¿Dónde estás mirando?[Privado-Pasado][Cloe-Tobías]

Otra gota de sudor se deslizó por mi rostro. El calor irrefrenable que hacía en la pequeña habitación en la que llevaba tres días semi-encerrado, la cual sólo disponía de una ventana por la cual no entraba una mísera brisa.

La parte de la vigilancia era la parte más tediosa de atrapar a un delincuente y ahí estaba yo más aburrido que una ostra. Si al menos tuviese compañía las esperas serían más amenas, pero no era el caso y por lo tanto me entretenía de vez en cuando echando un vistazo por los alrededores, ya que mi objetivo se hospedaba justamente en el hotel de enfrente y por suerte también se hospedaban personajes de los más variopintos. Había una pareja que "jugaban" a disfrazarse de gatitos mientras se daban mimos, una anciana con al menos cuatro periquitos y tres perros, incluso vi a un okama prepararse ante el espejo haciendo que casi se me derritiesen las retinas, aunque el premio del día se lo llevó una preciosa joven.

Lucía un cuerpo bien definido, con curvas insinuantes, la cual se encontraba desperezándose como un felino al amanecer. Sus movimientos eran gráciles y suaves mientras se desvestía, haciendo que sin darme cuenta quedase hipnotizado bajo sus encantos. Puede que me hubiese quedado ahí obnubilado por culpa de aquella grácil mujer, pero entonces el sonido que desprendió un pequeño pinganillo que llevaba a la oreja hizo que me olvidara de aquella bella imagen. Claramente había oído el ruido que hacía una puerta al ser golpeada, aunque tras llamar un par de veces más una voz apagada se presentó como del servicio de habitaciones, el cual no tardó en irse al no recibir contestación. Yo sabía que no iba a abrirle, puesto que lo estaba escuchando roncar.

Nada más averigüé donde el tipo se hospedaba me colé en su habitación en su ausencia, colocando varios micrófonos ocultos por la habitación para así poder obtener toda la información posible, aunque hasta ahora poco había averiguado. Era un distribuidor de una nueva droga, que encontré por todos lados en su cuarto, la cual comenzaba a expandirse como la mala hierba y en parte era culpa de ese tipo. Era el vendedor estrella del producto, aunque tras deliberarlo con mis superiores decidimos que mi tarea no era cazarlo a él, sino al que se lo proporcionaba todo. Era una tontería cazar simplemente al recadero y dejar libre al cocinero, asique ahí estaba yo esperando a que aquel despreciable ser se quedase sin material para que le trajesen más, ese sería mi momento.

Con esas ensoñaciones y pensamientos me quedé pasmado aún pegado a los prismáticos, cuando de repente mi cerebro volvió a reaccionar al sentido de la vista al ver movimiento. En apenas unas milésimas de segundo mi rostro se tornó del mismo tono carmesí que el lobo que representaba nuestra flota, ya que me fijé en que la chica parecía verme y mostraba una actitud de pasmosa incredulidad.

No sabía como reaccionar. Estaba seguro de que hiciese lo que hiciese ya había quedado como un pervertido y ante la incontinencia mental que me entró sólo supe reaccionar de una manera. Comencé a transformarme poco a poco sirope desapareciendo de su campo visual. ¡Qué vergüenza!

El sol me golpeaba directamente en los ojos, dándome cuenta del error que cometí la noche anterior al no correr las cortinas. Mi cuerpo se sentía pesado y con pocas ganas de moverse, pero el día ya había decidido empezar hacía horas y aun me quedaba muchos lugares que visitar en aquella nueva isla.

Saqué fuerzas de flaqueza y dejando que mi cuerpo se desplomara contra una suave y esponjosa moqueta, fui haciendo la croqueta hasta la ventana causante de mi despertar. Por desgracia mi mente seguía un poco confusa y al dar vueltas en el suelo más, haciendo que me golpeara contra una silla y causando que se cayeran una serie de objetos que había en una mesilla cercana. El dolor fue horrible, pero tan necesario que me puse en pie de un tirón y el sueño desapareció por completo de mi cuerpo al intentar coger en vano los objetos que se precipitaban al vacio. Los cuales ni emitieron ruido al golpearse contra la esponjosa moqueta, pero el susto me lo había llevado.

