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Zack Suky
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Una mezcla de emoción cargada con incertidumbre me embriagaba. Recorría por primera vez las calles de esta isla, por lo tanto todo un mundo de posibilidades por explorar, aunque no era nada eso lo que me tenía así. Había quedado con mi capitán en el lugar y decía que por fin íbamos a realizar un trabajo juntos. Tratándose de él he de admitir que me esperaba que al final se tratase de cualquier cosa menos lo que yo pensaba, pero aún así estaba entusiasmado.
Caminaba con paso firme por una calle poco concurrida, con mi melena azulada bamboleándose y mi mirada carmesí clavada en cualquier joven digna de admirar. Llevaba una camiseta negra de tirantas a juego con los pantalones, mientras que en mi espalda reposaba mi enorme espada y en mis labios un cigarrillo a medias.
Mi paseo me llevó a un antro de mala muerte llamado "Plata o Plomo", en el cual se suponía que estaría Arribor. Personalmente tenía otros gustos a la hora de regentar locales, mínimo alguno con bailarinas, pero en mi cabeza al menos albergaba la duda de que podría haber elegido este lugar para planear algo grandioso. Al menos con ese ánimo me adentré, dándome ánimos a mí mismo para entrar en aquel antro que olía a cloacas y a perro mojado. Si el pirata ya estaba allí me acercaría a él, sino buscaría un asiento y lo esperaría mientras tomaba algo.
Caminaba con paso firme por una calle poco concurrida, con mi melena azulada bamboleándose y mi mirada carmesí clavada en cualquier joven digna de admirar. Llevaba una camiseta negra de tirantas a juego con los pantalones, mientras que en mi espalda reposaba mi enorme espada y en mis labios un cigarrillo a medias.
Mi paseo me llevó a un antro de mala muerte llamado "Plata o Plomo", en el cual se suponía que estaría Arribor. Personalmente tenía otros gustos a la hora de regentar locales, mínimo alguno con bailarinas, pero en mi cabeza al menos albergaba la duda de que podría haber elegido este lugar para planear algo grandioso. Al menos con ese ánimo me adentré, dándome ánimos a mí mismo para entrar en aquel antro que olía a cloacas y a perro mojado. Si el pirata ya estaba allí me acercaría a él, sino buscaría un asiento y lo esperaría mientras tomaba algo.
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Arribor deambulaba perdido en la niebla. Llevaba ya un rato desorientado entre las calles de esa gran ciudad repleta de canales y no tenía muchas esperanzas de que su situación cambiase. En un día despejado ya había tenido problemas para ubicarse en la isla de Braavos, y si el clima conspiraba en su contra estaba condenado. Había entrado a la isla por pura suerte, durante uno de sus frecuentes viajes en solitario para matar el tiempo, oculto en un gran y colorido buque mercante en el que se había echado la siesta.
No supo cuanto tiempo pasó durmiendo. Una especie de rugido, alarma o campana -no tenía claro de qué se trataba- de enorme intensidad le despertó repentinamente hacía ya dos días. El pirata salió a cubierta solo para encontrarse con los sorprendidos marineros que no sabían que estaba allí, los cuales trataron de echarle por la fuerza. Arribor tan solo se defendió, aunque de forma un tanto violenta, pero eso fue suficiente para que todas las espadas de la isla apuntasen a él.
Bloquearon la única entrada y salida de la isla, que estaba bajo las piernas de una enorme estatua tan grande como llamativa, y comenzaron a perseguirle grupos de soldados que parecían salir de debajo de las piedras. Incluso varios piratas fueron tras él, seguramente pagados por los dirigentes de ese sitio alejado de la mano de Dios.
Estaba a punto de robar un barco y abrirse paso hasta mar abierto a base de golpes cuando se le ocurrió la idea de desquitarse. Le habían tratado fatal, así que ¿por qué no llevarse un souvenir? Decidió llamar a uno de sus nakamas para que le echase una mano y quedó con él en el único bar donde todos parecían ser tan indeseables como él mismo.
El pirata entró en la taberna y buscó al tejón con la mirada. No fue difícil de localizar; destacaba bastante debido a su llamativa melena.
-Oi, Zack -saludó al tiempo que se sentaba. A grandes rasgos le explicó su situación y luego le contó la idea que tenía: iban a actuar como buenos piratas. Durante el poco tiempo que llevaba allí había oído hablar numerosas veces del famoso y sangriento banco que gobernaba aquella isla de facto. Había decidido que saquearían el Banco de Hierro.
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Como era de esperar ninguno de aquellos maleantes se trataba de Arribor, asique tras acercarme a la barra y pedirle una cerveza a un "amigable" tabernero. Me senté a esperar mientras degustaba aquel suculento meado de gato, o al menos es lo primero que pensé al dar el primer trago. Ni siquiera estaba fría.
Había escuchado que el lugar era famoso por sus excelentes mujeres de compañía, las cuales eran verdaderas especialistas en su arte, pero no. El muy maldito me había hecho venir al lugar más asqueroso de la zona del Puerto del Trapero, aunque por suerte la espera sólo duró una media hora hasta que por fin el pirata del parche llegó cargado de excusas y malas noticias.
- Tsk, por tu culpa el pasaje me ha costado más caro - dije malhumorado al comprender porqué había tenido tantos impedimentos para entrar.
Había viajado en un barco mercante y al llegar nos encontramos con que las puertas estaban cerradas, o más bien las "piernas" mejor dicho, por lo cual tuve que pagar un extra porque me dejasen esconderme entre la mercancía, aunque si dábamos el golpe que mi capitán proponía aquello sería calderilla.
El muy loco hablaba de robar unos de los bancos más famosos de esta parte de los mares y no sabía porqué, pero algo me decía que se proponía a asaltarlo sin más.
-¿Al menos has avisado a alguien más de la banda? - pregunté curioso por como de kamikaze iba a ser el plan.
Seguramente viniendo de él lo máximo posible, pero la idea era tan suculenta que no quería desecharla. Arribor podría ser todo lo imprevisible del mundo, pero también era de las personas más poderosas que había conocido. Quizás fuese posible y terminaríamos muertos a la primera.
Había escuchado que el lugar era famoso por sus excelentes mujeres de compañía, las cuales eran verdaderas especialistas en su arte, pero no. El muy maldito me había hecho venir al lugar más asqueroso de la zona del Puerto del Trapero, aunque por suerte la espera sólo duró una media hora hasta que por fin el pirata del parche llegó cargado de excusas y malas noticias.
- Tsk, por tu culpa el pasaje me ha costado más caro - dije malhumorado al comprender porqué había tenido tantos impedimentos para entrar.
Había viajado en un barco mercante y al llegar nos encontramos con que las puertas estaban cerradas, o más bien las "piernas" mejor dicho, por lo cual tuve que pagar un extra porque me dejasen esconderme entre la mercancía, aunque si dábamos el golpe que mi capitán proponía aquello sería calderilla.
El muy loco hablaba de robar unos de los bancos más famosos de esta parte de los mares y no sabía porqué, pero algo me decía que se proponía a asaltarlo sin más.
-¿Al menos has avisado a alguien más de la banda? - pregunté curioso por como de kamikaze iba a ser el plan.
Seguramente viniendo de él lo máximo posible, pero la idea era tan suculenta que no quería desecharla. Arribor podría ser todo lo imprevisible del mundo, pero también era de las personas más poderosas que había conocido. Quizás fuese posible y terminaríamos muertos a la primera.
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-¿Que si he avisado a alguien más? -repitió, sorprendido por la pregunta-. ¿Para qué? No hace falta andarse con tanto lío. Además, todo el mundo sabe que los tejones sois grandes ladrones.
Arribor echó mano en ese momento al bolsillo interior de su chaqueta y sacó un papel arrugado. Se trataba de un burdo mapa de la ciudad dibujado con carboncillo por él mismo. En realidad era un círculo donde solo estaba señalada la entrada y una X grande.
-Es para que te hagas una idea de cómo es la isla. La X es donde hay un puesto de tacos que no está mal, así que lo he señalado por si necesitamos comer algo. Del resto no tengo ni puñetera idea, no sé dónde hay nada así que tendremos que buscar el banco ese -Arribor sonrió maliciosamente-. Menos mal que para eso estás aquí. A los tejones se os da mucho mejor que al resto encontrar cosas.
Lo cierto era que en lugar de planificar nada, Arribor se había dedicado a vagabundear y pelearse con todos los idiotas vestidos de colorines que pululaban por ese horrible lugar. Los muy necios siempre trataban de enfrentarse a él cuando lo veían caminar por ahí de noche. ¿Acaso iban buscando pelea o algo por el estilo? Porque si era así tenían un instinto muy malo para elegir a sus rivales. Había apalizado a once de ellos y aún así seguían apareciendo para luchar contra él. Incluso habían montado un pequeño club para intentar derrotarle.
-Sobre el plan... Pues abrimos la puerta de un cabezazo y pateamos a todo el mundo, ¿no? ¿Qué te parece?
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A pesar de que ya me imaginaba algo así, un profundo suspiro de exasperación salió de mi boca de forma inevitable. Ya no era la ausencia de plan en sí, sino que daba por hecho que yo sería capaz de guiarnos hasta nuestro objetivo por el simple hecho de mi condición de tejón, pero lo que al parecer mi capitán no sabía es que mi sentido de la orientación es pésimo.
- Creo que mejor deberíamos encontrar una opción B para guiarnos hasta allí, pero por lo demás acepto el plan. Qué remedio - dije sabiendo que querer intentar otra cosa con él era absurdo.
Ya podría yo tirarme días o meses diseñando el mejor de los planes para asaltar aquel banco, que Arribor seguiría abriéndose paso a puñetazos y cabezazos como había dicho, asique me limité a aceptar la temeridad de mi capitán mientras le dirigía unas últimas palabras a la par que me levantaba, dejando allí el supuesto mapa del pirata sin tocar siquiera. Con la explicación había tenido más que suficiente.
- Creo que Sarah nos dará unos coscorrones cuando se entere que hemos venido sin ella, pero si quieres vámonos ya. Aquí no tenemos nada más que hacer - dije arrugando la comisura de los labios tras dar un último trago a aquella espléndida cerveza.
Si el luchador estaba de acuerdo nada más salir de allí buscaría a algún chaval, para ofrecerle unas monedas si nos llevaba hasta nuestro destino. Normalmente el dinero solía convencer a la gente para obtener información y sino un par de collejas también.
- Creo que mejor deberíamos encontrar una opción B para guiarnos hasta allí, pero por lo demás acepto el plan. Qué remedio - dije sabiendo que querer intentar otra cosa con él era absurdo.
Ya podría yo tirarme días o meses diseñando el mejor de los planes para asaltar aquel banco, que Arribor seguiría abriéndose paso a puñetazos y cabezazos como había dicho, asique me limité a aceptar la temeridad de mi capitán mientras le dirigía unas últimas palabras a la par que me levantaba, dejando allí el supuesto mapa del pirata sin tocar siquiera. Con la explicación había tenido más que suficiente.
- Creo que Sarah nos dará unos coscorrones cuando se entere que hemos venido sin ella, pero si quieres vámonos ya. Aquí no tenemos nada más que hacer - dije arrugando la comisura de los labios tras dar un último trago a aquella espléndida cerveza.
Si el luchador estaba de acuerdo nada más salir de allí buscaría a algún chaval, para ofrecerle unas monedas si nos llevaba hasta nuestro destino. Normalmente el dinero solía convencer a la gente para obtener información y sino un par de collejas también.
