Página 2 de 2. • 1, 2
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El hipopótamo pisó la arena de la costa al ritmo que la bala —y su debido casquillo— salió del cañón del arma, avanzando sin dudas hacia el que tendría que ser el cráneo del más bajito. Pude ver a través de la mira, antes de quitármela del ojo para tener una escena más amplia, como unos cuantos hombres y mujeres comenzaron a bajar del lomo del gigantesco animal, pisando tierra y comenzando a avanzar con amplios pasos hacia lo que era un campamento que me apuntaba al completo. Dispararon una y otra vez, obligándome a moverme en cuanto noté que ambos chiquillos habían fusionado sendas guadañas para hacer una especie de molinillo del que surgían decenas de ondas cortantes que se dirigían hacia mí. Casi todas. Esquivé con un simple sprint hacia la otra dirección, notando con facilidad cómo unas pocas ofensivas habían perdido su debida trayectoria y tenían como trayectoria el suelo: una tras otra, barrieron a sus propios hombres con la mayor de las prestezas, dejando atrás más de un torso cercenado.
Mi cuerpo se resintió un poco por todos los pequeños cortes que había ido acumulando a lo largo de los enfrentamientos que había sufrido en aquel día, pero por suerte mi propio poder había empezado a ser autónomo en el sentido de que los curaba en cuanto nacían. Aun así, el escozor se mantenía y no era fácil obviar el estrés que aquello provocaba, así que inconscientemente miré hacia el suelo, buscando lo que tenía que ser mi billete a salir del combate: el pez. Al fin y al cabo, por mucho que pudiera creer en mis capacidades —o lo testarudo que fuera respecto a querer terminar pronto aquella tarea—, personas con fuerzas bastante destacables no paraban de aparecer una tras otra, haciéndose un hueco en una pelea que solo nosotros dos manteníamos con la totalidad del ejército enemigo.
Y, ciertamente, era un espectáculo la mar de excéntrico el que mantenía: había encontrado enemigo o, conociendo su forma de actuar, un contrincante lo había buscado. Dos, de hecho. Y era algo difícil de explicar, ya que animales surgían una y otra vez y desaparecían en cuestión de segundos, convirtiéndose aquel enfrentamiento en algo más fantástico incluso que el resto de frutas del diablo. Un gorila aparecía, luego un elefante, serpientes volaban… De parte de Augustus un grito alcanzó el cielo, atrayendo miradas más que indeseadas de parte de los rebeldes. «Así que marcharse...» repetí para mis adentros, pensando acerca de su idea. No era algo que pensarse mucho: ellos tenían decenas de personas entrenadas y algunas de ellas bastante poderosas, mientras que nosotros éramos dos poco sincronizados. Ni siquiera el ejército parecía estar cerca todavía.
—¡Oído cocina! —dije justo tras generar dos lanzas doradas en mis manos y lanzarlas hacia sus dos enemigos. Obviamente no se impulsaban gracias a mi fuerza, sino a su naturaleza eléctrica, avanzando con velocidad hacia ambos. El punk pareció perder el brazo que levantaba como amenaza contra el gyojin, mientras que el otro simplemente lo esquivó con un salto. Sin esperar más a mi compañero, al que ya le tenía que haber ganado suficiente tiempo, me desvanecí, dirigiéndome a la ciudad a través de la ruta que tendrían que seguir los encargados de proteger la cantera. Si habían terminado, irían por allí y tendría mi oportunidad de encontrarlos, cosa que sucedió—. ¡Señor! ¡Reagrupe a sus tropas en la ciudad, tenemos que usar el terreno a nuestro favor o no podremos, ya que nos superan en números por demasiado! —No endulzaría mis palabras, ya que era un esfuerzo inútil en mitad de la guerra. Eran obviamente menos que antes, dejando claro que habían cesado la batalla pero a un precio doloroso. Se limitó a asentir.
—Gracias por lo de antes. Te haré caso —Procedió a darse la vuelta elevando ambos brazos y con ellos la voz—. ¡Volvemos a casa, chicos! ¡Guardad energías! —Hubo un murmullo realmente extraño, pero no ignoraron las órdenes y empezaron a caminar con un claro rumbo.
