Toda una mujer haré de ti (Omega-Nia)

A veces no comprendía las tareas que le encargaba. Confiaba en sus superiores y llevaba a cabo las misiones que se le encomendaban, pero hacer de niñera no entraba en sus especialidades. Al parecer había unos cuantos reclutas marines con gran talento pero indisciplinados, y con el objetivo de "estrechar lazos" entre el Cipher Pol y la Marina, le habían pedido que ejerciera de instructor y los sometiera a un entrenamiento especial. Y así había acabado en medio de aquella isla del West Blue, con diez marines a su cargo y un entrenamiento de diez días por delante. El punto de reunión era un prado en lo alto de unos acantilados de la costa este. Omega esperaba junto a la Traveler, su voluminosa moto negra de viaje. Llevaba su uniforme de agente, un traje formal negro con la enseña del gobierno mundial en el lado izquierdo de la americana. En el momento en que los diez reclutas estuvieron presentes, se apartó de la moto y avanzó dos pasos hacia ellos. Las primeras señales no eran buenas; hablaban entre ellos en lugar de prestar atención.

- ¡A formar! - dijo en tono autoritario.

No dio mucho resultado. Algunos obedecieron, pero algunos ni siquiera parecieron escucharle. Suspiró y se acercó a la Traveler, abriendo el maletero. Sacó sus protectores auditivos y se los puso. Por un momento pensó en darles protectores también a los que le habían obedecido, pero decidió no hacerlo. En una operación, el fallo de un miembro de un equipo perjudicaba a todos los demás. Era un momento tan bueno como cualquier otro para que lo aprendiesen. Sacó su cañón sónico del maletero, un arma similar a un lanzagranadas, y tras quitar el seguro apuntó hacia el cielo y disparó. El arma emitía un potente ataque sónico capaz de empujar, desorientar, dejar sorda a la gente y dañar estructuras. Como no les había apuntado a ellos no les empujó ni causó daño directo, pero el potente sonido del cañón los ensordeció por un instante. Esperó un momento mientras se recuperaban, guardando con calma el arma y quitándose los protectores auditivos.

- Mi nombre en clave es Omega, agente de campo de la rama de neutralización del Cipher Pol 7 - alzó un poco la voz para que incluso los ensordecidos le entendieran - Aunque vosotros me llamaréis señor instructor.

No pensaba darles manga ancha o tratarles con cercanía. Le había bastado unos pocos segundos para entender que realmente había un severo problema de falta de disciplina. Si quería que le tomaran en serio, tendría que ser inflexible, aunque con ello se acabase ganando su odio.

- Durante los próximos diez días estaréis bajo mi cargo. Eso significa que vuestras vidas están en mis manos. Si desobedecéis mis órdenes, recibiréis el castigo apropiado. El castigo por la insubordinación severa será diez latigazos y ser abandonado en lo alto de la montaña sin equipo, armas, ni provisiones, teniendo que hacer el camino de vuelta al campamento sin nada. Atended a mis instrucciones y me encargaré de vosotros marines de verdad.

Se subió a la moto y encendió el motor.

- Vuestro primer ejercicio es seguirme hasta el campamento, a marcha ligera y cargando con vuestro equipaje. Si os rezagáis, no se os esperará. Si no lográis llegar todos a tiempo, todo el escuadrón será castigado.

Arrancó, acelerando y alejándose los primero metros rápidamente, para luego reducir la velocidad. No los dejaría atrás, pero tampoco se lo iba a poner fácil. Por supuesto, tras las normas que había impuesto había un objetivo oculto. Si se darían cuenta o no, eso era otro asunto.

Mientras el grupo avanzaba por la pradera al trote, Omega iba a ratos poniéndose a la altura de los marines, azuzándolos con sus palabras para que acelerasen. De momento mantenían el tipo, como era de esperar, si no fuesen capaces no habrían superado las pruebas de reclutamiento ni mucho menos los habrían descrito como prometedores. Sin embargo, ¿podrían mantenerlo hasta el final del recorrido? En línea recta había un recorrido de tres kilómetros hasta el campamento base, pero ese no era el plan del peliblanco. Iba a hacerles dar una buena vuelta y cansarlos antes de llegar.