Recogí los objetos y los volví a colocar en su lugar, después camine hacía la ventana y me quede observando las calles mientras estiraba mi cuerpo para desperezarme. Mi espalda sonó y una extraña relajación recorrió todo mi cuerpo, después me apoyé en el cristal y observé desde la lejanía un lugar donde ir a tomar algo. Sin darme cuenta, me encontraba en ropa interior y una camiseta algo pequeña para mi cuerpo, pero comodísima para dormir. En ese momento recordé mi viaje anterior, en el que un pervertido me observaba desde un edificio paralelo. Mis ojos por curiosidad se pusieron a recorrer las ventanas del edificio de enfrente y observando un destello parpadeante vislumbre como un tipo con prismáticos se encontraba en el piso de enfrente.

Me quede paralizada, como un conejillo asustado, sin saber que hacer o cómo reaccionar ante aquel ser que seguramente se estuviera beneficiando de mi hermoso cuerpo a mi costa. A los pocos segundos aquel tipo desapareció, como si nunca hubiera estado allí, haciéndome volver a la realidad y sintiéndome con más rabia que vergüenza. Corrí a por el teléfono que se encontraba al lado de mi cama y marqué #1, haciendo que comunicara.

-Hola, buenos días. Recepción, ¿Qué desea?- dijo una voz femenina pero imponente.

-Hola, me llamo Cloe Edison. Me hospedo en la planta 4, puerta B. Quería informar de que he observado a un tipo muy extraño observándome en el edificio de enfrente con unos prismáticos. Se encontraba en la planta alta, pero no sabría decirla mucho más.- dije con la voz asustada, pensando en alguna pobre joven más que pudiera ser víctima de aquel hombre depravado.

-Gracias por la información, señorita Cloe. En breve mandaremos a alguien a investigar, no tiene de que preocuparse. ¿Desea algo más?- dijo la mujer haciéndome sentir algo de calma.

-No, está todo bien. Muchas gracias.- acto seguido colgué el teléfono y me dispuse a vestirme para empezar un nuevo día.

Me terminé de deshacer en un enorme charco marrón con un olor dulzón, mientras intentaba que el rubor de mis mejillas, si es que estuviesen formadas, se fuese. El recuerdo de aquel cuerpo felino, brillando con la luz del sol, luchando por cual era más magnífico. No es que fuese el simple hecho de haber visto a la chica semidesnuda lo que me ruborizada, sino el haber quedado como un vulgar depravado. En mi cabeza aún rondaba si debía de ir y excusarme por lo sucedido, pero entonces capté el claro sonido del repiqueteo de una puerta tocada fuertemente. El sonido provenía del pinganillo que había en mi oreja, cosa que hizo que me recompusiese a la vez que me centraba nuevamente en mi trabajo dejando en segundo plano a la preciosa joven al notar que el camello dejaba de roncar.

- ¿Quién cojones es? - sonó la inconfundible voz ronca de mi investigado.

Tuvo que haber algún tipo de contestación por parte de quien llamó que hizo al tipo terminar de levantarse, ya que tras un par de farfullos se escuchó la puerta abrirse.

- No te esperaba hasta más tarde... ¿Qué haces aquí? - prosiguió la voz de Hibiki, como el tipo se llamaba.

- Hay cambio de planes jefe, nos quedamos sin mercancía antes de tiempo... Aquí tiene la recaudación - dijo la segunda voz, bastante más aguda que la de su superior.

- Esto adelanta las cosas y no me gusta, pero no podemos tener a nuestros clientes de vacío. Contrata una cita con nuestro contacto mientras bajas a por el transporte - ordenó Hibiki. - En quince minutos tenlo todo listo.

Tras eso volvió a sonar la puerta, seguido de distintos movimientos en el interior de la casa hasta que oí el claro ruido del agua caer. Tenía quince minutos para prepararme yo también, por lo que no tenía tiempo que perder. Me quité el pinganillo y comencé a desvestirme. Quitándome la yukata negra que solía caracterizarme, cambiándola por una simple camiseta de mangas cortas color negro, en la que salía estampada la cara de un gato coronado con la palabra A.C.A.B. Dejé mis pistolas y me guardé mis dos dagas al igual que mis cuchillos, como un asesino de mi categoría sabía. Una vez listo bajé a la calle, donde me crucé con unos tipos con pintas de segurata que me miraron un segundo, aunque rápido pasaron de mí y así pude acercarme a la terraza del bar del hotel, que justo estaba en la entrada. Pedí un zumo, que pagué automáticamente por si tenía que salir pitando, y me quedé sentado como leyese la prensa del día, aunque no quitaba ojo de la entrada. Esperaba ver a alguno de los dos para dar el primer paso.