Yo, por otro lado, me limitaría a desmaterializarme nuevamente para aparecer sobre la ciudad, buscando a cualquier persona que conociera para debatir el tema, aunque algo me decía que el gyojin no tardaría mucho en aparecer. Tenía curiosidad en saber cuál era su plan en todo esto, ya que claramente tenía una carrera mucho más longeva que yo respecto a la guerra —mayormente por la edad.
Mi cuerpo se resintió un poco por todos los pequeños cortes que había ido acumulando a lo largo de los enfrentamientos que había sufrido en aquel día, pero por suerte mi propio poder había empezado a ser autónomo en el sentido de que los curaba en cuanto nacían. Aun así, el escozor se mantenía y no era fácil obviar el estrés que aquello provocaba, así que inconscientemente miré hacia el suelo, buscando lo que tenía que ser mi billete a salir del combate: el pez. Al fin y al cabo, por mucho que pudiera creer en mis capacidades —o lo testarudo que fuera respecto a querer terminar pronto aquella tarea—, personas con fuerzas bastante destacables no paraban de aparecer una tras otra, haciéndose un hueco en una pelea que solo nosotros dos manteníamos con la totalidad del ejército enemigo.
Y, ciertamente, era un espectáculo la mar de excéntrico el que mantenía: había encontrado enemigo o, conociendo su forma de actuar, un contrincante lo había buscado. Dos, de hecho. Y era algo difícil de explicar, ya que animales surgían una y otra vez y desaparecían en cuestión de segundos, convirtiéndose aquel enfrentamiento en algo más fantástico incluso que el resto de frutas del diablo. Un gorila aparecía, luego un elefante, serpientes volaban… De parte de Augustus un grito alcanzó el cielo, atrayendo miradas más que indeseadas de parte de los rebeldes. «Así que marcharse...» repetí para mis adentros, pensando acerca de su idea. No era algo que pensarse mucho: ellos tenían decenas de personas entrenadas y algunas de ellas bastante poderosas, mientras que nosotros éramos dos poco sincronizados. Ni siquiera el ejército parecía estar cerca todavía.
—¡Oído cocina! —dije justo tras generar dos lanzas doradas en mis manos y lanzarlas hacia sus dos enemigos. Obviamente no se impulsaban gracias a mi fuerza, sino a su naturaleza eléctrica, avanzando con velocidad hacia ambos. El punk pareció perder el brazo que levantaba como amenaza contra el gyojin, mientras que el otro simplemente lo esquivó con un salto. Sin esperar más a mi compañero, al que ya le tenía que haber ganado suficiente tiempo, me desvanecí, dirigiéndome a la ciudad a través de la ruta que tendrían que seguir los encargados de proteger la cantera. Si habían terminado, irían por allí y tendría mi oportunidad de encontrarlos, cosa que sucedió—. ¡Señor! ¡Reagrupe a sus tropas en la ciudad, tenemos que usar el terreno a nuestro favor o no podremos, ya que nos superan en números por demasiado! —No endulzaría mis palabras, ya que era un esfuerzo inútil en mitad de la guerra. Eran obviamente menos que antes, dejando claro que habían cesado la batalla pero a un precio doloroso. Se limitó a asentir.
—Gracias por lo de antes. Te haré caso —Procedió a darse la vuelta elevando ambos brazos y con ellos la voz—. ¡Volvemos a casa, chicos! ¡Guardad energías! —Hubo un murmullo realmente extraño, pero no ignoraron las órdenes y empezaron a caminar con un claro rumbo.
Yo, por otro lado, me limitaría a desmaterializarme nuevamente para aparecer sobre la ciudad, buscando a cualquier persona que conociera para debatir el tema, aunque algo me decía que el gyojin no tardaría mucho en aparecer. Tenía curiosidad en saber cuál era su plan en todo esto, ya que claramente tenía una carrera mucho más longeva que yo respecto a la guerra —mayormente por la edad.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Maki se dejó flotar hacia la orilla, permitiendo que la marea le arrastrase hasta los muelles. Pasó entre los barcos del ejército, largos y estilizados navíos de velas blancas y cascos pintados de azul que montaban guardia en las aguas de la capital. Podía oír hablar a los marineros y los soldados, comentando como si nada las últimas novedades de sus vidas. Estaban muy tranquilos teniendo en cuenta que Maki iba a tener que ponerlos a luchar pronto.
