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El fondo del mar es tan deprimentemente realista como me temía. Desde dentro de la burbuja, una vez pasamos la increíble y brillante fase inicial, con todos los peces y las criaturas marinas iluminadas por la preciosa luz que entra de la superficie, todo se convierte en una tétrica masa de oscuridad silenciosa en la que no sabes si un gigantesco monstruo con dientes del tamaño de montañas está a un metro de tu cara con la boca abierta.
El descenso es largo y un tanto tenso por culpa de lo imposible que resulta saber a dónde vamos ni qué hay a nuestro alrededor. Las luces de cubierta apenas arañan las aguas en las que el Horror Circus se sumerge, supuestamente a salvo en su frágil burbujita. Yo no me fío mucho de estas cosas, pero supongo que si hubiera algún peligro alguno de los dos monstruos que tenemos a bordo lo preveería y lo arreglaría.
Quiero decir otro peligro.
-Pues no ha quedado tan mal, ¿no? Osea, para haberlo arreglado con sábanas y trozos sueltos de madera... Casi no parece que vaya a caerse.
En momentos como este me pregunto por qué no tenemos un verdadero carpintero a bordo. Cuando un bicharraco con forma de besugo descomunal le da un bocado al barco, arreglarlo con un triste parche a base de lo que una encuentra por ahí no es ni mucho menos lo ideal. Espero que aguante hasta el fondo. Si la pompa lo ha hecho, ¿por qué no el navío?
Ignoro los considerables daños que acumula el Horror y vuelvo a lo mío. Ya lo repararemos una vez lleguemos a la Isla Gyojin, si es que no nos come una medusa mutante o algo así. De la cocina saco la cuarta versión de la tarta de morcilla y fresas. Espero que Ivan no se queje esta vez. A las tres primeras les eché ajo solo para fastidiarle por haberse reído de mi estatura y por creerse que navega mejor que yo. Vale, navega mejor que yo, pero no tenía por qué decirlo delante de todos.
-¡Kath! -grito desde los fogones. La bruja no mueve su gordo culo si no es dándole voces-. ¿Estás segura de que el pez este no es venenoso?
El besugo gigante que nos ha atacado ahora se está cociendo en mi cacerola, pero no termino de fiarme de la salubridad de su carne. ¿Sabes qué? Creo que se lo daré a probar a Xan. Ahora que se ha convertido en una especie de mono rosa seguro que no le pasa nada.
Sirvo la comida en cubierta un rato después. A Selene le pongo ración extra de sirope de miel ácida sobre su parte, porque nos ha contado su traumática experiencia con un gordo seboso en Water Seven y creo que le hace falta un dulce. Comemos en la noche eterna que es el fondo oceánico, hasta que a lo lejos, diminuta y titilante como una estrella, una mancha de luz naranja exige atención.
La corriente nos hace pasar cerca de ella. Al principio pienso que puede ser la Isla Gyojin, pero no, es algo mucho más pequeño. Tengo que convencerme a mí misma de que mis ojos no me engañan cuando por fin distingo lo que nos espera ahí abajo: sin ningún tipo de burbuja, barco o protección, sentados sobre troncos y a la luz de su hoguera, un grupo de gente sujeta varios palos con comida clavada para que se ase al fuego, como si estuvieran de acampada.
-¿Están asando nubes en el fondo del mar?
El descenso es largo y un tanto tenso por culpa de lo imposible que resulta saber a dónde vamos ni qué hay a nuestro alrededor. Las luces de cubierta apenas arañan las aguas en las que el Horror Circus se sumerge, supuestamente a salvo en su frágil burbujita. Yo no me fío mucho de estas cosas, pero supongo que si hubiera algún peligro alguno de los dos monstruos que tenemos a bordo lo preveería y lo arreglaría.
Quiero decir otro peligro.
-Pues no ha quedado tan mal, ¿no? Osea, para haberlo arreglado con sábanas y trozos sueltos de madera... Casi no parece que vaya a caerse.
En momentos como este me pregunto por qué no tenemos un verdadero carpintero a bordo. Cuando un bicharraco con forma de besugo descomunal le da un bocado al barco, arreglarlo con un triste parche a base de lo que una encuentra por ahí no es ni mucho menos lo ideal. Espero que aguante hasta el fondo. Si la pompa lo ha hecho, ¿por qué no el navío?
Ignoro los considerables daños que acumula el Horror y vuelvo a lo mío. Ya lo repararemos una vez lleguemos a la Isla Gyojin, si es que no nos come una medusa mutante o algo así. De la cocina saco la cuarta versión de la tarta de morcilla y fresas. Espero que Ivan no se queje esta vez. A las tres primeras les eché ajo solo para fastidiarle por haberse reído de mi estatura y por creerse que navega mejor que yo. Vale, navega mejor que yo, pero no tenía por qué decirlo delante de todos.
-¡Kath! -grito desde los fogones. La bruja no mueve su gordo culo si no es dándole voces-. ¿Estás segura de que el pez este no es venenoso?
El besugo gigante que nos ha atacado ahora se está cociendo en mi cacerola, pero no termino de fiarme de la salubridad de su carne. ¿Sabes qué? Creo que se lo daré a probar a Xan. Ahora que se ha convertido en una especie de mono rosa seguro que no le pasa nada.
Sirvo la comida en cubierta un rato después. A Selene le pongo ración extra de sirope de miel ácida sobre su parte, porque nos ha contado su traumática experiencia con un gordo seboso en Water Seven y creo que le hace falta un dulce. Comemos en la noche eterna que es el fondo oceánico, hasta que a lo lejos, diminuta y titilante como una estrella, una mancha de luz naranja exige atención.
La corriente nos hace pasar cerca de ella. Al principio pienso que puede ser la Isla Gyojin, pero no, es algo mucho más pequeño. Tengo que convencerme a mí misma de que mis ojos no me engañan cuando por fin distingo lo que nos espera ahí abajo: sin ningún tipo de burbuja, barco o protección, sentados sobre troncos y a la luz de su hoguera, un grupo de gente sujeta varios palos con comida clavada para que se ase al fuego, como si estuvieran de acampada.
-¿Están asando nubes en el fondo del mar?
Ivan Markov
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- No habríamos tenido tantos problemas si hubiésemos ido en el Leviatán. Pero noooo, la capitana quería un barco de verdad, porque los submarinos no cuentan. Que le jodan a todas las ventajas de los submarinos como los lanzatorpedos, que sean más rápidos, ¡O QUE LO ÚNICO QUE EVITE QUE EL MAR SE NOS CAIGA ENCIMA SEA UNA PUTA PUTA BURBUJA!
Se aseguró de hablar lo bastante alto desde su puesto en el castillo de popa como para que su capitana le oyera. Ivan nunca había aprobado la decisión de cambiar su perfectamente funcional y maravilloso submarino por un barco de proporciones descomunales, ingobernable y con un primitivo sistema de navegación en comparación con el maravilloso motor de su nave. Irónicamente, era el submarino lo que les había permitido descender enteros tan profundo. Michael estaba pilotando el Leviatán con la tripulación de zombies, torpedeando a todos los bichos marinos que se acercaban demasiado al Horror Circus. Aún así un besugo gigante había logrado acercarse lo suficiente para llevarse un bocado de cubierta, aunque había pagado con su vida. Ahora como venganza iba a ser el aperitivo de la banda.
- Espero que esta vez no lleve ajo - comentó arqueando una ceja.
Olfateó la tarta que le tendía Kaya antes de cogerla, aún sin fiarse demasiado. No percibía que oliese al horrendo fruto, aunque sabía que la chalada que llevaban a bordo era capaz de haber disimulado un olor solo para verle vomitar por cuarta vez consecutiva. Ya lo había hecho las veces anteriores. Sin embargo debía admitir que tanto el aroma de la tarta como el aspecto eran apetitosos. Tras dudar por un momento, se sentó en la barandilla del castillo de popa, al lado del timón, y se llevó el primer trozo a la boca. Era... raro. No había probado un pescado similar. Pero estaba bueno.
- Admito que esta vez está deliciosa. Casi hasta podrías llegar a gustarme como cocinera.
Entonces Kaya dijo algo que llamó su atención. ¿Asando nubes? Miró fuera de la burbuja y una luz atrajo su mirada. Allí, sin ninguna clase de protección, había gente en torno a una hoguera preparando algo. Podía entender que hubiese personas. Es decir, podían ser gyojins. Pero... ¿fuego? ¿Bajo el mar? ¿Qué clase de pesadillesca aberración era esa? ¿Fuego que no se apagaba bajo el agua? Un escalofrío recorrió su espalda.
- Menuda monstruosidad.
Se aseguró de hablar lo bastante alto desde su puesto en el castillo de popa como para que su capitana le oyera. Ivan nunca había aprobado la decisión de cambiar su perfectamente funcional y maravilloso submarino por un barco de proporciones descomunales, ingobernable y con un primitivo sistema de navegación en comparación con el maravilloso motor de su nave. Irónicamente, era el submarino lo que les había permitido descender enteros tan profundo. Michael estaba pilotando el Leviatán con la tripulación de zombies, torpedeando a todos los bichos marinos que se acercaban demasiado al Horror Circus. Aún así un besugo gigante había logrado acercarse lo suficiente para llevarse un bocado de cubierta, aunque había pagado con su vida. Ahora como venganza iba a ser el aperitivo de la banda.
- Espero que esta vez no lleve ajo - comentó arqueando una ceja.
Olfateó la tarta que le tendía Kaya antes de cogerla, aún sin fiarse demasiado. No percibía que oliese al horrendo fruto, aunque sabía que la chalada que llevaban a bordo era capaz de haber disimulado un olor solo para verle vomitar por cuarta vez consecutiva. Ya lo había hecho las veces anteriores. Sin embargo debía admitir que tanto el aroma de la tarta como el aspecto eran apetitosos. Tras dudar por un momento, se sentó en la barandilla del castillo de popa, al lado del timón, y se llevó el primer trozo a la boca. Era... raro. No había probado un pescado similar. Pero estaba bueno.
- Admito que esta vez está deliciosa. Casi hasta podrías llegar a gustarme como cocinera.
Entonces Kaya dijo algo que llamó su atención. ¿Asando nubes? Miró fuera de la burbuja y una luz atrajo su mirada. Allí, sin ninguna clase de protección, había gente en torno a una hoguera preparando algo. Podía entender que hubiese personas. Es decir, podían ser gyojins. Pero... ¿fuego? ¿Bajo el mar? ¿Qué clase de pesadillesca aberración era esa? ¿Fuego que no se apagaba bajo el agua? Un escalofrío recorrió su espalda.
- Menuda monstruosidad.
Katharina von Steinhell
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Tenía unas ganas infinitas de comerse al monstruo de mierda que había destruido una parte de su maravilloso barco. ¿A quién le interesaba navegar en un submarino feo, oscuro y maloliente cuando se tenía un navío tan grande como una torre? Disfrutaría la carne de ese animal como si fuera la última que comería en la vida. Eso le pasaba por meterse con el Horror Circus. Lo que le hacía pensar que debía conseguirse un carpintero lo antes posible… El intento de arreglo de la niña del parche parecía de todo menos confiable.
—Si hubiera sabido que eres tan buena con la madera igual te habría traído como carpintera —le comentó a Kaya con los brazos cruzados y un tono tan formal que casi parecía que hablaba en serio—. El Horror Circus es resistente, llegaremos a la Isla Gyojin sin problemas. O eso espero…
Había navegado el tiempo suficiente para saber que era imposible no tener problemas, sobre todo cuando se sumergía a las profundidades del océano en una… burbuja. Por eso había tomado las precauciones necesarias. ¿Acaso se pensaban que el sombrero que siempre llevaba era solo de adorno? ¡Ja! No sabían nada. Desde que comenzaron a sumergirse no se lo había quitado ni para sentarse en el váter. Lo iba a necesitar si las cosas se ponían feas, y como el destino nunca era amable con los piratas… Bueno, era mejor prevenir que curar.
—Que sí, que sí, estoy segura —respondió casi por inercia la pregunta de Kayadako. No tenía idea de si era venenoso o no, pero ¿qué sería lo peor que le podría pasar? Le dolería el estómago un par de días y poco más—. Igual dáselo primero a Inosuke, he conocido salvajes que son inmunes al veneno.
Estaba a punto de ponerse a leer el periódico de hace un día cuando escuchó las palabras del vampiro. ¿Cuánto tiempo más le duraría la indignación? ¡Nadie quería navegar en un monstruo de metal lleno de zombis! A veces faltaba ver un poco el sol, ¿no?
—¡Las burbujas son muy seguras, Ivan Markov! —le contestó, alzando la voz y mirando en dirección a donde sea que estuviera—. Como piratas que somos debemos tener un barco insignia, no un maldito submarino insignia. ¡Un barco insignia! Digas lo que digas, el Horror Circus sigue siendo mejor que el Leviatán.
A modo de venganza por lo que le había hecho hacía un buen tiempo, la bruja cogió el frasco del ajo en polvo sin que nadie se diera cuenta, y vertió una buena cantidad a la tarta que había preparado Kayadako. El sabor no era tan potente como el del ajo entero y pasaría desapercibido en el primer mordisco, pero en el segundo… Eso le pasaba por haberse inventado que le había dado un beso. Y también se había pasado la mañana entera colocando crucifijos en la habitación del vampiro. No sabía si le harían algo, pero al menos tendría que tomarse la molestia de quitarlos uno por uno. Quizás se había pasado al colgarle más de treinta…
—¿Verdad que está deliciosa? —le dijo al peliblanco, dedicándole una sonrisa maliciosa mientras jugaba con el frasco de ajo en polvo, meneándolo de un lado para otro—. He querido colaborar yo misma con el desayuno —le comentó luego, arrojándole el frasco.
Se aproximó a la ventanilla como una niña pequeña dominada por la curiosidad cuando la niña del parche mencionó algo de… ¿Asar nubes? Su cara fue una perfecta mezcla entre incredulidad, asco y asombro cuando vio la hoguera bajo el mar. Tuvo que aguzar mucho la vista para ver a la gente que… ¿Era una esponja junto a una cosa rosada en forma de estrella? Se frotó los ojos para mirar mejor, pero ya no estaban.
—Necesito aprender a crear fuego bajo el agua. Un fuego que no se extinga jamás.
—Si hubiera sabido que eres tan buena con la madera igual te habría traído como carpintera —le comentó a Kaya con los brazos cruzados y un tono tan formal que casi parecía que hablaba en serio—. El Horror Circus es resistente, llegaremos a la Isla Gyojin sin problemas. O eso espero…
Había navegado el tiempo suficiente para saber que era imposible no tener problemas, sobre todo cuando se sumergía a las profundidades del océano en una… burbuja. Por eso había tomado las precauciones necesarias. ¿Acaso se pensaban que el sombrero que siempre llevaba era solo de adorno? ¡Ja! No sabían nada. Desde que comenzaron a sumergirse no se lo había quitado ni para sentarse en el váter. Lo iba a necesitar si las cosas se ponían feas, y como el destino nunca era amable con los piratas… Bueno, era mejor prevenir que curar.
—Que sí, que sí, estoy segura —respondió casi por inercia la pregunta de Kayadako. No tenía idea de si era venenoso o no, pero ¿qué sería lo peor que le podría pasar? Le dolería el estómago un par de días y poco más—. Igual dáselo primero a Inosuke, he conocido salvajes que son inmunes al veneno.
Estaba a punto de ponerse a leer el periódico de hace un día cuando escuchó las palabras del vampiro. ¿Cuánto tiempo más le duraría la indignación? ¡Nadie quería navegar en un monstruo de metal lleno de zombis! A veces faltaba ver un poco el sol, ¿no?
—¡Las burbujas son muy seguras, Ivan Markov! —le contestó, alzando la voz y mirando en dirección a donde sea que estuviera—. Como piratas que somos debemos tener un barco insignia, no un maldito submarino insignia. ¡Un barco insignia! Digas lo que digas, el Horror Circus sigue siendo mejor que el Leviatán.
A modo de venganza por lo que le había hecho hacía un buen tiempo, la bruja cogió el frasco del ajo en polvo sin que nadie se diera cuenta, y vertió una buena cantidad a la tarta que había preparado Kayadako. El sabor no era tan potente como el del ajo entero y pasaría desapercibido en el primer mordisco, pero en el segundo… Eso le pasaba por haberse inventado que le había dado un beso. Y también se había pasado la mañana entera colocando crucifijos en la habitación del vampiro. No sabía si le harían algo, pero al menos tendría que tomarse la molestia de quitarlos uno por uno. Quizás se había pasado al colgarle más de treinta…
—¿Verdad que está deliciosa? —le dijo al peliblanco, dedicándole una sonrisa maliciosa mientras jugaba con el frasco de ajo en polvo, meneándolo de un lado para otro—. He querido colaborar yo misma con el desayuno —le comentó luego, arrojándole el frasco.
Se aproximó a la ventanilla como una niña pequeña dominada por la curiosidad cuando la niña del parche mencionó algo de… ¿Asar nubes? Su cara fue una perfecta mezcla entre incredulidad, asco y asombro cuando vio la hoguera bajo el mar. Tuvo que aguzar mucho la vista para ver a la gente que… ¿Era una esponja junto a una cosa rosada en forma de estrella? Se frotó los ojos para mirar mejor, pero ya no estaban.
—Necesito aprender a crear fuego bajo el agua. Un fuego que no se extinga jamás.
Alexandra Holmes
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La vuelta al Horror Circus había sido memorable. Prácticamente todos habían acabado haciendo la misma pregunta: ¿Por qué? ¿Y por qué no? Nadie se hacía esa pregunta nunca, solo se la cuestionaba por sus gustos estéticos para su nueva forma. Bah, ¿qué sabrían? Ella era la bióloga especializada en la evolución humana.
