Marc Kiedis
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Marc se encontraba, cómo no, comiendo. Estaba en una taberna de un pequeño pueblo. El sitio no era ningún espectáculo, pero la comida no estaba nada mal. Lo regentaba Martha, una mujer mayor, ya con el rostro surcado de arrugas y el cabello encanecido, con la ayuda de sus dos hijas. Éstas se llamaban Daphne y Christine, y eran dos hermosas jóvenes de 19 y 17 años. Ambas eran morenas, de pelo liso y largo, y tenían unos ojos verdes y grandes, de esos que al mirarlos te atrapan como la luz a una polilla. A pesar de ser más joven, Christine era más alta, aunque ninguna de las dos llegaba a medir un tercio de lo que medía Marc.
A pesar de su tamaño, que a primera vista podía asustar, la simpatía natural del grandullón enseguida hizo que la señora y las dos chicas perdieran el miedo y se mostraran alegres y amables con él. Le contaron que en aquel pueblo no había demasiada gente, y tampoco venían muchos viajeros normalmente, con lo que el negocio les proporcionaba lo justo para llevar una vida sencilla. Sin embargo, eran felices. En aquel pueblo, todo el mundo se conocía, y el ambiente era casi familiar. Nunca había problemas, la vida era tranquila y, aunque humilde, nadie tenía ninguna queja. Él les habló sobre su vida en el Nuevo Baratie, y sobre cómo al escuchar día tras día las historias que muchos clientes contaban sobre sus aventuras, fue naciendo en él un deseo de ver mundo, y de vivir sus propias aventuras, por lo que decidió salir al mar y comenzar su viaje. La verdad era que estaba siendo un día muy agradable.
En ese momento, un hombre entró a la taberna. Era grande, para un humano, claro. Mediría unos 2 metros. Sus hombros eran anchos, y sus brazos, grandes y musculosos. Su pelo, castaño, caía en una melena por su espalda. Iba vestido con un pantalón blanco, y una camiseta negra sin mangas, que permitía intuir sus prominentes músculos. Sobre el hombro izquierdo, llevaba arrugada una chaqueta de la Marina y, atada al cinturón, un enorme hacha de dos filos. Con voz atronadora, se dirigió a Martha y a sus hijas, diciendo:
- ¡Traedme una jarra de cerveza! ¡Rápido!
Obedientes, obedecieron al instante, y Daphne le llevó velozmente una jarra del tamaño más grande que tenían. El hombre se la bebió de un solo trago y pidió otra más. Esta vez, cuando la joven se la llevó, el hombre le dio un cachete en el trasero, y dijo que una chica tan guapa no podía quedarse en aquel pueblo de mala muerte pudriéndose, cuando podría ser la concubina de alguien importante como él. Daphne se negó educadamente, diciéndole que ella era feliz allí, con su madre y su hermana, a lo que el hombre respondió:
- ¿Sabes quién soy? Soy el Sargento Aerys Almax, ¡a mí no se me rechaza!
Dicho esto, se levantó bruscamente de la silla, y gritó a Daphne que iría con él quisiera o no, que era una orden de un oficial del Gobierno Mundial y que, si no hacía caso, sería detenida. La chica, asustada, se echó a llorar y corrió hacia la barra, donde se encontraban su madre y su hermana. Marc, viendo que la situación iba a acabar mal, se levantó también, colocando su enorme corpachón entre el marine y las pobres chicas. Enfadado, el militar le ordenó que se apartara si no quería ser detenido por obstrucción a la autoridad. Entonces, el grandullón le contestó:
- No me importa. Soy un pirata así que me da igual que me des una orden. Además, no pienso dejar que hagas daño a nadie. Estas tres mujeres han sido muy amables conmigo y no merecen que las trates así.
- Con que esas tenemos, ¿eh? – dijo el marine. - ¡Entonces moriras, pirata!
