Zaheera Mana-Grousse
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Hace 1 año y medio.
Los Yarukiman Mangrove, los manglares gigantes que componían el archipiélago Shabaody. Según los expertos botánicos estos árboles solo crecían en aquel lugar y entre sus raíces se creaban islotes de gran tamaño y 79 de ellos componían todo el Archipiélago Shabaody y sus características especiales creaban un ambiente único. las raíces de estos manglares son tan largas que llegan hasta el Fondo Marino, kilómetros y kilómetros bajo el mar y su tronco segregan una resina especial capaz de crear burbujas que salen del suelo.
El apellido familiar Mana-Grousse era originario de aquí, y se trataba de una deformación del nombre de sus grandes manglares. En cierta medida Zaheera pisaba el territorio de sus ancestros. Sin embargo no era esa la razón por la que Zaheera se encontrara en aquel lugar en ese momento. Shabaody era la puerta del Nuevo Mundo y era visitado por barcos provenientes de muchas partes del mundo. Era el lugar perfecto para iniciar un viaje.
Zhaheera había llegado atravesando Red Line, y no por la ruta más regular por la Isla de los Gyojin. No quería llamar la atención de nadie, así que usaba su cabello recogido y unas gafas de sol que cubrían sus ojos. Por esa misma razón había escogido aquel hotel, que no era tan pretencioso como muchos en el Archipiélago y seguramente no estaba lleno de miradas curiosas.
Atravesó la puerta del hotel y avanzó con paso decidido hasta la recepción. Carraspeó un poco para llamar la atención de la mujer que atendía y con voz clara dijo. - Buenas tardes. Tengo una reserva a nombre de Anastacia Montblanc -
Los Yarukiman Mangrove, los manglares gigantes que componían el archipiélago Shabaody. Según los expertos botánicos estos árboles solo crecían en aquel lugar y entre sus raíces se creaban islotes de gran tamaño y 79 de ellos componían todo el Archipiélago Shabaody y sus características especiales creaban un ambiente único. las raíces de estos manglares son tan largas que llegan hasta el Fondo Marino, kilómetros y kilómetros bajo el mar y su tronco segregan una resina especial capaz de crear burbujas que salen del suelo.
El apellido familiar Mana-Grousse era originario de aquí, y se trataba de una deformación del nombre de sus grandes manglares. En cierta medida Zaheera pisaba el territorio de sus ancestros. Sin embargo no era esa la razón por la que Zaheera se encontrara en aquel lugar en ese momento. Shabaody era la puerta del Nuevo Mundo y era visitado por barcos provenientes de muchas partes del mundo. Era el lugar perfecto para iniciar un viaje.
Zhaheera había llegado atravesando Red Line, y no por la ruta más regular por la Isla de los Gyojin. No quería llamar la atención de nadie, así que usaba su cabello recogido y unas gafas de sol que cubrían sus ojos. Por esa misma razón había escogido aquel hotel, que no era tan pretencioso como muchos en el Archipiélago y seguramente no estaba lleno de miradas curiosas.
Atravesó la puerta del hotel y avanzó con paso decidido hasta la recepción. Carraspeó un poco para llamar la atención de la mujer que atendía y con voz clara dijo. - Buenas tardes. Tengo una reserva a nombre de Anastacia Montblanc -
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Jamás pensó en volver a aquel lugar lleno de corrupción y mentes retorcidas. Sabía que iba a regresar en algún minuto donde todo comenzó pero jamás esperaba hacerlo tan pronto. Pero los negocios son negocios y debía, como siempre, mantener un perfil bajo. Por cada paso que daba una estocada le atravesaba el corazón. Por cada calle que recorría recordaba aquellas dulces caminatas con Levi esperando ver el atardecer. La desesperación que sentía le atormentaba la cabeza. Pero como dijo Garragelish, negocios son negocios y se deben cumplir.
Iba vestido formalmente con un traje color negro acompañado de una camisa rosa y una corbata negra. Sus zapatos brillaban tal cual fueran un sol y su vestimenta tan bien hecha a la medida, se mimetizaba entre tanto hombre amante del dinero y las posesiones terrenales. No era ninguna aventura pasar por aquel lugar, no era ningún agrado estar allí. ¿Qué pensaban los mayores? ¿Tan descorazonados son? Debían tener algunos planes para mandar al muchacho a aquel lugar.
Encendió un cigarrillo y se lo echó a la boca mientras dejaba que el humo de este bajara cálida y plácidamente por su garganta hasta llegar a sus enormes pulmones para luego ser exhalado majestuosamente. No entendía como había gente que fumaba sin elegancia cuando, precisamente él, lo encontraba un verdadero arte que solo unos pocos dominaban. Tras dar la última quemada entró a un pequeño y humilde hotel que calzaba justamente con lo que él quería, lo más que le importaba era que tuviera bar. ¡Oh, sí! Un majestuoso bar en donde el alcohol jamás se acabara. Caminó rectamente hasta la recepción. Atendían dos mujeres bien vestidas y con una fingida pero hermosa sonrisa. Al lado de él había una mujer que usaba gafas de sol dentro del hotel.
-Buenas. Quiero un cuarto – le dijo sacando algo de dinero –. Lo mejor que tengan, si no es mucha molestia.
Miró a la chica de gafas.
-No sabía que estaba de moda usar gafas de sol dentro de un hotel – dijo sarcásticamente –. Espera, que también saco las mías.
Aquel día andaba precisamente de mal humor por todo lo que conllevaba estar ahí y aprovecharía cualquier situación para burlarse de quien fuera e incluso de humillarlo. Aquel día su retorcida mente le exigía, le demandaba algún satírico juego. Arlequinescamente caminó hasta el bar tras haber reservado un cuarto. Allí pidió el mejor whiskey que tuvieran y lo acompañó con dos hielos, luego de beberlo de un sorbo pidió, seguidamente, seis más. ¿Qué pretendía? Si bien no tenía la reunión hasta el siguiente día, no era costumbre en él beber así nada más.
-Eh, bartender. ¿Me das otro? – le habló mientras el chico del bar lo miraba con disgusto.
-¿No crees que ya has bebido mucho?
Ryan lo fulminó con la mirada.
-Lo que yo crea o no, no es de tu incumbencia. Sírveme otro, ahora. ¡Estoy pagando por esto!
Tras recibir el vaso de mala forma, el hombre de cabellos rubios le dejó una propina al muchacho. Salió y encendió otro cigarrillo mientras veía el cielo. Ni todas las drogas del mundo podrían aliviar el dolor y la desesperación que sintió en ese momento. Miró su anillo, en donde usaba la sortija que le comprometía con Levi. La sortija que jamás se la pudo colocar a su amada difunta.
Iba vestido formalmente con un traje color negro acompañado de una camisa rosa y una corbata negra. Sus zapatos brillaban tal cual fueran un sol y su vestimenta tan bien hecha a la medida, se mimetizaba entre tanto hombre amante del dinero y las posesiones terrenales. No era ninguna aventura pasar por aquel lugar, no era ningún agrado estar allí. ¿Qué pensaban los mayores? ¿Tan descorazonados son? Debían tener algunos planes para mandar al muchacho a aquel lugar.
Encendió un cigarrillo y se lo echó a la boca mientras dejaba que el humo de este bajara cálida y plácidamente por su garganta hasta llegar a sus enormes pulmones para luego ser exhalado majestuosamente. No entendía como había gente que fumaba sin elegancia cuando, precisamente él, lo encontraba un verdadero arte que solo unos pocos dominaban. Tras dar la última quemada entró a un pequeño y humilde hotel que calzaba justamente con lo que él quería, lo más que le importaba era que tuviera bar. ¡Oh, sí! Un majestuoso bar en donde el alcohol jamás se acabara. Caminó rectamente hasta la recepción. Atendían dos mujeres bien vestidas y con una fingida pero hermosa sonrisa. Al lado de él había una mujer que usaba gafas de sol dentro del hotel.
-Buenas. Quiero un cuarto – le dijo sacando algo de dinero –. Lo mejor que tengan, si no es mucha molestia.
Miró a la chica de gafas.
-No sabía que estaba de moda usar gafas de sol dentro de un hotel – dijo sarcásticamente –. Espera, que también saco las mías.
