Ernest F. Mühner
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fuerza
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Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
- Sí, puede parecer que no, pero bajo esta gabardina se oculta un cuerpo de hierro - esbozó una sonrisa haciéndose el importante - Allá de donde vengo me conocían como Frederick el Invencible, el mejor luchador de todo el South Blue.
Terminó su declaración dando un largo trago a su jarra. Tal vez con demasiado entusiasmo, pues se balanceó hacia atrás perdiendo el equilibrio y cayó de la silla. Entre las risas de sus espectadoras y con la cara llena de cerveza, se levantó torpemente y volvió a sentarse uniéndose a las risas. La taberna estaba bastante llena y animada pese a ser mediodía y el alcohol corría como agua. Era el aniversario de la fundación de la ciudad y la gente salía a las calles a festejar, acompañados de buena gana por los viajeros y marineros que aunque foráneos, lo veían como una excusa tan buena como cualquier otra para divertirse. El motivo de Ernest para estar allí era bastante menos halagüeño, pues había sido enviado para crear una distracción mientras un grupo se infiltraba en el cuartel marine local. ¿Qué hacía pues en una taberna bebiendo? Bueno, ¿quién no querría disfrutar de un último trago antes de una misión casi suicida? Y si podía divertirse con algunas de las mozas que había conocido mejor.
- ¿Era eso un movimiento de lucha, Fred-sama? - pregunto una de las chicas en tono de burla.
- Todo luchador comete errores. El entorno puede jugarte muy malas pasadas. Por eso yo prefiero fiarme de las armas de fuego - dijo, enseñándoles su pistola - Sí, tal vez sea una gran artista marcial, filántropo y rescatador de gatitos en apuros, pero nadie puede superarme como tirador.
Mientras hablaba, comenzó a hacer girar la pistola en su dedo mientras le guiñaba el ojo de una de las chicas. Todo parecía ir sobre ruedas. Aunque supieran que se estaba tirando mucho de la moto con lo que decía, no se habían ido en ningún momento y le reían las gracias. Eso era buena señal. Y todo podría haber ido perfectamente si no hubiese elegido precisamente aquel día para cometer un error de novato: nunca juegues con un arma cargada. La pistola se disparó con un potente sonido que hizo callarse a todo el bar. Lo único que se escuchó a continuación fueron una serie de sonidos metálicos mientras la bala rebotaba fortuitamente en diferentes objetos del salón, para finalmente impactar contra el soporte de un enorme trofeo de caza, una cabeza de jabalí de proporciones descomunales. La madera crujió y se inclinó un poco hacia adelante como si fuera a caerse, pero se quedó en el sitio. Un hombre sentado bajo esta levantó la cabeza y suspiró.
- Por un pelo... - murmuró, secándose el sudor de la frente.
¿Habéis escuchado la expresión "no vendas la piel del oso antes de haberlo cazado"? Entonces os imaginaréis lo que pasó a continuación. Con una nueva cabeza firmemente asentada en su cráneo, el hombre se desplomó. Ernest se apresuró a levantarse y ponerle el seguro al arma antes de que ocurriera otro desastre, y cogió su maletín dispuesto a ir a socorrer al herido.
- ¡Chico! ¡Guarda esa cosa y sal fuera de mi local! - le gritó el tabernero, gritos a los que se sumaron buena parte de los presentes.
- ¡¿Qué está pasando aquí?!
La puerta se abrió de un golpe y un hombre con un imponente mostacho negro y un sable al cinto entró con cara de malas pulgas, escoltado por dos marines. Llevaba una chaqueta blanca y los galones lo delataban como un teniente. "Oh... mierda. Hora de desaparecer" pensó, viéndose venir el jaleo. Ya se ocuparía otro médico del herido, pues por mucho que fuese culpa suya no iba a dejar que lo arrestaran cuando tenía una misión entre manos.
- ¿Capitán? ¡Capitán! ¡Resista!
El teniente se acercó al herido y se agachó a su lado con evidente preocupación. "¿Ca-capitán?" La cara de Ernest era un auténtico cuadro. Trató de relajarse, diciéndose que podía ser un capitán de un barco y no la otra terrible posibilidad. La taberna entera se sumió en un silencio total por unos instantes, roto solo por el llanto de un niño. Tras la sorpresa inicial, uno de los clientes de la taberna se apresuró a decir.