"Veamos, lista de problemas: ejército armado hasta los dientes, piratas súper fuertes, poca comida en la ciudad, traidores escondidos por ahí. Y a favor... Qué buena estaba la hamburguesa de ayer:"
Llegó a tierra entre profundas reflexiones y se dirigió al castillo. Ir caminando en vez de en su jirafa era un poco engorroso, pero tampoco es como si estuviera haciendo una entrada heroica y triunfal. Según avanzaba por las calles veía los preparativos para la batalla. Los soldados patrullaban por las altas y anchas murallas, transportaban armas y proyectiles de acá para allá, los ciudadanos se ocultaban en sus casas y cubrían las ventanas con tablones de madera. El mismo Maki había ordenado algunas de esas medidas preventivas, como la de meter las vacas en las casas para que no asustasen. Sin embargo, empezaba a plantearse si sería suficiente.
El Secretario le recibió en el castillo. Iba rodeado por una buena escolta de seis guardias que gracias a sus armaduras parecían incluso más enormes de lo que eran. A Maki le recordaban a las gárgolas que se ponían en los castillos, solo que con más mala leche y menos cagadas de paloma. Un mensajero esperaba junto a ellos, y tendió una carta al gyojin a un gesto del Secretario.
-Son las órdenes de Su Majestad -anunció el Secretario.
-Ah. ¿Y por qué vienen en un sobrecito? -Maki lo olfateó-. Huele a moras.
-Su Majestad permanece a salvo. Mis hombres lo custodiarán hasta que todo termine. Hemos recibido informes de que las huestes rebeldes se dirigen hacia aquí. El ataque es inminente, por lo que el rey debe estar protegido para poder dirigirnos. La última planta del castillo queda vedada a cualquiera, incluso a vos.
-¿Y quién manda entonces?
-Manda él.
-Pero no está.
-Se me proporcionan las órdenes y yo las transmito.
-¿Así que mandas tú?
-No.
-Pero a mí sí.
-Sí, a vos sí.
-Entonces mandas tú.
-¡Leed el maldito papel!
Maki hizo lo que le decía el que mandaba, aunque no le gustaba mucho el Secretario, ni tampoco que le dieran órdenes fuera de la cadena de mando de la Revolución. Le cogió el sobre al cartero y lo leyó. El mensaje decía que quedaba en sus manos la defensa de la ciudad, pero no la del castillo, que se le encomendaba al Secretario. Él tendría control de la guardia del castillo mientras Maki comandaba al ejército para proteger la capital. Supuso que no había mucho que discutir; tampoco le habría gustado quedarse a esperar en el castillo mientras otros luchaban. Sí quería hablar con Johny, pero tendría que conformarse. Los reyes eran cobardes, así que era normal que estuviese bien oculto en su cuarto.
Salió a uno de los balcones y contempló la gran ciudad de Terrel. Que la ciudad se llamase igual que el rey y que el país le confundía un poco. Los humanos no tenían tanta imaginación como querían creer. Aun así, ahora era su responsabilidad. Defenderla y mantener viva a su gente era ahora deber de la Revolución. Iba a ser la primera vez. Confiaba en que le saliese bien.
"Ahora todo esto depende de ti, Augustus", dijo la voz su coco.
-Voy a echarme la siesta.
"Veamos, lista de problemas: ejército armado hasta los dientes, piratas súper fuertes, poca comida en la ciudad, traidores escondidos por ahí. Y a favor... Qué buena estaba la hamburguesa de ayer:"
Llegó a tierra entre profundas reflexiones y se dirigió al castillo. Ir caminando en vez de en su jirafa era un poco engorroso, pero tampoco es como si estuviera haciendo una entrada heroica y triunfal. Según avanzaba por las calles veía los preparativos para la batalla. Los soldados patrullaban por las altas y anchas murallas, transportaban armas y proyectiles de acá para allá, los ciudadanos se ocultaban en sus casas y cubrían las ventanas con tablones de madera. El mismo Maki había ordenado algunas de esas medidas preventivas, como la de meter las vacas en las casas para que no asustasen. Sin embargo, empezaba a plantearse si sería suficiente.
El Secretario le recibió en el castillo. Iba rodeado por una buena escolta de seis guardias que gracias a sus armaduras parecían incluso más enormes de lo que eran. A Maki le recordaban a las gárgolas que se ponían en los castillos, solo que con más mala leche y menos cagadas de paloma. Un mensajero esperaba junto a ellos, y tendió una carta al gyojin a un gesto del Secretario.
-Son las órdenes de Su Majestad -anunció el Secretario.
