[Pasado] ¿Los dragones comen pollo? (Eichi y Madara)

El joven pelirrojo fruncía el ceño mientras veía como el doctor examinaba los puntos de su muñeca. Habían pasado un par de días desde el reencuentro con Ban, y desde entonces que se tuvo que quedar allí en Baterilla. La herida de su muñeca era seria y, según los médicos, estuvo a punto de perder la mano. La venda improvisada fue lo único que hizo que no tuvieran que amputarle, puesto que detuvo parte del sangrado al mantener unida la extremidad con eso. Por suerte, la herida no se infectó, y no tuvieron más complicaciones (a parte de conectar los nervios de la muñeca al brazo) en ponerlo nuevamente donde correspondía. Realmente la medicina era muy moderna hoy en día. Hasta varios años atrás, el mero hecho de volver a conectar los nervios a una extremidad parecía imposible. Ahora con la modernidad en tecnología y en los avances de la tecnología, volver a poner un miembro perdido era un juego de niños. Eichi suspiró pesadamente y miró tranquilamente al doctor.

– ¿Cómo lo ve, doctor? –

El hombre de la bata blanca miraba atentamente los puntos y escribió algo en su libreta. Lo guardó en uno de los varios bolsillos de su atuendo y miró, con una sonrisa en la cara, a su paciente.

– Evolucionando mejor de lo que esperaba. A este ritmo solo necesitarás quedarte en la isla un par de días y luego podremos retirarte los puntos. Hasta entonces, trata de no mover mucho tu muñeca – dijo el médico.

Eichi asintió mientras sonreía levemente y se puso su camisa negra. Tomó su mochila de viaje, le dio la mano buena al doctor en señal de despedida y salió del hospital. El joven príncipe miró hacia arriba y frunció el ceño de forma leve. El cielo se encontraba nublado, y se podía apreciar un ligero viento en el ambiente. De todas formas, las nubes no estaban cargadas, por lo que era poco probable que lloviera. ¿Qué debía hacer? En ese momento, su estómago rugió un poco. Un rubor apareció en su rostro y luego de encogió de hombros. No podía cocinar en el estado en el que se encontraba, por lo que no quedaba otra más que ir a un restaurante.

No tardó mucho en llegar a un establecimiento. Era acogedor y limpio, además parecía que no lo frecuentaba gente de poca monta. Entró lentamente y se dirigió a una de las mesas que tenía vista hacia el mar. Se sentó en la silla y esperó cómodamente a que vinieran a pedir su orden.

El joven pelirrojo comía lentamente los fideos que ordenó. Todo era paz y tranquilidad... hasta que cierta cosa cayó del cielo. Eichi parpadeó un poco, sintiéndose algo atónito al ver tal espectáculo. Al ver la apariencia del sujeto, supo de inmediato de quien se trataba. El príncipe tendía a memorizar las caras de las personas peligrosas que se encontraban alrededor del globo, y obviamente se iba a acordar de los Shichibukai. Para su mala suerte, se encontraba frente al más poderoso de los siete. Definitivamente, su suerte apestaba. Siempre solía encontrarse con toda la gente peligrosa de la manera más absurda posible. El joven se quejó mentalmente y se recostó en su asiento. Ya no había nada que hacer. Viendo como su suerte apestaba, seguramente el dragón negro pondría su mirada en él. Ya ni siquiera trataba de ocultarse, ¿para qué si igual su suerte le iba a jugar una mala pasada?

Eichi miró sin expresión alguna en su rostro como el pelinegro ponía su mirada en él y se dirigía hasta donde se encontraba. Pese a que ya sabía que terminaría acaparando su atención, no esperó que fuera tan pronto. En fin, ya no quedaba otra. Lo hecho, hecho estaba. No se iba a lamentar ni se iba a poner a llorar. Simplemente iría a su bola, aunque sentía curiosidad por saber lo que quería el dragón con él. Sus ojos se abrieron levemente al escuchar lo que dijo y tuvo que contener las ganas de bufar por lo bajo. ¿Enserio era por eso? Había oído que Madara era una persona muy avariciosa, ¿pero hasta este punto? El joven príncipe suspiró y se recostó en el asiento.