- ¡Venga, con buen paso! ¡Aún tenéis que preparar vuestras propias comidas al llegar!

El prado no dio problemas a los marines. Sin embargo, al llegar al bosque a la falda de la montaña, las cosas empezaron a poner feas. Correr por un terreno llano era una cosa, hacerlo por una zona irregular llena de traicioneras raíces, piedras y desniveles otra totalmente distinta. Durante las siguientes tres horas, Omega los guio a través del bosque, siguiendo un camino serpenteante y empinado que a ratos hasta a su Traveler le costaba seguir. Se anotó mentalmente meterle una modificación para terrenos difíciles. Aunque cada quince minutos les permitía un descanso corto de dos minutos para recobrar el aliento y beber agua, los ánimos iniciales del grupo empezaban a mermar, y algunos marines echaban miradas torvas al agente.

- Señor instructor, llevamos horas dando vueltas sin un destino fijo. ¿Seguro que no nos hemos perdido - dijo una recluta con cierto resquemor en su voz.

- Le pagan para obedecer, no para cuestionar las órdenes. Continúe el recorrido o lo repetirá desde el prado. Le aseguro de que podría llevarle al principio en unos minutos con esta maravilla.

Dio un par de palmadas sobre la carrocería de la Traveler para reforzar sus palabras. La amenaza fue lo bastante contundente como para acallar las quejas, al menos temporalmente. La última media hora de recorrido dejó al grupo sudoroso, resoplando y al borde de desfallecer, pero finalmente llegaron al campamento base: un claro perfectamente llano en el que no había nada más que hierba y una roca grande y blanca.

- Un momento, ¿dónde está el campamento?

- No lo hay. Esto no es una excursión al monte, recluta. Sois marines. Cuando estéis en campaña en suelo enemigo, nadie va a recibiros con una cama y una sopa caliente tras una marcha de cuatro horas por zonas hostiles y probablemente llenas de enemigos. Tendréis que atender vosotros mismos a vuestras necesidades. ¡Podéis descansar cinco minutos! Tras eso montaréis vuestras tiendas y prepararéis vuestras comidas.

Omega se bajó de la Traveler y la llevó a una parte tranquila del claro, un punto en la zona oeste que quedaba resguardado de posibles lluvias por las ramas de un roble, pero que a la mañana recibiría el sol del amanecer. Tras eso sacó de la maleta una caja pequeña de polímero negro y tela, la puso en el suelo y presionó un botón. Al momento se desplegó una tienda sin necesidad de más trabajo por su parte. Era un pequeño proyectillo que había estado haciendo los últimos días de camino a la isla. En parte una comodidad, y en parte otra manera de minar la moral de los reclutas, que verían cómo su instructor no tenía que hacer ningún esfuerzo mientras ellos estaban machacado. Pero aún tenía un golpe más para ellos. Sacó un hornillo de gas e ingredientes y se puso a cocinar su delicioso plato de espaguetis picantes. El olor de las especias pronto inundó el campamento.

- No pongáis esas caras de lobos famélicos y seguid trabajando. Recordad que aún tenéis que encender vuestras hogueras y haceros la comida.

Finalmente logró el efecto deseado. El despliegue de hornillo y tienda automática había sido demasiado para algunos reclutas, cansados y enfadados tras la larga caminata mientras veían a su instructor avanzar cómodamente en su motocicleta. Finalmente tres se le acercaron mientras terminaba con sus espaguetis. Al principio comenzaron a exponer sus quejas con una mezcla de educación y cautela, mientras Omega les ignoraba. Estaba haciendo el sofrito de los espaguetis, y si quería encontrar el punto perfecto de equilibrio entre cocción y picante, debía mantener su concentración. Removió cuidadosamente la carne picada y las verduras troceadas mientras añadía pequeñas cantidades de su mezcla personal de especias picantes. Su fino olfato le diría cuándo sería el momento perfecto. Mientras tanto, la falta de atención de su instructor comenzó a exaltar a los alborotadores.

