[Quinta Ronda] Lysbeth Ardian vs. Zane D. Kenshin

Descripción aproximada de la arena del torneo:

Lys entró en el escenario con la cabeza alta; nuevamente era la primera en llegar. Se quedó observando el panorama entre los aplausos del público, un tanto decepcionada por lo que tenía delante. No había más que un gigantesco círculo de hormigón que se extendía hasta el otro extremo. Ni columnas, ni edificios, nada. Nada donde esconderse o utilizar de refugio.

Había oído hablar de su contrincante. Zane D. Kenshin. Sabía que era un poderoso pirata y también que había ganado todos los combates en los que había participado hasta ahora. Los había visto y la conclusión a la que había llegado era que tenía que tener mucho cuidado. Sabía que tenía una akuma, una especie de pájaro de fuego. Porque por supuesto, fuego tenía que ser. Iban tres ignífugos seguidos, ya podía tocarle contra alguien con poderes de hielo.

Suspiró, ajustándose el atuendo. Esta vez había escogido algo sencillo, poco llamativo pero bastante elegante. Un pequeño vestido negro con escote en forma de corazón y mangas largas y ajustadas. Tenía algo de vuelo, lo suficiente como para que al caminar se asomasen entre la tela las puntas de sus cuchillos. En la cadera, apropiadamente colocadas, vestía dos cosas. En primer lugar, por supuesto, las fundas de sus sai con los mismos en su interior y, en segundo lugar, la txapela por la que le habían ofrecido una nada desdeñable suma de dinero si lograba acabar en buena posición vistiéndola. No le apetecía volver a llevarla en la cabeza, pero tenía la corazonada de que llevándola en la cadera el objeto conseguiría las mismas o más miradas. Y al fin y al cabo, eso era lo que querían los patrocinadores.

Avanzó con calma hasta el centro del escenario, sus tacones negros antinaturalmente silenciosos contra el hormigón. Llevaba el pelo recogido en dos coletas que se sacudían un poquito a cada paso que daba. Aguardó ahí tranquilamente, estirándose un poco los brazos por encima de la cabeza y mirando a su alrededor. ¿Por qué lado llegaría su oponente?

Era una preciosa mañana en la que el sol incidía con fuerza desde lo más alto del cielo. Un día perfecto para descansar lo músculos tumbado en una hamaca, con sus bermudas de color rosa con estampado vegetal en blanco, y un buen coctel de ron añejo del paraíso, azúcar moreno del mar del oeste, mucho hielo y algo de refresco de lima y limón.

—Esto sí que es vida —comentó en voz alta, estirando todos y cada uno de los músculos de su cuerpo sobre la hamaca, para luego poner las manos bajo su nuca.

Notaba como el calor incidía sobre su rostro, que iba tostándose lentamente con cada minuto que pasaba. Ya no le quedaba ron en el vaso, así que tuvo la genial idea de que Therax le sirviera uno nuevo, sin embargo, el rubio le respondió con ligera antipatía que no era un camarero. Finalmente, el pelirrojo se levantó, pero alguien había subido al barco.

—¡Vaya! —alzó la voz, acercándose hacia Zane—. Si tenemos aquí al terror de los bomberos de la isla.

El pirata arqueó una ceja y le miró extrañado, para luego dirigirse a él.

—¡Vaya! Si tenemos aquí al organizador del torneo del siglo —dijo Zane, imitando la forma de hablar que tenía Lord William.

—Del milenio —le corrigió, sonriente—. ¿Le apetecería a usted y al señor Palatiard ir a almorzar conmigo a uno de mis restaurantes?

—Los restaurantes de cinco tenedores y yo no nos llevamos demasiado bien. Además, ya hemos calentado el guiso de rey de mar que nos dejó en el congelador nuestro cocinero antes de que nos marcháramos y estaría feo que lo tiráramos.

El anciano lo miró extrañado, para luego acompañarlos al comedor.

