Dretch
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En la posada, Dretch había mal dormido, se había despertado numerosas veces durante la noche y otras tantas se había quedado dormido. Unas veces por el calor, otras por las chinches, otras por nervios. Apenas había salido el sol, ya se había puesto en pie, tenía que salir cuanto antes o las chinches darían buena cuenta de él. Bajó las escaleras que conducían a la planta inferior a paso raudo, se dirigió hacia el modesto comedor del establecimiento y, aunque intentó comer algo, su estómago no le admitía ningún tipo de comida. Finalmente, y con tan solo un café en su estómago, se levantó de la mesa y se sacudió las ropas y el pelo, aún quedaba media hora para que la operación gubernamental diera comienzo.
Lo primero que hizo fue salir hacia el exterior del edificio, con la esperanza de encenderse un cigarrillo y calmar sus nervios. A diferencia del día anterior, la plaza del modesto asentamiento de Yuba estaba prácticamente desierta. Nada que ver con los puestos de venta a rebosar que cambiaban y vendían que habían visto otros días. Sin embargo, no era gente o tenderetes lo que buscaba, sino que oteaba el horizonte con su ojo sano en busca de su vehículo de transporte. El agente le dio una calada al cigarrillo y miró una vez más el reloj.
- Demasiado pronto – murmuró para sí mismo.
Y lo cierto era que tenía motivos para estar nervioso. La última vez que había realizado uno de sus incursiones en territorios extranjeros no solo no había logrado su objetivo, si no que sus supuestos aliados se habían hecho con su botín frente a sus narices. Aprendía lento, pero aprendía. Esta vez contaba con la ayuda de los suyos, tras su ultimo fracaso para capturar las molestas arañas tejehierro sus superiores se habían dado cuenta de que, aunque había vuelto con las manos vacías, no había mentido en absoluto. En cuanto Dretch le habló a Ann de Vouloir de su intención de viajar a Arabasta en busca de su secreto nacional más oculto a punto estuvo de ser arrestado. Sin embargo, no fue hasta que el agente le habló sobre el legendario brasalino que su jefa no le dejo despegar la cabeza del suelo ¿A qué demonios creía que se refería? Y allí se encontraba ahora, como un simple peón de una operación gubernamental en la que no tenía ningún poder decisión. Ni tan siquiera tenía ni la más remota de idea de a quien le pertenecerían los derechos de explotación del brasalino si el operativo resultaba exitoso.
Dretch escuchó ruido a su espalda, al parecer no era el único agente intranquilo aquella mañana.
Lo primero que hizo fue salir hacia el exterior del edificio, con la esperanza de encenderse un cigarrillo y calmar sus nervios. A diferencia del día anterior, la plaza del modesto asentamiento de Yuba estaba prácticamente desierta. Nada que ver con los puestos de venta a rebosar que cambiaban y vendían que habían visto otros días. Sin embargo, no era gente o tenderetes lo que buscaba, sino que oteaba el horizonte con su ojo sano en busca de su vehículo de transporte. El agente le dio una calada al cigarrillo y miró una vez más el reloj.
- Demasiado pronto – murmuró para sí mismo.
Y lo cierto era que tenía motivos para estar nervioso. La última vez que había realizado uno de sus incursiones en territorios extranjeros no solo no había logrado su objetivo, si no que sus supuestos aliados se habían hecho con su botín frente a sus narices. Aprendía lento, pero aprendía. Esta vez contaba con la ayuda de los suyos, tras su ultimo fracaso para capturar las molestas arañas tejehierro sus superiores se habían dado cuenta de que, aunque había vuelto con las manos vacías, no había mentido en absoluto. En cuanto Dretch le habló a Ann de Vouloir de su intención de viajar a Arabasta en busca de su secreto nacional más oculto a punto estuvo de ser arrestado. Sin embargo, no fue hasta que el agente le habló sobre el legendario brasalino que su jefa no le dejo despegar la cabeza del suelo ¿A qué demonios creía que se refería? Y allí se encontraba ahora, como un simple peón de una operación gubernamental en la que no tenía ningún poder decisión. Ni tan siquiera tenía ni la más remota de idea de a quien le pertenecerían los derechos de explotación del brasalino si el operativo resultaba exitoso.
Dretch escuchó ruido a su espalda, al parecer no era el único agente intranquilo aquella mañana.
Adry-sama
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Extrañamente en mí, esa mañana me levanté temprano, reduciendo las horas de sueño a lo justo y necesario. Esta ocasión lo requería, se lo debía a mi compañero. Me sentía disgustado tras el fracaso de la misión anterior y, aún sabiendo que no había sido culpa mía, sentía que le debía una a Dretch. Esperaba servirle de ayuda en esta ocasión, pero por desgracia no sería tan sencillo. Según me había enterado, la misión independiente a la que Dretch me había invitado a participar, de la noche a la mañana se convirtió en una misión oficial del gobierno, cosa que no me agradó del todo debido a que, aunque lográramos hacer un descubrimiento lo cual no era del todo seguro, el mérito probablemente se lo llevase el gobierno en sí en vez de sus agentes. De todas formas, aún sin habérmelo ofrecido mi compañero en un principio, me hubiese visto involucrado en esta misión desde el momento en que recibí la notificación oficial de mi requerimiento en la operación.
Así fue como, muy a mi pesar, nos dirigimos a Arabasta. Tierra de arenales e insolaciones. Lugar en donde ningún ser peludo querría estar. Lugar donde yo no querría estar. Y aún así, llegamos a la isla, en dirección a Yuba. Afortunadamente esta se trataba de una ciudad con pies y cabeza. Tenía todo lo que podías pedir en el desierto y más. Por lo visto era una ciudad muy frecuentada por mercaderes y turistas, ideal para nuestro grupo. Aquí conseguiríamos provisiones y nos prepararíamos para lo que pudiera ocurrir.
Nada más levantarme me dispuse a vestirme apropiadamente. Me atavié con mi ropa habitual, pero sin la chaqueta dejando mi torso desnudo. Para cubrirlo me coloqué mi capa marrón sobre los hombros, para evitar el contacto directo con la luz del sol. Al final acabé recogiendo mi pelo en una coleta alta, me ajusté el estoque a la cintura, y salí para hacer un poco de tiempo hasta la hora de partida. Una vez fuera de la posada, me encontré a un intranquilo Dretch, observando con cuidado a su alrededor.
- Buenos días, Dretch. ¿Estamos listos para partir?
Así fue como, muy a mi pesar, nos dirigimos a Arabasta. Tierra de arenales e insolaciones. Lugar en donde ningún ser peludo querría estar. Lugar donde yo no querría estar. Y aún así, llegamos a la isla, en dirección a Yuba. Afortunadamente esta se trataba de una ciudad con pies y cabeza. Tenía todo lo que podías pedir en el desierto y más. Por lo visto era una ciudad muy frecuentada por mercaderes y turistas, ideal para nuestro grupo. Aquí conseguiríamos provisiones y nos prepararíamos para lo que pudiera ocurrir.
Nada más levantarme me dispuse a vestirme apropiadamente. Me atavié con mi ropa habitual, pero sin la chaqueta dejando mi torso desnudo. Para cubrirlo me coloqué mi capa marrón sobre los hombros, para evitar el contacto directo con la luz del sol. Al final acabé recogiendo mi pelo en una coleta alta, me ajusté el estoque a la cintura, y salí para hacer un poco de tiempo hasta la hora de partida. Una vez fuera de la posada, me encontré a un intranquilo Dretch, observando con cuidado a su alrededor.
- Buenos días, Dretch. ¿Estamos listos para partir?
Midorima Shintaro
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Suspiró despacio y de mala gana. Por fin, luego de un tiempo infernalmente largo, había logrado dar con Dretch Buerganor y, como si las cosas no pudieran ser mejor, era en una misión. Estaba un poco ansioso por lo que esta misión podía llegar a ser. Sabía que, como era habitual en el Gobierno, al ser una misión oficial de este el mérito sería de ellos y no de los agentes que la iban a hacer. Era un grupo de tres personas, incluyéndolo. El otro era alguien que no le interesaba conocer, pero no se podía quejar, así eran las órdenes. Le gustaba pensar que solo él y Dretch eran capaces de conseguir que esto fuera un éxito.
Había llegado hace unos días a la isla. Arabasta. Un par de recuerdos con su antigua banda pirata le llegaron a la cabeza al sentir el aroma y el calor del desierto. Por suerte para él, su viaje lo había llevado a Yuba, un oasis que contaba con todo lo que él quisiera para tener una estancia más cómoda. Llevaba vestido su típico traje negro con un gran sombrero para que el sol no le molestara mucho. Una vez listo para la acción, salió de su habitación, se arregló las gafas y salió de la posada. Sintió el calor en su cuerpo y miró al cielo, como esperaba, estaba despejado. No era raro, después de todo, ya sabía que era muy raro que se nublara y todavía más, que lloviera en un desierto.
Su objetivo más importante, era que Dretch lo aceptara en su división, había investigado un poco sobre esta y no había recibido más que buenas noticias. En palabras simples, era una división donde los propios miembros eran un poco… Rebeldes. Hacían lo que querían, cómo querían y dónde querían, sin respetar mucho a los Altos Mandos, lo que le iba a dar mucha libertad. ”Por eso me la recomendó Kishimoto. Maldito sabelotodo” — pensó con una suave sonrisa. Se quedó en silencio mientras buscaba con la mirada a sus compañeros. No fue algo tan complicado, después de todo, era muy temprano en la mañana y casi no había movimiento en el oasis.
—¿Nos vamos? —dijo, una vez se acercó a ellos —Así podríamos quitarte la impaciencia, Dretch. —mencionó con una suave sonrisa —Cierto, seguramente no me conozcan, soy Shintaro. Un gusto —puntualizó. Una vez se hicieran las presentaciones correspondientes, seguramente, partirían. Solo por si acaso, activó su mantra y así, de ese modo, estaría atento a cualquier situación un poco… Imprevista.
Había llegado hace unos días a la isla. Arabasta. Un par de recuerdos con su antigua banda pirata le llegaron a la cabeza al sentir el aroma y el calor del desierto. Por suerte para él, su viaje lo había llevado a Yuba, un oasis que contaba con todo lo que él quisiera para tener una estancia más cómoda. Llevaba vestido su típico traje negro con un gran sombrero para que el sol no le molestara mucho. Una vez listo para la acción, salió de su habitación, se arregló las gafas y salió de la posada. Sintió el calor en su cuerpo y miró al cielo, como esperaba, estaba despejado. No era raro, después de todo, ya sabía que era muy raro que se nublara y todavía más, que lloviera en un desierto.
Su objetivo más importante, era que Dretch lo aceptara en su división, había investigado un poco sobre esta y no había recibido más que buenas noticias. En palabras simples, era una división donde los propios miembros eran un poco… Rebeldes. Hacían lo que querían, cómo querían y dónde querían, sin respetar mucho a los Altos Mandos, lo que le iba a dar mucha libertad. ”Por eso me la recomendó Kishimoto. Maldito sabelotodo” — pensó con una suave sonrisa. Se quedó en silencio mientras buscaba con la mirada a sus compañeros. No fue algo tan complicado, después de todo, era muy temprano en la mañana y casi no había movimiento en el oasis.
—¿Nos vamos? —dijo, una vez se acercó a ellos —Así podríamos quitarte la impaciencia, Dretch. —mencionó con una suave sonrisa —Cierto, seguramente no me conozcan, soy Shintaro. Un gusto —puntualizó. Una vez se hicieran las presentaciones correspondientes, seguramente, partirían. Solo por si acaso, activó su mantra y así, de ese modo, estaría atento a cualquier situación un poco… Imprevista.
Dretch
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Un amenazante sol comenzaba lentamente a alzarse, dejando que la brisa caliente y la arena le quitaran por completo las ganas de volver de permiso algún día en aquella tierra. Estaba acostumbrado a soportar el frio, pero el calor… eso ya era distinto. El agente permaneció en silencio en el exterior de la posada mientras apuraba las ultimas caladas de su cigarrillo. Cuando escuchó las voces de Rexair y del nuevo iniciado, este inmediatamente alzó la palma de su mano derecha, ahora enfundada en un guante de cuero.
- Cinco minutos– dijo mientras exhalaba el por la nariz – No os preocupéis, no deberían tardar mucho más.
No era ningún secreto decir que Dretch, luego de haber orquestado los pormenores de la misión junto a Ann, se hiciera con el mando de la misma. Sin embargo, su jefa se había encargado de seleccionar a los agentes que participarían en dicha operación. Por eso, en cuanto ambos integrantes salieron al exterior del edificio sonrió escéptico. Desconfiaba de sus aptitudes, al menos de las del iniciado Shintaro. En su interior aún seguía intentando encontrar la respuesta a aquel cambio repentino de planes ¿Por qué diantres no se había limitado a elegir entre los integrantes de la Karasu? Para el maltrecho agente, las cuestiones inherentes a la disposición y despliegue de efectivos aun le resultaban desconocidas. Annette de Vouloir era una mujer carismática, sensual y peligrosa, repleta de ardides y, en definitiva, alguien que sabía jugar muy bien sus cartas con inteligencia.
Volvió a mirar su reloj: marcaba las nueve y media. Hacía poco que lo tenía y aun no estaba acostumbrado a mirarlo con tanta insistencia. En cualquier caso, su vehículo no debería tardar mucho más en llegar. Apenas dejó levantó la vista de la esfera de su reloj pudo distinguir en el horizonte como una pequeña columna de arena se dirigía hacia el oasis a una velocidad considerable. En cuanto la distancia se redujo lo suficiente, pudo distinguirse la silueta de lo que parecía un gran carromato de feriantes el cual iba tirado por dos enormes geckos gigantescos. Los reptiles, ambos completamente bizcos, se detuvieron de forma obediente a escasos metros de los tres agentes levantando una enorme cantidad de arena en el proceso. Antes de que ninguno de los tres pudiese mediar palabra, una de las puertas laterales del vehículo se abrió dejando caer desde el interior otra buena cantidad de arena.
- Como veis no escatimamos en gastos, subid y os daré los detalles de la misión en cuanto hallamos salido de este lugar – dijo mientras tiraba la colilla al suelo y ponía un pie sobre la pequeña escalera que daba acceso al carromato.
En seguida el agente advirtió que, pese al calor que ya empezaba a hacer en el exterior, la estancia era agradablemente fresca. En uno de los laterales había un viejo diván de terciopelo rojo, una mesa baja y algunas tazas de té desperdigadas por la misma. Por el otro, estaba abarrotado de pliegues y más de pliegues de lino, un sinfín de vestimentas locales. Nada en aquel desorden parecía tener sentido, sin embargo, el agente respiró aliviado.
- Buscad algo de vuestra talla, nadie puede reconocernos, si en cualquier momento nos identifican con empleados del Gobierno Mundial… las cosas podrían ponerse demasiado feas. Ademas, seguro que hay un bonito burka que haga juego con tus ojos Rexair y puede que algún turbante que te cubra ese endiablado pelo verde Shintaro – bromeó mientras echaba un vistazo al montón de ropa.
