El sol brillaba con fuerza en aquella costa. El South Blue siempre le había fascinado, y sus aguas limpias brillaban, refulgían, casi como espejos pulidos. A unas millas del puerto, bandera de la gran gaviota alzada sobre el palo mayor de proa, el barco de Al Naion avanzaba imponente mar adentro, alejándose de Baterilla. Sin embargo, la historia que nos ocupa empieza mucho antes, cuando el vicealmirante, en las horas previas a su marcha, o la que debió ser su marcha, disfrutaba en compañía de bellas damas y embriagadores alcoholes del son de la música. Mala idea, y una peor idea todavía dejar los mandos de la Nave a cargo de Arthur.
-Y al final me han dejado en tierra...
Su subalterno tenía un sentido del humor... particular. Jodido, vaya. No le había hecho demasiada gracia que se pasara la noche de juerga y al final había cumplido su amenaza. ¿Cómo se había atrevido? En cuanto llegase a Marineford lo iba a descoyuntar... O no. La verdad es que se lo merecía, sabía cómo se las gastaba el señorito Silverwing, y aunque se había pasado, tenía que aprender algo de disciplina... "Nah, ¿para qué?". Tal vez no hubiera debido pasarse su tiempo libre como mejor creía, aunque había trabajado mucho para descansar un poco en aquel momento... En fin, ¿Qué le iba a hacer?
Recogió el maletín de su violín, y dejó de mirar el mar y su nave. "Bueno, lo primero será buscar un sitio donde pasar la noche", dijo para sí mientras dirigía sus ojos a la ciudad. Era una pequeña villa, bastante bonita, y agradable. ¿Cómo Arthur podía pretender que madrugara en un sitio así? Era un soso de cuidado si realmente pretendía que no se dejara llevar por el aroma de las flores y el mar, por aquel agradable calor que rondaba cada esquina, no hasta el punto de ser desagradable, pero lo suficiente para que la brisa no llevara más que un ligero frescor con ella. Qué maravilla de lugar.
-Que le den a ser responsable, estoy de vacaciones- dijo, quitándose con un raudo gesto la chaqueta de oficial, que quedó guardada donde debía estar su violín. ¿Y el instrumento? En sus manos, lógico, mientras comenzaba a tocar una sonata en medio del puerto.
Estaba bastante centrado, aunque se fijó en que alguna gente comenzaba a echar monedas a sus pies. Tal vez el alojamiento le saliese gratis y todo.
-Y al final me han dejado en tierra...
Su subalterno tenía un sentido del humor... particular. Jodido, vaya. No le había hecho demasiada gracia que se pasara la noche de juerga y al final había cumplido su amenaza. ¿Cómo se había atrevido? En cuanto llegase a Marineford lo iba a descoyuntar... O no. La verdad es que se lo merecía, sabía cómo se las gastaba el señorito Silverwing, y aunque se había pasado, tenía que aprender algo de disciplina... "Nah, ¿para qué?". Tal vez no hubiera debido pasarse su tiempo libre como mejor creía, aunque había trabajado mucho para descansar un poco en aquel momento... En fin, ¿Qué le iba a hacer?
Recogió el maletín de su violín, y dejó de mirar el mar y su nave. "Bueno, lo primero será buscar un sitio donde pasar la noche", dijo para sí mientras dirigía sus ojos a la ciudad. Era una pequeña villa, bastante bonita, y agradable. ¿Cómo Arthur podía pretender que madrugara en un sitio así? Era un soso de cuidado si realmente pretendía que no se dejara llevar por el aroma de las flores y el mar, por aquel agradable calor que rondaba cada esquina, no hasta el punto de ser desagradable, pero lo suficiente para que la brisa no llevara más que un ligero frescor con ella. Qué maravilla de lugar.
