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No hacía ni un día que Annie acababa de llegar a Skellige y ya se había metido en problemas. La albina corría lo más deprisa que podía, tratando de esquivar personas y obstáculos a su paso. ¡Tan solo se había equivocado de bolsillo! De vez en cuando unas monedas nunca vienen mal y, desde su llegada a Skellige había gastado casi todo lo que tenía. Pronto tendría que ir de taberna en taberna buscando algún trabajo que diese una recompensa mísera. Casi siempre eran trabajos complicados en los que se jugaba la vida y, muchas veces, se hacían los tontos al querer pagarle. Con lo fácil que se enfadaba se acababa ganando enemigos por doquier y, lo que menos esperaba era que se equivocase al meter la mano en el bolsillo de un matón.
Lo conocía perfectamente. Este ya le había dado una buena paliza cuando Annie montó un escándalo en "La jarra del mar". Pero no era su culpa, los líos siempre iban hacia ella y lo único que buscaba era librarse de problemas, con lo cual complicaba un poco más las cosas. La última vez que había visto al matón fue hace ocho meses, jamás esperó encontrarlo de nuevo, pero este le tenía cierta tirria, pues el golpe que recibió en la rodilla por parte de la albina lo dejó incapacitado durante semanas. Era un hombre sin escrúpulos, tan grande como ancho, difícil de entender como podría caber por una puerta con tanto músculo. Un cruasán humano, según ella. Vestía ropas negras y raídas y era tan moreno como el chocolate; su cabeza parecía un huevo de lo pelado que estaba.
Annie jadeaba con fuerzas, mirando hacia atrás a cada momento. Aquel hombre era muy resistente, pero estaba segura de que conseguiría darle esquinazo. Solo necesitaba tiempo y... un poco de descanso. Estaba muy agotada, apenas había dormido desde que atracó con el barco. En el cielo sobrevolaba su águila, Ayden, vigilando lo que era capaz de hacerle a su dueña aquel maleante. La arquera se adentró en un callejón, donde perdió de vista durante un momento al matón. Paró a tomar aire, su corazón iba a mil por hora. Podía intentar huir por los tejados, pero no había nada para apoyarse y saltar.
-Piensa... piensa... - murmuró en voz alta, mirando hacia los lados todo el rato y respirando fuertemente.
En aquel callejón abundaba el silencio y la tranquilidad. Demasiada, quizás. Annie caminó lentamente hacia el lado contrario del que vino, pero el matón la encontró con el ceño tan fruncido que parecía que iban a explotarle las venas de la sien. Annie echó a correr de nuevo rumbo a la muchedumbre.
Lo conocía perfectamente. Este ya le había dado una buena paliza cuando Annie montó un escándalo en "La jarra del mar". Pero no era su culpa, los líos siempre iban hacia ella y lo único que buscaba era librarse de problemas, con lo cual complicaba un poco más las cosas. La última vez que había visto al matón fue hace ocho meses, jamás esperó encontrarlo de nuevo, pero este le tenía cierta tirria, pues el golpe que recibió en la rodilla por parte de la albina lo dejó incapacitado durante semanas. Era un hombre sin escrúpulos, tan grande como ancho, difícil de entender como podría caber por una puerta con tanto músculo. Un cruasán humano, según ella. Vestía ropas negras y raídas y era tan moreno como el chocolate; su cabeza parecía un huevo de lo pelado que estaba.
Annie jadeaba con fuerzas, mirando hacia atrás a cada momento. Aquel hombre era muy resistente, pero estaba segura de que conseguiría darle esquinazo. Solo necesitaba tiempo y... un poco de descanso. Estaba muy agotada, apenas había dormido desde que atracó con el barco. En el cielo sobrevolaba su águila, Ayden, vigilando lo que era capaz de hacerle a su dueña aquel maleante. La arquera se adentró en un callejón, donde perdió de vista durante un momento al matón. Paró a tomar aire, su corazón iba a mil por hora. Podía intentar huir por los tejados, pero no había nada para apoyarse y saltar.
-Piensa... piensa... - murmuró en voz alta, mirando hacia los lados todo el rato y respirando fuertemente.
En aquel callejón abundaba el silencio y la tranquilidad. Demasiada, quizás. Annie caminó lentamente hacia el lado contrario del que vino, pero el matón la encontró con el ceño tan fruncido que parecía que iban a explotarle las venas de la sien. Annie echó a correr de nuevo rumbo a la muchedumbre.
Therax Palatiard
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Therax no podía creer lo que escuchaban sus oídos. ¡350.000 Berries por dos minúsculos trozos de carne de res! Estaba claro que hacía falta que alguien regulase el mercado bovino en Skellige, porque los precios que ponían aquellos estafadores a unos animales criados a saber de qué manera en las granjas que rodeaban la muralla de la ciudad eran descaradamente abusivos.
Frustrado ante la absurda cantidad de dificultades que estaba encontrando para comprar algo que Tib, su pequeño lobezno, pudiese llevarse a la boca sin comprometer su situación económica el resto de la semana, se dispuso a reanudar su expedición en busca de un vendedor honrado -aunque parecía que la honradez entre aquellos comerciantes brillaba por su ausencia-.
Tras darle al dueño su opinión -para nada favorable- de cómo gestionaba su negocio, Therax abandonó el local. Los últimos rayos de sol de aquel infructuoso día le golpearon de lleno en el rostro cuando puso un pie fuera del lugar. Ante él se extendía el casco urbano de la única ciudad que se podía encontrar en la isla.
La zona de la ciudad donde se encontraba Therax se caracterizaba por estar compuesta por una gran cantidad de calles de mediano tamaño, que discurrían tortuosamente paralelas unas a otras y se comunicaban entre sí mediante una serie de callejones dispuestos estratégicamente. La panorámica aérea de aquella región de la ciudad bien podía parecerse a una red tejida por un borracho en pleno delirio etílico.
La realidad era que no era la zona más "familiar" de la ciudad; y de los callejones salían constantemente individuos cuya apariencia orientaba con bastante precisión hacia el tipo de actividad con la que se ganaban la vida. Therax contemplaba el constante trasiego de personas desde la puerta de aquella guarida de ladrones cárnicos. A su lado, Tiberth lo miraba desde el suelo, demandando con una mirada ansiosa algo de sustento que calmase su rugiente estómago.
-Aquí nos quieren tomar por tontos, Tib -le dijo al cachorro, que torció un poco la cabeza al escuchar sus palabras-. Vamos a buscar un sitio donde nos traten algo mejor y nos ofrezcan un precio razonable, ¿vale?
Sin esperar ningún tipo de respuesta por parte del animal, Therax reanudó la marcha, girando a la izquierda para continuar por la misma calle que le había llevado hasta allí. Sobre su cabeza, una imponente águila sobrevolaba en círculos la zona, probablemente a la caza de alguna alimañana que se encontrara en alguno de los tejados de las viviendas colindantes. Tib observaba curioso el majestuoso ser que planeaba sobre ellos mientras, por primera vez en mucho tiempo -y no se volvería a repetir hasta dentro de bastante más-, trotaba tan alegre como hambriento junto a Therax.
El joven paseaba absorto en los nombres que reflejaban los ajados carteles de los comercios que se extendían a ambos lados de la calle, tratando de identificar uno que le inspirase suficiente confianza como para entrar y tratar -por fin- de comprar algo de comida cuando, súbitamente, algo o alguien chocó con violencia contra él.
-¡Eh, tú! ¡Ve con más cuidado! -gritó a la encorsetada joven que acababa de emerger del callejón más cercano para ir a impactar directamente contra él.
Frustrado ante la absurda cantidad de dificultades que estaba encontrando para comprar algo que Tib, su pequeño lobezno, pudiese llevarse a la boca sin comprometer su situación económica el resto de la semana, se dispuso a reanudar su expedición en busca de un vendedor honrado -aunque parecía que la honradez entre aquellos comerciantes brillaba por su ausencia-.
Tras darle al dueño su opinión -para nada favorable- de cómo gestionaba su negocio, Therax abandonó el local. Los últimos rayos de sol de aquel infructuoso día le golpearon de lleno en el rostro cuando puso un pie fuera del lugar. Ante él se extendía el casco urbano de la única ciudad que se podía encontrar en la isla.
La zona de la ciudad donde se encontraba Therax se caracterizaba por estar compuesta por una gran cantidad de calles de mediano tamaño, que discurrían tortuosamente paralelas unas a otras y se comunicaban entre sí mediante una serie de callejones dispuestos estratégicamente. La panorámica aérea de aquella región de la ciudad bien podía parecerse a una red tejida por un borracho en pleno delirio etílico.