Aquel día andaba precisamente de mal humor por todo lo que conllevaba estar ahí y aprovecharía cualquier situación para burlarse de quien fuera e incluso de humillarlo. Aquel día su retorcida mente le exigía, le demandaba algún satírico juego. Arlequinescamente caminó hasta el bar tras haber reservado un cuarto. Allí pidió el mejor whiskey que tuvieran y lo acompañó con dos hielos, luego de beberlo de un sorbo pidió, seguidamente, seis más. ¿Qué pretendía? Si bien no tenía la reunión hasta el siguiente día, no era costumbre en él beber así nada más.
-Eh, bartender. ¿Me das otro? – le habló mientras el chico del bar lo miraba con disgusto.
-¿No crees que ya has bebido mucho?
Ryan lo fulminó con la mirada.
-Lo que yo crea o no, no es de tu incumbencia. Sírveme otro, ahora. ¡Estoy pagando por esto!
Tras recibir el vaso de mala forma, el hombre de cabellos rubios le dejó una propina al muchacho. Salió y encendió otro cigarrillo mientras veía el cielo. Ni todas las drogas del mundo podrían aliviar el dolor y la desesperación que sintió en ese momento. Miró su anillo, en donde usaba la sortija que le comprometía con Levi. La sortija que jamás se la pudo colocar a su amada difunta.
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Antes de que la recepcionista pudiera completar el proceso de registro fue interrumpida por un hombre muy bien vestido. El aroma del cigarrillo que acababa de fumar aún acompañaba sus pasos, rodeando su cuerpo a cada paso. Era muy apuesto, pero su actitud agresiva saco de casillas a la pelinegra. Sobretodo cuando se quedó mirándola fijamente antes de decir aquella estupidez sobre las gafas de sol.
Zaheera quedó estupefacta y molesta, estaba a punto de replicar la grosera observación del muchacho, pero este simplemente pasó derecho buscando algo en el bar. - Señorita Montblanc, su habitación esta lista. - dijo la recepcionista. Tuvo que repetir la frase una vez más antes de que Zah se diera por enterada de que le hablaba a ella. Usar un nombre falso siempre daba pie a situaciones como esa. - Gracias. - dijo la muchacha, espabilando. Seguía mirando a aquel hombre que ya había apurado una copa de whisky mientras pedía la siguiente.
No llevaba las gafas de sol por gusto, las prefería a tener que aguantar la mirada de extraños sobre el parche que cubría su ojos izquierdo. Odiaba aquella mirada de compasión y horror que la gente ponía cuando la veía. Suspiró, intentando dejar a un lado el amargo encuentro en la recepción y se dirigió molesta a su habitación.
No era más grande que su cuarto en Ireleen, pero le bastaba por aquella noche. Tenía una vista hermosa desde donde se podían ver las bombas de jabón que producían los árboles subir hacia el cielo. Su cama era cómoda y el baño estaba limpio, era más de lo que esperaba por los beries que había pagado por ella. En el archipielago podría encontrar todo lo que se imaginara. Tiendas de muchas partes del mundo, muelles con tecnologías únicas, incluso había un gran parque de atracciones mecánicas. El cielo estaba despejado y la luz de la tarde empezaba a colorear todo de naranja y rosa. Y sin embargo no se sentía cómoda. EL comentario del imbécil de la recepción había tocado su orgullo de mujer y había despertado viejas heridas en su subconsciente.
Necesitaba un poco de aire, así que decidió dar un paseo por los alrededores. Tal vez encontraría algo que la alejara de aquellos pensamientos que aparecían cuando alguien le recordaba su discapacidad.
Su tranquilidad no duró mucho. Nada más salir del hotel percibió el mismo olor a tabaco que rodeaba al hombre cuando la interrumpió en la recepción. Lo observó con su único ojo mientras pasaba cerca de él. Tenía un aspecto extraño, bebía demasiado y sin parar, y su actitud agresiva parecía esconder otra cosa. Miraba con mucho cuidado un anillo en su mano. Esta vez ella habló primero. - No es de su incumbencia lo que otras personas usen o dejen de usar.-
Zaheera quedó estupefacta y molesta, estaba a punto de replicar la grosera observación del muchacho, pero este simplemente pasó derecho buscando algo en el bar. - Señorita Montblanc, su habitación esta lista. - dijo la recepcionista. Tuvo que repetir la frase una vez más antes de que Zah se diera por enterada de que le hablaba a ella. Usar un nombre falso siempre daba pie a situaciones como esa. - Gracias. - dijo la muchacha, espabilando. Seguía mirando a aquel hombre que ya había apurado una copa de whisky mientras pedía la siguiente.
No llevaba las gafas de sol por gusto, las prefería a tener que aguantar la mirada de extraños sobre el parche que cubría su ojos izquierdo. Odiaba aquella mirada de compasión y horror que la gente ponía cuando la veía. Suspiró, intentando dejar a un lado el amargo encuentro en la recepción y se dirigió molesta a su habitación.
No era más grande que su cuarto en Ireleen, pero le bastaba por aquella noche. Tenía una vista hermosa desde donde se podían ver las bombas de jabón que producían los árboles subir hacia el cielo. Su cama era cómoda y el baño estaba limpio, era más de lo que esperaba por los beries que había pagado por ella. En el archipielago podría encontrar todo lo que se imaginara. Tiendas de muchas partes del mundo, muelles con tecnologías únicas, incluso había un gran parque de atracciones mecánicas. El cielo estaba despejado y la luz de la tarde empezaba a colorear todo de naranja y rosa. Y sin embargo no se sentía cómoda. EL comentario del imbécil de la recepción había tocado su orgullo de mujer y había despertado viejas heridas en su subconsciente.
Necesitaba un poco de aire, así que decidió dar un paseo por los alrededores. Tal vez encontraría algo que la alejara de aquellos pensamientos que aparecían cuando alguien le recordaba su discapacidad.
Su tranquilidad no duró mucho. Nada más salir del hotel percibió el mismo olor a tabaco que rodeaba al hombre cuando la interrumpió en la recepción. Lo observó con su único ojo mientras pasaba cerca de él. Tenía un aspecto extraño, bebía demasiado y sin parar, y su actitud agresiva parecía esconder otra cosa. Miraba con mucho cuidado un anillo en su mano. Esta vez ella habló primero. - No es de su incumbencia lo que otras personas usen o dejen de usar.-
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Llevaba la mitad del cigarrillo cuando fue arrancado de su mente por una sutil voz. Miró hacia el lado y allí estaba la muchacha de la recepción con sus gafas de sol. ¿Tanto le había ofendido el comentario? La gente siempre tan sensible. Era algo lamentable, según los comentarios de Ryan. El hombre estaba con olor a alcohol y tabaco, casi un estado deplorable.
Se volteó para mirarla de frente.
-No me importa lo que digas, niña – dijo malhumorado –. Si te sientan mal unas palabras, mejor olvídate de sobrevivir en este mundo.
Tras pronunciar aquellas desagradables palabras se retiró y abrió la puerta del hotel bruscamente. Fue en busca de su habitación que se ubicaba en el último piso del edificio. Una enorme puerta de madera de roble oscuro se alzaba frente al muchacho; tras entrar observó la habitación. Era normal. Tenía una sala de estar relativamente grande con un sofá mirando hacia un enorme televisor sujetado en la pared. Un baño sin ningún detalle en especial, también había un gran balcón que era lo que más se destacaba. Dejó sus cosas en la sala de estar y fue a lavarse la cara. Necesitaba algo para comer, ya le entró hambre. No había comido hace una semana y algo, su cuerpo ya le demandaba el bien necesario.
Bajó hasta el vestíbulo y fue al comedor. No tenía ánimos de cocinar anda, simplemente quería comer algo rápidamente pero no encontró nada que le llamara la atención. La mejor opción era salir a buscar algún restaurante o algún local de comida rápida para saciar su estómago. Salió nuevamente; apenas habían transcurrido unos diez minutos. Miró a los lados esperando encontrarse con la muchacha de las gafas. ¿Había sido muy duro con ella? Ryan no es de los que se disculpa, su orgullo no se lo permite. Dejó pasar el momento y fue en busca de algún local mientras encendía un cigarrillo.