Salió de su camarote con su nueva forma y con vestimentas nuevas que consistían en un vestido sin mangas corto de color azul-morado que, además, era algo transparente desde el cuello hasta el inicio de su pecho. Sus brazaletes de tela seguían siendo iguales, y había aumentado también el número de pendientes de sus orejas aprovechando que ahora eran más largas. Para acabar, llevaba también unas botas de tacón que apenas le molestaban al movimiento o combate y que encima le hacían ganar unos cinco centímetros de altura, quedándose a nada del metro ochenta.
Habían conseguido aplicar una capa de burbujas al barco para poder navegar bajo el agua, el submarino estaba siendo pilotado por los zombies y habían logrado repeler casi todos los peligros salvo aquel pez gigante que se comió un cacho del barco y que ahora estaba llenando el plato de Alexandra.
—Está muy bueno, Kaya, no creo que sea venenoso... al menos no provoca diarrea instantánea —comentó, viendo el lado positivo de la vida.
Las voces de Ivan no pasaron desapercibidas y tampoco la respuesta de Katharina. El demonio rosado masticaba en silencio, pensando que se parecían bastante a un matrimonio cuando se ponían así. Ahora le ponía ajo en la comida, luego el vampiro podría responder metiéndole cristales en la sopa y continuar con ese ciclo de destrucción hasta el fin de los días.
—El fuego necesita combustible para sobrevivir, si no es oxígeno será otro compuesto. Para que no se extinga con nada... debería ser producido con una cantidad de energía enorme, quizá una evolución del fuego de tu Maho Maho —dijo, siendo una simple cuestión de química. Para que un fuego no perdiera fuerza pero sin que hubiera oxígeno para alimentarlo... tendría que tener otra forma de alimentarse, algo universal. ¿Energía elemental quizá? ¿Su propia Akuma podría suplir el comburente? Era magia después de todo, ¿no?
Acabó su plato y fue también a ver el fondo del mar, preguntándose si sería capaz de ponerle agallas a un ser humano. De momento solo controlaba un poco de la anatomía de los reptiles... y tampoco es que fuera capaz de aplicar todos los beneficios, incluso su cola había perdido la musculatura animal original.
—No sé nada de la isla gyojin, ¿estaréis bien siendo todos usuarios de Akuma? —preguntó. Consideraba aquello un punto flaco del grupo, ella era prácticamente la única que podía nadar. Normalmente no debería ser un problema, pero si iban a la isla natal de los seres marinos inteligentes capaces de controlar grandes masas de agua de mar pues... igual sí que tendría que hacer de socorrista.
Salió de su camarote con su nueva forma y con vestimentas nuevas que consistían en un vestido sin mangas corto de color azul-morado que, además, era algo transparente desde el cuello hasta el inicio de su pecho. Sus brazaletes de tela seguían siendo iguales, y había aumentado también el número de pendientes de sus orejas aprovechando que ahora eran más largas. Para acabar, llevaba también unas botas de tacón que apenas le molestaban al movimiento o combate y que encima le hacían ganar unos cinco centímetros de altura, quedándose a nada del metro ochenta.
Habían conseguido aplicar una capa de burbujas al barco para poder navegar bajo el agua, el submarino estaba siendo pilotado por los zombies y habían logrado repeler casi todos los peligros salvo aquel pez gigante que se comió un cacho del barco y que ahora estaba llenando el plato de Alexandra.
—Está muy bueno, Kaya, no creo que sea venenoso... al menos no provoca diarrea instantánea —comentó, viendo el lado positivo de la vida.
Las voces de Ivan no pasaron desapercibidas y tampoco la respuesta de Katharina. El demonio rosado masticaba en silencio, pensando que se parecían bastante a un matrimonio cuando se ponían así. Ahora le ponía ajo en la comida, luego el vampiro podría responder metiéndole cristales en la sopa y continuar con ese ciclo de destrucción hasta el fin de los días.
—El fuego necesita combustible para sobrevivir, si no es oxígeno será otro compuesto. Para que no se extinga con nada... debería ser producido con una cantidad de energía enorme, quizá una evolución del fuego de tu Maho Maho —dijo, siendo una simple cuestión de química. Para que un fuego no perdiera fuerza pero sin que hubiera oxígeno para alimentarlo... tendría que tener otra forma de alimentarse, algo universal. ¿Energía elemental quizá? ¿Su propia Akuma podría suplir el comburente? Era magia después de todo, ¿no?
Acabó su plato y fue también a ver el fondo del mar, preguntándose si sería capaz de ponerle agallas a un ser humano. De momento solo controlaba un poco de la anatomía de los reptiles... y tampoco es que fuera capaz de aplicar todos los beneficios, incluso su cola había perdido la musculatura animal original.
—No sé nada de la isla gyojin, ¿estaréis bien siendo todos usuarios de Akuma? —preguntó. Consideraba aquello un punto flaco del grupo, ella era prácticamente la única que podía nadar. Normalmente no debería ser un problema, pero si iban a la isla natal de los seres marinos inteligentes capaces de controlar grandes masas de agua de mar pues... igual sí que tendría que hacer de socorrista.
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Akuma no mi
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El fuego es aún más impresionante de cerca. Son llamas de verdad que dan calor de verdad, no es ningún truco de ilusionismo ni un efecto óptico ni ninguna especie de medusa incendiaria, no. Es una hoguera de verdad, con leña de verdad y con un círculo de piedras de verdad a su alrededor donde se sienta la gente. Para colmo, son humanos. ¡Y ni siquiera llevan burbujas ni nada por el estilo! Están metidos en el agua sin más, sin protección alguna.
Cuando cojo uno de los dispensadores de burbujas en miniatura que compramos en Sabaody no puedo evitar una mirada de reojo a Xan. Si estas cosas tienen algún defecto de fábrica o resultan ser un timo para turistas, nos ahogaremos y terminaremos más o menos del mismo color que su piel.
-En serio, ¿por qué rosa? -le pregunto no por primera vez. Lo de la cola puedo entenderlo, porque debe ser muy útil, pero no veo por qué alguien querría ir por ahí pareciendo un chicle de fresa.
Aprieto el botón del pequeño trozo de coral y una pompa de jabón brota de ella hasta envolverme por completo. La verdad es que es bastante chula, aunque es inquietante pensar que esta cosa tan fina pueda resistir la presión del fondo oceánico. Por suerte, si pasa algo siempre podemos contar con Milena.
La sirena aparece nadando en cuanto ve que echamos el ancla para inspeccionar el fuego de campamento. Nos ha servido de exploradora durante el descenso, lo cual es curioso porque es de esos miembros de la banda que rara vez tiene protagonismo. De hecho, apenas sé nada de ella más allá de que Kath la liberó de la esclavitud. Lo cierto es que tengo curiosidad por cómo se reproducirá, pero aún no se lo he preguntado.
Metida en un transparente y redondo traje de buzo, me acerco al grupo que se sienta bajo el mar. Viéndolos de cerca, son todos niños y niñas excepto uno. Visten ropa verde a juego, con pantalones de color caqui y gorras idénticas. Ahora que me fijo, tras ellos hay un barco pequeño y bastante desvencijado que está protegido bajo una gran tienda de campaña alejada del fuego.
-¡Hola! -dice el adulto, un hombre con barba que atiza el fuego con un palo-. ¿Venís a por un chorizo?
Vale, ¿es normal que lo oiga? ¿No debería estar diciendo algo como glub glub? Ni siquiera le salen burbujas de la boca al hablar.
-Esto... -¿Qué se dice en estos casos? ¿Existen siquiera estos casos? -¿Cómo has hecho el fuego?
-¡Salchicha! -grita uno de los niños, el más gordito.
-Oh, pues es sencillo. Coges un buen trozo de pedernal, le das bien de cuchillo y prende la yesca. Y ya tienes fuego. ¿Qué, queréis sentaros? Aún nos quedan nubes y estábamos ensayando.
-No, no, oye, déjate de cuchillos. Estamos bajo el mar. -Como no sé si lo ha comprendido, le señalo el enorme mazacote de húmeda oscuridad bajo el que nos hallamos-. ¡Bajo el mar!
-¡Salchicha! -repite el niño gordo.
-Pues es un campamento, niña. No sé qué le ves de raro. ¿Nunca has ido de campamento? Yo lo hago a todas horas. No importa dónde esté, nunca duermo sin mi tienda. Venga, sentaos un rato, chavales -El tipo chasquea los dedos y... no ocurre nada-. Ya no os harán falta esas bolas que lleváis. Ya estáis separados. El mar no os hará daño. Pero coño, ¿esa tía es rosa?
Yo paso de acercarme, pero una niña con coletas se levanta, viene hasta nosotros y me tiende una tarjetita que dice: "El Jefe Gibli nunca lo explica, pero tiene poderes gracias a una banana mágica. Hazle caso y no intentes entenderlo mucho."
-¡Bienvenidos a la Tropa de Exploradores de las Ardillas Rugientes! -exclama el tal Gibli. Y acto seguido, todos los niños rugen.
El fondo del mar es muy raro.
Cuando cojo uno de los dispensadores de burbujas en miniatura que compramos en Sabaody no puedo evitar una mirada de reojo a Xan. Si estas cosas tienen algún defecto de fábrica o resultan ser un timo para turistas, nos ahogaremos y terminaremos más o menos del mismo color que su piel.
-En serio, ¿por qué rosa? -le pregunto no por primera vez. Lo de la cola puedo entenderlo, porque debe ser muy útil, pero no veo por qué alguien querría ir por ahí pareciendo un chicle de fresa.
Aprieto el botón del pequeño trozo de coral y una pompa de jabón brota de ella hasta envolverme por completo. La verdad es que es bastante chula, aunque es inquietante pensar que esta cosa tan fina pueda resistir la presión del fondo oceánico. Por suerte, si pasa algo siempre podemos contar con Milena.
La sirena aparece nadando en cuanto ve que echamos el ancla para inspeccionar el fuego de campamento. Nos ha servido de exploradora durante el descenso, lo cual es curioso porque es de esos miembros de la banda que rara vez tiene protagonismo. De hecho, apenas sé nada de ella más allá de que Kath la liberó de la esclavitud. Lo cierto es que tengo curiosidad por cómo se reproducirá, pero aún no se lo he preguntado.
Metida en un transparente y redondo traje de buzo, me acerco al grupo que se sienta bajo el mar. Viéndolos de cerca, son todos niños y niñas excepto uno. Visten ropa verde a juego, con pantalones de color caqui y gorras idénticas. Ahora que me fijo, tras ellos hay un barco pequeño y bastante desvencijado que está protegido bajo una gran tienda de campaña alejada del fuego.
-¡Hola! -dice el adulto, un hombre con barba que atiza el fuego con un palo-. ¿Venís a por un chorizo?
Vale, ¿es normal que lo oiga? ¿No debería estar diciendo algo como glub glub? Ni siquiera le salen burbujas de la boca al hablar.
-Esto... -¿Qué se dice en estos casos? ¿Existen siquiera estos casos? -¿Cómo has hecho el fuego?
-¡Salchicha! -grita uno de los niños, el más gordito.
-Oh, pues es sencillo. Coges un buen trozo de pedernal, le das bien de cuchillo y prende la yesca. Y ya tienes fuego. ¿Qué, queréis sentaros? Aún nos quedan nubes y estábamos ensayando.
-No, no, oye, déjate de cuchillos. Estamos bajo el mar. -Como no sé si lo ha comprendido, le señalo el enorme mazacote de húmeda oscuridad bajo el que nos hallamos-. ¡Bajo el mar!
-¡Salchicha! -repite el niño gordo.
-Pues es un campamento, niña. No sé qué le ves de raro. ¿Nunca has ido de campamento? Yo lo hago a todas horas. No importa dónde esté, nunca duermo sin mi tienda. Venga, sentaos un rato, chavales -El tipo chasquea los dedos y... no ocurre nada-. Ya no os harán falta esas bolas que lleváis. Ya estáis separados. El mar no os hará daño. Pero coño, ¿esa tía es rosa?
Yo paso de acercarme, pero una niña con coletas se levanta, viene hasta nosotros y me tiende una tarjetita que dice: "El Jefe Gibli nunca lo explica, pero tiene poderes gracias a una banana mágica. Hazle caso y no intentes entenderlo mucho."
-¡Bienvenidos a la Tropa de Exploradores de las Ardillas Rugientes! -exclama el tal Gibli. Y acto seguido, todos los niños rugen.
El fondo del mar es muy raro.
Katharina von Steinhell
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Tenía ciertas… nociones acerca de la combustión, algo que Alexandra había explicado bastante bien y en pocas palabras. Probaría inyectando más energía en sus llamas, a ver si algún día conseguía generar fuego bajo el agua. Igual la gente pasaba algo en alto cuando se refería a las llamas de la bruja, y es que estas no eran… naturales. Todo lo que hacía Katharina, incluso tras haber perdido sus poderes, era magia.
—Estaremos bien, Alexandra. He estado antes en la Isla Gyojin y las cosas allí son… extrañas, por decirlo de algún modo —le contestó con la vista todavía clavada en el hombre que de la fogata.
Cuando vio que la niña del parche activaba la burbuja que había comprado antes de descender al fondo oceánico, los malos pensamientos inundaron su cabeza y pensó en reventársela, pero no quería hacerse responsable de su muerte. Moriría ahogada, ¿no? Lo último que necesitaba en la vida era lidiar con el fantasma de esa chica. Dejaría que Ivan se lo pasase bien con las tortillas con extra ración de ajo mientras ella imitaba a Kayadako y se lanzaba hacia el oscuro mar, envuelta en una burbuja como la del barco. Una vez allí, le hizo un gesto a Milena para que le ayudase a acercarse a esa gente.
—¿Estás bien? En breves estaremos en tu isla natal —le dijo a la sirena—. Sabes que eres libre de quedarte, ¿no?
—Quiero acompañarlos —contestó ella con una sonrisa—. Quiero ver hasta dónde puedes llegar, Katharina.
No entendía por qué los esclavos terminaban quedándose con ella luego de recuperar la libertad, pero bueno. Tampoco les iba a echar, de hecho, agradecía esa lealtad que muy poca gente le había entregado alguna vez.
Llegó al campamento improvisado poco después que Kayadako, y entró tarde a la conversación. ¿Ese hombre de ahí estaba diciendo cómo se hacía fuego? Vale, eso podía ser en los casos normales, pero parecía que no se daba cuenta de un factor muy importante: ¡Estaban bajo el agua! Las cosas no funcionaban así solamente porque tenía un pañuelo bonito y sabía hacer nudos. Menos mal que su compañera del parche tenía algo de sentido común e intentó hacerle entrar en razón, pero con los locos nunca se podía llegar a nada. «Habrá que dejarle vivir en su fantasía de mierda…», pensó mientras dejaba escapar un suspiro.
—No estás siendo muy responsable si te has traído a unos niños al fondo del mar, ¿sabes? —le comentó con expresión confusa—. Tienes suerte de que nosotros pasamos de idiotas, sino igual estaríamos molestándote un poco. A los exploradores siempre les hacen bullyng.
¿Acababa de decirle idiotas a unos niños? A veces el mal no tenía límites.
—Estaremos bien, Alexandra. He estado antes en la Isla Gyojin y las cosas allí son… extrañas, por decirlo de algún modo —le contestó con la vista todavía clavada en el hombre que de la fogata.
Cuando vio que la niña del parche activaba la burbuja que había comprado antes de descender al fondo oceánico, los malos pensamientos inundaron su cabeza y pensó en reventársela, pero no quería hacerse responsable de su muerte. Moriría ahogada, ¿no? Lo último que necesitaba en la vida era lidiar con el fantasma de esa chica. Dejaría que Ivan se lo pasase bien con las tortillas con extra ración de ajo mientras ella imitaba a Kayadako y se lanzaba hacia el oscuro mar, envuelta en una burbuja como la del barco. Una vez allí, le hizo un gesto a Milena para que le ayudase a acercarse a esa gente.
—¿Estás bien? En breves estaremos en tu isla natal —le dijo a la sirena—. Sabes que eres libre de quedarte, ¿no?
—Quiero acompañarlos —contestó ella con una sonrisa—. Quiero ver hasta dónde puedes llegar, Katharina.
No entendía por qué los esclavos terminaban quedándose con ella luego de recuperar la libertad, pero bueno. Tampoco les iba a echar, de hecho, agradecía esa lealtad que muy poca gente le había entregado alguna vez.
Llegó al campamento improvisado poco después que Kayadako, y entró tarde a la conversación. ¿Ese hombre de ahí estaba diciendo cómo se hacía fuego? Vale, eso podía ser en los casos normales, pero parecía que no se daba cuenta de un factor muy importante: ¡Estaban bajo el agua! Las cosas no funcionaban así solamente porque tenía un pañuelo bonito y sabía hacer nudos. Menos mal que su compañera del parche tenía algo de sentido común e intentó hacerle entrar en razón, pero con los locos nunca se podía llegar a nada. «Habrá que dejarle vivir en su fantasía de mierda…», pensó mientras dejaba escapar un suspiro.
—No estás siendo muy responsable si te has traído a unos niños al fondo del mar, ¿sabes? —le comentó con expresión confusa—. Tienes suerte de que nosotros pasamos de idiotas, sino igual estaríamos molestándote un poco. A los exploradores siempre les hacen bullyng.
¿Acababa de decirle idiotas a unos niños? A veces el mal no tenía límites.
Alexandra Holmes
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¿Que por qué rosa? ¿que por qué rosa? No era la primera vez que la cocinera le preguntaba eso y siempre había respondido saliéndose por la tangente, pero estaba claro que tendría que ser un poco más directa para que dejara de dar la turra con su aspecto.
—Kaya, no voy a insultar tu inteligencia explicando algo tan obvio —dijo, haciéndose un poco la interesante al mismo tiempo que se negaba a explicar una decisión que fue más arbitraria que otra cosa. Era un color bonito y quedaba bien, no había más motivos.
