[Semifinales] Arthur Silverwing vs. Lysbeth Ardian

Los días de descanso habían pasado volando, bueno, no el primero. El primero siempre era estaba marcado por el tedio de las pruebas médicas, curar heridas, reemplazar vendajes, análisis de sustancias nocivas o dopantes... El café casi da positivo. Esos días siempre pasaba más tiempo del que me gustaría en un hospital, tengo una salid de hierro ¡Maldita sea! A esos hipocondríacos de batas blancas les estaban pagando el sueldo de su vida y querían quedar bien a ver si chupaban del bote de Lord William durante unos años más. Una vez salí de ese infierno blanco y estéril pasé los días con la mayor calma posible, sabiendo que había asegurado mi puesto en la semifinal.

De los cuatro participantes había combatido con dos, uno de ellos seguía siendo un misterio para mí. Había escuchado que era miembro de la tripulación de Zane, pero no esperaba este y su capitán llegasen a las últimas rondas. Me sorprendió otra de las clasificadas, Lisbeth. La primera persona a la que me enfrenté y ahora podía ser la última a la que me enfrentase en este torneo. De los cuatro puestos tres los tenían piratas, esto no era bueno, debía mostrar al mundo que la marina poseía la fuerza de enfrentarse a cualquier cantidad de criminales. Por ahora me habían dado la victoria contra dos de los criminales más peligrosos que había conocido, el maníaco genocida de Thawne y Katharina, cuyo arsenal de habilidades rompía las leyes conocidas que regían las akuma no mi. Esta última no me pareció tan irresponsable, pero sus constantes intentos de hacerme carne picada sugerían que no terminaba de diferenciar un duelo deportivo de un combate a vida o muerte. Zane había demostrado mantenerse dentro de la línea deportiva, sabiendo mostrar una fuerza suficiente para vencerme sin poner en riesgo mi vida, Dexter se había contenido bastante, tanto que habían dado nuestro combate como inconcluso. Ivan había demostrado fuerza y cabeza, actuando con cautela antes de lanzarse, aunque un poco confiado en sus habilidades, puede que un día eso le acabara dando serios problemas. Todos estos datos tenían un valor incalculable, no sabía si en un futuro me tocarían enfrentarme a ellos, esta vez con nuestras vidas en juego.

Accedí al estadio, esta vez con mi indumentaria habitual, Zinogre en la derecha y el escudo atado al brazo izquierdo. Mi primer pensamiento fue... que se habían pasado. El gusto de William era de un ego subido y un hortera exagerado. Un Jardín con caminos de mármol finamente pulido hasta dejarlo como un espejo, con setos perfectamente recortados y podados con la forma de cada uno de nosotros. El mío no me sorprendió con la pose que tenía, la cual era un despliegue de potencia y furia descerebrada lanzando un golpe descendente con el arma, en una pose más similar a un gorila cabreado con una expresión desquiciada machacando una roca con un garrote. Lo que me sorprendió fue que, en proporción era más pequeño que el resto ¿Acaso era una burda ofensa o es que se habían quedado sin seto? De todas formas todo esto palideció ante la enorme estatua que presidía el centro. Con una base de casi cuatro por cuatro de mármol negro se alzaba con sus casi diez metros de altura una estatua de Lord William de lo que pude confirmar como puro oro macizo.

Me di cuenta que mi análisis del estadio me había distraído de aquello que me había traído a este sitio. La estatua estaba en el lugar menos conveniente, intenté asomarme a un lado y a otro, pero no veía si no rodeaba la estatua. Me paré a unos cuatro metros de esta.

- Lys, ¿Estás ahí? ¡Este cachivache está en medio y no veo una mierda!

Lysbeth respiró hondo, mientras miraba por la ventana. Era de noche, una preciosa noche. La última noche que le quedaba antes de su siguiente combate. La luna se encontraba en lo alto y parecía darle ánimos con lo redonda y blanca que estaba. Mirarla le hacía sonreír, aunque no sabía por qué.

Había pasado a la semifinal. Había llegado bastante más lejos de lo que esperaba en ese torneo y estaba orgullosa de sí misma. Sus combate habían sido de lo más dispares. Una derrota, dos victorias y tres empates. En uno de los empates ni siquiera había llegado a pelear, se había contentado con llevar a cabo una performance improvisada más para contentar al público que a su contrincante. Sabía que su ego y su orgullo le habían llevado a hacerlo, pero no lo lamentaba. Tampoco pensaba repetirlo.

Otras tres personas habían pasado a la final. Con dos de ellas, ya se había visto en el campo de combate. A la tercera no la conocía, pero se había asegurado de ver sus peleas. No era como si fuera a importar. Habían anunciado ya el primer emparejamiento. Su objetivo sería Arthur, mientras que al desconocido le había tocado contra Zane. Diría que le compadecía, pero no sería cierto. Estaba bastante segura de que el pájaro de fuego barrería el suelo con él  y, entonces, posiblemente volviera a tener una oportunidad contra él. Una oportunidad que no desaprovecharía. ¿Ganaría? No lo sabía. Pero no aceptaría nada que no fuera una victoria o una derrota clara. Uno de los dos acabaría en el suelo, eso lo tenía claro.

Para llegar hasta él, sin embargo, primero tenía que sortear el primer combate. Arthur. Era bastante curioso, en realidad. Era la primera persona a la que se había enfrentado en el torneo, además del primero y único en derrotarla. Sabía que de aquella no le había subestimado, pero ahora que recordaba con todo detalle cómo solía pelear, se sentía lista para responder con total seguridad. Le sonrió a la luna, impaciente porque llegara la mañana. Iba a ser un combate para recordar.

Llegó al estadio relativamente temprano. Llevaba todas sus armas con ella, en el sitio habitual, y el pelo recogido en una coleta alta. Llevaba un vestido corto de color negro, con detalles dorados. Esos mismos detalles adornaban también su cabeza en una delicada diadema de oro.  Calzaba tacones negros de los que salían dos tiras de seda que se enroscaban por su pierna hasta el muslo, atadas con un coqueto lacito. Y, lo más importante, llevaba a la espalda, sujeta a los hombros con un aplique dorado, una capa roja dramática e impresionante, pero delicada y con mucho vuelo. Le quedaba perfecta, por supuesto, pero tenía un uso muy concreto pensado para ella. Esperaba ser capaz de utilizarla.

Entró al lugar no muy segura de qué esperarse. El escenario había ido cambiando en cada combate, aunque suponía que habrían preparado algo destacable para la semifinal. Y… no se equivocaba. Estatuas de los cuatro a los lados, suelo de mármol pulido no, lo siguiente. Y en el medio y medio de todo, como si la gente no tuviera cosas más puñeteramente interesantes que mirar, una estatua del organizador de demasiados metros de alto. No pudo evitar llevarse la mano a la frente mientras oía la voz de Arthur desde el otro lado del escenario. ¡Normal que no la viera! ¡Debía de estarle bloqueando la vista también a medio público! La derribaría de una patada si no estuviera segura de que era lo bastante petulante como para haberla hecho de oro macizo. En fin, sería mejor aprovecharlo.