-Ah. ¿Y por qué vienen en un sobrecito? -Maki lo olfateó-. Huele a moras.
-Su Majestad permanece a salvo. Mis hombres lo custodiarán hasta que todo termine. Hemos recibido informes de que las huestes rebeldes se dirigen hacia aquí. El ataque es inminente, por lo que el rey debe estar protegido para poder dirigirnos. La última planta del castillo queda vedada a cualquiera, incluso a vos.
-¿Y quién manda entonces?
-Manda él.
-Pero no está.
-Se me proporcionan las órdenes y yo las transmito.
-¿Así que mandas tú?
-No.
-Pero a mí sí.
-Sí, a vos sí.
-Entonces mandas tú.
-¡Leed el maldito papel!
Maki hizo lo que le decía el que mandaba, aunque no le gustaba mucho el Secretario, ni tampoco que le dieran órdenes fuera de la cadena de mando de la Revolución. Le cogió el sobre al cartero y lo leyó. El mensaje decía que quedaba en sus manos la defensa de la ciudad, pero no la del castillo, que se le encomendaba al Secretario. Él tendría control de la guardia del castillo mientras Maki comandaba al ejército para proteger la capital. Supuso que no había mucho que discutir; tampoco le habría gustado quedarse a esperar en el castillo mientras otros luchaban. Sí quería hablar con Johny, pero tendría que conformarse. Los reyes eran cobardes, así que era normal que estuviese bien oculto en su cuarto.
Salió a uno de los balcones y contempló la gran ciudad de Terrel. Que la ciudad se llamase igual que el rey y que el país le confundía un poco. Los humanos no tenían tanta imaginación como querían creer. Aun así, ahora era su responsabilidad. Defenderla y mantener viva a su gente era ahora deber de la Revolución. Iba a ser la primera vez. Confiaba en que le saliese bien.
"Ahora todo esto depende de ti, Augustus", dijo la voz su coco.
-Voy a echarme la siesta.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Me quedé desde aquella posición en la altura clavando los ojos en lo que había por debajo de mí, viendo algunas pocas hormiguitas que por su aura anticipaban que no serían relevantes en la guerra. De una forma u otra, necesitaba encontrar a una persona inteligente o al menos puesta en aquel tema, o de facto a Augustus, pero la ciudad estaba tan vacía como en el fin de los días. Quizás había corrido la voz de alarma y estaban todos y cada uno escondidos en sus hogares para evitar, no sé, tener la cabeza agujereada por culpa de algún guerrillero loco que tuviera el gatillo fácil. Eso, o en el peor de los casos, se habían levantado y habían tomado las armas para rebelarse contra Terrel —el rey—, pero eso significaría que para proteger a nuestro contratante nos tocaba matar a todo su reino. Y en ese caso… no sería rey por mucho tiempo, ¿no?
Rodé los ojos, dejándome de pensamientos completamente innecesarios y centrándome en la que me atañía: mermar hasta hacer desaparecer las tropas que amenazan a la corona. Fuera de eso, no era parte de mi encargo: no tendría que hacer de consejero a futuro, ni prever lo que sucedería, aunque un reino convulso estaba de destinado a serlo por más que uno interviniera en sus gentes. Esto sentaría los precedentes para una próxima revuelta, y esa misma lo haría para la siguiente. Era de primero de guerra y no lo sabía por estudioso, sino porque alguien que había trabajado un mínimo en países con monarquía sabía que no eran precisamente los países más pacíficos por su misma condición. Pero me reiteraba, no entraba dentro de lo que requería Terrel de mí y suponía que, llegado el momento, ya Augustus se encargaría de esa parte mejor o peor.