Por su parte no tenía problemas con el mar por eso de que era la única sin poderes demoníacos, pero no confiaba tanto en su capacidad para mantener el aire durante horas o días. Por ello, también accionó uno de los corales de burbujas antes de bajar junto con el resto de la tripulación. Los guiaba una sirena, una esclava liberada por Katharina y que por algún motivo había decidido quedarse con ellos.
La pintoresca escena consistía en un grupo de niños junto a un señor, todos vestidos de boy scouts. Al ver esa escena, un primer pensamiento cruzó la mente de la científica: Qué horterada. Al volver a ver la escena, un segundo pensamiento cruzó su mente: ¿un montón de niños a solas con un adulto bajo la promesa de regalar medallitas mientras obedecieran? Turbio de cojones.
Kaya preguntaba cómo habían hecho el fuego, mientras el tío raro se extrañaba también de que fuera de color rosa. ¿Qué tenían todos que estaban en contra del color rosa? ¡Si era un color bonito!
—Mira, no voy a aceptar críticas de un adulto que lleva bermudas —dijo Alexandra, que solo aceptaría críticas de gente que no diera vergüenza ajena. Su cola, que aún no tenía totalmente bajo control, dio un azote al propio suelo.
Echó un vistazo a la tarjeta que les tendió la muchachilla de coletas. ¿Una banana mágica? Solo había dos posibles opciones: o se trataba de una akuma no mi de alguna clase —probablemente relacionada con el oxígeno, la opción que más probabilidades tenía de ser la correcta— o bien era un tío raro que tendría que estar entre rejas por corrupción de menores o peor.
—Kath, sé que has dicho que las cosas son extrañas aquí, pero habéis puesto el listón demasiado alto —nada más llegar y se encontraban unos boy scout. A partir de ese momento las cosas solo podían ir a peor.
—¿Sabéis por dónde está la isla gyojin? o la ciudad, o donde sea que vivan —preguntó finalmente. Si eran exploradores tendrían que saber por dónde se iba a donde fuera que residieran los gyojin.
—Kaya, no voy a insultar tu inteligencia explicando algo tan obvio —dijo, haciéndose un poco la interesante al mismo tiempo que se negaba a explicar una decisión que fue más arbitraria que otra cosa. Era un color bonito y quedaba bien, no había más motivos.
Por su parte no tenía problemas con el mar por eso de que era la única sin poderes demoníacos, pero no confiaba tanto en su capacidad para mantener el aire durante horas o días. Por ello, también accionó uno de los corales de burbujas antes de bajar junto con el resto de la tripulación. Los guiaba una sirena, una esclava liberada por Katharina y que por algún motivo había decidido quedarse con ellos.
La pintoresca escena consistía en un grupo de niños junto a un señor, todos vestidos de boy scouts. Al ver esa escena, un primer pensamiento cruzó la mente de la científica: Qué horterada. Al volver a ver la escena, un segundo pensamiento cruzó su mente: ¿un montón de niños a solas con un adulto bajo la promesa de regalar medallitas mientras obedecieran? Turbio de cojones.
Kaya preguntaba cómo habían hecho el fuego, mientras el tío raro se extrañaba también de que fuera de color rosa. ¿Qué tenían todos que estaban en contra del color rosa? ¡Si era un color bonito!
—Mira, no voy a aceptar críticas de un adulto que lleva bermudas —dijo Alexandra, que solo aceptaría críticas de gente que no diera vergüenza ajena. Su cola, que aún no tenía totalmente bajo control, dio un azote al propio suelo.
Echó un vistazo a la tarjeta que les tendió la muchachilla de coletas. ¿Una banana mágica? Solo había dos posibles opciones: o se trataba de una akuma no mi de alguna clase —probablemente relacionada con el oxígeno, la opción que más probabilidades tenía de ser la correcta— o bien era un tío raro que tendría que estar entre rejas por corrupción de menores o peor.
—Kath, sé que has dicho que las cosas son extrañas aquí, pero habéis puesto el listón demasiado alto —nada más llegar y se encontraban unos boy scout. A partir de ese momento las cosas solo podían ir a peor.
—¿Sabéis por dónde está la isla gyojin? o la ciudad, o donde sea que vivan —preguntó finalmente. Si eran exploradores tendrían que saber por dónde se iba a donde fuera que residieran los gyojin.
Ivan Markov
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Comenzó a comer la tarta a grandes mordiscos. Tal vez incluso demasiado rápido. Debido a eso no notó que había un regusto extraño en la comida hasta que ya estaba mordiendo el último trozo. Notaba... ¿escozor? Entonces Kath dijo que había ayudado a cocinar, mostró una sonrisa siniestra y le lanzó algo. Ivan lo cogió al vuelo y, al reconocerlo, abrió mucho los ojos. ¿Esa mujer estaba loca o qué? Dejó caer el bote de ajo en polvo y se dirigió corriendo hacia la borda, donde empezó a vomitar como si fuese un sifón.
- ¡JODER! - gritó en cuanto fue capaz de hablar - ¡Puta loca...! ¡Esa mierda es veneno para mí!
Entonces su estómago dio un vuelvo y volvió a empezar a vomitar. Volvió a fijarse pues en los boy scouts submarinos, que ahora les hablaban... y definitivamente no eran gyojins. Oh no. Estaba flipando en colores por culpa del ajo. ¿Cuánto de esa mierda blanca le había echado la loca de su capitana a su porción? Tras eso lo tenía claro: no volvería a comer nada a bordo de ese sitio que no hubiese preparado él mismo. Le ardían el estómago, la garganta y la boca, y a diferencia de con otras afecciones del cuerpo, entrar en su forma completa no lo pararía. De hecho probablemente solo lo haría peor.
- Dios mío... Kath, por tu culpa estoy teniendo alucinaciones. Hay niños submarinos allí fuera.
Se fue a girar hacia el resto cuando vio una criatura de color rosa con cola. Parpadeó varias veces, se acercó a su vaso de agua y se lo tiró a sí mismo por la cabeza a ver si lograba espabilar. Pero la criatura seguía allí. Espera... ¿era Xandra? Juraría que la había visto subirse a bordo con un aspecto diferente, pero en ese momento estaba muy borracho. No, debía ser una ajo-alucinación.
- A la mierda. Estoy flipando tanto que Xandra se ha convertido en una diablesa rosa. Que os jodan a todos. Me voy a beberme la bodega entera.
Y efectivamente se fue bajo cubierta a buscar alcohol a la bodega. Cabía la posibilidad de que Katharina hubiese escondido las botellas como ya había amenazado alguna vez, pero las buscaría con su olfato. Aunque si estaba flipando... a lo mejor le costaba encontrarlas, ¿no? Bah, ya se apañaría.
- ¡JODER! - gritó en cuanto fue capaz de hablar - ¡Puta loca...! ¡Esa mierda es veneno para mí!
Entonces su estómago dio un vuelvo y volvió a empezar a vomitar. Volvió a fijarse pues en los boy scouts submarinos, que ahora les hablaban... y definitivamente no eran gyojins. Oh no. Estaba flipando en colores por culpa del ajo. ¿Cuánto de esa mierda blanca le había echado la loca de su capitana a su porción? Tras eso lo tenía claro: no volvería a comer nada a bordo de ese sitio que no hubiese preparado él mismo. Le ardían el estómago, la garganta y la boca, y a diferencia de con otras afecciones del cuerpo, entrar en su forma completa no lo pararía. De hecho probablemente solo lo haría peor.
- Dios mío... Kath, por tu culpa estoy teniendo alucinaciones. Hay niños submarinos allí fuera.
Se fue a girar hacia el resto cuando vio una criatura de color rosa con cola. Parpadeó varias veces, se acercó a su vaso de agua y se lo tiró a sí mismo por la cabeza a ver si lograba espabilar. Pero la criatura seguía allí. Espera... ¿era Xandra? Juraría que la había visto subirse a bordo con un aspecto diferente, pero en ese momento estaba muy borracho. No, debía ser una ajo-alucinación.
- A la mierda. Estoy flipando tanto que Xandra se ha convertido en una diablesa rosa. Que os jodan a todos. Me voy a beberme la bodega entera.
Y efectivamente se fue bajo cubierta a buscar alcohol a la bodega. Cabía la posibilidad de que Katharina hubiese escondido las botellas como ya había amenazado alguna vez, pero las buscaría con su olfato. Aunque si estaba flipando... a lo mejor le costaba encontrarlas, ¿no? Bah, ya se apañaría.
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Una de las mocosas se lleva un buen susto cuando Xan sacude la cola, aunque al resto de niños parece gustarles. Un par de ellos se acercan a la científica para tocar su cola preguntándole si es de verdad y si sabe a fresa. Personalmente, yo prefiero pensar que no sabe a nada.
-Mire usted, señora. -El tal Gibli señala a Kath con su nube empalada-. Nadie acosa a mis Ardillas. Si alguien intentase causarles problemas, ¡¿qué haríamos niños?!
-¡AL SACO! -gritan todos, y el jefe explorador señala un saco algo alejado del fuego. Se distingue claramente que dentro hay un bulto bastante grande. Y además se mueve-. Ese pez de ahí quiso molestarnos y mira cómo ha acabado. Nada se resiste a mis trampas para osos.
A pesar de que me encantaría ver cómo meten a Kath en el saco ese durante un rato, cambio de tema, aunque solo sea para ver si nos guían.
-¿Qué estabais ensayando? -les pregunto.
-Lo que le vamos a decir a la reina -dice una niña, pero no aclara mucho más porque el hombre levanta el campamento.
Al menos accede a llevarnos hasta nuestro destino. Ata su curioso barco al nuestro sin pedir permiso y toda la tropa empieza a meterse en el Horror Circus. Por su bien, espero que no se topen con un Ivan borracho. Durante el camino hasta la bola de luz submarina que es la Isla Gyojin, Gibli nos cuenta qué hacen aquí.
-Sabéis que la reina se casó hace poco, ¿no? -empieza-. Se ve que su marido es bastante feo. O tonto o algo así, no está claro. El caso es que no parece alguien con quien uno querría tener descendientes. Y no me extraña; yo tampoco tendría hijos con un pez. La cuestión es que desde el palacio están buscando herederos. Un niño o una niña que se queden con todo cuando la reina estire la aleta.
No sé si es la peor idea que he oído nunca, pero debe estar cerca de serlo. ¿Han montado un casting para encontrar príncipes y princesas? Y todo por no querer tener hijos. Seguro que la abundante prole de los Markov se avergonzaría de eso.
-Mis Ardillas no tienen padres que cuiden de ellos y he pensado en probar suerte. A ver, ¿quién quiere que lo adopte una reina?
-¡Salchicha!
-¡Eso es! El folleto no decía que tuviese que ser un pez, así que... Vosotros no pensaréis presentaros, ¿no?
Menos mal que ya se ve la isla, porque no sé qué contestar a eso. El barco, maltrecho pero entero, por fin llega a su destino.
La isla es majestuosa. Una inmensa burbuja cubre el basto e idílico reino del fondo del mar, un bello espectáculo en sí mismo. Las gruesas raíces de un árbol monstruoso proyectan su luz como extraños sustitutos del sol. hay cola, cómo no. En la que parece ser la puerta principal hay una larga fila de barcos esperando para entrar bajo la vigilancia de varios gyojin uniformados. No sabía que controlaban tanto los accesos aquí abajo, aunque supongo que es normal. Eso sí, ver tantos navíos metidos en pompas es un poco ridículo, la verdad.
A un lado destaca un cartel. Varias medusas luminosas forman letras y anuncian que en el cochambroso edificio destartalado que tienen debajo hay un taller de reparación de barcos. Por suerte -o a saber por qué motivo- está vacío, ya que a nosotros nos vendrían bien un arreglo o dos. Y ya que tenemos tiempo...
-¿Qué hacemos, jefa?
-Mire usted, señora. -El tal Gibli señala a Kath con su nube empalada-. Nadie acosa a mis Ardillas. Si alguien intentase causarles problemas, ¡¿qué haríamos niños?!
-¡AL SACO! -gritan todos, y el jefe explorador señala un saco algo alejado del fuego. Se distingue claramente que dentro hay un bulto bastante grande. Y además se mueve-. Ese pez de ahí quiso molestarnos y mira cómo ha acabado. Nada se resiste a mis trampas para osos.
A pesar de que me encantaría ver cómo meten a Kath en el saco ese durante un rato, cambio de tema, aunque solo sea para ver si nos guían.
-¿Qué estabais ensayando? -les pregunto.
-Lo que le vamos a decir a la reina -dice una niña, pero no aclara mucho más porque el hombre levanta el campamento.
Al menos accede a llevarnos hasta nuestro destino. Ata su curioso barco al nuestro sin pedir permiso y toda la tropa empieza a meterse en el Horror Circus. Por su bien, espero que no se topen con un Ivan borracho. Durante el camino hasta la bola de luz submarina que es la Isla Gyojin, Gibli nos cuenta qué hacen aquí.
-Sabéis que la reina se casó hace poco, ¿no? -empieza-. Se ve que su marido es bastante feo. O tonto o algo así, no está claro. El caso es que no parece alguien con quien uno querría tener descendientes. Y no me extraña; yo tampoco tendría hijos con un pez. La cuestión es que desde el palacio están buscando herederos. Un niño o una niña que se queden con todo cuando la reina estire la aleta.
No sé si es la peor idea que he oído nunca, pero debe estar cerca de serlo. ¿Han montado un casting para encontrar príncipes y princesas? Y todo por no querer tener hijos. Seguro que la abundante prole de los Markov se avergonzaría de eso.
-Mis Ardillas no tienen padres que cuiden de ellos y he pensado en probar suerte. A ver, ¿quién quiere que lo adopte una reina?
-¡Salchicha!
-¡Eso es! El folleto no decía que tuviese que ser un pez, así que... Vosotros no pensaréis presentaros, ¿no?
Menos mal que ya se ve la isla, porque no sé qué contestar a eso. El barco, maltrecho pero entero, por fin llega a su destino.
La isla es majestuosa. Una inmensa burbuja cubre el basto e idílico reino del fondo del mar, un bello espectáculo en sí mismo. Las gruesas raíces de un árbol monstruoso proyectan su luz como extraños sustitutos del sol. hay cola, cómo no. En la que parece ser la puerta principal hay una larga fila de barcos esperando para entrar bajo la vigilancia de varios gyojin uniformados. No sabía que controlaban tanto los accesos aquí abajo, aunque supongo que es normal. Eso sí, ver tantos navíos metidos en pompas es un poco ridículo, la verdad.
A un lado destaca un cartel. Varias medusas luminosas forman letras y anuncian que en el cochambroso edificio destartalado que tienen debajo hay un taller de reparación de barcos. Por suerte -o a saber por qué motivo- está vacío, ya que a nosotros nos vendrían bien un arreglo o dos. Y ya que tenemos tiempo...
-¿Qué hacemos, jefa?
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Se le acumulaban los problemas. Ivan pensaba que su aspecto era fruto de alguna especie de alguna alucinación provocada por el ajo y había ido a vaciar la bodega. Se habría reido, pero tenía a un chaval agarrándole la cola.
—Pues claro que es real, ¡me costó mucho conseguirla! no sabe a fresa, es como si te mordieras a ti mismo —respondió. Esos chavales no sabrían lo difícil que era cazar a un lagarto enorme, cortarle la cola, conservarla en hielo, encontrar a una cirujana y aguantar la operación en alta mar.
Lo del saco la dejó descolocada al principio, pero olvidó el tema en cuanto mencionaron el marujeo con la boda de la reina gyojin, cuyo historial parecía tan brillante como el suyo propio. ¡Vaya, si a lo mejor se llevaban bien rajando de los maridos y todo! Ahora que mencionaba lo de presentarse... Giró el rostro para mirar a Kaya de reojo. ¿Y si le ponían unas coletitas, un uniforme de colegiala y la hacían pasar por una dulce muchachilla de doce años para que fuera la futura reina?
Espera. Kaya con el control de un país... No, idea descartada, ni la propia Alexandra, que apreciaba el caos como nadie, estaba preparada para ese reino del terror.
Durante el trayecto en el que Gibli había atado su navío al Circus que, como su nombre indicaba, estaba hecho un horror, la científica se fue a la bodega para ver qué tal iba el vampiro del grupo.
—¡Eh, Ivan! —voceó desde la puerta, no queriendo molestar demasiado —, ¡ya sé que lo de estar hecho una mierda por ajo que te ha echado la cabrona de Katy, que Ino esté tan fumado que lleve media semana en... no sé dónde cojones está pero bueno, que ser el único hombre es duro, lo de mis pintas y que haya boy scouts dando vueltas por el barco liderados por un adulto con bermudas parece una alucinación muy jodida, pero tienes que ser fuerte y afrontar la realidad: todo es real, necesitamos un psicólogo para los traumas que nos va a dejar esto, nos detendrán como pasemos por la aduana o lo que sea eso contigo borracho y, peor aún, tendremos un problema serio si no me has dejado ni una botella! —soltó, siendo probablemente el mejor discurso motivacional que había dado desde que puso de vuelta y media a todos los piratas del Grand Line.
—Ale, nos vemos en cubierta —continuó, dando por finalizada la "ayuda", si es que alguien podía llamar a eso "ayudar a alguien".
Una vez arriba y en cubierta dedicaría unos segundos a contemplar la isla gyojin. Vale, era una pasada y despertaba muchísimas preguntas. ¿Para qué querían ellos una burbuja si podían respirar bajo el agua? Eso hablaba bastante de las buenas intenciones de los arquitectos e ingenieros originales de la isla, mira que permitir el paso de barcos de la superfície... y encima había cola.
—Yo mandaría arreglar el desastre este, como el viaje de salida sea un poco parecido al de llegada nos iremos a pique y no tengo fuerza para llevaros a los tres a nado —vio necesario indicar, una vez más, que si pasaba cualquier cosa, sería imposible salvarlos a todos, no había hecho tantas pesas aún.