La verdad era que la pulcritud no destacaba mucho en su navío secundario durante esos días, pero todo lo que había para comer y beber era de la más alta calidad. El pirata sacó su mejor brandy del armario, junto a cuatro vasos de cristal fabricado en la región de Quepur, una isla situada en los rincones más inhóspitos de la calm belt, lugar de los mejores artesanos del cristal del mundo.

—¿Y por qué decidisteis participar en mi torneo? —preguntó Lord William.

Therax fue el primero en responder, haciendo gala de una gran y exquisita educación. Algunas veces su contramaestre parecía más un noble que un pirata, podría decirse que otorgaba algo de idiosincrasia distinguida a la media general de tripulantes del navío, que en ese momento eran solo dos. Y luego, el organizador miró al pelirrojo.

—¿Yo? —preguntó, cogiendo el vaso de brandy y dar un buen sorbo—. Para dejar claro que la piratería no había perdido su lugar en el statu quo del mundo —Lord William le miró extrañado—. Hasta hace muy poco se suponía que Dexter estaba muerto, y teniendo en cuenta los que han quedado para representar a la piratería actual… Alguien tiene que tomar el estandarte como el mejor pirata, ¿y quién mejor que yo, el emperador sin corona?

La conversación a partir de ese momento decayó mucho, hasta el punto que Lord William y uno de sus guardaespaldas se fueron del barco.


Ni él mismo era capaz de creer que hubiera accedido a hacerlo. Quizás fuera porque todo el mundo tenía un precio, o tal vez porque la negociadora había sido la mujer más bonita que había visto en mucho tiempo, pero allí se encontraba, vestido con un pantalón de vaquero algo roto, una chupa de cuero sin mangas, unas botas y un tutú de color rosa a juego con el pañuelo que sostenía sus cabellos rojizos.

Se ajustó los brazales que protegían sus brazos, inspiró una gran cantidad de aire que soltó de golpe, y con la cabeza alta cruzó el pasadizo que le llevaba hasta la arena del torneo. No pudo ver el sorteo, pero Therax le había dicho que le iba a gustar el encuentro. ¿Con quién sería? El sistema de emparejamientos de aquel evento era algo extraño, pero esperaba poder continuar con su racha de victorias y seguir el primero en la clasificación.

Nada más cruzar el umbral risas de una gran cantidad de los espectadores, mientras que su instinto de latinlover le decía que había algún que otro okama entre el público se sentía atraído por él, mientras que el número de señoritas que le tenían en alta estima iba reduciéndose a cada paso que daba.

Aunque pasados un par de segundos eso le dio igual. Estaba viendo a su contrincante y no pudo evitar maldecir a los dioses por aquello. «Vamos, no me jodas», pensó. Frente a él estaba lo que más temía. Desde que había empezado el torneo había logrado evitar a ese mal desde el primer combate, pero ahora se le presentaba con ropa ajustada, tacones y un gorro muy molón.

Había llegado la hora de la verdad: tenía que enfrentarse a una mujer.

—Hola —le saludo con cierto disgusto, mientras la escaneaba de arriba hacia abajo. Su cara le era familiar, pero era incapaz de recordar de qué. ¿Tal vez en alguna taberna? ¿Quizá en la aguja? ¿En alguna noche loca repleta de alcohol y sustancias no recomendables? —. Mi nombre es Zane D. Kenshin, y solo espero que no me hagas daño.

Una vez se presentó, sin llegar a esperar la respuesta de la joven que tenía frente a él, dio un poderoso salto hacia atrás y adoptó una forma neutra muy defensiva, portando en sus manos la novena hoja fiordiana e izanami. Los combates, por norma general, independientemene de lo intensos que fueran, siempre se les hacía muy cortos, pero algo en su interior le decía que ese le iba a resultar excesivamente largo.

Por un momento pensó que le estaban tomando una broma. Oyó las risas antes de girarse, pero nada habría podido prepararla para la estampa que se encontró. ¿Un tutú rosa? Pensaría que le habían obligado dado que llevaba vaqueros por debajo, pero también llevaba un pañuelo a juego. Quizá el pobre simplemente no tenía ningún sentido de la moda.