-Que le den a ser responsable, estoy de vacaciones- dijo, quitándose con un raudo gesto la chaqueta de oficial, que quedó guardada donde debía estar su violín. ¿Y el instrumento? En sus manos, lógico, mientras comenzaba a tocar una sonata en medio del puerto.
Estaba bastante centrado, aunque se fijó en que alguna gente comenzaba a echar monedas a sus pies. Tal vez el alojamiento le saliese gratis y todo.
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¿Qué pasaba con las islas del South blue? Todas tenían una belleza escondida en el interior con secretos por descubrir. Cada una de ellas estaba compuesta por unos hermosos paisajes pintorescos, ocasionando un aspecto que podría ser plasmado en un cuadro con unas simples pinceladas. Reiko las admiraba, quería recorrerlas una por una y apreciar los detalles más nimios de aquel paisaje tan extravagante.
El destino elegido esta vez era Baterilla. La joven rubia ya había estado aquí un par de veces cuando era pequeña debido a temas de la revolución. Desde aquella época no había regresado. ¿Habría cambiado algo? Era obvio que sí, pero no serían más que detalles inapreciables para algunos.
Reiko suspiró. Llevaba paseando como dos horas seguidas y se había recorrido la mitad de las calles. Puede que anteriormente tratase de disfrutar de la belleza oculta de Baterilla, pero no de esta manera, aunque no negaba que fuese un lugar estupendo. Ella quería ir por libre, sin embargo no le quedaba más remedio que hacer lo que sus superiores dictaban. A veces se preguntaba si había hecho bien en dejar la revolución por seguir sus ideales, pero ¿y si sus ideales eran los incorrectos? Las dudas invadieron la mente de Reiko. Movió la cabeza de un lado a otro mientras pasaba la mano por su frente para despejarse y poder seguir caminando.
Llegó a una calle larga y bastante transitada. Esta daba paso a la costa y, un poco más adelante, al puerto. Aun no había tenido oportunidad de visitar aquella zona. Mientras caminaba se fijó en la arena de la pequeña playa, aparentaba ser suave y fina. Las olas que chocaban contra la costa no eran fuertes y dejaban un pequeño rastro de espuma debido a la agitación del mar. Finalmente llegó al puerto.
Un dulce sonido llegó hasta sus oídos. Miró hacia delante y vio a un grupo de personas rodear a... ¿alguien? Debía ser un hombre por lo que veía de lejos. Avanzó rápido y pudo ver con claridad quien se encontraba allí. Un hombre de cabellos rubios con un violín, de él salía una dulce melodía. Reiko se fijó en la gente que echaba monedas. Una canción así no podría pasar desapercibida. Llevó la mano al bolsillo interior de la chaqueta y sacó una moneda, la tiró y esta cayó en la funda del violín. Reiko permaneció a unos metros de él esperando a que terminase su canción. Quería felicitarlo por tal talento.
El destino elegido esta vez era Baterilla. La joven rubia ya había estado aquí un par de veces cuando era pequeña debido a temas de la revolución. Desde aquella época no había regresado. ¿Habría cambiado algo? Era obvio que sí, pero no serían más que detalles inapreciables para algunos.
Reiko suspiró. Llevaba paseando como dos horas seguidas y se había recorrido la mitad de las calles. Puede que anteriormente tratase de disfrutar de la belleza oculta de Baterilla, pero no de esta manera, aunque no negaba que fuese un lugar estupendo. Ella quería ir por libre, sin embargo no le quedaba más remedio que hacer lo que sus superiores dictaban. A veces se preguntaba si había hecho bien en dejar la revolución por seguir sus ideales, pero ¿y si sus ideales eran los incorrectos? Las dudas invadieron la mente de Reiko. Movió la cabeza de un lado a otro mientras pasaba la mano por su frente para despejarse y poder seguir caminando.
