt so bad,
But still,
Saved my soul.
Flowers
of a brighter past.
They bloomed so free
Beneath the sun.
Memories,
I want to give them to you
So you can see
What we left there.
When all hope bleeds out
What remains is dark.
Should've left it all for you,
For tomorrow.
As your time draws near,
will you live in fear?
Could've left it all for you
But we let go.
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