Alwyn
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Es un sitio conocido mundialmente por ser una isla donde a los más hábiles reposteros se les atribuye una impresionante habilidad de diseño y sabor, que mantiene la estructura y conservación natural del sitio. Se dice que su arte en la repostería es todo un misterio, ya que todas las edificaciones son el trabajo diario de un pequeño y selecto grupo de cocineros.
Condiciones normales de presión, temperatura y combate
Empieza Sr. Nat
-Qué frío hace hoy- dijo con malestar una persona irrelevante en esta historia, subiendo la cremallera de su trenca mientras trataba de pegarse a una mujer pelirroja que lo apartó con notoria cara de grima. La verdad es que era bastante mona, con una coleta en la parte alta de la cabeza y un par de mechones revoltosos que enmarcaban su cara junto a un flequillo, endulzando un rostro por lo demás bastante duro.
Y allí estaba él, observándolo todo y abrigado con una simple americana. ¿Por qué? Porque aquel mes se le había roto su abrigo favorito, y no tenía dinero para comprar otro ni la mitad de fabuloso, por lo que prefería mil veces antes que ir con una horterada de la temporada pasada soportar el frío de aquella estación de esquí. ¿Pero qué hacía Al en una estación de esquí? Bastante sencillo; cuando lo invitaron a esquiar en una pista de chocolate en Candyland supuso que sería un río caliente de cacao fundido, o al menos semiderretido. Pero no, era una maldita rampa gigantesca de chocolate congelado, bastante lograda debía reconocer. "En fin, qué le voy a hacer", pensó, acercándose al puesto de telesilla, cargado con su tabla de "chocolateboard" dispuesto a dar un espectáculo que jamás nadie olvidaría.
-¿Cómo que la pista está cerrada?- se quejó airadamente, observando cómo su subida a la montaña se cancelaba súbitamente-. ¡Pero si me invitaron a venir para esta hora!
-Debe haber sido algún tipo de error... ¿Puedo ver su ticket?- la respuesta del hombre era bastante neutra, aunque se notaba el cansancio propio de llevar todo un día sin hacer nada dentro de una caja de pastel viendo a los turistas pasar-. ¿Ve? Aquí lo pone, invitación a un chocolate en la Pista "Chocolate Fantasy". Sólo era una promoción, que además termina dentro de siete minutos. Y como le he dicho, nosotros cerramos ya. ¡Hasta mañana! Vuelva pronto.
No podía creérselo. ¿Otra vez por no leer las cosas iba a hacer el ridículo? La última vez, cuando interpretó "Charlie y la fábrica de Miel" le había salido una magnífica interpretación a ojos de la crítica, a pesar de ni siquiera haber abierto el guión... "Aunque Billy Moka era demasiado caótico, bien pensado...". Conocía el libro, al fin y al cabo, y el dueño de la fábrica era un verdadero majadero.
Y, con las mismas, se fue hasta la cafetería, tan raudo como pudo, y trató de pedir su café. Aunque, la verdad, si tenía que pagar tampoco le importaba mucho. ¿Cuánto podía valer un chocolate?
Llegó al local, y de repente no le importó haber perdido su oportunidad de jugar con la tabla nueva. La chica de antes estaba en el local, tomando algo sola en la barra, apartando a los muchos acosadores que se le acercaban a cada instante. "Por favor, aprended del maestro". Comenzó a caminar, tratando de evitar que las vainas de sus armas resonasen desde el interior de la funda de su tabla, y se sentó en la banqueta contigua a la mujer.
-Te apuesto lo que quieras a que con una sola frase consigo más que todos los que te acosan en el tiempo que llevan- dijo, como saludo.
-Dame los diez mil berries que me debes, acabas de perder- respondió ella sin inmutarse.
-Toma- sacó inmediatamente del bolsillo el dinero-. Merece la pena por el placer de invitarte a una copa... De chocolate, claro, que para algo estamos aquí.