Llegó a una calle larga y bastante transitada. Esta daba paso a la costa y, un poco más adelante, al puerto. Aun no había tenido oportunidad de visitar aquella zona. Mientras caminaba se fijó en la arena de la pequeña playa, aparentaba ser suave y fina. Las olas que chocaban contra la costa no eran fuertes y dejaban un pequeño rastro de espuma debido a la agitación del mar. Finalmente llegó al puerto.
Un dulce sonido llegó hasta sus oídos. Miró hacia delante y vio a un grupo de personas rodear a... ¿alguien? Debía ser un hombre por lo que veía de lejos. Avanzó rápido y pudo ver con claridad quien se encontraba allí. Un hombre de cabellos rubios con un violín, de él salía una dulce melodía. Reiko se fijó en la gente que echaba monedas. Una canción así no podría pasar desapercibida. Llevó la mano al bolsillo interior de la chaqueta y sacó una moneda, la tiró y esta cayó en la funda del violín. Reiko permaneció a unos metros de él esperando a que terminase su canción. Quería felicitarlo por tal talento.
Los rayos del sol caían sobre su cabello rubio, que brillaba con un fulgor dorado mientras un arco iris se formaba en la caja del violín y los dedos de su mano derecha se veían borrosos en una marea de acordes y arpegios mientras sus ojos pendían entre el infinito y la nada, sin detenerse en ningún punto en concreto y mirando sin ver tan sólo su instrumento. Tocaba con brío una música melodiosa, fresca y veraniega, perfecta para aquella isla del South Blue, y tan sólo atendía a su canción, hasta que algo se cruzó en su mirada. No fue el caminar de unas ancianas, que criticaban su forma de vestir; No fue tampoco el señalar de unos habitantes, quejándose de su falta de ritmo; Tampoco fue la imagen de unos niños correteando cerca de él y robando alguna que otra moneda; No fue nada de eso.
Un silencio que duraba el compás entero, y vio por un instante una melena rubia que acompañaba una canción andante. Ojos como calcedonia en un mar de oro enmarcados, con mirada amable y rasgos aristócratas. Dulce y delicada, manos suaves y curvas exuberantes en un cuerpo pequeño, como los mejores frascos de perfume. ¿Cuál sería su esencia? Difícil verlo pese a la claridad de su rostro envuelto en pecas rojizas, y en sus labios delicados parecía haber colgado un cartel de "prohibido tocar". Pero Al siempre había tenido alma de delincuente, o al menos de bribón.
Una moneda que lanzó la chica adecuada, y la canción continuó mientras el viento dejaba los cabellos del marine arremolinarse como gustaban, y la corriente daba vividez a la canción. Incluso habría rado que un par de personas conocían el ritmo de la canción y comenzaban a tararearlo, sin dejar de oscilar entre la intriga y el gozo, aunque siendo sinceros, ¿De verdad se podía elegir la intriga en aquel momento? Había música de por medio, el misterio no tenía cabida en ese lugar, no por ahora. La música debía impregnarlo todo, hasta el último rincón del puerto.
El ritmo aceleró, y los cambios de tempo se hacían cada vez más frecuentes. Una canción que llegaba a su final con alegría y sorpresas era lo que valía la pena, y de todas las que conocía no había una como aquella. Dulce y despreocupada, pareciendo alegre... Y la canción tampoco estaba mal. ¿Por qué se ponía a pensar en esa mujer ahora? Era atractiva, sí, pero ya... O tal vez era una musa de mil canciones y los hados la ponían en su camino para guiarlo... Quién sabe. Lo primero era terminar la sonata.
"Y se acabó", pensó, metiendo las monedas que había sobre la chaqueta en su bolsillo para poder sacar la enorme prenda, que dejó doblada en su brazo. Por el momento, por aquel día, no era Marine. Guardó el Violín en el lugar que correspondía y el arco junto a él. Dobló un poco más la chaqueta, tratando discretamente de que nadie viera las hombreras bordadas ni la palabra "Vicealmirante" escrita en su espalda, y dedicó una sentida reverencia a su público. "Y ahora la chica".