- ¡¿Estás siquiera escuchándonos?!

- No. Ahora cállate, no me dejas escuchar el sonido de la sartén.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. El recluta, escupiendo insultos, lanzó una patada hacia la sartén. Antes de que pudiese terminar el movimiento, se encontró la mano de Omega agarrando firmemente su pierna. Un tirón hacia arriba desequilibró totalmente al joven marine, que se tambaleó hacia atrás. Mientras describía un arco descendente, el talón de Omega se estrelló contra su estómago, rematando su caída con un fuerte golpe contra el suelo. La serie de movimientos ocurrieron en apenas un instante, en una demostración de la diferencia de habilidad entre ambos. Hasta ahora había buscado exaltar y enfadar a los reclutas. Ahora buscaba intimidarlos. Se agachó, cogió la sartén y echó sus contenidos cuidadosamente sobre la pasta. Estaba terminado.

- ¿Sabéis por qué estáis aquí? ¿Por qué específicamente vosotros diez, viniendo de cuarteles distintos, habéis sido elegidos para este entrenamiento?

Había logrado, al menos en parte, lo que quería. Tenía la atención de todo el campamento, o eso creía. Se levantó, obligando al que le había atacado a incorporarse tirando de su camisa, y caminó hasta el centro del campamentos.

- Porque todos vosotros habéis demostrado ser marines con talento pero falta de disciplina. Normalmente, por lo que tengo entendido, cuando estáis embarcados se encarga el contramaestre de la disciplina y los castigos, y en el cuartel el oficial del turno os mete en los calabozos, ¿no es así?

Hubo algunos asentimientos, aunque el ambiente era más bien sombrío.

- Pero con vosotros han decidido que merece la pena trabajar un poco más que daros un par de latigazos o encerraros tres días a pan y agua. Tenéis un problema: estáis verdes. No habéis visto lo que es el campo de batalla y lo que implica desobedecer órdenes. Cuando no obedecéis a un superior o cuestionáis órdenes, la gente muere. Podríais morir vosotros o vuestros compañeros. Cuando os mostráis impacientes y actuáis sin pensar, hay consecuencias. ¿Justifica eso que me esté comportando como un cabrón con vosotros? - sonrió diabólicamente? - Tal vez sí, tal vez no. Mi trabajo es, en cualquier caso, enseñaros a controlar vuestros impulsos y vuestra rabia. Y por ahora ser un cabrón ha servido para sacar a relucir el problema - señaló al recluta de antes, que seguía agarrándose el estómago - Un oficial come mejor que tú, te da órdenes que no te gustan e ignora tus quejas. ¿Te parece motivo para insubordinarte? Si no puedes tolerar algo tan común en un cuartel militar, tal vez sea momento de que tires la toalla y busques otra profesión.

El marine enrojeció de rabia, pero no contestó. Omega asintió lentamente.

- Eso me parecía - señaló a una marine al azar, una chica pelirroja con un tatuaje en el hombro - ¡Tú! Cuéntanos, ¿por qué te han traído a aquí?

La respuesta y actitud de la recluta no fueron lo que esperaba. Estaba tan rígida como si le hubiesen metido un palo por el culo, la clase de actitud servil y recta que los agentes del Cipher Pol solían esperar de los marines. Y no había parecido una reacción ensayada, sino perfectamente natural. Por otro lado... teniendo en cuenta que la habían enviado por intentar darle un desayuno poco convencional a su compañero, tal vez su problema no fuese de falta de disciplina, sino de control de ira.