La realidad era que no era la zona más "familiar" de la ciudad; y de los callejones salían constantemente individuos cuya apariencia orientaba con bastante precisión hacia el tipo de actividad con la que se ganaban la vida. Therax contemplaba el constante trasiego de personas desde la puerta de aquella guarida de ladrones cárnicos. A su lado, Tiberth lo miraba desde el suelo, demandando con una mirada ansiosa algo de sustento que calmase su rugiente estómago.
-Aquí nos quieren tomar por tontos, Tib -le dijo al cachorro, que torció un poco la cabeza al escuchar sus palabras-. Vamos a buscar un sitio donde nos traten algo mejor y nos ofrezcan un precio razonable, ¿vale?
Sin esperar ningún tipo de respuesta por parte del animal, Therax reanudó la marcha, girando a la izquierda para continuar por la misma calle que le había llevado hasta allí. Sobre su cabeza, una imponente águila sobrevolaba en círculos la zona, probablemente a la caza de alguna alimañana que se encontrara en alguno de los tejados de las viviendas colindantes. Tib observaba curioso el majestuoso ser que planeaba sobre ellos mientras, por primera vez en mucho tiempo -y no se volvería a repetir hasta dentro de bastante más-, trotaba tan alegre como hambriento junto a Therax.
El joven paseaba absorto en los nombres que reflejaban los ajados carteles de los comercios que se extendían a ambos lados de la calle, tratando de identificar uno que le inspirase suficiente confianza como para entrar y tratar -por fin- de comprar algo de comida cuando, súbitamente, algo o alguien chocó con violencia contra él.
-¡Eh, tú! ¡Ve con más cuidado! -gritó a la encorsetada joven que acababa de emerger del callejón más cercano para ir a impactar directamente contra él.
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Poco a poco veía con claridad a las personas que transitaban la calle principal. No se detuvo en mirar hacia atrás, sabía que el matón le pisaba los talones y cualquier despiste era el final. Giró tan rápido como pudo, derrapando y arrastrando la mano por el frío cemento. La gente de su alrededor se quedaba mirándola; la verdad es que estaba organizando un espectáculo con la tontería de ser perseguida. Podría cobrarles por mirar, así se ganaría un buen dinero.
Dejando de lado las divagaciones, a la albina se le pasó por la cabeza transformarse, sacar provecho de su akuma aunque esta le asustara. No era la primera vez que la utilizaba para defenderse de algún problema, pero... estaba en Skellige. En su hogar había cierto miedo a los dones de ese estilo y nunca había visto a nadie poseer una fruta. No quería levantar sospechas así que desharía del matón manualmente. Tal y como en los viejos tiempos.
La buena ventaja es que aquel hombre era mudo. Annie conocía bien las malas jugadas de gente importante en los bajos fondos y siempre se aprovechaba de ellas para contarlas a su manera a los niños. Eran muy inocentes y, aparte de hacerles reír y entretener ganaba un poco de dinero. De todas formas, eso no era lo más importante para ella. Al conocer los estropicios siempre acababa todo en problemas y resulta que el matón se había quedado mudo por culpa de una pelea de cuchillos. Annie estuvo presente en aquella pelea, pero solo la vio de reojo, pues a su edad aún no comprendía la mayoría de las cosas. Lo único que recuerda de aquella es sangre, sangre salpicando por todos lados.
Sin querer, desvió su mirada hacia atrás y la voz de un hombre no paraba de gritar que tuviese cuidado. En cuanto se giró y vio al hombre de cabellos dorados acompañado por un lobo intentó frenar, pero fue demasiado tarde. Había empujado al chico un par de metros hacia el suelo y, ella había ido detrás. Se levantó frotando la cabeza y miró al muchacho en el suelo. ¡Ahora seguro que también la perseguiría! De verdad, no se podía ser más torpe o a lo mejor sí, ella siempre iba a estar ahí para ser la excepción.
Se había raspado el hombro y las piernas contra el duro cemento. Acarició las zonas dañadas y se puso en pie, sacudiendo el polvo de su ropa. Miró al chico y le tendió la mano para ayudar a levantarse.
-Perdona... ¿Estás bien?
Lo bueno es que gracias a aquel cúmulo de gente había perdido de vista al matón, pero no podía quedarse allí esperando a que la encontrara. Necesitaba salir de allí lo más rápido posible.
Dejando de lado las divagaciones, a la albina se le pasó por la cabeza transformarse, sacar provecho de su akuma aunque esta le asustara. No era la primera vez que la utilizaba para defenderse de algún problema, pero... estaba en Skellige. En su hogar había cierto miedo a los dones de ese estilo y nunca había visto a nadie poseer una fruta. No quería levantar sospechas así que desharía del matón manualmente. Tal y como en los viejos tiempos.
La buena ventaja es que aquel hombre era mudo. Annie conocía bien las malas jugadas de gente importante en los bajos fondos y siempre se aprovechaba de ellas para contarlas a su manera a los niños. Eran muy inocentes y, aparte de hacerles reír y entretener ganaba un poco de dinero. De todas formas, eso no era lo más importante para ella. Al conocer los estropicios siempre acababa todo en problemas y resulta que el matón se había quedado mudo por culpa de una pelea de cuchillos. Annie estuvo presente en aquella pelea, pero solo la vio de reojo, pues a su edad aún no comprendía la mayoría de las cosas. Lo único que recuerda de aquella es sangre, sangre salpicando por todos lados.
Sin querer, desvió su mirada hacia atrás y la voz de un hombre no paraba de gritar que tuviese cuidado. En cuanto se giró y vio al hombre de cabellos dorados acompañado por un lobo intentó frenar, pero fue demasiado tarde. Había empujado al chico un par de metros hacia el suelo y, ella había ido detrás. Se levantó frotando la cabeza y miró al muchacho en el suelo. ¡Ahora seguro que también la perseguiría! De verdad, no se podía ser más torpe o a lo mejor sí, ella siempre iba a estar ahí para ser la excepción.
Se había raspado el hombro y las piernas contra el duro cemento. Acarició las zonas dañadas y se puso en pie, sacudiendo el polvo de su ropa. Miró al chico y le tendió la mano para ayudar a levantarse.
-Perdona... ¿Estás bien?
Lo bueno es que gracias a aquel cúmulo de gente había perdido de vista al matón, pero no podía quedarse allí esperando a que la encontrara. Necesitaba salir de allí lo más rápido posible.
Therax Palatiard
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La velocidad que llevaba aquella chica en su carrera había sido más que suficiente para que Therax saliese despedido un par de metros hacia atrás, para acabar postrado boca arriba en el suelo. ¿Dónde habría aprendido aquella muchacha a correr de esa manera? Desde el suelo le volvió a llamar la atención -con más intensidad en esta ocasión- la imponente ave, que continuaba trazando círculos perfectos justo sobre el lugar donde se encontraban.
Maldiciendo internamente su suerte una vez más, porque todos los accidentes que acontecían a su alrededor parecían confluir en él, sacudió la cabeza y alzó la vista del suelo para comprobar cómo la joven de piel de porcelana se incorporaba lentamente mientras se frotaba la cabeza.
-Perdona... ¿Estás bien? -le preguntó la chica, algo impaciente, al tiempo que le tendía la mano para ayudarle a levantarse.
Therax le dio la mano y dejó que le ayudara a levantarse, al tiempo que se daba cuenta de que todo en aquella mujer era tan claro como el color de su piel. El joven se dio cuenta de que en las piernas y uno de sus hombros, allí donde la marmórea piel había servido de amortiguador para la violenta caída, un número considerable de magulladuras y raspones amenazaban con comenzar a hacer brotar sangre.
-Oye, si quieres puedo hacer algo con esas heridas. Aún no soy muy bueno, pero... -comenzó mientras señalaba las heridas, al tiempo que Tib las olfateaba disimuladamente con evidente intención de lamerlas en cuanto tuviese ocasión-. Bueno; antes de nada, me llamo Therax -se interrumpió al ser consciente de la falta de educación que suponía ofrecerse a curarle las heridas sin que conociese su identidad.
Sin embargo, la chica parecía no estar prestándole demasiada atención, y mostraba una conducta bastante impaciente y nerviosa.
-¿Te puedo ayudar en algo? -inquirió el joven, al ver la sospechosa actitud de la chica.
Maldiciendo internamente su suerte una vez más, porque todos los accidentes que acontecían a su alrededor parecían confluir en él, sacudió la cabeza y alzó la vista del suelo para comprobar cómo la joven de piel de porcelana se incorporaba lentamente mientras se frotaba la cabeza.
-Perdona... ¿Estás bien? -le preguntó la chica, algo impaciente, al tiempo que le tendía la mano para ayudarle a levantarse.
Therax le dio la mano y dejó que le ayudara a levantarse, al tiempo que se daba cuenta de que todo en aquella mujer era tan claro como el color de su piel. El joven se dio cuenta de que en las piernas y uno de sus hombros, allí donde la marmórea piel había servido de amortiguador para la violenta caída, un número considerable de magulladuras y raspones amenazaban con comenzar a hacer brotar sangre.