No pudo evitar sonreír por un momento, y Al supo que había abierto una ligera brecha que podía trabajarse para que se dejara acosar de muchas más formas. "Al, eres un hijo de puta con suerte y talento", se dijo, y apartó la mirada de ella por un instante para buscar al camarero. ¿Dónde estaría cuando hacía falta?
Y allí estaba él, observándolo todo y abrigado con una simple americana. ¿Por qué? Porque aquel mes se le había roto su abrigo favorito, y no tenía dinero para comprar otro ni la mitad de fabuloso, por lo que prefería mil veces antes que ir con una horterada de la temporada pasada soportar el frío de aquella estación de esquí. ¿Pero qué hacía Al en una estación de esquí? Bastante sencillo; cuando lo invitaron a esquiar en una pista de chocolate en Candyland supuso que sería un río caliente de cacao fundido, o al menos semiderretido. Pero no, era una maldita rampa gigantesca de chocolate congelado, bastante lograda debía reconocer. "En fin, qué le voy a hacer", pensó, acercándose al puesto de telesilla, cargado con su tabla de "chocolateboard" dispuesto a dar un espectáculo que jamás nadie olvidaría.
-¿Cómo que la pista está cerrada?- se quejó airadamente, observando cómo su subida a la montaña se cancelaba súbitamente-. ¡Pero si me invitaron a venir para esta hora!
-Debe haber sido algún tipo de error... ¿Puedo ver su ticket?- la respuesta del hombre era bastante neutra, aunque se notaba el cansancio propio de llevar todo un día sin hacer nada dentro de una caja de pastel viendo a los turistas pasar-. ¿Ve? Aquí lo pone, invitación a un chocolate en la Pista "Chocolate Fantasy". Sólo era una promoción, que además termina dentro de siete minutos. Y como le he dicho, nosotros cerramos ya. ¡Hasta mañana! Vuelva pronto.
No podía creérselo. ¿Otra vez por no leer las cosas iba a hacer el ridículo? La última vez, cuando interpretó "Charlie y la fábrica de Miel" le había salido una magnífica interpretación a ojos de la crítica, a pesar de ni siquiera haber abierto el guión... "Aunque Billy Moka era demasiado caótico, bien pensado...". Conocía el libro, al fin y al cabo, y el dueño de la fábrica era un verdadero majadero.
Y, con las mismas, se fue hasta la cafetería, tan raudo como pudo, y trató de pedir su café. Aunque, la verdad, si tenía que pagar tampoco le importaba mucho. ¿Cuánto podía valer un chocolate?
Llegó al local, y de repente no le importó haber perdido su oportunidad de jugar con la tabla nueva. La chica de antes estaba en el local, tomando algo sola en la barra, apartando a los muchos acosadores que se le acercaban a cada instante. "Por favor, aprended del maestro". Comenzó a caminar, tratando de evitar que las vainas de sus armas resonasen desde el interior de la funda de su tabla, y se sentó en la banqueta contigua a la mujer.
-Te apuesto lo que quieras a que con una sola frase consigo más que todos los que te acosan en el tiempo que llevan- dijo, como saludo.
-Dame los diez mil berries que me debes, acabas de perder- respondió ella sin inmutarse.
-Toma- sacó inmediatamente del bolsillo el dinero-. Merece la pena por el placer de invitarte a una copa... De chocolate, claro, que para algo estamos aquí.
No pudo evitar sonreír por un momento, y Al supo que había abierto una ligera brecha que podía trabajarse para que se dejara acosar de muchas más formas. "Al, eres un hijo de puta con suerte y talento", se dijo, y apartó la mirada de ella por un instante para buscar al camarero. ¿Dónde estaría cuando hacía falta?
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- ¡Aaaachús!