Los arreglos, a su juicio, tenían una prioridad absurdísima.
—Pues claro que es real, ¡me costó mucho conseguirla! no sabe a fresa, es como si te mordieras a ti mismo —respondió. Esos chavales no sabrían lo difícil que era cazar a un lagarto enorme, cortarle la cola, conservarla en hielo, encontrar a una cirujana y aguantar la operación en alta mar.
Lo del saco la dejó descolocada al principio, pero olvidó el tema en cuanto mencionaron el marujeo con la boda de la reina gyojin, cuyo historial parecía tan brillante como el suyo propio. ¡Vaya, si a lo mejor se llevaban bien rajando de los maridos y todo! Ahora que mencionaba lo de presentarse... Giró el rostro para mirar a Kaya de reojo. ¿Y si le ponían unas coletitas, un uniforme de colegiala y la hacían pasar por una dulce muchachilla de doce años para que fuera la futura reina?
Espera. Kaya con el control de un país... No, idea descartada, ni la propia Alexandra, que apreciaba el caos como nadie, estaba preparada para ese reino del terror.
Durante el trayecto en el que Gibli había atado su navío al Circus que, como su nombre indicaba, estaba hecho un horror, la científica se fue a la bodega para ver qué tal iba el vampiro del grupo.
—¡Eh, Ivan! —voceó desde la puerta, no queriendo molestar demasiado —, ¡ya sé que lo de estar hecho una mierda por ajo que te ha echado la cabrona de Katy, que Ino esté tan fumado que lleve media semana en... no sé dónde cojones está pero bueno, que ser el único hombre es duro, lo de mis pintas y que haya boy scouts dando vueltas por el barco liderados por un adulto con bermudas parece una alucinación muy jodida, pero tienes que ser fuerte y afrontar la realidad: todo es real, necesitamos un psicólogo para los traumas que nos va a dejar esto, nos detendrán como pasemos por la aduana o lo que sea eso contigo borracho y, peor aún, tendremos un problema serio si no me has dejado ni una botella! —soltó, siendo probablemente el mejor discurso motivacional que había dado desde que puso de vuelta y media a todos los piratas del Grand Line.
—Ale, nos vemos en cubierta —continuó, dando por finalizada la "ayuda", si es que alguien podía llamar a eso "ayudar a alguien".
Una vez arriba y en cubierta dedicaría unos segundos a contemplar la isla gyojin. Vale, era una pasada y despertaba muchísimas preguntas. ¿Para qué querían ellos una burbuja si podían respirar bajo el agua? Eso hablaba bastante de las buenas intenciones de los arquitectos e ingenieros originales de la isla, mira que permitir el paso de barcos de la superfície... y encima había cola.
—Yo mandaría arreglar el desastre este, como el viaje de salida sea un poco parecido al de llegada nos iremos a pique y no tengo fuerza para llevaros a los tres a nado —vio necesario indicar, una vez más, que si pasaba cualquier cosa, sería imposible salvarlos a todos, no había hecho tantas pesas aún.
Los arreglos, a su juicio, tenían una prioridad absurdísima.
Katharina von Steinhell
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No había nada que pudiera ocultar la mueca de asco de la hechicera tras la respuesta del jefe de los exploradores. «¿Al saco? ¿Este tarado se piensa que puede meterme a mí en un jodido saco? A ver cómo arma sus trampas sin las manos», pensó mientras acercaba la mano a la empuñadura de Fushigiri, pero la pregunta de la niña del parche le detuvo. Cierto, estaban ensayando algo. No podía culpar al vampiro por decir que tenía alucinaciones, pues todo lo que estaban viviendo era… surrealista, por llamarlo de algún modo. Igual se había pasado con el ajo, ¿no? A ver qué hacía cuando descubriera su cuarto repleto de crucifijos. Algún día le leería las sagradas escrituras de no-sé-qué-mierda, o tal vez se las cantaría.
—Si yo fuera reina no dejaría que nadie me llamase fea, tonta ni ninguna mierda así —comentó de brazos cruzados, impidiendo que uno de los chicos le robase el sombrero. A ver cómo conseguía avanzar con el pie de la hechicera en su rostro—. Bastante lamentable es que la reina de la Isla Gyojin tenga que organizar un casting… ¿Es siquiera legal hacer algo así? —preguntó, aunque tampoco esperaba una respuesta real. Ya se había dado cuenta de que esa gente no era precisamente lista.
«Espera, si estos mocosos van a participar en el casting, igual uno de nosotros puede…», pensó y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. Si Inosuke no estuviese hibernando hacía tantos días que había perdido la cuenta, lo habría postulado como príncipe. No sería lo más responsable ni inteligente, pero como tampoco tenía esperanzas de que uno de sus piratas se convirtiese en miembro de la familia real… Algo se le ocurriría, vaya.
No sabía quién había autorizado a Gibli a usar su barco casi como remolque, pero prefería no discutir con ese hombre. Ya le había amenazado una vez con meterla en un saco, como lo hiciera otra vez… Alguien acabaría sin brazos ni piernas, y no sería Katharina. «Siento que últimamente estoy perdiendo el respeto que tenía… ¿Debería recordarle al mundo entero lo despiadada que puedo llegar a ser?», reflexionó sobre el mascarón de proa, observando con curiosidad la luz que se veía a lo lejos. «¡Estamos llegando! Dios, qué recuerdos…». Había estado en la isla submarina hacía un buen tiempo cuando aún formaba parte de los Arashi, y el que estuviese volviendo con su propia tripulación… Bueno, la vida daba vueltas muy raras.
Pronto terminaron en… ¿un taller para barcos? No se fiaba demasiado de esa gente, pero ¿quién sería tan idiota como para robarle a Katharina von Steinhell? Su nombre era famoso y temido en partes iguales, y la gente siempre se inventaba cosas raras. Algunos decían que transformaba a sus enemigos en pepinillos parlantes.
—Dejemos que esta gente se encargue del barco —respondió con suma seguridad—. Crearé unos cuantos guardias ilusorios para que no nos roben nada, además también están los esbirros de Ivan, ¿no? En cualquier caso, debemos-
Sus palabras se cortaron en seco cuando sus ojos se encontrar con el horror encarnado. «¡¿Qué hace esta mierda aquí?!». Como si se hubiera teletransportado, apareció frente a una camiseta blanca con una fotografía reveladora, una imagen cuyo contenido no podía llegar a manos de Kayadako. ¡De ninguna manera esa diabla podía ver algo así! ¿Cómo les explicaría a sus compañeros que fue transformada en una salchicha gigante con alas de papas fritas? Carbonizó la camiseta con tan solo un chasquido de dedos, pensando que lo peor había terminado ya.
—Debemos… Eh… ¿Por qué no postulamos a Milena como princesa? Es una sirena y seguro que los reyes de la Isla Gyojin se verán encantados con su belleza —propuso un tanto nerviosa, esperando que nadie se hubiese percatado de lo que había hecho—. Y no, niña endemoniada, no te postularemos a ti. Un miembro de la realeza debe saber comportarse en la mesa, hablar refinadamente y no comerse los mocos mientras los demás hablamos.
—Si yo fuera reina no dejaría que nadie me llamase fea, tonta ni ninguna mierda así —comentó de brazos cruzados, impidiendo que uno de los chicos le robase el sombrero. A ver cómo conseguía avanzar con el pie de la hechicera en su rostro—. Bastante lamentable es que la reina de la Isla Gyojin tenga que organizar un casting… ¿Es siquiera legal hacer algo así? —preguntó, aunque tampoco esperaba una respuesta real. Ya se había dado cuenta de que esa gente no era precisamente lista.
«Espera, si estos mocosos van a participar en el casting, igual uno de nosotros puede…», pensó y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. Si Inosuke no estuviese hibernando hacía tantos días que había perdido la cuenta, lo habría postulado como príncipe. No sería lo más responsable ni inteligente, pero como tampoco tenía esperanzas de que uno de sus piratas se convirtiese en miembro de la familia real… Algo se le ocurriría, vaya.
No sabía quién había autorizado a Gibli a usar su barco casi como remolque, pero prefería no discutir con ese hombre. Ya le había amenazado una vez con meterla en un saco, como lo hiciera otra vez… Alguien acabaría sin brazos ni piernas, y no sería Katharina. «Siento que últimamente estoy perdiendo el respeto que tenía… ¿Debería recordarle al mundo entero lo despiadada que puedo llegar a ser?», reflexionó sobre el mascarón de proa, observando con curiosidad la luz que se veía a lo lejos. «¡Estamos llegando! Dios, qué recuerdos…». Había estado en la isla submarina hacía un buen tiempo cuando aún formaba parte de los Arashi, y el que estuviese volviendo con su propia tripulación… Bueno, la vida daba vueltas muy raras.
Pronto terminaron en… ¿un taller para barcos? No se fiaba demasiado de esa gente, pero ¿quién sería tan idiota como para robarle a Katharina von Steinhell? Su nombre era famoso y temido en partes iguales, y la gente siempre se inventaba cosas raras. Algunos decían que transformaba a sus enemigos en pepinillos parlantes.
—Dejemos que esta gente se encargue del barco —respondió con suma seguridad—. Crearé unos cuantos guardias ilusorios para que no nos roben nada, además también están los esbirros de Ivan, ¿no? En cualquier caso, debemos-
Sus palabras se cortaron en seco cuando sus ojos se encontrar con el horror encarnado. «¡¿Qué hace esta mierda aquí?!». Como si se hubiera teletransportado, apareció frente a una camiseta blanca con una fotografía reveladora, una imagen cuyo contenido no podía llegar a manos de Kayadako. ¡De ninguna manera esa diabla podía ver algo así! ¿Cómo les explicaría a sus compañeros que fue transformada en una salchicha gigante con alas de papas fritas? Carbonizó la camiseta con tan solo un chasquido de dedos, pensando que lo peor había terminado ya.
—Debemos… Eh… ¿Por qué no postulamos a Milena como princesa? Es una sirena y seguro que los reyes de la Isla Gyojin se verán encantados con su belleza —propuso un tanto nerviosa, esperando que nadie se hubiese percatado de lo que había hecho—. Y no, niña endemoniada, no te postularemos a ti. Un miembro de la realeza debe saber comportarse en la mesa, hablar refinadamente y no comerse los mocos mientras los demás hablamos.
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-El arreglo básico es el más barato. Un poco de chicle, cuatro clavos y arreando -dice a Kath la muchacha, una joven gyojin que no tendrá más de trece años con varias púas pequeñitas que salen de su rostro-.El paquete estándar está bastante bien de precio, y os quedará el barco bien parcheado. Y luego tenéis el arreglo Súper Deluxe Especial. Parecerá nuevo -Es casi nuevo, pienso, así que lo tendrá fácil- y hasta olerá a nuevo. Son solo dos millones de makis.
-¿De qué? -pregunto. No sabía que aquí abajo tuvieran una moneda distinta-. ¿Cuántos berries es eso?
-Los mismos. El nuevo rey le cambió el nombre, no sé por qué. Pero bueno, podéis alquilar burbujas para llevar lo que queráis a la isla mientras yo trabajo, o podéis quedaros aquí. Mañana lo tendréis listo, y puedo ofreceros unas macheeseburguer o una Cosa-fría-de-burbujas light.
-No vamos a esperar veinticuatro horas teniendo la Isla Gyojin al lado -razono. Y parece que la jefa está de acuerdo, porque ha hecho un nutrido grupo de guardias imaginarios para vigilar nuestras posesiones.
-Tú misma, pero es mala época para ser pirata por aquí abajo -La niña se acerca y susurra, como si fuese confidencial-. Los Errantes se los comen.
Comparto una mirada con el resto y me encojo de hombros sin tener ni idea de qué es eso. Serán leyendas marinas.
Tras despedirse Gibli y llevarse a sus mocosos, salimos de la burbuja del taller con un bote alquilado, la cola se ha acortado un poco y no tardamos en pasar por la aduana. Hay varios guardias que consultan carteles de recompensa, pero supongo que no será un gran problema. Ivan y Kath saben disfrazarse bien, y no hay ser viviente que reconozca a Xan ahora. En cuanto a mí... bueno, una capucha y el parche al bolsillo y aquí nadie ha visto nada.
-Bienvenidos a la Isla Gyojin, y patatín y patatín -dice uno de los guardias, con cierto ritmillo y con un tono de hartazgo y desgana que da hasta pena. ¿Será cosa también del rey? Parece que el pobre vaya a echarse a llorar.
Es curioso, los gyojins no son como esperaba. Vale que mi único ejemplo no es muy representativo, pero esperaba otra cosa. Las descripciones sobre los famosos hombres-pez son tan exageradas y dramáticas que cualquiera diría que estos son sus primos de pueblo, mucho más humanos que peces. Cosa normal, por otro lado.
-¿Y ahora a dónde vamos? ¿Al Mermaid Café? ¿A ver el palacio? ¿Habrá un mapa de sitios turísticos?
El interior de la isla es como un paraíso submarino. Dejamos el bote y avanzamos un poco adentrándonos en calles al azar. Grandes corales de colores, burbujas brillantes albergando majestuoso edificios, enormes zonas de agua donde las sirenas nadan a placer... Sirenas. Llevo mucho tiempo queriendo verlas. Son tan... bellas, supongo... Y coloridas. Un poco sosas, la verdad. Hasta me hacen bostezar. La verdad es que es un sitio bastante anodino. ¿Tanto rollo para llegar hasta aquí? ¿Como puede ser tan tedioso todo? No, en serio.
-Disculpe, capitana, permítame decirle que no creo que aquel fuese un negocio cien por cien ajustado a la legalidad. La joven que nos ha atendido se ha negado a firmar los impresos correspondientes. Encuentro que tendré alguna que otra dificultad para declarar esos gastos, y eso teniendo en cuenta que la supuesta proveedora del servicio se ajuste a la remuneración fijada, propinas y extras a parte. Además, no me firmó la partida presupuestaria para las reparaciones de este año fiscal, y ya sabe que...
Puto Grimes. Hay gente sosa en el mundo, gente aburrida cuya sola presencia te cansa, pero nadie llega ni por asomo a la altura de Grimes el Gris. Es la única persona que conozco capaz de cargarse la emoción de llegar por primera vez a un idílico paraje de ensueño a diez mil metros de profundidad. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba aquí. Es todo un consuelo cuando casi nos aplasta el tiburón.
Una masa de músculo azul con aleta dorsal y dientes como cuchillas pasa por mi lado y me aparta de un empujón. A su alrededor, mucha otra gente se aproxima a la carrera hacia algo. Una mujer choca con Grimes y le tira el lápiz, lo que provoca que la pobre señora pierda el ánimo completamente y decida irse a su casa.
-Disculpe, señora, ¿puedo preguntarle a qué se debe tanta prisa y tanta imprudencia? -le pregunta el contable.
-¿Qué? Oh, Stilga está peleando -contesta la mujer, la pura imagen de la apatía-. Pero ya da igual, creo que no me apetece ir.
El tal Stilga, que está rodeado de su público a no mucha distancia, resulta ser un tipo bastante fornido. Parece un karateka. Es un gyojin de piel roja con grandes y sedosas aletas, en la espalda y a cada lado de la cintura, que recuerdan a una tela ondulante, fina e hipnótica. No puedo evitar preguntarme qué tipo de sangre correrá por sus venas. Mi ojo de cocinera me dice que puede ser un pez beta o pez luchador. Y le pega, porque tiene a tres tipos el doble de grandes que él medio muertos en el suelo y a un cuarto sujeto por la masa ensangrentada que, supongo, será su cabeza.
-Así aprenderéis a no molestar a un niño, basura. -Mientras insulta a los que ha derrotado señala a un crío gyojin que permanece impasible a un lado-. Todos los humanos sois iguales: os creéis que podéis hacer lo que queráis donde queráis. ¡Y no! -No tengo claro qué es, pero algo hace que Stilga se fije en nosotros. En Kath sobre todo, a juzgar por lo que dice. Parece sorprendido-. ¡Y tú, tetuda! No puede ser... ¿Eres quién yo creo? ¿Cómo te atreves a aparecer por aquí, maldita... -Que no lo diga, que no lo diga, que no lo diga-... bola de grasa rosada?
Ale, pues ya lo ha dicho.
-¿De qué? -pregunto. No sabía que aquí abajo tuvieran una moneda distinta-. ¿Cuántos berries es eso?
-Los mismos. El nuevo rey le cambió el nombre, no sé por qué. Pero bueno, podéis alquilar burbujas para llevar lo que queráis a la isla mientras yo trabajo, o podéis quedaros aquí. Mañana lo tendréis listo, y puedo ofreceros unas macheeseburguer o una Cosa-fría-de-burbujas light.
-No vamos a esperar veinticuatro horas teniendo la Isla Gyojin al lado -razono. Y parece que la jefa está de acuerdo, porque ha hecho un nutrido grupo de guardias imaginarios para vigilar nuestras posesiones.
-Tú misma, pero es mala época para ser pirata por aquí abajo -La niña se acerca y susurra, como si fuese confidencial-. Los Errantes se los comen.
Comparto una mirada con el resto y me encojo de hombros sin tener ni idea de qué es eso. Serán leyendas marinas.
Tras despedirse Gibli y llevarse a sus mocosos, salimos de la burbuja del taller con un bote alquilado, la cola se ha acortado un poco y no tardamos en pasar por la aduana. Hay varios guardias que consultan carteles de recompensa, pero supongo que no será un gran problema. Ivan y Kath saben disfrazarse bien, y no hay ser viviente que reconozca a Xan ahora. En cuanto a mí... bueno, una capucha y el parche al bolsillo y aquí nadie ha visto nada.
-Bienvenidos a la Isla Gyojin, y patatín y patatín -dice uno de los guardias, con cierto ritmillo y con un tono de hartazgo y desgana que da hasta pena. ¿Será cosa también del rey? Parece que el pobre vaya a echarse a llorar.