-Oye, si quieres puedo hacer algo con esas heridas. Aún no soy muy bueno, pero... -comenzó mientras señalaba las heridas, al tiempo que Tib las olfateaba disimuladamente con evidente intención de lamerlas en cuanto tuviese ocasión-. Bueno; antes de nada, me llamo Therax -se interrumpió al ser consciente de la falta de educación que suponía ofrecerse a curarle las heridas sin que conociese su identidad.
Sin embargo, la chica parecía no estar prestándole demasiada atención, y mostraba una conducta bastante impaciente y nerviosa.
-¿Te puedo ayudar en algo? -inquirió el joven, al ver la sospechosa actitud de la chica.
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El rubio accedió a levantarse cuando agarró la mano de Annie. Ella tiró con fuerza para que se pusiese en pie. La arquera miró una última vez hacia atrás, se empezaba a escuchar jaleo y gruñidos por parte de la multitud. ¡En buena hora se había metido en un lío! El chico se había ofrecido a ayudarla sin conocerla de nada. Algo le decía que no era de por aquí. Conocía bien a los ciudadanos de Skellige, sobre todo en la parte baja, donde los vulgares ladrones y matones dominaban todo.
Los turistas nunca solían visitar esta parte de la ciudad, pues era muy peligrosa y a la mínima podías estar muerto. El hecho de ofrecer ayuda desinteresada era una prueba, pues la gente nunca mostraba caridad a no ser que obtuviesen algún beneficio, de lo contrario, podías estar muriéndote en las embarradas calles que no se dignarían ni a mirarte.
-¡Pues estaría genial! - Exclamó con una sonrisa nerviosa.
Pasó la mano por las heridas, sintiendo el escozor, justo en donde se había hecho la última cicatriz. Así no se le iba a curar nunca. Llevaba ocultándola desde una semana o dos y, cada vez, tenía peor pinta. Pero por suerte nadie se daría cuenta de ella. Mientras la llevase tapada con la venda por debajo del brazo no sería un problema.
-Quizás te ayudo mejor yo a ti. ¡Corre, corre y sígueme!
Ella echó a correr de nuevo, mirando de vez en cuando hacia atrás por si el rubio la seguía. Por lo menos el matón no los perseguía, pero irían una parte más tranquila de la ciudad, en donde nadie corriese peligro. Annie miró hacia arriba, Ayden no paraba de dar vueltas sobre el cielo y cada vez bajó más hasta quedarse a tres cabezas de distancia de su dueña.
-¡No te detengas, ni siquiera mires atrás! - Vociferó con apremio.
Los turistas nunca solían visitar esta parte de la ciudad, pues era muy peligrosa y a la mínima podías estar muerto. El hecho de ofrecer ayuda desinteresada era una prueba, pues la gente nunca mostraba caridad a no ser que obtuviesen algún beneficio, de lo contrario, podías estar muriéndote en las embarradas calles que no se dignarían ni a mirarte.
-¡Pues estaría genial! - Exclamó con una sonrisa nerviosa.
Pasó la mano por las heridas, sintiendo el escozor, justo en donde se había hecho la última cicatriz. Así no se le iba a curar nunca. Llevaba ocultándola desde una semana o dos y, cada vez, tenía peor pinta. Pero por suerte nadie se daría cuenta de ella. Mientras la llevase tapada con la venda por debajo del brazo no sería un problema.
-Quizás te ayudo mejor yo a ti. ¡Corre, corre y sígueme!
Ella echó a correr de nuevo, mirando de vez en cuando hacia atrás por si el rubio la seguía. Por lo menos el matón no los perseguía, pero irían una parte más tranquila de la ciudad, en donde nadie corriese peligro. Annie miró hacia arriba, Ayden no paraba de dar vueltas sobre el cielo y cada vez bajó más hasta quedarse a tres cabezas de distancia de su dueña.
-¡No te detengas, ni siquiera mires atrás! - Vociferó con apremio.
Therax Palatiard
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Therax contempló a la dubitativa chica, que no cesaba de mirar hacia el lugar por el que había aparecido. Entre el gentío que se encontraba a sus espaldas los tonos de las conversaciones iban aumentando. Se percibía un murmullo que poco a poco iba pareciéndose más al ruido que se genera cuando algo inesperado irrumpe en una turba de gente.
El rubio aprovechó aquellos instantes de indecisión de la joven para inclinarse sobre el equipaje que la albina -según parecía al juzgar por su aspecto- le había tirado al suelo tras chocar con él. El muchacho estaba harto del mal plegado trozo de cuero que usaba como macuto, ya que pasaba más tiempo agachándose a recogerlo y preocupado por que no se le perdiera que usándolo.
Mientras la mente del chico andaba perdida entre las mayores nimiedades que se le podían ocurrir, la joven volvió a mirar al frente.
-¡Pues estaría genial! -exclamó con una bonita y nerviosa sonrisa, al tiempo que pasaba la mano por las heridas y esbozaba una casi imperceptible mueca de dolor. Aquellas heridas no eran lo suficientemente graves como para provocar ese gesto, así que probablemente debía tener alguna más oculta-. Quizás te ayudo mejor yo a ti. ¡Corre, corre y sígueme! -añadió rápidamente la pálida mujer, al tiempo que volvía a emprender su veloz huida de a saber qué peligro.
Therax miró a Tib un instante, que seguía embelesado con el vuelo del águila -la cual, por cierto, no había dejado de describir círculos idénticos sobre sus cabezas el tiempo que la chica había estado parada junto a él-. Súbitamente, el ave dejó de dar vueltas y se lanzó en la dirección por la que iba la chica, descendiendo poco a poco hasta situarse algo más cerca del suelo. Tiberth, por su parte, no se lo pensó dos veces y salió corriendo tras aquel torpedo con plumas como si fuera un palo que le acabasen de tirar.
Sin apenas ser consciente de lo surrealista de la situación que allí estaba teniendo lugar, Therax agarró firmemente el asa de su petate y se lo cargó al hombro al tiempo que emprendía la persecución de Tib. La joven corría varios metros por delante de él, con el águila sobrevolando su cabeza y Tib aullando detrás de la última. No había duda, aquella debía ser la mascota de la chica o algo por el estilo.
Tras -por fin- darse cuenta de quién era la que marcaba el camino a seguir, decidió centrar su atención en la pálida guía. Ésta volvía la vista atrás periódicamente para comprobar que la seguía.
-¡No te detengas! ¡Ni siquiera mires atrás! -le gritó.
La chica giró varias veces en esquinas que Therax ni había visto, enfilando en muchas ocasiones callejones semiocultos que mostraban signos de abandono para luego volver a aparecer en calles más amplias y transitadas. Era evidente que aquella muchacha debía ser de por allí, o al menos haber pasado bastante tiempo en la isla, ya que conocía perfectamente todos y cada unos de los recovecos de la zona.
-¿Se puede saber adónde me estás llevando? -preguntó Therax en voz alta con la intención de que la muchacha lo escuchara. Estaba harto de huir del aire.
El rubio aprovechó aquellos instantes de indecisión de la joven para inclinarse sobre el equipaje que la albina -según parecía al juzgar por su aspecto- le había tirado al suelo tras chocar con él. El muchacho estaba harto del mal plegado trozo de cuero que usaba como macuto, ya que pasaba más tiempo agachándose a recogerlo y preocupado por que no se le perdiera que usándolo.
Mientras la mente del chico andaba perdida entre las mayores nimiedades que se le podían ocurrir, la joven volvió a mirar al frente.
-¡Pues estaría genial! -exclamó con una bonita y nerviosa sonrisa, al tiempo que pasaba la mano por las heridas y esbozaba una casi imperceptible mueca de dolor. Aquellas heridas no eran lo suficientemente graves como para provocar ese gesto, así que probablemente debía tener alguna más oculta-. Quizás te ayudo mejor yo a ti. ¡Corre, corre y sígueme! -añadió rápidamente la pálida mujer, al tiempo que volvía a emprender su veloz huida de a saber qué peligro.
Therax miró a Tib un instante, que seguía embelesado con el vuelo del águila -la cual, por cierto, no había dejado de describir círculos idénticos sobre sus cabezas el tiempo que la chica había estado parada junto a él-. Súbitamente, el ave dejó de dar vueltas y se lanzó en la dirección por la que iba la chica, descendiendo poco a poco hasta situarse algo más cerca del suelo. Tiberth, por su parte, no se lo pensó dos veces y salió corriendo tras aquel torpedo con plumas como si fuera un palo que le acabasen de tirar.