El estornudo resonó en la calle como un poderoso eco, propagándose a lo largo de esta rápidamente y haciendo que más de un curioso ladeara el cuerpo para ver al autor de semejante estruendo; un chico de cabello ardiente y ojos como la esmeralda... Bueno, al menos aquél que era visible. El sonido que se producía cada vez que se sonaba con el antaño inmaculado pañuelo era realmente desagradable, y a más de uno le produjo escalofríos, ¿pero qué iba a hacer? Kusanagi miró a su alrededor, dándose cuenta de la situación mientras terminaba de desatascarse la nariz, sonriendo con nerviosismo mientras se llevaba una mano a la nuca, formulando a continuación una disculpa. Tampoco era como si lo hubiese hecho aposta, pues aquel día estaba siendo realmente frío. ¿Qué podría haberle traído hasta aquella dulce y empalagosa isla? Pues, probablemente, esto mismo.
- Vale... -murmuró, inspirando profundamente para comprobar que podía volver a respirar con normalidad, al tiempo que encestaba el pañuelo en una pequeña papelera que se hallaba pegada a un muro de caramelo- Mucho mejor.
No habría pasado ni una hora desde que pisara tierra... ¿O debería decir azúcar? Pero el caso es que ya se había vuelto a perder. Últimamente su sentido de la orientación no le estaba resultando de ayuda, y en las últimas semanas se había metido en más líos de los que pudiera contar con los dedos. ¿Qué culpa tenía él de que los baños no estuvieran bien diferenciados? Cierto es que le pareció extraño que no tuvieran ningún inodoro suspendido, obligándole a usar una de las tazas convencionales, ¡pero bien podría haber sido por falta de presupuesto! Por suerte había sido más rápido que aquella señora... Aunque no tanto como su bolso, que alcanzó su cogote con una precisión digna del mejor tirador del mundo. Pero volvamos al tema, que me desvío. El frío no le era especialmente molesto, e incluso era capaz de soportarlo con bastante facilidad. Sin embargo, sentía la imperiosa necesidad de acudir a algún local donde poder tomar una buena taza de chocolate caliente, así que se dispuso a buscar un lugar adecuado.
No fue una tarea que le supusiera un gran esfuerzo, pues en aquella isla casi cualquier bar, taberna o incluso restaurante servía ese tipo de dulces... Y no fueron pocos los que encontró, por no decir que se localizaban uno tras otro. "Definitivamente no tienen una gran visión empresarial... O tal vez tienen demasiada" se dijo a sí mismo mientras empujaba la puerta de la más cercana, adentrándose en el local mientras se aseguraba de que las espadas estuvieran bien ocultas bajo aquella gabardina.
- Creo que voy a tener que venir más a menudo -susurró en un tono inaudible, mientras su mirada se deleitaba con aquella descripción muda de la belleza.
Cabello escarlata que se mantenía sujeto gracias a una coleta en la parte superior de su cabeza y que, aun así, caía por su espalda como un bello arroyo carmesí. Su figura, bien definida, podría haber sido perfectamente la perdición de muchos hombres hasta ese momento y su rostro, que el pelirrojo tan solo alcanzaba a ver ladeado, dejaba ver una expresión tan dura como ardiente era su mirada, capaz de acabar con el frío que había invadido la isla con una sola pasada. Esbozó una leve sonrisa, sin dar importancia al hecho de que un tipo bastante alto se encontraba a su lado. ¿Tal vez su pareja? Bueno, detalles sin importancia. Al fin y al cabo, él no era celoso. Algunos hombres que se encontraban allí miraban con recelo al rubio, y parecían algo decaídos. ¿Tal vez habían fallado en la meta que acababa de imponerse a sí mismo? Se mentalizó antes de proceder, y recorrió la distancia que les separaba deslizándose rápidamente por la sala, apoyándose en la barra junto a la pelirroja.
- Discúlpame -comenzó, en un tono suave- Pero, ¿ves esa tabla que estás pisando? -dijo señalando al suelo bajo sus pies- Bueno, resulta que está a mi cuidado, pero tranquila, me ha dicho que no le importa que estés sobre ella, y no seré yo quien la prive del placer. Sin embargo, espero que no te importe que me mantenga cerca, a veces no sabe comportarse...