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Tal y como había supuesto, Zack tenía su propia forma de dar con el banco. ¡Se había parado a preguntar a la gente! Eso jamás se le hubiera ocurrido a él. Le pareció un método de lo más útil y se lo apuntó mentalmente para aplicarlo más adelante. Aunque eso de ofrecer dinero era mejorable. De hecho, trató de preguntar a un ciudadano él también. Quizás su ciudadano fuese mejor que el de Zack.
Paró amablemente, o al menos con su versión de la amabilidad, que consistía en no decir tacos, a una señora mayor que pasaba por allí. Las señoras mayores siempre sabían dónde estaba todo. Le dijo si podía indicarle qué dirección debía tomar pero no pareció oírle. La mujer se llevaba continuamente la mano a la oreja y le pedía que hablase más alto.
-¿Cómo llego al Banco de Hierro?
-Chilla un poco más, mozo -contestó la anciana.
-¡Banco! ¡De! ¡Hierro! -repitió, poniendo gran énfasis en cada palabra.
-Si vas a hablar tan bajito no hacemos nada.
-¡Maldita sea! -gritó él, ya fuera de sus casillas-. ¡Dime dónde está el maldito banco para que pueda ir a robarlo!
-Ahhh -por fin pareció haber conseguido que le entendiese-. No lo sé, hijo. Yo no soy de aquí -Y se marchó tal y como había venido.
Pero sus voces habían atraído a otro viandante: un espadachín vestido de púrpura, naranja y amarillo, con una boina azul celeste que hacía sangrar los ojos solo con su brillo. El pirata le preguntó cómo llegar al Banco de Hierro y su interlocutor le respondió desenvainando su delgada espada y retándole a un duelo. Arribor suspiró resignado y, tras doblar su espadita como si fuese un palillo y hacerle escupir un par de dientes, se lo volvió a preguntar. Esta vez tuvo más suerte y pudo conseguir una dirección aproximada. Así que avisó a Zack y le indicó por dónde ir.
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Me acerqué al primer chaval andrajoso que me encontré nada más salir del tugurio, con la promesa de unas monedillas llenas de promesas y deseos por la información, y más si nos llevaba hasta allí. Al principio el joven castaño pareció dudar de mis palabras y no paraba de mirar mi espada, pero rápidamente su actitud cambió de que vio el brillo de la primera moneda emerger entre mis dedos. De fondo escuchaba claramente a Arribor dando voces como un loco, pero no quería que aquel chiquillo me hiciese con aquel loco que daba voces... Aunque terminó siendo irremediable cuando la cosa terminó de torcerse y escuché un revuelo a mi alrededor que sí que me hizo mirar.
Me quedé petrificado cuando comprobé que Arribor se encontraba torteando a un tipo de llamativas vestimentas, el cual intentaba balbucear unas palabras inútilmente. Cuando el pirata acabó con él se lo trajo, como si llevase un peluche en manos en vez de un ser humano, asegurando que el tipo nos llevaría hasta el Banco de Hierro. Desde luego había optado por el método menos ortodoxo, aunque igual de efectivo. Me fui a girar para decirle al muchacho que ya no necesitaba su ayuda, pero el muy pillastre había desparecido con mi moneda. Una sonrisa cruzó mi rostro al pensar que yo hubiese hecho lo mismo... La siguiente generación de pillastres ya florecía.
- Creo que le has sacudido demasiado fuerte... ¿Será capaz de llevarnos a nuestro destino sin caer desmayado? -pregunté burlonamente mientras prendía un cigarrillo.
Dudaba que aquel tipo medio desmayado y medio aterrado fuese de ayuda, pero al parecer me equivocaba y sí que fue dirigiéndonos como pudo, ya que la mitad de las palabras no se les entendía por la ausencia de algún que otro diente. Desde luego el luchador era burro como él solo.
Al principio temí que llamásemos la atención de alguien por ir llevando medio a rastras a un hombre, pero en aquella zona de la ciudad nadie se inmiscuía en asuntos ajenos. Todo estaba saliendo demasiado bien para la mala suerte que solía caracterizarme, aunque la muy maldita terminó manifestándose de forma brutal en apenas unos instantes que cambiamos de barriada. Nos topamos de frente con un grupo de diez espadachines, vestidos de forma poli cromática al igual que nuestro nuevo amigo, que no dudaron en proferir varios gritos de alarmas cuando vieron a su semejante.
-Parece que tu club de fans al final nos ha encontrado... Creo que deberías firmarles unos autógrafos capi - dije sonriendo a la vez que desenfundaba mi espada Espina Azul. - No sé por qué me da que esto sólo es el comienzo de lo que se nos avecina...
Me coloqué en actitud defensiva y esperé el embate de nuestros enemigos. Bien se iban a enterar de nuestra presencia antes de robar siquiera...
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Arribor observó al pintoresco grupo de espadachines salidos de la lavandería de un payaso, cada uno recargado con más de media docena de colores distintos, y se sintió muy harto. La gente de Braavos era con diferencia la más pesada del mundo. La tropa multicolor le buscaba a él, como no podía ser de otra forma. Al fin y al cabo, su cabeza era muy apreciada por aquellos lares, aunque solo si estaba separada de su cuello.
-Oh, venga ya... ¿No podéis dejarlo un rato, chicos? -pidió Arribor. No le apetecía nada lidiar con la interminable horda de espadachines delgaduchos que plagaban esa ciudad como ratas multicolores. Ahora eran solo diez, pero sabía por experiencia que si le daba una patada a una piedra saldrían otros tantos.
Obviamente, ninguno de ellos le hizo caso. Comenzaron a presumir de su fuerza, como de costumbre, y a explicarle lo que harían cuando acabasen con él. Narraban con un detallismo envidiable para cualquier escritor, pero que Arribor no terminaba de ver necesario en una batalla.
-Oíd, tenemos prisa. ¿Podemos acelerar un poco?
De nuevo, fue totalmente ignorado. Solo consiguió que aumentase la pasión con la que se jactaban de su poder y su invencibilidad. ¿Qué diablos les pasaba? ¿Por qué a todos allí les gustaba tanto darle a la lengua? Demasiados rodeos estúpidos que le hacían perder el tiempo; era de lo más molesto.
-Vale, al cuerno.
Antes de dejarles terminar, incrustó el puño en el rostro del más cercano y lo estampó en el suelo con una fuerza demoledora. El pavimento estalló en mil pedazos, formando una inmensa nube de polvo y cascotes como si un misil hubiese impactado allí. La onda expansiva mandó por los aires a los otros nueve molestos oponentes. Antes de que ninguno pudiera levantarse, si es que podían, echó a correr y le gritó a Zack que se diera prisa. Ya tendrían bastante gente a la que pegar una vez en el banco.
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Estaba preparado con la espada firmemente agarrada, adoptando una pose defensiva, listo para cuando los tipos diesen el primer paso. Dispuesto a ensartar al primero que se moviese, pero Arribor como una buena celebrity no hizo esperar a sus fans y rápidamente plasmó el primer autógrafo sobre el más charlatán.
Una vez más la fuerza del pirata me quedó sin palabras, aunque esta vez casi hace que también pierda el equilibrio cuando quedó al tipo incrustado en el suelo. La polvareda que levantó el golpe hizo que no pudiese ver el estado del tipo goleado, pero estaba seguro de que ahora mismo sería un amasijo de piedras, sangre, polvo y huesos machacados. Tenía curiosidad científica por el resultado, aunque no pude comprobar nada. Arribor había salido corriendo en la dirección que el primero de ellos nos había señalado y no dudé en seguirlo.
No había exagerado con que toda la isla estaba persiguiéndole, ya que una vez dejamos atrás a los tipos no tardaron en aparecer más. Eran unos verdaderos toca pelotas de narices y por mucho que corriésemos o nos parasemos a "saludarles" parecían no acabarse. Nada estaba saliendo como había imaginado y si seguíamos así cuando llegásemos al banco no tendría fuerzas para el golpe, por no hablar que con tanto ajetreo y colorines me había terminado desorientando.
Por las casas y puestos comerciales parecía que habíamos llegado a una zona de un nivel adquisitivo mayor y ya no sabía por donde seguir. Llamé la atención de Arribor y me dirigí a él buscando una solución a la desesperada.
- Estoy harto de correr sin ningún sentido ¿No tienes forma de que avancemos los dos de una forma rápida, no dicen por ahí los descerebrados que puedes volar? - pregunté intentando saber si alguno de los rumores más impresionantes sobre él eran ciertos.
Había escuchado muchas cosas sobre él, pero hasta ahora por mí mismo sólo había comprobado que era un descerebrado y que comía como una lima. Era extremadamente fuerte sí, pero los mares estaban llenos de bestias similares. Aún recordaba mi encuentro con el dragón negro y de lo impresionado que me quedó.
- Creo si pudiésemos tener vista de pájaro encontraríamos nuestro objetivo antes. Un jodido lugar así tiene que ser irreconocible por como hablan de él - seguí intentando hacerle ver que mi idea era la correcta, pero bien sabía una parte de mí con él todo se revolvía de formas inimaginables.
Una vez más la fuerza del pirata me quedó sin palabras, aunque esta vez casi hace que también pierda el equilibrio cuando quedó al tipo incrustado en el suelo. La polvareda que levantó el golpe hizo que no pudiese ver el estado del tipo goleado, pero estaba seguro de que ahora mismo sería un amasijo de piedras, sangre, polvo y huesos machacados. Tenía curiosidad científica por el resultado, aunque no pude comprobar nada. Arribor había salido corriendo en la dirección que el primero de ellos nos había señalado y no dudé en seguirlo.
No había exagerado con que toda la isla estaba persiguiéndole, ya que una vez dejamos atrás a los tipos no tardaron en aparecer más. Eran unos verdaderos toca pelotas de narices y por mucho que corriésemos o nos parasemos a "saludarles" parecían no acabarse. Nada estaba saliendo como había imaginado y si seguíamos así cuando llegásemos al banco no tendría fuerzas para el golpe, por no hablar que con tanto ajetreo y colorines me había terminado desorientando.
Por las casas y puestos comerciales parecía que habíamos llegado a una zona de un nivel adquisitivo mayor y ya no sabía por donde seguir. Llamé la atención de Arribor y me dirigí a él buscando una solución a la desesperada.
- Estoy harto de correr sin ningún sentido ¿No tienes forma de que avancemos los dos de una forma rápida, no dicen por ahí los descerebrados que puedes volar? - pregunté intentando saber si alguno de los rumores más impresionantes sobre él eran ciertos.
Había escuchado muchas cosas sobre él, pero hasta ahora por mí mismo sólo había comprobado que era un descerebrado y que comía como una lima. Era extremadamente fuerte sí, pero los mares estaban llenos de bestias similares. Aún recordaba mi encuentro con el dragón negro y de lo impresionado que me quedó.
- Creo si pudiésemos tener vista de pájaro encontraríamos nuestro objetivo antes. Un jodido lugar así tiene que ser irreconocible por como hablan de él - seguí intentando hacerle ver que mi idea era la correcta, pero bien sabía una parte de mí con él todo se revolvía de formas inimaginables.
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-¿Cómo voy a poder volar? -preguntó el pirata, anonadado. Algo así era sin duda antinatural, por mucho que le divirtiese ser capaz de tal proeza. Aunque igual acababa un poco mareado y vomitar desde las alturas podía ser peligroso... para otros.
El guía que habían improvisado parecía no ser de utilidad, así que Arribor se deshizo de él tirándolo a un canal. Vio como se alejaba nadando como podía y luego él se centró en lo que Zack le decía. Sí que era cierto que desde el aire sería mucho más cómodo encontrar el Banco de Hierro, pero a no ser que los tejones pudiesen volar -cosa que no tenía del todo claro- lo iban a tener difícil.
-Oye, si puedes convertirte en un tejón, ¿por qué no pruebas con un pájaro? - Luego lo pensó durante un segundo y decidió que eso no tenía sentido-. Nah, olvídalo, un pájaro no podría con mi peso.