Y, dicho esto, se lanzó hacia Marc mientras desenvainaba el hacha. El grandullón, preocupado por destrozar la taberna si se peleaba allí dentro con el marine, sacó su espadón para bloquear el golpe de su rival y, con la otra mano, creó un anillo de queso alrededor de su oponente, dejando sus brazos inmovilizados. Una vez hecho esto, lo sacó del local. El sargento luchaba por romper la capa de queso, pero le costó bastante. En ese tiempo, Marc había salido también de la taberna, tras decir a las amables y asustadas dueñas que cerraran con llave, que él se ocuparía.
Una vez el marine se hubo liberado de la prisión láctea, atacó con el hacha en alto al enorme pirata, que volvió a interceptarlo con su espadón. El sargento era fuerte, pero no lo suficiente para vencer a un semigigante como Marc, cuya fuerza física superaba en mucho a la de un humano. Tras detener un par de ataques más de su adversario, el grandullón utilizó su ámbito para que su arma se rodeara de llamas, y comenzó a atacar. Sus golpes eran muy duros, y el marine estaba teniendo bastantes problemas para bloquearlos, viéndose obligado a retroceder y con los brazos cada vez más cansados y doloridos. Finalmente, tras dos minutos de golpes continuos, el sargento cedió y su hacha cayó al suelo al intentar bloquear un espadazo descendente del pirata. Intentó atacarle con un puñetazo, pero Marc lo bloqueó con su espada y, acto seguido, atacó con un mandoble tan poderoso que partió al hombre por la mitad, matándolo en el acto.
Marc, que no pretendía matarlo, se quedó petrificado. Nunca había quitado la vida a nadie, aunque desde luego aquel tipo se lo marecía, pero eso no lo hacía menos duro. Visiblemente afectado, se dirigió de nuevo a la taberna, llamó a la puerta y dijo que era él, y que ya no tendrían que preocuparse porque aquel marine volviese a molestarlas. Sin embargo, nadie abrió. Probablemente habrían visto por alguna ventana el combate y, tras saber que Marc era un pirata y ver cómo había acabado con el sargento, estarían demasiado asustadas. Así que el pobre pirata se marchó, desolado tras haber matado por primera vez. Necesitaba un tiempo para asumirlo.
A pesar de su tamaño, que a primera vista podía asustar, la simpatía natural del grandullón enseguida hizo que la señora y las dos chicas perdieran el miedo y se mostraran alegres y amables con él. Le contaron que en aquel pueblo no había demasiada gente, y tampoco venían muchos viajeros normalmente, con lo que el negocio les proporcionaba lo justo para llevar una vida sencilla. Sin embargo, eran felices. En aquel pueblo, todo el mundo se conocía, y el ambiente era casi familiar. Nunca había problemas, la vida era tranquila y, aunque humilde, nadie tenía ninguna queja. Él les habló sobre su vida en el Nuevo Baratie, y sobre cómo al escuchar día tras día las historias que muchos clientes contaban sobre sus aventuras, fue naciendo en él un deseo de ver mundo, y de vivir sus propias aventuras, por lo que decidió salir al mar y comenzar su viaje. La verdad era que estaba siendo un día muy agradable.
En ese momento, un hombre entró a la taberna. Era grande, para un humano, claro. Mediría unos 2 metros. Sus hombros eran anchos, y sus brazos, grandes y musculosos. Su pelo, castaño, caía en una melena por su espalda. Iba vestido con un pantalón blanco, y una camiseta negra sin mangas, que permitía intuir sus prominentes músculos. Sobre el hombro izquierdo, llevaba arrugada una chaqueta de la Marina y, atada al cinturón, un enorme hacha de dos filos. Con voz atronadora, se dirigió a Martha y a sus hijas, diciendo:
- ¡Traedme una jarra de cerveza! ¡Rápido!