A un gesto de su mano, creó cuatro clones y los dirigió para que salieran corriendo por el espacio, a toda velocidad y en completo silencio. Se esconderían detrás de los setos, aguardando a ser necesitadas. A continuación, sacó sus alas y creó un quinto clon. La mandó a volar, mientras ella regresaba a forma humana para continuar siendo idéntica a las otras cuatro. Mientras la clon alada llegaba a lo alto de la estatua y se sentaba en su hombro para saludar a Arthur desde allí, ella se aseguró de disfrazar su presencia. Esta vez no imitaría la de nadie, simplemente la haría lo más anodina y sutil que pudiera. Una vez todas estuvieron en sus puestos, hizo que la clon sentada en el hombro de la estatua saludase a Arthur con la mano mientras le sonreía.

-¡Aquí arriba! Si, la verdad es que es bastante hortera. Ni siquiera estoy segura de que el público pueda vernos bien. ¿Quieres repetir y subir hasta aquí o prefieres que baje yo?

Sonrió desde su sitio, aguardando la respuesta. Al menos de momento, contaba con el factor sorpresa y tenía más ideas aguardando a ser puestas en práctica.

Cuatro, cinco, séis señales de calor. Por fin había llegado al estadio y, por lo que podía notar, empezaría con uno de sus trucos. Cuatro de ellas salieron de mi rango de detección, cada una en una dirección, mientras que una quinta ascendía a lo alto de la estatua y la sexta se quedaba en su sitio. A diferencia de otros participantes que podían generar ilusiones las copias de Lysbeth eran corpóreos, poseían masa y calor humano, mi habilidad me impedía distinguirlas, aunque por el comportamiento siempre se podía deducir algo. Tenía varias posibilidades, que ella se hubiera escondido junto con las que se habían alejado, dejando la copia de la estatua y la de detrás de cebo, haciendo parecer que ella, en efecto esperaba. La otra posibilidad era que el de la estatua fuera un cebo para atraerme a lo alto, a tiro de ella y los otros cuatro clones. Demasiadas variables, no tenía tanto tiempo y no contestar a su pregunta la pondría en alerta.

-Prefiero el suelo esta vez pero...- Desaparecí a la vista del público para aparecer de nuevo ante la copia de la estatua. Había saltado usando el movimiento instantáneo, quedando a poco más de un metro de ella, lanzando una mirada que comunicaba una seriedad casi inquietante. -Puedo adaptarme a lo que propongas.

Dicho esto lancé un puñetazo directo a su pecho, por la distancia que nos separaba no daría, pero confiaba en poder proyectar la fuerza del golpe con la suficiente potencia como para que saliera disparada del hombro de la estatua contra la otra Lys. Había comprobado en nuestro anterior encuentro que las copias eran notablemente más débiles que la original, así que si desaparecían dos significaba que eran copias... y serían malas noticias, dado que seguramente estaría donde ella esperaba.

- No esperes que esta vez me detenga a admirar tus trucos Lys... Ambos conocemos la fuerza del oponente, este combate será muy distinto del anterior. - Un rápido movimiento de mi brazo derecho trazó un tajo en el aire. La fuerza de este marcó el oro con una notable cicatriz y el mármol con una prominente grieta, más que un ataque, era para añadir fuerza a mis palabras. - Esta vez no pienso andarme con contemplaciones.

El Arthur que contemplaría sería diferente al del anterior combate, no sería alguien disfrutando de un torneo deportivo, no sería un competidor más. Era el único marine en las rondas finales frente a piratas, era mi deber salir triunfante. Esto ya no era ocio ni deporte, era trabajo, y ella no tardaría en apreciar la diferencia.

No pasó mucho tiempo hasta que el clon salió volando hacia ella. No le había golpeado directamente, lo que era bueno porque seguramente no lo habría resistido. En su lugar, salió despedido hacia la verdadera Lys. Esta se afianzó en el suelo y se preparó para cazarla al vuelo. Llegó a toda velocidad y aunque no logró tirarla, sí le hizo resbalar hacia atrás. Una vez la tuvo entre sus brazos y consiguió frenarse, simplemente volvió a enviarla hacia arriba. El clon echó a volar hasta quedar suspendida frente a Arthur, en el aire. Le miró con mala cara y le dijo, siguiendo las mudas órdenes de la verdadera Lys.

-Los dos sabemos que tú ganarías si en este combate solo sirviera la fuerza bruta. No voy a responder a tus provocaciones, si crees que no estoy peleando en serio no tardaré en hacerte cambiar de opinión.

Comenzó a utilizar sus poderes en el pelirrojo, aumentando su deseo con la intención de que se concentrase en ella. Entre tanto, los clones y la verdadera echaron a correr como si fuera una carrera de relevos. Le había dejado bastante claro que ya las había detectado a todas, pero no parecía que supiera quién era la real todavía. Lys llegó a la primera esquina… y al primer seto, mientras la que estaba ahí avanzaba al siguiente. Se aseguró de no correr tan rápido como podía, si no de ir a la velocidad de los clones. No era mucha y eran fácilmente visibles, pero lo único que necesitaba era un poco de tiempo.

Se quedó mirando al seto y se dispuso a concentrarse. Era una operación delicada. Y encima el primero era el de Zane, el más grande. Ugh. Cómo no. Agarró un sai y tras cubrirlo de haki y alargar su filo con energía demoníaca, comenzó a cortar la base del arbusto con mucho cuidado. Se aseguró bien de no traspasarlo del todo, para que nada se viera al otro lado. Paró cuando apenas quedaban unos centímetros y con cuidado se separó del seto y guardó el sai. ¿Había funcionado? No se estaba cayendo, pero lo había rebanado como a una tarta y si lo había hecho bien bastaría un empujoncito, suyo o de sus clones, para enviarlo al centro de la arena.

Cruzando los dedos para que funcionara, repitió la operación y mientras los clones avanzaban una posición en el círculo amorfo que habían creado, ella misma avanzó hasta el siguiente seto. Este era el suyo. Una pena, muy bonito, pero comenzó a repetir la operación sin perder de vista a Arthur y a la falsa Lys. Había visto el golpe que había dado y el mármol agrietado decía mucho de lo que estaba por venir. No le subestimaba, sabía que tan solo estaba comprando unos segundos. En cuanto se diera cuenta de que era la falsa tendría que actuar muy, muy deprisa. Su mejor baza, sin embargo, seguía siendo mantener las distancias y distraerle. No podía dejarse llevar. Aumentó el deseo de Arthur por el clon, mientras hacía que hablase para intentar picarle.

-¿Quieres que lo resolvamos en el suelo? Vas a tener que venir hasta aquí y bajarme… si es que quieres acercarte, claro.- Finalizó con una sonrisa.

Resultado del test: Inconcluso. El ataque seguramente hubiera sido demasiado flojo como para hacer desaparecer a la copia... o había acertado a la primera. De todas formas una de las Lys se había quedado arriba conmigo mientras que la otra había salido corriendo. Estaba pasando de seto a seto, haciendo algo en ellos. Veía por el rabillo del ojo como salían más copias de estos y corrían al siguiente, tratando de confundirme. Mientras la Lys que estaba conmigo contestaba procuré aprovechar el resto del impulso para quedar de pie en el sitio que ella ocupaba antes en el hombro.