- ¡Así que te gusta ir jodiendo a tus compañeros! ¿Le diste al menos agua para bajar la comida? Me parece que para que aprendas la lección, tú hoy no comes hasta la cena. Apaga tu hoguera, coge tu petate y corre veinte vueltas al campamento. ¡El resto, terminad vuestra comida y esperad en el extremo sur en formación! El que no haya acabado en lo que como mis espaguetis, se pasará la noche atado a un árbol. ¡Romped filas!

Prestó atención a la reacción de Nia disimuladamente mientras volvía hacia su comida. Lo que acababa de hacer era extremadamente injusto, y en el fondo se sentía mal por cómo estaba tratando a esos marines. Sin embargo era su trabajo en aquel momento endurecerlos y separar paja de trigo. Una parte de él decía que hacía lo correcto, pues afrontarían situaciones más duras e injustas en el futuro y negarles comodidades ahora era prepararlos para cuando se vieran obligados a prescindir de ellas. Intentando no darle más vueltas, se sentó a la entrada de su tienda y comenzó a comer los espaguetis picantes, deleitándose en el sabor.

Mientras comía, los marines se apresuraron a terminar sus comidas y tomarlas a toda prisa. La mayoría apenas habían terminado de encender el fuego y poner la comida a las llamas cuando les había llamado. Los más listos cooperaron entre sí para reducir tiempos de tareas, mientras que otros compensaban con prisas y haciendo comidas sencillas. Algunos descartaron comer caliente y se tomaron las raciones frías. Como gesto de piedad, Omega comió algo más lento de lo que acostumbraba para dejarles algo más de margen. Cuando se dirigió hacia la formación, los últimos rezagados fueron corriendo al lugar dejando sus comidas a medias. Omega los contempló cruzándose de brazos. Se había terminado su breve momento de piedad.

- Recluta Nia, recoge las sobras de la comida y ponlas todas en la bandeja de cristal que hay en la entrada de mi tienda. Tienes prohibido comer ningún resto. Después únete al grupo. El resto, ¡al suelo! Os quiero haciendo flexiones. ¡Venga, rápido!

Atsu se paseó entre los reclutas con los brazos cruzados y expresión severa, marcando el ritmo a gritos. Ponerles a hacer ejercicio cuando aún acababan de comer era un golpe sucio, más cuando algunos apenas estaban terminando de masticar sus raciones cuando llegaron a formar. Como era de esperar, algunos no soportaron el ejercicio intenso justo tras comer y cayeron de bruces al suelo. Uno se puso a vomitar. Una parte de él se arrepintió. Se estaba pasando con aquellos reclutas. Se preocupó por el que acababa de echar sus raciones. "¿No están demostrando ya un cambio de actitud? Les estás tratando muy duramente y solo uno ha intentado enfrentarte. Para esta locura" le dijo una voz en su interior. Otra, con una mezcla de pesar y férrea decisión dijo "Es duro, pero justo. Los estás llevando por el camino correcto. Si te ablandas ahora, todo su sufrimiento hasta ahora habrá sido para nada." Sin dejar traslucir sus pensamientos, el instructor masculló:

- ¿Qué diablos es esto? Pensaba que los marines erais gente dura. ¡Para ser admitido en el Cipher Pol pasamos por pruebas más duras! ¡Venga, panda de mierdecillas, arriba! ¡Uno, dos, uno dos!

Vio por el rabillo del ojo a Nia llegar. Se le acercó y olisqueó en busca del aroma delator. Le cogió una mano sin pedir permiso. Le olían solo los dedos a comida. No parecía que hubiese roto su norma. Le soltó la muñeca y asintió.

- Al trabajo, recluta.

Sin embargo parecía que había llegado al límite de su resistencia física. Apenas aguantó cuatro flexiones cuando, intentando terminar la quinta, los brazos le temblaron y cayó al suelo. El alma se le cayó a los pies: se había pasado. Sin embargo no había mostrado piedad con los otros reclutas, si hacía la excepción con ella aunque tuviese razones justificadas, susurró una de las voces, se arriesgaba a romper la disciplina del resto. Pero podía hacer otra cosa. Podía echarle una bronca fuerte, humillarla verbalmente y echarla llamándola incompetente.