Sus palabras fueron acompañadas de una deslumbrante sonrisa, y pudo captar, además de cierta incredulidad, algo de curiosidad en la chica de cabello rojo, que asintió con levedad mientras parecía mostrar un amago de sonrisa. El agente sonrió para sus adentros, y dio por finalizada la toma de contacto. Era momento de ver hasta dónde podría llegar, y es que en ocasiones parecer un bobo encantador daba sus frutos. Tras esto buscó con la mirada al camarero, dispuesto a pedir su tan ansiado chocolate que, y estaba seguro de ello, se endulzaría aún más con tan agradable compañía.
El estornudo resonó en la calle como un poderoso eco, propagándose a lo largo de esta rápidamente y haciendo que más de un curioso ladeara el cuerpo para ver al autor de semejante estruendo; un chico de cabello ardiente y ojos como la esmeralda... Bueno, al menos aquél que era visible. El sonido que se producía cada vez que se sonaba con el antaño inmaculado pañuelo era realmente desagradable, y a más de uno le produjo escalofríos, ¿pero qué iba a hacer? Kusanagi miró a su alrededor, dándose cuenta de la situación mientras terminaba de desatascarse la nariz, sonriendo con nerviosismo mientras se llevaba una mano a la nuca, formulando a continuación una disculpa. Tampoco era como si lo hubiese hecho aposta, pues aquel día estaba siendo realmente frío. ¿Qué podría haberle traído hasta aquella dulce y empalagosa isla? Pues, probablemente, esto mismo.
- Vale... -murmuró, inspirando profundamente para comprobar que podía volver a respirar con normalidad, al tiempo que encestaba el pañuelo en una pequeña papelera que se hallaba pegada a un muro de caramelo- Mucho mejor.
No habría pasado ni una hora desde que pisara tierra... ¿O debería decir azúcar? Pero el caso es que ya se había vuelto a perder. Últimamente su sentido de la orientación no le estaba resultando de ayuda, y en las últimas semanas se había metido en más líos de los que pudiera contar con los dedos. ¿Qué culpa tenía él de que los baños no estuvieran bien diferenciados? Cierto es que le pareció extraño que no tuvieran ningún inodoro suspendido, obligándole a usar una de las tazas convencionales, ¡pero bien podría haber sido por falta de presupuesto! Por suerte había sido más rápido que aquella señora... Aunque no tanto como su bolso, que alcanzó su cogote con una precisión digna del mejor tirador del mundo. Pero volvamos al tema, que me desvío. El frío no le era especialmente molesto, e incluso era capaz de soportarlo con bastante facilidad. Sin embargo, sentía la imperiosa necesidad de acudir a algún local donde poder tomar una buena taza de chocolate caliente, así que se dispuso a buscar un lugar adecuado.
No fue una tarea que le supusiera un gran esfuerzo, pues en aquella isla casi cualquier bar, taberna o incluso restaurante servía ese tipo de dulces... Y no fueron pocos los que encontró, por no decir que se localizaban uno tras otro. "Definitivamente no tienen una gran visión empresarial... O tal vez tienen demasiada" se dijo a sí mismo mientras empujaba la puerta de la más cercana, adentrándose en el local mientras se aseguraba de que las espadas estuvieran bien ocultas bajo aquella gabardina.
- Creo que voy a tener que venir más a menudo -susurró en un tono inaudible, mientras su mirada se deleitaba con aquella descripción muda de la belleza.
Cabello escarlata que se mantenía sujeto gracias a una coleta en la parte superior de su cabeza y que, aun así, caía por su espalda como un bello arroyo carmesí. Su figura, bien definida, podría haber sido perfectamente la perdición de muchos hombres hasta ese momento y su rostro, que el pelirrojo tan solo alcanzaba a ver ladeado, dejaba ver una expresión tan dura como ardiente era su mirada, capaz de acabar con el frío que había invadido la isla con una sola pasada. Esbozó una leve sonrisa, sin dar importancia al hecho de que un tipo bastante alto se encontraba a su lado. ¿Tal vez su pareja? Bueno, detalles sin importancia. Al fin y al cabo, él no era celoso. Algunos hombres que se encontraban allí miraban con recelo al rubio, y parecían algo decaídos. ¿Tal vez habían fallado en la meta que acababa de imponerse a sí mismo? Se mentalizó antes de proceder, y recorrió la distancia que les separaba deslizándose rápidamente por la sala, apoyándose en la barra junto a la pelirroja.