– Valgo 10.000, no 200.000 – le dijo tranquilamente al dragón.

Dudaba que eso fuera a cambiar las cosas, puesto que sabía que su avaricia no tenía nivel en este mundo, entonces... ¿Cómo podría escapar de ésta? Empezó a recopilar toda la información que tenía sobre Madara en su mente. Por lo que sabía, era un mercenario a sueldo. Si tenías buen dinero, podías pedirle el trabajo que quieras. Una media sonrisa se formó en su rostro y se encogió de hombros. Si era por eso... Si, puede que tuviera algo en mente. Además, pondría a prueba su capacidad de negociar durante este encuentro. Si por azares del destino intervenía en la guerra y se coronaba como rey, entonces tendría que lidiar con varias situaciones similares. Particularmente en el ámbito de los negocios.

– ¿Por qué no os sentáis y hablamos de negocios, Señor Madara? Puede que podamos llegar a una solución. Oh, y puede pedir lo que quiera para comer o beber – le dijo mientras le sonreía cortésmente y hacía una seña al mozo para que viniera. A final de cuentas, el dinero era lo que movía a la gente. Ya fuera por cosas malas o buenas... aunque la mayoría de las veces, era lo primero.

Una gota de sudor cayó por su sien al ver el pequeño lío que se formó cuando el mercenario se sentó. Ya no se sentía pequeño gracias a su estirón, pero el pelinegro... Bueno, el hacía que cualquiera se sintiera inferior con semejante porte. Enserio, ¿como diablos consiguió tal altura? Eso no era normal. Solo los semigigantes podían tener algo así, pero eso era debido a sus genes. Por lo que sabía, el shichibukai era un humano normal, solo que era un usuario de una fruta peligrosa. De todas las frutas mitológicas que pudo obtener, ¿enserio tuvo que ser un puto dragón? Eso no era justo, se viese por donde se viese. Madara debía tener una suerte enorme para haber obtenido algo así. Si ya de por sí las zoan mitológicas eran raras, una de dragón debía ser escasa dentro de su grupo. Otro que se le venía a la mente era el capitán de Hinori, pero ese ya superó cualquier límite para compararlo con algún otro individuo.

Al parecer el pelinegro también se dio cuenta del detalle de la silla, puesto que la dejó a un lado y simplemente se sentó en el suelo. Incluso así la jodida mesa simplemente le llegaba a la zona del estómago, por lo que sus rostros quedaron a la misma altura. Suspiró pesadamente y alejó ese pensamiento de su mente. Si seguía sorprendiéndose por cosas de ese estilo, entonces no iba a llegar a ningún otro lado. Bueno, al menos ahora ya sabía que existía gente que desafiaba la lógica y podía llegar a tener una altura de ese estilo. Quién sabe, a lo mejor si seguía entrenando de esa forma, puede que siguiera creciendo mucho más que antes. Le quedaban cinco centímetros para llegar al metro noventa, por lo que haría el esfuerzo para llegar hasta allí.

Escuchó todo lo que pidió y no pudo evitar suspirar en señal de derrota. Era mucho, posiblemente le saldría más de lo que acostumbraba a gastar. Era una suerte que tuviera dinero de sobra para gastar, de lo contrario se hubiera ido a la bancarrota. Escuchó lo último que dijo y no pudo evitar ponerse algo pensativo. Lo de negociaciones fue simplemente para hacer que se sentara, de hecho lo que hubiera dicho sería algo para evitar que siguiera molestándolo por lo del precio. Al parecer no sería necesario, puesto que el pelinegro parecía contento con toda la comida que pidió.

– La verdad es que era algo para evitar que me capturaras por lo del precio, Madara-san; pero viendo que eso está saldado con la comida... Posiblemente requiera de sus servicios más adelante – agregó eso último en un tono sincero. Si todo salía como lo planeaba durante esos dos años, entonces iba a necesitar toda la ayuda que pudiera tener para seguir con su conquista.