- Cinco minutos– dijo mientras exhalaba el por la nariz – No os preocupéis, no deberían tardar mucho más.
No era ningún secreto decir que Dretch, luego de haber orquestado los pormenores de la misión junto a Ann, se hiciera con el mando de la misma. Sin embargo, su jefa se había encargado de seleccionar a los agentes que participarían en dicha operación. Por eso, en cuanto ambos integrantes salieron al exterior del edificio sonrió escéptico. Desconfiaba de sus aptitudes, al menos de las del iniciado Shintaro. En su interior aún seguía intentando encontrar la respuesta a aquel cambio repentino de planes ¿Por qué diantres no se había limitado a elegir entre los integrantes de la Karasu? Para el maltrecho agente, las cuestiones inherentes a la disposición y despliegue de efectivos aun le resultaban desconocidas. Annette de Vouloir era una mujer carismática, sensual y peligrosa, repleta de ardides y, en definitiva, alguien que sabía jugar muy bien sus cartas con inteligencia.
Volvió a mirar su reloj: marcaba las nueve y media. Hacía poco que lo tenía y aun no estaba acostumbrado a mirarlo con tanta insistencia. En cualquier caso, su vehículo no debería tardar mucho más en llegar. Apenas dejó levantó la vista de la esfera de su reloj pudo distinguir en el horizonte como una pequeña columna de arena se dirigía hacia el oasis a una velocidad considerable. En cuanto la distancia se redujo lo suficiente, pudo distinguirse la silueta de lo que parecía un gran carromato de feriantes el cual iba tirado por dos enormes geckos gigantescos. Los reptiles, ambos completamente bizcos, se detuvieron de forma obediente a escasos metros de los tres agentes levantando una enorme cantidad de arena en el proceso. Antes de que ninguno de los tres pudiese mediar palabra, una de las puertas laterales del vehículo se abrió dejando caer desde el interior otra buena cantidad de arena.
- Como veis no escatimamos en gastos, subid y os daré los detalles de la misión en cuanto hallamos salido de este lugar – dijo mientras tiraba la colilla al suelo y ponía un pie sobre la pequeña escalera que daba acceso al carromato.
En seguida el agente advirtió que, pese al calor que ya empezaba a hacer en el exterior, la estancia era agradablemente fresca. En uno de los laterales había un viejo diván de terciopelo rojo, una mesa baja y algunas tazas de té desperdigadas por la misma. Por el otro, estaba abarrotado de pliegues y más de pliegues de lino, un sinfín de vestimentas locales. Nada en aquel desorden parecía tener sentido, sin embargo, el agente respiró aliviado.
- Buscad algo de vuestra talla, nadie puede reconocernos, si en cualquier momento nos identifican con empleados del Gobierno Mundial… las cosas podrían ponerse demasiado feas. Ademas, seguro que hay un bonito burka que haga juego con tus ojos Rexair y puede que algún turbante que te cubra ese endiablado pelo verde Shintaro – bromeó mientras echaba un vistazo al montón de ropa.
Midorima Shintaro
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Suspiró con pesadez mientras esperaba. ¿Qué más tenían que esperar? Estaba un poco impaciente y, por lo poco que sabía de la misión, era algo bastante… Interesante de hacer. Casi parecía que más que una misión que haría el Gobierno, era algo que quería conseguir Dretch, lo cual le daba una… Grata impresión. Le gustaba el hecho de que hiciera lo que quisiera y no respondiera ante nada ni nadie. ¿Por qué sería un miembro del Cipher Pol? Quizás se lo preguntaba más tarde o quizás no, no era un tema de su incumbencia y no era el más indicado para preguntar algo así. Después de todo, Midorima debía ser el único qué estaba en el lugar y facción equivocada. Era una obligación, sí, pero seguía siendo algo que no le agradaba… No le gustaba la idea de que alguien le dijera qué hacer o cómo hacerlo y solo en base a una manipulación con una de las personas más importantes que él tenía. ”Concéntrate, idiota, concéntrate” —pensó mientras miraba que ya llegaba su transporte.
El transporte era… Grande. Dos geckos frenaron frente a ellos, levantando, en el proceso, un poco de arena. Se limpió con la manga sus lentes y, finalmente, subió. En el interior notó que había mucha tela, demasiada a su gusto. Agradecía que este estuviera bastante agradable en comparación con el exterior donde ya empezaba a asomar el gran calor del desierto. Escuchó las palabras de Dretch y guardó silencio. Era quien los lideraba y tenía los completos detalles de lo que estaba por pasar. Miró por los alrededores, buscando algo de su talla y quizás un gorro mejor. ”Veamos…” —se dijo mientras trataba de encontrar algo. No es que fuera demasiado exquisito con sus gustos, pero cualquiera dudaría un poco entre tantas cosas por elegir.
Luego de un rato, logró encontrar lo más ideal. Una túnica del desierto que decidió cerrar para evitar que su traje negro se viera. Para el gorro, solo le puso una tela sobre este. La túnica tenía flores rojas en las mangas y era de un color verdoso. La tela que cubría su gorro, era de un color violeta un poco fuerte. El transporte, finalmente, partió. En pocos minutos dejarían Yuba para internarse en el desierto. Estaba ansioso de dejar el oasis para empezar con todo esto. Se relajó y desactivó su mantra, no lo veía necesario y dudaba que alguien fuera a intentar hacerles algo. No llamaban mucho la atención y deberían llegar a su destino prontamente.
—Entonces, tú dirás, Dretch —dijo —. Tengo algunos detalles, pero creo que lo mejor es saberlo de ti. —Tomó una pausa y se acomodó en el asiento. Miró por la pequeña ventana y se fijó que el oasis ya quedaba bastante atrás. ”Debo encontrar el momento para hablar con él sobre el ingreso a la división” —pensó para no apresurarse. Era un poco difícil tener en cuenta todo eso, pero no quería parecer alguien impulsivo o alguien que no sabía dónde se estaba metiendo.
El transporte era… Grande. Dos geckos frenaron frente a ellos, levantando, en el proceso, un poco de arena. Se limpió con la manga sus lentes y, finalmente, subió. En el interior notó que había mucha tela, demasiada a su gusto. Agradecía que este estuviera bastante agradable en comparación con el exterior donde ya empezaba a asomar el gran calor del desierto. Escuchó las palabras de Dretch y guardó silencio. Era quien los lideraba y tenía los completos detalles de lo que estaba por pasar. Miró por los alrededores, buscando algo de su talla y quizás un gorro mejor. ”Veamos…” —se dijo mientras trataba de encontrar algo. No es que fuera demasiado exquisito con sus gustos, pero cualquiera dudaría un poco entre tantas cosas por elegir.
Luego de un rato, logró encontrar lo más ideal. Una túnica del desierto que decidió cerrar para evitar que su traje negro se viera. Para el gorro, solo le puso una tela sobre este. La túnica tenía flores rojas en las mangas y era de un color verdoso. La tela que cubría su gorro, era de un color violeta un poco fuerte. El transporte, finalmente, partió. En pocos minutos dejarían Yuba para internarse en el desierto. Estaba ansioso de dejar el oasis para empezar con todo esto. Se relajó y desactivó su mantra, no lo veía necesario y dudaba que alguien fuera a intentar hacerles algo. No llamaban mucho la atención y deberían llegar a su destino prontamente.
—Entonces, tú dirás, Dretch —dijo —. Tengo algunos detalles, pero creo que lo mejor es saberlo de ti. —Tomó una pausa y se acomodó en el asiento. Miró por la pequeña ventana y se fijó que el oasis ya quedaba bastante atrás. ”Debo encontrar el momento para hablar con él sobre el ingreso a la división” —pensó para no apresurarse. Era un poco difícil tener en cuenta todo eso, pero no quería parecer alguien impulsivo o alguien que no sabía dónde se estaba metiendo.
Dretch
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Una vez sus dos compañeros hubieron subido al transporte, el agente se dirigió hacia la parte delantera del carromato y golpeó la pared un par de veces. El cochero, un tal Basim, espoleo a los lagartos y enseguida el carro volvió a ponerse en marcha. Dretch sabia poco o casi nada de aquel transportista loco que había accedido a las demandas de la Cipher pol, aunque podía sospechar con total certeza que le habían ofrecido un buen incentivo económico. Aunque aquello también hubiese sido obra de Ann, le comenzaba preocupar la cantidad de cosas que se escapan de su control en aquella misión.
Se aproximó al montón de ropa y, al igual que los demás, buscó algo que al menos fuera de su talla. Eligió un turbante liso, de tonos pastel y luminosos. También encontró una supuesta túnica de color ocre con lunares naranjas, aunque más bien le parecía un vestido, larga, sedosa y flotante. Por último, a modo de fajín, se anudó su bufanda violeta en torno a su cintura. Salvo por sus botas, que asomaban tímidamente bajo la túnica, apenas podía apreciarse vestigio alguno de su uniforme gubernamental. Sin embargo, cuando alzó la vista al frente, descubrió que no podía decir lo mismo del resto de sus compañeros.
“Supongo que también habrá locales sin sentido de la estética”- se dijo así mismo, tratando de quitarle hierro al asunto.
El iniciado que le habían endosado para aquella misión fue el primero en romper el silencio. Al parecer nadie le había avisado de lo que venían a hacer a aquella tierra de mala muerte.
- Tienes razón, ha llegado la hora de poner las cartas sobre la mesa – anunció con una fingida tosecilla para hacerse notar – Arabasta, pese a ser miembro del Gobierno Mundial, tiene un tesoro nacional que sus monarcas se niegan a compartir con los demás. El Brasalino, es el tejido natural con mayor tolerancia a las altas temperaturas hasta l fecha conocido. El intervencionismo es siempre un asunto muy delicado, sobre si todo si se hace entre supuestos aliados – hizo una pequeña pausa para asegurarse de que comprendían la delicadeza de la misión – Tenéis ojos, seguro que os habéis dado cuenta de toda esa cantidad absurda de tela que hay en el carromato. Se trata de lino convencional, sin embargo, nos hemos asegurado de tintarlo de tal manera que a simple vista que recuerde al Brasalino original. El equipo A se ha encargado de difundir por las principales urbes del país que un grupo de mercaderes extranjeros piensa iniciar una guerra de precios con el Brasalino. Nosotros somos el equipo B, nuestra función es hacernos pasar como los mercaderes de los rumores y recibir la ira de los vendedores locales. No olvidéis que, históricamente, estas gentes están demasiado acostumbradas a tomar las armas y luchar por lo que creen justo. En otras circunstancias eso podría ser un acto admirable, pero en este caso será su perdición.
Se llevó entonces la mano al interior de la túnica y, a su vez de la gabardina, para extraer de su interior una pequeña caja de madera de ébano. Se la mostró a los dos agentes y esbozando la mejor de sus sonrisas, la abrió frente a sus ojos. En su interior podían verse dos den den mushis sobre una hoja de lechuga. El primero de ellos, de un tamaño irrisorio y con actitud enérgica, tenía una pequeña antena circular sobre su caparazón. El segundo, más grande y completamente dormido, tenía una pantalla circular sobre uno de los laterales de su caparazón.
- Este – dijo mientras extraía el más pequeño – es un Hakkōsha den den mushi, es muy pequeño y muy difícil de detectar una vez que encuentra un lugar cálido en el que esconderse.
Entonces se levantó y lo dejo cuidadosamente sobre uno de los montones de tela. El pequeño caracol no tardo demasiado en colarse entre los pliegues y recovecos de la tela, en busca de un lugar cómodo.
- Este grandullón es un, Juyō-tai den den mushi – explicó mientras sacaba de la caja al otro caracol – Este es un vago redomado, pero si activamos el monitor y le obligamos a despertarse… - puso su dedo pulgar sobre el dispositivo de encendido y lo presionó. Los ojos del caracol se abrieron de par en par hasta que, al cabo de unos segundos, sus pupilas se tornaron en corazones y la pantalla circular comenzó a funcionar a modo de sonar mientras marcaba una dirección fija – Este caracol enamoradizo es capaz de rastrear la señal del Hakkōsha den den mushi a una distancia asquerosamente estúpida. Por lo tanto, los propios asaltantes nos llevaran hasta su guarida. Hasta entonces, nadie puede saber que somos del Gobierno ¿Alguna duda?
Se aproximó al montón de ropa y, al igual que los demás, buscó algo que al menos fuera de su talla. Eligió un turbante liso, de tonos pastel y luminosos. También encontró una supuesta túnica de color ocre con lunares naranjas, aunque más bien le parecía un vestido, larga, sedosa y flotante. Por último, a modo de fajín, se anudó su bufanda violeta en torno a su cintura. Salvo por sus botas, que asomaban tímidamente bajo la túnica, apenas podía apreciarse vestigio alguno de su uniforme gubernamental. Sin embargo, cuando alzó la vista al frente, descubrió que no podía decir lo mismo del resto de sus compañeros.
“Supongo que también habrá locales sin sentido de la estética”- se dijo así mismo, tratando de quitarle hierro al asunto.
El iniciado que le habían endosado para aquella misión fue el primero en romper el silencio. Al parecer nadie le había avisado de lo que venían a hacer a aquella tierra de mala muerte.
- Tienes razón, ha llegado la hora de poner las cartas sobre la mesa – anunció con una fingida tosecilla para hacerse notar – Arabasta, pese a ser miembro del Gobierno Mundial, tiene un tesoro nacional que sus monarcas se niegan a compartir con los demás. El Brasalino, es el tejido natural con mayor tolerancia a las altas temperaturas hasta l fecha conocido. El intervencionismo es siempre un asunto muy delicado, sobre si todo si se hace entre supuestos aliados – hizo una pequeña pausa para asegurarse de que comprendían la delicadeza de la misión – Tenéis ojos, seguro que os habéis dado cuenta de toda esa cantidad absurda de tela que hay en el carromato. Se trata de lino convencional, sin embargo, nos hemos asegurado de tintarlo de tal manera que a simple vista que recuerde al Brasalino original. El equipo A se ha encargado de difundir por las principales urbes del país que un grupo de mercaderes extranjeros piensa iniciar una guerra de precios con el Brasalino. Nosotros somos el equipo B, nuestra función es hacernos pasar como los mercaderes de los rumores y recibir la ira de los vendedores locales. No olvidéis que, históricamente, estas gentes están demasiado acostumbradas a tomar las armas y luchar por lo que creen justo. En otras circunstancias eso podría ser un acto admirable, pero en este caso será su perdición.
Se llevó entonces la mano al interior de la túnica y, a su vez de la gabardina, para extraer de su interior una pequeña caja de madera de ébano. Se la mostró a los dos agentes y esbozando la mejor de sus sonrisas, la abrió frente a sus ojos. En su interior podían verse dos den den mushis sobre una hoja de lechuga. El primero de ellos, de un tamaño irrisorio y con actitud enérgica, tenía una pequeña antena circular sobre su caparazón. El segundo, más grande y completamente dormido, tenía una pantalla circular sobre uno de los laterales de su caparazón.
- Este – dijo mientras extraía el más pequeño – es un Hakkōsha den den mushi, es muy pequeño y muy difícil de detectar una vez que encuentra un lugar cálido en el que esconderse.