Sin duda tenía que haber algo que pudieran hacer. ¿Cómo podían sobrevolar los edificios de la ciudad? ¿Con una catapulta? No, no sabía cómo construirla. ¿Una cama elástica? Eso no les haría llegar lo suficientemente alto, y además seguro que caía sobre la parte dura. ¿Un tirachinas? No, eso tampoco podía ser; no tenía ni idea de dónde encontrar una goma elástica lo bastante grande.
-Verás, hay una forma que... -masculló el pirata. A su compañero no le iba a gustar, pero ya que había sido idea suya eso de volar, seguro que lo entendería-. Intenta aterrizar con cuidado.
Y tras decir esto, agarraría al joven tejón y lo lanzaría por los aires con su desmesurada fuerza, justo antes de dar un salto igual de brutal para elevarse sobre el molesto bosque de ladrillos. Lo único que le preocupaba era el tema de la caída, pero estaba seguro de que ya se le ocurriría algo.
Justo cuando ya había saltado se le ocurrió un método mejor. Solo tuvo que hacerse un cortecito y usar su sangre para crear una plataforma roja sobre la que posarse. Bien pensado, sí que podrían volar de esa manera, aunque no fuera tan divertida.
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No pude sentir un poco de desilusión cuando comprobé que los rumores sobre que volaba con unas alas rojas eran mentira. Había supuesto que quizás podría tratarse de algo que pudiese realizar con aquella habilidad tan extraña suya, pero parecía que sabíamos los mismo del otro sobre nuestros poderes.
- ¿Cómo cojones voy poder transformarme en pájaro?¿Crees que si pudiese elegir animal iba a escoger un puto tejón siempre? - pregunté a Arribor mientras este soltaba a nuestro "guía" que llevaba ya rato desmayado. Seguramente lo habría medio asfixiado con tanto trajín.
Comencé a pensar en una alternativa entonces, ya que la idea de seguir hiendo como pollo sin cabeza no terminaba de convencerme, pero el muy cenutrio de mi capitán no me dejó ni siquiera intentarlo. Sin mediar palabra cogió y me lanzó por los aires como si fuese un maldito avión de papel. Al principio proferí un grito ahogado por la impresión, aunque terminé gritándole a Arribor, desgarrándome la voz por que me escuchase, que algún día lo mataría. Mi idea de vista de pájaro no era esa, estaba demasiado preocupado de como mierdas iba a sobrevivir a aquella caída, así que confiando en mi resistencia tejonil cambié a forma completa e intenté encogerme sobre mí mismo.
La sensación de vacío se hizo patente al mismo tiempo que los edificios comenzaban a hacerse más grandes. Comencé a girar sobre mí mismo para no caer de espaldas, cuando de repente cuando llevaba media vuelta recibí un fuerte golpe en el costado mucho antes de lo esperaba. Había caído sobre una superficie lisa por la que me deslizaba y no dudé en intentar clavar mis uñas en aquella área, puesto que creía que estaba resbalándome por un extraño tejado directo al vacío. Mis zarpas resbalaban sobre ella frenándome no todo lo que quería, por lo que me volví por un segundo a mi forma humana, aunque dejando mis garras como estaba gracias al control sobre mi akuma, pero todo fue un intento inútil. Pasé de largo y comencé a caer de espaldas.
Había cerrado los ojos como si eso fuese a ayudar a que fuese más doloroso, cuando no llevaba ni otro segundo y caí sobre algo nuevamente. Sorprendido por el repentino golpe seco que sacó momentáneamente cada gota de aire de mis pulmones. Al abrir los ojos lo primero que vi fue a Arribor apoyado en una extraña plataforma, sonriéndome.
- ¿Acaso estás dispuesto a que me de un puto infarto? ¡Avisa cojones! - comencé a gritarle nada más pude ponerme en pie y por fin pude ver donde estaba.
Había creado una especie de plataformas con el poder de su akuma consiguiendo cumplir mi petición a su manera. En realidad no sabía por que me esperaba otra cosa de él, pero me limité a dejar de gastar saliva inútilmente y me asomé al borde de la mía para contemplar nuestra nueva perspectiva. Ahora los tipos que nos perseguían parecían pequeños bichos de colores variopintos, a los cuales no dudé en intentar escupirles inútilmente. Ahí arriba hacía demasiado viento, aunque resultó fructífero.
- Creo que ese es nuestro objetivo - dije a Arribor mientras señalaba una enorme estructura que coincidía con la descripción que nos habían dado. Parecía que la cosa no iba a ser tan fácil, aunque por suerte la mitad de los guardias deambulaban por todos lados en busca del pirata.
- ¿Cómo cojones voy poder transformarme en pájaro?¿Crees que si pudiese elegir animal iba a escoger un puto tejón siempre? - pregunté a Arribor mientras este soltaba a nuestro "guía" que llevaba ya rato desmayado. Seguramente lo habría medio asfixiado con tanto trajín.
Comencé a pensar en una alternativa entonces, ya que la idea de seguir hiendo como pollo sin cabeza no terminaba de convencerme, pero el muy cenutrio de mi capitán no me dejó ni siquiera intentarlo. Sin mediar palabra cogió y me lanzó por los aires como si fuese un maldito avión de papel. Al principio proferí un grito ahogado por la impresión, aunque terminé gritándole a Arribor, desgarrándome la voz por que me escuchase, que algún día lo mataría. Mi idea de vista de pájaro no era esa, estaba demasiado preocupado de como mierdas iba a sobrevivir a aquella caída, así que confiando en mi resistencia tejonil cambié a forma completa e intenté encogerme sobre mí mismo.
La sensación de vacío se hizo patente al mismo tiempo que los edificios comenzaban a hacerse más grandes. Comencé a girar sobre mí mismo para no caer de espaldas, cuando de repente cuando llevaba media vuelta recibí un fuerte golpe en el costado mucho antes de lo esperaba. Había caído sobre una superficie lisa por la que me deslizaba y no dudé en intentar clavar mis uñas en aquella área, puesto que creía que estaba resbalándome por un extraño tejado directo al vacío. Mis zarpas resbalaban sobre ella frenándome no todo lo que quería, por lo que me volví por un segundo a mi forma humana, aunque dejando mis garras como estaba gracias al control sobre mi akuma, pero todo fue un intento inútil. Pasé de largo y comencé a caer de espaldas.
Había cerrado los ojos como si eso fuese a ayudar a que fuese más doloroso, cuando no llevaba ni otro segundo y caí sobre algo nuevamente. Sorprendido por el repentino golpe seco que sacó momentáneamente cada gota de aire de mis pulmones. Al abrir los ojos lo primero que vi fue a Arribor apoyado en una extraña plataforma, sonriéndome.
- ¿Acaso estás dispuesto a que me de un puto infarto? ¡Avisa cojones! - comencé a gritarle nada más pude ponerme en pie y por fin pude ver donde estaba.
Había creado una especie de plataformas con el poder de su akuma consiguiendo cumplir mi petición a su manera. En realidad no sabía por que me esperaba otra cosa de él, pero me limité a dejar de gastar saliva inútilmente y me asomé al borde de la mía para contemplar nuestra nueva perspectiva. Ahora los tipos que nos perseguían parecían pequeños bichos de colores variopintos, a los cuales no dudé en intentar escupirles inútilmente. Ahí arriba hacía demasiado viento, aunque resultó fructífero.
- Creo que ese es nuestro objetivo - dije a Arribor mientras señalaba una enorme estructura que coincidía con la descripción que nos habían dado. Parecía que la cosa no iba a ser tan fácil, aunque por suerte la mitad de los guardias deambulaban por todos lados en busca del pirata.
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Zack estaba en lo cierto: desde ahí arriba todo se veía mucho mejor. Arribor ignoró las quejas del tejón y echó un buen vistazo a la gran ciudad de Braavos. El Titán, el enorme coloso que protegía la única entrada a la isla, parecía imponente incluso a pesar de la altura a la que lo veía. Daba la sensación de que esa cosa iba a echar a andar en cualquier momento. También vio al grupo de colorines con espadas que se movían por las calles de abajo, buscándole, como motas de color en un lienzo marrón y gris. El pirata se entretuvo escupiéndoles desde lo alto.
Luego vio lo que su amigo le señalaba. El gran edificio que albergaba el Banco de Hierro, mundialmente famoso por tratar con gobiernos de todos los mares y con una sanguinaria reputación a sus espaldas, era realmente inconfundible. Altos muros de exquisita mampostería, estatuas de todo tipo observando desde sus imponentes pedestales, y docenas de guardias a la vista.
-¿Es cosa mía o desde arriba ese sitio tiene forma de rana? -preguntó. O quizás era solo cosa de su imaginación, como cuando se quedaba contemplando las nubes y distinguía formas en ellas.
En cualquier caso, aquel era su objetivo, así que manipuló las plataformas de sangre sobre las que ambos piratas se apoyaban y avanzaron hacia el banco hasta quedar justo encima de él. Arribor estudió con detenimiento los múltiples edificios que conformaban la gran institución, considerando en cuál deberían entrar. ¿No tendrían que tener un cartelito donde pusiera "Tesoro aquí"? Sería mucho más cómodo.
-Supongo que deberíamos ir al sitio más grande -le dijo a Zack.
Estaba a punto de bajar en picado para hacer puré el edificio más alto y ornamentado que encontró, cuando se dio cuenta de que eso sería un engorro. No quería tener que pasarse el día entero lidiando con los molestos perseguidores que le acosaban. ¿Acaso había alguna manera de entrar allí sin llamar la atención? Estuvo varios minutos en completo silencio meditando al respecto.
-Tengo una idea: robamos ropa de esos idiotas de colores y fingiremos que venimos a... no sé, ingresar un montón dinero o algo de eso, y cuando nos enseñen su caja fuerte nos la llevamos a cuestas -Arribor se sorprendió a sí mismo por haber trazado un plan-. Si preguntan, yo soy el rey... Baltasar, por ejemplo, y tú eres mi ayudante o lo que sea que tengan los reyes. Y a ver qué pasa.
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Pensé unos segundos sobre las palabras de Arribor, reflexionando firmemente sobre ellas mientras observaba la gran edificación desde las alturas a la vez que avanzaba por aquellas peculiares plataformas de sangre hasta quedar justo sobre el Banco de Hierro.
- Pues yo creo que se parece más a un pollo asado... Pero centrémonos en lo importante. Me sorprende que no quieras reducirlo todo a escombros... Asique acepto. Podemos intentar averiguar donde está lo más valioso y no perder tanto tiempo - dije mostrando mi conformidad con el plan, si es que podía tacharse de algo así. - Allí hay varios de tus amigos, veamos si alguno usa nuestra talla - dije señalando a un grupito no muy lejano de nuestro objetivo. Los tipos deambulaban por las calles en nuestra busca y una sonrisa algo siniestra se formó en mi rostro al pensar que aquellos "cazadores" acababan de convertirse en "presas".
- ¿Recuerdas aquella maldita plataforma donde nos conocimos? Pues crea un par de ganchos de esos y bajemos a por ellos... Seguro que se alegran al vernos.
Si el tuerto me hacia caso tendría una forma de bajar y ya una vez en el suelo de nuevo solo teníamos que vapulear a un par de tipos e intentar pasar por personas decentes. Que eso sí que iba a ser difícil, pero valía la pena intentarlo. La opción de arrasarlo todo siempre estaba ahí.
Una vez en el suelo no tardamos en dar con nuestros objetivos, que no tardaron en esfumarse sus sonrisas de sus petulantes rostros cuando golpeamos al primero. Eran un grupito de unos seis, que no tardaron en caer a nuestros pies tras un cruce de golpes. Tras eso comencé a elegir mi nuevo atuendo, buscando algo que pudiese ponerme y que no me sentase como un saco.