Llegó a un restaurante bastante peculiar. La puerta estaba adornada con colores dorados y dentro del edificio había una gran cantidad de mesas bien ordenadas y sobre ellas unos hermosos manteles de variados colores: ocre, pastel claro e incluso algunos rosa adornaban la sala. Se sentó y comenzó a leer la carta. Había algo que le llamó la atención pues durante toda su vida jamás había pedido aquello... tan sencillo. ¿Espagueti? Era una buena opción, quizás con salsa boloñesa.
-Quiero el platillo 15 – le dijo a la camarera que se acercó –. Para beber quiero... – leyó la carta nuevamente – agua nada más.
Esperó unos cuantos minutos y llegó la muchacha con el plato caliente. Estaba realmente sabroso, todo calzaba perfectamente. La ambientación misma del restaurante era bastante agradable; buena música y atención de primera. El muchacho revisó su celular.
-Es tiempo – dijo mirando su aparato –. Debo ir al banco.
Se volteó para mirarla de frente.
-No me importa lo que digas, niña – dijo malhumorado –. Si te sientan mal unas palabras, mejor olvídate de sobrevivir en este mundo.
Tras pronunciar aquellas desagradables palabras se retiró y abrió la puerta del hotel bruscamente. Fue en busca de su habitación que se ubicaba en el último piso del edificio. Una enorme puerta de madera de roble oscuro se alzaba frente al muchacho; tras entrar observó la habitación. Era normal. Tenía una sala de estar relativamente grande con un sofá mirando hacia un enorme televisor sujetado en la pared. Un baño sin ningún detalle en especial, también había un gran balcón que era lo que más se destacaba. Dejó sus cosas en la sala de estar y fue a lavarse la cara. Necesitaba algo para comer, ya le entró hambre. No había comido hace una semana y algo, su cuerpo ya le demandaba el bien necesario.
Bajó hasta el vestíbulo y fue al comedor. No tenía ánimos de cocinar anda, simplemente quería comer algo rápidamente pero no encontró nada que le llamara la atención. La mejor opción era salir a buscar algún restaurante o algún local de comida rápida para saciar su estómago. Salió nuevamente; apenas habían transcurrido unos diez minutos. Miró a los lados esperando encontrarse con la muchacha de las gafas. ¿Había sido muy duro con ella? Ryan no es de los que se disculpa, su orgullo no se lo permite. Dejó pasar el momento y fue en busca de algún local mientras encendía un cigarrillo.
Llegó a un restaurante bastante peculiar. La puerta estaba adornada con colores dorados y dentro del edificio había una gran cantidad de mesas bien ordenadas y sobre ellas unos hermosos manteles de variados colores: ocre, pastel claro e incluso algunos rosa adornaban la sala. Se sentó y comenzó a leer la carta. Había algo que le llamó la atención pues durante toda su vida jamás había pedido aquello... tan sencillo. ¿Espagueti? Era una buena opción, quizás con salsa boloñesa.
-Quiero el platillo 15 – le dijo a la camarera que se acercó –. Para beber quiero... – leyó la carta nuevamente – agua nada más.
Esperó unos cuantos minutos y llegó la muchacha con el plato caliente. Estaba realmente sabroso, todo calzaba perfectamente. La ambientación misma del restaurante era bastante agradable; buena música y atención de primera. El muchacho revisó su celular.
-Es tiempo – dijo mirando su aparato –. Debo ir al banco.
- Off:
- Perdón por tardarme pero tuve que estudiar para un examen :(
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El hombre se volteó y le dedicó una mirada tan fría y dura como sus palabras, pero aquello lejos de molestarla la encendió de energía. Todo el día había estado enfadada contra un hombre que aunque vestía muy bien se veía terriblemente mal. - Claro esta, tu sabes mucho de vivir en este mundo. - replicó Zaheera con sorna. -Solo hay que verte, todo un triunfador. - gritó mientras el sujeto se devolvía dentro del hotel con ademanes violentos y caoticos, quería que la escuchara alto y claro, aunque se fuera corriendo.
Zaheera suspiró aliviada. No le gustaba pelear, pero no estaba dispuesta a que nadie pasara por encima de ella, menos un sujeto con problemas de autoestima como aquel hombre. Su orgullo no se lo permitiría nunca.
Algunas aves pasaron volando por el cielo azul, en donde empezaban a brillar ya algunas estrellas. Sonrió a la nada, un poco cansada y aburrida de estar allí. Su nariz percibió el olor de la comida que a esa hora empezaban a preparar los cocineros del restaurante, pronto sería hora de comer y la gente se reuniría para saborear lo que otras personas prepararon con esmero. Tal vez el hombre también bajaría a comer. Zaheera sonrió ante ese pensamiento, el idiota ni comería, seguramente estaría de nuevo en el bar, ahogándose en la bebida.
Con la seguridad de que no lo encontraría entró en el restaurante y ordeno un plato de risoto de mariscos picantes, acompañados por vino rojo y algo dulce para el final. Pelear le daba hambre y ese día había estado muy raro revolucionado. Abrió el periódico y leyó las noticias con cuidado e interés, costumbres que su padre le había trasmitido con ejemplo y constancia y de las que no se desprendería nunca. Cuando terminó de leer y bajó el diario se le quitó el apetito. Sorpresivamente el hombre había bajado y comía un plato de espagettis con boloñesa, Zaheera se cubrió de nuevo con el papel del periódico, esperando que no notara su presencia. Le desconcertaba la forma en que la presencia de ese sujeto podía trasformar su humor con tanta facilidad. Pero tambien le desconcertaba el joven.
Lo espió a escondidas mientras este terminaba su cena, acompañada ¡de agua!. Zaheera alzó las cejas sorprendida e intrigada. Solo, en la mesa, no parecía tan desagradable, es mas, Parecía disfrutar de su comida. Se preguntaba si era del tipo de personas que no preferian la soledad, y que su trato interpersonal era así de agrío y tosco para defenderse del mundo exterior. Ella misma se comportaba así en ocasiones y por un momento sintió empatía hacia el pobre sujeto.
Aún lo observaba, cuando éste se levantó después de ver algo en su celular. Dudando un poco se decidió a seguirlo, esperó que se hubiera marchado y se levantó también, agradeció los servicios con una pequeña propina y salió a la calle. Lo vio caminar entre las personas a unas dos cuadras de distancia y cuidando de no ser vista empezó a seguirlo.
Zaheera suspiró aliviada. No le gustaba pelear, pero no estaba dispuesta a que nadie pasara por encima de ella, menos un sujeto con problemas de autoestima como aquel hombre. Su orgullo no se lo permitiría nunca.
Algunas aves pasaron volando por el cielo azul, en donde empezaban a brillar ya algunas estrellas. Sonrió a la nada, un poco cansada y aburrida de estar allí. Su nariz percibió el olor de la comida que a esa hora empezaban a preparar los cocineros del restaurante, pronto sería hora de comer y la gente se reuniría para saborear lo que otras personas prepararon con esmero. Tal vez el hombre también bajaría a comer. Zaheera sonrió ante ese pensamiento, el idiota ni comería, seguramente estaría de nuevo en el bar, ahogándose en la bebida.
Con la seguridad de que no lo encontraría entró en el restaurante y ordeno un plato de risoto de mariscos picantes, acompañados por vino rojo y algo dulce para el final. Pelear le daba hambre y ese día había estado muy raro revolucionado. Abrió el periódico y leyó las noticias con cuidado e interés, costumbres que su padre le había trasmitido con ejemplo y constancia y de las que no se desprendería nunca. Cuando terminó de leer y bajó el diario se le quitó el apetito. Sorpresivamente el hombre había bajado y comía un plato de espagettis con boloñesa, Zaheera se cubrió de nuevo con el papel del periódico, esperando que no notara su presencia. Le desconcertaba la forma en que la presencia de ese sujeto podía trasformar su humor con tanta facilidad. Pero tambien le desconcertaba el joven.
Lo espió a escondidas mientras este terminaba su cena, acompañada ¡de agua!. Zaheera alzó las cejas sorprendida e intrigada. Solo, en la mesa, no parecía tan desagradable, es mas, Parecía disfrutar de su comida. Se preguntaba si era del tipo de personas que no preferian la soledad, y que su trato interpersonal era así de agrío y tosco para defenderse del mundo exterior. Ella misma se comportaba así en ocasiones y por un momento sintió empatía hacia el pobre sujeto.