Entonces se levantó y lo dejo cuidadosamente sobre uno de los montones de tela. El pequeño caracol no tardo demasiado en colarse entre los pliegues y recovecos de la tela, en busca de un lugar cómodo.
- Este grandullón es un, Juyō-tai den den mushi – explicó mientras sacaba de la caja al otro caracol – Este es un vago redomado, pero si activamos el monitor y le obligamos a despertarse… - puso su dedo pulgar sobre el dispositivo de encendido y lo presionó. Los ojos del caracol se abrieron de par en par hasta que, al cabo de unos segundos, sus pupilas se tornaron en corazones y la pantalla circular comenzó a funcionar a modo de sonar mientras marcaba una dirección fija – Este caracol enamoradizo es capaz de rastrear la señal del Hakkōsha den den mushi a una distancia asquerosamente estúpida. Por lo tanto, los propios asaltantes nos llevaran hasta su guarida. Hasta entonces, nadie puede saber que somos del Gobierno ¿Alguna duda?
Midorima Shintaro
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Se quedó mirando por la ventana mientras esperaba que su compañero le detallara toda la misión. Suspiró con desgana y terminó por apoyar su cabeza en la pequeña ventana. El paisaje no era demasiado llamativo, solo arena, arena y más arena. Aunque claro, era un desierto y más no se podía esperar. Habían dejado atrás Yuba hace rato y ahora se dirigían al siguiente punto donde podían empezar la misión. Se preguntó si tendría la oportunidad de luchar y, de ser el caso, ¿tendría que usar su máximo? No le gustaba la idea, no mucho, pero prefería eso a arriesgar la misión y sus posibilidades de unirse a la división de Dretch. No servía de nada si ambos acababan muertos solo porque no quería luchar con su máximo potencial.
Finalmente, su compañero empezó a hablar. Se colocó más cómodo y prestó atención. Se cruzó de brazos y no pensaba interrumpirlo. Como ya sabía, todo era por una tela. Tela que, en palabras de Dretch, era un tesoro nacional que Arabasta se negaba a compartir. ¿Por política? ¿Simple egoísmo? Nunca entendería muy bien a los reyes de islas como esta. Siguió escuchando y sus sospechas, eran acertadas. Todo era por simple conveniencia y el plan parecía ser bastante sólido. Un grupo, se estaba encargando de llevar el rumor de que un grupo extranjero pensaba en hacer una guerra de precios con el Brasalino. El segundo grupo, el de ellos, tendría que recibir la furia de los comerciantes locales. Si había algo de razón en lo que su compañero decía, era que, históricamente, la gente de Arabasta era propensa a tomar las armas y luchar por lo que consideraba correcto. En pocas palabras… Estaban perdidos en este caso. Escuchó la explicación de los Den Den Mushi y poco a poco, todo iba cobrando un poco más de sentido.
Imaginaba lo que iba a pasar con las palabras de Dretch. Una vez derrotaran a los comerciantes locales, robar el brasalino original y tener el monopolio de dicha tela. Quizás era solo por avaricia, pero podrían tener nuevos recursos con la venta de eso. Suspiró y asintió con la cabeza, no era mucho qué hacer y mantener la tapadera de que no eran parte del Gobierno Mundial iba a ser sencillo, después de todo, era una de las especialidades de los agentes del Cipher Pol. Convertirse en quien quisieran y no llamar la atención. Recaudar información secreta sin que nadie se enterara y, por otro lado, saber mentir de forma inteligente. Era una misión al más puro estilo de espías.
—Solo una duda —dijo él mirando por la ventana —. ¿Los tenemos qué matar o basta solo con dejarlos fuera de combate? —preguntó. No le interesaba mucho cualquiera de las opciones, podía hacer cualquiera de las dos.
Sin esperarlo, el transporte frenó de golpe. ¿Qué estaba pasando ahora? Sacó su cabeza por la ventana y una sonrisa se dibujó en su rostro. Le hizo una seña a Dretch y solo bajó. Frente a ellos, un grupo de unas treinta personas, todas armadas, estaban interrumpiendo el camino. Habían llegado mucho más temprano de lo que esperaba, pero estaba bien. Así debían ser las cosas. Activó su mantra y se preparó para la inminente batalla.
—Son treinta personas. ¿Quieres la mitad? —preguntó a su compañero.
Finalmente, su compañero empezó a hablar. Se colocó más cómodo y prestó atención. Se cruzó de brazos y no pensaba interrumpirlo. Como ya sabía, todo era por una tela. Tela que, en palabras de Dretch, era un tesoro nacional que Arabasta se negaba a compartir. ¿Por política? ¿Simple egoísmo? Nunca entendería muy bien a los reyes de islas como esta. Siguió escuchando y sus sospechas, eran acertadas. Todo era por simple conveniencia y el plan parecía ser bastante sólido. Un grupo, se estaba encargando de llevar el rumor de que un grupo extranjero pensaba en hacer una guerra de precios con el Brasalino. El segundo grupo, el de ellos, tendría que recibir la furia de los comerciantes locales. Si había algo de razón en lo que su compañero decía, era que, históricamente, la gente de Arabasta era propensa a tomar las armas y luchar por lo que consideraba correcto. En pocas palabras… Estaban perdidos en este caso. Escuchó la explicación de los Den Den Mushi y poco a poco, todo iba cobrando un poco más de sentido.
Imaginaba lo que iba a pasar con las palabras de Dretch. Una vez derrotaran a los comerciantes locales, robar el brasalino original y tener el monopolio de dicha tela. Quizás era solo por avaricia, pero podrían tener nuevos recursos con la venta de eso. Suspiró y asintió con la cabeza, no era mucho qué hacer y mantener la tapadera de que no eran parte del Gobierno Mundial iba a ser sencillo, después de todo, era una de las especialidades de los agentes del Cipher Pol. Convertirse en quien quisieran y no llamar la atención. Recaudar información secreta sin que nadie se enterara y, por otro lado, saber mentir de forma inteligente. Era una misión al más puro estilo de espías.
—Solo una duda —dijo él mirando por la ventana —. ¿Los tenemos qué matar o basta solo con dejarlos fuera de combate? —preguntó. No le interesaba mucho cualquiera de las opciones, podía hacer cualquiera de las dos.
Sin esperarlo, el transporte frenó de golpe. ¿Qué estaba pasando ahora? Sacó su cabeza por la ventana y una sonrisa se dibujó en su rostro. Le hizo una seña a Dretch y solo bajó. Frente a ellos, un grupo de unas treinta personas, todas armadas, estaban interrumpiendo el camino. Habían llegado mucho más temprano de lo que esperaba, pero estaba bien. Así debían ser las cosas. Activó su mantra y se preparó para la inminente batalla.
—Son treinta personas. ¿Quieres la mitad? —preguntó a su compañero.
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El agente alzó la ceja en cuanto escuchó la única pregunta de su acompañante. No sabía hasta qué punto el peliverde había logrado interiorizar el rokushiki, pero el uso de fuerza letal no era algo que se hubiese planteado en un principio. Se mantuvo en silencio durante unos segundos, pensativo, mientras trataba de atar los cabos suelos.
- No será necesario eliminar a nadie. No a menos que pretendamos que la gente comience a hacerse preguntas – matizó – Dejar un rastro de cadáveres a nuestro paso solo nos retrasaría.
Si el peliverde estaba en lo cierto, los artesanos del Reino de las Arenas habían mordido el anzuelo. El agente se acercó a una de las ventanas del carromato y, descorriendo cuidadosamente la cortina de lino, los observó. La envidia como la peste necesitaba de inocentes de quien vivir, cerca de una treintena de hombres a caballo y vestidos como comerciantes se aproximaban por ambos flancos del llamativo vehículo. El joven Búho no pudo contener su sonrisa de satisfacción al contemplar como los planes, por primera vez en mucho tiempo, comenzaban a salir tal cual habían sido concebidos.
- Bonito truco de magia ¿Cómo demonios los has visto sin asomarte por las ventanas? Ya he visto a Leblanc hacer algo parecido ¿Es alguna broma que se ha puesto de moda o algo así? – inquirió el agente.
Mientras el caos amenazaba con manifestarse a su alrededor, Dretch se alejó de una de las ventanas, dio un par de golpes en la pared para que el cochero aminorara la marcha y comenzó a buscar algo que usar como arma en el interior del carromato. Bajo uno de los pliegues del falso brasalino encontró un par de escobas. Ni corto ni perezoso, las desenroscó sacó las astas de las mismas
- Cíñete al plan, nada de rokushiki e intenta alejarte tanto como puedas del carro. Si les damos lo que buscan se marcharan tan rápido como tengan oportunidad – dijo mientras le tendía uno de los palos Midorima – Yo no tengo ojos en la nuca, pero se cuando alguien hace bien su trabajo. La derecha es toda tuya, yo me quedo con los de la izquierda.
Acto seguido, avanzó hacia la puerta del carromato y, tapándose con parte de la tela sobrante del turbante para protegerse del polvo, se expuso al abrasador clima de Arabasta. En seguida, tras poner un pie en la arena del desierto, decenas de gritos comenzaron a resonar por las dunas anunciando la presencia de Dretch. Sin embargo, ese era el flanco de Midorima, por lo que no le correspondía a él darles una sorpresa. El agente se puso en marcha y, balanceando el palo de la escoba como si se tratara de una simple ramita de olivo, rodeó el vehículo para encontrarse con sus atacantes. La polvareda levantada por los cascos de los caballos era tal, que el agente apenas era capaz de discernir cuantos de aquellos mercaderes se encontraban frente a él. Sin embargo, mantuvo la calma y extendió las palmas de sus manos hacia sus flancos, calculando su área de acción ahora que disponía de aquel palo.
- No será necesario eliminar a nadie. No a menos que pretendamos que la gente comience a hacerse preguntas – matizó – Dejar un rastro de cadáveres a nuestro paso solo nos retrasaría.
Si el peliverde estaba en lo cierto, los artesanos del Reino de las Arenas habían mordido el anzuelo. El agente se acercó a una de las ventanas del carromato y, descorriendo cuidadosamente la cortina de lino, los observó. La envidia como la peste necesitaba de inocentes de quien vivir, cerca de una treintena de hombres a caballo y vestidos como comerciantes se aproximaban por ambos flancos del llamativo vehículo. El joven Búho no pudo contener su sonrisa de satisfacción al contemplar como los planes, por primera vez en mucho tiempo, comenzaban a salir tal cual habían sido concebidos.
- Bonito truco de magia ¿Cómo demonios los has visto sin asomarte por las ventanas? Ya he visto a Leblanc hacer algo parecido ¿Es alguna broma que se ha puesto de moda o algo así? – inquirió el agente.
Mientras el caos amenazaba con manifestarse a su alrededor, Dretch se alejó de una de las ventanas, dio un par de golpes en la pared para que el cochero aminorara la marcha y comenzó a buscar algo que usar como arma en el interior del carromato. Bajo uno de los pliegues del falso brasalino encontró un par de escobas. Ni corto ni perezoso, las desenroscó sacó las astas de las mismas
- Cíñete al plan, nada de rokushiki e intenta alejarte tanto como puedas del carro. Si les damos lo que buscan se marcharan tan rápido como tengan oportunidad – dijo mientras le tendía uno de los palos Midorima – Yo no tengo ojos en la nuca, pero se cuando alguien hace bien su trabajo. La derecha es toda tuya, yo me quedo con los de la izquierda.
Acto seguido, avanzó hacia la puerta del carromato y, tapándose con parte de la tela sobrante del turbante para protegerse del polvo, se expuso al abrasador clima de Arabasta. En seguida, tras poner un pie en la arena del desierto, decenas de gritos comenzaron a resonar por las dunas anunciando la presencia de Dretch. Sin embargo, ese era el flanco de Midorima, por lo que no le correspondía a él darles una sorpresa. El agente se puso en marcha y, balanceando el palo de la escoba como si se tratara de una simple ramita de olivo, rodeó el vehículo para encontrarse con sus atacantes. La polvareda levantada por los cascos de los caballos era tal, que el agente apenas era capaz de discernir cuantos de aquellos mercaderes se encontraban frente a él. Sin embargo, mantuvo la calma y extendió las palmas de sus manos hacia sus flancos, calculando su área de acción ahora que disponía de aquel palo.
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Ocultó su asombro ante la pregunta de Dretch. ¿Acaso no conocía lo que era el Haki? O quizás si lo conocía, pero no lo sabía usar o no lo había entrenado lo suficiente como para poder usarlo a su nivel. Suspiró y solo asintió con la cabeza. Era simple lo que tenía que hacer, alejarse lo suficiente del carro y dejar que se lo llevaran. Agarró el palo que le había dado su compañero y lo balanceó de lado a lado. Lo vio descender y él hizo lo mismo, tenía un par de trucos bajo la manga, pero, al parecer, no tenían que luchar en serio. El punto del parcheado tenía sentido, un mar de cadáveres tras de ellos iba a ser, cuanto menos, algo un poco insensato e imprudente.
—Aquí vamos —susurró.
Los suyos eran solo los de la derecha mientras que Dretch se encargaría de la izquierda. Eran más o menos pocos, pero la polvareda era bastante más grande de lo que esperaba. Los caballos, al correr, levantaban mucho polvo y eso dificultaba mucho el ver, aunque podía compensarlo con su mantra y eso era lo que iba a usar para no tener muchos problemas, pero… Primero tenía que alejarse del transporte que contenía el brasalino falso y darles la oportunidad de lo que se llevaran. ”Puedo usar eso…” —pensó con una suave sonrisa mientras los iba viendo acercándose cada vez más. Iba a ser la primera vez que usaría algo aprendido del Cipher Pol y, si lo pensaba bien, era algo que quizás le iba a ser más útil ahora que lo poseía. El rokushiki, aunque a un nivel básico, era las artes secretas de la agencia y, en este caso, era lo mejor que podía usar.
—Soru.
Desapareció dejando una estela de polvo detrás suyo. Observó con cierta diversión cómo es que los que estaban por llegar a él, se asombraban de que ya no estaba ahí. Silbó para llamar su atención y fue que todos ellos se giraron para verlo. Se quedó quieto y fue que algunos empezaron a caer inconscientes. En el momento en que había desaparecido, había golpeado a algunos para dejarlos fuera de combate, había medido muy bien su fuerza y sabía que no estaban muertos. Se había alejado un buen par de metros del transporte y, mientras algunos se quedaban frente a él, seguramente, para evitar algún movimiento suyo, otros simplemente seguían su camino directo al brasalino falso. ”No los tengo por qué detener, ¿verdad?” —se recordó con una suave sonrisa.
—Vengan —dijo en voz alta a los pocos valientes que se habían quedado.
—Aquí vamos —susurró.