- ¡Ha sido ese! ¡Yo lo vi! Disparó contra el trofeo y lo hizo caer del sitio.
- ¡Yo le oí lamentarse cuando parecía que la cabeza no iba a caer!
- Señora, ¡calme a su crío!
- ¡Yo lo vi, hizo rebotar la bala por todo el local! ¡Y antes de eso dijo ser un experto tirador!
- ¡Tabernero, una de croquetas!
- ¡Arresten a ese hombre por agredir a la autoridad, soldados! - rugió el teniente, furioso.
Ernest no había perdido el tiempo. Viendo la situación, había dejado un puñado de berries sobre la mesa y tras hacerle un gesto de despedida con la mano a las chicas, se lanzó contra una de las ventanas envolviéndose en su gabardina para minimizar la posibilidad de cortarse. Rodó por el suelo del callejón y se levantó de un salto, echando a correr como alma que lleva el diablo. Pocos minutos después toda una horda de furiosos marines rastreaba la ciudad en su busca. El joven se había ocultado en un barril que apestaba a pescado y que ningún marine tuvo la audacia (o el valor) de revisar. Tras alejarse la última patrulla, levantó la tapa tosiendo por el pestazo y se incorporó respiró profundamente.
- Joder... al menos he cumplido la misión - dijo, con los ojos aún lagrimeando.
- ¡Diga patata!
- ¿Eh?
- ¿Po-por qué a mí? ¡Si yo soy un buen chico!
Estrujó el periódico aún boquiabierto mientras Dranser trataba de controlar su ataque de risa. No sabía qué era peor, si que le hubiesen puesto recompensa, que lo describieran como un asesino frío y calculador.... ¡o la estúpida foto que habían puesto en su cartel de recompensa!
Terminó su declaración dando un largo trago a su jarra. Tal vez con demasiado entusiasmo, pues se balanceó hacia atrás perdiendo el equilibrio y cayó de la silla. Entre las risas de sus espectadoras y con la cara llena de cerveza, se levantó torpemente y volvió a sentarse uniéndose a las risas. La taberna estaba bastante llena y animada pese a ser mediodía y el alcohol corría como agua. Era el aniversario de la fundación de la ciudad y la gente salía a las calles a festejar, acompañados de buena gana por los viajeros y marineros que aunque foráneos, lo veían como una excusa tan buena como cualquier otra para divertirse. El motivo de Ernest para estar allí era bastante menos halagüeño, pues había sido enviado para crear una distracción mientras un grupo se infiltraba en el cuartel marine local. ¿Qué hacía pues en una taberna bebiendo? Bueno, ¿quién no querría disfrutar de un último trago antes de una misión casi suicida? Y si podía divertirse con algunas de las mozas que había conocido mejor.
- ¿Era eso un movimiento de lucha, Fred-sama? - pregunto una de las chicas en tono de burla.
- Todo luchador comete errores. El entorno puede jugarte muy malas pasadas. Por eso yo prefiero fiarme de las armas de fuego - dijo, enseñándoles su pistola - Sí, tal vez sea una gran artista marcial, filántropo y rescatador de gatitos en apuros, pero nadie puede superarme como tirador.
Mientras hablaba, comenzó a hacer girar la pistola en su dedo mientras le guiñaba el ojo de una de las chicas. Todo parecía ir sobre ruedas. Aunque supieran que se estaba tirando mucho de la moto con lo que decía, no se habían ido en ningún momento y le reían las gracias. Eso era buena señal. Y todo podría haber ido perfectamente si no hubiese elegido precisamente aquel día para cometer un error de novato: nunca juegues con un arma cargada. La pistola se disparó con un potente sonido que hizo callarse a todo el bar. Lo único que se escuchó a continuación fueron una serie de sonidos metálicos mientras la bala rebotaba fortuitamente en diferentes objetos del salón, para finalmente impactar contra el soporte de un enorme trofeo de caza, una cabeza de jabalí de proporciones descomunales. La madera crujió y se inclinó un poco hacia adelante como si fuera a caerse, pero se quedó en el sitio. Un hombre sentado bajo esta levantó la cabeza y suspiró.