Otra vez esa dichosa habilidad. Sentimientos eran encontrados, suprimidos y volvían a emerger de manera antinatural cada vez que cruzábamos miradas. Por orgullo evitaba apartarla, pero esto no estaba ayudando nada, cada vez dudaba más de poder ser capaz de luchar en serio, cada segundo mis prioridades estaban más y más cerca de cambiar. De todas formas no era la primera vez que esto pasaba, podía sobreponerme a este ataque, podía poner fin a esta farsa sin siquiera moverme. Trataba de ganar tiempo, demasiado tiempo en el campo de batalla como para no darme cuenta de que alguien hacía movimientos raros, para no notificar que intentaban desviar mi centro de atención. No importaba, tenía mis propios planes, no era la única que había planeado una estrategia. Pero antes tenía que encargarme de esta distracción.

- Nada me gustaría más... pero temo que estés a la altura del encuentro. - Contesté con una sonrisa a medio forzar, entre el sentimiento que intentaba implantar en mí y mis intentos de suprimirlo.

Absorbí de golpe la temperatura alrededor de mi cuerpo, una esfera de cinco metros de radio, formada por una fina pared de hielo se materializó en el aire. Chaosphere, el cuerpo de naturaleza efímera comenzó a llenarse de pequeñas explosiones de aire caliente, sucediéndose de manera aleatoria, y tratando de afectar con ellas a la Lys que tenía delante. Esperaba que, si no era el calor, por lo menos la presión en las alas hiciera que perdiera el vuelo.

La cúpula se deshizo en cuanto el equilibrio de temperatura fue restaurado. Mientras las lascas de hielo se desprendían y caían como finos cristales, centré una pequeña cantidad de calor a la altura del suelo, en cuatro puntos en las esquinas centrales de cada parche de césped en el jardín. Una pequeña llama, una lengua de fuego poco más grande que la de un mechero prendió el césped. Ahora sólo tenía que esperar a que el fuego se extendiese... si era necesario pondría de mi parte para que esto sucediera más rápido, aunque todavía tardarían en llegar a los setos.

-¿En serio? No es por mal, pero ahora mismo estoy más arriba que tú.

Hizo que el clon respondiera por ella sin pararse a pensarlo demasiado. Al fin y al cabo, la copia estaba volando un par de metros por encima de la estatua, mientras que Arthur se había apropiado el hombro. Vio cómo iba formando esa extraña esfera mientras corría hacia el tercer seto, el resto de clones todavía siguiéndola en la improvisada carrera de relevos. Comenzó a cortar el tercer seto sin dejar de mirar de reojo lo que pasaba en el cielo. No estaba del todo segura de lo que estaba haciendo él, pero se olía que no iba a ser nada bueno. No podía quedarle mucho tiempo.

En efecto, de repente en el cielo comenzó a haber lo que parecían pequeñas explosiones alrededor de la Lys falsa. No pudiendo intervenir más que para hacer que la copia se desvaneciese, en su lugar dejó que las explosiones le hicieran retorcerse para tratar de evitarlas y acto seguido perdiera el equilibrio. Acabó el tercer seto justo cuando la falsa Lys se precipitaba al vacío. Hizo que se inclinara hacia delante y clavara las uñas en el oro, aferrándose a la estatua por los pelos. Ugh. No le gustaría estar en su posición, seguramente estaría sangrando y maldiciendo a Arthur. Por suerte, no era ella. Le dejó ahí colgando y emitiendo un gruñido de protesta mientras iniciaba su última carrera en mitad de una lluvia de esquirlas de hielo. Venga, solo quedaba un seto.

Estaba llegando al último cuando de súpeto, un brillo llamó su atención. En el centro del cuadrado de césped que tenía delante había prendido una llama, diminuta pero peligrosa. La hierba no le alimentaba tanto, pero si llegaba a los setos prenderían en seguida. No podía dejar que ocurriera, todavía los necesitaba. Eran la barrera perfecta.

Todavía no quería delatarse como la verdadera, por lo que hizo que todos los clones, excepto la pobre que seguía aferrándose a la estatua, repitieran sus movimientos. Solo ella convocó el fuego infernal, pero dado que prendió directamente sobre las llamitas que había creado Arthur, esperaba haber quedado lo suficiente camuflada. Una tras otra, en cada una de las llamitas creó una llama de fuego infernal, extinguiéndolas todas exactamente tres segundos después de crear la última. Todo lo que quedaría en ese cacho de césped sería un poco de hierba quemada. Incluso si la llama de Arthur hubiera persistido, no tendría de qué alimentarse. Sonriente, comenzó a cortar el último seto. No estaba mal para ser su primer cortafuegos.

Justo cuando terminaba su labor, notó que el clon ya no podía más y se dejaba caer. Bueno, aún había durado bastante. Chasqueó los dedos, haciéndole desaparecer. Inició una última carrera de relevos, quedando ella de pie frente a la estatua y Arthur y los otros cuatro clones una detrás de cada seto.

-Entonces… ¿En el suelo, dijimos?- le preguntó, sonriente .

Un cortafuegos. No está mal, combatir fuego con fuego no dejaba de ser una opción. En una situación normal hubiera evitado que las llamas se propagaran de forma lenta y natural, lástima que mis habilidades carecieran de esa cualidad. No era un problema, contaba con que fuera capaz de reaccionar a eso, me extrañaría que lo ignorase, incluso me daría miedo. No sé lo que había hecho, pero parecía que estaba acabando, por mi parte no me quedaría quieto mirando.

Mientras la Lys que quedaba luchaba por aferrarse a la estatua pasé a intentar otro enfoque, si el fuego no funcionaba... tendría que probar algo nuevo, o mejor dicho, algo de lo que había sido testigo en Gray Rock. "Con calma, tiene que ser estable, parecer natural, que siga los patrones de movimiento que marca Dexter. En mi mente formé seis líneas imaginarias, las cuales descendían en espiral desde lo más alto que me dejaban mis poderes hasta el suelo del campo, en un hexágono de, al menos treinta metros de lado. Comencé a drenar la temperatura desde arriba y dirigirla al suelo, quedándome una pequeña parte. No se apreciaría demasiado, teniendo en cuenta que el mármol había estado toda la mañana calentándose al sol. Pero al poco tiempo comencé a notar los resultados. Tardaría un tiempo, tenía que resolverse el equilibrio de manera natural, pero había iniciado el primer paso. El aire frío descendería de las alturas siguiendo la espiral marcada. Viento, por ahora no era más que una brisa, pero el aire había sufrido un desequilibrio en su potencial y lucharía por recuperar este equilibrio. En un minuto sería lo suficientemente fuerte, mientras tanto, me tendría que asegurar que no interviniese.

Salté desde lo alto de la estatua, cayendo con fuerza a poco más de un metro delante de Lysbeth, levantando tres losas con el impacto y haciendo temblar el suelo. Desde la sombra que cubría mi rostro se podía apreciar el brillo de mis ojos y el relucir de una desafiante sonrisa.

- ¿Cómo esperas que bailemos si no hay una buena pista bajo nuestros pies? - Las palabras salían de mi boca con una calma inquietantemente inadecuada para la situación. Una propuesta que hubiera sonado atractiva de no ser porque me estaba incorporando del pequeño cráter que había creado, arma en mano.

Dí un paso al frente, clavé el pié derecho en el suelo para afianzar mi posición, aprovechando que tenía el momento y la inercia, lancé una estocada al frente con tal potencia que proyectaría la fuerza restante, por lo que sabía trataría de defenderse con sus sai, si lo intentaba torcería el filo del arma para evitar que los enganchase y tratase de desarmarme. Esto no era una batalla de fuerza contra ingenio como ella creía, era una guerra de información.