Los suyos eran solo los de la derecha mientras que Dretch se encargaría de la izquierda. Eran más o menos pocos, pero la polvareda era bastante más grande de lo que esperaba. Los caballos, al correr, levantaban mucho polvo y eso dificultaba mucho el ver, aunque podía compensarlo con su mantra y eso era lo que iba a usar para no tener muchos problemas, pero… Primero tenía que alejarse del transporte que contenía el brasalino falso y darles la oportunidad de lo que se llevaran. ”Puedo usar eso…” —pensó con una suave sonrisa mientras los iba viendo acercándose cada vez más. Iba a ser la primera vez que usaría algo aprendido del Cipher Pol y, si lo pensaba bien, era algo que quizás le iba a ser más útil ahora que lo poseía. El rokushiki, aunque a un nivel básico, era las artes secretas de la agencia y, en este caso, era lo mejor que podía usar.
—Soru.
Desapareció dejando una estela de polvo detrás suyo. Observó con cierta diversión cómo es que los que estaban por llegar a él, se asombraban de que ya no estaba ahí. Silbó para llamar su atención y fue que todos ellos se giraron para verlo. Se quedó quieto y fue que algunos empezaron a caer inconscientes. En el momento en que había desaparecido, había golpeado a algunos para dejarlos fuera de combate, había medido muy bien su fuerza y sabía que no estaban muertos. Se había alejado un buen par de metros del transporte y, mientras algunos se quedaban frente a él, seguramente, para evitar algún movimiento suyo, otros simplemente seguían su camino directo al brasalino falso. ”No los tengo por qué detener, ¿verdad?” —se recordó con una suave sonrisa.
—Vengan —dijo en voz alta a los pocos valientes que se habían quedado.
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Dretch avanzó algunos pasos hacia el frente, cerró su ojo sano y se concentró. Él no era capaz de rastrear presencias como Giotto y Shintaro, sin embargo, si conseguía concentrarse y aislarse del mundo sí que era capaz de ver cosas que, de otro modo, le serían imposibles. Podía apreciar en el ambiente una sensación de asfixia y opresión continua, acrecentada por el extremo y sofocante calor del desierto. Por encima de su cabeza, se podía oír el soplido del viento, que proyectaba consigo diminutas partículas de arena y las aparatosas pisadas de no menos de una quincena de corceles. La intuición le decía que se dirigía a algún tipo de trampa mortal, sabía que era la víctima de una emboscada y, a pesar de ello, comenzó a caminar a ciegas hacia adelante.
No pudo evitar que su labio se curvase hacia arriba, confiado, aunque se esforzó por mantener la concentración. Sus manos aun sostenían el palo alargado que había conseguido en el interior del carromato. De pronto, el agente abrió su ojo de par en par y se encontró de frente al primero de sus enemigos. Un jinete armado con un tridente. El rebelde impulsó su arma en dirección al agente con una velocidad de vértigo, poniendo su pecho como diana. Dretch saltó hacia atrás, con una grácil acrobacia, y esquivó su ataque, el cual zumbó a escasos centímetros de su torso. Había eludido a la primera de las amenazas, pero aún quedaban muchos jinetes. Levantando el brazo, realizó varios giros con el palo sobre su cabeza. El siguiente jinete volvió a abalanzar los tres puntiagudos pinchos sobre él, sin embargo, su arma salió despedida cuando el agente la interceptó con un golpe seco y diestro. Sus ojos destilaron horror en cuanto se vio desarmado ante un simple mercader. Puede que en otras circunstancias no hubiese tenido piedad, pero dejo que se marchara con el rabo entre las patas.
Eran demasiados y el calor no estaba ayudando. Si tenía que desarmarlos uno por uno, le llevaría un tiempo y esfuerzo que no merecerían la pena. Tenía que conseguir que centraran su atención en el carro y no en él. Chasqueó la lengua, molesto y se puso manos a la obra. Usando la vara a modo de pértiga, la clavó en la arena y se impulsó sobre ella para propinar una patada lateral sobre un tercer jinete que en seguida cayó derribado sobre la arena. Ahora sobre el caballo, espoleó al animal para alejarlo tanto como le fuera posible del carro y de sus agresores. Procurando pasar lo suficientemente cerca de Shintaro para silbar y que este emulara su táctica de fingir una huida.
No pudo evitar que su labio se curvase hacia arriba, confiado, aunque se esforzó por mantener la concentración. Sus manos aun sostenían el palo alargado que había conseguido en el interior del carromato. De pronto, el agente abrió su ojo de par en par y se encontró de frente al primero de sus enemigos. Un jinete armado con un tridente. El rebelde impulsó su arma en dirección al agente con una velocidad de vértigo, poniendo su pecho como diana. Dretch saltó hacia atrás, con una grácil acrobacia, y esquivó su ataque, el cual zumbó a escasos centímetros de su torso. Había eludido a la primera de las amenazas, pero aún quedaban muchos jinetes. Levantando el brazo, realizó varios giros con el palo sobre su cabeza. El siguiente jinete volvió a abalanzar los tres puntiagudos pinchos sobre él, sin embargo, su arma salió despedida cuando el agente la interceptó con un golpe seco y diestro. Sus ojos destilaron horror en cuanto se vio desarmado ante un simple mercader. Puede que en otras circunstancias no hubiese tenido piedad, pero dejo que se marchara con el rabo entre las patas.
Eran demasiados y el calor no estaba ayudando. Si tenía que desarmarlos uno por uno, le llevaría un tiempo y esfuerzo que no merecerían la pena. Tenía que conseguir que centraran su atención en el carro y no en él. Chasqueó la lengua, molesto y se puso manos a la obra. Usando la vara a modo de pértiga, la clavó en la arena y se impulsó sobre ella para propinar una patada lateral sobre un tercer jinete que en seguida cayó derribado sobre la arena. Ahora sobre el caballo, espoleó al animal para alejarlo tanto como le fuera posible del carro y de sus agresores. Procurando pasar lo suficientemente cerca de Shintaro para silbar y que este emulara su táctica de fingir una huida.
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Era un tanto aburrido “pelear” contra esos tipos. Ni siquiera tenía que esforzarse para derrotarlos, pero… No era una buena idea, tenía que fingir que era un mercader común y ordinario, sin nada más que eso. Suspiró y, en un instante, vio a Dretch que estaba luchando contra los de su lado. La intención no era derrotarlos a todos, aunque podría, sino que se llevaran en el carro con el brasalino falso y que ellos mismos los llevaran directo al original. Tenían que hacerlo bien, así que solo se quedó en silencio y se iba alejando un poco más de su transporte. No era tan difícil hacerlo, pero el calor era bastante y no estaba tan acostumbrado a luchar con esos climas. Volvió a suspirar mientras veía como algunos ya se dirigían directo al carro, los dejó pasar mientras iba viendo la sucesión de gente que le “impedía” el seguir a los otros.
—Vamos… Solo un poco más —susurró mientras iba aguantando al resto de sujetos. A diferencia del parcheado, él los tumbaba de uno o dos golpes, nada mortal, pero si eficaz. No le interesaba la idea de desarmarlos y, por alguna razón, el palo que le había pasado su compañero le era bastante útil para eso.
De reojo siguió observando a Dretch y se quedó en silencio mientras esquivaba algunos golpes. Estaba a unos diez o quince metros del carro, pero algunos seguían tratando de derrotarlo o, mejor dicho, ganar tiempo para que sus otros camaradas pudieran robar el brasalino falso. Dio un gran salto y generó, nuevamente, más distancia entre él y su transporte. ”Va a ser muy molesto el tener que movernos sin el carro” —pensó mientras de un golpe en la muñeca desarmaba a un contrincante y lo terminaba de tumbar con un certero golpe en el cuello. Se secó, con la manga, un par de gotas de sudor. Sintió como es que la presencia de su compañero se iba acercando a él y, cuando lo vio, entendió todo. Era momento de hacer una falsa huida así que tiró su palo a cualquier lugar y se fue acercando al caballo. Les hizo creer a los mercaderes que lo estaban arrinconando y les dejó rodearlo, pero dejando, estratégicamente, un espacio para poder escapar en cuanto Dretch pasara a su lado.
—Adiós —dijo antes de saltar y caer de pie y con los brazos cruzados, sobre su nuevo transporte. El caballo no tardó en alejarlos de la zona de conflicto. Habían cumplido la primera parte de la misión y ahora solo faltaba la segunda —. Bueno, a ver si esto funciona —le comentó a su compañero mientras se mantenía de pie y con los brazos cruzados en el lomo de aquel caballo.
—Vamos… Solo un poco más —susurró mientras iba aguantando al resto de sujetos. A diferencia del parcheado, él los tumbaba de uno o dos golpes, nada mortal, pero si eficaz. No le interesaba la idea de desarmarlos y, por alguna razón, el palo que le había pasado su compañero le era bastante útil para eso.
De reojo siguió observando a Dretch y se quedó en silencio mientras esquivaba algunos golpes. Estaba a unos diez o quince metros del carro, pero algunos seguían tratando de derrotarlo o, mejor dicho, ganar tiempo para que sus otros camaradas pudieran robar el brasalino falso. Dio un gran salto y generó, nuevamente, más distancia entre él y su transporte. ”Va a ser muy molesto el tener que movernos sin el carro” —pensó mientras de un golpe en la muñeca desarmaba a un contrincante y lo terminaba de tumbar con un certero golpe en el cuello. Se secó, con la manga, un par de gotas de sudor. Sintió como es que la presencia de su compañero se iba acercando a él y, cuando lo vio, entendió todo. Era momento de hacer una falsa huida así que tiró su palo a cualquier lugar y se fue acercando al caballo. Les hizo creer a los mercaderes que lo estaban arrinconando y les dejó rodearlo, pero dejando, estratégicamente, un espacio para poder escapar en cuanto Dretch pasara a su lado.
—Adiós —dijo antes de saltar y caer de pie y con los brazos cruzados, sobre su nuevo transporte. El caballo no tardó en alejarlos de la zona de conflicto. Habían cumplido la primera parte de la misión y ahora solo faltaba la segunda —. Bueno, a ver si esto funciona —le comentó a su compañero mientras se mantenía de pie y con los brazos cruzados en el lomo de aquel caballo.
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Cegado por los rayos de sol, el agente continúo espoleando a su caballo con la es esperanza de que, su huida y malintencionada dirección, acusaran la pereza suficiente en las filas rebeldes como para desestimar una persecución. Aunque Dretch no miró hacia atrás en ningún momento, en seguida se dio cuenta de que no era por que tuviera fe ciega en su plan o para evitar ser reconocido. Lo cierto era que, pese a ser originario de una pequeña villa medieval, jamás en su vida se había se había subido en un caballo. De hecho, ni tan siquiera se había subido en una mula. Todo había sucedido muy rápido y había reaccionado sin apenas preocuparse de los por menores de sus actos. Rígido como una estatua y con el temor de una caída inminente, apenas se había movido de la montura de la bestia desde que aterrizara en ella impulsándose con su vara. Tan solo una parte de su cuerpo se había movido. Sus manos. Estaban blancas, debido a la férrea presa que ejercían sobre las riendas de su corcel.
Pasados algunos minutos, el corcel aminoró el trote y comenzó a moverse más lentamente. Entonces, aprovechó para girarse temeroso hacia atrás en busca de Shintaro y Rexxair. Sin embargo, tan solo pudo divisar al primero. No había rastro alguno del mink a su alrededor. Algo en su interior le hizo espabilar. No recordaba haber visto al pseudo-animal salir del carromato ¿Y si no había tenido oportunidad de salir a tiempo? Si se descubría la implicación de la Cipher Pol antes de los previsto, su plan podría irse al traste. De nada le servía lamentarse de su suerte, las excusas no eran toleradas en la agencia y no tenía ninguna intención de recibir otro rapapolvo de sus superiores. Suspiró y centró su atención en el jinete peliverde que se aproximaba a su posición.
- ¿Te han seguido? – inquirió, dejando que el iniciado recorriera los pocos metros que lo separaban de su ubicación.
Mientras tanto, se llevó la mano hacia una de las mangas de su túnica y sacaba de su interior al Juyō-tai den den mushi. El animal, mecido por el trote del caballo sobre la arena, se había dormido. Ahora, una enorme burbuja nasal de aspecto repelente, se expandía y contraía al ritmo de su respiración. El agente levantó su mano izquierda y, haciendo un leve aspaviento para bajarse la manga de la túnica, se desabrochó el botón del puño de su camisa y bajo de nuevo su mano hacia el suelo, dejando que una de sus agujas de calceta se deslizara sobre la palma de su mano. Acto seguido, explotó la burbuja nasal y, mientras que el den den mushi, sobresaltado, abría los ojos como platos, lo arrojó con su brazo biónico. El lanzamiento parabólico iba en directo hacia el peliverde.
- Yo ya tengo bastante con tratar de no caerme de esta alimaña - se quejó, mientras trataba de mantener el equilibrio sobre la silla de montar – Tu guías, Shintaro. Esos geckos deberían ser más rápidos que nosotros así que, salvo que hayan escoltado el carromato, ya deberían de tener ventaja suficiente. Asegúrate de que ese caracol encuentra el rastro y abre la marcha.
Pasados algunos minutos, el corcel aminoró el trote y comenzó a moverse más lentamente. Entonces, aprovechó para girarse temeroso hacia atrás en busca de Shintaro y Rexxair. Sin embargo, tan solo pudo divisar al primero. No había rastro alguno del mink a su alrededor. Algo en su interior le hizo espabilar. No recordaba haber visto al pseudo-animal salir del carromato ¿Y si no había tenido oportunidad de salir a tiempo? Si se descubría la implicación de la Cipher Pol antes de los previsto, su plan podría irse al traste. De nada le servía lamentarse de su suerte, las excusas no eran toleradas en la agencia y no tenía ninguna intención de recibir otro rapapolvo de sus superiores. Suspiró y centró su atención en el jinete peliverde que se aproximaba a su posición.
- ¿Te han seguido? – inquirió, dejando que el iniciado recorriera los pocos metros que lo separaban de su ubicación.
Mientras tanto, se llevó la mano hacia una de las mangas de su túnica y sacaba de su interior al Juyō-tai den den mushi. El animal, mecido por el trote del caballo sobre la arena, se había dormido. Ahora, una enorme burbuja nasal de aspecto repelente, se expandía y contraía al ritmo de su respiración. El agente levantó su mano izquierda y, haciendo un leve aspaviento para bajarse la manga de la túnica, se desabrochó el botón del puño de su camisa y bajo de nuevo su mano hacia el suelo, dejando que una de sus agujas de calceta se deslizara sobre la palma de su mano. Acto seguido, explotó la burbuja nasal y, mientras que el den den mushi, sobresaltado, abría los ojos como platos, lo arrojó con su brazo biónico. El lanzamiento parabólico iba en directo hacia el peliverde.
- Yo ya tengo bastante con tratar de no caerme de esta alimaña - se quejó, mientras trataba de mantener el equilibrio sobre la silla de montar – Tu guías, Shintaro. Esos geckos deberían ser más rápidos que nosotros así que, salvo que hayan escoltado el carromato, ya deberían de tener ventaja suficiente. Asegúrate de que ese caracol encuentra el rastro y abre la marcha.