- ¿Ni siquiera puedes completar una serie de diez flexiones? ¡¿Pero qué clase de escoria admiten ahora en la Marina?! - vociferó - No entiendo cómo pueden haberte enviado aquí, gusana. No tienes madera, no tienes agallas y no tienes lo que hace falta. Nunca serás más que un estorbo para el resto. ¡Apártate de mi vista! Si no sirves para hacer flexiones, servirás de otros modos. Ve a recoger madera al bosque.

El resto de la tarde pasó lentamente con más ejercicios en que puso a prueba el temperamento de los marines. Un par más acabaron perdiendo la paciencia y reaccionando mal a la actitud brutal de Atsu. El agente se quedó con sus caras además de darles los correspondientes castigos físicos. Tenía intención de recompensar a los que mostrasen el buen juicio y la paciencia para mantener la boca cerrada. Al anochecer dejó a los reclutas un tiempo para descansar. Mientras, él se fue frente a su tienda, donde cogió las sobras de la comida y añadió a estas algunos ingredientes frescos de las provisiones. Con eso empezó a preparar una de sus especialidades, la Sopa del Día, un plato preparado para aprovechar sobras y hacer con ellas caldos ricos y de sabor profundo. Añadió a los restos de las raciones cebolla, cilantro y un poco de pimienta negra. Una vez terminó de preparar la sopa, llamó a todos los marines.

- Debo felicitaros. Habéis pasado el primer día con mucha mayor entereza de la que esperaba. Como recompensa, esta noche os he preparado yo la cena - entonces señaló a los tres marines que habían perdido la compostura a lo largo del día - Vosotros tres no podréis tomarla. Prepararéis vuestra propia cena. El resto podéis tomar de ella. Tú también, recluta Escobilla - dijo a Nia.

Cogió un cucharón y comenzó a servir la sopa. Uno de los excluidos, el mismo que le había intentado meter la patada, abrió la boca probablemente para quejarse. Una mirada de Omega bastó para que la cerrase y decidiese prudentemente retirarse. Los otros dos siguieron su ejemplo. Aunque la muestra de clemencia por parte del instructor calmó a algunos reclutas, otros le miraban con recelo, aunque era indudable que la sopa olía realmente bien. Una vez sirvió a todos, se sirvió a sí mismo un tazón y declaró:

- Podéis repetir las veces que queráis, pero os recomiendo acabar pronto e iros a dormir. Mañana nos levantaremos con el alba.

Se alejó un poco y se fue a la entrada de su tienda. Se sentó y comenzó a beber la sopa con la mirada perdida. Parte de él le decía que se había ablandado demasiado pronto, mientras que otra parte decía que había hecho lo correcto. Se sentía cansado y confuso. Le habían asignado una tarea para la que no se sentía preparado ni cualificado en absoluto. Él destacaba en muchos campos: ingeniería, asesinato, cocina... pero no era un instructor. No tenía ni idea de si estaba yendo en la dirección correcta, y aquellas voces dando consejos opuestos no ayudaban. Siempre le habían acompañado, al menos desde que tenía memoria. A veces hacía caso a una u otra, pero cuando tomaba una decisión, al menos tenía cierto grado de confianza en su criterio. En cambio en aquella ocasión se sentía más perdido. ¿Qué era lo correcto? ¿Cómo podía enderezarlos?