-¿Qué clase de baile requiere que te cargues el suelo?

Había aterrizado delante de ella de un salto, formando un pequeño cráter bajo sus pies y mandando varias baldosas a volar. Desvió una de un taconazo mientras sonreía. Empezaba a tener ganas de entrar en materia de una vez.

Activó su haki mantra, por pura precaución. Llevaba el arma en la mano y sus pies estaban firmemente plantados en la tierra. La estocada no le cogió de sorpresa, más bien al contrario. En lugar de interceptarla, en cuanto le vio mover el pie para adelantarse se dejó caer hacia delante, doblando las rodillas y echándose hacia atrás. Su capa quedó bajo sus pies y gracias a ella y a la inercia de su súbito movimiento, comenzó a resbalar por el mármol hacia su rival. Vio el filo de Zinogre avanzar hacia delante a centímetros de su nariz. La potencia que llevaba le aplastó hacia el suelo, haciendo que se alegrase de no estarla recibiendo de frente. Le dolían las piernas de la presión, pero mientras pudiera moverlas no iba a preocuparse.

Al pasar al lado de Arhur, rápidamente agarró uno de sus cuchillos y concentrando su haki armadura en el mismo trató de cortarle el tendón del tobillo derecho. Finalizó su improvisada carrera en trineo de tela a medio metro de su contrincante y se puso en pie de un salto, enviándole un orbe oscuro directo al pie izquierdo. Si había tenido éxito, le forzaría a esquivarlo apoyándose en el otro lado, empeorando la lesión.

Se quedó en pie, con una amplia sonrisa de gata en el rostro mientras se encogía de hombros.

-Lo siento, pero tanto tú como Ivan me habéis enseñado que no es buena idea quedarme tan cerca de esas grandes espadas vuestras. Tendrás que esforzarte si pretendes clavármela.

Le guiñó un ojo, mientras pasaba a forma completa y daba un saltito hacia atrás emprendiendo un vuelo a ras de suelo, sin dejar de mirarle. Volvió a aumentar su deseo, esta vez por ella y no por ningún clon. Su concentración era admirable, pero Lys era testaruda y confiaba en que la constancia acabaría por darle la ventaja. Quería atraerle al lado izquierdo del campo, donde pudiera poner en marcha su estrategia. Pero claro, para eso tenía que seguirle. Aguardó su siguiente movimiento con la cabeza fría y el cuerpo en guardia, deseosa de continuar. Estaba disfrutando el combate tanto como el primero, pero era plenamente consciente de la diferencia en cómo ambos estaban planteándoselo.

Puede que al final Zuko tuviera razón; había algo deseable en la adrenalina de una buena pelea. Y el deseo, como siempre, era su especialidad.

Escurridiza como siempre. Era su especialidad, encontrar una apertura y usarla para contraatacar y alejarse. Notaba el corte en la planta del pie, si no lo hubiera levantado a tiempo hubiera cortado un tendón y, a pesar de la suela de la bota, la hoja había llegado a la carne. La otra pierna tenía la parte baja del pantalón destrozada, mostrando la pierna y una piel que empezaba a estar magullada por la explosión. Todos hasta ahora habían tratado de incapacitarme, cortar tendones, lesionar músculos, romper huesos e inhabilitar articulaciones. No era nada nuevo, tenía que vivir enfrentándome a eso a diario, por eso había entrenado un cuerpo de hierro. Tendones de acero tranzado, huesos de titanio y músculos densos como el plomo. Si el cuerpo de muchos es un templo, el mío era un castillo, una fortaleza forjada en las batallas a lo largo de los años... necesitaría algo más que un cuchillo para cortar las cadenas del puente.

Mientras se alejaba con su nuevo aspecto alado notaba cómo su influencia cada vez se hacía más patente en mi cabeza, ese deseo que me urgía a lanzarme a ella desesperadamente. Una provocación sobrenatural que había sido la perdición de muchos hombres, un canto de sirena maldito que llevaba a la muerte, las puertas doradas de un fin placentero. Doradas... Golpeé la estatua de oro con el puño cerrado, un hilo de sangre comenzó a bajar por la pulida superficie dorada.

- Esas son palabras demasiado vulgares señorita... - Mi rostro no mostraba emoción ni furia, sino la sincera expresión de un padre decepcionado al ver el comportamiento de su hija.

Levanté el puño algo más despejado y regresé a la "normalidad", seguía notando cómo presionaba contra mis sienes, gritando que me dejase llevar por la tentación. Pero mi deseo ahora mismo era simplemente luchar. De un rápido movimiento la encaré con la pose de combate, listo para volver a la carga. El negro brillo de mi voluntad envolvió mi arma para pasar a un rojo incandescente, transformando parte de la dureza en calor hasta los mil cien grados. Agarré el arma lejos de la hoja, un rápido tajo, con la hoja inclinada en diagonal bastó para cortar la pierna izquierda de la estatua. El oro, fundido al contacto, siguió la trayectoria de la hoja, saliendo disparado en forma de una lluvia dorada incandescente. Esperaba que esta distracción fuera suficiente para pillarla por sorpresa. Usando el Force Step me moví con el viento para detenerme justo delante de ella, poniendo el escudo ante el pecho y lanzando un único tajo en diagonal.

El viento auguraba una tormenta.

Había fallado, pero no del todo. Había sentido la carne rozar el filo de su cuchillo; el zapato no había podido impedirlo. Sonrió al verle golpear la estatua con el puño cerrado. Sus ojos se abrieron un poco más de la cuenta al ver el hilillo de sangre; sabía lo que estaba haciendo porque no era el primero que lo intentaba.

-Lo siento, pero eso no te funcionará una segunda vez.- Susurró. Hizo un gesto con la mano y en el pelirrojo, todo se puso del revés. El dolor no era ahora nada más que placer. Un placer diferente, quizás, más arisco y salado, pero placer sin ningún lugar a dudas. No podía escapar de la marea intoxicante que era Lys; no iba a dejarle. No esta vez.

Vio cómo agarraba su espada y esta se volvía roja. Lys se puso en guardia, atenta a lo que pudiera suceder. Su mantra todavía estaba activo y sabía que no iba a por ella, no en un principio. La hoja ni siquiera le apuntaba, estaba planeando algo. Dio un salto hacia atrás para evitar las gotas de oro fundido, pese a que no le habrían alcanzado.

Su haki de observación le previno y actuó tan rápido como podía. Sprintó hacia la derecha a toda velocidad, o bueno, toda la que podía. 60 metros por segundo no eran poco, pero no eran rival para la velocidad del pelirrojo. Una décima de segundo más y le habría agarrado de arriba abajo. Sin embargo, se había zafado… casi. Por el camino, se había quitado la capa de un rápido tirón y la había movido delante de ella acompañando el movimiento de la espada de Arthur. Había pretendido un movimiento limpio, digno de un torero que se aparta en el instante justo para tomarle el pelo al cabreado animal que le persigue. Había quedado bonito, pero no había sido lo bastante rápida. Había rasgado la capa limpiamente, aunque en lugar de un antiestético agujero, la mitad había caído al suelo. Más importante aún, le había rozado la cadera y tenía una fea herida ahí. Ahogó un grito, más por falta de voz que por orgullo. Había dolido como el demonio y cuando se la miró no sangraba. Cauterizada al instante. ¿A qué temperatura estaba esa cosa?