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Suspiró mientras se alejaban de ellos. La misión iba avanzando bien y ahora solo era cuestión de tiempo para finalizarla de una forma u otra, se quedó en silencio. Veía con ciertas complicaciones a Dretch tratando de controlar el caballo, y ahora que lo pensaba, a él también le estaba costando un poco de trabajo controlar el suyo. No sería una mala idea que en el Cipher Pol se hicieran clases para estos animales, así un agente podría estar preparado para todo tipo de situaciones y no arruinar una misión solo por no saber domar a un caballo. Se terminó de acercar a su compañero y se quedó en silencio mientras iba escuchando sus palabras. Agarró el Den Den Mushi y esperó unos pequeños instantes.
Ni siquiera se había dado cuenta, pero faltaba una persona. El mink. ¿Dónde estaría? No recordaba verlo en el carromato y ni siquiera recordaba verlo bajar de este, ¿habría subido? Si estaba dentro de su antiguo transporte, todo se podía ir al demonio y todo por su culpa. Todo su esfuerzo se iría al traste por él. Dejó de pensar en ello y se concentró en el Den Den Mushi. La deducción de su compañero era cierta, según lo que indicaba el caracol, estaban ya bastante alejados. ”Estas cosas son realmente útiles” —pensó mientras recordaba que él, con un poco de suerte, solo había usado el normal, el que te permitía llamar. No tenía idea de las diferentes funciones que podía tener una de estas cosas.
—Esos geckos son bastante rápidos —comentó él —. Deben estar a unos siete u ocho kilómetros al noroeste de nosotros —dijo bastante seguro —. Espero que no te caigas, Dretch.
Le hizo una seña para que cambiarán un poco el rumbo y poder seguirles la pista. La idea solo era saber dónde iban y luego de eso, empezaría la segunda y última parte del plan. No lo negaba, hacer algo como esto, era bastante más divertido de lo que pensaba. No todo tenía que resolverse a golpes, sino que el estilo del Gobierno Mundial, manipulando, falsificando información, infiltrándose sin que nadie se dé cuenta, era algo muy diferente a lo que él estaba acostumbrado.
Ni siquiera se había dado cuenta, pero faltaba una persona. El mink. ¿Dónde estaría? No recordaba verlo en el carromato y ni siquiera recordaba verlo bajar de este, ¿habría subido? Si estaba dentro de su antiguo transporte, todo se podía ir al demonio y todo por su culpa. Todo su esfuerzo se iría al traste por él. Dejó de pensar en ello y se concentró en el Den Den Mushi. La deducción de su compañero era cierta, según lo que indicaba el caracol, estaban ya bastante alejados. ”Estas cosas son realmente útiles” —pensó mientras recordaba que él, con un poco de suerte, solo había usado el normal, el que te permitía llamar. No tenía idea de las diferentes funciones que podía tener una de estas cosas.
—Esos geckos son bastante rápidos —comentó él —. Deben estar a unos siete u ocho kilómetros al noroeste de nosotros —dijo bastante seguro —. Espero que no te caigas, Dretch.
Le hizo una seña para que cambiarán un poco el rumbo y poder seguirles la pista. La idea solo era saber dónde iban y luego de eso, empezaría la segunda y última parte del plan. No lo negaba, hacer algo como esto, era bastante más divertido de lo que pensaba. No todo tenía que resolverse a golpes, sino que el estilo del Gobierno Mundial, manipulando, falsificando información, infiltrándose sin que nadie se dé cuenta, era algo muy diferente a lo que él estaba acostumbrado.
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Ambos agentes espolearon a sus caballos y emprendieron la persecución del carromato robado con la esperanza de que, Rexair Stark, no hubiese sido descubierto por los rebeldes. A medida que pasaban los minutos, Dretch había logrado acostumbrarse al constante traqueteo del caballo y, aunque ya no temía por su estabilidad sobre la bestia, su cuerpo se mantenía exageradamente recto y rígido. Durante varias horas, cabalgaron por un desierto despoblado, recorrido tan solo por audaces mercaderes y saqueadores de las arenas. Aunque por fortuna para todas las partes, no coincidieron con ningún ser vivo durante la mayor parte del trayecto. Los únicos testigos del paso de Shintaro y Buerganor por las infinitas dunas del Reino de las Arenas fueron algunas bandadas de Aves Warusagi, las garzas ladronas de Arabasta. Sin embargo, estas no llegaron ni tan siquiera a atisbar los objetos de valor de ambos jinetes debido a la gran polvareda que levantaban a su paso. Para cuando Shintaro volvió a poner su mirada sobre el excéntrico caracol enamoradizo, el sol ya estaba casi en su cenit. Debían de ser aproximadamente las doce de la mañana, habían transcurrido ya más de cuatro horas desde que los tres agentes partieron del oasis de Yuba. No fue hasta que ambos caballos coronaron la última duna, cuando descubrieron el que se convertiría en el final de su fatigosa andadura por los desiertos de Arabasta.
Dretch se llevó su mano derecha hacia la frente para proteger su ojo sano de los rayos del sol y observó lo que había al otro lado de la duna. Una colosal meseta se levantaba del árido desierto y sobre ella, una imponente ciudad-fortaleza de milenios de antigüedad. Tenía cuatro entradas, situadas estratégicamente en cada uno de los puntos cardinales y su arquitectura era fabulosamente rica, imperial e impresionante. Esa fue al menos la impresión que tuvo el joven Búho al contemplar la imponente capital del reino. Sin embargo, no todo era buenas palabras. Era bien sabido que en aquella ciudad residía la familia real de Arabasta y que una regia guardia real mantenía la ley y el orden en la urbe. Aunque confiaba en que aquellos mal pagados defensores de la ley no metieran las narices en los asuntos de la Cipher Pol, tenía la experiencia necesaria para saber que las cosas no siempre salían como uno deseaba.
- Alubarna – dijo al fin, rompiendo el silencio – Ahora solo tenemos que dar con el carromato robado… Me esperaba que tuviesen algún tipo de escondrijo secreto en el desierto y que no hubiesen sido tan estúpidos de atraernos hasta un núcleo urbano – razonó en voz alta – ¿Recuerdas nuestra llegada a Nanohana? Esta gente desarrolla su actividad comercial en esos extraños mercadillos que llaman zocos. Por fin tenemos algo de suerte. Entre ese extraño caos de puestecitos y tiendas, los comerciantes se agrupan entre si por gremios profesionales… Si damos con los sastres, daremos con el brasalino falso y nuestro objetivo.
Tan solo tenían que mantener el anonimato un poco más y cruzar los dedos muy fuerte para que Rexair no hubiese metido la pata. Antes de que se dieran cuenta, ambos jinetes ya estaban subiendo por una de las rampas que daban acceso a las colosales puertas de la ciudad.
Dretch se llevó su mano derecha hacia la frente para proteger su ojo sano de los rayos del sol y observó lo que había al otro lado de la duna. Una colosal meseta se levantaba del árido desierto y sobre ella, una imponente ciudad-fortaleza de milenios de antigüedad. Tenía cuatro entradas, situadas estratégicamente en cada uno de los puntos cardinales y su arquitectura era fabulosamente rica, imperial e impresionante. Esa fue al menos la impresión que tuvo el joven Búho al contemplar la imponente capital del reino. Sin embargo, no todo era buenas palabras. Era bien sabido que en aquella ciudad residía la familia real de Arabasta y que una regia guardia real mantenía la ley y el orden en la urbe. Aunque confiaba en que aquellos mal pagados defensores de la ley no metieran las narices en los asuntos de la Cipher Pol, tenía la experiencia necesaria para saber que las cosas no siempre salían como uno deseaba.
- Alubarna – dijo al fin, rompiendo el silencio – Ahora solo tenemos que dar con el carromato robado… Me esperaba que tuviesen algún tipo de escondrijo secreto en el desierto y que no hubiesen sido tan estúpidos de atraernos hasta un núcleo urbano – razonó en voz alta – ¿Recuerdas nuestra llegada a Nanohana? Esta gente desarrolla su actividad comercial en esos extraños mercadillos que llaman zocos. Por fin tenemos algo de suerte. Entre ese extraño caos de puestecitos y tiendas, los comerciantes se agrupan entre si por gremios profesionales… Si damos con los sastres, daremos con el brasalino falso y nuestro objetivo.
Tan solo tenían que mantener el anonimato un poco más y cruzar los dedos muy fuerte para que Rexair no hubiese metido la pata. Antes de que se dieran cuenta, ambos jinetes ya estaban subiendo por una de las rampas que daban acceso a las colosales puertas de la ciudad.
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El viaje por el desierto no era la gran cosa. Mirara donde mirara, solo encontraba una cosa, arena y más arena. Seguía pensando en lo divertido que estaba siendo la misión, no había necesidad de algún combate, solo debían tener calma y hacer que todo saliera según lo planeado. Aunque bien sabía que, por lo general, no todo resultaba tan bien como se esperaba, de hecho, estaba más que preparado para acabar improvisando un poco hacia el final. Sabía que era una posibilidad más que probable, pero confiaba en que todo saldría de acuerdo al plan original. Ya solo quedaba un paso, encontrar el escondite de los que tipos que les “robaron” y luego hacerlos pasar como los malos de la película, usando toda la influencia que el Gobierno Mundial les daba.
Durante el largo trayecto por el desierto, no dijo mucha cosa. Solo estaba concentrado en no perderse y no perder la dirección que aquel Den Den mushi enamorado le indicaba. Por alguna razón, no tenía muchos inconvenientes con el caballo o no tantos como su compañero. Su postura era algo rígida y bastante recta, como si estuviera luchando con todas sus fuerzas en no caerse. Suspiró con desgana y miró, por una vez más, aquel caracol. Por unos segundos, recordó al otro agente que estaba con ellos, ¿dónde se habría metido? No lo sabía y solo esperaba que no arruinara los planes de ellos. Sería de muy mal gusto y mala suerte, que por un error de aquel novato, que la misión fracasara.
—Oh… Que recuerdos —susurró mientras veía la ciudad imperial de Alubarna. Había estado un par de ocasiones en esa ciudad y no había cambiado para nada en sus años de ausencia. Seguramente, seguía siendo regida por un rey y seguía siendo una de las muchas naciones afiliadas al Gobierno Mundial.
Siguió el camino y empezaron a subir por la rampa. Decidió bajar un poco la velocidad, después de todo, no podían entrar a toda velocidad a la gran capital o no sin levantar las sospechas de la guardia que custodiaba cada una de las entradas. No podía negar que era un buen lugar para esconderse, Alubarna era bastante grande, con muchos callejones y muchas casas, podían estar en, literalmente, cualquier lado. Por suerte para ellos, tenían un rastreador y con eso los deberían encontrar sin muchos problemas. Una vez la guardia los revisó, entraron. El bullicio de la gente y el ambiente a ciudad de mucha prosperidad, fue lo primero notarse.
—Dretch, se han detenido a unos siete u ocho kilómetros al noroeste de aquí —comentó en tono bajo para que solo él lo escuchara —. Podríamos seguir con los caballos, en caso de que solo sea una parada provisional.
Por otra parte, Shintaro seguía con su mantra activado, solo por si algún idiota intentaba algo que no le convendría para nada. Aunque, por sus disfraces, parecían uno más de la zona y no estaban levantando sospecha alguna. Debía admitir que le estaba gustando la idea de pasar desapercibido y que, quizás, el Cipher Pol no era tan aburrido como se lo imaginaba cuando era un pirata más.
Durante el largo trayecto por el desierto, no dijo mucha cosa. Solo estaba concentrado en no perderse y no perder la dirección que aquel Den Den mushi enamorado le indicaba. Por alguna razón, no tenía muchos inconvenientes con el caballo o no tantos como su compañero. Su postura era algo rígida y bastante recta, como si estuviera luchando con todas sus fuerzas en no caerse. Suspiró con desgana y miró, por una vez más, aquel caracol. Por unos segundos, recordó al otro agente que estaba con ellos, ¿dónde se habría metido? No lo sabía y solo esperaba que no arruinara los planes de ellos. Sería de muy mal gusto y mala suerte, que por un error de aquel novato, que la misión fracasara.
—Oh… Que recuerdos —susurró mientras veía la ciudad imperial de Alubarna. Había estado un par de ocasiones en esa ciudad y no había cambiado para nada en sus años de ausencia. Seguramente, seguía siendo regida por un rey y seguía siendo una de las muchas naciones afiliadas al Gobierno Mundial.
Siguió el camino y empezaron a subir por la rampa. Decidió bajar un poco la velocidad, después de todo, no podían entrar a toda velocidad a la gran capital o no sin levantar las sospechas de la guardia que custodiaba cada una de las entradas. No podía negar que era un buen lugar para esconderse, Alubarna era bastante grande, con muchos callejones y muchas casas, podían estar en, literalmente, cualquier lado. Por suerte para ellos, tenían un rastreador y con eso los deberían encontrar sin muchos problemas. Una vez la guardia los revisó, entraron. El bullicio de la gente y el ambiente a ciudad de mucha prosperidad, fue lo primero notarse.
—Dretch, se han detenido a unos siete u ocho kilómetros al noroeste de aquí —comentó en tono bajo para que solo él lo escuchara —. Podríamos seguir con los caballos, en caso de que solo sea una parada provisional.
Por otra parte, Shintaro seguía con su mantra activado, solo por si algún idiota intentaba algo que no le convendría para nada. Aunque, por sus disfraces, parecían uno más de la zona y no estaban levantando sospecha alguna. Debía admitir que le estaba gustando la idea de pasar desapercibido y que, quizás, el Cipher Pol no era tan aburrido como se lo imaginaba cuando era un pirata más.
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A un paso excesivamente lento, ambos agentes espolearon a sus monturas para cruzar las puertas de la ciudad imperial. Aunque sabían que no tenían nada que temer debido a sus disfraces, al cruzar la mirada con los guardias de la puerta, Dretch no pudo evitar sentir una extraña sensación de rivalidad. Puede que la guardia real de Alubarna estuviese en el mismo bando que él, pero las miras de ambas organizaciones no podían ser más opuestas ¿De qué otro modo podía explicarse que la Cipher estuviese tratando de burlar las inflexibles leyes comerciales del Reino de las Arenas?
Tras un interrogatorio muy laxo que apenas duró unos segundos, los guardias de la puerta permitieron el paso a ambos jinetes al interior de la ciudad. Poco importaba donde hubiesen escondido el carromato aquellos insurrectos, o las extrañas premoniciones que su peliverde compañero pudiese profetizar. Mientras que no se hubiesen deshecho del falso brasalino, el pequeño Hakkōsha den den mushi seguiría actuando como baliza móvil para ellos. En comparación con el secuestro y neutralización de activos, aquello era un paseo que fácilmente podían realizar con los ojos cerrados. Acostumbrado a las constantes meteduras de pata, retrasos y malasuerte; aquello casi le parecía un agradable sueño y que en cualquier momento se despertaría en el oasis de Yuba para dar comienzo a la verdadera misión.
Se fijó entonces en que Shintaro caminaba excesivamente concentrado, ausente y a la vez atentó a la más leve brizna de aire que pudiera advertirle de algún ataque sorpresa. No podía culparle, la inexperiencia en las misiones de campo podía pasar factura y, a fin de cuentas, pese a sus extrañas habilidades, seguía siendo un iniciado.