Alzó una ceja al escuchar su saludo. Podía percibir el disgusto en su voz y entre eso y la forma que le miraba, no era el mejor de los comienzos. ¿Acaso no la consideraba una rival digna? Vale que él estuviera invicto, pero ella había llegado hasta allí por sus propios méritos y no iba a dejarse apalizar tan fácilmente. Sin embargo, su siguiente movimiento tiró esta teoría por tierra.

¿Qué no le hiciera daño? Intentó no enfurecerse, pero se encontraba un poco ofendida. ¡Y él encima en esa pose completamente defensiva! ¿Se estaría burlando de ella de verdad? No obstante, le miró a la cara y el cabreo se esfumó, sustituido por la sospecha. Estaba realmente serio, quizá incluso… ¿Preocupado? Ahí había gato encerrado, no tenía ninguna duda. Avanzó un par de pasos hacia él, pero no mudó la pose. Claramente no tenía intención de atacarle primero. ¿Se quedaría así todo el combate si ella no hacía nada? ¿Sería por ella o le habría pasado algo tras su último combate? No entendía nada, pero sería idiota si no intentara sacar partido de la situación, al menos mientras no cambiara. Tendría que estar en guardia. De momento, esbozó una pequeña sonrisa amable.

-Buenos días, Zane. Mi nombre es Lysbeth Ardian… y voy a entender que no estás interesado en combatir conmigo, por algún motivo.

Se acercó un poco más, dando una vuelta a su alrededor para observarle de cerca. Tenía un tipo de atractivo tan convencional que en parte le resultaba aburrido, aunque el tutú seguía dándole en la vista y no precisamente para bien. Le faltaba elegancia para poder sacarle partido, dictaminó. En cualquier caso, terminó su vuelta antes de pararse de nuevo frente a él, con tranquilidad pero sin perder sus armas de vista.

-Normalmente te atacaría de todas maneras, ya que esto es un combate y he venido para eso. Pero es cierto que tras el último he quedado un poco agotada y sobre todo, harta de bichos de fuego. Ya que no quieres pelear, ¡te reto a un duelo de baile!

Escaneó el público, buscando a alguien que tuviera lo que necesitaba. Ella no necesitaba música, pero por cortesía para con su contrincante, lo suyo sería poner alguna. Localizó alrededor de la cuarta fila a un okama que parecía bastante contento; tenía un altavoz portable en el regazo. Le hizo un gesto para que se acercase y por suerte para ella vino corriendo, conteniendo un par de chillidos de emoción. Le cogió prestado el altavoz y regresó al centro del escenario. Si algo bueno tenía el campo tan soso que les habían dado, es que era divino como pista de baile.

Le dio al play y subió el volumen al tope para que llenara todos los confines de la plaza. El diminuto aparatito al final tenía buenos pulmones, por suerte. Comenzó a moverse al ritmo, clavando sus ojos en Zane y sonriéndole con tranquilidad. Extendió un brazo hacia él, sin dejar de bailar y con tono seductor le invitó a bailar con ella:

-Nos merecemos un combate tranquilo después de todo, ¿no crees? Prometo avisarte en caso de que necesites las espadas. De momento, ven, a ver qué sabes hacer.

Las risas de los espectadores estaban haciendo mella en el espíritu de Zane, que estaba haciendo el ridículo como guerrero. Sin embargo, tenía unos principios y no iba a traicionarlos así porque sí. Nunca había atacado a una mujer de primeras, a menos que tuviera que defenderse y realizar la mayor y más noble de las tradiciones pirata, que no era otra que huir con el rabo entre las piernas; aunque en su caso se trataba de algo literal en lugar de figurado. Observaba los encantos de su contrincante, y no podía evitar tragar saliva y rezar a los dioses —si es que había alguno— para que el combate terminara en ese momento.

