Érase una vez... [Moderado nivel 2][Rexair Stark]

La misión marchaba viento en popa. Gracias a un chivatazo que nos había llegado, mis compañeros y yo habíamos logrado interceptar al revolucionario encargado del atentado antes de que huyera de la isla. Un agente, experto en interrogatorios, fue capaz de obtener información respecto a la operación revolucionaria. Fue así cómo me enteré de mi próximo destino, Candyland.

Se me hacía la boca agua al tan solo oír su nombre, pero no iba para disfrutar de sus mundialmente reconocidos pasteles, sino para encontrar al contacto del revolucionario que detuvimos. Su intención era destruir la fábrica de dulces, y la mi misión, evitarlo a cualquier coste, puesto que si lograba hacerlo, el gobierno se vería perjudicado al no poder obtener ganancias de los impuestos aplicados a todos los dulces y pasteles de la isla.

Para ello me infiltré en un navío mercantil. Mi tapadera consistía en un embajador de la familia real de alguna isla poco conocida, que buscaba hacer negocios en esa isla. Una tapadera un tanto cutre, en mi opinión, pero era la que me habían asignado.

Durante mi travesía, fui conociendo levemente a los pasajeros. Todos eran, o bien empresarios del mundo de la obesidad y la diabetes, o bien viejos lobos de mar encargados de mantenernos a flote. Todos parecían ser quiénes eran, así que no me preocupé de que hubiera algún espía a bordo.

Así había llegado el día en que nos tocaba desembarcar. Yo estaba dormido en mi camarote, cuando un dulzón olor me entró por la fosas nasales despertándome en el acto. Al momento salí a la cubierta y me asomé por la borda. A lo lejos podía observar una capa de caramelo rosáceo, y sobre ella, la isla soñada por los más golosos, Candyland. El olor que desprendía la isla ya era tan intenso a esa distancia, y sólo me dejaba pensar en cómo sabrían sus dulces. De repente, una sacudida me sacó de mi ensimismamiento y cuando me quise dar cuenta, estaba agarrado a la borda para no caerme. El navegante había dado un giro bastante brusco, así que subí a donde se encontraba para protestar sobre su maniobra y para instarle para que llegásemos lo antes posible, ya que el olor me inducía a querer probar las maravillas que se escondían en la isla.

El timonel parecía un poco despistado, pero acabó por hacerme caso y se concentró para llevarnos a la isla. No tardamos más de media hora, pero esos minutos se me hicieron eternos mientras esperaba atracar en el puerto, pero al final llegamos sin ningún contratiempo.

Una vez desembarcamos no sabía hacia dónde dirigirme. Tenía que buscar información, pero todo a mi alrededor me causaba distracciones. Solo con mi sentido del olfato, me empalagaba, ya que el olor a dulce no paraba de perseguirme. Di unas vueltas por el puerto, tratando de buscar algún sitio donde pudiera oír algo útil, y mientras pensaba en dar alguna probada a lo que pudiera. Pero no parecía haber nada interesante, había pocos marineros a los que preguntarles por información y tampoco había muchos sitios en los que pudiera morder un edificio sin que se notase, por lo que cambié de dirección, internándome en una calle bastante amplia. La calle parecía estar compuesta de talleres, tiendas y locales de alto nivel adquisitivo. No parecía un buen sitio para indagar, y mucho menos para romper un poco de un edificio de caramelo. Afortunadamente encontré un callejón estrecho, por el que no parecía transitar mucha gente. Me introduje en él, caminando un poco para que no me viera nadie desde la calle principal. Cuando creía haber andado lo suficiente para que no observase nadie, me dispuse a morder una ventana hecha de chocolate blanco.

- Creo que por aquí también han colocado uno.

-¿También hay otro por ahí? No sé por qué hay tanto revuelo.

Al escuchar esas voces, me aparto velozmente de la ventana y prosigo mi camino por el callejón. Se trataba de dos chicos que entraron al callejón cotilleando y, aunque me llevé una decepción por no poder dar una probada, lo que dijeron sonaba interesante. Cómo no tenía ninguna mejor pista, decidí investigar de qué se trataba.

Cuando salí del callejón, me di cuenta al momento de lo que conversaban la pareja que había entrado al callejón detrás mío. Había mucha gente reunida alrededor de lo que parecía un cartel en una pared. Atravesé el grupo de personas, observando las contradictorias reacciones de cada uno de ellos. Unos parecían felices, otros tenían el gesto más serio, y otros se mostraban abiertamente enfadados. Sin darle mucha más importancia, observé el cartel. Tenía una imagen a lo grande una mansión gigantesca, blanca, con una puerta de madera enorme y un gran jardín alrededor. Debajo de la imagen, había un texto, informando de la oportunidad de visitar la mansión. Era extraño que solo se permitiera la entrada a veinte personas al día, y la situación también había llamado mi atención. No sería mala idea visitar la mansión para buscar información.

Me dirijo a una de las personas que mostraban felicidad en su rostro y le pregunto:

- ¿Me podrías indicar dónde se encuentra esta mansión?