Pasó un rato a largo debatiéndose sus acciones antes de lograr conciliar el sueño. Aunque una voz, la más pragmática y fría, seguía insistiendo en que tenía que mantener la mano dura, la otra le decía que ya les había asustado y ahora podía abrir un poco más la mano. Tenía miedo a estropear el trabajo siendo demasiado blando, pero sentía remordimientos por cómo se había portado. No era lo mismo tratar mal y torturar a un asesino para obtener información que machacar moralmente a unos jóvenes cuyo único crimen había sido ser un poco lenguaraces. Al final logró quedarse dormido, pero con un sueño intranquilo. A la mañana siguiente los llevó a hacer maniobras por el monte de madrugada tras un desayuno frugal. No tuvo la fuerza para seguir siendo tan inclemente como ayer, o más bien tomó la decisión de optar por el camino más moralmente correcto. Mantuvo la fachada de instructor duro mientras les sometía a ejercicios desafiantes pero de acuerdo a su forma física, permitiéndoles los correspondientes descansos.

A la tarde les hizo realizar un entrenamiento más práctico. En lugar de dedicarse únicamente a hacer labores físicas duras y castigar la falta de disciplina, les enseñó a reparar sus fusiles reglamentarios, a limpiarlos correctamente, mantenerlos en estado óptimo y a montarlos y desmontarlos rápidamente. Aquel ejercicio pareció ser recibido de buena gana por la mayor parte del grupo. Tras eso los puso a hacer prácticas de tiro. A la cena les preparó de nuevo su sopa del día, excluyendo a un recluta que se había pasado de listo y tomado confianzas durante las prácticas de tiro. Ya se había ocupado de reprenderlo también al momento con dureza. La voz pragmática no había tardado en decirle "te lo advertí" mientras que la otra le animó a seguir por el camino que iba, diciéndole que si castigaba de una manera justa al recluta el resto aprenderían sin necesidad de mayor rudeza.

Los días siguientes transcurrieron de manera similar. Poco a poco los reclutas aprendieron que mientras mantuvieran la disciplina, Omega les trataría decentemente e incluso haría llevadero el campamento. De la misma manera, Atsu vio cómo no ser tan duro y premiar el buen comportamiento daba sus frutos. Así pues, les enseñó a cavar trincheras y les dio consejos sobre la mejor manera de hacerlo en cada terreno, les dio consejos sobre combate cuerpo a cuerpo, les enseñó cómo planear emboscadas y a seguir a gente sin llamar demasiado la atención. Antes de que se diese cuenta, habían pasado nueve días. Ya solo le quedaba un último día de instrucción antes de terminar con ellos y marchar de vuelta a sus deberes.

Antes de despedirse del grupo, había decidido hacerles un regalo. El último día, en lugar de machacarlos a entrenar, les permitiría estar más relajados y les daría una instrucción especial. Así pues, en cuanto estuvieron despiertos y desayunados, los reunió a todos en formación como cada mañana.

- Se nos acaba el tiempo. Han sido unos días intensos, pero mañana a la mañana cada uno volverá a sus labores. Espero que hayáis sabido aprovechar el tiempo en este campamento y volváis con nuevas lecciones aprendidas. Mostrad la disciplina y autocontrol que habéis mostrado conmigo con vuestros superiores y os irá mejor en la Marina - se cruzó de brazos - Hoy vamos a tener un ejercicio especial. Cuando estéis en campaña, no siempre estaréis en un barco con un cocinero de a bordo. A veces tendréis que participar en el asalto a una isla, asaltos que podrían durar tiempo. Cuando os veáis obligados a sobrevivir con raciones frías, aquellos que hayáis aprendido a cocinar lo agradeceréis. Por ello, hoy os voy a enseñar a cocinar el plato que os he estado sirviendo a la cena.

La Sopa del Día era una receta especial. Tenía la complejidad de que cada vez que la preparaba, Omega la adaptaba a lo que hubiese disponible. La base era un caldo denso acompañado de carne, verduras, pescado e incluso en ocasiones ingredientes más estrafalarios. Básicamente aprovechaba sobras de comida y las convertía en un plato sabroso. Sin embargo, para hacer la receta más fácil de aplicar, la simplificó mucho para los marines, resumiéndola en qué deberían echar si las sobras eran de carne, verdura o pescado. Tras anotar la receta simplificada en un tablón, los puso a preparar cada uno una ración de Sopa del Día, que sería además su comida. Mientras la preparaban, se paseaba entre ellos corrigiéndoles y dándoles consejos. Finalmente llegó donde la recluta Nia.