—Digamos que mi difunto padre me inculco unos valores que en esta sociedad pueden resultar un tanto arcaicos, por no decir falócratas —Incluso el propio Zane estaba alucinando con la serie de palabras complejas que acababa de decir. ¿Tan nervioso le ponía combatir con una mujer bonita que extraía de él al hombre inteligente que hibernaba en lo más profundo de su ser? La respuesta era que sí. Fue en ese preciso momento, cuando ante la sorpresa del pirata, que la joven de caderas despampanantes le dijo que tampoco quería luchar. «Un momento…», pensó, arqueando una ceja al mismo tiempo que reculaba algunos centímetros más, volviendo a tragar saliva. «Algo está tramando, eso seguro. ¿Pero el qué?», se preguntaba, hasta que la joven le retó a un duelo de baile—. ¿A un duelo de qué?

Había vivido situaciones extrañas, pero jamás en un torneo le habían ofrecido bailar; al menos no de forma tan literal. La joven se acercó al público, que observaba expectante y en silencio, a excepción de algunos que gritaban y abucheaban a los dos combatientes. La persona que eligió del público era un okama, pero no era uno cualquiera, sino uno que conocía de sus visitas al reino de Kamabakka en Momoiro.

—¡Pero Juanita! —alzó la voz Zane, acercándose a él, ¿o sería más políticamente correcto referirse como ella? Eso era algo que el pirata nunca tenía claro—. ¿Qué haces tú por aquí?

—¡Zaaanooosiiiiin! —gritó, girando sobre sí mismo y apoyándose contra el muro de seguridad de las gradas—. Hemos venido a animarte, precioso. Y veo que nuestra influencia está haciendo de ti una mejor persona —Y su dedo índice señaló el tutú.

—Será eso… —comentó el pirata—. Llegaos al barco después del combate. A Therax le va dar alegría veros.

—Mi rubio de las cumbres escarpadas de Drum… Espero que le esté yendo bien contra Dexter.

—Dijo que sí —le dijo—. Bueno, luego nos vemos Juanita.

Cuando se despidió de su amigo —por llamarlo de alguna manera— de Momoiro, la joven Lysbeth había puesto una canción que no era ni lenta, pero tampoco agitada, sino que podía bailarse de cualquier forma. Empezó a danzar a su alrededor, de forma excesivamente sensual. El pelirrojo tragó saliva por tercera vez, recordando a su futura esposa y sus dos críos. Fue entonces, cuando la mujer le hizo una señal para bailar. Durante un instante pensó en hacerlo. ¡Qué demonios! Le apetecía hacerlo. Tener un baile pego y partir la pana. Pero eso no estaba bien. Tan solo podía ver en su cabeza la imagen de Sakura, con esa sonrisa tan dulce, y gritó de angustia, desatando parte de su destructiva voluntad. De su interior emergió una poderosa fuerza, que agrietó el suelo que había bajo sus pies, el muro de la grada más cercana e hizo caer inconsciente a buena parte de los espectadores.

Rápidamente se giró, elevó su espada y trazó un movimiento elegante movimiento descendente con uno de sus sables con súbita fuerza, levantando el hormigón de la arena de combate y creando un surco de un metro de grosor y un ancho de sesenta centímetros, que iba de un lateral del estadio al otro.

—Lo siento mucho, mujer, pero soy un padre de familia con un pie casi en el altar —le dijo Zane, alejándose de ella de nuevo—. Si quieres bailar tendrá que ser cada uno a un lado y que el público decida quién debería ganar.

Y de nuevo, abucheos.

Esto estaba empezando a ser irritante. ¿De verdad había sacado del público al único okama que conocía a mi rival? Y parecían íntimos, además. No es que me celase, pero es ese señor debería estar intentando patearme el trasero en lugar de mandando recaditos a un tercero. Pero no quería combatir y había dejado bastante claro que se debía a que era una mujer. Patético. Simplemente patético.

En fin, suponía que no llegaría con adoptar una presencia masculina para convencerle, por lo que tendría que seguir con el plan A de momento. Sin embargo, no pudo prever lo que pasó a continuación. Por un segundo se quedó helada y en guardia ante la zanja que se estaba abriendo entre ambos. Cabía de pie en él y atravesaba todo el estadio. Por no hablar de que más de la mitad de los presentes se había desmayado y el resto… no parecían tener muy buena pinta. Los más espabilados le estaban abucheando y Lys no podía culparlos.