- Han boicoteado una operación gubernamental, atacado a dos agentes, secuestrado un tercero y robado pruebas de actividades revolucionarias en la región… Y todo eso antes de la hora de comer. Por lo que a nuestro gobierno respecta, no somos nosotros los que deberíamos temer por las represalias de ser descubiertos – razonó, mientras se llevaba la mano hacia la boca para ocultar un bostezo – Pero nosotros aún no hemos puesto las cartas sobre la mesa, asique no nos pueden acusar de nada. En el peor de los casos, se negarán a cooperar y habremos desarticulado una “supuesta” célula revolucionaria en Arabasta. En el mejor de los casos, estarán tan ocupados en luchar por no cargarse encima que podremos conseguir un trato de favor para comerciar con el brasalino a espaldas de la familia real.
Mientras continuaban avanzando por una de las avenidas principales que se extendía desde del arco de la puerta de la muralla, Dretch recordó el comentario que Shintaro había hecho algunos minutos atrás, frente a las puertas “Oh… Qué recuerdos”. Se percató entonces de que, pese a que llevaban ya varias horas dando caza a aquellos ladrones, apenas sabía nada del iniciado que la agencia le había endosado. Por lo que aprovechó la distancia que aún les separaba de su objetivo final para tratar de tirarle de la lengua.
Tras un interrogatorio muy laxo que apenas duró unos segundos, los guardias de la puerta permitieron el paso a ambos jinetes al interior de la ciudad. Poco importaba donde hubiesen escondido el carromato aquellos insurrectos, o las extrañas premoniciones que su peliverde compañero pudiese profetizar. Mientras que no se hubiesen deshecho del falso brasalino, el pequeño Hakkōsha den den mushi seguiría actuando como baliza móvil para ellos. En comparación con el secuestro y neutralización de activos, aquello era un paseo que fácilmente podían realizar con los ojos cerrados. Acostumbrado a las constantes meteduras de pata, retrasos y malasuerte; aquello casi le parecía un agradable sueño y que en cualquier momento se despertaría en el oasis de Yuba para dar comienzo a la verdadera misión.
Se fijó entonces en que Shintaro caminaba excesivamente concentrado, ausente y a la vez atentó a la más leve brizna de aire que pudiera advertirle de algún ataque sorpresa. No podía culparle, la inexperiencia en las misiones de campo podía pasar factura y, a fin de cuentas, pese a sus extrañas habilidades, seguía siendo un iniciado.
- Han boicoteado una operación gubernamental, atacado a dos agentes, secuestrado un tercero y robado pruebas de actividades revolucionarias en la región… Y todo eso antes de la hora de comer. Por lo que a nuestro gobierno respecta, no somos nosotros los que deberíamos temer por las represalias de ser descubiertos – razonó, mientras se llevaba la mano hacia la boca para ocultar un bostezo – Pero nosotros aún no hemos puesto las cartas sobre la mesa, asique no nos pueden acusar de nada. En el peor de los casos, se negarán a cooperar y habremos desarticulado una “supuesta” célula revolucionaria en Arabasta. En el mejor de los casos, estarán tan ocupados en luchar por no cargarse encima que podremos conseguir un trato de favor para comerciar con el brasalino a espaldas de la familia real.
Mientras continuaban avanzando por una de las avenidas principales que se extendía desde del arco de la puerta de la muralla, Dretch recordó el comentario que Shintaro había hecho algunos minutos atrás, frente a las puertas “Oh… Qué recuerdos”. Se percató entonces de que, pese a que llevaban ya varias horas dando caza a aquellos ladrones, apenas sabía nada del iniciado que la agencia le había endosado. Por lo que aprovechó la distancia que aún les separaba de su objetivo final para tratar de tirarle de la lengua.
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Debía admitir que, cuando se concentraba y elevaba su guardia, casi parecía que no prestaba atención a nadie o nada. Como si estuviera viviendo en un mundo completamente ajeno, pero no, de hecho, estaba bastante centrado en su compañero. Si bien él tenía experiencia en combates, él nunca fue del tipo de pirata que ideaba planes muy grandes o una gran mente criminal, así que tenía que depender del parcheado. Escuchó con atención sus palabras y, en cierta forma, se tranquilizó. Tenía razón, ellos no habían hecho nada… O nada que se pudiera probar, a vista y paciencia de todos, solo eran las víctimas mientras los otros eran los malos. Ellos robaron, atacaron y secuestraron a agentes del gobierno, todo, como decía su parcheado amigo, antes del almuerzo.
—No lo había pensado así. Supongo que son viejos hábitos de lobo de mar —comentó con una suave sonrisa. Todavía quedaba un trecho más o menos largo antes de llegar a la guarida o lo que sea donde estuvieran los tipos que les habían robado.
Se puso a pensar un tiempo y se dio cuenta de algo… Raro o bueno, no tan raro. No habían hablado casi nada de ellos. Solo interactuaban para ver los detalles de la misión o aportar ideas para esta. ”Quizás es el momento indicado…” —pensó mientras doblaban por una de las tantas calles de Alubarna. Ya habían dejado el mercado atrás y ahora era más que nada casa tras casa, y mientras más avanzaban, más grande e imponente se veía el palacio. Suspiró, con la manga se secó un poco del sudor, le dio agua a su caballo y, finalmente, tomó él. Estuvo callado unos segundos, mientras pensaba en cómo empezar la conversación que lo había impulsado a aceptar esta misión o, mejor dicho, lo que verdaderamente buscaba de cumplir con su deber en el Cipher Pol.
—Aprovecharé este momento para introducirme un poco y… Preguntarte o pedirte, mejor dicho, algo al final —comentó con relativa calma. —. Soy Shintaro, tengo 26 años y mi rango actual es iniciado en el Cipher Pol. Vengo del East Blue —prosiguió mientras entregaba alguno de los datos que daba igual que supieran todos. Solo debía tener cuidado con ocultar su pasado pirata y no levantar muchas sospechas —. No tengo mucho que contar, la verdad. Solo salí al mar en busca de aventuras y unirme al Gobierno Mundial nunca estuvo en mis planes —dijo con una suave sonrisa, recordando como en antaño luchaba en contra de la organización que, por un tiempo, debía proteger —. En fin… Por ahora, creo que basta, si quieres saber más de mí, puedes preguntarlo y yo responderé, soy un libro abierto —comentó. —. Ahora, lo que quiero pedirte es… Entrar en la Karasu. Investigué sobre ustedes y es de las divisiones donde tendría más libertad de acción.
Chasqueó con la lengua, tendría que esperar para saber la respuesta. Estaban llegando al escondite de los tipos que le habían robado.
—Supongo que deberé esperar para tu respuesta —comentó mientras apuntaba a un edificio de cuatro pisos. Para su sorpresa, era un edificio que, desde afuera, daba todas las pintas que ahí se juntaban todos los que hacían cosas ilegales. No estaba bien cuidado y desentonaba un poco con el lugar. De hecho, daba la pinta que estuviera abandonado. —. Ese es el lugar, ¿cómo procedemos? ¿Tocamos la puerta o entramos a la fuerza? —preguntó.
—No lo había pensado así. Supongo que son viejos hábitos de lobo de mar —comentó con una suave sonrisa. Todavía quedaba un trecho más o menos largo antes de llegar a la guarida o lo que sea donde estuvieran los tipos que les habían robado.
Se puso a pensar un tiempo y se dio cuenta de algo… Raro o bueno, no tan raro. No habían hablado casi nada de ellos. Solo interactuaban para ver los detalles de la misión o aportar ideas para esta. ”Quizás es el momento indicado…” —pensó mientras doblaban por una de las tantas calles de Alubarna. Ya habían dejado el mercado atrás y ahora era más que nada casa tras casa, y mientras más avanzaban, más grande e imponente se veía el palacio. Suspiró, con la manga se secó un poco del sudor, le dio agua a su caballo y, finalmente, tomó él. Estuvo callado unos segundos, mientras pensaba en cómo empezar la conversación que lo había impulsado a aceptar esta misión o, mejor dicho, lo que verdaderamente buscaba de cumplir con su deber en el Cipher Pol.
—Aprovecharé este momento para introducirme un poco y… Preguntarte o pedirte, mejor dicho, algo al final —comentó con relativa calma. —. Soy Shintaro, tengo 26 años y mi rango actual es iniciado en el Cipher Pol. Vengo del East Blue —prosiguió mientras entregaba alguno de los datos que daba igual que supieran todos. Solo debía tener cuidado con ocultar su pasado pirata y no levantar muchas sospechas —. No tengo mucho que contar, la verdad. Solo salí al mar en busca de aventuras y unirme al Gobierno Mundial nunca estuvo en mis planes —dijo con una suave sonrisa, recordando como en antaño luchaba en contra de la organización que, por un tiempo, debía proteger —. En fin… Por ahora, creo que basta, si quieres saber más de mí, puedes preguntarlo y yo responderé, soy un libro abierto —comentó. —. Ahora, lo que quiero pedirte es… Entrar en la Karasu. Investigué sobre ustedes y es de las divisiones donde tendría más libertad de acción.
Chasqueó con la lengua, tendría que esperar para saber la respuesta. Estaban llegando al escondite de los tipos que le habían robado.
—Supongo que deberé esperar para tu respuesta —comentó mientras apuntaba a un edificio de cuatro pisos. Para su sorpresa, era un edificio que, desde afuera, daba todas las pintas que ahí se juntaban todos los que hacían cosas ilegales. No estaba bien cuidado y desentonaba un poco con el lugar. De hecho, daba la pinta que estuviera abandonado. —. Ese es el lugar, ¿cómo procedemos? ¿Tocamos la puerta o entramos a la fuerza? —preguntó.
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Siguiendo al dedillo su hoja ruta, ambos agentes continuaron recorriendo las calles de la ciudad mientras mantenían la que debería de haber sido su presentación formal pero que, debido a la urgencia de la misión ambos habían obviado en pos de la profesionalidad. Durante una presentación en la que a Shintaro tan solo le faltó desvelar su grupo sanguíneo y su signo zodiacal, a travesaron el concurrido mercado principal de la ciudad. Aunque Dretch habría jurado que los artesanos estarían en aquel lugar, pero lo cierto era que, tanto el den den mushi rastreador como Shintaro insistieron en que su botín se encontraba más adelante.
- Me gustaría poder decir que la adquisición de nuevos activos corre de mi cuenta, pero te estaría mintiendo – admitió con cierta resignación ya que, desde su ingreso en la Karasu, apenas había completado ninguna de sus misiones. No era precisamente un ejemplo de éxito, ni siquiera sabía porque aún no le habían echado a patadas de allí – Vogel pidió el traslado hará ya más de un mes y creo que su puesto aún sigue vacante, puedo mover algunos hilos para que mi división se ponga en contacto con la tuya. No es gran cosa, pero es mejor que nada.
Antes de que ambos se dieran cuenta, se toparon del bruces con un destartalado edificio de cuatro plantas que parecía haber vivido tiempos mejores y con su objetivo. La última etapa de la misión sobre el papel era más sencilla, pero el desafortunado rapto de Rexair podía complicarlo todo. Shintaro, extrañado le preguntó cómo demonios pretendía entrar allí, mediante la sutileza o por la fuerza bruta.
- Un poco de cada – sonrió – yo llamaré a la puerta, me asegurarme de que Rexair se encuentre sano y salvo e intentaré negociar un acuerdo. Tú entraras por allí arriba – dijo señalando al cuarto piso con su mentón – y te aseguraras de que no les quede más opción que aceptar nuestra oferta. Por lo que a ellos respecta, ya nos han derrotado una vez así que dudo que acepten la derrota con una sonrisa. Recuerda, no matar es una prioridad. Haz lo que tengas que hacer, pero no los mates.
Se apeó del caballo y tras unos segundos de búsqueda, acercó al animal hacia una palmera cerca donde procuro atar sus bridas al tronco. Cuando se giró de nuevo hacia el edificio, observó complacido como Shintaro ya no se encontraba allí.
- Me gustaría poder decir que la adquisición de nuevos activos corre de mi cuenta, pero te estaría mintiendo – admitió con cierta resignación ya que, desde su ingreso en la Karasu, apenas había completado ninguna de sus misiones. No era precisamente un ejemplo de éxito, ni siquiera sabía porque aún no le habían echado a patadas de allí – Vogel pidió el traslado hará ya más de un mes y creo que su puesto aún sigue vacante, puedo mover algunos hilos para que mi división se ponga en contacto con la tuya. No es gran cosa, pero es mejor que nada.
Antes de que ambos se dieran cuenta, se toparon del bruces con un destartalado edificio de cuatro plantas que parecía haber vivido tiempos mejores y con su objetivo. La última etapa de la misión sobre el papel era más sencilla, pero el desafortunado rapto de Rexair podía complicarlo todo. Shintaro, extrañado le preguntó cómo demonios pretendía entrar allí, mediante la sutileza o por la fuerza bruta.
- Un poco de cada – sonrió – yo llamaré a la puerta, me asegurarme de que Rexair se encuentre sano y salvo e intentaré negociar un acuerdo. Tú entraras por allí arriba – dijo señalando al cuarto piso con su mentón – y te aseguraras de que no les quede más opción que aceptar nuestra oferta. Por lo que a ellos respecta, ya nos han derrotado una vez así que dudo que acepten la derrota con una sonrisa. Recuerda, no matar es una prioridad. Haz lo que tengas que hacer, pero no los mates.
Se apeó del caballo y tras unos segundos de búsqueda, acercó al animal hacia una palmera cerca donde procuro atar sus bridas al tronco. Cuando se giró de nuevo hacia el edificio, observó complacido como Shintaro ya no se encontraba allí.
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Solo asintió ante la respuesta de Dretch. No era lo que esperaba, pero como decía su compañero, era mejor que nada. Era el primer paso para entrar a esa división y suponía que no sería tan sencillo como entrar en una banda pirata. Algunos recuerdos de cómo había ingresado a los Blue Rose y a los Sons llegaron a su cabeza. Movió su cabeza de lado a lado, no era el momento para pensar en eso, quedaba poco para cumplir su misión y debía enfocarse en eso. Una vez se acercaron al edificio, hizo lo mismo que él y dejó el caballo atado a una palmera, se aseguró de dejarle un poco de agua. Le acarició la cabeza y solo escuchó el último plan que debía seguir antes de acabar.
—Entendido —respondió antes de elevarse usando el Geppou. Debía admitir que las técnicas del Cipher Pol eran bastante útiles y más en estas situaciones.
Esperó unos cuantos segundos en el aire, esperando a que Dretch entrara en el edificio. Dudaba que hiciera la diferencia entre esperarlo o no, pero lo hizo de todas maneras. Observó el edificio y para suerte de él, un ventanal estaba abierto. ”Aquí vamos” —pensó segundos antes de poner un pie en el interior del edificio. No pudo evitar sorprenderse al notar que, al menos, adentro estaba bien cuidado. Una que otra pared tenía grietas, pero, en general, no estaba tan descuidado como en el exterior. Después de todo, si la fachada se veía desgastada y con mal uso, nadie iba entrar. Nadie salvo ellos. Dos foráneos en busca de “reclamar” lo que era suyo. La idea de no matar era lo que más le acomodaba, después de todo, no era de los que tomaba vidas por qué sí. Con su mantra activado aún, se dio cuenta que eran pocas las personas que estaban ahí. ”Unas diez, máximo veinte” —pensó mientras avanzaba tranquilamente por el lugar.