Aún lo observaba, cuando éste se levantó después de ver algo en su celular. Dudando un poco se decidió a seguirlo, esperó que se hubiera marchado y se levantó también, agradeció los servicios con una pequeña propina y salió a la calle. Lo vio caminar entre las personas a unas dos cuadras de distancia y cuidando de no ser vista empezó a seguirlo.
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Esquivaba sin tocar a nadie entre la multitud, pasando discretamente entre pasajes y carros de venta. Los pasajes de aquella ciudad eran estrechos y apenas podían caber a lo mucho dos personas pasando al mismo tiempo por allí; en la mayoría de ellos había gente de miradas turbias y violentas pero no asustaban absolutamente en nada al muchacho. Había muy pocas cosas que lo aterraban o le hicieran sentir algún sentimiento tan incómodo como ese, y aquellos hombres distorsionados eran lo último en el mundo que le daría miedo. Antes de seguir avanzando su camino, pasó a comprar una barra de chocolate y luego se detuvo frente a una florería. La observó durante algunos segundos sin decidirse aún.
Finalmente, nervioso, entró a ella y compró unas flores blancas acompañadas de unas rosas azules que parecían tan vivas como el mismo fuego. Mientras comía chocolate siguió avanzando y le echó una mirada a su reloj: aún le quedaba unas dos horas para ir. Quizás se apresuró en salir del restaurante pero le sirvió para despejar un poco su mente y arrancar el fétido olor a alcohol que emanaba su cuerpo. Siguió su camino hasta llegar al cementerio.
-Y aquí estamos de nuevo – dijo con voz apagada.
¿Por qué allí? Fue el mismo lugar en donde todo comenzó, en donde su vida tomó otro rumbo. Era la mejor opción que tenía para así jamás desprenderse de su camino. El cementerio a pesar de todo parecía ser un tanto más alegre de lo normal, hermosos y coloridos árboles adornaban la escena; muchas flores estaban depositadas sobre las agrias tumbas de los que nos dejaron atrás. Llegó hasta el punto en el que una tumba llevaba grabada el nombre de su difunta amada.
Se sentó en el cálido y cómodo pasto y colocó las flores de manera ordenada. Sin embargo el olor que llevaba sintiendo desde hace un rato no desapareció: lo estaban persiguiendo. Y recordó. La muchacha de las gafas, aquella del hotel, tenía ese mismo olor. ¿Lo habrá perseguido para cometer un acto de venganza por su humillante trato? ¿Es alguien de la marina? ¿O quizás un agente del gobierno? Podía percibir el olor a menos de veinte metros, ¿de verdad creía que podía engañar a alguien de su especie?
Actuó como si nada. Sabía que a ella, su difunta amada, no le gustaba la violencia: y jamás la aprobó. No lucharía ni derramaría sangre en un lugar así, no, claro que no. Tendría una pequeña conversación con aquella dulce persona que estaba interviniendo en los asuntos personales de alguien que no aparentaba tener cara de muchos amigos. Sacó un cigarro del bolsillo derecho de sus pantalones; increíblemente ya parecía todo limpio. ¡La magia del mundo! Su cuerpo había ya adaptado su pH y el olor a alcohol había desaparecido totalmente.
-A ti nunca te gustó que fumara tanto, ¿verdad? – dijo sonriendo – No te preocupes. Han pasado cosas, esto ya no me puede matar de ninguna forma. Además... ya sabes, ¿no? Jamás estuve vivo, no como tú.
Se levantó procurando no golpear las armónicas flores. Se dirigió hacia donde su olfato le guiaba hasta encontrarse nuevamente con la muchacha de gafas. Se acercó a ella y la encaró, esta vez más educadamente.
-Si vienes a exigir unas disculpas por lo anterior, no es un buen momento – dijo seriamente mientras se echaba el cigarrillo a la boca –. Si vienes a pelear, no es un buen lugar. Aquí no. Sea lo que sea que tengas que hacer conmigo, te aseguro que este no es un buen lugar ni un buen momento así que ya sabes, ¿no? Puedes marcharte.
Tras decir aquellas palabras de forma más... humana que la vez anterior, le dio la espalda y se retiró hasta encontrarse nuevamente frente a la tumba. Sacó la barra de chocolate y se echó un pedazo a la boca; el sabor dulce inundaba su boca hasta llegar al paladar y bajar hasta el estómago. Jamás fue fanático de las cosas dulces pero aquello era un verdadero placer, el chocolate y sus efectos que producía era algo... digno de ser considerado para una persona del tipo del rubio.
Finalmente, nervioso, entró a ella y compró unas flores blancas acompañadas de unas rosas azules que parecían tan vivas como el mismo fuego. Mientras comía chocolate siguió avanzando y le echó una mirada a su reloj: aún le quedaba unas dos horas para ir. Quizás se apresuró en salir del restaurante pero le sirvió para despejar un poco su mente y arrancar el fétido olor a alcohol que emanaba su cuerpo. Siguió su camino hasta llegar al cementerio.
-Y aquí estamos de nuevo – dijo con voz apagada.
¿Por qué allí? Fue el mismo lugar en donde todo comenzó, en donde su vida tomó otro rumbo. Era la mejor opción que tenía para así jamás desprenderse de su camino. El cementerio a pesar de todo parecía ser un tanto más alegre de lo normal, hermosos y coloridos árboles adornaban la escena; muchas flores estaban depositadas sobre las agrias tumbas de los que nos dejaron atrás. Llegó hasta el punto en el que una tumba llevaba grabada el nombre de su difunta amada.
Se sentó en el cálido y cómodo pasto y colocó las flores de manera ordenada. Sin embargo el olor que llevaba sintiendo desde hace un rato no desapareció: lo estaban persiguiendo. Y recordó. La muchacha de las gafas, aquella del hotel, tenía ese mismo olor. ¿Lo habrá perseguido para cometer un acto de venganza por su humillante trato? ¿Es alguien de la marina? ¿O quizás un agente del gobierno? Podía percibir el olor a menos de veinte metros, ¿de verdad creía que podía engañar a alguien de su especie?
Actuó como si nada. Sabía que a ella, su difunta amada, no le gustaba la violencia: y jamás la aprobó. No lucharía ni derramaría sangre en un lugar así, no, claro que no. Tendría una pequeña conversación con aquella dulce persona que estaba interviniendo en los asuntos personales de alguien que no aparentaba tener cara de muchos amigos. Sacó un cigarro del bolsillo derecho de sus pantalones; increíblemente ya parecía todo limpio. ¡La magia del mundo! Su cuerpo había ya adaptado su pH y el olor a alcohol había desaparecido totalmente.
-A ti nunca te gustó que fumara tanto, ¿verdad? – dijo sonriendo – No te preocupes. Han pasado cosas, esto ya no me puede matar de ninguna forma. Además... ya sabes, ¿no? Jamás estuve vivo, no como tú.
Se levantó procurando no golpear las armónicas flores. Se dirigió hacia donde su olfato le guiaba hasta encontrarse nuevamente con la muchacha de gafas. Se acercó a ella y la encaró, esta vez más educadamente.
-Si vienes a exigir unas disculpas por lo anterior, no es un buen momento – dijo seriamente mientras se echaba el cigarrillo a la boca –. Si vienes a pelear, no es un buen lugar. Aquí no. Sea lo que sea que tengas que hacer conmigo, te aseguro que este no es un buen lugar ni un buen momento así que ya sabes, ¿no? Puedes marcharte.
Tras decir aquellas palabras de forma más... humana que la vez anterior, le dio la espalda y se retiró hasta encontrarse nuevamente frente a la tumba. Sacó la barra de chocolate y se echó un pedazo a la boca; el sabor dulce inundaba su boca hasta llegar al paladar y bajar hasta el estómago. Jamás fue fanático de las cosas dulces pero aquello era un verdadero placer, el chocolate y sus efectos que producía era algo... digno de ser considerado para una persona del tipo del rubio.
Zaheera Mana-Grousse
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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- Spoiler:
- Perdón por la demora. Tuve una situación familiar difícil.