Nada más terminar de ponerme una ropa un poco ajustada, pero bastante cómoda y fresca para el lugar, me dispuse a salir de mi habitación, con mochila en mano y una sonrisa en el rostro. Bajé las escaleras de dos en dos y entonces, un hombre lleno de tatuajes salió por una puerta. Dada la velocidad a la que bajaba y la poca seguridad con la que saltaba, no pude evitar llevármelo por delante. Nuestros cuerpos se entrelazaron y rodamos escaleras abajo hasta llegar al intermedio entre piso y piso. Me lleve la mano a la cabeza, debido al dolor y un hombre bajo apresurado desde el piso de arriba.

Me alegraba oír que alguien venía a ayudarnos, pero cuando mis ojos miraron hacia arriba me encontré a un hombre apuntándome con una pistola en la cabeza y gritándome de forma nada agradable. No supe cómo reaccionar o que hacer, por lo que me quede paralizada como un conejo a punto de morir. En ese momento, el tipo de los tatuajes que me había llevado por delante se puso en pie e hizo un gesto a su compañero para que dejara de apuntarme.

-¿Se encuentra bien?- dijo amablemente. Aun estaba en shock y no sabía ni que decir. -¡¿Quieres guardar eso ya?!- gritó al tipo del arma, el cual se coloco la pistola en la parte de atrás del pantalón. -Me llamo, Hibiki. ¿Estás bien?- dijo con una voz más tierna que la anterior, haciendo que asintiera con la cabeza.

-Me llamo, Cloe.- dije con la voz seca.

-Pareces un poco aturdida. ¿A dónde te dirigías? Podemos llevarte.- en ese momento el tipo del arma hizo un ruido burdo y rápidamente el otro le miro severamente.

-No, solo iba a hacer turismo.- dije sonriendo.

-¿Una turista? Eso es genial. Nosotros seremos tus guías, nos conocemos la isla como la palma de la mano.- dijo estirándome la mano y ayudándome a ponerme en pie.- ¿Puedes esperarnos abajo? Ahora mismo vamos.- asentí un poco dudosa y camine con calma escaleras abajo.

Mientras descendía no pude evitar escuchar al tipo de la pistola gruñir como un descosido, mientras el otro decía algo como: - Si esta cerca de nosotros nos aseguraremos de que no llame a la marina. Confía en mí.

Nada más llegar abajo me quedé sentada en una silla, observando de reojo a la recepcionista, mientras pensaba si comentarla lo sucedido. Pero dado que ya la había molestado con el mirón y con más cosas relacionadas con la cocina, decidí no comentar nada y dejar que el transcurso de la historia continuara. Pues ¿qué podía salir mal? Si esos tipos me hubieran querido muerta, ya lo habrían hecho, o eso pensaba mi mente inocente.

El tiempo pasaba y el hielo que había en mi vaso estaba casi derretido del todo, haciendo que cada gota de agua que resbalaba por el vaso de tubo se me antojase más lenta que el anterior. Los tipos estaban tardando demasiado en salir al exterior y temía haber tardado más que ellos en bajar, dándoles tiempo para marcharse de algún modo sin que llegase a verlos. Era una posibilidad bastante pequeña por la conversación que había interceptado de ellos, pero la ansiedad comenzaba a atenazarme. Si los perdía ahora ya no podría cazar al fabricante del material hasta que no volviesen a venderlo y era algo que no podía permitir... Estaba a la vez tan cerca y la vez tan lejos de conseguir quitar esa mierda de las calles, que no podía evitar ver problemas por todos lados. Rara vez tenía suerte y no abogaba por que esta fuese una de esas. Varias escenas pasaron por mi mente de que podría haber pasado con Hibiki y su acompañante cuando una voz de mujer cortó el hilo de mis pensamientos.

- Tome señor, su refresco - dijo una joven camarera con un aspecto bastante amigable.

- Gracias señorita. Tome y quédese el cambio - contesté a la chica.

- Muy amable, si desea algo más solo tiene que llamarme - contestó mientras realizaba una pequeña inclinación de cabeza tras recoger el dinero que la tendía.