Obedientes, obedecieron al instante, y Daphne le llevó velozmente una jarra del tamaño más grande que tenían. El hombre se la bebió de un solo trago y pidió otra más. Esta vez, cuando la joven se la llevó, el hombre le dio un cachete en el trasero, y dijo que una chica tan guapa no podía quedarse en aquel pueblo de mala muerte pudriéndose, cuando podría ser la concubina de alguien importante como él. Daphne se negó educadamente, diciéndole que ella era feliz allí, con su madre y su hermana, a lo que el hombre respondió:
- ¿Sabes quién soy? Soy el Sargento Aerys Almax, ¡a mí no se me rechaza!
Dicho esto, se levantó bruscamente de la silla, y gritó a Daphne que iría con él quisiera o no, que era una orden de un oficial del Gobierno Mundial y que, si no hacía caso, sería detenida. La chica, asustada, se echó a llorar y corrió hacia la barra, donde se encontraban su madre y su hermana. Marc, viendo que la situación iba a acabar mal, se levantó también, colocando su enorme corpachón entre el marine y las pobres chicas. Enfadado, el militar le ordenó que se apartara si no quería ser detenido por obstrucción a la autoridad. Entonces, el grandullón le contestó:
- No me importa. Soy un pirata así que me da igual que me des una orden. Además, no pienso dejar que hagas daño a nadie. Estas tres mujeres han sido muy amables conmigo y no merecen que las trates así.
- Con que esas tenemos, ¿eh? – dijo el marine. - ¡Entonces moriras, pirata!
Y, dicho esto, se lanzó hacia Marc mientras desenvainaba el hacha. El grandullón, preocupado por destrozar la taberna si se peleaba allí dentro con el marine, sacó su espadón para bloquear el golpe de su rival y, con la otra mano, creó un anillo de queso alrededor de su oponente, dejando sus brazos inmovilizados. Una vez hecho esto, lo sacó del local. El sargento luchaba por romper la capa de queso, pero le costó bastante. En ese tiempo, Marc había salido también de la taberna, tras decir a las amables y asustadas dueñas que cerraran con llave, que él se ocuparía.
Una vez el marine se hubo liberado de la prisión láctea, atacó con el hacha en alto al enorme pirata, que volvió a interceptarlo con su espadón. El sargento era fuerte, pero no lo suficiente para vencer a un semigigante como Marc, cuya fuerza física superaba en mucho a la de un humano. Tras detener un par de ataques más de su adversario, el grandullón utilizó su ámbito para que su arma se rodeara de llamas, y comenzó a atacar. Sus golpes eran muy duros, y el marine estaba teniendo bastantes problemas para bloquearlos, viéndose obligado a retroceder y con los brazos cada vez más cansados y doloridos. Finalmente, tras dos minutos de golpes continuos, el sargento cedió y su hacha cayó al suelo al intentar bloquear un espadazo descendente del pirata. Intentó atacarle con un puñetazo, pero Marc lo bloqueó con su espada y, acto seguido, atacó con un mandoble tan poderoso que partió al hombre por la mitad, matándolo en el acto.
Marc, que no pretendía matarlo, se quedó petrificado. Nunca había quitado la vida a nadie, aunque desde luego aquel tipo se lo marecía, pero eso no lo hacía menos duro. Visiblemente afectado, se dirigió de nuevo a la taberna, llamó a la puerta y dijo que era él, y que ya no tendrían que preocuparse porque aquel marine volviese a molestarlas. Sin embargo, nadie abrió. Probablemente habrían visto por alguna ventana el combate y, tras saber que Marc era un pirata y ver cómo había acabado con el sargento, estarían demasiado asustadas. Así que el pobre pirata se marchó, desolado tras haber matado por primera vez. Necesitaba un tiempo para asumirlo.
- DUDA:
- Si aunque no sea un diario al uso, el staff considera que por matar a un Sargento se debe poner recompensa por mi cabeza adelante, era consciente de que existía esa posibilidad al hacer el diario.
Tras unos días, una carta en sobre rojo te llega desde el cielo. En ella reza "Te hemos visto", y unas coordenadas. Si eres capaz de llegar, eres bienvenido al cónclave de la piratería.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.