Escabullirse entre una multitud no era nada nuevo, como tampoco eran nuevas las miradas oscuras de aquellos hombres y mujeres vacías que deambulaban por aquellas calles y callejones. Zaheera no les prestó mucha atención, no quería perder de vista al hombre elegante y este se movía entre la gente con mucha facilidad. Lo seguía a unos cuantos metro, cuidándose de no ser vista. Hasta ahora su comportamiento no era nada sospechoso, había entrado en una tienda unos segundos, luego se había quedado parado frente a otro sin decidirse a entrar.
Zaheera esperó en una esquina hasta que lo vio salir del lugar con dos hermosos ramos de flores, azules y blancas. Una loca idea cruzó la mente de la chica del parche... ¿podría estar esperando a alguien? ¿tendría una cita? Las pistas que tenía apuntaban en esa dirección, flores, su atuendo, su afán de mirar el reloj a cada momento... el licor podría funcionar para contrarrestar los nervios o la timidez, incluso la agresividad podía deberse a los nervios... Una sonrisa cruzó su rostro mientras imaginaba todo tipo de escenarios, ¿podría aquel tipo ser atento o romántico si llegaba el momento?
Pero su sonrisa se desdibujó cuando llegaron al que parecía ser el destino y ahí lo comprendió todo. Comprendió la actitud del hombre, su vestimenta, su misteriosa caminata... las flores. Comprendió también su propia estupidez y falta de tacto. - Oh dios - susurró para si misma mientras veía al sujeto del hotel sentándose en el pasto frente a una tumba. Se quedó petrificada, observando la colorida escena. El cuidado con el que puso las flores, los gestos suaves y cálidos que usaba eran una clara demostración de un cariño inmenso, y su melancolía casi se podía tocar, flotando sobre el césped, tocándolo todo con su profunda tristeza.
Reaccionó muy lentamente y no tuvo tiempo de esconderse o huir. Había sido atrapada en una de las situaciones más incomodas que hubiera vivido jamas. Pensó en correr, huir al hotel, sacar sus cosas y buscar otro lugar para pasar la noche... pero sus piernas no obedecieron. El hombre vino directo a ella y en su rostro no mostraba ninguna reacción agresiva, lo que la hizo sentir mucho peor. Podía lidiar con un buen reclamo, lo tenía más que merecido por su grosera intromisión. Las palabras del joven la volvieron a tomar por sorpresa y la hicieron sentir mucho peor. Negó con la cabeza, con la mirada en el suelo. Su garganta era de arena en ese momento, y las palabras se negaron a salir de su boca. Negó nuevamente sin dejar de mirar el césped, y una vez el sujeto se dio media vuelta salió del lugar caminando lo más rápido que pudo de vuelta al hotel.
Llegó en un parpadeo y subió a su habitación inmediatamente. Se botó en la cama y su mente empezó a vagar por los recuerdos de aquella tarde. Por más que dio vueltas en la cama no se sentía nada cómoda. Su actitud había sido muy maleducada y desconsiderada y se sentía demasiado avergonzada para dormir. Se levantó de nuevo y se dirigió al piso de abajo con la esperanza de que el sujeto no hubiera vuelto. Lo esperaría allí durante el tiempo que fuera necesario.
- La que debe pedir disculpas soy yo. Fue muy abusivo de mi parte seguirte. - dijo con honestidad, con la cabeza agachada cuando lo vio. Quería ser la primera que hablara para que no hubieran malos entendidos. - Eran flores muy hermosas -
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Espiar y seguir a alguien era clara señal de aburrimiento, más si habías tenido problemas anteriormente con esa persona y si crees que no es de fiar, menos te acercas a ella. Ryan después de enfrentar a una muda chica se quedó en el cementerio hasta que el sol descendió por el vasto horizonte perdiéndose temporalmente y dando inicio a una lujuriosa noche estrellada. Las horas se transformaron en minutos y antes de que se diese cuenta ya estaba todo oscuro, le esperaba una larga noche pues dentro de poco tenía que comenzar a trabajar. Conocía esa ciudad y sabía lo que podía ofrecerle, sentía melancolía por seguir en un espacio que te da muchos recuerdos pero no quería estancarse ni pasarla mal. ¡La noche recién comenzó!
Pasó a comprar unas cosas para la cena, él amaba cocinar y aunque no era su profesión ni mucho menos siempre lo hacía como hobbie. No tenía hambre pero quería sentir la delicadeza de la comida, ese sabor único que entrega un alimento mezclado con esencias mágicas como los condimento. Pasó al almacén más cercano en el cual compró algunas verduras y frutas; tenía una lista en la mano para no olvidarse de lo que quería comprar pues necesitaba alimento y no quería comer todos los días fuera. Después de comprar las verduras, hierbas y frutas pasó a la carnicería más cercana para comprar (obviamente) carne y algún pescado además de mariscos.
Luego de hacer sus compras caminó con ambas bolsas en sus manos hasta llegar a una licorería. Entró y sintió un aire a madera que le recordó viejos y buenos tiempos; siempre que salía con Levi pasaba a ver nuevos tragos y vinos. En esa ocasión compró un vino dulce para la cena. Era algo sencillo sin ningún tipo de detalle especial pero era una buena botella. Salió del lugar y se dirigió al hotel sin mucha prisa.
Al llegar al hotel abrió la puerta con esfuerzo y se encontró con la misma mujer que lo había estado siguiendo desde hace un buen rato. Parecía estar esperando a alguien pero no le tomó atención hasta que la muchacha le dirigió la palabra. Sin mirar directamente los ojos de Ryan se disculpó por lo que había hecho; el androide depositó cuidadosamente las bolsas en el suelo y con su mano levantó el mentón de la chica hasta que sus ojos se cruzaron.
-Cuando pides disculpas lo sincero es ver los ojos – dijo soltando el mentón de la chica –. Ven, sígueme.
Le dijo esperando que la siguiera hasta su cuarto. Quería que fuera una noche divertida y no la quería pasar completamente solo, esa chica podía resultar ser interesante y tener un montón de historias que compartir. Al llegar a su habitación dejó las cosas en la cocina e invitó a su invitada a sentarse. Fue a su cuarto para cambiarse ropa y usar algo más cómodo; una simple polera blanco y abajo unos jeans un tanto ajustados finalizando con unas zapatillas blancas. Abrió las ventanas y encendió un cigarrillo.
-Te dije que me siguieras pues cenaremos aquí – le habló –. De esa forma aceptaré tus disculpas, la comida de este hotel sabe a mierda y no hay ningún buen restaurante en varias cuadras así que... hoy probarás la mejor comida del mundo – estaba confiado de sus habilidades culinarias –.
Esperaba que le gustara el marisco pues haría un plato típico de la ciudad originaria de Levi: Paila Marina. Era una verdadera delicia; fue a la cocina y comenzó a picar cilantro y cebolla mientras los mariscos se cocinaban. Picó el salmón para también cocerlo. Mientras tanto le sirvió una copa de vino blanco a su invitada para que pudiera disfrutar de un buen trago durante la espera de la cena. Por suerte había solicitado la habitación del hotel que contara con un buen equipo de música así pudo poner música para ambientar la ocasión.
-Que descuido mío, ¿no? – dijo mientras bebía de su copa de vino – Me llaman Ryan. Este lugar es muy... conocido por mí y recuerdos míos están arraigados. Temo que jamás vayan a ser completamente libres.
Finalmente el caldo de marisco y pescado estaba listo para comer. La temperatura no era muy alta pero tampoco era excesivamente baja. El muchacho sirvió la cena esperando que gustara de su invitada pues recién era el comienzo de una larga noche de diversiones; conocía bien aquella isla y sabía lo prometedora que podía resultar.
Pasó a comprar unas cosas para la cena, él amaba cocinar y aunque no era su profesión ni mucho menos siempre lo hacía como hobbie. No tenía hambre pero quería sentir la delicadeza de la comida, ese sabor único que entrega un alimento mezclado con esencias mágicas como los condimento. Pasó al almacén más cercano en el cual compró algunas verduras y frutas; tenía una lista en la mano para no olvidarse de lo que quería comprar pues necesitaba alimento y no quería comer todos los días fuera. Después de comprar las verduras, hierbas y frutas pasó a la carnicería más cercana para comprar (obviamente) carne y algún pescado además de mariscos.