- ¿Vas bien, recluta Escobilla? - bajó un poco la voz y dijo - A decir verdad, quería aprovechar para pedirte disculpas por tratarte con tanta dureza. He estado intentando pincharte para buscar por qué te han mandado realmente aquí y corregirlo, pero eres totalmente disciplinada. No entiendo por qué te escogieron para venir por una pelea. Cualquiera tiene un mal día - se encogió de hombros - Aunque ya para empezar, no entiendo muchas cosas de la Marina. Toda esa disciplina estricta es más cosa vuestra que nuestra.

Vaya, hoy tocaba ser cocinitas. No me desagradaba la verdad. Omega parecía tener la mano más abierta de lo que pensaba en estos últimos días. La verdad es que se agradecía mucho, ya que tanto esfuerzo físico me había permitido mejorar mi poder, así como conocer las principales indicaciones de supervivencia, cosa que en Dressrosa no hacían.

Así que todos vimos como Omega publicaba en un tablón la receta de su famosa cena. Yo me acerqué a mirarla con detetenimiento con la mano en la barbilla.

"Umm viable, tengo que preguntar al recluta Bob si le queda tocino" pensaba mientras me ponía manos a la obra en mi pequeña parcela de hoguera, saco de dormir y petate. Me dispuse a ir colocando los ingredientes mientras recordaba la receta de memoria. Entonces para mi enorme sorpresa el instructor se acercó a mi. ¿Querría supervisar como estaba haciendo las cosas? No, todo lo contrario, parecía que me habló con un susurro, cosa que me sorprendió mucho. De todas maneras, yo me puse con el saludo militar igualmente en cuanto se acercó a mi. Y tras decirme aquellas palabras no pude evitar responderle.

-Si señor, creo que la tendré lista en un rato- dije dándole vuelvas con la cuchara al pequeño puchero que tenía al fuego, ya que pensé que me iba a echar la bronca. Pero no, no fue así, sino que vino a disculparse. Me quedé sorprendida.

-Se lo agradezco señor, pero no debe disculparse. He cometido errores en mi vida, pero si quiere puedo decirle el motivo, vamos me lo imagino. Mis superiores piensan que soy indisciplinada por pelearme con mis compañeros. Y no les falta razón, pero hay que matizar. No soy indisciplinada puesto que siempre he seguido las órdenes de mis superiores, me guste o no, pero admito que saco toda mi ira con los que están a la par que yo, en este caso mis compañeros. Siempre me hacen de menos y me llaman "la recadera" "la niña de papa" " O la escobilla", y créame que cansa un día y otro también, por ello no dudo en pegarle un puñetazo al que dice eso...aunque acabe en una celda disciplinaria o aquí.

Omega se sentó en un tocón a escucharla. Tuvo el impulso de llevar la mano al interior de la chaqueta a buscar algo, aunque cuando se dio cuenta de qué hacía, se percató de que no sabía qué buscaba. Raro. Ya se acordaría luego. La recluta le explicó que su problema no era de disciplina, sino de orgullo. No estaba dispuesta a dejar que unos reclutas idiotas le tratasen injustamente. Podía entenderla perfectamente. Él tampoco se dejaría pisotear y humillar, aunque también pensaba que tal vez Nia debería buscar un método más sutil para vengarse o para pararlos. Las palabras acudieron a su boca sin que supiese muy bien de dónde salían.

- "Si alguna vez has de cometer una ofensa contra un igual, asegúrate de que sea de tal magnitud que no pueda devolvértela" - su tono fue serio y solemne. A continuación se encogió de hombros - No sé dónde he oído eso, pero la lección sigue ahí. Necesitas una solución más permanente. No digo que cometas una estupidez como causarles daño real, pero no les vendría mal aprender a respetarte... o si no funciona, a tenerte miedo. Muestra tu valía y sube de rango para que no puedan pisarte la bota sin acabar en el calabozo, o enséñales tu valía para que sepan que no eres alguien con quien jugar. Eres disciplinada y hábil, podrías tener un buen futuro en la Marina. No lo estropees por culpa de unos pocos imbéciles.