-¿Nos conocemos?- preguntó, acercándose un par de pasos hasta ella. Definitivamente no era baja, aunque ante él parecía bastante menuda. Sin embargo, tenía la altura perfecta para inspirar canciones con su nombre-, porque me suenas de algo...- ¡Mentira! Pero no había formas mucho mejores de iniciar una conversación. La verdad es que "Si estuviera sentado se me habría puesto dura con sólo verte" no era una muy buena forma de acercarse a alguien.
Un silencio que duraba el compás entero, y vio por un instante una melena rubia que acompañaba una canción andante. Ojos como calcedonia en un mar de oro enmarcados, con mirada amable y rasgos aristócratas. Dulce y delicada, manos suaves y curvas exuberantes en un cuerpo pequeño, como los mejores frascos de perfume. ¿Cuál sería su esencia? Difícil verlo pese a la claridad de su rostro envuelto en pecas rojizas, y en sus labios delicados parecía haber colgado un cartel de "prohibido tocar". Pero Al siempre había tenido alma de delincuente, o al menos de bribón.
Una moneda que lanzó la chica adecuada, y la canción continuó mientras el viento dejaba los cabellos del marine arremolinarse como gustaban, y la corriente daba vividez a la canción. Incluso habría rado que un par de personas conocían el ritmo de la canción y comenzaban a tararearlo, sin dejar de oscilar entre la intriga y el gozo, aunque siendo sinceros, ¿De verdad se podía elegir la intriga en aquel momento? Había música de por medio, el misterio no tenía cabida en ese lugar, no por ahora. La música debía impregnarlo todo, hasta el último rincón del puerto.
El ritmo aceleró, y los cambios de tempo se hacían cada vez más frecuentes. Una canción que llegaba a su final con alegría y sorpresas era lo que valía la pena, y de todas las que conocía no había una como aquella. Dulce y despreocupada, pareciendo alegre... Y la canción tampoco estaba mal. ¿Por qué se ponía a pensar en esa mujer ahora? Era atractiva, sí, pero ya... O tal vez era una musa de mil canciones y los hados la ponían en su camino para guiarlo... Quién sabe. Lo primero era terminar la sonata.
"Y se acabó", pensó, metiendo las monedas que había sobre la chaqueta en su bolsillo para poder sacar la enorme prenda, que dejó doblada en su brazo. Por el momento, por aquel día, no era Marine. Guardó el Violín en el lugar que correspondía y el arco junto a él. Dobló un poco más la chaqueta, tratando discretamente de que nadie viera las hombreras bordadas ni la palabra "Vicealmirante" escrita en su espalda, y dedicó una sentida reverencia a su público. "Y ahora la chica".
-¿Nos conocemos?- preguntó, acercándose un par de pasos hasta ella. Definitivamente no era baja, aunque ante él parecía bastante menuda. Sin embargo, tenía la altura perfecta para inspirar canciones con su nombre-, porque me suenas de algo...- ¡Mentira! Pero no había formas mucho mejores de iniciar una conversación. La verdad es que "Si estuviera sentado se me habría puesto dura con sólo verte" no era una muy buena forma de acercarse a alguien.
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La música envolvió a Reiko poco a poco, dejándola en un estado de paz. Una pieza realmente buena y, que nunca antes, había tenido el placer de escuchar. Resultó ser algo conmovedor e incluso llegó a pensar que no había sido tan mala idea estar en Baterilla. Las manos de aquel hombre parecían haber sido creadas a la perfección para tocar aquel instrumento. Reiko miró las suyas, eran pequeñas y tenían un aspecto delicado junto con su suave y blanquecina piel, como si nunca hubiese hecho esfuerzos en la vida o se dedicase a cuidarlas. Sin embargo esto nunca fue así. La joven rubia desde siempre hizo esfuerzos para salir adelante, a pesar de que sus padres no querían ella siempre tenía la iniciativa propia.