El plan era bastante sencillo. Recorrería cada piso e iría dejando inconsciente a cualquier idiota que se le cruzara en el camino, con algo de suerte, lo haría antes de que pudieran advertir de su presencia en el lugar. Tenía que ser rápido, discreto y, sobre todo, silencioso. Por suerte para él, podía anticiparse a ellos al sentir sus presencias. De hecho, al salir de la habitación, debería encontrarse con dos personas casi de inmediato. Se apoyó en una pared cercana a la puerta y esperó. Escuchaba sus pasos y su conversación trivial, esperó a que pasaran por donde él estaba, los dejó avanzar y él salió por la puerta. Usó el Soru y antes de que se dieran cuenta de lo que había pasado, ambos estaban en el suelo.
—Dos menos —dijo con una suave sonrisa. El resto estaba en los pisos inferiores, pero el grueso del grupo se encontraba en el primer piso, lugar donde debía estar su compañero haciendo lo posible para que aceptaran el trato. —. No lo harán, así que debo apurarme. Aunque bueno, él debería ser más que suficiente para derrotarlos —susurró mientras caminaba tranquilamente en busca de las escaleras que lo llevarían al tercer piso.
—Entendido —respondió antes de elevarse usando el Geppou. Debía admitir que las técnicas del Cipher Pol eran bastante útiles y más en estas situaciones.
Esperó unos cuantos segundos en el aire, esperando a que Dretch entrara en el edificio. Dudaba que hiciera la diferencia entre esperarlo o no, pero lo hizo de todas maneras. Observó el edificio y para suerte de él, un ventanal estaba abierto. ”Aquí vamos” —pensó segundos antes de poner un pie en el interior del edificio. No pudo evitar sorprenderse al notar que, al menos, adentro estaba bien cuidado. Una que otra pared tenía grietas, pero, en general, no estaba tan descuidado como en el exterior. Después de todo, si la fachada se veía desgastada y con mal uso, nadie iba entrar. Nadie salvo ellos. Dos foráneos en busca de “reclamar” lo que era suyo. La idea de no matar era lo que más le acomodaba, después de todo, no era de los que tomaba vidas por qué sí. Con su mantra activado aún, se dio cuenta que eran pocas las personas que estaban ahí. ”Unas diez, máximo veinte” —pensó mientras avanzaba tranquilamente por el lugar.
El plan era bastante sencillo. Recorrería cada piso e iría dejando inconsciente a cualquier idiota que se le cruzara en el camino, con algo de suerte, lo haría antes de que pudieran advertir de su presencia en el lugar. Tenía que ser rápido, discreto y, sobre todo, silencioso. Por suerte para él, podía anticiparse a ellos al sentir sus presencias. De hecho, al salir de la habitación, debería encontrarse con dos personas casi de inmediato. Se apoyó en una pared cercana a la puerta y esperó. Escuchaba sus pasos y su conversación trivial, esperó a que pasaran por donde él estaba, los dejó avanzar y él salió por la puerta. Usó el Soru y antes de que se dieran cuenta de lo que había pasado, ambos estaban en el suelo.
—Dos menos —dijo con una suave sonrisa. El resto estaba en los pisos inferiores, pero el grueso del grupo se encontraba en el primer piso, lugar donde debía estar su compañero haciendo lo posible para que aceptaran el trato. —. No lo harán, así que debo apurarme. Aunque bueno, él debería ser más que suficiente para derrotarlos —susurró mientras caminaba tranquilamente en busca de las escaleras que lo llevarían al tercer piso.
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El agente suspiró y trató de alisarse los pliegues de su túnica mientras se acercaba poco a poco al arco de entrada del edifico. Hasta el momento, todos sus esfuerzos por destacar en la KTV no habían dado ningún fruto y, por primera vez en mucho tiempo, la suerte parecía sonreírle. Contaban con la sorpresa y con la ley de su lado. Mientras que Rexair, el extraño felino parlante, no les hubiese puesto en ninguna situación delicada y hablado más de la cuenta con sus captores, la operación estaba avocada al éxito desde su concepción. Cualquiera en su situación se sentiría feliz, entusiasmado o incluso aliviado, pero no Dretch. Él mejor que nadie sabía que no existía mayor enemigo que el exceso de confianza y, a pesar de las palabras de ánimo que momentos antes había compartido con Shintaro, aun actuaba con cautela. Había perdido mucho en Gray Rock por culpa de su arrogancia y, a pesar de que sus lesiones ya habían sanado, las cicatrices emocionales no estaban ni por asomo cerradas ¿Qué clase de líder era él? ¿Qué respeto merecía alguien que anteponía la búsqueda de reconocimiento personal a la propia vida de sus compañeros? Por su bien, deseaba que el agente Stark se encontrase sano y salvo, pues de lo contrario, probablemente aquella fuese su última misión como miembro de la Cipher Pol en mucho tiempo.
Se detuvo frente a la puerta y, esperando a que no pasase ningún ciudadano por la calle, se deshizo de su disfraz. En apenas unos instantes el agente volvía a llevar su ya habitual look gubernamental, en cuyo pecho, podía verse claramente serigrafiada una de las cruces representativas del Gobierno Mundial. Se atusó el pelo con su mano izquierda, dándole a su cabello su habitual forma de pincel y, sin más dilación, su mano biónica chocó lentamente sobre la puerta. Aunque sus movimientos fueron lentos y elegantes, la madera crujió levemente cada vez que la mano del agente la golpeaba.
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Todos le dedicaron una mirada al tipo con menor edad de la mesa y aunque este no tenía ninguna obligación que le forzara a levantarse y ver quién demonios llamaba a la puerta a aquellas horas, igualmente se levantó. Se trataba de un joven de tez morena tirando a cetrina, rizado cabello azabache, bigote y barba incipientes y grandes ojos negros, que podrían resultar intensos de no ser porque parecían haber nacido ya en el hastió. Rasheeq, que así se llamaba el muchacho, era el único que no parecía haberse contagiado con el espíritu festivo del resto de sus compañeros de gremio. Les habían dado una lección a unos extranjeros y robado su mercancía. No dudaba de que aquello hubiese sido un mal necesario por la supervivencia de sus negocios, pero sospechaba que sus compañeros le ocultaban algo. Era uno más y, aunque no hubiera participado en el asalto al carromato ¿No tenía el mismo derecho que los demás a echarle un vistazo al botín robado? Por lo que a él respectaba, estaban tratando de ocultar algo y el hecho de no revelar el qué… hacia aquel asunto más turbio. Cuando por fin, el sastre se aproximó hacia la puerta y giró el picaporte, sus sospechas se convirtieron en realidad.
- Cipher Pol – anunció el agente, confirmando las sospechas del portero.
Rasheeq nunca había corrido tanto peligro en su vida como en aquel momento y, aunque esperaba que el hombre plantado frente a la puerta le diera alguna explicación sobre su aparición, esta no sucedió. Quería cerrar la puerta, salir corriendo y avisar a los suyos de que algo iba terriblemente mal, pero no lo hizo. Rasheeq podía verlo en el ojo sano de aquel sujeto y lo sentía con la misma intensidad que una descarga eléctrica, sabía que su vida pendía de un hilo.
- ¿Vienes solo? – preguntó, mientras trataba de mirar más allá del agente esperando ver a ambos lados de la calle a varios tipos uniformados, pero no había nadie.
- Estoy solo.
- ¿Cómo has dado con este lugar?
- Husmeando.
Su mano derecha, que en aquel momento aún sostenía el picaporte de la puerta, tembló con un espasmo. Comprendió que la respuesta del agente contenía una verdad literal y metafórica a la vez. De algún modo, había encontrado su rastro, y sospechaba que no podía ser fruto de la casualidad. Habían cometido más de un delito aquella mañana y, si habían dado con ellos en menos de seis horas, nunca serían capaces de ocultarse de ese hombre, suponiendo que les permitiese sobrevivir a este encuentro.
- ¿Puedo pasar? – inquirió Dretch educadamente, mientras comenzaba a avanzar hacia el interior del edificio sin esperar la confirmación del muchacho.
Se detuvo frente a la puerta y, esperando a que no pasase ningún ciudadano por la calle, se deshizo de su disfraz. En apenas unos instantes el agente volvía a llevar su ya habitual look gubernamental, en cuyo pecho, podía verse claramente serigrafiada una de las cruces representativas del Gobierno Mundial. Se atusó el pelo con su mano izquierda, dándole a su cabello su habitual forma de pincel y, sin más dilación, su mano biónica chocó lentamente sobre la puerta. Aunque sus movimientos fueron lentos y elegantes, la madera crujió levemente cada vez que la mano del agente la golpeaba.
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¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Todos le dedicaron una mirada al tipo con menor edad de la mesa y aunque este no tenía ninguna obligación que le forzara a levantarse y ver quién demonios llamaba a la puerta a aquellas horas, igualmente se levantó. Se trataba de un joven de tez morena tirando a cetrina, rizado cabello azabache, bigote y barba incipientes y grandes ojos negros, que podrían resultar intensos de no ser porque parecían haber nacido ya en el hastió. Rasheeq, que así se llamaba el muchacho, era el único que no parecía haberse contagiado con el espíritu festivo del resto de sus compañeros de gremio. Les habían dado una lección a unos extranjeros y robado su mercancía. No dudaba de que aquello hubiese sido un mal necesario por la supervivencia de sus negocios, pero sospechaba que sus compañeros le ocultaban algo. Era uno más y, aunque no hubiera participado en el asalto al carromato ¿No tenía el mismo derecho que los demás a echarle un vistazo al botín robado? Por lo que a él respectaba, estaban tratando de ocultar algo y el hecho de no revelar el qué… hacia aquel asunto más turbio. Cuando por fin, el sastre se aproximó hacia la puerta y giró el picaporte, sus sospechas se convirtieron en realidad.
- Cipher Pol – anunció el agente, confirmando las sospechas del portero.
Rasheeq nunca había corrido tanto peligro en su vida como en aquel momento y, aunque esperaba que el hombre plantado frente a la puerta le diera alguna explicación sobre su aparición, esta no sucedió. Quería cerrar la puerta, salir corriendo y avisar a los suyos de que algo iba terriblemente mal, pero no lo hizo. Rasheeq podía verlo en el ojo sano de aquel sujeto y lo sentía con la misma intensidad que una descarga eléctrica, sabía que su vida pendía de un hilo.
- ¿Vienes solo? – preguntó, mientras trataba de mirar más allá del agente esperando ver a ambos lados de la calle a varios tipos uniformados, pero no había nadie.
- Estoy solo.
- ¿Cómo has dado con este lugar?
- Husmeando.
Su mano derecha, que en aquel momento aún sostenía el picaporte de la puerta, tembló con un espasmo. Comprendió que la respuesta del agente contenía una verdad literal y metafórica a la vez. De algún modo, había encontrado su rastro, y sospechaba que no podía ser fruto de la casualidad. Habían cometido más de un delito aquella mañana y, si habían dado con ellos en menos de seis horas, nunca serían capaces de ocultarse de ese hombre, suponiendo que les permitiese sobrevivir a este encuentro.
- ¿Puedo pasar? – inquirió Dretch educadamente, mientras comenzaba a avanzar hacia el interior del edificio sin esperar la confirmación del muchacho.
Midorima Shintaro
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Sus pasos eran lentos y bastante silenciosos. Apenas se escuchaba el suave crujir de las maderas ya viejas. Por un instante se preguntó cómo es que el edificio se había mantenido en pie, pero le quitó importancia. Caminaba confiado, después de todo, sabía que el cuarto piso estaba completamente vacío. Su mantra le había indicado que Dretch ya había ingresado, así que se puso manos a la obra… O mejor dicho, aceleró un poco el paso. Luego de caminar un par de minutos, logró encontrar la escalera. Se aseguró que no hubiera nadie cerca de la esta y empezó a bajar. ”Tengo suerte que sean unos don nadie, es mucho más sencillo” —pensó mientras ya se preparaba para pillar por sorpresa a los tres miserables que estaban en ese piso.
—Veamos… ¿Qué hago? —susurró al viento.
No podía negar que solo quería acabar con todos rápidamente, pero eso haría que todo el esfuerzo que había empleado en esta misión fuera completamente en vano. Además, estaba, en cierta manera, agradecido de que no fuera tan complicado. Así no levantaría sospechas con Dretch tan rápidamente, si se llegaba a dar cuenta de su verdadero poder, muchas preguntas difíciles de contestar iban a llegar. De hecho, ni siquiera había pensado en eso hasta ese momento. ¿Qué iba a suceder más adelante? ¿Cómo podría reprimirse tanto? ¿Lo podría hacer? Sabía que podía, en cierta forma, improvisar, pero tenía que ser una excusa muy buena para que nadie pusiera los ojos en él. Sentía las presencias cercanas, estaban caminando directo a él, así que se apoyó en la pared y esperó. Los iba a emboscar.
—A ti también te pareció raro encontrar a ese hombre gato, ¿verdad? —escuchó de parte de uno de ellos —¿Tendría que ver con esos dos que derrotamos en el desierto?
—Ni idea, pero por el calor, se desmayó y no ha vuelto en sí. No todos son capaces de soportar las condiciones climáticas de esta isla.
Suspiró. Estaban hablando de su compañero. Estaba tan enfocado en terminar rápido la misión, que ni siquiera había caído en cuenta de él. Tenía que rescatarlo antes de que hablara más de la cuenta, pero… ¿Dónde estaba? Su presencia no destacaba mucho sobre el resto y ni siquiera la había intentado memorizar. ”Solo queda una opción” —pensó mientras sentía que esos dos ya estaban por llegar a su posición. Sin esperar más, usó el Soru para quedar atrás de ellos.
—Hola —dijo antes de dejar inconsciente, de un solo golpe en la base del cuello, a uno de los dos. No le dio mucho tiempo para reaccionar al otro, puso su mano en la boca y lo elevó del suelo con facilidad —. Esto es lo que haremos, si me contestas lo que quiero, no morirás. Si haces cualquier ruido, si intentas llamar a alguien o si no me respondes, pues…—Usando el shigan hizo un agujero en la pared —¿Entiendes? —Lo miró directo a los ojos verdes de él y lo vio asentir. —Bien, ¿dónde está ese hombre gato? —Le quitó la mano de su boca y lo agarró del cuello.
—Está en una habitación del primer piso. Al fondo y a la izquierda. ¿Te sirve?
—Sí, gracias. —dijo antes de golpearlo con fuerza en el abdomen y dejarlo inconsciente. —Menudo idiota, ahora tengo que rescatarlo. Bueno, da igual, vamos. —Se aseguró que ya no había nadie más en el tercer piso y empezó a descender al segundo piso. Cada vez quedaba menos.