En ese mismo momento, un camarero salió de la cocina con un carrito de comida. No pudo evitar suspirar al ver la cantidad, sabiendo que fue su culpa por no haber dicho bien los términos. El mozo dejó los platos en la mesa y miró atentamente a los dos hombres. Eichi parpadeó, sin entender porque no se iba. En eso vio como su mirada apuntaba hacia el desastre que dejó el dragón, por lo que entendió al final: querían que el dragón pagara los daños que ocasionó.

– Tan solo... agregue eso a mi cuenta – le dijo el pelirrojo al mozo. Este le miró, asintió y se marchó por donde vino. Si, en verdad su cartera iba a sufrir con todo lo que tendría que pagar. Eichi se encogió de hombros y miró tranquilamente al hombre que tenía en frente. – Solo por curiosidad, Madara-san. ¿Qué tipo de trabajos comúnmente hace? – preguntó con curiosidad.

– Eichi, dime así simplemente – fue lo primero que dijo el pelirrojo. – Mozo, tráigame una tarta de granadilla por favor... y una botella de refresco de cola – le dijo a uno de los trabajadores del lugar que se encontraba cerca.

El joven príncipe suspiró y se relajó en su asiento. Al parecer ya había pasado lo peor, así que no tenía que preocuparse de nada. Empezó a pensar en lo que dijo el pelinegro, intentado organizar todo lo que aprendió dentro de su mente. No tenía enemigos con ninguna mafia, así que eso quedaba descartado. Lo de mercancías podía ser, pero tampoco era algo tan necesario. Tal vez para cuando se convierta en rey podría verlos. Tampoco le importaba mucho los criminales peligrosos... Oh, no. Mentía con eso. Si había alguien que le interesaba, pero más por la fruta que ostentaba que por su estatus de criminal. Era una fruta curiosa, era una de las que tenía en carpeta para reemplazar esa mierda que tenía como poder. Y si no era para él, entonces podría darle algún uso en su ejercito. Además, por lo que sabía, la criminal al cual le pertenecía ese poder, no era buena gente. Así que no perdería sueño si es que contrataba al dragón para matarla.

– Lo tendré en mente, Madara-san – interrumpió su monólogo mental para responder lo que dijo el pelinegro. No tenía pensado ganar más recompensa por su cabeza. Lo que sucedió fue un incidente aislado que esperaba que no volviera a repetirse. De lo contrario, si volvía a encontrarse con Madara, debería hacer tratos para evitar una cárcel. Eichi no pudo evitar bufar al pensar en eso, sintiendo algo de diversión ante aquella ironía. ¿Cuando verías a un príncipe dentro de una horrible celda? Se viera por donde se viera, aquello era completamente absurdo. No podría volver a verle la cara a sus seres queridos debido a la vergüenza. Suspiró con pesadez y dejó caer su cabeza en señal de derrota, sintiéndose completamente abatido.

– Señor, aquí traigo su pedido – la voz del camarero le sacó de su monólogo interno.

Eichi parpadeó y asintió levemente en su dirección. El mozo hizo una reverencia y se marchó por donde vino. A todo esto... ¿Por qué mierda pidió algo de comer? Su cartera iba a seguir sufriendo gracias a eso... ¿Y acaso le importaba? El pelirrojo chasqueó su lengua y empezó a comer con gusto. A estas alturas, pagar un poco de más era lo mínimo de sus problemas. Interrumpió su degustación para beber un enorme trago del aquel frío refresco.

– Lo de asesinato a criminales peligroso...¿Puede ser cualquiera? ¿Y el precio del contratista de que dependería? – preguntó con curiosidad. Además de ser por beneficio propio, no podía negar que lo hacía para satisfacer sus dudas. Era la primera vez que hablaba con un mercenario, después de todo. Además tenía la sospecha que uno de esos asesinó a su hermano, así que igual sentía algo se curiosidad acerca de como se movían las personas de este tipo.