- Discúlpame -comenzó, en un tono suave- Pero, ¿ves esa tabla que estás pisando? -dijo señalando al suelo bajo sus pies- Bueno, resulta que está a mi cuidado, pero tranquila, me ha dicho que no le importa que estés sobre ella, y no seré yo quien la prive del placer. Sin embargo, espero que no te importe que me mantenga cerca, a veces no sabe comportarse...
Sus palabras fueron acompañadas de una deslumbrante sonrisa, y pudo captar, además de cierta incredulidad, algo de curiosidad en la chica de cabello rojo, que asintió con levedad mientras parecía mostrar un amago de sonrisa. El agente sonrió para sus adentros, y dio por finalizada la toma de contacto. Era momento de ver hasta dónde podría llegar, y es que en ocasiones parecer un bobo encantador daba sus frutos. Tras esto buscó con la mirada al camarero, dispuesto a pedir su tan ansiado chocolate que, y estaba seguro de ello, se endulzaría aún más con tan agradable compañía.
-Disculpa- dijo Al, girando la cabeza hacia un intruso pelirrojo que ante él intentaba levantarle a la muchacha que él había mirado primero-, pero esa tabla es mía. Creo que la tuya está ahí.
Señaló un cacho de parqué clavado en el techo con bastante precisión y mala leche, mientras en el suelo una tabla de Snowboard color rojo intenso con la firma blanca de Al Naion ocupaba el lugar de la madera, bastante justa para ser francos. La verdad es que era su mejor truco del día, dejando la modestia a un lado, y los muchos parroquianos se quedaron atónitos, aplaudiendo como bobalicones tras ver el espectacular "truco de magia". En realidad sólo había sido efecto de sacar la tabla rápidamente de su funda y con precisión quirúrgica cortar la sección de tabla que necesitaba apartar. Cuando la sacó, el hielo generado para rellenar el hueco había hecho que no se notara ninguna caída de altura, por lo que la muchacha no se habría enterado, y protegido por la gran bolsa, la gente no habría podido verlo más que en ángulo desde la barra; y el camarero estaba desaparecido.
-En fin, señorita...- comenzó, cuando todos, menos un idiota babeante calvo con barba verde, dejaron de aplaudir, mientras ocultaba de nuevo su espada, durante un par de segundos visible para sacar la madera-, ¿Podría saber tu nombre? No me importaría llamarte maravilla, pero preferiría guardar esos halagos para cuando estemos desayunando.
Henchido de arrojo y soberbia, Al cerró la bolsa y contempló cómo el pedazo de parqué caía sobre la barra, clavándose sobre su autoproclamado propietario... Al menos en su imaginación. Realmente, seguía ahí subida, inmóvil y sin duda, tan clavada que sólo podía ser hecho sin querer; haciéndolo a posta no le habría salido.
-Mi nombre es Athenia- dijo, sin prestarle mucha atención, repartiendo su atención entre las dos tablas, la del pelirrojo y la del rubio-. ¿Cómo has hecho eso?
-Bueno, es una de mis virtudes- respondió, tratando de ganar nuevamente su atención-, tengo las manos más prodigiosas de Grand Line, y la prestidigitación es mi especialidad. Este truco me ha salido algo torpe, por el tamaño de las cosas, pero tus ojos me llenan de magia- ¿Aquello era rubor? Definitivamente aquella chica era un buen ejemplo de chica de oro. Acercamiento difícil pero rápido; su único escollo, el tuerto que se había puesto en su camino.
Sacó una moneda del bolsillo, y la señaló con un excesivo ademán y potentes aspavientos. Cuando girase la mano que portaba el berry, lo pasaría imperceptiblemente hacia su otra mano, con tan mala suerte que la pobre pieza de metal acabaría en el escote de la señorita.