Por un momento, sintió miedo y creyó que se debía a su contrincante. Pero no era eso, si no su instinto gritándole que mirase hacia arriba. Sin media pierna, la estatua había comenzado a derrumbarse. Todo había pasado tan rápido que aún estaba empezando a acelerar, pero en seguida llegaría al suelo… y los dos estaban en su trayectoria.

Una vez localizado el peligro, Lys recuperó la calma. En lugar de decirle nada a Arthur, hizo que los clones en las estatuas inferiores y la superior derecha empujasen los setos. Comenzaron a caer hacia el centro, cercando al pelirrojo. Puede que no fueran las estatuas más favorecedoras, pero una cosa que sí eran era voluminosas. Tumbadas, calculaba que al menos doblarían la estatura del marine y si bien sabía que era capaz de salir del ruedo, tan solo necesitaba un momento en el que tratara de ajustarse a la nueva situación… para poder disparar.

Salió volando con una mano apretándose la cadera. Joder… escocía. Escocía mucho. Iba a necesitar puntos, estaba convencida. Pero podía hacer esto con una mano. Creó un muro de energía delante de Arthur, para cubrir el lado al que suponía que iría cuando se diera cuenta de que la estatua se cernía sobre él. Al fin y al cabo, en las otras direcciones no habría más que hojas, ramas y alambre. Apunto directamente hacia él y dejó salir un rayo de energía demoníaca lo bastante potente como para destrozar un edificio de seis o siete plantas. No quería contenerse; no tenía la menor intención de subestimarlo.

Casi antes de darme cuenta estaba rodeado por... plantas. Había cortado las estatuas y las había empujado hasta mí para rodearme, tampoco es que unas ramas me fueran a detener, su verdadera intención estaba en otra parte. Tenía que enfilar mis pensamientos, notaba que el dolor de las heridas se estaba haciendo agradable, casi vulnerando mi tolerancia a este, deseando recibir más. Toda esa influencia me había hecho ignorar la pared que había puesto a mi lado, encerrándome completamente. Andes de que pudiera darme cuenta me estaba apuntando.

- Si esas tenemos... ¡Recibiré todo lo que tienes encantado! - Grité antes de que lanzara su descarga de energía.

El humo se levantaba del centro del cráter que había dejado, los setos estaban arrasados, la tierra hundida, el precioso jardín se había transformado en una zona de guerra. En el centro sólo estaba la estatua, con la cabeza donde yo debería estar. El escudo fue lo primero en emerger, teniendo la correa que lo mantenía en mi brazo destrozada cayó al suelo, chocando y resonando contra la cabeza de la estatua de oro. Por un momento había pensado lo bien que se sentiría recibirlo de lleno y había relajado la guarda. Me había dado cuenta a tiempo de la estatua que se me venía encima. Emergí de dentro de la cabeza de Lord William, cubierto de pies a cabeza de oro fundido, como si de un preciosos fango se tratase. Varias magulladuras y pequeños cortes poblaban mi piel, pero las lesiones más destacables eran la herida de mi brazo izquierdo y una brecha en la cabeza. Un plan bien pensado para acorralarme y no dejarme alternativa para esquivar. Otros hubieran sucumbido a la desesperación, pero estaba acostumbrado a encajar los golpes que me lanzaba y este lo había hecho, en parte por su influencia, en parte por respeto. Tenía que agradecer que fuera oro, su temperatura de fusión era relativamente baja, y su conductividad hacía que se fundiese rápido, de haber tenido impurezas dentro me habría partido la cabeza.

- Sabes, pocas personas planifican con tanta antelación un combate. Aplaudo tu capacidad de improvisación, eres una persona con recursos. Si tuviera más gente como tú bajo mi mando podría confiar en delegar algo de trabajo. - Alabé su estrategia con la voz más respetuosa que me permitía la situación, haciendo un esfuerzo para que no se me escapara una sonrisa, era difícil hablar bien en medio de su influencia, más aún con este "dolor". - Lástima que no seas la única que ha estado maquinando.

Un último susurro a penas audible entre el aullido del viento, el humo y el polvo estaban siendo arrastrados por las corrientes, y eso no era lo único que arrastraba. La semilla que había plantado hace un minuto había florecido y ahora los vientos eran lo suficientemente fuertes, tratando de recuperar el equilibrio térmico que les había arrebatado. Unas rachas que se movían en espiral avivando las brasas hasta levantar llamas. Las gotas de oro fundido no eran para Lys, eran para prender la llama en varios puntos del jardín, el hecho de que me hubiese traído más leña con las estatuas sólo mejoraba la situación. El viento pasaba por las ramas, extendiendo calor y cenizas. Había comenzado un ciclo vicioso, el aire alimentaba el fuego, lo que generaba corrientes calientes que ascendían y presionaban a las frías de arriba para moverse y generar más viento, era el fenómeno más temido en un incendio, un tornado de fuego estaba por nacer dentro de unos instantes si esto seguía así.

No debía darle oportunidad de evitarlo. Salté directo hacia ella, trazando una estela rojiza en el aire con el brillo del Trans Am. Tratando de situarme justo sobre su cabeza y ayudándome de la gravedad para girar en el aire en vertical, descargando un poderoso golpe con el plano de la hoja pensado para hacerla bajar. Incluso sin que le diese planeaba que Zinogre hiciese de abanico para generar una corriente descendente mayor.

En cuestión de segundos, todo el escenario cambió abruptamente. Los setos que tanto empeño había puesto en cortar yacían arrasados, apenas un montón de ramitas y alambre retorcido. La estatua estaba irreconocible, sin cabeza, sin pierna y desde luego bastante más caliente de lo que debería estar cualquier cosa que supuestamente representara al organizador del torneo.

Donde antes estaba Arthur, ahora había un cráter enorme. Por un instante creyó que había hecho algo irremediable, pero por suerte el bastardo estaba vivo. Sonrió aliviada al verle salir de debajo del escudo, con la cabeza y el brazo sangrando y el oro cayéndole por todas partes, pero inequivocablemente vivo. Demonios. Menos mal. Sus palabras le halagaron. Tenía que reconocerlo, se había ganado su respeto con creces.

-No creo que la marina se muera de ganas de ponerme un uniforme, pero si alguna vez necesitas que te echen una mano de forma extraoficial… me contento con lo que haya en los bolsillos y en la casa de a quien pretendas apresar.

Tenía su número de den den Mushi, al fin y al cabo. Un dueto extraño, pero tampoco el más descabellado. Sin embargo, nada de eso era relevante ahora. El pequeño bastardo estaba vivo y eso significaba que iba a ir a por ella. Veía el viento y veía las pequeñas llamas que comenzaban a avivarse y aunque no tenía ni idea de cómo lo había formado, no le costó demasiado atar los cabos. Un… ¿tornado? ¿torbellino? En cualquier caso la corriente estaba aumentando y todo ese fuego iba a quedarse atrapado en el viento. Una situación bastante indeseable… y ella estaba justo encima.

