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Soledad. La primera sensación. [Construcción] Empty Soledad. La primera sensación. [Construcción] {Jue 25 Ago 2016 - 1:52}

Soledad. La primera sensación.

Soledad: El tornado que me aísla: Cuando activa esta técnica, el cristal brilla con una luz blanca, capaz de cegar a cualquiera a tres pies de distancia menos a su portadora. A su alrededor se forma poco a poco (Medio post de carga) un tornado de energía (F1) que la levanta dos metros en el aire y es capaz de destruir cosas a su paso. Ella es inmune al estar en el ‘’ojo’’, y puede controlarlo gracias al colgante. Le otorga un x3 a velocidad mientras esté activo y puede durar máximo 3 post. Puede utilizarlo una vez por rol.

La joven de cabellos plateados tanteó la arena con los pies desnudos. Hacía sol y el calor que desprendía era agradable. Se giró y se llevó la mano a la frente para saludar a los tres marines que la habían acompañado.  Ellos respondieron al saludo como indicaba el protocolo y comenzaron a maniobrar para alejarse aprovechando la marea mientras durase. No fue una despedida emotiva, pero realmente apenas se conocían de vista y poco más. Ella no era una persona muy sociable. Nunca lo había sido.

Hacía poco más de una semana desde que había ido a hablar con su superior. Era con quien más contacto había tenido en el último año, y quien le mandaba trabajo. De hecho, pretendía enviarla a Karakura cuando la vio entrar, pero cambió de opinión al ver la cara que traía. Elya no era una persona demasiado expresiva. Sus bonitos ojos y sus facciones delicadas resultaban anodinas al estar camufladas bajo una máscara no de seriedad, sino de indiferencia. Para llegar a entenderla y averiguar sus cambios de humor habría que observarla durante mucho tiempo. Aprenderse cada movimiento por ínfimo que pareciera; la manera de andar y moverse, y de mirar a su alrededor. Pero por supuesto nadie iba a tomarse semejante trabajo por una recluta callada y aburrida. Tan solo el Teniente que la había rescatado, y que lo intentase no quiere decir que tuviera éxito.

Por ese motivo cuando Elya entró a su despacho completamente seria, dando apenas un toque a la puerta mientras la abría y pasaba, supo que lo más sensato era escucharla. Hablaron unos minutos, todo un record en realidad, en los que mientras ella le explicaba que necesitaba irse un tiempo, él trataba de aparentar normalidad. Cuando al final se marchó, silenciosa como había entrado, el Teniente suspiró y se retorció el bigote como era su costumbre, mirando por la ventana un poco alterado.

- Cielo santo… ¡Qué chica tan extraña!

Quizás fue el factor sorpresa, quizás influyó que fuera totalmente prescindible, pero el caso fue que no le costó conseguir el permiso de dos meses. Tras remirar el mapa un rato, escogió Ireos como su destino. Estaba alejada, abandonada y… había un bosque. Eso era importante. Llenó un petate con provisiones y herramientas que pudiera necesitar, agarró su lanza y pidió que la llevaran hasta allí.

¿La razón de su repentino viaje? El colgante. Lo notaba más pesado que de costumbre mientras avanzaba por la arena. Cuando la playa se terminó, comenzó a escalar la montaña sin darle muchas vueltas. El sol aún estaba bajo; le daría tiempo de atravesarla antes del anochecer. Sin embargo, si bien sus pies y sus manos se movían como autómatas buscando la ruta más fácil, sus pensamientos latían en su cabeza al ritmo de su corazón… una y otra vez.

Hacía ya más de un año desde que había huido de casa, pero se sentía como un día. Seguía igual, anestesiada de su propio dolor y resguardada de cualquier sentimiento. Tanto buenos como malos, todos estaban fuera de su alcance. ¿Y para qué? ¿Para no sufrir? En el momento apenas lo había notado; se había dado cuenta de que algo no andaba bien al despertar en el barco de los marines. Más adelante entendió que su propia mente había intentado protegerla de su corazón haciendo oídos sordos a cualquier clase de cordura. Porque ese estado anodino no podía ser propio de alguien cuerdo. Y sin pensarlo Elya se había aferrado a esa sensación, a esa falta de sensación, aterrada de un dolor cuyo solo recuerdo la hacía temblar.

Las noches eran lo peor. Al dormir, uno baja su guardia sin quererlo. Relaja su celo y se encuentra vulnerable al peor enemigo de todos: Los propios pensamientos. La joven lo pasó mal las primeras noches. Las pesadillas la acosaban sin piedad, y el recuerdo de ese juego de ojos azules la torturaba hasta agotar su llanto. Y por la mañana, el sol brillaba y todo parecía un mal recuerdo de otra vida que ahora no existía.  Como le convenía esa sensación, la abrazó sin remordimientos.

Pero ahora ya no más. ¿En qué momento se había hartado de la nada? ¿De estar a salvo? No podía explicarlo. Pero miraba a su alrededor y no entendía qué hacía ahí. No pintaba nada, debería volver a casa… y tan pronto pensaba eso, su mente reculaba asustada. No, no, no… eso no. En cuanto pusiera rumbo allí su perfecto escudo se rompería en mil pedazos.

‘’Y si no puedo ir hacia atrás…- Pensaba mientras se aupaba a un saliente en la montaña. Casi había llegado a la cima, y según el sol apenas pasaba del mediodía. Podía subir un poco más. Podía terminarlo. Agarró su lanza con los pies y se valió de sus brazos para escalar los últimos metros. - Tendré que ir hacia delante.