Sin apenas ser consciente de lo surrealista de la situación que allí estaba teniendo lugar, Therax agarró firmemente el asa de su petate y se lo cargó al hombro al tiempo que emprendía la persecución de Tib. La joven corría varios metros por delante de él, con el águila sobrevolando su cabeza y Tib aullando detrás de la última. No había duda, aquella debía ser la mascota de la chica o algo por el estilo.
Tras -por fin- darse cuenta de quién era la que marcaba el camino a seguir, decidió centrar su atención en la pálida guía. Ésta volvía la vista atrás periódicamente para comprobar que la seguía.
-¡No te detengas! ¡Ni siquiera mires atrás! -le gritó.
La chica giró varias veces en esquinas que Therax ni había visto, enfilando en muchas ocasiones callejones semiocultos que mostraban signos de abandono para luego volver a aparecer en calles más amplias y transitadas. Era evidente que aquella muchacha debía ser de por allí, o al menos haber pasado bastante tiempo en la isla, ya que conocía perfectamente todos y cada unos de los recovecos de la zona.
-¿Se puede saber adónde me estás llevando? -preguntó Therax en voz alta con la intención de que la muchacha lo escuchara. Estaba harto de huir del aire.
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Los aullidos fueron muy seguidos. Annie giró la cabeza y vio a un perro perseguir a Ayden, el cual seguía volando. Se detuvo y vio como ninguno de los dos animales se detenía. Más atrás venía corriendo el chico con el que se había tropezado. La verdad es que era una escena realmente cómica. Una persecución en línea recta de personas y animales, quien lo viera estaría muy extrañado. Aunque allá por donde iban no paraban de recibir miradas. Paró a coger aire, esperando por el rubio.
-Estoy salvándote la vida - Dijo jadeando - Ya me lo agradecerás.
Tras eso, inició de nuevo su marcha. Ayden se había alzado hacia los cielos, tratando de evitar que el perro lo siguiese persiguiendo, pero parecía ser en vano. Esta vez fue a la altura del chico, aunque ya no tan rápido como antes. Miró una última vez hacia atrás y parecía no haber peligro. Parecían estar en una zona mucho más segura.
Las personas de aquel distrito estaban mucho más arregladas que las encontradas anteriormente. Vestían trajes pomposos y elegantes y, los edificios, estaban dotados de grandes decoraciones. Los colores vivos de las fachadas se alzaban hacia lo más alto. Las estructuras eran verdaderas obras de arte. Había alguna que otra estatua en honor a algún noble y, todo lo demás, eran pequeños jardines con bancos.
Definitivamente estaban en la zona rica de la ciudad, una zona segura. No tenía comparación con el distrito del puerto. Había mucha menos gente y eso mejoraba la visibilidad en la calle. Ayden fue bajando del cielo reduciendo su velocidad hasta posarse en el hombro de Annie con cuidado. Después, miró al extraño ladeando la cabeza de un lado a otro.
-Los extranjeros no suelen adentrarse en las calles del puerto. Es una zona peligrosa. ¿No eres de aquí verdad? No tienes pinta... Si me equivoco, te habré hecho correr bastante como para que me eches una reprimenda - rio.
Estaban en una zona que iba cuesta arriba. Desde el pequeño banco rodeado que había por arbustos se podía observar el mar hasta el infinito. El sol brillaba con fuerza sobre la superficie. Eran unas vistas preciosas. Una ligera brisa fresca movió su cabello. Se cruzó de brazos y se acercó hasta el banco, sentándose de golpe. Estaba bastante cansada.
-Estoy salvándote la vida - Dijo jadeando - Ya me lo agradecerás.
Tras eso, inició de nuevo su marcha. Ayden se había alzado hacia los cielos, tratando de evitar que el perro lo siguiese persiguiendo, pero parecía ser en vano. Esta vez fue a la altura del chico, aunque ya no tan rápido como antes. Miró una última vez hacia atrás y parecía no haber peligro. Parecían estar en una zona mucho más segura.
Las personas de aquel distrito estaban mucho más arregladas que las encontradas anteriormente. Vestían trajes pomposos y elegantes y, los edificios, estaban dotados de grandes decoraciones. Los colores vivos de las fachadas se alzaban hacia lo más alto. Las estructuras eran verdaderas obras de arte. Había alguna que otra estatua en honor a algún noble y, todo lo demás, eran pequeños jardines con bancos.
Definitivamente estaban en la zona rica de la ciudad, una zona segura. No tenía comparación con el distrito del puerto. Había mucha menos gente y eso mejoraba la visibilidad en la calle. Ayden fue bajando del cielo reduciendo su velocidad hasta posarse en el hombro de Annie con cuidado. Después, miró al extraño ladeando la cabeza de un lado a otro.
-Los extranjeros no suelen adentrarse en las calles del puerto. Es una zona peligrosa. ¿No eres de aquí verdad? No tienes pinta... Si me equivoco, te habré hecho correr bastante como para que me eches una reprimenda - rio.
Estaban en una zona que iba cuesta arriba. Desde el pequeño banco rodeado que había por arbustos se podía observar el mar hasta el infinito. El sol brillaba con fuerza sobre la superficie. Eran unas vistas preciosas. Una ligera brisa fresca movió su cabello. Se cruzó de brazos y se acercó hasta el banco, sentándose de golpe. Estaba bastante cansada.
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-Estoy salvándote la vida- dijo la chica jadeando al tiempo que paraba un instante para recuperar aire-. ¡Ya me lo agradecerás!
Sin decir nada más, reinició su veloz estampida hacia ninguna parte. El águila, por su parte, parecía no sentirse muy cómoda con Tib persiguiéndola, así que se elevó y retrasó un poco su posición hasta colocarse más o menos a la altura de Therax. El rubio no prestó atención a los movimientos del ave, ocupado como estaba en no perder de vista a aquella chica mientras cargaba su equipaje.
Tras realizar algunos quiebros más, fueron a parar a la que debía ser la zona acomodada de Skellige. Algunos grupos de personas con sofisticadas indumentarias circulaban por la pulcra calle en la que se encontraban, observando a los intrusos con miradas más extrañadas -si cabía- que las que les habían dirigido durante su huida.
En cuanto el muchacho percibió el cambio de ambiente dejó de correr. El corazón parecía luchar por abandonar el lugar que le correspondía, y la mano en la que cargaba el equipaje pedía clemencia mediante unas lacerantes punzadas en los dedos que habían soportado la mayor parte del peso durante el recorrido.
Tras un par de zancadas más, la joven miró hacia atrás y, al saberse segura, se paró también. El magnífico pájaro planeó hasta el lugar donde se había detenido la chica y se posó suavemente en su hombro, mirando un instante a Therax para después girar la cabeza hacia los lados. Al igual que ocurría con Tib, aquel ave parecía ser más inteligente que la mayoría de los de su especie.
El chico se aproximó caminando a ella mientras el pequeño lobo trotaba nervioso a su lado, esperando a que el águila volviera a alzar el vuelo para salir de nuevo en su persecución.
-Los extranjeros no suelen adentrarse en las calles del puerto- comenzó la pálida muchacha-. Es una zona peligrosa. ¿No eres de aquí verdad? No tienes pinta... Si me equivoco, te habré hecho correr bastante como para que me eches una reprimenda- rió para, acto seguido, dejarse caer sobre unos de los múltiples bancos que abarrotaban la calle.
-No, no soy de por aquí, pero estoy acostumbrado a tratar con el tipo de gente que se encuentra en esos sitios, no te preocupes- contestó al tiempo que señalaba con un dedo los dos sables cuyos extremos asomaban por un lateral del petate-. La reprimenda te la echaré cuando me expliques por qué me has hecho correr de ese modo por media ciudad- prosiguió, mientras depositaba el equipaje junto a la chica y revolvía el contenido del interior en busca de sus utensilios para desinfectar heridas-. Por cierto, sería un detalle que después de casi matarme me dijeses cómo te llamas, ¿no?- inquirió con una media sonrisa, que vino seguida de un gesto de "los encontré" por parte de Therax-. Y ahora... ¿me dejas que te cure eso? Parece que está empezando a sangrar.
Realmente no estaba seguro de si, en la ocasión anterior, la chica había accedido porque de verdad quería que le curase las lesiones o si, por el contrario, había dicho que sí por decir algo cuando lo cierto era que no le estaba prestando atención. De todos modos, el hecho de que tuviese aquella herida oculta significaba que no era muy amiga de las curas o, al menos, de pedir ayuda a gente en la que no confiara. El espadachín aguardó la respuesta mientras analizaba alternativamente al pájaro y a su dueña. La había seguido por decenas de callejones perdidos, pero... ¿podía confiar en ella?