- Por un pelo... - murmuró, secándose el sudor de la frente.
¿Habéis escuchado la expresión "no vendas la piel del oso antes de haberlo cazado"? Entonces os imaginaréis lo que pasó a continuación. Con una nueva cabeza firmemente asentada en su cráneo, el hombre se desplomó. Ernest se apresuró a levantarse y ponerle el seguro al arma antes de que ocurriera otro desastre, y cogió su maletín dispuesto a ir a socorrer al herido.
- ¡Chico! ¡Guarda esa cosa y sal fuera de mi local! - le gritó el tabernero, gritos a los que se sumaron buena parte de los presentes.
- ¡¿Qué está pasando aquí?!
La puerta se abrió de un golpe y un hombre con un imponente mostacho negro y un sable al cinto entró con cara de malas pulgas, escoltado por dos marines. Llevaba una chaqueta blanca y los galones lo delataban como un teniente. "Oh... mierda. Hora de desaparecer" pensó, viéndose venir el jaleo. Ya se ocuparía otro médico del herido, pues por mucho que fuese culpa suya no iba a dejar que lo arrestaran cuando tenía una misión entre manos.
- ¿Capitán? ¡Capitán! ¡Resista!
El teniente se acercó al herido y se agachó a su lado con evidente preocupación. "¿Ca-capitán?" La cara de Ernest era un auténtico cuadro. Trató de relajarse, diciéndose que podía ser un capitán de un barco y no la otra terrible posibilidad. La taberna entera se sumió en un silencio total por unos instantes, roto solo por el llanto de un niño. Tras la sorpresa inicial, uno de los clientes de la taberna se apresuró a decir.
- ¡Ha sido ese! ¡Yo lo vi! Disparó contra el trofeo y lo hizo caer del sitio.
- ¡Yo le oí lamentarse cuando parecía que la cabeza no iba a caer!
- Señora, ¡calme a su crío!
- ¡Yo lo vi, hizo rebotar la bala por todo el local! ¡Y antes de eso dijo ser un experto tirador!
- ¡Tabernero, una de croquetas!
- ¡Arresten a ese hombre por agredir a la autoridad, soldados! - rugió el teniente, furioso.
Ernest no había perdido el tiempo. Viendo la situación, había dejado un puñado de berries sobre la mesa y tras hacerle un gesto de despedida con la mano a las chicas, se lanzó contra una de las ventanas envolviéndose en su gabardina para minimizar la posibilidad de cortarse. Rodó por el suelo del callejón y se levantó de un salto, echando a correr como alma que lleva el diablo. Pocos minutos después toda una horda de furiosos marines rastreaba la ciudad en su busca. El joven se había ocultado en un barril que apestaba a pescado y que ningún marine tuvo la audacia (o el valor) de revisar. Tras alejarse la última patrulla, levantó la tapa tosiendo por el pestazo y se incorporó respiró profundamente.
- Joder... al menos he cumplido la misión - dijo, con los ojos aún lagrimeando.
- ¡Diga patata!
- ¿Eh?
Una semana después
- ¿Po-por qué a mí? ¡Si yo soy un buen chico!
Estrujó el periódico aún boquiabierto mientras Dranser trataba de controlar su ataque de risa. No sabía qué era peor, si que le hubiesen puesto recompensa, que lo describieran como un asesino frío y calculador.... ¡o la estúpida foto que habían puesto en su cartel de recompensa!
- foto:
- una puntualización:
- Durante el diario Ernest va vestido con su identidad alternativa, Frederick von Liebknecht, que es la que usa para las misiones de la Armada Revolucionaria.
Helado-chan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Un grupo de compañeros de la armada, vestidos de mariachis, te perseguien durante un rato y, cuando te das cuenta o te cabreas, lo que pase primero, se disculpan y te entregan una carta de los de arriba. Qué gente más rara... Al caso. La carta habla sobre una reunión revolucionaria. Quizás debas asistir si así lo han querido los de arriba.
Neo approves~.
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