Es curioso, los gyojins no son como esperaba. Vale que mi único ejemplo no es muy representativo, pero esperaba otra cosa. Las descripciones sobre los famosos hombres-pez son tan exageradas y dramáticas que cualquiera diría que estos son sus primos de pueblo, mucho más humanos que peces. Cosa normal, por otro lado.
-¿Y ahora a dónde vamos? ¿Al Mermaid Café? ¿A ver el palacio? ¿Habrá un mapa de sitios turísticos?
El interior de la isla es como un paraíso submarino. Dejamos el bote y avanzamos un poco adentrándonos en calles al azar. Grandes corales de colores, burbujas brillantes albergando majestuoso edificios, enormes zonas de agua donde las sirenas nadan a placer... Sirenas. Llevo mucho tiempo queriendo verlas. Son tan... bellas, supongo... Y coloridas. Un poco sosas, la verdad. Hasta me hacen bostezar. La verdad es que es un sitio bastante anodino. ¿Tanto rollo para llegar hasta aquí? ¿Como puede ser tan tedioso todo? No, en serio.
-Disculpe, capitana, permítame decirle que no creo que aquel fuese un negocio cien por cien ajustado a la legalidad. La joven que nos ha atendido se ha negado a firmar los impresos correspondientes. Encuentro que tendré alguna que otra dificultad para declarar esos gastos, y eso teniendo en cuenta que la supuesta proveedora del servicio se ajuste a la remuneración fijada, propinas y extras a parte. Además, no me firmó la partida presupuestaria para las reparaciones de este año fiscal, y ya sabe que...
Puto Grimes. Hay gente sosa en el mundo, gente aburrida cuya sola presencia te cansa, pero nadie llega ni por asomo a la altura de Grimes el Gris. Es la única persona que conozco capaz de cargarse la emoción de llegar por primera vez a un idílico paraje de ensueño a diez mil metros de profundidad. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba aquí. Es todo un consuelo cuando casi nos aplasta el tiburón.
Una masa de músculo azul con aleta dorsal y dientes como cuchillas pasa por mi lado y me aparta de un empujón. A su alrededor, mucha otra gente se aproxima a la carrera hacia algo. Una mujer choca con Grimes y le tira el lápiz, lo que provoca que la pobre señora pierda el ánimo completamente y decida irse a su casa.
-Disculpe, señora, ¿puedo preguntarle a qué se debe tanta prisa y tanta imprudencia? -le pregunta el contable.
-¿Qué? Oh, Stilga está peleando -contesta la mujer, la pura imagen de la apatía-. Pero ya da igual, creo que no me apetece ir.
El tal Stilga, que está rodeado de su público a no mucha distancia, resulta ser un tipo bastante fornido. Parece un karateka. Es un gyojin de piel roja con grandes y sedosas aletas, en la espalda y a cada lado de la cintura, que recuerdan a una tela ondulante, fina e hipnótica. No puedo evitar preguntarme qué tipo de sangre correrá por sus venas. Mi ojo de cocinera me dice que puede ser un pez beta o pez luchador. Y le pega, porque tiene a tres tipos el doble de grandes que él medio muertos en el suelo y a un cuarto sujeto por la masa ensangrentada que, supongo, será su cabeza.
-Así aprenderéis a no molestar a un niño, basura. -Mientras insulta a los que ha derrotado señala a un crío gyojin que permanece impasible a un lado-. Todos los humanos sois iguales: os creéis que podéis hacer lo que queráis donde queráis. ¡Y no! -No tengo claro qué es, pero algo hace que Stilga se fije en nosotros. En Kath sobre todo, a juzgar por lo que dice. Parece sorprendido-. ¡Y tú, tetuda! No puede ser... ¿Eres quién yo creo? ¿Cómo te atreves a aparecer por aquí, maldita... -Que no lo diga, que no lo diga, que no lo diga-... bola de grasa rosada?
Ale, pues ya lo ha dicho.
Alexandra Holmes
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Después de su discurso motivacional, que probablemente tenía el mismo nivel que el "Estoy a tope" o el "Just do it" y después de subir a cubierta, la científica anteriormente "humana" de los Sinner pudo ver y sentir en qué consistía la cultura de la isla gyojin. Al parecer el nuevo rey era un hombre caprichoso, que había cambiado el nombre de la moneda local de "Berries" a "Makis" sin cambiar la tasa de conversión de divisa —era lo mismo pero con otro nombre, como casi todos sus ex—, y que había obligado a los guardias a decir una coletilla que era... bueno, no había más que ver al pobre guardia.
—Ir al Mermaid Cafe no estaría mal, y el palacio... ¿se puede entrar gratis? —entendía que era algo así como una propiedad privada, pero a lo mejor los reyes actuales eran así campechanos o peseteros y dejaban entrar en el palacio a cambio de una entrada o alguna movida así.
Alguien habló. Alexandra se giró y... dio un pequeño brinco y pegó un grito.
—¡Joder Grimes, que puto susto! Voy a ponerte cascabeles, estás avisado —dijo, sin poder acostumbrarse al hombre que poseía el poder de aburrir y quitarle la gracia a todo. Vio como fruncía el ceño e inmediatamente Xandra miró hacia otro lado.
—Por el amor del cielo, me quita las ganas de vivir —murmuró. Por suerte un puñado de gente pasó junto a ellos, chocando con el propio Grimes y desviando el objetivo de su extraño pero letal poder.
Los que pasaban a la carrera —salvo la pobre mujer que perdió los ánimos por culpa del asesor fiscal de los Sinner— iban todos en la misma dirección. Un gyojin estaba peleando allí contra otros tres, a cada cual más grande. Para cuando llegaron ya tenía a los cuatro en el suelo, uno de ellos irreconocible porque le faltaba la cabeza. Tenía pinta de fuerte... pero no pensaba que fuera más fuerte que ellos cuatro.
El tal Stilga empezó con un "Tetuda". Espera. ¿Se refería a Katharina o a Alexandra? ¿bola de grasa rosada? Eso solo podía ser para ella. Pensando que se refería a ella porque era literalmente rosa, el demonio de aquella tripulación tardó más bien poco en adelantarse un poco y usar su lengua para decirle cuatro cosas al gyojin listillo aquel. Antes ya era una farruca de cuidado como había demostrado ante Lula, pero desde su entrenamiento y su transformación estaba ligeramente distinta, algo más temeraria que de costumbre. Quizá fuera culpa de las descargas eléctricas de Sif, tal vez por el último rayo que le cayó encima, o quizá por el mezclote genético que se había inyectado durante la larga operación que le hizo Brianna, pero había "algo" en ella.
—¿Bola de grasa rosada? Mira chavalote —empezó, dejando ver de nuevo su manía de llamar chavalotes o jóvenes a todos aunque ella misma se considerara muy joven. No, no tenía sentido—, un cretino que parece un Kyeskayo en su primer día en Arabasta no tiene ningún derecho a usar mi piel como insulto. Y luego la rara soy yo por ser rosa, si es que hay que joderse, macho, unos meses que llevo viajando y me encuentro a todos los putos personajes faltándome —farfulló la científica macarra, que giró el rostro un momento para ver a sus compañeros —. Después de este despropósito estético no quiero quejas sobre mis decisiones, si este Estulgus o como se llame puede ser de color comunista churruscado yo puedo ser rosa o verde fosforito —les soltó, y es que después del insulto de aquel gyojin rojo no tenía humor para coñas.
Que no iba para ella, pero daba igual.
¿Y el niño? ¿A quién le importaba el niño? Lo que importaba era aquella afrenta. Y según lo que dijera el tal Estulticio, así como su propia capitana, puede que tuviera que liarse a golpes nada más llegar a la isla.
—Ir al Mermaid Cafe no estaría mal, y el palacio... ¿se puede entrar gratis? —entendía que era algo así como una propiedad privada, pero a lo mejor los reyes actuales eran así campechanos o peseteros y dejaban entrar en el palacio a cambio de una entrada o alguna movida así.
Alguien habló. Alexandra se giró y... dio un pequeño brinco y pegó un grito.
—¡Joder Grimes, que puto susto! Voy a ponerte cascabeles, estás avisado —dijo, sin poder acostumbrarse al hombre que poseía el poder de aburrir y quitarle la gracia a todo. Vio como fruncía el ceño e inmediatamente Xandra miró hacia otro lado.
—Por el amor del cielo, me quita las ganas de vivir —murmuró. Por suerte un puñado de gente pasó junto a ellos, chocando con el propio Grimes y desviando el objetivo de su extraño pero letal poder.
Los que pasaban a la carrera —salvo la pobre mujer que perdió los ánimos por culpa del asesor fiscal de los Sinner— iban todos en la misma dirección. Un gyojin estaba peleando allí contra otros tres, a cada cual más grande. Para cuando llegaron ya tenía a los cuatro en el suelo, uno de ellos irreconocible porque le faltaba la cabeza. Tenía pinta de fuerte... pero no pensaba que fuera más fuerte que ellos cuatro.
El tal Stilga empezó con un "Tetuda". Espera. ¿Se refería a Katharina o a Alexandra? ¿bola de grasa rosada? Eso solo podía ser para ella. Pensando que se refería a ella porque era literalmente rosa, el demonio de aquella tripulación tardó más bien poco en adelantarse un poco y usar su lengua para decirle cuatro cosas al gyojin listillo aquel. Antes ya era una farruca de cuidado como había demostrado ante Lula, pero desde su entrenamiento y su transformación estaba ligeramente distinta, algo más temeraria que de costumbre. Quizá fuera culpa de las descargas eléctricas de Sif, tal vez por el último rayo que le cayó encima, o quizá por el mezclote genético que se había inyectado durante la larga operación que le hizo Brianna, pero había "algo" en ella.
—¿Bola de grasa rosada? Mira chavalote —empezó, dejando ver de nuevo su manía de llamar chavalotes o jóvenes a todos aunque ella misma se considerara muy joven. No, no tenía sentido—, un cretino que parece un Kyeskayo en su primer día en Arabasta no tiene ningún derecho a usar mi piel como insulto. Y luego la rara soy yo por ser rosa, si es que hay que joderse, macho, unos meses que llevo viajando y me encuentro a todos los putos personajes faltándome —farfulló la científica macarra, que giró el rostro un momento para ver a sus compañeros —. Después de este despropósito estético no quiero quejas sobre mis decisiones, si este Estulgus o como se llame puede ser de color comunista churruscado yo puedo ser rosa o verde fosforito —les soltó, y es que después del insulto de aquel gyojin rojo no tenía humor para coñas.
Que no iba para ella, pero daba igual.
¿Y el niño? ¿A quién le importaba el niño? Lo que importaba era aquella afrenta. Y según lo que dijera el tal Estulticio, así como su propia capitana, puede que tuviera que liarse a golpes nada más llegar a la isla.
Katharina von Steinhell
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¿Un control de identidad…? Bueno, pues bastaría con quitarse el sombrero puntiagudo y esconderlo en algún sitio, teñirse el cabello a celeste con un gestito mágico y ponerse unas falsas lentillas doradas, cortesía de la polimorfia. Seguro que ninguno de la banda tenía problemas para pasar por la aduana, sin embargo, mejor ser precavida y crear una ilusión en Kaya para que pareciera un hombre barbudo y gordo. Así no llamaría la atención de nada, luego quitaría la magia para que el mundo volviese a ver la cara de antipatía que llevaba a todos lados.
Todo parecía igual de bonito como la primera vez que visitó la isla, y la idea de ir a conocer el palacio era… aburrida. Si fuese una pirata cualquiera igual sería divertido ir a quemar cosas, esconder niños en los contenedores de basuras y golpear a embarazadas, pero The Sinners era una banda anti-diversión. Nada parecía más interesante que largarse de allí, ir en busca de una cuerda y colgarse para acabar con ese sufrimiento llamado vida. Si no hubiese escuchado la molesta voz de Grimes, igual lo hubiera considerado en serio. El hombre empezó a hablar de facturas, legalidad, de esto y de esto otro, como si a los piratas de verdad les importaran esas mierdas. Es que no era normal que Grimes fuera tan soso que con tan solo tocar a alguien le quitase las ganas de hacer cualquier cosa.
—¿Por qué no vas y te aseguras de que todo vaya en orden? Dile a la niña pinchuda esa que, si no te entrega las boletas, la colgaremos del mástil y la llevaremos con nosotros de aquí a Raftel —le ordenó a Grimes con tono serio y el semblante aburrido.
—Pero quiero cono-
—Nada de contradecirme, es una orden directa de tu capitana. Hasta luego, Grimes, que te diviertas. Y aprovecha de comprarte unos cascabeles, póntelos en el cuello o algo, pero te los quiero ver puestos cuando nos volvamos a ver.
Uf, menos mal que sus órdenes eran absolutas porque si no igual Grimes se quedaba con ellos y arruinaba toda la aventura. A todo esto, ¿qué hacía ese hombre viajando en el Horror Circus? Por su culpa Inosuke estaba tan deprimido que ni ganas de salir de la cama tenía; el pobre se había quedado ahí hibernando, haciendo cosas de salvajes. A ver si algún día se dignaba a mostrar la cara (la máscara, mejor dicho).
—Me gustaría visitar el palacio y-
Sus palabras fueron cortadas por los gritos de… ¿Y quién se suponía que era ese? Parecía enfadado con la vida, especialmente con la hechicera. Tenía ya un pie en la tumba por decirle tetuda, y metió el otro dentro cuando le dijo bola de grasa rosada. ¿Es que acaso no le temía a la muerte? Katharina sabía de sobra que, si atacaba deliberadamente a un gyojin, ella y su banda se meterían en problemas. Pero ese idiota había empezado al insultarle así de gratis. Iba de camino a romperle la cara y los dientes cuando Alexandra se le adelantó, pero había que ser aún más claros.
—No dejaré que ningún come mierdas me diga bola de grasa, ¿es que acaso no te has visto el caracho de culo que llevas? ¡¿Y qué pasa si ando por aquí?! —le espetó, poniéndose al frente del gyojin. Podía sentir su hedor, incluso el calor que desprendía su cuerpo. Le miraba con desprecio, como si esa criatura fuese infinitamente inferior a ella—. Da gracias al destino que me pillas de buenas porque si no en este mismo segundo te estaría metiendo en una lata y te mandaría a la cocina de algún ricachón para hacer de ti un buen plato de caviar. Como te vuelvas a referir así de mí, te daré una paliza que le llegará a doler hasta a tu abuela.
Listo, ahora que había puesto al tonto ese en su lugar podía seguir haciendo planes con sus compañeros. El palacio era la mejor idea, ¿no?
Todo parecía igual de bonito como la primera vez que visitó la isla, y la idea de ir a conocer el palacio era… aburrida. Si fuese una pirata cualquiera igual sería divertido ir a quemar cosas, esconder niños en los contenedores de basuras y golpear a embarazadas, pero The Sinners era una banda anti-diversión. Nada parecía más interesante que largarse de allí, ir en busca de una cuerda y colgarse para acabar con ese sufrimiento llamado vida. Si no hubiese escuchado la molesta voz de Grimes, igual lo hubiera considerado en serio. El hombre empezó a hablar de facturas, legalidad, de esto y de esto otro, como si a los piratas de verdad les importaran esas mierdas. Es que no era normal que Grimes fuera tan soso que con tan solo tocar a alguien le quitase las ganas de hacer cualquier cosa.
—¿Por qué no vas y te aseguras de que todo vaya en orden? Dile a la niña pinchuda esa que, si no te entrega las boletas, la colgaremos del mástil y la llevaremos con nosotros de aquí a Raftel —le ordenó a Grimes con tono serio y el semblante aburrido.
—Pero quiero cono-
—Nada de contradecirme, es una orden directa de tu capitana. Hasta luego, Grimes, que te diviertas. Y aprovecha de comprarte unos cascabeles, póntelos en el cuello o algo, pero te los quiero ver puestos cuando nos volvamos a ver.
Uf, menos mal que sus órdenes eran absolutas porque si no igual Grimes se quedaba con ellos y arruinaba toda la aventura. A todo esto, ¿qué hacía ese hombre viajando en el Horror Circus? Por su culpa Inosuke estaba tan deprimido que ni ganas de salir de la cama tenía; el pobre se había quedado ahí hibernando, haciendo cosas de salvajes. A ver si algún día se dignaba a mostrar la cara (la máscara, mejor dicho).
—Me gustaría visitar el palacio y-
Sus palabras fueron cortadas por los gritos de… ¿Y quién se suponía que era ese? Parecía enfadado con la vida, especialmente con la hechicera. Tenía ya un pie en la tumba por decirle tetuda, y metió el otro dentro cuando le dijo bola de grasa rosada. ¿Es que acaso no le temía a la muerte? Katharina sabía de sobra que, si atacaba deliberadamente a un gyojin, ella y su banda se meterían en problemas. Pero ese idiota había empezado al insultarle así de gratis. Iba de camino a romperle la cara y los dientes cuando Alexandra se le adelantó, pero había que ser aún más claros.
—No dejaré que ningún come mierdas me diga bola de grasa, ¿es que acaso no te has visto el caracho de culo que llevas? ¡¿Y qué pasa si ando por aquí?! —le espetó, poniéndose al frente del gyojin. Podía sentir su hedor, incluso el calor que desprendía su cuerpo. Le miraba con desprecio, como si esa criatura fuese infinitamente inferior a ella—. Da gracias al destino que me pillas de buenas porque si no en este mismo segundo te estaría metiendo en una lata y te mandaría a la cocina de algún ricachón para hacer de ti un buen plato de caviar. Como te vuelvas a referir así de mí, te daré una paliza que le llegará a doler hasta a tu abuela.
Listo, ahora que había puesto al tonto ese en su lugar podía seguir haciendo planes con sus compañeros. El palacio era la mejor idea, ¿no?