Arthur saltó, pero no saltó a por ella… si no sobre ella. Mientras él giraba en el aire, Lys creó sobre su cabeza un muro de energía para parar su asalto. Se rompió con la fuerza de su ataque y a ella le hizo descender varios metros, pero no lo suficiente como para quedar atrapada en el tornado. No aún. Mirando hacia atrás por un instante, movió la mano y del suelo surgió una columna de fuego en el punto justo, exactamente en el hombro de la estatua. Esprintó hacia allí a toda velocidad y en cuanto llegó, no perdió el tiempo. Agarró el brazo de la estatua y, resoplando un poco, tiró de él para llevárselo. Echó a volar, mientras el oro goteaba a sus pies. La columna de fuego había ablandado lo suficiente el oro como para dejarle despegarlo de un buen tirón, pero ahora el extremo goteaba y cada perla dorada estaba avivando las llamas. Era una situación peliaguda, ya podía ver el tornado casi formado. Sonrió y se dirigió a Arthur desde lo alto.

-Ya que tú decidiste sumergirte en mi ataque… ¡Yo haré lo mismo!

Bueno, vale, no. En realidad para que fuera equivalente debería haberse lanzado entre el viento y las llamas a lo loco, pero no era tan orgullosa. En lugar de eso, buscó colocarse sobre el… ¿ojo? No tenía muy claro si el centro del tornado tendría un nombre, pero lo que sí sabía era que allí dentro el viento no le alcanzaría. Se lanzó a toda velocidad hacia allí, sin dejar de aletear hasta poder sentir tierra firme bajo sus pies. Una vez en el suelo, se dio cuenta de que había ido a parar al infierno. A su alrededor el ruido era insostenible, el viento aullaba y le rodeaba amenazante mientras avanzaba, el fuego comenzaba a comerlo todo y pronto no pudo ver nada más que eso y un pequeño parche de cielo en lo alto. No pasaba nada. Respiró hondo y comenzó a bailar con calma para seguir el ritmo del tornado. Adelante, al lado, al otro lado… nunca se le había dado mal seguir el ritmo y la naturaleza tenía la costumbre de ser extremadamente metódica, incluso en situaciones tan caóticas como esta. Justo en el centro, con el brazo de oro arrastrándose tras ella, pronto entendió que trabajaría mejor con los ojos cerrados, sin el grotesco paisaje distrayéndola. Eso hizo.

Sin necesidad de utilizar la voz, dirigió a sus clones hacia donde estaba la presencia de Arthur. Las instrucciones estaban claras: la estrategia de los setos había fallado. Debían llegar hasta él y derribarlo, utilizar sus poderes de seducción para aumentar su deseo por ellas y colgarse de su cuello y de su cuerpo para, por lo menos, tratar de desconcentrarle y hacer que perdiera el equilibrio.

Cuando la primera ascua le quemó el brazo, formó una pequeña llama en su palma. La sostuvo delante de sí y añadió pequeñas vueltas a su danza, agarrando al vuelo las ascuas que volaban en el centro del torbellino. El fuego las devoraba y Lys pasaba a controlarlo, tranquilo, en la palma de su mano.

El brazo a su espalda comenzaba a caldearse. No estaba en contacto directo con ninguna llama, lo que le había permitido acarrearlo tanto rato, pero la situación no era la ideal y si no actuaba ahora acabarían por salirle ampollas en la palma. Se concentró en la presencia de Arthur y, tras inspirar hondo, pisó fuerte en el suelo y dejó salir su Haki del Conquistador un instante antes de lanzarle el brazo a donde calculaba que estaría su cara.

Disipó sus clones antes de dar el toque final. Al brazo le siguió otro rayo de energía, con la misma potencia que antes, directo esta vez a su pecho. Había una pequeña diferencia, claro; esta vez no tenía su escudo. Pero estando donde estaba y sabiendo quién era el responsable, tenía clarísimo que atacarle así era lo más respetuoso que podía hacer. Nada menos agresivo sería considerado aceptable por su parte. Él mismo había dicho que iba a ser un combate diferente… y lo estaba siendo. A todos los niveles.

Avanzaba caminando, haciendo frente a la tempestad que arreciaba el campo de batalla, aunque a diferencia de lo que pudiera parecer, no era la tempestad que azotaba con vientos de fuego el jardín. No se trataba de las rachas incandescentes de brasas y humo, no era el polvo y las cenizas que amenazaban con meterse en mis ojos y tapar mi nariz. La tormenta a la que me enfrentaba no era nada más ni nada menos que cuatro mujeres tratando de seducirme con sus encantos sobrenaturales. Aunque notaba que su influencia era más débil, en conjunto eran una fuerza que me distraía y me impedía responder con normalidad. Cada caricia, cada roce, era como una puñalada a mi instinto de batalla, intentaban apagar las llamas de la guerra para avivar otro fuego diferente. Aunque si miraba más de cerca, parecía más bien que intentaban estorbarme, derribarme quizás.

De pronto lo noté. Lys se había sumergido en el vórtice para hacer algo y había enviado a las copias a distraerme, pero no había seducción lo suficientemente fuerte como para distraerme de algo tan genuino, una sensación que daba la vuelta al estómago y llamaba a la superficie los instintos más básicos del hombre, la voluntad de conquista de otra persona. Esa sensación opresiva me hizo despertar, obligándome a responder con mi propia voluntad. El tiempo pareció detenerse al tiempo que hice un brusco movimiento con el torso, tratando de zafarme y apartar a las copias con mi fuerza, agitando toda la parte superior de mi cuerpo, girando y moviendo mi brazo derecho de forma violenta para interponerlo delante del gigantesco brazo de oro que se dirigía hacia mí. La fuerza de varias toneladas de oro impactó contra mi mano, tratando de derretir la parte frontal, amortiguando el impacto con la tensión superficial del dorado metal. Aún a pesar de todo mi hombro acabó desencajado por la brutal fuerza y mi mano quedó hundida en el oro. Pero la cosa no terminaba ahí, yo lo sabía. Otro rayo de energía cruzó el campo. Mi brazo derecho y todo Zinogre se tornaron negros con mi voluntad, una voluntad capaz de quebrar incluso una fuerza sobrenatural. El estallido fue tan ensordecedor como el anterior, pero ya había recibido antes esta clase de ataques, sabía como encajar estos golpes. Un simple tajo me había bastado para dividir el rayo en dos, y gracias al haki había amortiguado parte del daño, aunque mi pecho ahora mostraba más magulladuras que antes. Un sonoro "clock" resonó en el estadio al tensar los músculos del hombro para recolocarlo en su sitio. Era la hora de actuar.

Un simple paso, firme y decidido, la mera fuerza de mi determinación hizo temblar el suelo y apartó el humo y el polvo de mi camino. Las llamas se abrían a mi paso a medida que caminaba en dirección al vórtice. Arrastrando el enorme brazo de oro con mi mano izquierda, el metal comenzó a calentarse y burbujear a medida que el paso se convertía en carrera, con una mirada determinada y sombría, resaltada por el reflejo de las llamas en mis ojos. Frente a mí estaba la pared de llamas que había creado, un muro detrás del cual estaba Lysbeth, pero no permitiría que se escondiera tras estas, al fin y al cabo las llamas sabían quien era su soberano. Un pensamiento bastó para extinguir el tornado, dejando las corrientes de aire como susurrante testigo del desastre que antes estaba en su lugar. Las llamas que poblaron el jardín se volvieron débiles y mortecinas lenguas de fuego cerca de extinguirse, dejando varias columnas de humo como su legado, arrastrado por el viento.