Una vez arriba del todo, se dejó caer contra la roca y respiró hondo un par de veces, contemplando las vistas. Menos mal que estaba en buena forma, o tratar de subir eso habría sido un infierno. Hacia delante. Añadiría el ‘’y no mirar atrás’’, pero sabía que se estaría mintiendo a sí misma. Olvidar era imposible ahora mismo, pero tenía que hacer las paces consigo misma. Aceptar que había huido. Renunciar a su escudo y a su indiferencia… y rezar por lo que viniera después. Aún algo sin aliento, agarró el colgante entre sus manos y tragó saliva.

- No quiero que mis esfuerzos… sean en vano. - Susurró, consciente de que no había nadie que la oyese. Pensó en comer algo, pero realmente no tenía hambre. Bebió agua y picoteó algo de chocolate, consciente de que necesitaría la energía. Luego se puso en pie, calentó un poco y se dispuso a bajar por el otro lado.

Pero en cuanto se dio la vuelta, tuvo que agarrarse a la roca para no caerse. Le gustó lo que veía. Montañas por doquier, el cielo azul como el tapiz de fondo perfecto, y esa mancha verde que rompía la harmonía y la mejoraba. Suspiró y se agachó para contemplarlo un par de segundos. No se oía nada, ni siquiera el viento. Podría ser por la altitud o simplemente por la isla, pero le gustaba. La hacía sentirse… no a gusto. Comprendida, si es que eso tenía algún sentido. Lentamente, casi con elegancia, volvió a coger su arma y se aseguró de que el petate a su espalda estuviera bien sujeto. Luego comenzó a bajar por la roca al mismo ritmo pausado. ¿Por qué? Quizás le apetecía, o tal vez creyó que en presencia de algo tan solemne ella misma debía comportarse acorde. Nunca lo sabremos.

La bajada fue menos accidentada que la subida, y llegó a la falda de la montaña a la hora de merendar. Aunque veía el bosque a lo lejos y le tentaba ir hasta allá, se obligó a parar y comer para reponer fuerzas. Sin embargo, se dio prisa en terminar y retomar el camino. Ansiaba estar a solas entre los árboles y si bien sabía el por qué inconscientemente trataba de no pensar en ello.

Pero eso no servía. Ya no.

Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, paró en seco. Apenas quedaba un kilómetro… pero paró. Respiró hondo y abrió la boca. Sin embargo… su voz no salió. Volvió a cerrarla y suspiró. Miró a su alrededor y se abrazó a sí misma. Cerró los ojos y elevó la cara al cielo. ’’No me moveré de aquí hasta poder pensar en ello con libertad’’.- Pensó retándose a sí misma. Y le costó. Acabó sentándose sobre sus rodillas en el suelo, y abandonando a un lado su arma y su escueto equipaje, para concentrarse mejor. Cada vez que lo intentaba, el pensamiento desaparecía, como si hubiera tocado un hierro al rojo. Pero se tuvo paciencia, porque esto era lo que había venido a hacer. Y poco a poco, consiguió acercarse a su preciado recuerdo. Al principio solo eran colores, flashes que desaparecían en instantes. Luego creyó reconocer las imágenes. Y al final, con esfuerzo, pudo colocar su deseo y su pensamiento en palabras… aunque solo las pensara. ‘’Quiero llegar hasta los árboles para subirme y hacerme una bolita como cuando era una niña. Aquí no nieva y no hay un palacio, pero… pero lo quiero.’’

Una vez lo consiguió, un ligero escalofrío la recorrió de arriba abajo. Cogió su colgante, rozándolo con un dedo y mirándolo fijamente. Ya sabía por dónde tenía que empezar. ‘’Soledad’’.

Entre unas cosas y otras, llegó al bosque al caer la noche. Deambuló un tiempo, y al final se decantó por la zona más espesa. Trepó a uno de los ancianos y robustos árboles y aseguró sus cosas con cuerda en una rama. Agarró su capa raída, se envolvió en ella y se hizo una pelotita como cuando era pequeña. Estaba agotada, del esfuerzo tanto físico como mental. Evocó la nieve que tanto le gustaba pisar y se durmió mientras la luna la miraba.

Despertó bostezando a más no poder. Aún medio dormida, se abrazó a la rama en la que estaba y remoloneó un rato. Pero al final su estómago se declaró en huelga y tuvo que bajar. Miró a su alrededor y pensó en comenzar ya su tarea, pero se notó inquieta y medio por excusarse medio por necesidad se dedicó a colocar el campamento. En realidad, no planeaba dormir si no era en el árbol, pero tenía que ser práctica. Investigó los alrededores hasta conocerlos a la perfección. Encontró un par de enormes, enormes rocas que podían hacer de cortavientos y refugio en caso de que el tiempo empeorara o lloviese. Algo más lejos había un riachuelo, pero pensó que el ejercicio de caminar cada día hasta allí le vendría bien para no oxidarse. Tenía sus provisiones, pero tomó nota de todas las plantas comestibles y de todos los árboles frutales… por si acaso, y para variar un poco. Encontró algunos animales, pero se mantuvo alejada de ellos todo lo que pudo.

En total, todo este proceso le llevó 3 días. Le sirvió para mantener la mente ocupada, pero también para calmarse y prepararse para lo que venía a continuación. El amanecer del cuarto día no bostezó ni remoloneó. Saltó al suelo cuando el sol aún estaba subiendo, fue corriendo a por agua para despertarse y no desayunó. Miró a su alrededor una última vez… y se sentó en el suelo con los ojos cerrados y las piernas cruzadas.
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