Dejando las divagaciones atrás, la muchacha siguió prestando atención a aquel hombre, el cual parecía estar creando magia con unas simples notas. Aunque aquellas notas se colaban en el interior de las personas provocando una leve sensación de querer escuchar más y más cada vez. Reiko cerró los ojos durante unos segundos, los suficientes como para encontrarse en un estado de paz. Puede que ella no se hubiese dado cuenta, pero una leve sonrisa se había formado en el rostro a medida que los ritmos iban aumentando. En cuanto los abrió volvió a estar como antes, sus facciones representaban serenidad en esos momentos.
Reiko se cruzó de brazos hasta que la melodía cesó. Tras aquel leve descanso era hora de continuar de nuevo su camino y mantener el orden en Baterilla. Quizás se quedase rondando por la zona del puerto, parecía ser el punto en el que más transitaba la gente, ya sea por pequeños espectáculos que utilizaban para ganar un poco dinero o pequeños puestos de comercio, que cada cual tenía cosas más interesantes que el anterior. Además a Reiko le gustaba escuchar el sonido de las olas romper contra las rocas así como ver los pájaros sobrevolar el agua.
Apoyó la mano sobre una cadera y, con una leve sonrisa dirigida al hombre con cabellos dorados, se dio la vuelta. Reiko no podía hacer otra cosa más que desearle suerte. Ella era de las que apoyaban a explotar un talento lo máximo que se pudiese, e incluso si la muchacha tuviese tal maña lo haría sin dudar, pero no eran más que míseros pensamientos. Cuando se dio la vuelta los reflejos del sol le impedían ver con claridad así que se dio la vuelta de golpe. La gente comenzaba a retirarse del lugar y vio al violinista acercarse a ella. Cuando estuvo en frente suya Reiko levantó la cabeza un poco hacia arriba, era demasiado alto y no es que ella se considerase alguien con una estatura inferior.
-Siento decepcionarlo, pero yo nunca le he visto. Es la primera vez que lo encuentro por aquí. – Dijo a modo de respuesta. Reiko siempre mantenía sus modales con cualquier persona, era demasiado quisquillosa en ese sentido. – Por cierto, debo felicitarle por tal magnífica actuación. – Esbozó una sonrisa con su último comentario.
Dejando las divagaciones atrás, la muchacha siguió prestando atención a aquel hombre, el cual parecía estar creando magia con unas simples notas. Aunque aquellas notas se colaban en el interior de las personas provocando una leve sensación de querer escuchar más y más cada vez. Reiko cerró los ojos durante unos segundos, los suficientes como para encontrarse en un estado de paz. Puede que ella no se hubiese dado cuenta, pero una leve sonrisa se había formado en el rostro a medida que los ritmos iban aumentando. En cuanto los abrió volvió a estar como antes, sus facciones representaban serenidad en esos momentos.
Reiko se cruzó de brazos hasta que la melodía cesó. Tras aquel leve descanso era hora de continuar de nuevo su camino y mantener el orden en Baterilla. Quizás se quedase rondando por la zona del puerto, parecía ser el punto en el que más transitaba la gente, ya sea por pequeños espectáculos que utilizaban para ganar un poco dinero o pequeños puestos de comercio, que cada cual tenía cosas más interesantes que el anterior. Además a Reiko le gustaba escuchar el sonido de las olas romper contra las rocas así como ver los pájaros sobrevolar el agua.
Apoyó la mano sobre una cadera y, con una leve sonrisa dirigida al hombre con cabellos dorados, se dio la vuelta. Reiko no podía hacer otra cosa más que desearle suerte. Ella era de las que apoyaban a explotar un talento lo máximo que se pudiese, e incluso si la muchacha tuviese tal maña lo haría sin dudar, pero no eran más que míseros pensamientos. Cuando se dio la vuelta los reflejos del sol le impedían ver con claridad así que se dio la vuelta de golpe. La gente comenzaba a retirarse del lugar y vio al violinista acercarse a ella. Cuando estuvo en frente suya Reiko levantó la cabeza un poco hacia arriba, era demasiado alto y no es que ella se considerase alguien con una estatura inferior.