Ivan Markov
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Al principio empezó a beber el whisky para sacarse el sabor del ajo de la boca. Luego simplemente estaba tan bueno que siguió bebiendo. ¿Desde cuándo sabía tan jodidamente bien? Al mirar la botella lo entendió: había abierto la botella de Dan Jackiels de treinta años, una de las más caras de la bodega. Bueno, no se había fijado antes, qué remedio. Ahora no podía simplemente vomitar el whisky de vuelta, y no aprovecharlo tras abrir la botella sería estropear un licor delicioso. Así que simplemente siguió bebiendo hasta acabar la botella. Sin embargo una vez terminó, sintió un gran vacío en su interior: estaba aún sobrio.
- A ver qué más tenemos por aquí...
Se puso a revisar el resto de la bodega y acabó encontrando un barrilete lleno de delicioso licor de uvanzanas de Ecremor. Sacó el corcho a este y empezó a beber directamente de este a grandes tragos, sin parar a respirar. A medio barril entró Xandra en la habitación a explicarle algo de que no era una ilusión y de que ese era su aspecto real. En aquel momento estaba demasiado ocupado para contestarle, así que pasó a agarrar el barrilete con un solo brazo y alzó el brazo contrario levantando el dedo índice, intentando decirle con gestos que esperase un momento. En cuanto acabó el barril, lo dejó caer e inspiró de golpe. ¿Dónde estaba Xandra? Oh vaya, ya intentaría localizarla luego y le preguntaría por qué se había hecho eso en el cuerpo. Aquel licor había resultado delicioso, ¿qué más habría por ahí?
Cuando al fin salió a cubierta, tambaleándose ligeramente, se dio cuenta de que ya habían llegado. La familia figura de la Isla Gyojin estaba ante él. El olor a pescado inundaba el ambiente. Puagh. Bajó del barco tambaleándose, esquivó a Grimes mientras este intentaba abordarle y ponerle delante unos papeles y se dirigió a la salida del puerto. Había unos guardias que podrían haber intentado pararle para chequearle, pero tiró una moneda a un lado antes de que lo vieran, y en cuanto miraron a la moneda se coló tras ellos y cruzó la puerta. El olor inconfundible de las bragas de Katharina inundaba el pasillo de burbuja hacia el interior de la ciudad. No había duda, habían pasado por ahí haría unos... cinco minutos. Ni siquiera borracho su infalible olfato para las bragas podía fallar. Tras una corta y tambaleante carrera (y robar por el camino una botella de tequila de algas) llegó a la zona y se encontró con el percal.
- Pero... ¿pooooor quéeeee? - dijo a todos los presentes - ¿Poor quée tenéeis que pelearos? Hic. Y tú, a-aamigo pez. ¿Por qué? Gatharina es una buena amiga y una gran persona. ¡Es una capitana excelente! Aunque se niegue a reconocer que mi submarino es mejor que su barco. Y a tomar rutas m... ¡hic! más seguras. Y aunque me ponga ajo en las comidas. ¿Por qué tienes que hablarle así? - una lagrimita cayó por su rostro - ¡Lo intenta! ¡¿VALE?! - empezó a gritar, frustrado - ¡¿Tienes idea de lo duro que es intentar bajar de peso?! ¡Entrena todos los días y trata de comer más sano! ¡No es justo que pisotees los esfuerzos de otra persona! - empezó a llorar mientras gritaba - ¡¿Te parece bonito, eh?! ¡KHATA NO ESTÁ GORDA! ¡SOLO RELLENITA!
Imbuyendo su pierna en haki, corrió hacia el gyojin y le lanzó una patada ascendente con todas sus fuerza con intención de lanzarlo volando. Y efectivamente el gyojin voló. Y atravesó la burbuja de la ciudad. Y un buen trozo de mar hasta perderse de vista. Entonces Ivan se giró hacia ellos.
- Sniff... ¡No estoy... hic... llorando!
- A ver qué más tenemos por aquí...
Se puso a revisar el resto de la bodega y acabó encontrando un barrilete lleno de delicioso licor de uvanzanas de Ecremor. Sacó el corcho a este y empezó a beber directamente de este a grandes tragos, sin parar a respirar. A medio barril entró Xandra en la habitación a explicarle algo de que no era una ilusión y de que ese era su aspecto real. En aquel momento estaba demasiado ocupado para contestarle, así que pasó a agarrar el barrilete con un solo brazo y alzó el brazo contrario levantando el dedo índice, intentando decirle con gestos que esperase un momento. En cuanto acabó el barril, lo dejó caer e inspiró de golpe. ¿Dónde estaba Xandra? Oh vaya, ya intentaría localizarla luego y le preguntaría por qué se había hecho eso en el cuerpo. Aquel licor había resultado delicioso, ¿qué más habría por ahí?
Cuando al fin salió a cubierta, tambaleándose ligeramente, se dio cuenta de que ya habían llegado. La familia figura de la Isla Gyojin estaba ante él. El olor a pescado inundaba el ambiente. Puagh. Bajó del barco tambaleándose, esquivó a Grimes mientras este intentaba abordarle y ponerle delante unos papeles y se dirigió a la salida del puerto. Había unos guardias que podrían haber intentado pararle para chequearle, pero tiró una moneda a un lado antes de que lo vieran, y en cuanto miraron a la moneda se coló tras ellos y cruzó la puerta. El olor inconfundible de las bragas de Katharina inundaba el pasillo de burbuja hacia el interior de la ciudad. No había duda, habían pasado por ahí haría unos... cinco minutos. Ni siquiera borracho su infalible olfato para las bragas podía fallar. Tras una corta y tambaleante carrera (y robar por el camino una botella de tequila de algas) llegó a la zona y se encontró con el percal.
- Pero... ¿pooooor quéeeee? - dijo a todos los presentes - ¿Poor quée tenéeis que pelearos? Hic. Y tú, a-aamigo pez. ¿Por qué? Gatharina es una buena amiga y una gran persona. ¡Es una capitana excelente! Aunque se niegue a reconocer que mi submarino es mejor que su barco. Y a tomar rutas m... ¡hic! más seguras. Y aunque me ponga ajo en las comidas. ¿Por qué tienes que hablarle así? - una lagrimita cayó por su rostro - ¡Lo intenta! ¡¿VALE?! - empezó a gritar, frustrado - ¡¿Tienes idea de lo duro que es intentar bajar de peso?! ¡Entrena todos los días y trata de comer más sano! ¡No es justo que pisotees los esfuerzos de otra persona! - empezó a llorar mientras gritaba - ¡¿Te parece bonito, eh?! ¡KHATA NO ESTÁ GORDA! ¡SOLO RELLENITA!
Imbuyendo su pierna en haki, corrió hacia el gyojin y le lanzó una patada ascendente con todas sus fuerza con intención de lanzarlo volando. Y efectivamente el gyojin voló. Y atravesó la burbuja de la ciudad. Y un buen trozo de mar hasta perderse de vista. Entonces Ivan se giró hacia ellos.
- Sniff... ¡No estoy... hic... llorando!
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La cosa empieza a estar más animada. No sé si por la inminente pelea o porque la capitana haya mandado a paseo a Grimes. Pobre. Dudo que tenga la culpa de ser tan pelmazo, aunque tampoco es que eso sea una excusa. Aun así, comparado con estos tres casi parece un tío normal. Entre el mal genio de Xandra, el de Kath y el pestazo a alcohol que Ivan destila con su simple existencia, casi estoy por alejarme un poco y fingir que no los conozco.
-Silencio, mujer -le dice Stilga a Xan. Ni la ha mirado dos veces. Supongo que vivir en una isla llena de seres medio humanos y medio pez relativiza lo de tener aspecto de engendro. Es a Kath a quien se dirige-.¡Tú y tú ridícula imagen habéis convertido esta isla en una burla, en una broma. ¡Mira eso!
El gyojin señala a una estatua que se alza sobre un pedestal en una plaza cercana. Curiosamente, muestra a una mujer humana con dos alas brotando de su espalda. No sé si será algo deliberado y típico de artistas, que el autor era un inepto o que mis ojos se equivocan, pero juraría que las dos alas están hechas de lo que parecen ser patatas fritas. Ahora que me fijo... Ay, dios mío, ¡es Kath! Incluso entre la multitud hay varios que llevan gorras con esa misma figura estampada.
-Mirad, es la mujer-patata -susurran, lo que enfada más a Stilga.
-Toda la isla inundada de...
Vaya patadón le ha soltado Ivan a un pobre gyojin. Todos le hemos ignorado porque.. en fin, está como una cuba, pero es imposible no fijarse en él ahora. Todos los nativos dedican sus furibundas miradas a Ivan. Supongo que ver a un humano atizar a un gyojin no es del agrado de nadie aquí. Y más si se equivoca. Creo que intentaba dirigirse a Stilga, aunque la cosa haya salido un poco mal.
De inmediato, el gyojin pez luchador se abalanza sobre él. Con el puño envuelto en el negro brillante del haki y recitando el nombre del golpe que va a asestar -algo sobre el kárate gyojin y no sé qué más-, lanza un potente derechazo directo al rostro de nuestro navegante. El aire parece desplazarse al paso de su mano.
-¡Bien! ¡Pelea! -exclama alguien. Entre los espectadores, que se retiran rápidamente, un grupo de gyojins va destacando hasta rodearnos. Por alguna razón son todos iguales.- ¡Escuadrón de Arganta, preparado!
Todos corean y empiezan a moverse coordinadamente. Se lanzan hacia nosotros como en oleadas, formado curiosas figuras en el aire y arrojando dardos de agua antes de aterrizar sobre y alrededor de nosotros con los puño dispuestos. Van tan al unísono como un banco de atunes. Cuento más de una veintena. Ocho de ellos van a por mí, y supongo que grupos similares se lanzan a por Kath y Xan. Creo que el que ha hablado, más grande que los demás, se ha sumado a los que atacan a Kath, pero es difícil decirlo con tanta gente. Intento golpearlos, pero se mueven como si fuesen uno solo, agarrándose unos a otros y cubriéndose. Cuando intento romper su encierro, los malditos atunes forman una pirámide. Los de abajo detienen mi ataque, los del nivel de en medio me sujetan y el de la cima se lanza sobre mí con el codo por delante.
Sí que se ha animado, sí.
-Silencio, mujer -le dice Stilga a Xan. Ni la ha mirado dos veces. Supongo que vivir en una isla llena de seres medio humanos y medio pez relativiza lo de tener aspecto de engendro. Es a Kath a quien se dirige-.¡Tú y tú ridícula imagen habéis convertido esta isla en una burla, en una broma. ¡Mira eso!
El gyojin señala a una estatua que se alza sobre un pedestal en una plaza cercana. Curiosamente, muestra a una mujer humana con dos alas brotando de su espalda. No sé si será algo deliberado y típico de artistas, que el autor era un inepto o que mis ojos se equivocan, pero juraría que las dos alas están hechas de lo que parecen ser patatas fritas. Ahora que me fijo... Ay, dios mío, ¡es Kath! Incluso entre la multitud hay varios que llevan gorras con esa misma figura estampada.
-Mirad, es la mujer-patata -susurran, lo que enfada más a Stilga.
-Toda la isla inundada de...
Vaya patadón le ha soltado Ivan a un pobre gyojin. Todos le hemos ignorado porque.. en fin, está como una cuba, pero es imposible no fijarse en él ahora. Todos los nativos dedican sus furibundas miradas a Ivan. Supongo que ver a un humano atizar a un gyojin no es del agrado de nadie aquí. Y más si se equivoca. Creo que intentaba dirigirse a Stilga, aunque la cosa haya salido un poco mal.
De inmediato, el gyojin pez luchador se abalanza sobre él. Con el puño envuelto en el negro brillante del haki y recitando el nombre del golpe que va a asestar -algo sobre el kárate gyojin y no sé qué más-, lanza un potente derechazo directo al rostro de nuestro navegante. El aire parece desplazarse al paso de su mano.
-¡Bien! ¡Pelea! -exclama alguien. Entre los espectadores, que se retiran rápidamente, un grupo de gyojins va destacando hasta rodearnos. Por alguna razón son todos iguales.- ¡Escuadrón de Arganta, preparado!
Todos corean y empiezan a moverse coordinadamente. Se lanzan hacia nosotros como en oleadas, formado curiosas figuras en el aire y arrojando dardos de agua antes de aterrizar sobre y alrededor de nosotros con los puño dispuestos. Van tan al unísono como un banco de atunes. Cuento más de una veintena. Ocho de ellos van a por mí, y supongo que grupos similares se lanzan a por Kath y Xan. Creo que el que ha hablado, más grande que los demás, se ha sumado a los que atacan a Kath, pero es difícil decirlo con tanta gente. Intento golpearlos, pero se mueven como si fuesen uno solo, agarrándose unos a otros y cubriéndose. Cuando intento romper su encierro, los malditos atunes forman una pirámide. Los de abajo detienen mi ataque, los del nivel de en medio me sujetan y el de la cima se lanza sobre mí con el codo por delante.
Sí que se ha animado, sí.
Inosuke Dru-zan
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—Porque la infraestructura estatal se encuentra en un estado lamentable, malamente subvencionada...
—Yo no entender.
—Y nosotros como piratas exentos de la ley deberíamos, por extraño que parezca, contribuir a los fondos gubernamentales pagando impuestos, tributos...
—¡¡¡YO NO ENTENDER!!!
Aquella voz monótona taladraba lentamente mi cabeza hasta consumirla. Palabras incomprensibles, expresiones que nunca había escuchado y comentarios sin sentido me asaltaron en todo el trayecto. Por algún motivo que no lograba comprender, Grimes me había estado acompañando en todo el viaje hasta la isla de los peces, y mi cabeza había llegado a su límite. No entendía nada de lo que salía por su boca, mientras que por mis orejas aparecían brotes de humo cada vez que procesaba tanta información. Un día, de malas maneras, le empujé fuera de mi tienda gritando como un loco que me dejara en paz. Tal vez se me escapara en shandiano, porque no me hizo caso. Al contrario, se mantuvo firme y siguió hablando con aquella voz tan espantosa, como si masticara hierba. Por su culpa me perdí el descenso por el mar hasta aquella isla debajo del agua.
Pero no podía permitirme permanecer siempre triste, encerrado y oculto entre las telas de mi tienda mientras mis compañeros visitaban la extravagante tierra de los hombres-pez. Aquellas criaturas eran muy extrañas; yo solo conocía a Milena, una mujer con cola de lubina en vez de piernas, y no podía evitar pensar en qué tan deliciosa debería ser. Seguro que no distaba mucho del pescado, y cuanto más fresco mejor. Por desgracia era nuestra compañera y no podía pedir que sacrificara la única parte de su cuerpo que le permitía moverse para saciar mi curiosidad, pero si en la isla había más gente como ella quizás acabara por descubrir a qué saben los hombrez-pez.
Con aquella idea en la cabeza salí del barco. No estaban mis amigos, así que me tocaba ir a buscarlos. Si los conocía tan bien como creía conocerlos sería fácil: buscar el lugar donde hubiera más jaleo. Sin embargo, al tocar tierra, me quedé ensimismado. Cuantas luces, cuanta gente extraña, cuanta novedad. No era capaz de concentrarme, estaba distraído con las medusas de colores que formaban dibujos extraños mientras flotaban en también extrañas burbujas, y los olores de aquel sitio eran completamente embriagadores. Olía a sal, a arena y a algas, pero también a arenque, a limón y a... ¿Aquello era alcohol? ¿De donde podía provenir semejante olor? Y lo más curioso es que el olor se hacía más fuerte en la misma dirección de la que provenían tantos ruidos como si se estuviera celebrando un festival.
Me acercaba lentamente al lugar cuando vi pasar a un hombre-pez gris, con un corte de pelo liso y corto, esos extraños cristales que usan los del Mar Azul llamados "gafas" y unos ropajes similares a los de mi mayor pesadilla.
—Grim... Grim... —murmuré—. ¡GRIMOSO!
Sin poder contenerme salí corriendo sin mirar hacia donde iba. Si alguien me hubiera quitado la máscara hubiera visto mi cara desecha, plagada de lágrimas y completamente asustada. Con ella puesta tan solo parecía un loco que agitaba excesivamente las articulaciones al grito de "no más cuentas, por favor". No sabía a donde me dirigía, pero entre lágrimas me pareció distinguir una cabellera negra y corta, y la correa de un parche. Esperaba que no se tratase de Kaya, porque en tal caso me habría chocado con ella y los amigos que la estaban abrazando con una fuerza desmedida.
—Yo no entender.
—Y nosotros como piratas exentos de la ley deberíamos, por extraño que parezca, contribuir a los fondos gubernamentales pagando impuestos, tributos...
—¡¡¡YO NO ENTENDER!!!
Aquella voz monótona taladraba lentamente mi cabeza hasta consumirla. Palabras incomprensibles, expresiones que nunca había escuchado y comentarios sin sentido me asaltaron en todo el trayecto. Por algún motivo que no lograba comprender, Grimes me había estado acompañando en todo el viaje hasta la isla de los peces, y mi cabeza había llegado a su límite. No entendía nada de lo que salía por su boca, mientras que por mis orejas aparecían brotes de humo cada vez que procesaba tanta información. Un día, de malas maneras, le empujé fuera de mi tienda gritando como un loco que me dejara en paz. Tal vez se me escapara en shandiano, porque no me hizo caso. Al contrario, se mantuvo firme y siguió hablando con aquella voz tan espantosa, como si masticara hierba. Por su culpa me perdí el descenso por el mar hasta aquella isla debajo del agua.
Pero no podía permitirme permanecer siempre triste, encerrado y oculto entre las telas de mi tienda mientras mis compañeros visitaban la extravagante tierra de los hombres-pez. Aquellas criaturas eran muy extrañas; yo solo conocía a Milena, una mujer con cola de lubina en vez de piernas, y no podía evitar pensar en qué tan deliciosa debería ser. Seguro que no distaba mucho del pescado, y cuanto más fresco mejor. Por desgracia era nuestra compañera y no podía pedir que sacrificara la única parte de su cuerpo que le permitía moverse para saciar mi curiosidad, pero si en la isla había más gente como ella quizás acabara por descubrir a qué saben los hombrez-pez.