- Pues yo creo que se parece más a un pollo asado... Pero centrémonos en lo importante. Me sorprende que no quieras reducirlo todo a escombros... Asique acepto. Podemos intentar averiguar donde está lo más valioso y no perder tanto tiempo - dije mostrando mi conformidad con el plan, si es que podía tacharse de algo así. - Allí hay varios de tus amigos, veamos si alguno usa nuestra talla - dije señalando a un grupito no muy lejano de nuestro objetivo. Los tipos deambulaban por las calles en nuestra busca y una sonrisa algo siniestra se formó en mi rostro al pensar que aquellos "cazadores" acababan de convertirse en "presas".
- ¿Recuerdas aquella maldita plataforma donde nos conocimos? Pues crea un par de ganchos de esos y bajemos a por ellos... Seguro que se alegran al vernos.
Si el tuerto me hacia caso tendría una forma de bajar y ya una vez en el suelo de nuevo solo teníamos que vapulear a un par de tipos e intentar pasar por personas decentes. Que eso sí que iba a ser difícil, pero valía la pena intentarlo. La opción de arrasarlo todo siempre estaba ahí.
Una vez en el suelo no tardamos en dar con nuestros objetivos, que no tardaron en esfumarse sus sonrisas de sus petulantes rostros cuando golpeamos al primero. Eran un grupito de unos seis, que no tardaron en caer a nuestros pies tras un cruce de golpes. Tras eso comencé a elegir mi nuevo atuendo, buscando algo que pudiese ponerme y que no me sentase como un saco.
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Arribor se negó en redondo a ponerse esas horribles prendas. No quería parecer un payaso de circo como esos idiotas, así que optó por robar ropa de aquí y de allá y en poco tiempo tuvo un aspecto digno de un rey. De un rey de... alguna parte. Pero bueno, los reyes eran gente estrafalaria, o al menos eso suponía. El único monarca que había conocido en persona era un no-muerto, así que no le servía como ejemplo de comportamiento modélico.
Pero una vez ante las gigantescas puerta del Banco de Hierro se metió de lleno en su papel. Se acercó a uno de los guardias y exigió que le abriesen.
-Apartaos... esto... plebejos. No... plebeyos, eso. Abridme paso, soy el gran rey... ¿cómo era? Sí, eso, soy el gran rey Baltasar, rey de la Isla de los Monos Gigantes, famosa por sus monos gigantes. Y también de la de los Pirulís, famosa por sus monos, aunque no tan grandes.
Los guardias le miraron como si estuviese loco y se negaron a abrirle. Arribor estuvo a punto de desanimarse, pero se dijo que podía mejorar su actuación. Así que soltó un largo discurso totalmente improvisado y con multitud de menosprecios hacia los que llamaba “gente sin corona”, rematándolo con una poco sutil amenaza. Tuvo que usar su haki para intimidarlos un poco, pero al final les permitieron cruzar.
Y así, el falso rey pirata, vestido con un abrigo de leopardo fucsia que le venía grande, un sombrero de ala ancha de color verde esmeralda, unos zapatos dorados y un bastón largo con empuñadura de diamante que había encontrado tirado por ahí en la casa de alguien, pegó un grito y exigió ver al director en virtud de su “realística majestuisidad”. Lo cierto es que no se le daban muy bien las palabras tan pomposas, pero le pareció que sonaban bien. Y para demostrar que era un rey, le pidió a su heraldo que le anunciase.
-Ey, Zack, te toca. Di algo para convencerlos de que no somos unos farsantes. Los tejones mentís bien, ¿no?
Pero una vez ante las gigantescas puerta del Banco de Hierro se metió de lleno en su papel. Se acercó a uno de los guardias y exigió que le abriesen.
-Apartaos... esto... plebejos. No... plebeyos, eso. Abridme paso, soy el gran rey... ¿cómo era? Sí, eso, soy el gran rey Baltasar, rey de la Isla de los Monos Gigantes, famosa por sus monos gigantes. Y también de la de los Pirulís, famosa por sus monos, aunque no tan grandes.
Los guardias le miraron como si estuviese loco y se negaron a abrirle. Arribor estuvo a punto de desanimarse, pero se dijo que podía mejorar su actuación. Así que soltó un largo discurso totalmente improvisado y con multitud de menosprecios hacia los que llamaba “gente sin corona”, rematándolo con una poco sutil amenaza. Tuvo que usar su haki para intimidarlos un poco, pero al final les permitieron cruzar.
Y así, el falso rey pirata, vestido con un abrigo de leopardo fucsia que le venía grande, un sombrero de ala ancha de color verde esmeralda, unos zapatos dorados y un bastón largo con empuñadura de diamante que había encontrado tirado por ahí en la casa de alguien, pegó un grito y exigió ver al director en virtud de su “realística majestuisidad”. Lo cierto es que no se le daban muy bien las palabras tan pomposas, pero le pareció que sonaban bien. Y para demostrar que era un rey, le pidió a su heraldo que le anunciase.
-Ey, Zack, te toca. Di algo para convencerlos de que no somos unos farsantes. Los tejones mentís bien, ¿no?
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Ya era difícil que nos tomasen en serio en aquel sitio que emitía una sensación de sobriedad por cada sillar de piedra que componía su imponente estructura, pero cada vez comenzaba a serlo menos desde el momento en que el tuerto cogió la iniciativa de hablar, liándola como siempre para luego querer que yo improvisara algo. Tuve que reprimir el insulto que pendía de un hilo que soltase al escuchar otro de los malditos tópicos sobre tejones que no dudaba que el tuerto se inventaba sobre la marcha, pero por suerte para nuestra tapadera sabía mantener la compostura bastante bien. Ya habría tiempo para palabras mordaces más tarde.
- Déjate de gilipoyeces, no hace falta montar tanto espectáculo - susurré para que solo el pudiese escucharlo, para instantes después tomar la delantera y acercarme hacia la persona que supuse que era la adecuada.
Era sorprendente como el lugar estaba tan perfectamente organizado. Varias filas perfectas recorrían la sala, directas a unos pequeños cubículos con el mismo aspecto y donde los esperaban unos trabajadores tan serios y sobrios como su edificio. Los trabajadores eran bien reconocibles por sus uniformes, al igual que varios guardias que no paraban de mirarnos como extrañados de que nos hubiesen dejado entrar, pero a quien yo me acerqué era a una mujer con un color distinto de traje.
Su expresión era seria y adusta, haciendo que su tez adquiriese un tono rojizo por el burdeos de su chaqueta y que su cabello de un tono plateado adquiriese matices rosados. Se notaba que no la hacía gracia que me sentase en su mesa por lo que no la di opción a réplica alguna.
- Buenas agradable señorita. Soy el asesor personal de su alteza el Rey Baltasar, el cual está muy interesado en hacer un rápido ingreso de suma importancia - dije mostrando la mejor de mis sonrisas a la vez que desplegaba mis encantos. - Estábamos aquí solo para abastecernos y marcharnos, pero a nuestros oídos han llegado el gran revuelo que está montando un delincuente por aquí.
- Para los ingresos diríjanse al habitáculo cinco señor. Esta mesa es para otros asuntos - contestó fugazmente mientras volvía la vista a unos documentos sobre su mesa. Parecía que nos tomaba por un par de chiflados
- Imagino cuan costoso debe ser su trabajo. Siempre aguantando las quejas de insolentes como yo que la molestan... Pero hágame caso. Mi rey tiene ahora mismo algo de sumo valor para la familia real que debe ser urgentemente protegido... y una negativa podría hacer que se tomase esto como una ofensa contra nuestra nación - dije ahora usando un tono más siniestro que sí consiguió llamar la atención de la mujer. - Estamos aquí de forma pacífica y por asuntos de estado y no quisiésemos que mi irascible rey se lleve una mala impresión de vosotros... Susan, ¿verdad? - terminé mirando fijamente una chapita dorada donde podía leerse claramente su nombre.
Esta parecía enfadada por mi insolencia, pero al parecer mis palabras calaron lo suficiente.
- Está bien, dígale a su alteza que nos acompañe a un despacho privado para hablar de los términos.
- Déjate de gilipoyeces, no hace falta montar tanto espectáculo - susurré para que solo el pudiese escucharlo, para instantes después tomar la delantera y acercarme hacia la persona que supuse que era la adecuada.
Era sorprendente como el lugar estaba tan perfectamente organizado. Varias filas perfectas recorrían la sala, directas a unos pequeños cubículos con el mismo aspecto y donde los esperaban unos trabajadores tan serios y sobrios como su edificio. Los trabajadores eran bien reconocibles por sus uniformes, al igual que varios guardias que no paraban de mirarnos como extrañados de que nos hubiesen dejado entrar, pero a quien yo me acerqué era a una mujer con un color distinto de traje.
Su expresión era seria y adusta, haciendo que su tez adquiriese un tono rojizo por el burdeos de su chaqueta y que su cabello de un tono plateado adquiriese matices rosados. Se notaba que no la hacía gracia que me sentase en su mesa por lo que no la di opción a réplica alguna.
- Buenas agradable señorita. Soy el asesor personal de su alteza el Rey Baltasar, el cual está muy interesado en hacer un rápido ingreso de suma importancia - dije mostrando la mejor de mis sonrisas a la vez que desplegaba mis encantos. - Estábamos aquí solo para abastecernos y marcharnos, pero a nuestros oídos han llegado el gran revuelo que está montando un delincuente por aquí.
- Para los ingresos diríjanse al habitáculo cinco señor. Esta mesa es para otros asuntos - contestó fugazmente mientras volvía la vista a unos documentos sobre su mesa. Parecía que nos tomaba por un par de chiflados
- Imagino cuan costoso debe ser su trabajo. Siempre aguantando las quejas de insolentes como yo que la molestan... Pero hágame caso. Mi rey tiene ahora mismo algo de sumo valor para la familia real que debe ser urgentemente protegido... y una negativa podría hacer que se tomase esto como una ofensa contra nuestra nación - dije ahora usando un tono más siniestro que sí consiguió llamar la atención de la mujer. - Estamos aquí de forma pacífica y por asuntos de estado y no quisiésemos que mi irascible rey se lleve una mala impresión de vosotros... Susan, ¿verdad? - terminé mirando fijamente una chapita dorada donde podía leerse claramente su nombre.
Esta parecía enfadada por mi insolencia, pero al parecer mis palabras calaron lo suficiente.
- Está bien, dígale a su alteza que nos acompañe a un despacho privado para hablar de los términos.
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Debía reconocerle al tejón que tenía labia. Se acercó a una mesa cualquiera y empezó a hablar con la chica que trabajaba allí, soltando una mentira tras otra con un desparpajo increíble. ¿Habría elegido la mesa por la chica? Bueno, eso daba igual. Arribor prestó atención a lo que decía para así poder ayudarle a que fuera todo más creíble de ser necesario.
-Mi rey tiene ahora mismo algo de sumo valor para la familia real que debe ser urgentemente protegido -oyó que decía Zack-, y una negativa podría hacer que se tomase esto como una ofensa contra nuestra nación.
Arribor decidió echarle un amano y exclamó en voz bien alta, como si hablase consigo mismo:
-¡Tengo algo de sumo valor para la familia real que debe ser urgentemente protegido! ¡Y una negativa podría hacer que me tomase esto como una ofensa contra nuestra nación!