Por un momento iba dejar marchar a la joven a que siguiese con su tarea, pero entonces uno de mis interrogantes escaló sobre todos los demás haciendo que lo plasmase en voz alta.

- Bueno sí, quizás puedas ayudarme... ¿Solo hay esta puerta principal? - pregunté temiendo por la respuesta.

La chica confirmó mis temores tras asentir y contarme que el hotel disponía de dos entradas. No sabría decir si algo en mi rostro cambió al escuchar la noticia, pero me encontré que no podía articular palabra, por lo que simplemente asentí con una sonrisa estúpida en el rostro a la vez que me maldecía a mí mismo por aquella torpeza. No tenía tiempo que perder en buscar una solución para vigilar los dos flancos, así que tras decidir que los tipos no conocían mi rostro lo mejor era ir directamente a la recepción. Desde allí podría ver por donde salían... Si es que ni lo habían hecho ya.

No tardé en llegar a mi destino. Un lugar diseñado para llamar la atención del cliente y completamente pulcro. Un par de sofás se encontraban en un rincón en la posición perfecta para mi tarea, pero justo cuando iba camino de ellos pasé por delante de una silla donde se encontraba una joven que un principio no había reconocido por la tensión del momento.

- Mierda, la chica que había visto con los prismáticos - pensé sorprendido al verme plantado frente a ella. ¿Me reconocería?

Me quede observando, por un largo periodo de tiempo, la enorme lámpara de araña que colgaba del techo. Una lámpara tan grande y majestuosa, llena de cristales y bombillas de varios tamaños y formas que era capaz de iluminar todo el recibidor y el hotel entero si quisiera. Pero eso no fue lo que más me llamo la atención, sino la sutil cadena de color dorado que soportaba el peso de aquella majestuosidad. Un escalofrió de terror recorrió todo mi cuerpo al imaginarme a aquel amasijo de cristales y hierro precipitándose contra el suelo.

Rápidamente, desvié la mirada a la sala, para comprobar quien más saldría perjudicado si aquella lámpara se cayera. Para mi asombro, me encontré con un chico, o una chica (no estaba segura) que se encontraba mirándome. Por educación lo salude con la mano y una amable sonrisa, mientas pensaba lo bonito y largo que tenía el pelo.

En ese momento, el tipo de las escaleras me agarró del brazo de forma nada agradable y me hizo ponerme en pie. Después simplemente me llevo como a un perro hasta lo que parecía ser un carruaje, solo que este no tenía caballos. Aquel hombre me lanzó como un saco de patatas en el interior del carro y con cara de pocos amigos me dijo:-Como se te ocurra escaparte te meto un tiro.- acto seguido me mostró su arma oculta, cerrando la puerta con fiereza.

Me llevé las manos al lugar donde me había agarrado y comprobé un poco de rojez, dándome cuenta de la fuerza que tenía aquel tipo. Un sudor frío recorría mi cuerpo, mientras buscaba desesperada una forma de escapar. El lugar parecía una lata de sardinas, todo cerrado y acolchado. Intenté abrir la puerta, pero esta no tenía ningún mecanismo para abrirse desde dentro. En ese momento, escuché al tipo discutir con alguien en el exterior, haciendo que pegara la oreja en la puerta en busca de alguna respuesta.

Oía ruido, mucho ruido, pero no era capaz de entender nada. Solo murmullos y más murmullos. Hasta que un fuerte golpe contra la puerta me hizo volver a sentarme donde estaba, poniéndome totalmente tiesa y tragando saliva por la tensión. Sentía como mi corazón se aceleraba, mientras el silencio inundaba el habitáculo, para acto seguido quedarme incrustaba en el asiento.

Parecía que el carruaje había acelerado a toda velocidad y me encontraba en medio de una persecución. Mi cuerpo se deslizaba de un lado a otro, haciendo que me estampara contra las paredes y asientos del lugar. Podría decirse que me lo pase realmente bien, pero cuando observé que mi cuerpo empezaba a levitar temí lo peor. Mi cuerpo flotaba sin control por el lugar, haciendo sentir un nudo en el estomago. Un fuerte impactó hizo que me precipitara contra el asiento delantero, observando como poco a poco el agua se iba adentrando en el lugar y la oscuridad se iba apoderando de mi ser, quedándome totalmente inconsciente.