Sin decir nada más, reinició su veloz estampida hacia ninguna parte. El águila, por su parte, parecía no sentirse muy cómoda con Tib persiguiéndola, así que se elevó y retrasó un poco su posición hasta colocarse más o menos a la altura de Therax. El rubio no prestó atención a los movimientos del ave, ocupado como estaba en no perder de vista a aquella chica mientras cargaba su equipaje.
Tras realizar algunos quiebros más, fueron a parar a la que debía ser la zona acomodada de Skellige. Algunos grupos de personas con sofisticadas indumentarias circulaban por la pulcra calle en la que se encontraban, observando a los intrusos con miradas más extrañadas -si cabía- que las que les habían dirigido durante su huida.
En cuanto el muchacho percibió el cambio de ambiente dejó de correr. El corazón parecía luchar por abandonar el lugar que le correspondía, y la mano en la que cargaba el equipaje pedía clemencia mediante unas lacerantes punzadas en los dedos que habían soportado la mayor parte del peso durante el recorrido.
Tras un par de zancadas más, la joven miró hacia atrás y, al saberse segura, se paró también. El magnífico pájaro planeó hasta el lugar donde se había detenido la chica y se posó suavemente en su hombro, mirando un instante a Therax para después girar la cabeza hacia los lados. Al igual que ocurría con Tib, aquel ave parecía ser más inteligente que la mayoría de los de su especie.
El chico se aproximó caminando a ella mientras el pequeño lobo trotaba nervioso a su lado, esperando a que el águila volviera a alzar el vuelo para salir de nuevo en su persecución.
-Los extranjeros no suelen adentrarse en las calles del puerto- comenzó la pálida muchacha-. Es una zona peligrosa. ¿No eres de aquí verdad? No tienes pinta... Si me equivoco, te habré hecho correr bastante como para que me eches una reprimenda- rió para, acto seguido, dejarse caer sobre unos de los múltiples bancos que abarrotaban la calle.
-No, no soy de por aquí, pero estoy acostumbrado a tratar con el tipo de gente que se encuentra en esos sitios, no te preocupes- contestó al tiempo que señalaba con un dedo los dos sables cuyos extremos asomaban por un lateral del petate-. La reprimenda te la echaré cuando me expliques por qué me has hecho correr de ese modo por media ciudad- prosiguió, mientras depositaba el equipaje junto a la chica y revolvía el contenido del interior en busca de sus utensilios para desinfectar heridas-. Por cierto, sería un detalle que después de casi matarme me dijeses cómo te llamas, ¿no?- inquirió con una media sonrisa, que vino seguida de un gesto de "los encontré" por parte de Therax-. Y ahora... ¿me dejas que te cure eso? Parece que está empezando a sangrar.
Realmente no estaba seguro de si, en la ocasión anterior, la chica había accedido porque de verdad quería que le curase las lesiones o si, por el contrario, había dicho que sí por decir algo cuando lo cierto era que no le estaba prestando atención. De todos modos, el hecho de que tuviese aquella herida oculta significaba que no era muy amiga de las curas o, al menos, de pedir ayuda a gente en la que no confiara. El espadachín aguardó la respuesta mientras analizaba alternativamente al pájaro y a su dueña. La había seguido por decenas de callejones perdidos, pero... ¿podía confiar en ella?
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Nunca se equivocaba. Su instinto no solía fallarle con ese tipo de cosas, pero hay que decir que el chico parecía un poco subidito. Encima de que le salvaba la vida le respondía así. No tenía pinta de saber lidiar con asuntos turbios, pero ella no se metería en eso. Ya tuvo suficiente acción por ese día y lo único que necesitaba era descansar un poco. La arquera miró los sables que poseía el chico; buenas armas, pensó. Pero su arco siempre sería la mejor arma del mundo, fabricada a mano por los minotauros de Greenlyn. Era una maravilla.
La brisa movió su cabello y apartó un mechón de la cara. Intentó mover el brazo donde tenía las heridas, pero unos pinchazos la inmovilizaron. Solo tenía fuerzas para mover el brazo en perfecto estado. Ayden, mientras intentaba esquivar al lobo, se posó en lo alto de una columna. Observando con majestuosidad todo a su alrededor. Los ladridos no eran capaz de espantarlo.
-Bueno, un matón me perseguía por asuntos del pasado y si me veían parada con alguien, probablemente cogiesen represalias hacia ti.
El rubio era muy exagerado, pero no le culpaba. Ella también solía ser así con sucesos de ese estilo. Tenían un poco de parecido.
-Me llamo Annie - le respondió con una sonrisa.
La albina se fijó en que empezaba a sangrar, pero esa no era la sangre de la caída. Con la caída se había hecho simplemente unos rasguños sin importancia. Con ayuda del brazo bueno, intentó remangarse hasta dejar una larga venda teñida de color carmesí. Apartar las telas le dolía y se podía apreciar en las muecas que se dibujaban en su rostro.
La sangre había traspasado las vendas que rodeaban el antebrazo y llegó hasta la manga, dejando pequeños manchurrones rojizos. ¿Por qué ahora? Con los arreglos que hacía cada noche no conseguía curarla. Tampoco es que tuviera mucha idea de medicina, pero sabía que había que desinfectar las heridas, aunque probablemente no lo hiciese.
-Esto no tiene que ver con la caída. Es una herida de nada que me hice hace una semana, pero al parecer no se curó bien. Es cuestión de tiempo que se cierre, creo - comentó con una sonrisa nerviosa.
Se mordió el labio inferior, colocando un poco la venda, pero parecía estar pegada a la herida y con solo moverla sentía punzadas. No era una herida pequeña, tenía una longitud de al menos seis centímetros, por culpa de haberse despistado al luchar contra un basilisco. Por suerte Alistar le salvó la vida.
-¿Eres médico? - Inquirió con preocupación -. Porque ya no sé que hacer con ella...
La brisa movió su cabello y apartó un mechón de la cara. Intentó mover el brazo donde tenía las heridas, pero unos pinchazos la inmovilizaron. Solo tenía fuerzas para mover el brazo en perfecto estado. Ayden, mientras intentaba esquivar al lobo, se posó en lo alto de una columna. Observando con majestuosidad todo a su alrededor. Los ladridos no eran capaz de espantarlo.
-Bueno, un matón me perseguía por asuntos del pasado y si me veían parada con alguien, probablemente cogiesen represalias hacia ti.
El rubio era muy exagerado, pero no le culpaba. Ella también solía ser así con sucesos de ese estilo. Tenían un poco de parecido.
-Me llamo Annie - le respondió con una sonrisa.
La albina se fijó en que empezaba a sangrar, pero esa no era la sangre de la caída. Con la caída se había hecho simplemente unos rasguños sin importancia. Con ayuda del brazo bueno, intentó remangarse hasta dejar una larga venda teñida de color carmesí. Apartar las telas le dolía y se podía apreciar en las muecas que se dibujaban en su rostro.
La sangre había traspasado las vendas que rodeaban el antebrazo y llegó hasta la manga, dejando pequeños manchurrones rojizos. ¿Por qué ahora? Con los arreglos que hacía cada noche no conseguía curarla. Tampoco es que tuviera mucha idea de medicina, pero sabía que había que desinfectar las heridas, aunque probablemente no lo hiciese.
-Esto no tiene que ver con la caída. Es una herida de nada que me hice hace una semana, pero al parecer no se curó bien. Es cuestión de tiempo que se cierre, creo - comentó con una sonrisa nerviosa.
Se mordió el labio inferior, colocando un poco la venda, pero parecía estar pegada a la herida y con solo moverla sentía punzadas. No era una herida pequeña, tenía una longitud de al menos seis centímetros, por culpa de haberse despistado al luchar contra un basilisco. Por suerte Alistar le salvó la vida.
-¿Eres médico? - Inquirió con preocupación -. Porque ya no sé que hacer con ella...
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Therax escuchó atentamente la explicación de la albina.
-Bueno, un matón me perseguía por asuntos del pasado y si me veían parada con alguien, probablemente cogiesen represalias hacia ti -dijo la pálida chica tras intentar mover sin mucho éxito el brazo en el que tenía la herida escondida. Los gestos que hacía indicaban que debía dolerle bastante. ¿Qué le habría pasado?
El ave rapaz, por su parte, parecía no tener muchas ganas de aguantar al molesto e insistente lobezno. En una demostración de hastío, alzó el vuelo desde el hombro de la muchacha para ir a parar a lo alto de una de las múltiples columnas que se encontraban cerca del banco, alejándose de su perseguidor.
-Me llamo Annie -dijo sin más, mientras continuaba examinándose el brazo.
Tras remangarse -no sin esfuerzo y múltiples muecas de dolor-, dejó a la vista un tosco vendaje teñido de rojo. Era evidente que estaba demasiado apretado, porque el dolor parecía acentuarse cuando trataba de quitárselo.