—Veamos… ¿Qué hago? —susurró al viento.
No podía negar que solo quería acabar con todos rápidamente, pero eso haría que todo el esfuerzo que había empleado en esta misión fuera completamente en vano. Además, estaba, en cierta manera, agradecido de que no fuera tan complicado. Así no levantaría sospechas con Dretch tan rápidamente, si se llegaba a dar cuenta de su verdadero poder, muchas preguntas difíciles de contestar iban a llegar. De hecho, ni siquiera había pensado en eso hasta ese momento. ¿Qué iba a suceder más adelante? ¿Cómo podría reprimirse tanto? ¿Lo podría hacer? Sabía que podía, en cierta forma, improvisar, pero tenía que ser una excusa muy buena para que nadie pusiera los ojos en él. Sentía las presencias cercanas, estaban caminando directo a él, así que se apoyó en la pared y esperó. Los iba a emboscar.
—A ti también te pareció raro encontrar a ese hombre gato, ¿verdad? —escuchó de parte de uno de ellos —¿Tendría que ver con esos dos que derrotamos en el desierto?
—Ni idea, pero por el calor, se desmayó y no ha vuelto en sí. No todos son capaces de soportar las condiciones climáticas de esta isla.
Suspiró. Estaban hablando de su compañero. Estaba tan enfocado en terminar rápido la misión, que ni siquiera había caído en cuenta de él. Tenía que rescatarlo antes de que hablara más de la cuenta, pero… ¿Dónde estaba? Su presencia no destacaba mucho sobre el resto y ni siquiera la había intentado memorizar. ”Solo queda una opción” —pensó mientras sentía que esos dos ya estaban por llegar a su posición. Sin esperar más, usó el Soru para quedar atrás de ellos.
—Hola —dijo antes de dejar inconsciente, de un solo golpe en la base del cuello, a uno de los dos. No le dio mucho tiempo para reaccionar al otro, puso su mano en la boca y lo elevó del suelo con facilidad —. Esto es lo que haremos, si me contestas lo que quiero, no morirás. Si haces cualquier ruido, si intentas llamar a alguien o si no me respondes, pues…—Usando el shigan hizo un agujero en la pared —¿Entiendes? —Lo miró directo a los ojos verdes de él y lo vio asentir. —Bien, ¿dónde está ese hombre gato? —Le quitó la mano de su boca y lo agarró del cuello.
—Está en una habitación del primer piso. Al fondo y a la izquierda. ¿Te sirve?
—Sí, gracias. —dijo antes de golpearlo con fuerza en el abdomen y dejarlo inconsciente. —Menudo idiota, ahora tengo que rescatarlo. Bueno, da igual, vamos. —Se aseguró que ya no había nadie más en el tercer piso y empezó a descender al segundo piso. Cada vez quedaba menos.
Dretch
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El agente atravesó el umbral de la puerta con la confianza y tranquilidad de aquel que, tras una dura jornada de trabajo abría la puerta de su hogar. Rasheeq, a pesar de su de pánico inicial, enseguida se recompuso y trató de balbucear algunas excusas sin sentido para hacerle retroceder. Sin embargo, estas fueron totalmente ignoradas por el agente de cabello veteado, el cual se había propuesto llegar hasta el final de aquel sucio asunto. Para cuando el funcionario ahondó más en el interior de aquel extraño edificio se topó casi de bruces con una gran sala heptagonal de arquitectura irregular, cuyas paredes estaban decoradas con algunos frescos algo ahajados e incluso flébiles en los cuales destacaban distintas composiciones florales como hojas de acanto, pámpanos, racimos de uvas y palmetas, así como algunas aves exóticas tales como el títere playero.
Sin embargo, no fue la rica cultura del reino de las arenas lo que captó la atención del agente, sino más bien la docena de individuos que, aparentemente, allí residían. De apariencia itinerante y dromomana, aquellos hombres vestían con las ya habituales sedas y linos propios del desértico continente. Sin embargo, el polvo del desierto se les había impregnado en la ropa de tal manera que, sus vivos colores, habían perdido la intensidad de los caracterizaba. Aquello, sin ningún lugar a dudas, les incriminaba como los bandidos y revolucionarios que realmente eran.
- No hace falta os levantéis – les tranquilizó, mientras se sacaba algunos una pequeña hoja con varios dobles de uno de los bolsillos de su gabardina – Tengo entendido que los sastres de Arabasta tenéis ciertos privilegios. Dicen por ahí las malas lenguas que, vuestro gremio, tiene algún tipo influencia para decidir que nombres se escriben en los Reales Permisos de Importación Textil; que a palacio solo llegan aquellos nombres que, de alguna u otra forma, a vosotros os favorecen. Bien, dado que sabes porque estoy aquí, no dudo de que seáis capaces de conseguir permisos para estos amigos.
- Estas muy equivocado si crees que puedes venir aquí y amedrentarnos solo con tu palabrería – espetó uno de los comerciantes, notablemente indignado. Alguno que otro ciudadano también se indignó. Sin embargo, una cosa era sublevarse y organizar una incursión desde la comodidad del hogar y, otra muy distinta, encontrarse con uno de aquellos hombres de negro.
Sin embargo, no fue la rica cultura del reino de las arenas lo que captó la atención del agente, sino más bien la docena de individuos que, aparentemente, allí residían. De apariencia itinerante y dromomana, aquellos hombres vestían con las ya habituales sedas y linos propios del desértico continente. Sin embargo, el polvo del desierto se les había impregnado en la ropa de tal manera que, sus vivos colores, habían perdido la intensidad de los caracterizaba. Aquello, sin ningún lugar a dudas, les incriminaba como los bandidos y revolucionarios que realmente eran.
- No hace falta os levantéis – les tranquilizó, mientras se sacaba algunos una pequeña hoja con varios dobles de uno de los bolsillos de su gabardina – Tengo entendido que los sastres de Arabasta tenéis ciertos privilegios. Dicen por ahí las malas lenguas que, vuestro gremio, tiene algún tipo influencia para decidir que nombres se escriben en los Reales Permisos de Importación Textil; que a palacio solo llegan aquellos nombres que, de alguna u otra forma, a vosotros os favorecen. Bien, dado que sabes porque estoy aquí, no dudo de que seáis capaces de conseguir permisos para estos amigos.
- Estas muy equivocado si crees que puedes venir aquí y amedrentarnos solo con tu palabrería – espetó uno de los comerciantes, notablemente indignado. Alguno que otro ciudadano también se indignó. Sin embargo, una cosa era sublevarse y organizar una incursión desde la comodidad del hogar y, otra muy distinta, encontrarse con uno de aquellos hombres de negro.
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Limpiar el segundo piso no fue la gran cosa. Nadie, como esperaba, opuso alguna resistencia. Avanzaba como si estuviera en su casa y, viendo cómo se desarrollaban las cosas, podía decirse así. Sentía la presencia de Dretch en el primer piso y, por lo que podía sentir, estaba bastante tranquilo. No era nada extraño, en esos momentos, eran ellos los que tenían el control de la situación. Aunque bueno, se podía decir que siempre lo tuvieron, solo que dieron la falsa impresión de que no era así, que eran unos novatos que no sabían nada del negocio y se metieron en donde nadie los había invitado.
Suspiró. No podía irse todavía, tenía que rescatar a su compañero gatuno. Recordaba muy bien donde se ubicaba y mientras recorría los pasillos, iba dejando inconsciente a cada persona que se le cruzaba en el camino. No negaba que era un poco aburrido, pero tampoco podía exigir mucho, no eran combatientes y se notaba. Sus miradas eran de gente que solo se aprovechaba de las circunstancias y defendían lo que era suyo… O lo que creían que era suyo. Daba igual, ya todo daba igual a esas alturas. Todo iba a cambiar para ellos desde ese día y solo dependía de ellos si era para bien o para mal. Dobló por el último pasillo a la izquierda y vio a un tipo gigante custodiando la puerta. Debía medir cerca de unos tres metros y medio, bastante robusto y con una mirada bastante seria. Siempre se sorprendía al ver gente tan alta, no tenía ninguna razón, pero era divertido a ver gente así y que fuera una decepción.
—Si te pido permiso, ¿me lo darás? —preguntó el peliverde con una sonrisa mientras avanzaba con las manos en los bolsillos.
—¿Qué crees? No sé a qué has venido, pero has venido a parar al… —No lo dejó terminar, de un solo puñetazo lo dejó inconsciente ”Algún día, funcionará, algún día.” —pensó con calma. Para evitar hacer ruidos, lo agarró antes de que cayera al suelo. Lo dejó apoyado en una esquina y luego abrió la puerta.
—Bien. Ya estamos todos, nos vamos —dijo mientras veía que su compañero estaba aún inconsciente. Seguramente, despertaría pronto, así que lo agarró y lo cargó en su hombro. Ahora tenía que ir a ver en que iba Dretch y ver que estaba pasando realmente. Por suerte, también había llegado a la habitación dónde habían dejado el brasalino que les habían robado. Buscó entre las telas y encontró el den den mushi que los había llevado hasta ese lugar, lo tomó con cuidado y lo colocó entre sus ropas. Una vez tuvo todo, solo salió por donde entró.
Por suerte, ya solo quedaban los que estaban con Dretch, no era la gran cosa. No tardó mucho en encontrarlo, de hecho, fue bastante más sencillo de lo que pensaba. Dejó a su compañero a un lado y abrió, cuidadosamente, la puerta. Tenía que escuchar lo que estaba sucediendo y, por lo que veía, el ambiente era un poco tenso, pero Dretch tenía todo bajo control. Nadie se estaba moviendo y, seguramente, sabían que solo debían aceptar las condiciones que él les estaba ofreciendo. Se había formado un silencio bastante incómodo. Tenía que pensar en algo para aparecer de forma muy impresionante… O intentarlo, al menos. Agarró a su compañero y dio una violenta patada a la puerta, reventándola en el acto, más de una astilla quedó en su ropa, pero había llamado la atención de todos.
—¿En serio creen que es una negociación? —preguntó al aire mientras atravesaba el umbral de la puerta. Todos se giraron a verle y más de uno retrocedió un poco. Nadie sabía de dónde había llegado y ahora sí que estaban en problemas. No era solo un miembro del Gobierno, eran dos —Nunca lo fue. Así que solo tienen la opción de hacer lo que les pedimos y ya.
Un largo silencio recorrió toda la habitación. Muchos se miraron, otros solo agacharon la cabeza como aceptando su destino y lo que estaba por pasar, otros en tanto estaban todavía confusos. Era un día normal para ellos, pero todo había cambiado antes de lo que ellos podían decir “Gallina”.
—¿Qué quieren? —preguntó el que, a primera vista, era el líder de ellos. Notó a Dretch sonreír y él hizo lo mismo. Su compañero les comentó lo que quería y, una vez quedó todo claro, les advirtió que no podían hablar de esto con absolutamente nadie o si no los únicos afectados serían ellos.
—Bien, nos vemos, Dretch. Yo me llevo a Rexair, nos juntamos donde acordamos —dijo antes de salir por la puerta trasera junto con su otro compañero. Todo había acabado, finalmente, todo había acabado y como ellos querían, que era lo importante.
Suspiró. No podía irse todavía, tenía que rescatar a su compañero gatuno. Recordaba muy bien donde se ubicaba y mientras recorría los pasillos, iba dejando inconsciente a cada persona que se le cruzaba en el camino. No negaba que era un poco aburrido, pero tampoco podía exigir mucho, no eran combatientes y se notaba. Sus miradas eran de gente que solo se aprovechaba de las circunstancias y defendían lo que era suyo… O lo que creían que era suyo. Daba igual, ya todo daba igual a esas alturas. Todo iba a cambiar para ellos desde ese día y solo dependía de ellos si era para bien o para mal. Dobló por el último pasillo a la izquierda y vio a un tipo gigante custodiando la puerta. Debía medir cerca de unos tres metros y medio, bastante robusto y con una mirada bastante seria. Siempre se sorprendía al ver gente tan alta, no tenía ninguna razón, pero era divertido a ver gente así y que fuera una decepción.
—Si te pido permiso, ¿me lo darás? —preguntó el peliverde con una sonrisa mientras avanzaba con las manos en los bolsillos.
—¿Qué crees? No sé a qué has venido, pero has venido a parar al… —No lo dejó terminar, de un solo puñetazo lo dejó inconsciente ”Algún día, funcionará, algún día.” —pensó con calma. Para evitar hacer ruidos, lo agarró antes de que cayera al suelo. Lo dejó apoyado en una esquina y luego abrió la puerta.
—Bien. Ya estamos todos, nos vamos —dijo mientras veía que su compañero estaba aún inconsciente. Seguramente, despertaría pronto, así que lo agarró y lo cargó en su hombro. Ahora tenía que ir a ver en que iba Dretch y ver que estaba pasando realmente. Por suerte, también había llegado a la habitación dónde habían dejado el brasalino que les habían robado. Buscó entre las telas y encontró el den den mushi que los había llevado hasta ese lugar, lo tomó con cuidado y lo colocó entre sus ropas. Una vez tuvo todo, solo salió por donde entró.
Por suerte, ya solo quedaban los que estaban con Dretch, no era la gran cosa. No tardó mucho en encontrarlo, de hecho, fue bastante más sencillo de lo que pensaba. Dejó a su compañero a un lado y abrió, cuidadosamente, la puerta. Tenía que escuchar lo que estaba sucediendo y, por lo que veía, el ambiente era un poco tenso, pero Dretch tenía todo bajo control. Nadie se estaba moviendo y, seguramente, sabían que solo debían aceptar las condiciones que él les estaba ofreciendo. Se había formado un silencio bastante incómodo. Tenía que pensar en algo para aparecer de forma muy impresionante… O intentarlo, al menos. Agarró a su compañero y dio una violenta patada a la puerta, reventándola en el acto, más de una astilla quedó en su ropa, pero había llamado la atención de todos.
—¿En serio creen que es una negociación? —preguntó al aire mientras atravesaba el umbral de la puerta. Todos se giraron a verle y más de uno retrocedió un poco. Nadie sabía de dónde había llegado y ahora sí que estaban en problemas. No era solo un miembro del Gobierno, eran dos —Nunca lo fue. Así que solo tienen la opción de hacer lo que les pedimos y ya.
Un largo silencio recorrió toda la habitación. Muchos se miraron, otros solo agacharon la cabeza como aceptando su destino y lo que estaba por pasar, otros en tanto estaban todavía confusos. Era un día normal para ellos, pero todo había cambiado antes de lo que ellos podían decir “Gallina”.
—¿Qué quieren? —preguntó el que, a primera vista, era el líder de ellos. Notó a Dretch sonreír y él hizo lo mismo. Su compañero les comentó lo que quería y, una vez quedó todo claro, les advirtió que no podían hablar de esto con absolutamente nadie o si no los únicos afectados serían ellos.
—Bien, nos vemos, Dretch. Yo me llevo a Rexair, nos juntamos donde acordamos —dijo antes de salir por la puerta trasera junto con su otro compañero. Todo había acabado, finalmente, todo había acabado y como ellos querían, que era lo importante.
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