Luego de hacer sus compras caminó con ambas bolsas en sus manos hasta llegar a una licorería. Entró y sintió un aire a madera que le recordó viejos y buenos tiempos; siempre que salía con Levi pasaba a ver nuevos tragos y vinos. En esa ocasión compró un vino dulce para la cena. Era algo sencillo sin ningún tipo de detalle especial pero era una buena botella. Salió del lugar y se dirigió al hotel sin mucha prisa.
Al llegar al hotel abrió la puerta con esfuerzo y se encontró con la misma mujer que lo había estado siguiendo desde hace un buen rato. Parecía estar esperando a alguien pero no le tomó atención hasta que la muchacha le dirigió la palabra. Sin mirar directamente los ojos de Ryan se disculpó por lo que había hecho; el androide depositó cuidadosamente las bolsas en el suelo y con su mano levantó el mentón de la chica hasta que sus ojos se cruzaron.
-Cuando pides disculpas lo sincero es ver los ojos – dijo soltando el mentón de la chica –. Ven, sígueme.
Le dijo esperando que la siguiera hasta su cuarto. Quería que fuera una noche divertida y no la quería pasar completamente solo, esa chica podía resultar ser interesante y tener un montón de historias que compartir. Al llegar a su habitación dejó las cosas en la cocina e invitó a su invitada a sentarse. Fue a su cuarto para cambiarse ropa y usar algo más cómodo; una simple polera blanco y abajo unos jeans un tanto ajustados finalizando con unas zapatillas blancas. Abrió las ventanas y encendió un cigarrillo.
-Te dije que me siguieras pues cenaremos aquí – le habló –. De esa forma aceptaré tus disculpas, la comida de este hotel sabe a mierda y no hay ningún buen restaurante en varias cuadras así que... hoy probarás la mejor comida del mundo – estaba confiado de sus habilidades culinarias –.
Esperaba que le gustara el marisco pues haría un plato típico de la ciudad originaria de Levi: Paila Marina. Era una verdadera delicia; fue a la cocina y comenzó a picar cilantro y cebolla mientras los mariscos se cocinaban. Picó el salmón para también cocerlo. Mientras tanto le sirvió una copa de vino blanco a su invitada para que pudiera disfrutar de un buen trago durante la espera de la cena. Por suerte había solicitado la habitación del hotel que contara con un buen equipo de música así pudo poner música para ambientar la ocasión.
-Que descuido mío, ¿no? – dijo mientras bebía de su copa de vino – Me llaman Ryan. Este lugar es muy... conocido por mí y recuerdos míos están arraigados. Temo que jamás vayan a ser completamente libres.
Finalmente el caldo de marisco y pescado estaba listo para comer. La temperatura no era muy alta pero tampoco era excesivamente baja. El muchacho sirvió la cena esperando que gustara de su invitada pues recién era el comienzo de una larga noche de diversiones; conocía bien aquella isla y sabía lo prometedora que podía resultar.
Zaheera Mana-Grousse
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Las mejillas de Zaheera se sonrojaron cuando sintió la piel del sujeto tocar su mentón, levantándolo, y estaba completamente roja cuando su único ojo se encontró con los suyos de color miel. Era muy atractivo y aunque le había molestado durante todo el día, ahora podía aceptarlo con tranquilidad. Se recriminó en silencio por sentirse como una adolescente y dejar que sus emociones primarias la delatasen de tal manera, después de todo ella también tenía su orgullo.
Dudo un momento en si debía o no seguir al apuesto hombre a su habitación, pero la curiosidad pudo más que la desconfianza y decidió seguirlo. Mientras avanzaba por las escaleras pensó en todo lo que había sucedido durante aquellos dos años y medio que había estado vagando por el mundo, si no la hubieran atacado aquellos piratas ella sería en ese momento una mujer casada y su vida sería muy diferente. Podría incluso haber tenido hijos. Hijos de un hombre al que apenas conoció durante unos minutos, pero que estaba dispuesto a casarse con ella.
Se sintió estúpida pensando en eso y solo reaccionó cuando su anfitrión le habló. - Gra... gracias. - contestó torpemente. Se sentía nerviosa así que se levantó y se dirigió hacia las ventanas. El aire la relajó lo suficiente para retomar el control de su voz, alejando los fantasmas de una vida que no había existido nunca y que tampoco le pertenecía. El rubio había encendido un cigarrillo, había puesto música y había empezado a cocinar con manos hábiles y cuidadosas. A los pocos minutos el ambiente estaba repleto de aromas deliciosos y conocidos, florando entre el humo del cigarrillo y el sereno de la noche.
Tenía la copa de vino entre las manos y jugueteaba con el liquido que contenía, fantaseando con una tormenta que se cernía sobre un barco miniatura imaginario. Era un buen vino, nivelado y algo dulce, suficientemente amargo y delicado.
Su convidante al parecer había hacer una pausa mientras terminaba la cocción y se volvió a dirigir a ella. Su actitud había cambiado mucho desde que lo encontrara en el cementerio y eso la tenía un poco desconfiada. - Creo que puedo imaginarlo... - contestó ella intentando no tocar fibras sensibles o parecer poco sensible. Fuera quien fuera la persona a la que había ido a visitar era lógico pensar que había dejado una huella profunda en la vida de aquel sujeto. - Huele muy rico lo que estas preparando. - continuó ella colocando su copa de vino sobre la mesa.
Ayudó a Ryan a poner la mesa y se sentó a probar el caldo, que olía exquisito. Para su sorpresa estaba mucho mejor de que lo imaginaba y se lo hizo saber con un sonido de aprobación y gusto tras la primera cucharada. Las texturas de los mariscos y el pescado se mezclaban de una manera increíble y la mixtura de sabores y especies aromáticas combinaban delicada y contundentemente en el paladar. La segunda cucharada le supo incluso mejor. - Por un momento pensé que fanfarroneabas, pero esta muy bueno. Hace mucho no comía algo recién preparado... es, delicioso. - contestó, feliz antes de continuar hasta acabar con el plato.
Dudo un momento en si debía o no seguir al apuesto hombre a su habitación, pero la curiosidad pudo más que la desconfianza y decidió seguirlo. Mientras avanzaba por las escaleras pensó en todo lo que había sucedido durante aquellos dos años y medio que había estado vagando por el mundo, si no la hubieran atacado aquellos piratas ella sería en ese momento una mujer casada y su vida sería muy diferente. Podría incluso haber tenido hijos. Hijos de un hombre al que apenas conoció durante unos minutos, pero que estaba dispuesto a casarse con ella.
Se sintió estúpida pensando en eso y solo reaccionó cuando su anfitrión le habló. - Gra... gracias. - contestó torpemente. Se sentía nerviosa así que se levantó y se dirigió hacia las ventanas. El aire la relajó lo suficiente para retomar el control de su voz, alejando los fantasmas de una vida que no había existido nunca y que tampoco le pertenecía. El rubio había encendido un cigarrillo, había puesto música y había empezado a cocinar con manos hábiles y cuidadosas. A los pocos minutos el ambiente estaba repleto de aromas deliciosos y conocidos, florando entre el humo del cigarrillo y el sereno de la noche.
Tenía la copa de vino entre las manos y jugueteaba con el liquido que contenía, fantaseando con una tormenta que se cernía sobre un barco miniatura imaginario. Era un buen vino, nivelado y algo dulce, suficientemente amargo y delicado.
Su convidante al parecer había hacer una pausa mientras terminaba la cocción y se volvió a dirigir a ella. Su actitud había cambiado mucho desde que lo encontrara en el cementerio y eso la tenía un poco desconfiada. - Creo que puedo imaginarlo... - contestó ella intentando no tocar fibras sensibles o parecer poco sensible. Fuera quien fuera la persona a la que había ido a visitar era lógico pensar que había dejado una huella profunda en la vida de aquel sujeto. - Huele muy rico lo que estas preparando. - continuó ella colocando su copa de vino sobre la mesa.