-¡Lo siento!- gritó, con inocencia y frustración fingidas-, creí que me saldría bien el truco, pero la moneda te prefiere a ti... Y lo entiendo.
El tipo de la barba verde en tanga... En tanga él, no la barba, seguía aplaudiendo como un idiota. "En fin, debería recoger la tabla", se dijo, mientras de nuevo buscaba al camarero.
-Disculpe, ¿Alguien atiende aquí?- preguntó al vacío, esperando que se diesen por aludidos y se presentasen ante él.
Señaló un cacho de parqué clavado en el techo con bastante precisión y mala leche, mientras en el suelo una tabla de Snowboard color rojo intenso con la firma blanca de Al Naion ocupaba el lugar de la madera, bastante justa para ser francos. La verdad es que era su mejor truco del día, dejando la modestia a un lado, y los muchos parroquianos se quedaron atónitos, aplaudiendo como bobalicones tras ver el espectacular "truco de magia". En realidad sólo había sido efecto de sacar la tabla rápidamente de su funda y con precisión quirúrgica cortar la sección de tabla que necesitaba apartar. Cuando la sacó, el hielo generado para rellenar el hueco había hecho que no se notara ninguna caída de altura, por lo que la muchacha no se habría enterado, y protegido por la gran bolsa, la gente no habría podido verlo más que en ángulo desde la barra; y el camarero estaba desaparecido.
-En fin, señorita...- comenzó, cuando todos, menos un idiota babeante calvo con barba verde, dejaron de aplaudir, mientras ocultaba de nuevo su espada, durante un par de segundos visible para sacar la madera-, ¿Podría saber tu nombre? No me importaría llamarte maravilla, pero preferiría guardar esos halagos para cuando estemos desayunando.
Henchido de arrojo y soberbia, Al cerró la bolsa y contempló cómo el pedazo de parqué caía sobre la barra, clavándose sobre su autoproclamado propietario... Al menos en su imaginación. Realmente, seguía ahí subida, inmóvil y sin duda, tan clavada que sólo podía ser hecho sin querer; haciéndolo a posta no le habría salido.
-Mi nombre es Athenia- dijo, sin prestarle mucha atención, repartiendo su atención entre las dos tablas, la del pelirrojo y la del rubio-. ¿Cómo has hecho eso?
-Bueno, es una de mis virtudes- respondió, tratando de ganar nuevamente su atención-, tengo las manos más prodigiosas de Grand Line, y la prestidigitación es mi especialidad. Este truco me ha salido algo torpe, por el tamaño de las cosas, pero tus ojos me llenan de magia- ¿Aquello era rubor? Definitivamente aquella chica era un buen ejemplo de chica de oro. Acercamiento difícil pero rápido; su único escollo, el tuerto que se había puesto en su camino.
Sacó una moneda del bolsillo, y la señaló con un excesivo ademán y potentes aspavientos. Cuando girase la mano que portaba el berry, lo pasaría imperceptiblemente hacia su otra mano, con tan mala suerte que la pobre pieza de metal acabaría en el escote de la señorita.
-¡Lo siento!- gritó, con inocencia y frustración fingidas-, creí que me saldría bien el truco, pero la moneda te prefiere a ti... Y lo entiendo.
El tipo de la barba verde en tanga... En tanga él, no la barba, seguía aplaudiendo como un idiota. "En fin, debería recoger la tabla", se dijo, mientras de nuevo buscaba al camarero.
-Disculpe, ¿Alguien atiende aquí?- preguntó al vacío, esperando que se diesen por aludidos y se presentasen ante él.
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El agente parpadeó repetidas veces, atónito al igual que el resto de espectadores por lo que acababa de ocurrir. Casi ni él mismo había tenido los suficientes reflejos como para darse cuenta de lo que el larguirucho había hecho. Ahora su preciosa cabeza de playa en forma de tabla se encontraba en un lugar completamente distinto al esperado. Su pequeña argucia acababa de volverse en su contra, y todo en menos de lo que se tarda en decir "Misisipi". Parecía que no iba a ser tan fácil como de costumbre deshacerse de la rubia molesta, pero que hubiera ganado el primer asalto no decidía el resultado final del duelo. Se encogió de hombros y se mantuvo en su sitio, escuchando la conversación.