-Siento decepcionarlo, pero yo nunca le he visto. Es la primera vez que lo encuentro por aquí. – Dijo a modo de respuesta. Reiko siempre mantenía sus modales con cualquier persona, era demasiado quisquillosa en ese sentido. – Por cierto, debo felicitarle por tal magnífica actuación. – Esbozó una sonrisa con su último comentario.
-¿Decepcionarme?- una sonrisa se dejó entrever en sus labios, esperando un chasquido de la lengua que llegó más pronto que tarde-. Tengo la oportunidad de conocerte, y hasta el momento es lo mejor que me ha pasado hoy.
Se ahorró decir que hasta el momento su día había consistido en mendigar unos berries y ser abandonado por su propio subalterno en medio de Baterilla, porque además de sonar muy deprimente era como mínimo una forma terrible de comenzar una conversación que debería terminar en algo más que un simple papeleo cuando después de un tiempo apareciese por el cuartel y comenzase a escribir una carta de expulsión que terminaría redactando Arthur... Aunque por algún motivo Arthur era reacio a escribirlas y siempre terminaban inclonclusas. Tal vez el hecho de que fuera su trabajo el que se jugaba prefiriera seguir la filosofía de Kiritsu en lugar de la Silverwing. Sí, debía ser eso; la carta debía escribirla él, aunque qué pereza.
-Es una canción que escuché hace tiempo en un lugar donde nunca estuve, junto a un fuego que enfriaba acompañado de un poema que jamás recitó nadie- su sonrisa pasó a un tono más gentil cuando comenzó a hablar de su música, y se mantuvo a cierta distancia... No mucha, tan sólo la suficiente para no parecer un acosador o un pervertido, a pesar de que la mirada inevitablemente se posara entre su pecho y su regazo de cuando en cuando-, aunque tú me produces esa misma sensación. Al mismo tiempo te veo y siento que te conozco desde nunca y siempre. ¿Puedo invitarte a tomar algo con lo que me he sacado? Señorita... ¿Cómo me has dicho que te llamabas?
No lo dijo. Pero siempre era una buena forma de saber el nombre sin parecer que lo preguntaba. Un despiste, un inocente error de haber creído que se había presentado y una muy buena manera de crear una pequeña complicidad en ellos. Compañeros de aventuras, tal vez, aunque quién sabe adónde lo llevaría el hilo del destino.
Se ahorró decir que hasta el momento su día había consistido en mendigar unos berries y ser abandonado por su propio subalterno en medio de Baterilla, porque además de sonar muy deprimente era como mínimo una forma terrible de comenzar una conversación que debería terminar en algo más que un simple papeleo cuando después de un tiempo apareciese por el cuartel y comenzase a escribir una carta de expulsión que terminaría redactando Arthur... Aunque por algún motivo Arthur era reacio a escribirlas y siempre terminaban inclonclusas. Tal vez el hecho de que fuera su trabajo el que se jugaba prefiriera seguir la filosofía de Kiritsu en lugar de la Silverwing. Sí, debía ser eso; la carta debía escribirla él, aunque qué pereza.
-Es una canción que escuché hace tiempo en un lugar donde nunca estuve, junto a un fuego que enfriaba acompañado de un poema que jamás recitó nadie- su sonrisa pasó a un tono más gentil cuando comenzó a hablar de su música, y se mantuvo a cierta distancia... No mucha, tan sólo la suficiente para no parecer un acosador o un pervertido, a pesar de que la mirada inevitablemente se posara entre su pecho y su regazo de cuando en cuando-, aunque tú me produces esa misma sensación. Al mismo tiempo te veo y siento que te conozco desde nunca y siempre. ¿Puedo invitarte a tomar algo con lo que me he sacado? Señorita... ¿Cómo me has dicho que te llamabas?