Entonces, en resumen costaba mas o menos lo mismo que el criminal tuviera de recompensa por su cabeza, de modo que con lo que poseía actualmente no le iba a alcanzar ni por si acaso. Bueno, se valía soñar. Ya haría algo al respecto con esa mujer más adelante. Por algunos instantes se le cruzó por la mente pagarle a Madara para que fuera por Ushio, pero descartó casi de forma inmediata la idea. En primera no sabría como Milena reaccionaría ante eso, y a lo otro... prefería dejar que ellos mismos resolvieran todo entre sí. Además, tenía demasiadas cosas y líos en su vida para preocuparse demasiado por algo que no le incumbía, pero... Eso no quería decir que fuera quedarse a un lado. Una más, si el pelinegro se atrevía a hacerle otra cosa más a la pelirroja... Entonces no habría ni dios quien lo pudiera salvar de su furia, de la pelirroja y de su ejército que tendría más adelante. Si ya la cosa era demasiada seria... entonces el mismo se encargaría de darle caza.

– Entiendo – dijo el pelirrojo luego de que Madara terminó con su explicación.

La siguiente que sucedió... fue algo de lo más bizarro, por no decirlo de otra forma. Una mujer rubia y de ojos azules entró al restaurante en ese instante. Por lo que dijo el Shichibukai, su nombre debía ser Erika. No es como si le importara realmente, de todas formas. Por la forma de hablar del pelinegro, y por como vestía la mujer... Supuso que no era del tipo respetable. El pelirrojo se encogió de hombros ante eso; cada uno elegía su forma de ganarse la vida. ¿Quién era el para juzgar a una mujer por ganar dinero en base a prostitución? Además... lo que hizo a continuación, fue de lo más hilarante. Solo bastó con mirar de frente a Madara para que la mujer huyera como alma en pena.

El joven no pudo evitar que una gota de sudor bajara por su sien. No había pensado en las consecuencias de tener tal físico y tamaño, hasta que vio como la mujer huía del hombre por su... inmensidad. De todas formas, ¿cómo mierda nacían los semigigantes entonces? No podía explicarse eso si la diferencia de tamaños lo hacía casi imposible. Eichi tan solo suspiró y sonrío de forma nerviosa al ver el espectáculo que estaba haciendo el pelinegro, y algo le decía que eso iría a su cuenta también.

– Me es imposible, ya se marchó – señaló el joven a la salida, donde ya no quedaba ni rastro de la rubia. – Esto, Madara-san... ¿Tal vez debiera buscarse mujeres más altas? – sugirió el joven. La verdad era que... no tenía idea de lo que podía decir ahora.

Una expresión algo peculiar se formó en el rostro del pelirrojo cuando escuchó su nuevo apodo, pero no replicó. En parte porque lo veía innecesario, además su cabello era del color de un tomate, así que tampoco podía quejarse mucho. Seguía escuchando al pelinegro, al tiempo que una gota de sudor caía por su sien al oír su analogía. ¿Comer pollo? ¿Enserio, de todas las cosas, lo comparaba con eso? De todas formas, pese a la extraña manera de decirlo, pudo comprender lo que quería decir con todo eso. Eichi se cruzó de hombros y cerró sus ojos por algunos instantes. El amor... Siendo sinceros, el nunca había pensado tanto en ese tema. Particularmente porque no tenía a nadie en que canalizarlo... Vale, mintió cuando pensó en eso. Si había alguien en quien pensar. Admitía que sentía más que atracción por "ella", pero tampoco podía intentar pasar la barrera. Su situación era un poco... Bueno, muy complicada. El mismo lo sabía, puesto que fue el receptor de toda su molestia en contra del otro.

– Pensar en eso no vale la pena – pensó mientras suspiraba un poco.

De todas formas, pudo evitar seguir meditando ese tema cuando el pelinegro intentó revolver su rojiza melena. Y dijo intentar, porque debido a la fuerza del mercenario, terminó cayendo sin compasión al suelo. Un leve quejido de dolor escapó de sus labios al sentir su espalda chocar contra el suelo. No se esperó aquello, por lo que no alcanzó a reaccionar a tiempo. En retrospectiva, tampoco podía culpar a Madara por eso. Claramente iba sin intención de causar daño, pero al parecer ni el mismo podía controlar su propia fuerza. Eichi suspiró se levantó con algo de dificultad. Se limpió el polvo de sus ropas y se volvió a sentar en la silla, como si la escena de antes no hubiera pasado. De todas formas, ya quedaba poca gente dentro del restaurante. La forma de entrar del dragón y como comía, fue lo suficiente para espantar a la mayoría de los comensales.