Sin duda, parecería que solamente estaba pensando en voz alta. Le guiñó el ojo bueno a su compañero y le mostró el pulgar en señal de complicidad. Luego, cuando pareció que por fin acababan de hablar, la chica del mostrador llamó a alguien. Enseguida acudió un hombre, un tipo delgaducho y casi calvo, con poco más que una corona de pelo negro plagado de canas. Lucía una barbita de chivo perfectamente cuidada y caminaba con pasos rápidos y largos en dirección al falso rey Baltasar. Iba vestido con un elegante y sobrio traje negro con un broche en el pecho que representaba al Titán de Braavos.
-Así que vos sois Su Majestad el Rey Baltasar, ¿no es así? -dijo, frotándose las manos. ¿Por qué lo haría? A Arribor le ponía de los nervios-. Soy el gerente, Smizz Goldmouth. Si tenéis la bondad de acompañarme, mi buen señor.
El pirata hizo una seña a Zack y siguió a aquel hombre por los pasillos interiores del banco, dando tantos rodeos que terminó por desorientarse completamente. Por el camino, el hombrecillo les iba explicando lo que debía decirle a todo buen cliente.
-A cambio de una pequeña comisión, casi irrisoria, como pronto verá, protegeremos aquello que desee. Desde un collar de diamantes hasta las cenizas de su gato. Contamos con una cámara blindada de extraordinaria eficacia, donde ofrecemos cajas de seguridad impenetrables. Nadie puede acceder a ella, ya que está construida con los metales más resistentes que conoce el hombre. Además, puede llenarse de gas del sueño o inundarse en caso de intrusión sin que eso afecte en lo más mínimo al contenido de las cajas. Y, por si fuera poco, hay multitud de guardias por doquier, así como otras medidas de seguridad un poco más... radicales, por lo que sus posesiones estarán más que seguras. Si quiere ingresar grandes cantidades de dinero, tenemos varias cajas fuertes donde lo almacenamos durante un tiempo.
Arribor no había prestado atención a nada de lo que le estaba diciendo. La ropa robada le picaba y no entendía por qué había cogido el bastón. Aunque el sombrero le gustaba. El obsequioso y petulante hombrecillo siguió hablando, sin dejar de llamarle "mi señor", "Majestad" o"Su Graciosidad", cosa que le irritaba.
-Quiero ver esa cámara blindada -le dijo sin más. Una vez allí podrían abrir las cajas y ver que había en ellas o, si les parecía muy difícil, saquear las cajas fuertes y llevarse el dinero en efectivo.
Su anfitrión obedeció de inmediato, aunque cuando llegaron a ella no quiso abrirles la puerta.
-Disculpadme, Excelencia, pero no puedo permitir que cualquiera entre ahí sin más. ¿Podría saber qué es lo que desean ingresar en nuestro banco?
Arribor no supo que contestar y miró a Zack, pidiéndole con los ojos que solucionase eso. Lo único que se le ocurrió fue sacar la concha, que en realidad era Franklin, a ver si colaba.
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Solté un leve suspiro de alivio nada más comprobar que mis artimañas habían surtido su efecto a pesar de la mala interpretación del tuerto. Se suponía que estábamos en un asunto de alto secreto, aunque él no paraba dar voces rompiendo parte de la tensión que había conseguido crear. Temí que la tal Susan replantease su elección y decidiese que era mejor que nos echasen en vez de atendernos, pero por suerte la cosa quedó en varias miradas inquisitivas mientras pasábamos a manos de otro trabajador. Era menos atractivo, pero pareció más útil.
Nos introdujimos por un entramado de pasillos que no tardó en desorientarme por mucho que intenté recordar cada recodo o puerta que cruzábamos, buscando algún tipo de referencia para cuando tuviésemos que salir por piernas de allí, pero me fue completamente imposible. Era todo demasiado monótono y enrevesado para mi pésimo sentido de la orientación, por lo que solo quedaba confiar en nuestra capacidad de improvisación. El tuerto a pesar de ser un imán para los problemas también lo era para salir de ellos, aunque una vez que lo vi actuar una vez más con aquel tipo y ver como sacaba la especie de concha en la que se transformaba Franklin... Temí que todo se fuese al garete en cuestión de segundos, por lo que no dudé en actuar una vez más para intentar salvar la situación.
- ¡Pero su Majestad! ¡No sea insensato, guarde eso por favor! - grité llamando la atención del tal Smizz, haciendo que así me mirase a mí en vez de lo que sacaba Arribor mientras yo me acercaba a él y me interponía entre los dos cumpliendo con mi papel. - No podemos arriesgarnos a perder "eso", sería la ruina de la nación... - seguí fingiendo un tono preocupación mientras apremiaba a que Arribor guardase la concha. Ese estúpido animal tenía el mismo imán que su dueño. - Mire usted, señor Goldmouth... Comprendo que usted tiene que seguir su pequeño protocolo antes de dejarnos pasar, pero la integridad de la familia real de su Majestad depende de nuestro tesoro. No podemos arriesgarnos a mostrarlo si existe un mínimo de riesgo. Ya lo ha sido el simple hecho de traerlos hasta aquí - comencé a relatar intentando convencer al tipo, pero notaba como mis palabras no terminaban de encajar, y dudaba que el mismo método que había usado con Susan. Debía encontrar su "idioma" por lo que opté en usar otra técnica. - Es más... Usted mismo nos acaba de asegurar que ni el ser más poderoso podría robarles nada... No pierde nada con dejarnos pasar primero y respirar tranquilos. Seguro que mi rey sabrá recompensárselo gratamente a nivel personal y pagaremos el doble si es necesario. El oro no es nuestro problema.
Ya solo quedaba comprobar si este tipo era igual de codicioso que el banco para el que trabajaba.
Nos introdujimos por un entramado de pasillos que no tardó en desorientarme por mucho que intenté recordar cada recodo o puerta que cruzábamos, buscando algún tipo de referencia para cuando tuviésemos que salir por piernas de allí, pero me fue completamente imposible. Era todo demasiado monótono y enrevesado para mi pésimo sentido de la orientación, por lo que solo quedaba confiar en nuestra capacidad de improvisación. El tuerto a pesar de ser un imán para los problemas también lo era para salir de ellos, aunque una vez que lo vi actuar una vez más con aquel tipo y ver como sacaba la especie de concha en la que se transformaba Franklin... Temí que todo se fuese al garete en cuestión de segundos, por lo que no dudé en actuar una vez más para intentar salvar la situación.
- ¡Pero su Majestad! ¡No sea insensato, guarde eso por favor! - grité llamando la atención del tal Smizz, haciendo que así me mirase a mí en vez de lo que sacaba Arribor mientras yo me acercaba a él y me interponía entre los dos cumpliendo con mi papel. - No podemos arriesgarnos a perder "eso", sería la ruina de la nación... - seguí fingiendo un tono preocupación mientras apremiaba a que Arribor guardase la concha. Ese estúpido animal tenía el mismo imán que su dueño. - Mire usted, señor Goldmouth... Comprendo que usted tiene que seguir su pequeño protocolo antes de dejarnos pasar, pero la integridad de la familia real de su Majestad depende de nuestro tesoro. No podemos arriesgarnos a mostrarlo si existe un mínimo de riesgo. Ya lo ha sido el simple hecho de traerlos hasta aquí - comencé a relatar intentando convencer al tipo, pero notaba como mis palabras no terminaban de encajar, y dudaba que el mismo método que había usado con Susan. Debía encontrar su "idioma" por lo que opté en usar otra técnica. - Es más... Usted mismo nos acaba de asegurar que ni el ser más poderoso podría robarles nada... No pierde nada con dejarnos pasar primero y respirar tranquilos. Seguro que mi rey sabrá recompensárselo gratamente a nivel personal y pagaremos el doble si es necesario. El oro no es nuestro problema.
Ya solo quedaba comprobar si este tipo era igual de codicioso que el banco para el que trabajaba.
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Arribor comprobó aliviado que Zack seguía teniendo el ingenio bien afilado. Logró sacarle del apuro con toda una sarta de mentiras y un sutil intento de soborno. Todo un pirata, si señor. Por su parte, Arribor solo rezaba para sus adentros porque Franklin siguiera durmiendo en su forma de concha. Si se transformase en ese momento sería bastante difícil de explicar. Por suerte, la morsa colaboró por una vez en su vida.
-Sí, eso es -Arribor quería contribuir a la mentira-. Tengo oro, mucho, mucho oro. Incluso tengo un parche de oro -Luego recordó que su parche no era de oro y rectificó-. Bueno, es que se está lavando.
El pirata se giró hacia el tejón y le guiñó el ojo, sin preocuparse de si el banquero le estaba mirando. “Bah, seguro que no se ha dado cuenta”, pensó después, cuando se percató de que quizás no debería haberlo hecho.
El tal Smizz estaba meditando su oferta con detenimiento, frotándose las manos como si tratase de lavárselas con aire. A Arribor le ponía de los nervios, pero consiguió controlar su temperamento. Para terminar de convencerlo, rebuscó entre los bolsillos de su ropa robada y encontró una moneda de oro. La sostuvo, casi sin poder ocultar una mueca de verdadera sorpresa por aquella conveniente casualidad, y se la tendió al banquero.
-¿Ves? Oro -le dijo con una mirada de complicidad. Pero cuando, de manera muy poco elegante, el banquero mordió la moneda, ésta se partió en dos. Resultó no ser más que una moneda de chocolate, aunque bastante engañosa-. Vaya, eso explica porque la que me comí antes no me sentó bien -se excusó Arribor-. Pero vamos, que tengo mucho oro.
Al final, la codicia se impuso a la desconfianza y el banquero mostró su sonrisa más radiante.
-Si tienen al bondad de esperar, enseguida abriré la puerta para ustedes, señores.
Cuando introdujo un código en un pequeño teclado situado junto a la enorme puerta de la cámara blindada, el pasillo se llenó con un impresionante clic, seguido por una infinita sucesión de ruidos metálicos. Era como si se estuvieran abriendo cien cerraduras al mismo tiempo, y realmente no podía decir que no fuese eso lo que estaba sucediendo. La puerta se fue abriendo con una lentitud exasperante. Arribor casi se relamió ante la perspectiva de lo que encontrarían allí dentro. Tanto dinero, tantos tesoros, tantos premios, tantos...
-¡Ladrones! -exclamó el señor Goldmouth.
Las tres personas que había dentro de la cámara acorazada se quedaron inmóviles, mirando fijamente a un boquiabierto banquero y a los dos piratas que le acompañaban. Se hizo un silencio tenso que a Arribor se le antojó eterno. No tenía palabras, tan solo podía mirar a esos malditos ladrones. Esos malditos ladrones que se les habían adelantado.
Los tres estaban vestidos totalmente de negro y llevaban caretas de payaso para cubrir sus rostros. Uno de ellos estaba colgando del techo, sostenido a una abertura por un grueso cable negro. Otro forzaba una de las cajas -a juzgar por las que habían tiradas por el suelo se le daba bien- mientras un tercero vaciaba el contenido de las cajas abiertas en el interior de unas bolsas que les iba pasando a su compañero de arriba.
Fue en ese instante cuando Franklin consideró oportuno aparecer, transformado en la mole grisácea y maloliente que era. Dirigió su mirada de tonto hacia Arribor, hacia el banquero, y luego hacia los tres ladrones. A éstos les saludó con un levantamiento de aleta. Los ladrones devolvieron el saludo agitando las manos muy tensos, y Arribor le susurró a Zack:
-¿No tendremos que repartir con estos, no?