En cuanto pudo reaccionar, saltó al otro lado de la zanja con fuerza y elegancia, aterrizando a unos pasos del espadachín. El aura que emanaba, densa en el aire, dejaba claro que era un oponente formidable, lo que no hacía más que aumentar el desprecio que estaba sintiendo por él.

-Si crees que le haces un favor a alguna mujer negándote a utilizar tus armas y tu habilidad contra ella, espero que sepas que tan solo la estás insultando.

Escupió a sus pies, enfadada y digna. La música no había parado y Lys retomó el baile donde lo había dejado, dando vueltas a su alrededor y acelerando poco a poco. Allí donde pisaba, el fuego surgía y crecía, envolviéndolos. La futura mujer de Zane no podría importarle menos, pero si él se sentía más a gusto escudándose en su compromiso era cosa suya. No debería haberse apuntado al torneo sabiendo que quizás no podría plantarle cara a todos sus oponentes. Debería cortarlo en dos allí y ahora, pero entonces todo el público asumiría que solo lo había logrado porque él no había correspondido. Malditas fueran esas costumbres arcaicas. Honor, qué sabría él de honor. Llevaba un tutú y decía defender a las mujeres, pero dudaba que las entendiera.

Comenzó a aumentar el deseo del pelirrojo por ella, atrayéndole en cada vuelta sin quitarle los ojos de encima, seria y sin dejar de bailar. Dejó que el calor subiera junto con las llamas y la música acelerase, moviendo las caderas y haciendo que el público comenzara a aplaudir y a dejarse llevar. Por último, se acercó tratando de ponerle una mano en el hombro para decirle en voz baja al oído:

-Baila. Conmigo.

cosita:

«Creo que la he liado un poco», se dijo el pirata al ver el rostro medianamente enfadado de su bella oponente, y eso era algo que aún le gustaba más a Zane. Una joven dulce y agradable era algo que a todo el mundo le gustaba, pero que tuvieran carácter fuerte y ligeramente austero le volvía loco. El público le abucheaba, incluso fue capaz de ver como alguna muchacha rompía por la mitad carteles con su nombre. «Lo que me faltaba…, otro colectivo que me odia».  

—No es que te desprecie o te considere débil —comentó Zane, observando como el escupitajo que le había lanzado la joven casi le daba en sus botas—. Es que yo… —volvió a callarse durante unos segundos—. Es que mi código… —se pausó de nuevo—. No está en mi código de honor realizar el primer ataque contra una mujer —dijo finalmente, irguiéndose con ligero orgullo—. Si quieres que luche, tendrás que atacarme tu primero. Y si te has ofendido, te pido perdón.

Apenas terminó de hablar, la joven redujo la distancia que había entre los dos mediante elegantes y sensuales pasos de bailes, que iban dejando un rastro de fuego a su alrededor. Era un espectáculo verla. No había realizado nada fuera de lo común, pero sintió que era el centro de atención de todo el estadio, que coreaba el nombre de su contrincante al unísono. Fue en ese entonces, cuando el pirata se encontraba embobado mirándola, que redujo la distancia de seguridad y le volvió a pedir que bailara con ella.

Estaba sonando una canción lenta, de dos compases de cuatro tiempos cada una; concretamente una bachata bastante conocida. Su mente evocó la primera vez que trató de bailar acompañado una canción de ese estilo… Los pasos básicos, el hándicap de tener que tener que ser uno con el cuerpo de tu compañera de baile para poder hacerlo bien. Era una canción que invitaba a hacer el amor, pero en vertical. Movimientos fluidos y acompasados, rozando un cuerpo con el otro al unísono, con una delicadeza equivalente a la de las últimas brisas de la primavera sobre las copas de los árboles, siendo capaz de desatar cualquier tipo de pasión oculta. Una danza para amantes que no saben decirse lo que siente.

Sin embargo, en cuanto tomó la mano de aquella mujer, la canción comenzó a disminuir su sonido paulatinamente hasta que terminó. Lo que vino después era algo más animado, tanto que el pirata soltó la mano de la joven y le llevó a envainar sus dos espadas.