- Ya es suficiente, tú me has llevado a hacer esto. - Dije alzando el dorado cuerpo que portaba en mi maltrecho brazo izquierdo. Unas gotas doradas cayeron al suelo delante de Lysbeth, dejando un charco que no tardó en solidificarse. La gran mole de oro había desaparecido, había fundido todo el oro menos una zona con una forma muy concreta. Una lanza dorada descansaba en la palma de mi mano en perfecto equilibrio, con una superficie fría y cuya punta brillaba con una escarcha diamantina. - Para mí será un honor contar con tu colaboración. Que este pequeño presente sea signo de mi respeto. - Mi rodilla y mi arma tocaron el suelo y mi cabeza se agachó, ante el público un caballero dorado ofrecía una lanza a la llama que había bailado entre las llamas. Un recuerdo que sería escrito en los registros del torneo como uno de los giros más inesperados que había tomado un combate.

Había dado. ¿Le había dado? Le había dado. Bajó el brazo, cautelosa. Las llamas, el tornado, en general todo lo que tenía a su alrededor le impedía discernir qué había sucedido. Se llevó una mano a la cadera. Joder, seguía escociendo. Si no hubiera cauterizado al instante no habría podido moverse como lo había hecho, pero incluso así empezaba a pensar que se había pasado. La herida estaba sucia y su aspecto era de todo menos optimista. ¿Cuánto podía quedar hasta que sonara la campana?

Tenía que salir de ahí. Tenía que salir del tornado y ver qué estaba sucediendo, porque su refugio podía muy bien convertirse en su tumba si no se andaba con cuidado. Dio un primer aleteo, dispuesta a marcharse, cuando las llamas se extinguieron. Despacio, cautelosa, regresó al suelo. Frente a ella ya no había nada más que una pared de viento… y Arthur.

Atravesó el muro de aire y su pelo y sus ropas se alborotaron a su alrededor por un instante, amenazándola con elevarle del suelo. Pero ella pisó firme y un instante después estuvo fuera de su abrazo. Se puso en guardia al escuchar sus palabras. Vio el guantelete de oro en su mano y sus ojos se abrieron con sorpresa. Había vuelto a recibirlo todo de lleno. Apretó la mano, sangrando oro por todo el suelo. A Lysbeth le costó un instante entender lo que estaba sucediendo. Oyó lo que decía, pero al principio no terminó de comprenderlo. ¿Se estaba rindiendo? No, no había dicho eso. Era un presente de respeto, una señal de reconocimiento y… ¿una oferta de trabajo? Demonios, le había salido a cuenta el combate.

Solo había una forma de contestar adecuadamente. Avanzó hacia él, pisando el charco dorado que se había formado entre ambos. Estaban ambos sucios, cubiertos de sangre, polvo y oro. Sus ropas habían visto tiempos mejores y todo a su alrededor estaba destrozado, prueba de sus voluntades inquebrantables. Así y todo, ambos aparentaban tan regios como el más noble de los reyes. Con la misma elegancia de la que él había hecho gala, Lys se desprendió de su diadema de oro y con cuidado se la colocó a Arthur en la cabeza.

-El oro no merece si no oro en respuesta. Tienes mi respeto, Arthur Silverwing. Será un placer responder a tu llamada.

Agarró la lanza que le ofrecía y, tras dar un pequeño paso atrás, le dedicó una elaborada y elegante referencia, agachando la cabeza frente a él. Al incorporarse, examinó el arma. Era exquisita, extremadamente delicada y de forma impecable. Estaba fría al tacto y la punta brillaba con algo que Lys no reconocía. Sonrió, completamente halagada. La guardaría con aprecio.

Y, sin embargo… el combate no había terminado. Aguardó, a unos pasos de su rival, en pose neutral pero alerta todavía. Lo lógico era cederle el siguiente movimiento, si quería realizarlo. Fueran cuales fueran sus intenciones, las respetaría y respondería completamente acorde. Al fin y al cabo, para eso estaban allí.

Este solemne intercambio no sería olvidado, como tampoco lo serían los acontecimientos que derivarían de dicho suceso, tanto los inmediatos como aquellos a largo plazo. Nos dimos unos segundos, demasiada pausa para el público, el cual no sabía como reaccionar, parte del encanto del espectáculo. Sonreí, ya no sabía si estaba bajo el encanto de Lysbeth o no, si mi ansia de continuar con este encuentro era la mía o el efecto de una influencia antinatural... y todo esto era parte de mi plan.

Me incorporé, pisando el suelo con la misma fuerza y determinación que guiaban mis pies hace unos instantes, era la hora de terminar con esto. No cargué de frente, me hice a un lado, flanqueando en una parábola, tratando de poner toda mi velocidad en que me perdiera de vista, o por lo menos, en que se centrase en mi movimiento. Quería que me buscase, que notase mi presencia, jugar con la incertidumbre ¿Cuándo atacará? ¿Cómo lo hará? una cosa era segura, una única pregunta estaba pasando por su cabeza en este momento ¿Qué estás planeando?

Miré el cielo, encapotado por el volvo y el humo, arrastrados por el viento en forma de nubes negras, las cuales sólo dejaban pasar reflejos negros y marrones como tímidos rayos de sol. El momento tenía que ser el perfecto, mi coordinación mejor que nunca, y mis cálculos impecables, de lo contrario todo se desmoronaría en un instante. Dejé salir todo mi instinto agresivo en un único golpe, cambiando de curso do forma repentina y lanzándome directo a ella, poniendo toda mi fuerza y voluntad en un tajo directo a donde calculaba que estaría su cuello. Claro que pararía justo antes de darle. Un ataque simple, pero la verdadera naturaleza de este estaba a punto de revelarse. Un destello recorrió nuestras cabezas, reflejándose en el oro durante una centésima de segundo, el verdadero ataque estaba a punto de llegar.

Desde el momento en el que supe que Lysbeth era mi adversario planifiqué un curso de acción que me diera la posibilidad de ganar, teniendo en cuenta tres restricciones que le daban la ventaja. La primera era que no podía usar ataques letales, la segunda, que ella aprovecharía esta ventaja para usar sus poderes y reducir mi voluntad de luchar, la tercera y última, era que ella podía usar el mantra lo que junto a sus habilidades físicas la volvía extremadamente escurridiza a la hora de dar un golpe decisivo. Un plan para derrotar a alguien en el caso de que no pudiese lanzar un sólo golpe, me había puesto en la peor situación, pero esto era algo que sucedería sin que ella pudiese verlo como una agresión. No sería yo quien diese el golpe, sino los cielos los que descargasen su justicia divina. Todo este tiempo, todas mis acciones sólo tenían un único objetivo en mente, generar la situación perfecta. El fuego no era para alimentar mis poderes ni para poner el campo a mi favor, mucho menos esperaba que le hiciera un daño mayor, era para quemar todo el jardín. La vegetación en llamas y el viento levantarían nubes de humo, cenizas y polvo, los vientos generados mantendrían miles de millones de partículas en movimientos, y el hecho de que se movieran en círculos harían que no salieran del estadio ni molestasen al público. Todo este movimiento, choques y contrastes generarían una situación ideal para que la nube se cargase con estática. La estatua era mi mayor obstáculo, pero al derribarla había quedado a una altura demasiado baja, a parte de que se había calentado con el incendio. El oro era el tercer metal más conductor y ella ahora mismo sostenía una lanza fría de ese metal, la ruta más corta del cielo a la tierra, un rayo caería sobre ella.