Resultaba un tanto irónico pensarlo, pero lo cierto es que, a medida que analizaba con paciencia el intento del flirteo de su rival pudo darse cuenta de que, después de todo, toda palabra que salía de su boca podía ser algo que, perfectamente, diría él en una situación similar. No sabía si eso le hacía gracia o le daba cierta rabia. Si sus sencillos trucos le estaban sirviendo, bien podría haberse ganado a la señorita con suma facilidad de estar solos. En fin, qué más daba. Tenía un as en la manga para esas situaciones, aunque aún aguantaría un poco más. Sería importante utilizarlo en el momento justo.
- ¿Qué demonios? -murmuró, observando al tío de aspecto extraño que seguía aplaudiendo por el truco de la tabla. Había sido algo inesperado, pero no tan bueno como para... En fin.
Kus afinó el oído, logrando captar las palabras convenientes. "Las manos más prodigiosas de Grand Line". Fue incapaz de evitar tornar sus labios en una sonrisa cargada de malicia. Le dejaría disfrutar de su pequeña victoria un poco más, para que pudiera saborear mejor el fracaso. Negó con la cabeza levemente. A veces tenía una forma de pensar demasiado oscura para considerarse un defensor del bien y de la justicia. ¿Estaría dejándose influir demasiado por Castor y Ryuta? Sería mejor tratar de no divertirse con ello. No mucho, al menos.
En el momento en que el de las gafas preguntó de nuevo por el camarero, curiosamente se hizo algo de silencio. Su pregunta había sonado lo suficientemente molesta como para que los demás clientes menguaran un poco el tono de su voz, e incluso pudo escucharse un estruendoso "¡En seguida les atiendo!" desde lo que, supuso, sería la cocina. El parcheado apoyó la cabeza sobre una mano, recostado ligeramente sobre la barra del local, mientras que los dedos de la otra describían un movimiento sutil, inapreciable. Era toda una suerte que la atención de la pelirroja estuviera centrada en su molesto acompañante, especialmente cuando este parecía lo suficientemente distraído como para no darse cuenta del truco. "No eres el único que hacia magia, compañero", pensó, justo antes de que una estridente ventosidad resonara desde el lugar donde el ilusionista mantenía posado su trasero.
La expresión de la gente que se encontraba lo suficientemente cerca fue legendaria. Incluso la del pobre camarero que acababa de hacer acto de presencia fue cómica, como si los ojos fueran a salírsele de sus órbitas.
- Vaya... -comenzó el pelirrojo, saboreando el momento- Parece que también gozas del estómago más suelto del Grand Line. Quizá no te convenga demasiado tomar chocolate ahora.
Un buen sector de la clientela estalló en carcajadas tras esto, e incluso la señorita pareció tomar algo de distancia de forma sutil, lo suficiente como para que Kusanagi volviera a ser el pretendiente más cercano, físicamente... Y moralmente. "Jaque mate", pronunció en sus adentros. No importaba lo bien que lo hubiera hecho, aquello resultaría un golpe fatal para su orgullo y una auténtica catástrofe en sus pretensiones. Resultaba infantil, pero a muy pocos les puede interesar un pedorro en la primera cita. Solo por ese momento jamás dejaría de estarle agradecido a Markov por concederle el poder de la oto oto no mi.
- No te preocupes -comenzó, intentando llamar la atención de la pelirroja mientras las risas continuaban, ante lo que esta se giró-. Conmigo puedes tomar un tazón y estar a salvo de olores indeseados al mismo tiempo. Olvidémonos de esta violenta situación, ¿te parece?
El chico llamó la atención del camarero con la mano, indicando con dos dedos que les sirviera un par de tazas tanto a él como a su nueva compañera, que parecía haberse relajado un poco tras la tensión del momento. En el fondo sentía un poco de pena. El trilero no parecía ser mala gente e incluso podría llegar a ser una compañía agradable. Por suerte, como venimos diciendo, tan solo en el fondo.