Repentinamente, un fulgor rosa ocupó uno de los balcones de la ciudad. Más concretamente, el de palacio, donde había tenido la cita primera y me había tenido que colar. «¿Rosa…?» pensé para mis adentros, llegando a una conclusión: no reconocía qué era por el momento, pero sería buena idea acercarse a comprobarlo. Al fin y al cabo, podía ser una tontería o no. Aceleré y me acerqué en pocos segundos, fijándome en que mi compañero había llegado allí sin que me hubiera percatado de su entrada. Quizás hasta tenía algún poder del que no había hecho gala, quién sabía. Antes de que pudiera hacer nada siquiera, como si no estuviera allí, lo escuché decir ''Voy a echarme una siesta'', por lo que parpadeé dos veces mientras me mostraba confuso. Simplemente lo dejaría como que había escuchado mal o era alguna frase suya que le brindara calma o fuerza, como una rutina extraña. Yo me había parado frente a él, soltando chispas por los zapatos mientras quedaba de pie un poco por encima de él:
— ¿Has hablado algo con el rey? —pregunté, en vista de que si estaba en aquel edificio era una posibilidad. Aun así, le había pedido que se escondiera a conciencia, así que me decepcionaría que su idea de ''escondite'' fuera su propio hogar, quizás en alguna habitación un poco perdida—. Casi todos en el pueblo se han retirado a sus casas o a otro lugar, está vacío a efectos prácticos. ¿Han dado la voz de alarma o saben más de lo que deberían? —Descendí un poco hasta el balcón, quedando de pie grácilmente sobre la baranda y sentándome de aquella forma—. ¿Quizás hay más gente metida en el ajo de lo que debería…? —Miré a la cantera que habíamos limpiado, ya que se podía ver desde allí, completamente vacía, si obviabas los cuerpos, y tranquila—. Los de la costa estarán aquí con todas sus fuerzas en menos de unas tres horas y el ejército de Terrel que hizo de avanzadilla en una. Podríamos hacer una pinza en las puertas de la ciudad y neutralizar la diferencia de cifras, además de impedir que puedan usar sus armas de fuego. Ponemos a los reclutas y de más bajo rango, bien armados, a los alrededores de la puerta en una formación de 1-2 con escudos y lanzas, mientras que los oficiales podrían hacerse cargo de aquellos quienes puedan saltar la muralla, que serán pocos pero poderosos. Aunque a ti se te puede ocurrir algo mejor, supongo.
Rodé los ojos, dejándome de pensamientos completamente innecesarios y centrándome en la que me atañía: mermar hasta hacer desaparecer las tropas que amenazan a la corona. Fuera de eso, no era parte de mi encargo: no tendría que hacer de consejero a futuro, ni prever lo que sucedería, aunque un reino convulso estaba de destinado a serlo por más que uno interviniera en sus gentes. Esto sentaría los precedentes para una próxima revuelta, y esa misma lo haría para la siguiente. Era de primero de guerra y no lo sabía por estudioso, sino porque alguien que había trabajado un mínimo en países con monarquía sabía que no eran precisamente los países más pacíficos por su misma condición. Pero me reiteraba, no entraba dentro de lo que requería Terrel de mí y suponía que, llegado el momento, ya Augustus se encargaría de esa parte mejor o peor.
Repentinamente, un fulgor rosa ocupó uno de los balcones de la ciudad. Más concretamente, el de palacio, donde había tenido la cita primera y me había tenido que colar. «¿Rosa…?» pensé para mis adentros, llegando a una conclusión: no reconocía qué era por el momento, pero sería buena idea acercarse a comprobarlo. Al fin y al cabo, podía ser una tontería o no. Aceleré y me acerqué en pocos segundos, fijándome en que mi compañero había llegado allí sin que me hubiera percatado de su entrada. Quizás hasta tenía algún poder del que no había hecho gala, quién sabía. Antes de que pudiera hacer nada siquiera, como si no estuviera allí, lo escuché decir ''Voy a echarme una siesta'', por lo que parpadeé dos veces mientras me mostraba confuso. Simplemente lo dejaría como que había escuchado mal o era alguna frase suya que le brindara calma o fuerza, como una rutina extraña. Yo me había parado frente a él, soltando chispas por los zapatos mientras quedaba de pie un poco por encima de él:
— ¿Has hablado algo con el rey? —pregunté, en vista de que si estaba en aquel edificio era una posibilidad. Aun así, le había pedido que se escondiera a conciencia, así que me decepcionaría que su idea de ''escondite'' fuera su propio hogar, quizás en alguna habitación un poco perdida—. Casi todos en el pueblo se han retirado a sus casas o a otro lugar, está vacío a efectos prácticos. ¿Han dado la voz de alarma o saben más de lo que deberían? —Descendí un poco hasta el balcón, quedando de pie grácilmente sobre la baranda y sentándome de aquella forma—. ¿Quizás hay más gente metida en el ajo de lo que debería…? —Miré a la cantera que habíamos limpiado, ya que se podía ver desde allí, completamente vacía, si obviabas los cuerpos, y tranquila—. Los de la costa estarán aquí con todas sus fuerzas en menos de unas tres horas y el ejército de Terrel que hizo de avanzadilla en una. Podríamos hacer una pinza en las puertas de la ciudad y neutralizar la diferencia de cifras, además de impedir que puedan usar sus armas de fuego. Ponemos a los reclutas y de más bajo rango, bien armados, a los alrededores de la puerta en una formación de 1-2 con escudos y lanzas, mientras que los oficiales podrían hacerse cargo de aquellos quienes puedan saltar la muralla, que serán pocos pero poderosos. Aunque a ti se te puede ocurrir algo mejor, supongo.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
-Esto... claro, podemos hacer eso.