Correspondí al saludo de forma antinatural. El gesto me salió algo forzado al igual que la sonrisa que lucia mi rostro. No esperaba que la joven actuase así por lo que me pilló a pie cambiado, pero como tampoco quería llamar más la atención me senté en los sofás mencionados con anterioridad esperando no seguir desentonando.

Por suerte nadie se fijó en mí, ya que en un abrir y cerrar de ojos aparecieron los tipos a los que vigilaba y se llevaron a la joven que había visto con los prismáticos de mala manera. No había pensado que la chica tuviese relación alguna con el caso. Yo mismo la había visto en una habitación distinta que ellos... Aunque también cabía la posibilidad de que simplemente fuese una prostituta a sus servicios... Pero eso no significa que mereciese ese trato... Un par de decisiones se presentaban ante mí y no sabía cual escoger. El cerebro decía que no merecía la pena arriesgar toda la misión por una cualquiera, pero el corazón gritaba que por eso realizaba mi trabajo. Para salvar a la gente. Los segundos pasaban y mis pensamientos se entrecruzaban entre sí. Por unos instantes fui incapaz de controlarme y mi cuerpo fue movido por algo que no era la razón.

Me lancé a por el tipo cuando estaba apunto de introducirse en un vehículo con intención de detenerlo antes de que se marchasen. Por un instante la cabeza dejó de funcionar y actué por instinto dándole un par golpes creyendo que eso funcionaría, aunque el traficante resultó ser diestro en el combate y consiguió desenfundar un sable con el que me sesgó un brazo desde el hombro. La extremidad cayó al suelo deshaciéndose en un charco marrón con un aroma dulzón mientras el tipo se escabulló en el interior del auto. El acto no me hizo daño alguno y en apenas un instante mi brazo volvía a estar en el mismo lado. No habían terminado de arrancar para salir disparados cuando por fin mi cerebro volvió a actuar. Estaba claro que no me salía bien el primero actuar, por lo que apenas en unos segundo diseñe un plan para perseguirlos.

Con una mano lancé un chorro de sirope hacia la parte trasera del auto al mismo tiempo que otro chorro se pegaba a la bandeja de la camarera que minutos antes me había atendido gracias a mi técnica Sutikkī. La pieza metálica voló de sus manos hacia las mías, pudiéndola usar así de tabla de skate improvisada.

Al principio tuve que hacer un esfuerzo enorme para mantenerme encima de aquella endiablada pieza metálica que producía un chirrido estridente al rozar con el suelo. La mirada de muchos curiosos se posaban en nosotros alarmados por escándalo, pero haciéndoles caso omiso me concentré en mantener el equilibrio durante un instante. Tenía que soltar al menos una de las manos de la improvisada cuerda de sirope para poder apuntar. Lo conseguí durante un segundo antes de perder todo equilibrio y terminar desparramado en el suelo hecho una masa parduzca, pero había sido más que suficiente para usar mi Sweet Shot con los cinco dedos a la vez. Por una vez tuve que confiar en la cantidad en vez de la puntería... Lo malo que hasta que no me recompuse no pude ver la catástrofe que había montado. Dos de los impactos habían dado en la luna trasera rompiéndola, otros dieron en la chapa del vehículo y un último en una de las ruedas traseras.

El vehículo comenzó a bambolearse de aquí para allá de forma frenética ocasionando el caos. Los viandantes se apartaban como podían, incluso tuve que recurrir al Soru para apartar a un hombre que dio un mal traspiés, aunque eso hizo que apartase la vista del resto de sucesos. Cuando quise volver la mirada al vehículo este surcaba los cielos directo al mar. No me había dado tiempo a fijarme de si los ocupantes habían bajado, por lo que corrí a ver.

Usé el Geppou para mantenerme sobre el vehículo a medio hundir para comprobar que parte de los integrantes habían conseguido huir. Quedaban solo la chica y uno de los hombres. Los dos parecían inconscientes y el agua comenzaba a cubrirlos. Volví a recurrir a la pegajosidad de mi elemento y con esfuerzo conseguí arrastrarlos hasta el borde del muelle por el que se habían despeñado. El hombre tenía una brecha en la cabeza, mientras que la joven parecía ilesa. Tenía pulso, así que me tranquilicé e intenté despertarla con unas cuantas palmaditas en la cara.