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Los segundos pasaban y el tal Goldmouth no terminaba de convencerse del todo. No sabía si era porque no se tragaba mi retaíla de mentiras o porque Arribor no paraba tambalear el castillo de naipes que había construido con mis falacias con su mala actuación. ¿De verdad no veía que no paraba de cagarla? Sus excusas eran igual de malas que sus tópicos de mapaches y tejones, pero por suerte la avaricia pudo al sentido común y el muy estúpido terminó cediendo a que pasásemos a la zona de los tesoros... Porque había que ser muy estúpido para ceder después de lo de la moneda falsa, aunque rápidamente todo eso pasó a segundo plano cuando por fin el sonido de los mecanismos de la puerta llegó a mis oídos. Era una sinfonía espectacular aquel sinfín de engranajes funcionando, solo el repiqueteo del martillo en la fragua podía competir con esta sensación que sentía ante la expectación del atraco, la cual no quería que acabase nunca... Iluso de mí.
El grito de ladrones solo fue el primer indicio de que todo el plan se desmoronaría, precedido de una serie de sucesos que hacían que todo se volviese más tenso, hasta que llegó a su punto álgido cuando Franklyn salió de su concha y se puso a aletear como un loco. Hasta aquí había llegado mi paciencia.
- Capi, se acabó la función - dije a Arribor dándole a entender que ya no hacía falta que siguiese haciendo de Rey Baltasar. - No dejaré que esos bastardos nos la líen después de haberme vestido como un gilipoyas - proseguí mientras notaba como mi enfado iba en aumento al ver que todo se iba al traste.
Ya solo era cuestión de tiempo de que alguien escuchase los alaridos de Goldmouth y todo el equipo de seguridad se personase en la cámara, por lo que decidí que el sería el primero que había que acallar. Aproveché que el tipo estaba de espaldas a nosotros para noquearlo con el mango de mi enorme espada una vez desenfundada. Espina azul, como esta se llamaba tenía un aura azulada recubriéndola, manifestando mi estado de ánimo de forma visual. No iba a permitir que perdiésemos ni una sola moneda de oro a manos de aquellos tres aguilillas.
- ¡Quitad las manos de mi oro! - grité a los ladrones al mismo tiempo que lanzaba un potente tajo al aire que produjo una onda cortante en dirección al que se encontraba pasando parte de la mercancía al de arriba.
Dicha onda surcó la estancia directa al sorprendido ladrón, el cual no tardó en soltar un terrible grito de estupor cuando mi ataque cercenó la mitad de su brazo izquierdo. Al final el golpe se precipitaba.
El grito de ladrones solo fue el primer indicio de que todo el plan se desmoronaría, precedido de una serie de sucesos que hacían que todo se volviese más tenso, hasta que llegó a su punto álgido cuando Franklyn salió de su concha y se puso a aletear como un loco. Hasta aquí había llegado mi paciencia.
- Capi, se acabó la función - dije a Arribor dándole a entender que ya no hacía falta que siguiese haciendo de Rey Baltasar. - No dejaré que esos bastardos nos la líen después de haberme vestido como un gilipoyas - proseguí mientras notaba como mi enfado iba en aumento al ver que todo se iba al traste.
Ya solo era cuestión de tiempo de que alguien escuchase los alaridos de Goldmouth y todo el equipo de seguridad se personase en la cámara, por lo que decidí que el sería el primero que había que acallar. Aproveché que el tipo estaba de espaldas a nosotros para noquearlo con el mango de mi enorme espada una vez desenfundada. Espina azul, como esta se llamaba tenía un aura azulada recubriéndola, manifestando mi estado de ánimo de forma visual. No iba a permitir que perdiésemos ni una sola moneda de oro a manos de aquellos tres aguilillas.
- ¡Quitad las manos de mi oro! - grité a los ladrones al mismo tiempo que lanzaba un potente tajo al aire que produjo una onda cortante en dirección al que se encontraba pasando parte de la mercancía al de arriba.
Dicha onda surcó la estancia directa al sorprendido ladrón, el cual no tardó en soltar un terrible grito de estupor cuando mi ataque cercenó la mitad de su brazo izquierdo. Al final el golpe se precipitaba.
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-Un poco excesivo, ¿no crees? -preguntó a Zack. Cercenarle un brazo al pobre ladrón resultaba curioso viniendo de alguien que también intentaba robar el banco. Arribor supuso que la competencia entre atracadores debía ser feroz. Menos mal que él era un pirata y no un ladrón de bancos.
Los compañeros del manco chillaron horrorizados. El que colgaba del techo se cayó al suelo con un golpe sordo y el que abría las cajas casi se desmayó. Y mientras, el hombre sin brazo daba alaridos de dolor hasta que... el brazo le creció de nuevo. Entonces se calló de repente y suspiró aliviado.
-¿Pero qué haces? -Se apartó la máscara de payaso y encaró a Zack-. Podrías haberme hecho daño, ¿sabes?
A Arribor le costó bastante no mencionar que perder un brazo dolía hacer daño, pero decidió que no valía la pena comentarlo. Alguien sin un corazón en el pecho no tenía mucha autoridad moral para hablar de esas cosas. Además, estaba ocupado preguntándose si no había un sistema de seguridad allí. No había sonado ninguna alarma ni llegado ningún guardia, lo que le resultaba aún más curioso que el hecho de que aquel tipo tuviera un poder extraño para regenerar brazos. "Bueno, imagino que estarán arreglando la alarma. Mejor para mí".
Y en cuanto puso un pie dentro de la cámara, la estancia se llenó de un pitido insoportablemente agudo y alto. "Vaya, ya la han arreglado". Al mismo tiempo, en la pared del fondo quedaron al descubierto unos gruesos tubos de los que comenzaron a salir unas pequeñas criaturillas. Eran verdes y habrían tenido un aspecto fiero de no ser porque parecían muy esponjosos y suaves y medían cinco centímetros.
-Ey, Zack, coge lo que puedas y vámonos -exclamó, obviando la aparición de esas cosas.
Él mismo empezó a arrancar las cajas de acero con sus propias manos, como si no fuesen más que cacahuetes que se abrieran apretando un poquito. Luego vaciaba su contenido en los amplios bolsillos de su ropa robada. De vez en cuando echaba una mirada de reojo a los otros tres ladrones que... ¿echaban a correr despavoridos?
-¡Las Esponjas! -gritaban, pero el pirata los ignoró. ¿Qué podía pasar?
Tuvo que pasar medio minuto antes de que la alarma se acallase y una vocecita electrónica sonase por los Den Den Mushi altavoces. Protocolo de seguridad iniciado, repetía una y otra vez. Cuando notó las piernas húmedas, Arribor notó que la cámara acorazada se estaba inundando a un ritmo atroz; el agua provenía de los mismos conductos de la pared.
-¡Mierda, hay que irse! -dijo, consciente de que de algo así sería mortal para dos usuarios como ellos.
El agua le llegaba ya casi por las rodillas y había ahogado por completo a las criaturillas verdes. Y por si fuera poco, la enorme puerta metálica se estaba cerrando. Franklin empezó a dar voces mientras Arribor retrocedía hacia la puerta y la sostenía para que el tejón y la morsa saliesen. Hizo caso omiso a los grititos de la morsa mientras ésta le daba golpecitos en la espalda para que le prestase atención.
-¡Maldita sea!, ¡¿qué te pasa?! -gritó Arribor dándose la vuelta. En cuanto se giró, vio que los tubos por los que salía agua se agrandaban, dejando salir más y más, y que las cosas verdes se habían transformado en seres enormes que parecían dinosaurios, como esponjas hinchadas por el agua. Así que hizo lo único que se le ocurrió hacer: salir al pasillo y echar a correr.
Zack Suky
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- ¡¿Pero qué?! - pensé sorprendido mientras enarcaba una ceja al comprobar que al tipo volvía a crecerle el brazo. - Putos "usuarios".
Me entró una curiosidad científica un poco escabrosa sobre la capacidad regenerativa del ladrón. Iba a hacer oídos sordos al comentario de Arribor y iba a intentar cortarle la cabeza para comprobar si también le crecía otra, pero el tuerto se adelantó a mis ideas y se introdujo él primero en la cámara. Un incesante pitido comenzó a resonar por todos lados dando la alarma de robo al mismo tiempo que la estancia comenzaba a llenarse de unas cosas raras de color verde. Esta vez cuando el tuerto volvió a hablar sí que le hice caso, ya que dijo la cosa más coherente desde que lo había conocido. Teníamos que robar lo máximo posible en el menor tiempo.
Emulé al pirata y comencé a abrir las cámaras usando mi ámbito de destrucción para cortar las cerraduras mientras los otros ladrones salían por patas, cobardes. Rápidamente el resplandor del oro embadurnó mi rostro, haciendo que me olvidase de los demás y comenzase a llenar los sacos que los otros ladrones habían dejado con todo los berris y joyas posibles. Estaba tan absorto que no me enteré de que el agua comenzó a llenar la estancia hasta que Arribor profirió un par de berridos avisándome. El agua ya me llegaba casi a las rodillas y el tuerto se esforzaba por mantener abiertas las enormes puertas de la cámara. Si no fuese por ese detalle seguramente hubiésemos acabado ahí sepultados.
Corrí como alma que lleva al diablo por el pasillo, escapando de aquella tumba acuática. Estaba fatigado y empapado, pero el tintineo de todo nuestro nuevo dinero era casi orgásmico. Era tal mi alegría que no me percaté de por donde iba hasta que noté una baldosa ceder bajo uno de mis pies. En un abrir y cerrar de ojos dos grandes planchas cortaron nuestro paso por ambos lados. Mierda, nos habían acorralado. El ruido de unos mecanismos funcionando en el interior de las paredes sonó por encima de la alarma llamando mi atención. Pude ver como aparecían unos tubos otra vez de las paredes y al imaginarme que quedaríamos ahí encerrados no dudé en soltar los sacos un instante para volver a desenfundar mi espada e intentar cortar las planchas que cortaban nuestra huida usando mi ámbito. Un tajo, dos y hasta un tercero... Pero eso no se cortaba y para colmo la maquinaria comenzó a sonar con un ruido distinto. Era una especie de siseo bastante extraño, hubiese sido incluso intrigante en otra ocasión, pero esta no. De ellos comenzaron a salir un humo de color morado con muy mala pinta.
- ¡Arribor! No respires esa mierda - dije mientras me arrancaba una de las mangas del peculiar atuendo que llevaba para hacer una improvisada mascarilla. - Intenta romperlas tú... Sino inténtalo con el techo aunque sea. Dudo que ese gas sea precisamente saludable.
Me entró una curiosidad científica un poco escabrosa sobre la capacidad regenerativa del ladrón. Iba a hacer oídos sordos al comentario de Arribor y iba a intentar cortarle la cabeza para comprobar si también le crecía otra, pero el tuerto se adelantó a mis ideas y se introdujo él primero en la cámara. Un incesante pitido comenzó a resonar por todos lados dando la alarma de robo al mismo tiempo que la estancia comenzaba a llenarse de unas cosas raras de color verde. Esta vez cuando el tuerto volvió a hablar sí que le hice caso, ya que dijo la cosa más coherente desde que lo había conocido. Teníamos que robar lo máximo posible en el menor tiempo.
Emulé al pirata y comencé a abrir las cámaras usando mi ámbito de destrucción para cortar las cerraduras mientras los otros ladrones salían por patas, cobardes. Rápidamente el resplandor del oro embadurnó mi rostro, haciendo que me olvidase de los demás y comenzase a llenar los sacos que los otros ladrones habían dejado con todo los berris y joyas posibles. Estaba tan absorto que no me enteré de que el agua comenzó a llenar la estancia hasta que Arribor profirió un par de berridos avisándome. El agua ya me llegaba casi a las rodillas y el tuerto se esforzaba por mantener abiertas las enormes puertas de la cámara. Si no fuese por ese detalle seguramente hubiésemos acabado ahí sepultados.