Maki no había entendido ni jota, pero sonaba todo tan complicado que debía ser un buen plan. Mejor que el suyo, que consistía en dormir y dejar que el futuro Augustus se ocupase de los marrones. Pero claro, dejarle echar una siesta habría sido demasiado, ¿verdad? El destino rara vez era tan majo con él. ¿Cómo que iban a atacar en una hora? ¿Es que no podía darle un descanso? ¿No podía el universo concederle un pequeño favor?
-Señor, ¿un canapé de mousse de chocolate? -dijo un camarero con una bandeja que pasaba por allí.
Maki engulló todos los que llevaba. Ya estaba un poco mejor.
-Pues no he hablado con el rey. El Secretario dice que está a salvo en el castillo y que ahora manda él o algo así. No quiere que entremos, que ya se apañan sus hombres, dice. Un poco borde, pero bueno. Vamos a trabajar.
Tras dar las órdenes oportunas para que los soldados ocuparan sus puestos -se acercó al comedor y dijo a voces que iban a matarlos-, fue a ver a su armero. Como nuevo noble tenía derecho a una armadura personalizada y pomposa. El rey le había asignado a Fornico, que aunque no sabía mucho de armaduras era interiorista y delas dejaba muy monas. Se limitaba a coger una normalita y decorarla para que quedase chula. Maki le ofreció a Chispas una para él, ya que disfrazarse como la gente con la que luchaba siempre sumaba puntos a un líder.
-¿Podemos ponerle unas borlas? ¿O pintarle unas llamas?
-De eso nada, cateto. Nada de llamas en mi arte.
Al final Maki acabó metido en una armadura color verde alga surcada por vetas de dorado intenso. Fornico le dio un yelmo muy chulo con una cimera con forma de caballito de mar rojo portando una lanza para que fuese visible, imponente y estiloso durante la batalla. Aunque tanto trasto le recordaba a una tostadora, lo cierto era que se sentía como todo un guerrero. Incluso le dieron un espadón, un cacho de acero que pesaba un quintal y que Maki no tenía ni idea de cómo utilizar. Al menos servía para decorar.
Antes de partir a las murallas de la ciudad montado en su jirafa, buscó a Chispas para preguntarle qué tal le quedaba todo. El Duque Makintosh ocupó entonces su lugar al frente de la defensa de la ciudad, dejando a su compañero eléctrico el combate aéreo.
-La ciudad tiene tres puertas, señor, al norte, sur y este -le dijo Tildes, la nueva mano derecha que se había buscado dentro de su equipo de aquaeróbic-. Al este se encuentran el castillo y, a un par de kilómetros, el puerto. Cuentan con sus propias fortificaciones, aunque es claramente el punto débil. Hemos asignado a toda la flota su defensa. El ejército rebelde se aproxima por tierra desde el noreste, así que creemos que atacarán esas dos puertas.
Maki asintió mientras intentaba subirse la celada. La maldita visera del yelmo se le había quedado cerrada y no veía un pimiento.
-Entonces tenemos que vencer a los soldados antes de que lleguen los piratas y se arrejunten todos, ¿no?
-No sé si... No sé si esa palabra existe, señor.
-Qué tiquismiquis eres, Tildes.