—Si quieres bailar… —Mostró una sonrisa muy resplandeciente, tanto que emitió un brillo que encandiló a más de una persona entre el público—. Pues vamos a hacerlo.

Llevó la mano al interior del bolsillo de su chaqueta de cuero y sacó un peine, con el cual comenzó a retocarse el pelo hasta tener algo parecido a un tupé en perfecto estado de revista. Tras eso, con un movimiento extremadamente ágil lanzó el peine y la chaqueta al aire.


El pirata comenzó a chasquear los dedos de su mano derecha, creando pequeñas llamas con cada chasquido, para luego hacer lo mismo con su mano izquierda. Cruzaba los brazos de izquierda a derecha, creando pequeñas llamas, dando algo de espectáculo a su duelo de baile, mientras movía los pies extremadamente rápido. Su oponente era capaz de crear fuego, así que seguramente también fuera inmune a él, así que en las manos del pirata aparecieron tres bolas de fuego del tamaño de un pomelo con la que comenzó a hacer malabares, al ritmo de la música.

—Tu turno, Lysbeth —le dijo sonriente, lanzándole las bolas para que continuara ella con los malabares mientras él se dedicaba a mover los pies aún más rápido y dar un fuerte giro de setecientos veinte grados, saltar y cederle el testigo a su compañera, con un ademán de sus brazos—. ¡Yeaaah!

Lysbeth escuchó sus palabras, pero solo sirvieron para hacer que meneara la cabeza. Entendía por qué pensaba lo que pensaba, pero no dejaba de ser absurdo.

-Estás en un torneo. Vienes a pelear. ¿En qué situación vas a encontrarte en la que necesites pegar a una mujer que no tiene intención de hacer lo mismo contigo? Y de ser así, ¿qué pruebas dejando que ella ataque primero? Tu honor no tiene nada que ver aquí. Tu orgullo, quizás.

Podría luchar. Podría coger y atacarle y empezar de una vez ese combate. Pero no quería. ¿Qué probaría? No tenía por qué rebajarse a perseguir un ataque del famoso espadachín Zane D. Kenshin. Ella también tenía su orgullo, pero al menos la pirata era consciente de ello. No, utilizar las armas era inútil en esta situación. Por lo que a ella respectaba, no habría combate. Su oponente no se merecía verla esforzarse. Al final sonaría la campana, claro. Y alguien decidiría una victoria, pese a que ninguno de los dos habría cumplido con el objetivo. Suspiró. ¿Qué sentido tenía enfadarse? No iba a cambiar la situación. Baile era, pues.

Observó poco impresionada cómo se atusaba el pelo y lanzaba al aire peine y chaqueta. Ah, era uno de esos con alergia a la tela. Lógico, su hábitat natural existía allí donde hubiera probabilidades de pelea, ya que les ofrecía una excusa perfecta para liberarse de la incómoda prenda. Dejó que se exhibiera a gusto, parecía que al menos lo estaba disfrutando. Hacía buen día y la gente comenzaba a despertarse tras el susto que el pelirrojo les había dado. En realidad, eran las condiciones perfectas para un baile.

Creó una pequeña llama en la palma de sus manos, con la que fue recogiendo las llamas que él le pasaba. ¿Malabares? No gracias, Lys prefería algo con más elegancia. Aún así, la canción era animada y no pudo evitar que una pequeña sonrisa asomara a sus labios. La bola de fuego en sus manos era bastante grande ahora. La dividió en dos y comenzó a mover las caderas al ritmo, moviendo los brazos y haciendo giros y dibujos con el fuego en el aire y a su alrededor. De un compás a otro, hizo salir sus alas sin decir nada y… comenzó a caminar en el aire, elevándose más y más en círculos, todavía jugando con el fuego y atrayendo la atención del público. Una vez estuvo bien arriba, se giró hacia la otra mitad del terreno, esa que el pelirrojo había dividido con su arrebato. Cogió todo el fuego en una mano y teniendo la otra libre, dirigió un rayo de energía, lo bastante concentrado como para esculpir unas enormes letras en preciosa cursiva en el cemento. El canvas ideal, en realidad. Su rayo verde se movió al ritmo de la música, letra arriba letra abajo, finalizando con un precioso corazón todavía humeante que indicaba al público por quién deberían estar gritando en todo momento.

