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Hace ya bastante tiempo visite el mar del este, donde las temperaturas eran suaves y la gente apacible. Al menos en su mayor parte. En una ocasión me encontraba en una isla llamada Dawn en la que tuve que para sin más remedio debido a una avería en el barco que iba. Este sufría grandes daños en el motor, sus viejas piezas no aguantaron más. El capitán no tuvo más remedio que atracar en una cala al norte de la isla porque decía que en las condiciones en las que se encontraba el barco no llegaría a la ciudad principal.
Bajé a la playa con un grupo de marineros que se dirigirían a la ciudad para comprar lo necesario para la reparar la embarcación, mientras tanto, yo y Faustino haríamos algo de turismo por el lugar, ver la ciudad y comprar algunas cosas. una vez desembarcados echamos a andar y no tardamos mucho en divisar un pequeño pueblo que debíamos atravesar para ir a la ciudad de Goa. Llegando casi al final del pueblo Faustino se detuvo en seco, le animé a seguir pero no me hacia caso. Le tiraba de las correas pero nada. Encima que no me dejaba montar en él, al menos que caminara, ¿no? Pues no. Me fijé que se quedo mirado en dirección a una de las pequeñas calles que se introducían en el pueblo y sin dar la más mínima señal echo al galope.
-No, otra vez no.- dije en voz baja. -Marchaos, nos veremos en el barco.- dije a los marineros que esperaban y acto seguido empecé a correr tras mi estúpido caballo.
Por donde quiera que pasaba la gente se quedaba mirado perpleja, primero por ver a un caballo pasar a toda prisa y después a un imbécil perseguirle (yo). Se hacía la hora de comer por lo que la falta de fuerzas ya o era lo único que me incitaba a detenerme. No tarde mucho más en detenerme, caer al suelo de rodillas y entre jadeos maldecir a ese maldito caballo. Cuando la falta de aliento no me dejaba quejarme más opte por sentarme a la sombra de alguna casucha para evitar el calor y recomponerme. Cuando ya empecé a ser consciente de que era un completo extraño en aquel pueblo y que las gentes me miraban disimuladamente decidí levarme e ir de nuevo en busca de Faustino. Ese era el plan hasta que justo cuando levante la primera pierna una hermosa voz acompañada de un piano maravilloso desvió mi atención. Proveían del interior del edificio que me proporcionaba sombra y sin pensar en nada más entré para escuchar mejor. Al entrar vi una taberna a rebosar de gente con aires de festejo. Carne y bebida sobre bandejas que portaban los camareros haciendo maestrías para que no se les callera nada. Esquive una par y tropecé con una camarera a la que pedí disculpas sin desviar mi atención del espectáculo principal. Como me encantaba aquella música, como envidiaba a ese hombre por lo bien que tocaba, como me fascinó la voz de aquella chica.
Bajé a la playa con un grupo de marineros que se dirigirían a la ciudad para comprar lo necesario para la reparar la embarcación, mientras tanto, yo y Faustino haríamos algo de turismo por el lugar, ver la ciudad y comprar algunas cosas. una vez desembarcados echamos a andar y no tardamos mucho en divisar un pequeño pueblo que debíamos atravesar para ir a la ciudad de Goa. Llegando casi al final del pueblo Faustino se detuvo en seco, le animé a seguir pero no me hacia caso. Le tiraba de las correas pero nada. Encima que no me dejaba montar en él, al menos que caminara, ¿no? Pues no. Me fijé que se quedo mirado en dirección a una de las pequeñas calles que se introducían en el pueblo y sin dar la más mínima señal echo al galope.
-No, otra vez no.- dije en voz baja. -Marchaos, nos veremos en el barco.- dije a los marineros que esperaban y acto seguido empecé a correr tras mi estúpido caballo.
Por donde quiera que pasaba la gente se quedaba mirado perpleja, primero por ver a un caballo pasar a toda prisa y después a un imbécil perseguirle (yo). Se hacía la hora de comer por lo que la falta de fuerzas ya o era lo único que me incitaba a detenerme. No tarde mucho más en detenerme, caer al suelo de rodillas y entre jadeos maldecir a ese maldito caballo. Cuando la falta de aliento no me dejaba quejarme más opte por sentarme a la sombra de alguna casucha para evitar el calor y recomponerme. Cuando ya empecé a ser consciente de que era un completo extraño en aquel pueblo y que las gentes me miraban disimuladamente decidí levarme e ir de nuevo en busca de Faustino. Ese era el plan hasta que justo cuando levante la primera pierna una hermosa voz acompañada de un piano maravilloso desvió mi atención. Proveían del interior del edificio que me proporcionaba sombra y sin pensar en nada más entré para escuchar mejor. Al entrar vi una taberna a rebosar de gente con aires de festejo. Carne y bebida sobre bandejas que portaban los camareros haciendo maestrías para que no se les callera nada. Esquive una par y tropecé con una camarera a la que pedí disculpas sin desviar mi atención del espectáculo principal. Como me encantaba aquella música, como envidiaba a ese hombre por lo bien que tocaba, como me fascinó la voz de aquella chica.
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