No lo dijo. Pero siempre era una buena forma de saber el nombre sin parecer que lo preguntaba. Un despiste, un inocente error de haber creído que se había presentado y una muy buena manera de crear una pequeña complicidad en ellos. Compañeros de aventuras, tal vez, aunque quién sabe adónde lo llevaría el hilo del destino.
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Cualquier muchacha se hubiese ruborizado ante las palabras del rubio. Reiko no era tonta, había tratado con hombres así mucho antes y, la mayoría de veces, unos impertinentes babosos que no tenían nada mejor que hacer. En la comisura del labio de la recluta se formó una arruga que terminaría siendo una sonrisa. Reiko sabía cuándo ser educada con cumplidos así, puede que a veces los rechazase, pero de vez en cuando le gustaba ver crecer su ego.
De vez en cuando venían a su cabeza fragmentos de la melodía escuchada anteriormente. Nunca había tenido una sensación de nostalgia en su cuerpo, como si la música se la provocase. Esa sensación de regresar a Domica, de volver a tener quince años y surcar los mares con una vela negra...
Cerró los ojos durante un instante y se negó a sí misma. ¿Qué tonterías estaba pensando? Aquello no iba con ella, no quería ser una criminal, simplemente quería poner el orden necesario en el mundo a su manera. Alejó todos los malos pensamientos de su cabeza y se centró en el hombre de cabellos dorados. Aún no sabía su nombre. Las palabras que él expresaba parecían ser sinceras, pero Reiko seguiría sin sorprenderse. Muy educado por su parte, demasiado quizás. La recluta se mordió el labio inferior en cuanto él terminó de hablar.
Obviamente se había dado cuenta de que no se habían presentado, pero ella no iba a fastidiar aquel momento.
-Reiko. - Dijo su nombre finalmente. - No suelo rechazar una invitación, así me aprovecho de lo más caro; sin embargo, me tendré que conformar con menos esta vez. - La recluta tampoco quería incomodar con eso y, si el hombre no tenía mucho, le ayudaría a medias con la invitación. - A todo esto... me gusta saber el nombre de la persona que me invita, es un simple detalle. - Tras aquel comentario se quedó a la espera de que el rubio le indicase el camino. Y el nombre, claro.
De vez en cuando venían a su cabeza fragmentos de la melodía escuchada anteriormente. Nunca había tenido una sensación de nostalgia en su cuerpo, como si la música se la provocase. Esa sensación de regresar a Domica, de volver a tener quince años y surcar los mares con una vela negra...
Cerró los ojos durante un instante y se negó a sí misma. ¿Qué tonterías estaba pensando? Aquello no iba con ella, no quería ser una criminal, simplemente quería poner el orden necesario en el mundo a su manera. Alejó todos los malos pensamientos de su cabeza y se centró en el hombre de cabellos dorados. Aún no sabía su nombre. Las palabras que él expresaba parecían ser sinceras, pero Reiko seguiría sin sorprenderse. Muy educado por su parte, demasiado quizás. La recluta se mordió el labio inferior en cuanto él terminó de hablar.
Obviamente se había dado cuenta de que no se habían presentado, pero ella no iba a fastidiar aquel momento.
-Reiko. - Dijo su nombre finalmente. - No suelo rechazar una invitación, así me aprovecho de lo más caro; sin embargo, me tendré que conformar con menos esta vez. - La recluta tampoco quería incomodar con eso y, si el hombre no tenía mucho, le ayudaría a medias con la invitación. - A todo esto... me gusta saber el nombre de la persona que me invita, es un simple detalle. - Tras aquel comentario se quedó a la espera de que el rubio le indicase el camino. Y el nombre, claro.
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