Ayudó a Ryan a poner la mesa y se sentó a probar el caldo, que olía exquisito. Para su sorpresa estaba mucho mejor de que lo imaginaba y se lo hizo saber con un sonido de aprobación y gusto tras la primera cucharada. Las texturas de los mariscos y el pescado se mezclaban de una manera increíble y la mixtura de sabores y especies aromáticas combinaban delicada y contundentemente en el paladar. La segunda cucharada le supo incluso mejor. - Por un momento pensé que fanfarroneabas, pero esta muy bueno. Hace mucho no comía algo recién preparado... es, delicioso. - contestó, feliz antes de continuar hasta acabar con el plato.
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Todo terminaba muy rápido como empezaba. Esa ley de la vida la había aprendido de forma dura e injusta en opinión de muchos, pero a lo que él respectaba no fue más que una patada en el culo. Escuchó, desde su asiento, como pasos apresurados subían descuidadamente las escaleras del edificio. Le dio la última cuchareada a su sopa y bebió relajadamente de su copa de vino. Se levantó y esperó hasta la puerta fuera derribada. Segundos después la puerta salió disparada por los aires y tras la sacudida varios hombres vestidos de negro ingresaron violentamente a la habitación. Ryan tomó a uno del cuello y se lo rompió sin duda alguna a lo que el usaba el cuerpo de escudo.
-No sé si te vienen a buscar a ti o a mí – dijo el muchacho –. Pero te recomiendo que salgas de aquí.
Sus increíbles reflejos le permitieron defenderse de un hombre con una pistola en sus manos. Antes de que pudiera disparar, con la increíble velocidad dotada por ser un vampiro, se abalanzó hacia él colocándose en su lado derecho. Con suficiente destreza además de usar Haki, clavó sus garras en el cuello de la víctima arrebatando una vida más. Un sinfín de hombres llegaba por las escaleras pero eran golpeados fuertemente por la furia de Ryan. Sin embargo un enorme guerrero de fuertes músculos y cabello blanco además de piel morena apareció con un hacha.
-Quítate de en medio o verás cómo sufres.
Entonces... estaba peleando una batalla que no le correspondía. Para nada. Se había confundido de enemigos y por alguna razón creyó que la chica estaba en serios problemas. Lo miró directamente a los ojos dudando de lo que haría. Pero dio un paso hacia la izquierda dejando avanzar a la tremenda mole. Agradeció de forma bruta el actuar del rubio pero lo agradeció más cuando, después de avanzar un poco, Ryan clavo sus garras en la espalda del hombre. Sí, justo a la altura del corazón. La piel era dura, una de las más duras que había atravesado pero no era lo suficientemente dura para el vampiro. Pero el hombre no se dio por vencido y contraatacó mandando a volar al chico. Ryan chocó contra la pared pero no sufrió ningún tipo de daño profundo.
-Estás en graves problemas, humano – respondió Ryan con furia en su voz.
Avanzó rápidamente hasta verse al lado del hombre a quien le arrebató un brazo con total brutalidad. El titán soltó un grito de dolor y respondió con un fuerte puñetazo metiendo al vampiro dentro del departamento. Al ver que sería una batalla dura miró a la chica y suspiró. ¿Qué haría? Tenía opciones y había que aprovecharlas bien. No era ningún héroe, claro que no. Cualquier razón para defenderla no sería más que una excusa; ¿irrumpir en su cena? Excusa. ¿Destruir su departamento? Excusas. Más y más excusas, pero le bastaron para tomar a la muchacha y largarse de ahí. ¿Por la escalera? Oh, claro que no: por el balcón.
Rompió el ventanal con el peso de su cuerpo y se lanzó al vacío. Mientras iba cayendo se sujetó con fuerza bruta de la baranda del quinto piso; sintió como el músculo de su brazo se desgarraba pero aguantó como todo un puto hombre. Nuevamente se soltó y cayó mucho mejor que del altísimo piso. Al caer arregló su brazo y el desgarro se regeneró casi instantáneamente: ventajas de ser un no-muerto. Miró a su compañera de piel morena.
-No sé si tú estás en problemas o yo – mencionó sacando un cigarrillo.
-No sé si te vienen a buscar a ti o a mí – dijo el muchacho –. Pero te recomiendo que salgas de aquí.
Sus increíbles reflejos le permitieron defenderse de un hombre con una pistola en sus manos. Antes de que pudiera disparar, con la increíble velocidad dotada por ser un vampiro, se abalanzó hacia él colocándose en su lado derecho. Con suficiente destreza además de usar Haki, clavó sus garras en el cuello de la víctima arrebatando una vida más. Un sinfín de hombres llegaba por las escaleras pero eran golpeados fuertemente por la furia de Ryan. Sin embargo un enorme guerrero de fuertes músculos y cabello blanco además de piel morena apareció con un hacha.
-Quítate de en medio o verás cómo sufres.
Entonces... estaba peleando una batalla que no le correspondía. Para nada. Se había confundido de enemigos y por alguna razón creyó que la chica estaba en serios problemas. Lo miró directamente a los ojos dudando de lo que haría. Pero dio un paso hacia la izquierda dejando avanzar a la tremenda mole. Agradeció de forma bruta el actuar del rubio pero lo agradeció más cuando, después de avanzar un poco, Ryan clavo sus garras en la espalda del hombre. Sí, justo a la altura del corazón. La piel era dura, una de las más duras que había atravesado pero no era lo suficientemente dura para el vampiro. Pero el hombre no se dio por vencido y contraatacó mandando a volar al chico. Ryan chocó contra la pared pero no sufrió ningún tipo de daño profundo.
-Estás en graves problemas, humano – respondió Ryan con furia en su voz.
Avanzó rápidamente hasta verse al lado del hombre a quien le arrebató un brazo con total brutalidad. El titán soltó un grito de dolor y respondió con un fuerte puñetazo metiendo al vampiro dentro del departamento. Al ver que sería una batalla dura miró a la chica y suspiró. ¿Qué haría? Tenía opciones y había que aprovecharlas bien. No era ningún héroe, claro que no. Cualquier razón para defenderla no sería más que una excusa; ¿irrumpir en su cena? Excusa. ¿Destruir su departamento? Excusas. Más y más excusas, pero le bastaron para tomar a la muchacha y largarse de ahí. ¿Por la escalera? Oh, claro que no: por el balcón.
Rompió el ventanal con el peso de su cuerpo y se lanzó al vacío. Mientras iba cayendo se sujetó con fuerza bruta de la baranda del quinto piso; sintió como el músculo de su brazo se desgarraba pero aguantó como todo un puto hombre. Nuevamente se soltó y cayó mucho mejor que del altísimo piso. Al caer arregló su brazo y el desgarro se regeneró casi instantáneamente: ventajas de ser un no-muerto. Miró a su compañera de piel morena.
-No sé si tú estás en problemas o yo – mencionó sacando un cigarrillo.
Zaheera Mana-Grousse
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De repente la actitud de Ryan. Parecía que algo había llamado su atención, algo de lo que Zaheera no estaba consiente. - ¿Sucede algo? - preguntó, dejando su cuchara reposar sobre el plato. No recibió respuesta, su acompañante parecía concentrado en otra cosa. Entonces derribaron la puerta.
Zaheera se asustó y se levantó de un respingo de la mesa, todo pasaba demasiado rápido y en un abrir y cerrar de ojos la habitación estaba llena de hombres vestidos de negro. Ryan se encargó de algunos de ellos con mucha velocidad, se movía como un fantasma, como una sombra intangible que repartía muerte a su paso. Negó con su cabeza la pregunta del rubio aunque no estaba realmente segura, por lo que sabía podían ser los mismos que la habían atacado en alta mar mientras se dirigía a su boda. Intentó decir algo, pero las palabras simplemente no salían de su boca. Entre el inesperado ataque y la violentamente mortal reacción de su anfitrión estaba petrificada en una esquina. Una pistola cayó a sus pies, aún aferrada por su dueño asesinado.
- Quítate de en medio o verás cómo sufres.- dijo un hombre gigantesco que acababa de ingresar al recinto.