Era un actor pésimo, jamás podría haber logrado esto ocultando mis intenciones. Por eso actué de forma sincera, la decisión tenía que ser suya única y exclusivamente, me sentía un poco mal por ello, así que aislé su cuerpo para evitar que quedase con quemaduras internas, el shock sería suficiente, y confiaba en que bastase para aturdirla el tiempo necesario como para que mi arma llegase a una posición que significase la victoria.

Le vio pisar el suelo con fuerza y determinación y supo que no se había acabado. Sonrió y ella misma se colocó recta, preparada. A la espera. Y… empezó. Aunque no como esperaba. Echó a correr, pero no hacia ella. Confusa, agarró uno de sus sai y guardó la lanza en su lugar. Era más delgada, pero hizo un pequeño nudo improvisado en el cuero para que no se cayera. Si iban a seguir atacándose llevarla en la mano era contraproducente, pero tampoco quería perderla o dejarla en el suelo y que se rompiera por accidente.

Miró a su alrededor para ver a dónde se había ido y agarró el otro sai, todos sus sentidos alerta. ¿En qué momento se había oscurecido tanto el cielo? Un escalofrío le recorrió de los pies a la cabeza. Algo no iba bien, no iba nada bien. Las nubes que al principio eran blancas y algodonosas ahora amenazaban tormenta. Aleteó y se alzó en el aire, buscando ganar perspectiva para situar a Arthur y con suerte un par de segundos para prepararse para lo que fuera que se le venía encima.

No los tuvo.

Por un instante, creyó que se había teleportado a su lado. En medio del caos no vio cuando saltó hacia ella, tan solo notó el aire cuando el filo de su hoja se acercó a su cuello. Había interpuesto su sai, pero si estaba viva era porque él no había terminado el ataque; le había pillado completamente por sorpresa. Tragó saliva. No estaba hablando. ¿Por qué no estaba hablando? ¿Por qué no estaba atacando? Empezó a llover y cuando la primera gota le cayó en la cabeza, lo entendió. Estaba esperando. Pretendía… oh, demonios, pretendía tirarle un rayo encima. Gruñó audiblemente con hastío, pero se perdió entre el estruendo que generaron las nubes. Le recorrió otro escalofrío. No había apenas tiempo.

Creó tres cosas a la vez y de repente se sintió un poco mareada. Dos clones de ella vestidos de guapas enfermeritas aparecieron junto a los arbustos que todavía no se habían destruido y los empujaron para que cayeran hacia el centro. Entre tanto, ella creó un orbe oscuro y lo detonó justo junto a ellos. Iban a caer, pero en la dirección que ella quería y sabía que en breves no podría confiar en sus alas.

Trató de agarrar a Arthur como si le fuera a dar un abrazo en el mismo movimiento en que sacaba su segundo sai. Estuviera el marine entre sus brazos o no, los cruzaría delante de su pecho y cerraría los ojos para aguardar la corriente.

Si todo salía bien, sus sai pararían la mayor parte de la electricidad y ella solo tendría que dejarse caer sobre la no tan mullida cama de seto y alambre que habría, si no ya esperándoles en el suelo, sí bajo ellos para acompañarles en su caída.

Estuviera Arthur con ella o no, se incorporaría de entre las ramas completamente agotada. Llena de pequeños cortes y quemaduras por toda parte, su ropa más o menos destrozada y la cadera todavía abierta y aguardando a que la cosieran. Buscaría su presencia una última vez y, con más mala leche que verdadero ansia de combate, le tiraría un cuchillo directo al culo.

-Eso por hacer que me parta un rayo. Ugh.

Finalmente, se dejaría caer en el seto y esperaría a que sonara la campana. Demonios, mañana iba a tener unas agujetas infernales.

Buenos días o tardes, soy Abigail y seré el árbitro de estas semifinales. Estoy seguro de que ya sabéis qué apartados son los que valoramos, pero tengo que indicaros un detalle para las semifinales que es bastante obvio: al tratarse de una eliminatoria no existe la posibilidad de empate.

Dicho esto, pasamos al desglose y destripe del combate:

• Victoria bélica: Es cierto que Lysbeth se deja caer en el seto, pero no le cede la victoria a Arthur, por lo que son 0 puntos.
  
  
• Asunción de daños: Como siempre digo, esto no va de la cantidad de daños, va de la coherencia al asumirlos. En casos de Akumas con habilidades de tipo mental, además, debemos tener en cuenta cómo se asumen los "daños psicológicos". Considero que Arthur ha asimilado bien los "daños" derivados de las habilidades más mentales de Lysbeth, como por ejemplo al ignorar la barrera de energía por la distracción de la sensación de placer; además, veo correcta la interpretación en los ataques más destacables de Lys (lanzar el brazo de la estatua+rayo). En el caso de Lysbeth es un poco más difícil de valorar porque la mitad del combate ha estado enviando clones para pelear. Sin embargo, las pocas veces que ha entrado en combate directo ha asimilado bien en general —aunque lo de deslizarte hacia delante me pareciera un poco pillado por los pelos—, especialmente el petardazo del rayo, que ha estado a nada de dejarla KO. En este caso voy a daros un empate.
  
  
• Originalidad y entorno: Antes de pasar a valorar vuestras actuaciones en este apartado tengo que deciros que creo sinceramente que sois los que más han utilizado el entorno y de las formas más variopintas, y al mismo tiempo efectivas, de entre todos los participantes del torneo. Podría enumerar todo lo que habéis hecho pero creo que cualquiera que haya leído el combate, vosotros incluídos, puede adivinar qué estrategia se lleva la victoria en este apartado:  La tormenta que ha estado cultivando Arthur desde el turno número 4 y que ha desatado al final después de engañar a Lysbeth para darle una lanza superconductora de oro macizo que atrajera el rayo. No solo ha sido complejo, planeado, y un uso original del entorno teniendo en cuenta que el personaje de Arthur no posee poderes eléctricos ni climáticos per sé, es que además ha funcionado bastante bien y me ha dejado loquísimo. Los dos puntos de Originalidad y Entorno van para Arthur.
  
  
• Narración y estilo: Vuestros estilos son difíciles de comparar por el simple motivo de que uno rolea en tercera persona y otro en primera. Sin tener esto en cuenta, ambos tenéis una narrativa bastante agradable. Es cierto que no sois muy fans de las figuras literarias pero esto no es algo malo, nada os obliga a usar florituras lingüisticas. Dicho esto, no veo que uno destaque sobre el otro. 0 puntos.
  
  
• Pulcritud de escritura: Pueees a ver. Ninguno de los dos ha sido totalmente impoluto en su escritura, pero la cantidad de fallos y la gravedad de los mismos ha sido muy parecida entre los dos. No veo que sea suficiente para marcar la diferencia. 0 puntos.
  

Antes de dar el resultado, tal como he dicho antes, me gustaría daros la enhorabuena porque ha sido un combate fantástico y reñido. Nada me gustaría más que daros la victoria a ambos pero estas son eliminatorias y debe salir alguien sí o sí.

El resultado final es que la victoria, y el segundo pase para la final, se lo lleva Arthur Silverwing por un 2 a 0.

Edit: Se me olvidaba. Tenéis derecho a pedir una segunda moderación si no os convence mi veredicto por las razones que sea. Avisad cuanto antes si quieres que se revise para que, en ese caso, se ponga uno de mis compañeros a la mayor brevedad posible.