Corrí como alma que lleva al diablo por el pasillo, escapando de aquella tumba acuática. Estaba fatigado y empapado, pero el tintineo de todo nuestro nuevo dinero era casi orgásmico. Era tal mi alegría que no me percaté de por donde iba hasta que noté una baldosa ceder bajo uno de mis pies. En un abrir y cerrar de ojos dos grandes planchas cortaron nuestro paso por ambos lados. Mierda, nos habían acorralado. El ruido de unos mecanismos funcionando en el interior de las paredes sonó por encima de la alarma llamando mi atención. Pude ver como aparecían unos tubos otra vez de las paredes y al imaginarme que quedaríamos ahí encerrados no dudé en soltar los sacos un instante para volver a desenfundar mi espada e intentar cortar las planchas que cortaban nuestra huida usando mi ámbito. Un tajo, dos y hasta un tercero... Pero eso no se cortaba y para colmo la maquinaria comenzó a sonar con un ruido distinto. Era una especie de siseo bastante extraño, hubiese sido incluso intrigante en otra ocasión, pero esta no. De ellos comenzaron a salir un humo de color morado con muy mala pinta.
- ¡Arribor! No respires esa mierda - dije mientras me arrancaba una de las mangas del peculiar atuendo que llevaba para hacer una improvisada mascarilla. - Intenta romperlas tú... Sino inténtalo con el techo aunque sea. Dudo que ese gas sea precisamente saludable.
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Corría, corría y corría, con el agua y los monstruos verdes con apariencia de dinosaurios pisándole los talones. Huir de todo aquello por los estrechos pasillos del Banco de Hierro era un problema, ya que se inundaban enseguida, pero no era lo peor que le había perseguido. Y entonces las paredes se cerraron. Por delante y por detrás, dos planchas de hierro les cortaron el paso, dejándoles encerrados con las criaturas verdes. Y mientras el agua seguía subiendo, un gas de lo más sospechoso empezó a llenar el poco espacio del que disponían.
“Bueno, eso no me lo esperaba”, se dijo el pirata. Haciendo caso al consejo de Zack, empujó la pared de hierro de delante, pero ésta no cedió. El edificio entero pareció retumbar cuando el techo comenzó a bajar para aplastarles. ¿Cuántos sistemas de seguridad tenían? Iba a tener que darse prisa si no quería acabar devorado, ahogado, asfixiado o aplastado. “Vaya, son muchas cosas”. Por suerte, de todas se escapaba de la misma forma.
Dio un salto para evitar el contacto con el agua y se alzó sobre ella con una plataforma hecha con sus poderes, disparó una ráfaga de balas de sangre contra los dinosaurios, sostuvo el techo con una mano para que no les cayese encima, y con la otra destrozó la plancha de hierro valiéndose de una cuchilla de sangre bien afilada.
Y luego siguió corriendo antes de que el peso del techo fuese excesivo. Los pasillos del banco eran interminables, idénticos y absolutamente enrevesados. Arribor creyó oír como se movían las paredes. ¿Y si realmente estaban cambiando de sitio? Como si no fuera ya lo bastante difícil orientarse por ahí.
Poco más adelante vieron a los otros ladrones. Estaban ocupados... ¿bailando? Sin duda se habían vuelto locos. Arribor estuvo a punto de darles un buen golpe, porque el agua no tardaría en ahogarles a todos mientras ellos bailoteaban, pero le explicaron lo que pasaba en cuanto le vieron venir con cara de pocos amigos.
-Tenemos que superar esto o no podremos pasar esta pared -dijo uno, aterrado. En una pantalla había varias luces de colores que parpadeaban rítmicamente con una musiquita de fondo-. Es una máquina de baile. Hay que imitar los pasos de la pantalla pisando las luces del suelo a la vez.
“¿A qué idiota se le ocurrió esta trampa?”, pensó. Esos tres no parecían capaces de superar la prueba con tanta tensión, pero por suerte él sí podía. Indirectamente.
-Zack, baila y sácanos de aquí.
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No había terminado de decirle a Arribor que destrozase el techo cuando este comenzó a descender en dirección a nosotros. Comencé a preocuparme realmente por nuestra vida y es que no era para menos. El agua llena de alimañas amenazaba con que el sepulto fuese aún más horroroso y doloroso mientras el gas comenzaba a inundarlo todo. Por suerte el tuerto comenzó a actuar y no dudé en apearme a la plataforma de sangre que había creado antes de que alguna bala de las que lanzaba me diese por accidente. Tras eso y sin apenas esfuerzo cortó la puerta que nos paraba el paso y salimos de allí antes de quedar transformados en un emparedado de tejón sangriento.
El trascurso de nuestro avance fue de lo más tortuoso. El suelo y paredes cambiaban a cada paso que dábamos y cada paso parecía más inútil que el anterior. Solo el tintineo de todo el dinero que habíamos robado conseguía mantenerme en pie... Pero entonces llegamos a una nueva estancia que consiguió desmoralizarme. En ella sonaba una musiquita incesante acompasada por luces de colores y en ella se encontraban los otros ladones bailando. ¿En serio estaban bailando?
No podía creerme que en eso se basase el sistema de seguridad de esta planta, pero entonces comprendí que no todo era tan sencillo como parecía. El delincuente que iba más descompasado se confundió en uno de los movimientos y en un abrir y cerrar de ojos se transformó en un amasijo de carne y huesos. Un enorme pilar de acero había descendido del techo aplastándolo como un simple insecto.
- ¿Acaso no has visto lo que acaba de pasar? - espeté ante la insinuación del tuerto. - Mejor esperamos a que termine el otro y salimos corriendo nada más se abra la puerta, así que ves preparándot...
Fui incapaz de terminar la frase, ya que el siguiente ladrón se resbaló con un trozo de su compañero caído y corrió la misma suerte que él. Ahora sí que la habíamos liado. Solté un largo suspiro y miré fijamente al pirata.
- Mejor que pensemos en otra forma de salir capi... Precisamente a los tejones se nos da fatal bailar - dije haciendo alusión a los tópicos que él solía decir.
Ya comenzaba a desesperarme por no poder encontrar una salida cuando sin previo aviso volvió a hacer su aparición estelar Franklyn. Como odio ese bicho. Tiene un don innato como su dueño para liarla y para colmo parecía más animado que nunca. Lanzaba innumerables berridos mientras contoneaba su seboso cuerpo. Era completamente irritable.
- Arri, calla a ese maldito bicho o lo último que haré antes de morir aquí será comérmelo. Entre la música y sus chillidos no puedo pensar - espeté con evidente desesperación mientras me echaba las manos a la cabeza.
El agua ya comenzaba a llegarnos a los tobillos y no sabía como carajo íbamos a salir. ¿Acaso el tuerto estaba demasiado cansado para seguir tumbando puertas? ¿o es que simplemente disfrutaba con mi frustración? Me fijé en él y me di cuenta que estaba pasando completamente de mí. Parecía bastante tranquilo, incluso algo animado por la suave inclinación de la comisura de sus labios, pero completamente absorto en otra cosa. Ni si quiera me miraba... Si es que es para darle un capón. Si no fuese porque estaba seguro de que me haría más daño que él... Lo abofetearía hasta que me escuchase bien, pero como no entraba entre mis posibilidades me resigné y me giré para ver que cojones miraba. He de admitir que entonces comprendí el por qué de su indiferencia. El puto Franklyn se había lanzado a la zona de luces y comenzó a seguir la pauta del baile con unos saltitos como hipnotizado por los colores. No podía creer lo que veían mis ojos hasta que la puerta que nos mantenía atrapados comenzó a abrirse.
- No he dicho nada. Adoro a ese puto bicho - dije algo más contento mientras recogía las sacas con el dinero y me encaminaba hacia la nueva sala.
Cuando estaba llegando me percaté de que en vez de una estancia era un pasillo bastante largo, aunque estrecho. Las paredes estaban iluminadas con una tenue luz azulada y destilaban más tranquilidad que el resto de lugares. Diría que incluso podría haberme relajado allí, pero la aparente calma fue efímera. Una vez que el tuerto entró nos vimos atrapados de nuevo y las paredes comenzaron a brillar con algo más de intensidad mientras el sonido de una especie de generador comenzó a funcionar. Esta vez no hubo tiempo de imaginarse que sorpresa nos reservaba el lugar, ya que sin previo aviso un laser de un fulgor intenso apareció de forma horizontal al final del pasillo.
-¡Joder! ¿No saldremos nunca de aquí? - pensé mientras me encaraba al haz dispuesto a esquivarlo.
El trascurso de nuestro avance fue de lo más tortuoso. El suelo y paredes cambiaban a cada paso que dábamos y cada paso parecía más inútil que el anterior. Solo el tintineo de todo el dinero que habíamos robado conseguía mantenerme en pie... Pero entonces llegamos a una nueva estancia que consiguió desmoralizarme. En ella sonaba una musiquita incesante acompasada por luces de colores y en ella se encontraban los otros ladones bailando. ¿En serio estaban bailando?
No podía creerme que en eso se basase el sistema de seguridad de esta planta, pero entonces comprendí que no todo era tan sencillo como parecía. El delincuente que iba más descompasado se confundió en uno de los movimientos y en un abrir y cerrar de ojos se transformó en un amasijo de carne y huesos. Un enorme pilar de acero había descendido del techo aplastándolo como un simple insecto.
- ¿Acaso no has visto lo que acaba de pasar? - espeté ante la insinuación del tuerto. - Mejor esperamos a que termine el otro y salimos corriendo nada más se abra la puerta, así que ves preparándot...
Fui incapaz de terminar la frase, ya que el siguiente ladrón se resbaló con un trozo de su compañero caído y corrió la misma suerte que él. Ahora sí que la habíamos liado. Solté un largo suspiro y miré fijamente al pirata.
- Mejor que pensemos en otra forma de salir capi... Precisamente a los tejones se nos da fatal bailar - dije haciendo alusión a los tópicos que él solía decir.
Ya comenzaba a desesperarme por no poder encontrar una salida cuando sin previo aviso volvió a hacer su aparición estelar Franklyn. Como odio ese bicho. Tiene un don innato como su dueño para liarla y para colmo parecía más animado que nunca. Lanzaba innumerables berridos mientras contoneaba su seboso cuerpo. Era completamente irritable.
- Arri, calla a ese maldito bicho o lo último que haré antes de morir aquí será comérmelo. Entre la música y sus chillidos no puedo pensar - espeté con evidente desesperación mientras me echaba las manos a la cabeza.
El agua ya comenzaba a llegarnos a los tobillos y no sabía como carajo íbamos a salir. ¿Acaso el tuerto estaba demasiado cansado para seguir tumbando puertas? ¿o es que simplemente disfrutaba con mi frustración? Me fijé en él y me di cuenta que estaba pasando completamente de mí. Parecía bastante tranquilo, incluso algo animado por la suave inclinación de la comisura de sus labios, pero completamente absorto en otra cosa. Ni si quiera me miraba... Si es que es para darle un capón. Si no fuese porque estaba seguro de que me haría más daño que él... Lo abofetearía hasta que me escuchase bien, pero como no entraba entre mis posibilidades me resigné y me giré para ver que cojones miraba. He de admitir que entonces comprendí el por qué de su indiferencia. El puto Franklyn se había lanzado a la zona de luces y comenzó a seguir la pauta del baile con unos saltitos como hipnotizado por los colores. No podía creer lo que veían mis ojos hasta que la puerta que nos mantenía atrapados comenzó a abrirse.
- No he dicho nada. Adoro a ese puto bicho - dije algo más contento mientras recogía las sacas con el dinero y me encaminaba hacia la nueva sala.