Resultaba un tanto irónico pensarlo, pero lo cierto es que, a medida que analizaba con paciencia el intento del flirteo de su rival pudo darse cuenta de que, después de todo, toda palabra que salía de su boca podía ser algo que, perfectamente, diría él en una situación similar. No sabía si eso le hacía gracia o le daba cierta rabia. Si sus sencillos trucos le estaban sirviendo, bien podría haberse ganado a la señorita con suma facilidad de estar solos. En fin, qué más daba. Tenía un as en la manga para esas situaciones, aunque aún aguantaría un poco más. Sería importante utilizarlo en el momento justo.
- ¿Qué demonios? -murmuró, observando al tío de aspecto extraño que seguía aplaudiendo por el truco de la tabla. Había sido algo inesperado, pero no tan bueno como para... En fin.
Kus afinó el oído, logrando captar las palabras convenientes. "Las manos más prodigiosas de Grand Line". Fue incapaz de evitar tornar sus labios en una sonrisa cargada de malicia. Le dejaría disfrutar de su pequeña victoria un poco más, para que pudiera saborear mejor el fracaso. Negó con la cabeza levemente. A veces tenía una forma de pensar demasiado oscura para considerarse un defensor del bien y de la justicia. ¿Estaría dejándose influir demasiado por Castor y Ryuta? Sería mejor tratar de no divertirse con ello. No mucho, al menos.
En el momento en que el de las gafas preguntó de nuevo por el camarero, curiosamente se hizo algo de silencio. Su pregunta había sonado lo suficientemente molesta como para que los demás clientes menguaran un poco el tono de su voz, e incluso pudo escucharse un estruendoso "¡En seguida les atiendo!" desde lo que, supuso, sería la cocina. El parcheado apoyó la cabeza sobre una mano, recostado ligeramente sobre la barra del local, mientras que los dedos de la otra describían un movimiento sutil, inapreciable. Era toda una suerte que la atención de la pelirroja estuviera centrada en su molesto acompañante, especialmente cuando este parecía lo suficientemente distraído como para no darse cuenta del truco. "No eres el único que hacia magia, compañero", pensó, justo antes de que una estridente ventosidad resonara desde el lugar donde el ilusionista mantenía posado su trasero.
La expresión de la gente que se encontraba lo suficientemente cerca fue legendaria. Incluso la del pobre camarero que acababa de hacer acto de presencia fue cómica, como si los ojos fueran a salírsele de sus órbitas.
- Vaya... -comenzó el pelirrojo, saboreando el momento- Parece que también gozas del estómago más suelto del Grand Line. Quizá no te convenga demasiado tomar chocolate ahora.
Un buen sector de la clientela estalló en carcajadas tras esto, e incluso la señorita pareció tomar algo de distancia de forma sutil, lo suficiente como para que Kusanagi volviera a ser el pretendiente más cercano, físicamente... Y moralmente. "Jaque mate", pronunció en sus adentros. No importaba lo bien que lo hubiera hecho, aquello resultaría un golpe fatal para su orgullo y una auténtica catástrofe en sus pretensiones. Resultaba infantil, pero a muy pocos les puede interesar un pedorro en la primera cita. Solo por ese momento jamás dejaría de estarle agradecido a Markov por concederle el poder de la oto oto no mi.
- No te preocupes -comenzó, intentando llamar la atención de la pelirroja mientras las risas continuaban, ante lo que esta se giró-. Conmigo puedes tomar un tazón y estar a salvo de olores indeseados al mismo tiempo. Olvidémonos de esta violenta situación, ¿te parece?
El chico llamó la atención del camarero con la mano, indicando con dos dedos que les sirviera un par de tazas tanto a él como a su nueva compañera, que parecía haberse relajado un poco tras la tensión del momento. En el fondo sentía un poco de pena. El trilero no parecía ser mala gente e incluso podría llegar a ser una compañía agradable. Por suerte, como venimos diciendo, tan solo en el fondo.
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