-Esto no tiene que ver con la caída. Es una herida de nada que me hice hace una semana, pero al parecer no se curó bien. Es cuestión de tiempo que se cierre, creo -añadió Annie, en algo que el chico interpretó como un poco creíble intento de quitarle importancia-. ¿Eres médico? Porque ya no sé que hacer con ella... -terminó por decir.
Tras asegurarse de que había sacado todo lo necesario para hacer el mejor trabajo posible, se detuvo a observar el vendaje. Como había sospechado anteriormente, el vendaje estaba sometido a demasiada presión, lo que provocaba que en caso de traumatismo o roce fuese contraproducente, facilitando el sangrado de la herida.
Consciente de que intentar quitarlo a tirones solo podía acarrearle un nada delicado golpe por parte de la albina, se dispuso a cortar las vendas por la zona opuesta a la herida con unas pequeñas tijeras que había sacado de su petate.
Después de esto, y si la chica no se negaba, procedería a retirar con cuidado la venda, sabiendo que era posible que en un primer momento le doliese. Acto seguido, usando pequeñas cantidades de agua, limpiaría la sangre seca del interior y los alrededores de la herida y se pararía a contemplarla.
Tras verificar la infección, se decidiría a hacer un segundo lavado, esta vez con un desinfectante. Dicha sustancia provocaría un intenso picor y escozor en la zona durante unos minutos, pero aseguraría que los microorganismos infectantes comenzasen a extinguirse.
En último lugar, taparía la herida con un trozo de tela impregnado con antiséptico para asegurar que no volviese a ser colonizada por otros patógenos; y procedería a fijarlo todo con un vendaje uniforme y firme, pero no excesivamente apretado.
-No soy médico aún, pero estoy aprendiendo... Digamos que me viene de familia -diría al finalizar con una sonrisa si la chica no se resistía a sus cuidados en ningún momento-. Deberías asegurarte de que alguien con unos conocimientos mínimos te cambie esos vendajes todos los días al menos durante una semana... y sobre todo no volver a provocar a la criatura que te hizo eso -recomendaría-. Con la infección no puedo ver si está empezando a cicatrizar y, además, no es buena idea dar puntos en esa herida tal y como está. Cuando pase el cuadro infeccioso, deberías ir a que algún médico te explore y te diga si es aconsejable dar puntos o no.
Acto seguido volvería a empacar sus utensilios y se quedaría esperando por si Annie tenía algo que decirle o necesitaba algo más.
-Bueno, un matón me perseguía por asuntos del pasado y si me veían parada con alguien, probablemente cogiesen represalias hacia ti -dijo la pálida chica tras intentar mover sin mucho éxito el brazo en el que tenía la herida escondida. Los gestos que hacía indicaban que debía dolerle bastante. ¿Qué le habría pasado?
El ave rapaz, por su parte, parecía no tener muchas ganas de aguantar al molesto e insistente lobezno. En una demostración de hastío, alzó el vuelo desde el hombro de la muchacha para ir a parar a lo alto de una de las múltiples columnas que se encontraban cerca del banco, alejándose de su perseguidor.
-Me llamo Annie -dijo sin más, mientras continuaba examinándose el brazo.
Tras remangarse -no sin esfuerzo y múltiples muecas de dolor-, dejó a la vista un tosco vendaje teñido de rojo. Era evidente que estaba demasiado apretado, porque el dolor parecía acentuarse cuando trataba de quitárselo.
-Esto no tiene que ver con la caída. Es una herida de nada que me hice hace una semana, pero al parecer no se curó bien. Es cuestión de tiempo que se cierre, creo -añadió Annie, en algo que el chico interpretó como un poco creíble intento de quitarle importancia-. ¿Eres médico? Porque ya no sé que hacer con ella... -terminó por decir.
Tras asegurarse de que había sacado todo lo necesario para hacer el mejor trabajo posible, se detuvo a observar el vendaje. Como había sospechado anteriormente, el vendaje estaba sometido a demasiada presión, lo que provocaba que en caso de traumatismo o roce fuese contraproducente, facilitando el sangrado de la herida.
Consciente de que intentar quitarlo a tirones solo podía acarrearle un nada delicado golpe por parte de la albina, se dispuso a cortar las vendas por la zona opuesta a la herida con unas pequeñas tijeras que había sacado de su petate.
Después de esto, y si la chica no se negaba, procedería a retirar con cuidado la venda, sabiendo que era posible que en un primer momento le doliese. Acto seguido, usando pequeñas cantidades de agua, limpiaría la sangre seca del interior y los alrededores de la herida y se pararía a contemplarla.
Tras verificar la infección, se decidiría a hacer un segundo lavado, esta vez con un desinfectante. Dicha sustancia provocaría un intenso picor y escozor en la zona durante unos minutos, pero aseguraría que los microorganismos infectantes comenzasen a extinguirse.
En último lugar, taparía la herida con un trozo de tela impregnado con antiséptico para asegurar que no volviese a ser colonizada por otros patógenos; y procedería a fijarlo todo con un vendaje uniforme y firme, pero no excesivamente apretado.
-No soy médico aún, pero estoy aprendiendo... Digamos que me viene de familia -diría al finalizar con una sonrisa si la chica no se resistía a sus cuidados en ningún momento-. Deberías asegurarte de que alguien con unos conocimientos mínimos te cambie esos vendajes todos los días al menos durante una semana... y sobre todo no volver a provocar a la criatura que te hizo eso -recomendaría-. Con la infección no puedo ver si está empezando a cicatrizar y, además, no es buena idea dar puntos en esa herida tal y como está. Cuando pase el cuadro infeccioso, deberías ir a que algún médico te explore y te diga si es aconsejable dar puntos o no.
Acto seguido volvería a empacar sus utensilios y se quedaría esperando por si Annie tenía algo que decirle o necesitaba algo más.
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No todos los días se conocía a una persona buena y agradable y, sobre todo, que ayudase por buena voluntad sin recibir nada a cambio. Annie observó con curiosidad cada uno de los movimientos de Therax. Eran desconocidos para ella, nunca se había adentrado en la rama de la medicina, pero sí conocía cosas sencillas como hacer un torniquete cuando se perdía mucha sangre o la maniobra para reanimar a una persona, todo aprendido desde segundo plano.
Se notaba que el rubio tenía experiencia con la medicina y era cuidadoso con cada uno de los movimientos. En cambio ella... era un desastre. Desde que había abandonado Greenlyn no se molestó en realizar las curas de manera responsable. Simplemente cambiaba la venda a lo bruto y no desinfectaba la herida cada día. Si Alistar la viera... sería muy grande la bronca que le echaría por no ser responsable con una cosa tan importante como esa.
Cada movimiento causaba un poco de dolor y se podía notar las muecas que se dibujaban en su rostro. De vez en cuando se mordía el labio inferior, intentando aguantar el dolor y demostrar que no era nada, pero no era capaz. En momentos como ese se sentía estúpida por no poder ser responsable en el momento adecuado, era capaz de decirse a sí misma mil insultos más.
Exhaló un suspiro mientras miraba hacia otro lado. Giró la cabeza y vio que Therax estaba limpiando la herida. Por un lado, era aliviante al cabo de sentir dolor, pero por otro... el hecho de notar un escozor recorrer el brazo le exasperaba. Annie escuchó atentamente todos y cada uno de los consejos del chico. Asintió en cuanto terminó y luego miró la herida, parecía estar un poco mejor por el aspecto aunque seguía estando mal.
-La criatura está muerta - Rio ante el comentario -. Supongo que encontraré algún médico de confianza por aquí. Será por médicos...
Pasó el dedo por encima del nuevo vendaje, limpio y suave. Estaba mucho más cómoda que cuando llevaba las otras vendas, ahora tenía un poco más de movilidad en el brazo. Movió el hombro de arriba abajo y contrajo el brazo un par de veces. Sentía pinchazos, pero al menos no tenía el dolor incesante de antes. Con el brazo sano volvió a bajar la manda de la camisa.
-No suelo decir estas cosas, pero... - Estuvo unos segundos en silencio mirándolo -. Gracias. Ha sido un trato justo. Yo te he salvado antes y tu me has curado, ¿no crees? - Sonrió. Se acomodó en el asiento, pasando una pierna sobre la otra y mirando al horizonte -. ¿Qué te ha traído aquí? ¿Vas a estar mucho por Skellige? - Inquirió.
Se notaba que el rubio tenía experiencia con la medicina y era cuidadoso con cada uno de los movimientos. En cambio ella... era un desastre. Desde que había abandonado Greenlyn no se molestó en realizar las curas de manera responsable. Simplemente cambiaba la venda a lo bruto y no desinfectaba la herida cada día. Si Alistar la viera... sería muy grande la bronca que le echaría por no ser responsable con una cosa tan importante como esa.