– El amor es precioso – repitió de forma monótona, para luego soltar un leve bufido. – Pero es demasiado complicado – concluyó mientras cerraba sus ojos y acariciaba su sien. Si tan solo las cosas fuera tan fáciles, probablemente no estaría lamentándose por todo lo que sucedía en su vida en este momento. A lo mejor ya abría cumplido sus metas, o le saldrían todas las cosas bien. Hasta la fecha, lo único bueno que había hecho era... nada. Ni siquiera tenía el poder, control y ganas suficientes para resistir el avance de su otra personalidad. No hacía el más mínimo intento para detenerlo, razón por la cual sus ojos eran de distinto color la mayoría de las veces. La única vez que la que ambos orbes eran rojizos, era cuando Akashi lo decidía. Colocó su mano en el mentón y pegó un pequeño bostezo; pensar en eso le estaba dando sueño.

Eichi asintió lentamente ante lo que dijo, al tiempo que una gota de sudor se volvía a formar en su sien. Optimismo no le faltaba al dragón, y eso era algo digno de admirar. Lastimosamente, a el le quedaban pocas esperanzas con respecto a ese tema. Además de su personalidad que hacía que actuara sin pensar en las consecuencias, no podía negar que una de las razones por las que había decido pelear por el trono, era para escapar de ese tema en particular. Si se convertía en rey, no era necesario que tomara una reina para que gobernara a su lado. El único requisito era que debía producir un heredero antes de los diez años de mandato, pero quitando eso podía hacer lo que quisiera. Diez años era mucho tiempo, después de todo. Tenía todo eso (y algo más) para pasar de eso por completo. No podría evitarlo para siempre, pero algo era algo. Si... era un puto cobarde, al menos en lo que al amor respectaba.

El joven pelirrojo frunció el ceño al escuchar su pregunta y ladeó su cabeza hacia un lado. ¿Desafiar a unos almirantes? Le llamaría loco, de no ser porque sabía de sobra que el pelinegro era capaz de luchar contra uno de esos tipos. De todas formas, no tenía idea de lo fuerte que eran los actuales almirantes. Desde que los tres anteriores fueron reemplazados, que el gobierno mantenía bajo llave la capacidad de esos tres marines misteriosos. Oh, no había duda que eran fuertes, no podía llamarse Almirante si no fuera por eso... ¿Pero hasta que punto podían llegar? Teorizar era imposible teniendo tan pocos datos, por lo que no iba a darle más vueltas al asunto.

Iba a responder su pregunta, pero sucedió algo que no se esperaban. Frunció el ceño mientras suspiraba al ver como el pelinegro se cargaba a un hombre que iba por su puesto. Eso estaba bien... ¿Pero era necesario que se cargara el techo por completo? Eichi volvió a suspirar, se paró de su asiento y se dirigió hasta donde se encontraba el dueño, quién estaba viendo todo con un ceño bien fruncido. El joven pelirrojo se rascó la cabeza y le tendió una bolsa llena de monedas a dueño.

– Esto debería ser lo suficiente para pagar todos los costos... y algo más – dijo el pelirrojo mientras reía nerviosamente. Este le miró y simplemente asintió. Eichi suspiró de alivio y se dirigió hasta donde se encontraba el pelinegro, gritando de forma algo loca. – Si quieres desafiar a un almirante, es tu decisión, Madara-san. Por mi parte, fue un gusto haber hablado con usted – le dijo mientras le tendía la mano, reforzando la extremidad con Busoshoku para que el dragón no se la destruyera por accidente. Esperaría a ver si decía algo más y luego se retiraría de... lo que quedaba del restaurante.