Con aquella idea en la cabeza salí del barco. No estaban mis amigos, así que me tocaba ir a buscarlos. Si los conocía tan bien como creía conocerlos sería fácil: buscar el lugar donde hubiera más jaleo. Sin embargo, al tocar tierra, me quedé ensimismado. Cuantas luces, cuanta gente extraña, cuanta novedad. No era capaz de concentrarme, estaba distraído con las medusas de colores que formaban dibujos extraños mientras flotaban en también extrañas burbujas, y los olores de aquel sitio eran completamente embriagadores. Olía a sal, a arena y a algas, pero también a arenque, a limón y a... ¿Aquello era alcohol? ¿De donde podía provenir semejante olor? Y lo más curioso es que el olor se hacía más fuerte en la misma dirección de la que provenían tantos ruidos como si se estuviera celebrando un festival.
Me acercaba lentamente al lugar cuando vi pasar a un hombre-pez gris, con un corte de pelo liso y corto, esos extraños cristales que usan los del Mar Azul llamados "gafas" y unos ropajes similares a los de mi mayor pesadilla.
—Grim... Grim... —murmuré—. ¡GRIMOSO!
Sin poder contenerme salí corriendo sin mirar hacia donde iba. Si alguien me hubiera quitado la máscara hubiera visto mi cara desecha, plagada de lágrimas y completamente asustada. Con ella puesta tan solo parecía un loco que agitaba excesivamente las articulaciones al grito de "no más cuentas, por favor". No sabía a donde me dirigía, pero entre lágrimas me pareció distinguir una cabellera negra y corta, y la correa de un parche. Esperaba que no se tratase de Kaya, porque en tal caso me habría chocado con ella y los amigos que la estaban abrazando con una fuerza desmedida.
Alexandra Holmes
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En circunstancias normales se habría enfadado, le habría ostiado al gyojin, lo habría atravesado con sus implantes, lo habría estrangulado, quizá lo habría electrocutado hasta la muerte, pero no eran circunstancias normales. El gyojin en concreto, aparte de ser un cretino redomado, señaló a una estatua que... espera. No puede ser.
—Eres... ¿eres tú con alas de patatas fritas? ¡JAJAJA, SI VENDEN HASTA GORRAS, QUIERO VEINTE, Y CAMISETAS! —había empezado con curiosidad, pero la científica terminó por perder los estribos al ver que había incluso merchandising. Empezó a reirse como una desgraciada, sin mostrar el menor atisbo de piedad por su capitana, que no debía estar demasiado contenta con eso. ¿O sí?
—¿E-es que te ha contratado el Amborguesa Queen o el MacDurandal, Kath? —no se estaba riendo muy fuerte por el momento, pero no pudo controlarse cuando escuchó lo de "mujer-patata". Estalló en carcajadas, viéndose obligada a doblarse para reirse, le dolía hasta el diafragma —. Te va a denunciar el... el usuario de la Potato Potato no Mi por intrusismo laboJAJAJA —dijo, tratando, sin éxito, de terminar alguna frase sin reirse.
El festival del humor estaba a punto de dar comienzo pero, por suerte o desgracia, Ivan salió a defender a Katharina de una forma bastante... peculiar. No ayudó a aliviar el ataque de risa del engendro biológico, que volvió a soltar otras dos o tres carcajadas cuando el vampiro hizo un home run con el pobre gyojin.
—Tú no estarás llorando Ivan, pero yo ya estoy llorando de risa —respondió, pasándose un dedo por los ojos para rescatar las lagrimillas de felicidad que se le escapaban.
No podía seguir riendo, tenía que defenderse de los tritones que los rodeaban. Un grupo de ellos se dirigía hacia ella y Kath. No tenía pensado usar prácticamente nada de lo que había "diseñado" a menos que fuera necesario, quedaría demasiado anticlimático y no podría fardar tanto.
Utilizó su mantra para predecir los movimientos del grupito. Se movió para evitar la embestida de la primera sardina y usó su cola para agarrarlo del cuello. Lo dejó en el aire, haciendo que su cola actuara como una soga. Apretaba lo justo para que no se resbalara hacia abajo, pero no hacía ningún esfuerzo para impedir que se fuera quedando sin aire. No iba a matarlo, claro, pero no pasaba nada por hacerle sufrir un poquito.
—Me quedo con dos o tres —dijo, pidiéndose algunos para que su capitana no empezara a soltar tajos a diestro y siniestro sin control ni miramiento.
Para el segundo que fue a por ella preparó su puño, cargándolo con lo mínimo imprescindible de electricidad. No era necesario usar su Expansión allí, pero sí que le propinó al notas aquel un puñetazo eléctrico a la altura del corazón. Su Choque Gamma no se quedaba solo en el puñetazo, la descarga eléctrica del golpe se proyectaba treinta centímetros, lo que sacudió su corazón lo suficiente como para dejarlo inconsciente durante un par de segundos, lo que tardaba en volver a latir correctamente.
Antes de poder rematarlo vino el tercero, al que también predijo con su Observación. Apretó con la cola el cuello del primer gyojin, dejándolo inconsciente, saltó hacia atrás y lo arrojó con fuerza hacia delante, golpeando a los otros dos al mismo tiempo. Se quedaron los tres en el suelo de momento, recuperando el aliento.
—Venga chavales, si me decís dónde puedo comprar las cosas de la mujer patata no os haré demasiado daño.
—Eres... ¿eres tú con alas de patatas fritas? ¡JAJAJA, SI VENDEN HASTA GORRAS, QUIERO VEINTE, Y CAMISETAS! —había empezado con curiosidad, pero la científica terminó por perder los estribos al ver que había incluso merchandising. Empezó a reirse como una desgraciada, sin mostrar el menor atisbo de piedad por su capitana, que no debía estar demasiado contenta con eso. ¿O sí?
—¿E-es que te ha contratado el Amborguesa Queen o el MacDurandal, Kath? —no se estaba riendo muy fuerte por el momento, pero no pudo controlarse cuando escuchó lo de "mujer-patata". Estalló en carcajadas, viéndose obligada a doblarse para reirse, le dolía hasta el diafragma —. Te va a denunciar el... el usuario de la Potato Potato no Mi por intrusismo laboJAJAJA —dijo, tratando, sin éxito, de terminar alguna frase sin reirse.
El festival del humor estaba a punto de dar comienzo pero, por suerte o desgracia, Ivan salió a defender a Katharina de una forma bastante... peculiar. No ayudó a aliviar el ataque de risa del engendro biológico, que volvió a soltar otras dos o tres carcajadas cuando el vampiro hizo un home run con el pobre gyojin.
—Tú no estarás llorando Ivan, pero yo ya estoy llorando de risa —respondió, pasándose un dedo por los ojos para rescatar las lagrimillas de felicidad que se le escapaban.
No podía seguir riendo, tenía que defenderse de los tritones que los rodeaban. Un grupo de ellos se dirigía hacia ella y Kath. No tenía pensado usar prácticamente nada de lo que había "diseñado" a menos que fuera necesario, quedaría demasiado anticlimático y no podría fardar tanto.
Utilizó su mantra para predecir los movimientos del grupito. Se movió para evitar la embestida de la primera sardina y usó su cola para agarrarlo del cuello. Lo dejó en el aire, haciendo que su cola actuara como una soga. Apretaba lo justo para que no se resbalara hacia abajo, pero no hacía ningún esfuerzo para impedir que se fuera quedando sin aire. No iba a matarlo, claro, pero no pasaba nada por hacerle sufrir un poquito.
—Me quedo con dos o tres —dijo, pidiéndose algunos para que su capitana no empezara a soltar tajos a diestro y siniestro sin control ni miramiento.
Para el segundo que fue a por ella preparó su puño, cargándolo con lo mínimo imprescindible de electricidad. No era necesario usar su Expansión allí, pero sí que le propinó al notas aquel un puñetazo eléctrico a la altura del corazón. Su Choque Gamma no se quedaba solo en el puñetazo, la descarga eléctrica del golpe se proyectaba treinta centímetros, lo que sacudió su corazón lo suficiente como para dejarlo inconsciente durante un par de segundos, lo que tardaba en volver a latir correctamente.
Antes de poder rematarlo vino el tercero, al que también predijo con su Observación. Apretó con la cola el cuello del primer gyojin, dejándolo inconsciente, saltó hacia atrás y lo arrojó con fuerza hacia delante, golpeando a los otros dos al mismo tiempo. Se quedaron los tres en el suelo de momento, recuperando el aliento.
—Venga chavales, si me decís dónde puedo comprar las cosas de la mujer patata no os haré demasiado daño.
Katharina von Steinhell
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«Tranquila, Katharina, no hagas nada imprudente. No, detente. No lo hagas. Solo están bromeando, no los mates. Son tus compañeros. ¡No, no los mates!», le decía la racionalidad dentro de su cabeza.
Hubiera dejado pasar las palabras del maldito y apestoso vampiro borracho, incluso habría ignorado los insultos recibidos a su persona, pero ¿de qué mierda iba todo? ¡Había estatuas, gorras, camisetas, y hasta juguetitos de ella transformada en Salcharina! ¡Putos juguetitos con lucecitas! ¡Lo iba a matar! Solo había que sumar uno mas uno para saber que Mierdatosh tenía la culpa de todo. Debió haberle cortado la lengua y coserle las manos. ¿En qué momento pensó que confiar en esa criatura carente de materia gris sería buena idea? Ni aunque fuera la mujer más peligrosa del mundo la tomarían en serio con todas esas putas estatuas en señal de alabanza a la “mujer-patata”. ¡Y encima Alexandra tenía el descaro de burlarse cuando estaba convertida en un puto algodón de azúcar!
La vena de la sien se le hinchó, frunció el ceño al punto de arrugar todo el rostro y apretó fuertemente el puño. Casi parecía que le estaba saliendo humo de la cabeza. El suelo comenzó a rugir y un aura ensombrecida empezó a danzar alrededor de su cuerpo. Estaba enfadada e iba a repartir puñetazos a diestra y siniestra. Lo más curioso de todo es que por primera vez no era Kayadako quien le estaba tocando los putos ovarios.
—¡¡¡NO ESTOY INTENTANDO BAJAR DE PESO, PUTO VAMPIRO ASQUEROSO!!! —le gritó a Ivan, creando una montaña de ojo en polvo encima de él con la Varita Mágica de Burbruja—. ¡¡TAMPOCO SOY NINGUNA PUTA MUJER-PATATA!! —rugió con aún más fuerza y entonces lanzó una onda de haki del rey, desmayando al banco de peces que se le aproximaba—. Quiero la puta cabeza del mierdas que me ha hecho esto. No voy a tolerar estas ofensas. ¡¡SOY UNA MUJER SERIA, JODER!! ¡¿QUÉ PARTE DE “SERIA” NO SE ENTIENDE?!
Desenvainó a Fushigiri y, tomándola con ambas manos, envió una poderosa onda cortante a la estatua de la mujer-patata, cortándola a la mitad. Respirando agitadamente (más por el enojo que por otra cosa), creó una serie de bolas de fuego que lanzó luego a los carritos que vendían gaseosas con el rostro de Salcharina. Y pronto el fuego comenzó a esparcirse. Pero todo el caos que se estaba formando no fue suficiente para alterar la felicidad y tranquilidad del bonito niño que estaba jugando tranquilamente con el juguetito de Salcharina.
—¡Dame eso! —le gritó, quitándole el juguete y derritiéndolo frente a sus ojos—. Ahora vete a tocarle los putos ovarios a tu madre.
—¡BUAAAAAH! ¡ESTA SEÑORA GORDA Y FEA ME HA QUITADO A SALCHICHÍN! —gritó entre lágrimas el niño.
«¿Qué clase de mundo es este en el que yo, Katharina von Steinhell, ha perdido todo respeto?», se preguntó, indignadísima.
—¡No soy ninguna señora, mocoso de mierda! —le espetó, tomándole de la camiseta y dándole veinte palmazos en el culo—. ¡No toleraré más esta mierda!
Reunió energía mágica y dos alas de cuervo nacieron de su espalda. Entonces, emprendió el vuelo hacia el palacio del rey, abandonando a los chicos de la banda. Iba a quemarlo todo, definitivamente iba a hacerlo. ¿El problema? No se dio cuenta de que el mocoso se le pegó a la pierna, dejándosela lleno de mocos.
Hubiera dejado pasar las palabras del maldito y apestoso vampiro borracho, incluso habría ignorado los insultos recibidos a su persona, pero ¿de qué mierda iba todo? ¡Había estatuas, gorras, camisetas, y hasta juguetitos de ella transformada en Salcharina! ¡Putos juguetitos con lucecitas! ¡Lo iba a matar! Solo había que sumar uno mas uno para saber que Mierdatosh tenía la culpa de todo. Debió haberle cortado la lengua y coserle las manos. ¿En qué momento pensó que confiar en esa criatura carente de materia gris sería buena idea? Ni aunque fuera la mujer más peligrosa del mundo la tomarían en serio con todas esas putas estatuas en señal de alabanza a la “mujer-patata”. ¡Y encima Alexandra tenía el descaro de burlarse cuando estaba convertida en un puto algodón de azúcar!
La vena de la sien se le hinchó, frunció el ceño al punto de arrugar todo el rostro y apretó fuertemente el puño. Casi parecía que le estaba saliendo humo de la cabeza. El suelo comenzó a rugir y un aura ensombrecida empezó a danzar alrededor de su cuerpo. Estaba enfadada e iba a repartir puñetazos a diestra y siniestra. Lo más curioso de todo es que por primera vez no era Kayadako quien le estaba tocando los putos ovarios.
—¡¡¡NO ESTOY INTENTANDO BAJAR DE PESO, PUTO VAMPIRO ASQUEROSO!!! —le gritó a Ivan, creando una montaña de ojo en polvo encima de él con la Varita Mágica de Burbruja—. ¡¡TAMPOCO SOY NINGUNA PUTA MUJER-PATATA!! —rugió con aún más fuerza y entonces lanzó una onda de haki del rey, desmayando al banco de peces que se le aproximaba—. Quiero la puta cabeza del mierdas que me ha hecho esto. No voy a tolerar estas ofensas. ¡¡SOY UNA MUJER SERIA, JODER!! ¡¿QUÉ PARTE DE “SERIA” NO SE ENTIENDE?!
Desenvainó a Fushigiri y, tomándola con ambas manos, envió una poderosa onda cortante a la estatua de la mujer-patata, cortándola a la mitad. Respirando agitadamente (más por el enojo que por otra cosa), creó una serie de bolas de fuego que lanzó luego a los carritos que vendían gaseosas con el rostro de Salcharina. Y pronto el fuego comenzó a esparcirse. Pero todo el caos que se estaba formando no fue suficiente para alterar la felicidad y tranquilidad del bonito niño que estaba jugando tranquilamente con el juguetito de Salcharina.
—¡Dame eso! —le gritó, quitándole el juguete y derritiéndolo frente a sus ojos—. Ahora vete a tocarle los putos ovarios a tu madre.
—¡BUAAAAAH! ¡ESTA SEÑORA GORDA Y FEA ME HA QUITADO A SALCHICHÍN! —gritó entre lágrimas el niño.
«¿Qué clase de mundo es este en el que yo, Katharina von Steinhell, ha perdido todo respeto?», se preguntó, indignadísima.
—¡No soy ninguna señora, mocoso de mierda! —le espetó, tomándole de la camiseta y dándole veinte palmazos en el culo—. ¡No toleraré más esta mierda!
Reunió energía mágica y dos alas de cuervo nacieron de su espalda. Entonces, emprendió el vuelo hacia el palacio del rey, abandonando a los chicos de la banda. Iba a quemarlo todo, definitivamente iba a hacerlo. ¿El problema? No se dio cuenta de que el mocoso se le pegó a la pierna, dejándosela lleno de mocos.
Rainbow662
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Debo admitir que estos tipos han montado una coreografía muy buena. El banco de atunes se mueve como si todos sus miembros fuesen solo uno, como los dedos de una mano. Casi me sabe mal cuando Inosuke aparece de repente y embiste su bonita formación como una bola de demolición.
El cerdo hace pleno. Todos los atunes caen unos encima de otros, algunos encima de mí. No sé ni cómo me desenredo de este lío de agallas, extremidades y olor a salmuera. Maldito salvaje. ¿Tarda tanto para aparecer así? Debí atarlo al ancla del barco para impedir que hiciese ninguna locura. Al menos ya solo quedan un par de atunes en plena forma, y no es complicado tumbarlos de un golpe a cada uno. Lo peligroso de estos raritos eran sus acrobacias coordinadas. Por si acaso, me siento sobre el montón de atunes y dejo que mil kilos de peso los mantengan quietos en su sitio.
-Genial, gracias por el placaje, Inosuke -saludo. No sé si los del cielo entienden el sarcasmo.
Por alguna razón, Katharina decide dejar de berrear como una chiflada y largarse volando. Cuando despliega unas alas de plumaje negro la gente gime decepcionada, seguramente porque no son patatas fritas. Lo entiendo perfectamente. Lo que no comprendo es a dónde demonios va. ¿No ve que aún tenemos una pelea pendiente? Vale, también me siento tentada de dejar que Ivan e Ino se encarguen de todo, uno por borracho y otro por memo, pero se supone que siendo la jefa tiene que dar ejemplo. Supongo que ese barco zarpó hace mucho.
Los atunes que estaban enfrentando a Kath se encogen de hombros y cambian de objetivo. Ahora vienen a por Ino y a por mí. Genial. Voy a espolear un poco a este bruto a ver si vuelve a tener suerte.
-Venga, cerdo, al ataque.