No lo dudo ni siquiera un segundo, se agachó y recogió la pistola. Venían por ella, una vez mas. Ryan, haciendo gala de sus sobrehumanas habilidades había herido al mercenario, pero aquel también era resistente y se había quitado de encima al vampiro usando su fuerza bruta. Zaheera reaccionó por instinto y disparó el arma, pero ella no era ninguna experta así que el tiro salió desviado. Sin embargo alcanzo a distraer al gigantesco hombre justo el tiempo necesario para que el rubio pudiera acertar un gran golpe que corto de tajo el brazo musculoso del hombre.
Por un momento las miradas de ambos se cruzaron. Zaheera tenía miedo, un miedo que se incrementó cuando vio la sed de sangre en la mirada del joven. Por un momento pensó que la atacaría, si eso sucedía ella estaba muerta. No podría hacer nada contra Ryan. Sin embargo lo que ocurrió fue totalmente distinto, no sintió caer la pistola, ni los cristales romperse, ni vio el tremendo acto que Ryan había necesitado hacer para aferrarse del balcón, solamente sintió el abrazo de sus fuertes brazos y el viento de la noche del archipiélago. Estaban volando, o cayendo, o flotando, hasta caer al suelo, fuera del hotel.
- Vienen por mi... mi nombre es Zaheera y alguien quiere matarme. - confesó ella, terriblemente asustada.
Zaheera se asustó y se levantó de un respingo de la mesa, todo pasaba demasiado rápido y en un abrir y cerrar de ojos la habitación estaba llena de hombres vestidos de negro. Ryan se encargó de algunos de ellos con mucha velocidad, se movía como un fantasma, como una sombra intangible que repartía muerte a su paso. Negó con su cabeza la pregunta del rubio aunque no estaba realmente segura, por lo que sabía podían ser los mismos que la habían atacado en alta mar mientras se dirigía a su boda. Intentó decir algo, pero las palabras simplemente no salían de su boca. Entre el inesperado ataque y la violentamente mortal reacción de su anfitrión estaba petrificada en una esquina. Una pistola cayó a sus pies, aún aferrada por su dueño asesinado.
- Quítate de en medio o verás cómo sufres.- dijo un hombre gigantesco que acababa de ingresar al recinto.
No lo dudo ni siquiera un segundo, se agachó y recogió la pistola. Venían por ella, una vez mas. Ryan, haciendo gala de sus sobrehumanas habilidades había herido al mercenario, pero aquel también era resistente y se había quitado de encima al vampiro usando su fuerza bruta. Zaheera reaccionó por instinto y disparó el arma, pero ella no era ninguna experta así que el tiro salió desviado. Sin embargo alcanzo a distraer al gigantesco hombre justo el tiempo necesario para que el rubio pudiera acertar un gran golpe que corto de tajo el brazo musculoso del hombre.
Por un momento las miradas de ambos se cruzaron. Zaheera tenía miedo, un miedo que se incrementó cuando vio la sed de sangre en la mirada del joven. Por un momento pensó que la atacaría, si eso sucedía ella estaba muerta. No podría hacer nada contra Ryan. Sin embargo lo que ocurrió fue totalmente distinto, no sintió caer la pistola, ni los cristales romperse, ni vio el tremendo acto que Ryan había necesitado hacer para aferrarse del balcón, solamente sintió el abrazo de sus fuertes brazos y el viento de la noche del archipiélago. Estaban volando, o cayendo, o flotando, hasta caer al suelo, fuera del hotel.
- Vienen por mi... mi nombre es Zaheera y alguien quiere matarme. - confesó ella, terriblemente asustada.
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Sí, lo típico. Siempre sucedía lo mismo; digo, estás comiendo con una chica que conoces en el hotel esperando poder cambiar un poco las cosas y de repente unos hombres de negro entran amenazando con destruir todo lo que encuentren a su paso. Esas cosas son normales... en la vida de Ryan, no en una cualquiera. Escuchó la voz de su compañera al mencionar su nombre y sobre todo: “alguien quiere matarme”. De un mundo de infinitas probabilidades debía toparse justo con la chica que tenía problemas con quien sabe que pasado tenía. Pero eso no preocupaba mucho al muchacho, sabía que la muerte era su sombra.
Intentó calmarla aparentemente sin resultado alguno. Pensó en algunas soluciones que parecían más factibles que otras consideraciones; ¿pedir explicaciones a los malos de la película y llegar a un acuerdo? No, definitivamente eso no era ninguna idea. Cualquiera que pasara por su cabeza siempre la mejor opción era enfrentarlos y tratar de eliminar a la mayor cantidad de hombres de negro posible. Sería difícil pues no poseía ningún tipo de información sobre sus atacantes; quizás ni siquiera el Archipiélago era su base militar. Las probabilidades eran infinitas y solo quedaba conseguir información.
Ryan sacó un cigarrillo, lo encendió y le dio una calada al mismo tiempo que relajaba su sed de combate.
-Caminemos, aquí no estamos seguros.
Caminó hasta el parque en donde aprovechó el armónico silencio. Tenía más que claro que la persecución no acababa en ese momento, pero quizás tendría el suficiente tiempo para que la chica le explicara qué era lo que estaba sucediendo. Sonrió maliciosamente, pareciendo volver a su ser normal; lejos de todo capricho mundano. Por un poco de diversión estaría dispuesto a usar un poco más... sus garras. Encendió otro cigarrillo y miró al cielo.
-Me debes una buena explicación...
Ambos estuvieron un tiempo en el parque pero los pasos apresurados interrumpieron el buen estar de Ryan. Sintió el olor de los “agentes de la muerte” y también oyó sus pasos. Era tiempo para moverse; estos apenas vieron a la pareja comenzaron a disparar sin escrúpulo alguno. Por suerte no había ningún inocente civil a esas horas de la noche, algo bueno que pasara. El vampiro tenía ventajas en la noche, su velocidad superaba en creces a la de los humanos; el primero en caer no era más que un hombre de unos veinte años, su rostro reflejaba el miedo como si se tratase de un tatuaje. Ryan lo empujó y este cayó pesadamente al suelo, luego le pateó el rostro dejándolo fuera de combate. El segundo cayó preso del miedo al ver los enormes colmillos que salían de las fauces del muchacho. Lo mejor es no contar lo que pasó con él.
Quedó mirando a su compañera esperando cualquier reacción.
Intentó calmarla aparentemente sin resultado alguno. Pensó en algunas soluciones que parecían más factibles que otras consideraciones; ¿pedir explicaciones a los malos de la película y llegar a un acuerdo? No, definitivamente eso no era ninguna idea. Cualquiera que pasara por su cabeza siempre la mejor opción era enfrentarlos y tratar de eliminar a la mayor cantidad de hombres de negro posible. Sería difícil pues no poseía ningún tipo de información sobre sus atacantes; quizás ni siquiera el Archipiélago era su base militar. Las probabilidades eran infinitas y solo quedaba conseguir información.
Ryan sacó un cigarrillo, lo encendió y le dio una calada al mismo tiempo que relajaba su sed de combate.
-Caminemos, aquí no estamos seguros.
Caminó hasta el parque en donde aprovechó el armónico silencio. Tenía más que claro que la persecución no acababa en ese momento, pero quizás tendría el suficiente tiempo para que la chica le explicara qué era lo que estaba sucediendo. Sonrió maliciosamente, pareciendo volver a su ser normal; lejos de todo capricho mundano. Por un poco de diversión estaría dispuesto a usar un poco más... sus garras. Encendió otro cigarrillo y miró al cielo.
-Me debes una buena explicación...
Ambos estuvieron un tiempo en el parque pero los pasos apresurados interrumpieron el buen estar de Ryan. Sintió el olor de los “agentes de la muerte” y también oyó sus pasos. Era tiempo para moverse; estos apenas vieron a la pareja comenzaron a disparar sin escrúpulo alguno. Por suerte no había ningún inocente civil a esas horas de la noche, algo bueno que pasara. El vampiro tenía ventajas en la noche, su velocidad superaba en creces a la de los humanos; el primero en caer no era más que un hombre de unos veinte años, su rostro reflejaba el miedo como si se tratase de un tatuaje. Ryan lo empujó y este cayó pesadamente al suelo, luego le pateó el rostro dejándolo fuera de combate. El segundo cayó preso del miedo al ver los enormes colmillos que salían de las fauces del muchacho. Lo mejor es no contar lo que pasó con él.
Quedó mirando a su compañera esperando cualquier reacción.
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