Lys <3

Divino. Oyó aplausos y ovaciones a su espalda y se giró para saludar y continuar bailando y girando en el aire. Se aseguró de aumentar el deseo de todo el público por ella; no eran los jueces, pero precisamente por eso tampoco podía considerarse hacer trampa. Estaban en el recinto, eran parte del escenario.

Se giró hacia Zane y pensó en devolverle su fuego, pero en lugar de eso sonrió con algo de malicia y mientras le mandaba un beso envenenado con la mano, hizo surgir bajo sus pies una columna de fuego de varios metros de alto. No le haría nada, asumía, pero el público se volvió loco… y de momento, le llegaba.

Lysbeth comenzó a danzar sobre el aire con pura elegancia y sensualidad, haciendo emerger en su espalda dos alas. «Debe ser usuaria de una zoan mitológica», se dijo el pirata, mientras observaba embobado como la mujer esculpía al otro lado del espenario el diminutivo de su nombre.  La sección del público que buscaba más un espectáculo que un combate aplaudía y vitoreaba a su contrincante, gritando al unísono su nombre. Aquellos que querían ver sangre comenzaron a irse del estadio, haciendo que aquella actuación fuera aún más íntima.

Fue entonces cuando la mujer lo miró, lanzándole un beso que el pirata agarró con la mano y guardó en el bolsillo de su hakama, e inmediatamente una columna de fuego se erigió bajo sus pies, ocultando completamente su cuerpo. Era un fuego cálido, aunque distinto del que generaba él.

A medida que el fuego ascendía, hizo surgir sus preciosas alas de color carmesí con destellos dorados, pero no las abrió todavía. Espero a que el fuego le llevara hacia el punto medio de la columna, situado a unos diez metros de altitud. En ese punto las estiró, rompiendo la columna de fuego y usando el suyo propio para que girara alrededor del suzaku en distintas direcciones, creando un cúmulo de preciosas espirales que danzaban a su alrededor.

Al mismo tiempo, giraba los brazos frente a él, mirando al público y agitando sus caderas en un vaivén que iba de adelante hacia detrás. Aquel combate estaba siendo tan divertido como extraño. Si segundos después hubiera despertado sobre su cama con una botella en la mano no le habría sorprendido lo más mínimo.

Usó su mantra para encontrar en qué lugar se encontraban los espectadores que más devoción sentían sobre Zane, mientras giraba en círculos alrededor del estadio dejando pequeñas motas de fuego tan brillante que parecían estrellas cayendo del suelo. Un truco fácil que encantaba a sus hijos. Contemplar como aquellas pequeñas esferas de fuego, del tamaño de una pelota de tenis, caían lentamente desde el cielo e iban desvaneciéndose una milésima de segundo antes de que tocara el suelo, era un espectáculo digno de admirar; sobre todo de noche.

Una vez los encontró, frente a ellos, comenzó a girar sobre sí mismo, danzando sobre el aire al ritmo de la melodía, mientras desenfundaba sus espadas y lanzaba hacia el cielo una serie de pequeñas ondas cortantes con energía espiritual que, llegados a cierto punto, explotarían y parecerían fuegos artificiales de un azul claro que, unido al fuego que había creado antes, crearía un precioso paisaje que sacó el aplauso del público.

Tenía que admitirlo, sus alas eran más impresionantes que las suyas. Era normal, por otro lado. Todo su arte se basaba en la sutileza de la seducción, en la atracción oscura más que en un llamado de atención. Aún así… eran bonitas de contemplar.

Utilizaba su fuego de forma interesante, dándole formas, haciendo rastros de figuras y colores para encandilar al público, sin dejar de bailar. Veía rojo, naranja y hacia el final incluso… ¿azul? Estaba segura de que eso no era fuego, aunque tampoco estaba muy segura de qué era. No era como si importase, de todas formas. Él comenzaba a acaparar los aplausos y eso no podía ser.