Pero estos no son tan fáciles de embestir. Con el más grande -que según todos los clichés de manga será su líder- en el centro, se agarran unos a otros para formar una especie de telaraña de peces con la que envolvernos a ambos. Desde todos lados escupen dardos de agua, una molesta lluvia que se cobra su precio en multitud de pequeñas heridas.
Antes de quedar acribillada me lanzó sobre una de las bases de la formación convertida en un ladrillo muy pesado. Derribo a uno de ellos, pero la formación se rehace y toma la forma de un puño compacto y azul. Los atunes se impulsan en el aire, una de esas cosas raras que hacen con la humedad, y el puño se lanza hacia delante.
De nuevo recurro a mi poder. Salto y multiplico mi peso durante la caída. El suelo se agrieta por el impacto, la roca se parte y se levanta, inutilizando así la formación y el golpe inminente. Es buen momento para que el cerdo haga sashimi con estos idiotas.
El cerdo hace pleno. Todos los atunes caen unos encima de otros, algunos encima de mí. No sé ni cómo me desenredo de este lío de agallas, extremidades y olor a salmuera. Maldito salvaje. ¿Tarda tanto para aparecer así? Debí atarlo al ancla del barco para impedir que hiciese ninguna locura. Al menos ya solo quedan un par de atunes en plena forma, y no es complicado tumbarlos de un golpe a cada uno. Lo peligroso de estos raritos eran sus acrobacias coordinadas. Por si acaso, me siento sobre el montón de atunes y dejo que mil kilos de peso los mantengan quietos en su sitio.
-Genial, gracias por el placaje, Inosuke -saludo. No sé si los del cielo entienden el sarcasmo.
Por alguna razón, Katharina decide dejar de berrear como una chiflada y largarse volando. Cuando despliega unas alas de plumaje negro la gente gime decepcionada, seguramente porque no son patatas fritas. Lo entiendo perfectamente. Lo que no comprendo es a dónde demonios va. ¿No ve que aún tenemos una pelea pendiente? Vale, también me siento tentada de dejar que Ivan e Ino se encarguen de todo, uno por borracho y otro por memo, pero se supone que siendo la jefa tiene que dar ejemplo. Supongo que ese barco zarpó hace mucho.
Los atunes que estaban enfrentando a Kath se encogen de hombros y cambian de objetivo. Ahora vienen a por Ino y a por mí. Genial. Voy a espolear un poco a este bruto a ver si vuelve a tener suerte.
-Venga, cerdo, al ataque.
Pero estos no son tan fáciles de embestir. Con el más grande -que según todos los clichés de manga será su líder- en el centro, se agarran unos a otros para formar una especie de telaraña de peces con la que envolvernos a ambos. Desde todos lados escupen dardos de agua, una molesta lluvia que se cobra su precio en multitud de pequeñas heridas.
Antes de quedar acribillada me lanzó sobre una de las bases de la formación convertida en un ladrillo muy pesado. Derribo a uno de ellos, pero la formación se rehace y toma la forma de un puño compacto y azul. Los atunes se impulsan en el aire, una de esas cosas raras que hacen con la humedad, y el puño se lanza hacia delante.
De nuevo recurro a mi poder. Salto y multiplico mi peso durante la caída. El suelo se agrieta por el impacto, la roca se parte y se levanta, inutilizando así la formación y el golpe inminente. Es buen momento para que el cerdo haga sashimi con estos idiotas.
Katharina von Steinhell
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No sabía exactamente cuándo, pero en algún momento el mundo dejó de verle como una pirata temible y peligrosa. Quizás el punto de inflexión fue cuando se encontró con Zane en el Archipiélago de Sabaody años atrás. Por culpa del pelirrojo acabó como una bucanera más, y eso que odiaba sus tradiciones. Los piratas no tenían clase ni honor, eran sucios y caóticos. Lo único que hacía falta para comprobarlo era ver al maldito cerdo, aunque como cazador de los cielos igual tenía un poco de honor. Pero eso no hacía que lo demás fuera menos importante. Eso sí, era curioso que solo él no hiciera comentarios estúpidos… Si un día perdía el control y mataba a sus compañeros, le perdonaría la vida al puerco.
Un grito que le destrozó los oídos le despertó de sus pensamientos como si fuera un condenado taladro a las siete de la mañana. ¿Cómo el mocoso había llegado a su pie? La bruja agitó su pierna, intentando hacerle caer mientras le gritaba que se soltase. Quizás el niño no estaba convencido de querer caer a trescientos metros de altura. Qué listo. ¿Y si lo tiraba? Total, moría gente joven todos los días. Si de hubiera dependido de Katharina, lo habría abortado: antes muerta que ser madre de ese asqueroso calamar albino. Seguro que su madre montaría la fiesta del siglo ahora que no tenía que hacerse cargo de tal aberración de la naturaleza. ¿Que por qué tanto odio? Jamás perdonaría que le llenasen de mocos la pierna.
—¿Quieres soltarte de una vez? Qué pesado, deja de molestar —le espetó mientras intentaba deshacerse del mocoso, pero estaba pegado como una lapa a su pierna—. Joder, estoy segura de que ni siquiera tu-
—¡Devuélveme a mi hijo, zorra! —De pronto, la bruja escuchó un grito que cortó sus palabras. Miró hacia abajo y vio una enorme nube de polvo levantada por… Espera, ¿era normal que pasaran esas cosas estando a diez mil metros bajo el nivel del mar?
—¡Mami, ayúdame! ¡Bájame ahora, zorra! —le ordenó el niño-calamar y enseguida le mordió la pierna. Bueno, “mordió”.
Era de esperar que los miedos de la bruja fueran profundos y horrorosos, después de todo, ¿qué podía asustarle a alguien que había estado en el Reino de los Muertos? Era tan fuerte que podía destrozar una isla ella sola y sentarse en una pila de cadáveres para celebrar. Y también lo esperaba de sí misma, por lo que jamás imaginó que le causaría tanto espanto sentir las repugnantes ventosas del mocoso besándole la piel. No solo era una escena que se podía sacar muy fácilmente de contexto, es que el líquido pegajoso y la textura de los apéndices eran sencillamente asquerosos. En su rostro se grabó la más pura expresión de asco con una exagerada pizca de terror. Un agudo chillido decidió tomar el ascensor desde su estómago, subir por su garganta y escapar por su boca.
El mar de sensaciones le abrumó y perdió el control de la magia que le permitía volar. Las alas desaparecieron y pronto se encontró cayendo sin poder evitarlo. Estaba en blanco, nada pasaba por su cabeza y casi prefería reventar en un charco de vísceras, sangre y huesos convertidos en astillas al estrellarse contra el suelo. Sin embargo, la sensación de muerte fue aún peor que las ventosas del niño-calamar. Las alas revivieron en su espalda y entonces las agitó con fuerza, consiguiendo amortiguar la caída. En el aterrizaje forzado destruyó una decena de puestos de venta y acabó con el día de varias familias que querían divertirse en el mercado. O festival, ni idea de lo que era.
—Mancillada… Rota por dentro… ¡Ultrajada de toda dignidad! ¿Qué te han hecho, mi pobre Katharina…? ¿Qué han hecho de ti? —se preguntaba a sí misma con los ojos al borde de las lágrimas, mirando al niño con una mezcla perfecta entre miedo, odio y locura. Porque sí, había perdido la cordura—. Quiero divertirme, así que te daré 1 minuto para que corras. Luego…, luego te mataré. A ti y a todos los que se atrevan a decirme mujer-patata.
—¡Miren! ¡Es la mujer-pata-! —señaló uno, aunque no pudo terminar de hablar porque fue reducido a cenizas por culpa de la bruja. Qué maleducada.
El niño se levantó (de algún modo los calamares eran muy resistentes) y, entre lágrimas, caca y mocos, corrió hacia donde se suponía que estaba su madre.
Un grito que le destrozó los oídos le despertó de sus pensamientos como si fuera un condenado taladro a las siete de la mañana. ¿Cómo el mocoso había llegado a su pie? La bruja agitó su pierna, intentando hacerle caer mientras le gritaba que se soltase. Quizás el niño no estaba convencido de querer caer a trescientos metros de altura. Qué listo. ¿Y si lo tiraba? Total, moría gente joven todos los días. Si de hubiera dependido de Katharina, lo habría abortado: antes muerta que ser madre de ese asqueroso calamar albino. Seguro que su madre montaría la fiesta del siglo ahora que no tenía que hacerse cargo de tal aberración de la naturaleza. ¿Que por qué tanto odio? Jamás perdonaría que le llenasen de mocos la pierna.
—¿Quieres soltarte de una vez? Qué pesado, deja de molestar —le espetó mientras intentaba deshacerse del mocoso, pero estaba pegado como una lapa a su pierna—. Joder, estoy segura de que ni siquiera tu-
—¡Devuélveme a mi hijo, zorra! —De pronto, la bruja escuchó un grito que cortó sus palabras. Miró hacia abajo y vio una enorme nube de polvo levantada por… Espera, ¿era normal que pasaran esas cosas estando a diez mil metros bajo el nivel del mar?
—¡Mami, ayúdame! ¡Bájame ahora, zorra! —le ordenó el niño-calamar y enseguida le mordió la pierna. Bueno, “mordió”.
Era de esperar que los miedos de la bruja fueran profundos y horrorosos, después de todo, ¿qué podía asustarle a alguien que había estado en el Reino de los Muertos? Era tan fuerte que podía destrozar una isla ella sola y sentarse en una pila de cadáveres para celebrar. Y también lo esperaba de sí misma, por lo que jamás imaginó que le causaría tanto espanto sentir las repugnantes ventosas del mocoso besándole la piel. No solo era una escena que se podía sacar muy fácilmente de contexto, es que el líquido pegajoso y la textura de los apéndices eran sencillamente asquerosos. En su rostro se grabó la más pura expresión de asco con una exagerada pizca de terror. Un agudo chillido decidió tomar el ascensor desde su estómago, subir por su garganta y escapar por su boca.
El mar de sensaciones le abrumó y perdió el control de la magia que le permitía volar. Las alas desaparecieron y pronto se encontró cayendo sin poder evitarlo. Estaba en blanco, nada pasaba por su cabeza y casi prefería reventar en un charco de vísceras, sangre y huesos convertidos en astillas al estrellarse contra el suelo. Sin embargo, la sensación de muerte fue aún peor que las ventosas del niño-calamar. Las alas revivieron en su espalda y entonces las agitó con fuerza, consiguiendo amortiguar la caída. En el aterrizaje forzado destruyó una decena de puestos de venta y acabó con el día de varias familias que querían divertirse en el mercado. O festival, ni idea de lo que era.
—Mancillada… Rota por dentro… ¡Ultrajada de toda dignidad! ¿Qué te han hecho, mi pobre Katharina…? ¿Qué han hecho de ti? —se preguntaba a sí misma con los ojos al borde de las lágrimas, mirando al niño con una mezcla perfecta entre miedo, odio y locura. Porque sí, había perdido la cordura—. Quiero divertirme, así que te daré 1 minuto para que corras. Luego…, luego te mataré. A ti y a todos los que se atrevan a decirme mujer-patata.
—¡Miren! ¡Es la mujer-pata-! —señaló uno, aunque no pudo terminar de hablar porque fue reducido a cenizas por culpa de la bruja. Qué maleducada.
El niño se levantó (de algún modo los calamares eran muy resistentes) y, entre lágrimas, caca y mocos, corrió hacia donde se suponía que estaba su madre.
Inosuke Dru-zan
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
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Instinto
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Akuma no mi
Varios
—No haber de qué —respondo educamente a Kaya. Siempre me gusta ayudar a mis amigos.
Pero no hubo tiempo para más cháchara. Me había reencontrado con mis compañeros, aunque Ivan se encontraba al borde un ataque de lágrimas, Katharina se alejaba volando, volviéndose cada vez más pequeña en la distancia y Xandra no para de reír y bromear despreocupadamente. Y todo esto mientras un grupo de atunes hacían saltos y piruetas, encerrándonos a Kaya y a mí en una especie de jaula marina.
Lo peor era que no me sorprendía. Nuestra habilidad para encontrar problemas allí a donde íbamos era legendaria, solo superada por nuestra habilidad para hacer el ridículo, pero no podía negar que aquello me gustaba. Con un poco de suerte, aparecería algún pez espadachín con el que poder batirme en duelo, aunque mientras tanto debía darle una paliza a los atunes; solo yo podía meterme con Kaya y seguir vivo para contarlo.
La gotas de agua cayeron sobre nosotros, acribillándonos. Me protegí la mayor parte del cuerpo colocando los brazos en forma de cruz, pero no pude evitar recibir múltiples heridas que, si bien eran pequeñas, eran molestas.
—Así que estos ser legendarios hombres pez —murmuré—. No estar mal, no estar mal.
Entonces desenfundé mis espadas, listo para atacar. Me lancé de cabeza para interceptar el extraño puño que habían formado al combinar sus cuerpos, lo cuál me estaba impresionando. ¿Podríamos nosotros hacer algo así algún día? Lo propondría en la siguiente reunión general de la banda, eso si la llevábamos a cabo. No éramos muy constantes en esos temas; siempre se encargaba Grimes, a quién solíamos evitar.
Antes de llegar a la formación de los peces, Kaya había hecho de las suyas, demostrando que era más gorda y pesada que Katharina. Usando su peso corporal, hendió la roca bajo sus pies, haciendo que del suelo surgiera una suerte de muro que detuvo la embestida enemiga. Entonces, aprovechando la oportunidad que me había dado la cocinera, salté sobre las rocas hasta llegar a lo más alto del muro donde me encontré al enemigo enfrente, bajo mis pies. Después de eso solo tuve que impulsarme hacia abajo, desatando mi habilidad con las espadas con una lluvia de ataques frenéticos dignos de una bestia salvaje. Caí como un torbellino, rebanando varias extremidades y causando heridas graves en la mayoría de ellos.
Sin embargo, tras mi ataque, me encontré con que los peces seguían insistiendo en la contienda. Entre gritos ahogados de dolor, se dispusieron a formar nuevamente, agarrándose con las extremidades que les quedaban, salvo el más grande, que había logrado salir ileso. Entonces comenzaron a girar sobre la cabeza del que hacía de base, formando una especie de cadena, similar a un látigo. No sabía qué pretendían hacer, pero alcé las espadas como precaución y me preparé para lo que estuviera por venir.
Usando el impulso generado por la rotación, uno a uno salieron disparados contra mí, de forma bastante precisa. El primero alcanzó mi mano izquierda, desarmándome, mientras el segundo me golpeó de pleno en el rostro oculto bajo la cabeza de jabalí. Otro par, uno manco y otro cojo, se estamparon contra el muro de roca, atravesándolo y destruyéndolo en el acto. La cosa se estaba complicando.
Pero no hubo tiempo para más cháchara. Me había reencontrado con mis compañeros, aunque Ivan se encontraba al borde un ataque de lágrimas, Katharina se alejaba volando, volviéndose cada vez más pequeña en la distancia y Xandra no para de reír y bromear despreocupadamente. Y todo esto mientras un grupo de atunes hacían saltos y piruetas, encerrándonos a Kaya y a mí en una especie de jaula marina.
Lo peor era que no me sorprendía. Nuestra habilidad para encontrar problemas allí a donde íbamos era legendaria, solo superada por nuestra habilidad para hacer el ridículo, pero no podía negar que aquello me gustaba. Con un poco de suerte, aparecería algún pez espadachín con el que poder batirme en duelo, aunque mientras tanto debía darle una paliza a los atunes; solo yo podía meterme con Kaya y seguir vivo para contarlo.
La gotas de agua cayeron sobre nosotros, acribillándonos. Me protegí la mayor parte del cuerpo colocando los brazos en forma de cruz, pero no pude evitar recibir múltiples heridas que, si bien eran pequeñas, eran molestas.
—Así que estos ser legendarios hombres pez —murmuré—. No estar mal, no estar mal.
Entonces desenfundé mis espadas, listo para atacar. Me lancé de cabeza para interceptar el extraño puño que habían formado al combinar sus cuerpos, lo cuál me estaba impresionando. ¿Podríamos nosotros hacer algo así algún día? Lo propondría en la siguiente reunión general de la banda, eso si la llevábamos a cabo. No éramos muy constantes en esos temas; siempre se encargaba Grimes, a quién solíamos evitar.
Antes de llegar a la formación de los peces, Kaya había hecho de las suyas, demostrando que era más gorda y pesada que Katharina. Usando su peso corporal, hendió la roca bajo sus pies, haciendo que del suelo surgiera una suerte de muro que detuvo la embestida enemiga. Entonces, aprovechando la oportunidad que me había dado la cocinera, salté sobre las rocas hasta llegar a lo más alto del muro donde me encontré al enemigo enfrente, bajo mis pies. Después de eso solo tuve que impulsarme hacia abajo, desatando mi habilidad con las espadas con una lluvia de ataques frenéticos dignos de una bestia salvaje. Caí como un torbellino, rebanando varias extremidades y causando heridas graves en la mayoría de ellos.
Sin embargo, tras mi ataque, me encontré con que los peces seguían insistiendo en la contienda. Entre gritos ahogados de dolor, se dispusieron a formar nuevamente, agarrándose con las extremidades que les quedaban, salvo el más grande, que había logrado salir ileso. Entonces comenzaron a girar sobre la cabeza del que hacía de base, formando una especie de cadena, similar a un látigo. No sabía qué pretendían hacer, pero alcé las espadas como precaución y me preparé para lo que estuviera por venir.
Usando el impulso generado por la rotación, uno a uno salieron disparados contra mí, de forma bastante precisa. El primero alcanzó mi mano izquierda, desarmándome, mientras el segundo me golpeó de pleno en el rostro oculto bajo la cabeza de jabalí. Otro par, uno manco y otro cojo, se estamparon contra el muro de roca, atravesándolo y destruyéndolo en el acto. La cosa se estaba complicando.
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