Cuando estaba llegando me percaté de que en vez de una estancia era un pasillo bastante largo, aunque estrecho. Las paredes estaban iluminadas con una tenue luz azulada y destilaban más tranquilidad que el resto de lugares. Diría que incluso podría haberme relajado allí, pero la aparente calma fue efímera. Una vez que el tuerto entró nos vimos atrapados de nuevo y las paredes comenzaron a brillar con algo más de intensidad mientras el sonido de una especie de generador comenzó a funcionar. Esta vez no hubo tiempo de imaginarse que sorpresa nos reservaba el lugar, ya que sin previo aviso un laser de un fulgor intenso apareció de forma horizontal al final del pasillo.
-¡Joder! ¿No saldremos nunca de aquí? - pensé mientras me encaraba al haz dispuesto a esquivarlo.
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Arribor se preguntó cuántas más cosas desconocía de Franklin. ¿Desde cuando sabía bailar? ¿Desde cuando las morsas sabían bailar? Bueno, siendo un engendro de tal calibre no le extrañaba mucho que hiciese cosas raras; solo le resultaba raro que las hiciera bien. Los acompasados pasos de baile del animal lograron -de algún modo que el cerebro de Arribor se negaba a comprender- traspasar el sistema de seguridad justo a tiempo para que el agua no acabase con ellos. Juntos, los dos piratas, la morsa y el último ladrón que quedaba, el que no había terminado como una masa sanguinolenta, atravesaron la puerta que acababa de abrirse y que se cerró a sus espaldas tan pronto hubieron pasado.
"Al menos hemos dejado atrás el agua y a esas malditas cosas verdes", pensó, aliviado. Pero el alivio duró poco, tan solo hasta que un haz de luz que cubría el pasillo de parte a parte y avanzaba hacia ellos velozmente.
-No soporto este lugar -exclamó el ladrón, el tipo al que le había crecido antes el brazo amputado por Zack.
El muy necio echó a correr, ignorando el peligro que representaba la luz -aunque el propio Arribor no entendía qué tenía de malo-. Pero en cuanto tocó el láser, éste lo partió en dos como un cuchillo cortando mantequilla, regando el suelo y las paredes de sangre. De eso ya no se recuperó, pero al menos le sirvió para comprobar que no debían tocar la luz.
El problema estaba en que nadie le había dicho a la luz que no les tocase a ellos, y el rayo láser se multiplicó como por arte de magia y formó una intrincada red luminosa formada por láseres que provenían de diferentes direcciones y a distintas alturas. Verticales, horizontales, diagonales... Incluso había uno que parecía tener forma de corazón. Al final del pasillo, detrás del enorme obstáculo, una puerta representaba su salvación. O el paso a otra nueva prueba, seguramente más absurda que las anteriores. ¿Por qué no podían contratar vigilantes de seguridad, como un banco normal?
-Bueno, tenemos que pasar por ahí, así que... -El pirata se adelantó sin amedrentarse y empezó a hacer estiramientos. Si quería traspasar la red láser iba a tener que hacer uso de toda su flexibilidad, calma y precisión; la poca que tenía-. Suerte que hice ballet de niño.
Arribor levantó la pierna para pasar por encima del primer láser. Plantó el pie justo entre dos haces y giró la cadera al mismo tiempo que se agachaba para pasar entre otros dos. Luego rotó sobre sí mismo, recordando las humillantes lecciones que su profesora de ballet, Miss Seusoane, había intentado inculcarle a los cinco años, antes de que aprendiera a salir de su cuarto por la ventana para fugarse al bosque.
Le llevó un buen rato y una gran cantidad de movimientos antinaturales sobrepasar la trampa de luz. Hizo uso de músculos y articulaciones que desconocía que tenía, y en dos ocasiones eructó y estuvo a punto de perder el equilibrio. Por suerte, Franklin se había ocultado en su bolsillo, porque esa cosa no habría podido pasar por ahí. Una vez al otro lado vio un botón. Lo pulsó, pensando que apagaría el muro de láseres y... una nube de pimienta emergió del techo. El pirata no logró contener los estornudos y se preguntó como iba Zack a pasar por ahí entre estornudos. Bueno, era un tejón; seguro que algo se le ocurriría.
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Me sorprendió comprobar que a mis desaires no contestase el tuerto como era costumbre, sino que en su lugar lo hizo el único de los ladrones que quedaba vivo y que había aprovechado el bailoteo de la morsa para colarse en pos nuestra. Me dio rabia comprobar que se trataba del mismo que había salido ileso de mi ataque tras jodernos el plan de robo, aunque dicho enfado se me pasó cuando lo vi adelantarse a todos nosotros y terminó cayendo fulminado por el láser que se aproximaba de forma lenta pero amenazante.
-Al menos ya sabemos que hace esta mierda - pensé mientras me preparaba para agacharme y que así no me diese el haz de luz, aunque este sin previo aviso se desvaneció para volver a reaparecer en múltiples haces que amenazaban desde todas las direcciones. - Joooooder..... Si yo solo sé mover los pies cuando empuño la espada - seguí resignándome mientras daba pasitos hacia atrás alejándome de ellos.
Esta estúpida prueba comenzaba a antojárseme similar a la anterior y eso me hizo pensar si a los cabrones que instalaron las trampas se le acababan las ideas. Me preocupaba dar un mal traspiés y acabar como el otro ladrón decorando las paredes, ya que dudaba poder pasar cargado con las sacas de dinero. Aunque al parecer ese problema solo lo tenía yo. El tuerto se adelantó de forma temeraria y comenzó a moverse como si de una diestra bailarina se tratase, incluso me pareció que alardeaba y que hizo alguna cabriola innecesaria, pero para el caso lo mismo dio. El muy maldito había cruzado la sala llena de láser como si nada.
- Venga Zack, que si el tuerto puede tú también - me daba ánimos mientras me encaraba a los haces dispuesto a esquivarlos todos, aunque siendo sinceros eso duró poco.
Por una extraña razón la sala comenzó a llenarse de un polvo que me hizo estornudar a rabiar, haciendo que me desequilibrase y que el primer de láser me pasase rozando. Noté un extraño zumbido la mar de molesto cuando este pasó a escasos centímetros de mi cabeza, pero no fue eso ni el ataque de tos lo que ocasionó mi nueva rabieta. Sino que un olor a cerdo chamuscado enmascaró por unos segundos el de la pimienta del ambiente mientras veía como un par de largos mechones azulados caían al suelo. Eso sí que no. Si de algo estaba orgulloso era de mi pelo azul natural. En un arranque de furia pasé a mi Speed Point, en la cual podía llegar a cortar el acero con mis garras, y comencé a clavar las uñas a toda velocidad en el suelo haciendo un agujero que consiguió esconderme de todos los rayos que pasaban por encima. Agarré los sacos con los dientes y avancé al amparo del pedregoso suelo hasta que llegué a donde estaba Arribor esperando. Por culpa de los estornudos la tarea fue más ardua, pero por fin salimos de esa sala y pude recuperar mi forma humana.
Llegamos a una gran estancia que se me antojó familiar. Seguramente hubiésemos pasado por allí en nuestro trayecto con el ya olvidado Goldmouth.
- Capi, creo que ya estamos cerca de poder respirar aire fres...
La frase quedó inacabada, ya que una chirriante voz eclipsó la mía.
- Que te has creído tú eso chaval. Si queréis salir de aquí. Primero deberéis pasar por encima nuestros hermosos cadáveres.
La fuente de la voz provenía de un enorme okama que llegaba a sacarme una cabeza. Lo acompañaba una hermosa chica de cabello violáceo que portaba una katana que tenía la hoja de un color verde llamativo, que hacía contraste con su atuendo oscuro.
- Aunque he de decir... Que no me importaría que el fortachón del parche posase su cuerpo sobre el mío - prosiguió el okama.
Este llevaba una ridícula minifalda con la cual no comprendía como no enseñaba el badajo, pero rápidamente me quité esas ideas de la cabeza.
- Parece que la guapa se ha encaprichado de ti... Así que yo me pido a la mudita. Ese acero que porta grita que quiere pelear y quizás su dueña no se lo merezca - dije como si tal cosa mientras soltaba por enésima vez los sacos y desenfundaba una vez más a Espina Azul. El acero siempre tenía sed y a mí no me importaba emborrachar de vez en cuando a mi niña.
-Al menos ya sabemos que hace esta mierda - pensé mientras me preparaba para agacharme y que así no me diese el haz de luz, aunque este sin previo aviso se desvaneció para volver a reaparecer en múltiples haces que amenazaban desde todas las direcciones. - Joooooder..... Si yo solo sé mover los pies cuando empuño la espada - seguí resignándome mientras daba pasitos hacia atrás alejándome de ellos.
Esta estúpida prueba comenzaba a antojárseme similar a la anterior y eso me hizo pensar si a los cabrones que instalaron las trampas se le acababan las ideas. Me preocupaba dar un mal traspiés y acabar como el otro ladrón decorando las paredes, ya que dudaba poder pasar cargado con las sacas de dinero. Aunque al parecer ese problema solo lo tenía yo. El tuerto se adelantó de forma temeraria y comenzó a moverse como si de una diestra bailarina se tratase, incluso me pareció que alardeaba y que hizo alguna cabriola innecesaria, pero para el caso lo mismo dio. El muy maldito había cruzado la sala llena de láser como si nada.
- Venga Zack, que si el tuerto puede tú también - me daba ánimos mientras me encaraba a los haces dispuesto a esquivarlos todos, aunque siendo sinceros eso duró poco.
Por una extraña razón la sala comenzó a llenarse de un polvo que me hizo estornudar a rabiar, haciendo que me desequilibrase y que el primer de láser me pasase rozando. Noté un extraño zumbido la mar de molesto cuando este pasó a escasos centímetros de mi cabeza, pero no fue eso ni el ataque de tos lo que ocasionó mi nueva rabieta. Sino que un olor a cerdo chamuscado enmascaró por unos segundos el de la pimienta del ambiente mientras veía como un par de largos mechones azulados caían al suelo. Eso sí que no. Si de algo estaba orgulloso era de mi pelo azul natural. En un arranque de furia pasé a mi Speed Point, en la cual podía llegar a cortar el acero con mis garras, y comencé a clavar las uñas a toda velocidad en el suelo haciendo un agujero que consiguió esconderme de todos los rayos que pasaban por encima. Agarré los sacos con los dientes y avancé al amparo del pedregoso suelo hasta que llegué a donde estaba Arribor esperando. Por culpa de los estornudos la tarea fue más ardua, pero por fin salimos de esa sala y pude recuperar mi forma humana.
Llegamos a una gran estancia que se me antojó familiar. Seguramente hubiésemos pasado por allí en nuestro trayecto con el ya olvidado Goldmouth.
- Capi, creo que ya estamos cerca de poder respirar aire fres...
La frase quedó inacabada, ya que una chirriante voz eclipsó la mía.
- Que te has creído tú eso chaval. Si queréis salir de aquí. Primero deberéis pasar por encima nuestros hermosos cadáveres.
La fuente de la voz provenía de un enorme okama que llegaba a sacarme una cabeza. Lo acompañaba una hermosa chica de cabello violáceo que portaba una katana que tenía la hoja de un color verde llamativo, que hacía contraste con su atuendo oscuro.
- Aunque he de decir... Que no me importaría que el fortachón del parche posase su cuerpo sobre el mío - prosiguió el okama.
Este llevaba una ridícula minifalda con la cual no comprendía como no enseñaba el badajo, pero rápidamente me quité esas ideas de la cabeza.
- Parece que la guapa se ha encaprichado de ti... Así que yo me pido a la mudita. Ese acero que porta grita que quiere pelear y quizás su dueña no se lo merezca - dije como si tal cosa mientras soltaba por enésima vez los sacos y desenfundaba una vez más a Espina Azul. El acero siempre tenía sed y a mí no me importaba emborrachar de vez en cuando a mi niña.
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