Descendió al suelo con tranquilidad, caminando por el aire como si estuviera en una pasarela. Al rozar el cemento, se giró hacia la gente que todavía quedaba y sonrió, chasqueando los dedos y reclamando su atención. Comenzó a bailar en el sitio, algo más íntimo que la última vez. Movía los pies cada vez más rápido, sin apenas moverse del lugar en el que estaba. Sus caderas acompasaban los movimientos, hipnotizando a todo aquel que la miraba, atrayendo todas y cada una de las miradas sin necesitar ni una sola palabra. A sus pies, pequeñas ascuas y llamitas escapaban de sus pasos como testigos de su calor.

De repente, alzó la mirada, clavándola en el público. Sonrió con picardía y alzó los brazos, un sai en cada mano. Guiñó un ojo a todos y cada uno de los presentes y les prendió fuego. Comenzó a ampliar su danza, recreando posturas de combate y dando vueltas por el campo. Embestía y se retraía, quedándose a la defensiva de si misma, antes de girar y volver a atacar, los sai reluciendo encendidos.

Poco a poco se acercó a la grada y, sin avisar a nadie, clavó los sai en el muro. Acompañados de una certera patada, este se vino abajo. Lys se apartó de un salto bastante calculado y aterrizó en la pequeña pila de escombros que había quedado. Entre la gente que se había ido y que todos estaban atentos, nadie había salido herido y la pequeña pila de restos de cemento proveía un camino más o menos ideal para llegar hasta el escenario. La súcubo colocó su mejor sonrisa en su cara y extendió una mano, guardando las manos e invitando a todo el mundo a bajar a bailar.

Uno a uno, todos se fueron animando. Ella les guió, sin dejar de bailar en ningún momento. En cuestión de segundos, se formó un corro de gente a su alrededor y todos empezaron a bailar al unísono, cada uno a su ritmo y a su manera. Lys, en el centro, echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y se concentró en seguir disfrutando la música.

Buenos días/tardes, soy Abi y hoy seré vuestro árbitro, es muy temprano y tengo sueño así que vamos a ir al grano. Sin más, os recuerdo los apartados que valoramos a lo largo de este torneo.

» Victoria bélica: Que otorga 5 puntos de forma automática al ganador.
» Narración y estilo: 2 puntos.
» Asumir daños: 2 puntos.
» Originalidad y entorno: 2 puntos.
» Pulcritud de escritura: 1 punto.
» Faltas (cerradas, power rol, meta rol): -1 punto por cada acción sin consentimiento.

Tras este recordatorio, procedemos a destripar vuestro... ¿combate? No hay mucho que destripar así que esto será breve.

» Victoria bélica: No hay victoria bélica por lo que no hay puntos.
» Narración y estilo: No veo nada que marque una diferencia real, os mantenéis en vuestra línea. Se hace ameno de leer y sabéis construir un relato ameno sencillo de leer que en este caso es puramente escénico, poco más que decir, estáis empate.
» Asumir daños: Pues... si no hay daños no hay asunción de daños. Empate.
» Originalidad y entorno: Pues a ver, hay originalidad y hay cierto uso del entorno pero... dado que son usos escénicos que no os dan una "ventaja" real porque no ha habido combate como tal no puedo valorarlo: Empate.
» Pulcritud de escritura: Los dos tenéis la escritura pulida, algún patinazo por ahí y alguna coma en un sitio extraño pero poco más. Nada que destacar.
» Faltas (cerradas, power rol, meta rol): Ninguna falta a considerar.

Pues... para sorpresa de nadie, este combate acaba en empate. Espero que se entienda mi decisión, en este torneo mi criterio es bélico -y no sé de bailes para valorarlo de otra manera- y si no hay combate como tal no puedo dar un ganador.

Si cualquiera de los dos no está contento con mi veredicto, sabed que tenéis derecho a una segunda moderación del combate. En ese caso, por favor, comunicadlo cuanto antes para que otro de mis compañeros se ponga enseguida.