Cada movimiento causaba un poco de dolor y se podía notar las muecas que se dibujaban en su rostro. De vez en cuando se mordía el labio inferior, intentando aguantar el dolor y demostrar que no era nada, pero no era capaz. En momentos como ese se sentía estúpida por no poder ser responsable en el momento adecuado, era capaz de decirse a sí misma mil insultos más.
Exhaló un suspiro mientras miraba hacia otro lado. Giró la cabeza y vio que Therax estaba limpiando la herida. Por un lado, era aliviante al cabo de sentir dolor, pero por otro... el hecho de notar un escozor recorrer el brazo le exasperaba. Annie escuchó atentamente todos y cada uno de los consejos del chico. Asintió en cuanto terminó y luego miró la herida, parecía estar un poco mejor por el aspecto aunque seguía estando mal.
-La criatura está muerta - Rio ante el comentario -. Supongo que encontraré algún médico de confianza por aquí. Será por médicos...
Pasó el dedo por encima del nuevo vendaje, limpio y suave. Estaba mucho más cómoda que cuando llevaba las otras vendas, ahora tenía un poco más de movilidad en el brazo. Movió el hombro de arriba abajo y contrajo el brazo un par de veces. Sentía pinchazos, pero al menos no tenía el dolor incesante de antes. Con el brazo sano volvió a bajar la manda de la camisa.
-No suelo decir estas cosas, pero... - Estuvo unos segundos en silencio mirándolo -. Gracias. Ha sido un trato justo. Yo te he salvado antes y tu me has curado, ¿no crees? - Sonrió. Se acomodó en el asiento, pasando una pierna sobre la otra y mirando al horizonte -. ¿Qué te ha traído aquí? ¿Vas a estar mucho por Skellige? - Inquirió.
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Therax no sabía cómo andaría de efectivo Annie, pero los médicos que pudiera encontrar en aquella zona de Skellige con toda seguridad demandarían un pago por sus servicios, y probablemente no serían precisamente baratos. Por otro lado, dudaba mucho que los sanitarios establecidos en el área de la que habían salido huyendo se pudiesen calificar como "de confianza". Suponiendo que la chica tendría ya a alguien en mente -ya que resultaba más que obvio que era perfectamente capaz de cuidarse por sí sola-, decidió no hacer ningún comentario al respecto y se centró en lo que había dicho antes de eso.
-¿Muerta?... Vaya... Debes manejarte bastante bien con ese arco para acabar con una bestia así... Viendo el tamaño de la herida y cómo se ha complicado, está claro que lo que sea que te la hizo no era un gatito enfadado -comentó el rubio, para acabar soltando una breve carcajada.
Observó a la muchacha mientras probaba su nuevo vendaje: parecía satisfecha. Desde luego, él lo estaba. Era cierto que tenía bastantes conocimientos teóricos en cuanto a los diferentes males que pueden amenazar la vida, pero la falta de trabajo de campo era absoluta más allá de los cuidados básicos que cualquiera podría realizar, y de saber cómo funciona una enfermedad a reconocerla a simple vista y tratarla hay un abismo. No obstante, consideraba que en esta ocasión había hecho un buen trabajo.
La pregunta que la albina realizó a continuación le pilló un poco por sorpresa. Hasta ese momento la había notado bastante reacia a revelar información privada, aunque quizás fuesen imaginaciones suyas. Realmente, la cuestión que le había hecho era algo a lo que el propio espadachín no tenía respuesta.
Después de la muerte de Joy, no se había planteado en serio cuál debía ser el siguiente paso. Tenía una serie de metas a largo plazo en mente, como descubrir la historia completa de los habitantes de su pequeña isla natal. Por desgracia, no tenía muy claro dónde ni cómo empezar.
Por otro lado, tras los trágicos sucesos que le habían obligado abandonar precipitadamente su hogar, había decidido posicionarse en el lado de la balanza contrario a la Marina y enrolarse en alguna tripulación pirata -si encontraba alguna que le aceptase y, lo más importante, que le convenciese-, pero hasta el momento tampoco había dado ningún paso en esa dirección.
En su lugar, se había dedicado a peregrinar por diferentes islas del South Blue junto a Tib, movido más por instinto que por algún motivo racional. Definitivamente, ya era hora de decidir su camino.
-No hay nada que agradecer. A fin de cuentas, como tú misma lo has dicho, estamos en paz -dijo con una sonrisa-. Pues, siéndote sincero, no hay nada en particular que me haya traído hasta aquí. Llevo un tiempo... ¿vagabundeando? por varias islas del South, aunque tu pregunta me ha hecho darme cuenta de que no puedo seguir así eternamente -añadió-. La verdad es que no tengo pensado cuánto tiempo voy a quedarme... Seguramente estaré por aquí unas semanas. Necesito reponer el botiquín y no es fácil encontrar gente dispuesta a no estafarte. Tras eso, creo que cogeré un barco rumbo a Domica y a partir de ahí veré cómo encarrilo mi vida -comentó para concluir con sus pensamientos al tiempo que se dejaba caer pesadamente en el banco-. ¿Y qué es de ti? ¿Qué haces además de matar seres potencialmente letales? -preguntó volviendo a sonreír. Hacía tiempo que no encontraba a nadie que le causara simpatía... Casi había olvidado lo agradable que era.
-¿Muerta?... Vaya... Debes manejarte bastante bien con ese arco para acabar con una bestia así... Viendo el tamaño de la herida y cómo se ha complicado, está claro que lo que sea que te la hizo no era un gatito enfadado -comentó el rubio, para acabar soltando una breve carcajada.
Observó a la muchacha mientras probaba su nuevo vendaje: parecía satisfecha. Desde luego, él lo estaba. Era cierto que tenía bastantes conocimientos teóricos en cuanto a los diferentes males que pueden amenazar la vida, pero la falta de trabajo de campo era absoluta más allá de los cuidados básicos que cualquiera podría realizar, y de saber cómo funciona una enfermedad a reconocerla a simple vista y tratarla hay un abismo. No obstante, consideraba que en esta ocasión había hecho un buen trabajo.
La pregunta que la albina realizó a continuación le pilló un poco por sorpresa. Hasta ese momento la había notado bastante reacia a revelar información privada, aunque quizás fuesen imaginaciones suyas. Realmente, la cuestión que le había hecho era algo a lo que el propio espadachín no tenía respuesta.
Después de la muerte de Joy, no se había planteado en serio cuál debía ser el siguiente paso. Tenía una serie de metas a largo plazo en mente, como descubrir la historia completa de los habitantes de su pequeña isla natal. Por desgracia, no tenía muy claro dónde ni cómo empezar.
Por otro lado, tras los trágicos sucesos que le habían obligado abandonar precipitadamente su hogar, había decidido posicionarse en el lado de la balanza contrario a la Marina y enrolarse en alguna tripulación pirata -si encontraba alguna que le aceptase y, lo más importante, que le convenciese-, pero hasta el momento tampoco había dado ningún paso en esa dirección.
En su lugar, se había dedicado a peregrinar por diferentes islas del South Blue junto a Tib, movido más por instinto que por algún motivo racional. Definitivamente, ya era hora de decidir su camino.
-No hay nada que agradecer. A fin de cuentas, como tú misma lo has dicho, estamos en paz -dijo con una sonrisa-. Pues, siéndote sincero, no hay nada en particular que me haya traído hasta aquí. Llevo un tiempo... ¿vagabundeando? por varias islas del South, aunque tu pregunta me ha hecho darme cuenta de que no puedo seguir así eternamente -añadió-. La verdad es que no tengo pensado cuánto tiempo voy a quedarme... Seguramente estaré por aquí unas semanas. Necesito reponer el botiquín y no es fácil encontrar gente dispuesta a no estafarte. Tras eso, creo que cogeré un barco rumbo a Domica y a partir de ahí veré cómo encarrilo mi vida -comentó para concluir con sus pensamientos al tiempo que se dejaba caer pesadamente en el banco-. ¿Y qué es de ti? ¿Qué haces además de matar seres potencialmente letales? -preguntó volviendo a sonreír. Hacía tiempo que no encontraba a nadie que le causara simpatía... Casi había olvidado lo agradable que era.
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Si contara toda la historia de verdad, probablemente arruinase aquel momento tan épico. Cierto era que ella se había enfrentado a una bestia mortífera, pero lo único que consiguió con su arco fue dejarla ciega para que su compañero le rebanara la cabeza. No todos los días alguien se enfrentaba a monstruos y, anécdotas como esas le servían para ganarse el pan de cada día, sobre todo con los niños, capaces de creer en todo.
Al parecer, Therax también vagabundeaba por el mundo con Annie. Ella lo comprendía con cada palabra que escapa de su boca. Aquello le hizo pensar. Vagar por el mundo sin un rumbo fijo no era un modo de vida, ella no tenía ninguna meta importante, ninguna meta que la llevara a la cumbre o le hiciera sobresalir ante los demás. Simplemente buscaba la libertad, vivir su vida como ella quería sin tener que depender de amos. Lo bueno de ser adulta es que ya no tenía que ser la sierva de nadie.