Cogió una cuchara y probó un poco de sopa directamente de la olla. La paladeó con cuidado y tragó. Estaba caliente, claro, pero eso no era demasiado problema para él. El problema era lo demás. Tenía tanta sal que estaba seguro de que la sopa había llegado al punto de saturación y había cristales flotando. Lo peor es que se las había apañado pese a la inmensa cantidad de sal a que supiese a más cosas. Y todos los otros sabores eran insoportables. Escupió la sopa hacia un lado y empezó a toser. Era probablemente la peor sopa que había probado nunca. Los ojos le lagrimearon de lo mal que sabía y olía.

- Parece que la cocina no es lo tuyo - dijo a media voz - Un consejo... usa menos sal. Mucha menos. De hecho, casi es preferible que no uses. Que un plato esté soso tiene remedio. El exceso de sal, no.

Echó mano de su cantimplora y se enjuagó la boca para intentar quitarse el sabor. No tenía claro cómo había logrado que una receta de sopa sencilla saliese tan mal de tantas maneras. Eso era casi un talento en sí mismo.

Curiosas palabras. ¿Se arrepentía de algo de su pasado? ¿Temía que el pasado volviera a por ella? Sonaba a que ahí detrás había una historia interesante, pero no tenían todo el día, y tenía que ir a revisar al resto de reclutas. Cogió la cuchara y tomó un poco más del arreglo que había intentado hacer.

- Bon appétit.

Así como se metió la cuchara en la boca, un hedor nauseabundo salido del más profundo infierno recorrió sus papilas gustativas y cabalgó por sus fosas nasales, arrasándolo todo a su paso. Su estómago comenzó a rugir como un oso herido. Escupió el contenido y tomó varias bocanadas de aire, tratando de contener las náuseas. Estaba simplemente tan malo que le estaba costando horrores mantener el desayuno en su estómago.

- Yo... es suficiente, puedes comer de tus raciones.

Se alejó tambaleándose y se fue a un lugar discreto entre los árboles a vomitar. Pese a casi haberle provocado una intoxicación alimentaria, no podía evitar pensar que había conocido a una marine singular. Era posible que en el futuro volviera a tener noticias de ella, así que se aseguraría de recordar su nombre. Si no por eso, al menos por saber de la cocina de quién no tenía que volver a probar.

A la comida tomaron las sopas del día que habían preparado (salvo aquellos que habían estropeado totalmente la receta, que comieron raciones). Tras eso los puso a hacer ejercicios sencillos de mantenimiento de forma, juegos de equipo y a la tarde les permitió algo de tiempo libre para jugar a las cartas, reposar o simplemente charlas. De este tiempo libre no disfrutaron los dos reclutas que más problemas habían dado, a quienes puso en su lugar a patrullar en torno al perímetro del campamento.

Al amanecer siguiente, los reclutas se marcharon al puerto con sus petates. Omega los vio marchar con una mezcla de orgullo y pena. Al final esos días no habían sido tan insufribles como había creído que serían. En parte se alegraba de que hubiesen terminado, pues podría volver a la civilización y a sus proyectos. Sin embargo, sentía que había hecho algo bueno allí. Pese a su extrema rudeza inicial, había logrado que esos chicos tuviesen algo más de tolerancia a las tonterías de sus superiores. En el fondo no eran ni la mitad de problemáticos de como los habían descrito. Simplemente la Marina estaba llena de imbéciles con un palo metido en el culo.

- Therese, Ray, vosotros recoged esa parte del campamento. Yo me ocupo de esta. Tras esto, nos vamos de vuelta a Grand Line.