Haciendo recuento, había recorrido muchas islas hasta ahora. Quién lo diría, si alguna de las tutoras del orfanato la viese se sentirían muy orgullosa de ella. Tanto por mejorar como por todo lo que ha aprendido. Lástima que el orfanato de Skellige hubiera cerrado, no le importaría ir a hacerles una visita, pero no tenía ni idea de ellas en verdad. Era como si se hubieran esfumado en el aire, como si un soplo de viento las moviese.
Annie asintió con la cabeza al escuchar lo que haría Therax después de salir de aquí. Era un buen plan. Ella se cruzó de brazos y lo miró, pensando qué responder a su pregunta. No tenía ni idea de qué hacer, el tiempo se lo acabaría diciendo.
-Pues... no hago nada. Simplemente me limito a sobrevivir a diario y, de vez en cuando, busco trabajo en alguna taberna. Ni te imaginas la cantidad de problemas que tienen algunos y lo bien que pagan. Otras veces, tan solo me dedico a contar historias a los niños pequeños. Es entretenido ver sus caras de alegría entre tanta pobreza. Es reconfortante.
Annie se puso de pie, colocando su arco.
-Ha sido muy agradable charlar contigo, pero es hora de que nuestros caminos se separen. Espero volver a verte pronto y si alguna vez necesitas mi ayuda, me encontrarás fácilmente por aquí - Esbozó una sonrisa -. ¡Buena suerte en tu travesía!
Al parecer, Therax también vagabundeaba por el mundo con Annie. Ella lo comprendía con cada palabra que escapa de su boca. Aquello le hizo pensar. Vagar por el mundo sin un rumbo fijo no era un modo de vida, ella no tenía ninguna meta importante, ninguna meta que la llevara a la cumbre o le hiciera sobresalir ante los demás. Simplemente buscaba la libertad, vivir su vida como ella quería sin tener que depender de amos. Lo bueno de ser adulta es que ya no tenía que ser la sierva de nadie.
Haciendo recuento, había recorrido muchas islas hasta ahora. Quién lo diría, si alguna de las tutoras del orfanato la viese se sentirían muy orgullosa de ella. Tanto por mejorar como por todo lo que ha aprendido. Lástima que el orfanato de Skellige hubiera cerrado, no le importaría ir a hacerles una visita, pero no tenía ni idea de ellas en verdad. Era como si se hubieran esfumado en el aire, como si un soplo de viento las moviese.
Annie asintió con la cabeza al escuchar lo que haría Therax después de salir de aquí. Era un buen plan. Ella se cruzó de brazos y lo miró, pensando qué responder a su pregunta. No tenía ni idea de qué hacer, el tiempo se lo acabaría diciendo.
-Pues... no hago nada. Simplemente me limito a sobrevivir a diario y, de vez en cuando, busco trabajo en alguna taberna. Ni te imaginas la cantidad de problemas que tienen algunos y lo bien que pagan. Otras veces, tan solo me dedico a contar historias a los niños pequeños. Es entretenido ver sus caras de alegría entre tanta pobreza. Es reconfortante.
Annie se puso de pie, colocando su arco.
-Ha sido muy agradable charlar contigo, pero es hora de que nuestros caminos se separen. Espero volver a verte pronto y si alguna vez necesitas mi ayuda, me encontrarás fácilmente por aquí - Esbozó una sonrisa -. ¡Buena suerte en tu travesía!
Therax Palatiard
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«Vaya, alguien más como yo», pensó Therax cuando la albina le contó cómo vivía. Hasta ese momento había pensado que no eran muchos los que, como él, vagaban por el mundo sin rumbo fijo tratando de encontrar un objetivo o una meta que alcanzar. En cierto modo, era reconfortante saber que no era el único.
Aprovechando que se había sentado, Tib se subió a su regazo y se acurrucó, aparentemente cansado de intentar inútilmente dar caza al águila que viajaba con Annie. Aquel animal continuaba suscitando un gran interés en el rubio. Ya de por sí era raro que un animal de esas características viajase junto a un ser humano, pero más extraño aún era la atención con la que el ave había vigilado y seguido a la pálida chica desde las alturas. ¿Habría intervenido si el tipo que la perseguía la hubiera alcanzado? Por un momento deseó que el resultado de la huida hubiese sido otro para satisfacer su curiosidad, pero en seguida borró esa idea de su mente.
Escuchando la manera en que se ganaba la vida, se preguntó cómo alguien que se dedicaba a atender en tabernas y contar cuentos infantiles podía tener semejante herida, manejar un arco y tener un ave rapaz como compañera. A la intriga que le suscitaba este cúmulo de factores se sumaba el hecho de que, en el momento de conocerse, estaba siendo perseguida por alguien que no pretendía contratarla como canguro precisamente. No había duda de que aquella chica ocultaba algo y, si su opinión valía de algo, lo hacía de un modo bastante mejorable.
Le hubiera encantado indagar más sobre el origen de la herida, más que nada por saber a qué se enfrentaba en caso de volver a ver otra parecida. Desde el punto de vista médico, no era lo mismo haber visto algo similar antes que saber qué lo causó, pero no tuvo tiempo de intentar sacarle más información. Colocándose el arco en una posición cómoda, se levantó y, tras despedirse de él y desearle suerte, se alejó del lugar.
-¡Nos vemos pronto! -gritó Therax a modo de despedida mientras se marchaba. No lo decía como la típica frase hecha que suele acudir a la mente a la hora de decirle adiós a alguien. No. Realmente le gustaría volver a verla para saber qué clase de persona era y si verdaderamente se encontraba tan perdida como lo estaba él en esos momentos. Además, no pensaba dejar que desapareciese para siempre sin contarle cómo demonios se había hecho esa herida.
Con Tib dormido en el regazo, la contempló alejarse hasta que dejó de verla. Le daba pena despertar al cachorro, así que decidió quedarse allí sentado viendo pasar a la gente hasta que volviese del mundo de los sueños. El pequeño no solía dormir más de una hora cuando se echaba una siesta de ese tipo y, una vez se hubiese espabilado, el espadachín reanudaría la búsqueda de un comerciante sin vocación de estafador.
Aprovechando que se había sentado, Tib se subió a su regazo y se acurrucó, aparentemente cansado de intentar inútilmente dar caza al águila que viajaba con Annie. Aquel animal continuaba suscitando un gran interés en el rubio. Ya de por sí era raro que un animal de esas características viajase junto a un ser humano, pero más extraño aún era la atención con la que el ave había vigilado y seguido a la pálida chica desde las alturas. ¿Habría intervenido si el tipo que la perseguía la hubiera alcanzado? Por un momento deseó que el resultado de la huida hubiese sido otro para satisfacer su curiosidad, pero en seguida borró esa idea de su mente.
Escuchando la manera en que se ganaba la vida, se preguntó cómo alguien que se dedicaba a atender en tabernas y contar cuentos infantiles podía tener semejante herida, manejar un arco y tener un ave rapaz como compañera. A la intriga que le suscitaba este cúmulo de factores se sumaba el hecho de que, en el momento de conocerse, estaba siendo perseguida por alguien que no pretendía contratarla como canguro precisamente. No había duda de que aquella chica ocultaba algo y, si su opinión valía de algo, lo hacía de un modo bastante mejorable.
Le hubiera encantado indagar más sobre el origen de la herida, más que nada por saber a qué se enfrentaba en caso de volver a ver otra parecida. Desde el punto de vista médico, no era lo mismo haber visto algo similar antes que saber qué lo causó, pero no tuvo tiempo de intentar sacarle más información. Colocándose el arco en una posición cómoda, se levantó y, tras despedirse de él y desearle suerte, se alejó del lugar.
-¡Nos vemos pronto! -gritó Therax a modo de despedida mientras se marchaba. No lo decía como la típica frase hecha que suele acudir a la mente a la hora de decirle adiós a alguien. No. Realmente le gustaría volver a verla para saber qué clase de persona era y si verdaderamente se encontraba tan perdida como lo estaba él en esos momentos. Además, no pensaba dejar que desapareciese para siempre sin contarle cómo demonios se había hecho esa herida.
Con Tib dormido en el regazo, la contempló alejarse hasta que dejó de verla. Le daba pena despertar al cachorro, así que decidió quedarse allí sentado viendo pasar a la gente hasta que volviese del mundo de los sueños. El pequeño no solía dormir más de una hora cuando se echaba una siesta de ese tipo y, una vez se hubiese espabilado, el espadachín reanudaría la búsqueda de un comerciante sin vocación de estafador.
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