Las huestes enemigas no tardaron en aparecer, una larga masa de soldados enfurecidos que se desplegaba en grandes grupos de cientos o miles. A Maki se le daba fatal contar a grupos grandes. Contaban con todo tipo de máquinas de asedio que transportaban con ruedas, e incluso escaleras enormes que llevaban entre muchos. El Duque Makintosh preparó a sus hombres. El adarve estaba repleto de los mejores soldados de Terrel -Terrel la ciudad, no el país-, todos ellos dispuestos a dar la vida por Terrel -Terrel el rey, no la ciudad- por la gloria de Terrel -Terrel el país, no el rey-. Junto a ellos, multitud de arqueros tensaba sus arcos. Había barriles cargados de flechas cada pocos metros y varios cubos repletos de brea caliente y humeante que mareaba un poco. Maki estaba seguro de que las usaban para asar sardinas antes de luchar. Sobre las múltiples torres defensivas se alzaban catapultas ya listas para disparar a una orden del comandante en jefe. Además, el Secretario le había prestado a su mensajero para recibir y dar órdenes.
El aire olía a batalla, a guerra inminente. Podía notar la inquietud en sus filas, la incertidumbre de si vivirían para ver un nuevo día. Aunque iba a ser su primera batalla de ese estilo, Maki había experimentado esa misma sensación una o dos veces, hasta que se acostumbró. Ahora ya solo sentía hambre antes de una pelea importante.
-¡Muy bien, damas y caballeros!
-Aquí no hay damas, señor -apuntó Tildes.
-Qué manía te estoy cogiendo... ¡Muy bien, caballeros, listos para el combate! ¡Vamos a pelear por la Causa! ¡Por la Revolución! -gritó. Todos los soldados a su alrededor se le quedaron mirando extrañados. Ah, claro, que los revolucionarios eran los otros-. Va, es igual ¡Disparad!
Maki no había entendido ni jota, pero sonaba todo tan complicado que debía ser un buen plan. Mejor que el suyo, que consistía en dormir y dejar que el futuro Augustus se ocupase de los marrones. Pero claro, dejarle echar una siesta habría sido demasiado, ¿verdad? El destino rara vez era tan majo con él. ¿Cómo que iban a atacar en una hora? ¿Es que no podía darle un descanso? ¿No podía el universo concederle un pequeño favor?
-Señor, ¿un canapé de mousse de chocolate? -dijo un camarero con una bandeja que pasaba por allí.
Maki engulló todos los que llevaba. Ya estaba un poco mejor.
-Pues no he hablado con el rey. El Secretario dice que está a salvo en el castillo y que ahora manda él o algo así. No quiere que entremos, que ya se apañan sus hombres, dice. Un poco borde, pero bueno. Vamos a trabajar.
Tras dar las órdenes oportunas para que los soldados ocuparan sus puestos -se acercó al comedor y dijo a voces que iban a matarlos-, fue a ver a su armero. Como nuevo noble tenía derecho a una armadura personalizada y pomposa. El rey le había asignado a Fornico, que aunque no sabía mucho de armaduras era interiorista y delas dejaba muy monas. Se limitaba a coger una normalita y decorarla para que quedase chula. Maki le ofreció a Chispas una para él, ya que disfrazarse como la gente con la que luchaba siempre sumaba puntos a un líder.
-¿Podemos ponerle unas borlas? ¿O pintarle unas llamas?
-De eso nada, cateto. Nada de llamas en mi arte.
Al final Maki acabó metido en una armadura color verde alga surcada por vetas de dorado intenso. Fornico le dio un yelmo muy chulo con una cimera con forma de caballito de mar rojo portando una lanza para que fuese visible, imponente y estiloso durante la batalla. Aunque tanto trasto le recordaba a una tostadora, lo cierto era que se sentía como todo un guerrero. Incluso le dieron un espadón, un cacho de acero que pesaba un quintal y que Maki no tenía ni idea de cómo utilizar. Al menos servía para decorar.
Antes de partir a las murallas de la ciudad montado en su jirafa, buscó a Chispas para preguntarle qué tal le quedaba todo. El Duque Makintosh ocupó entonces su lugar al frente de la defensa de la ciudad, dejando a su compañero eléctrico el combate aéreo.
-La ciudad tiene tres puertas, señor, al norte, sur y este -le dijo Tildes, la nueva mano derecha que se había buscado dentro de su equipo de aquaeróbic-. Al este se encuentran el castillo y, a un par de kilómetros, el puerto. Cuentan con sus propias fortificaciones, aunque es claramente el punto débil. Hemos asignado a toda la flota su defensa. El ejército rebelde se aproxima por tierra desde el noreste, así que creemos que atacarán esas dos puertas.
Maki asintió mientras intentaba subirse la celada. La maldita visera del yelmo se le había quedado cerrada y no veía un pimiento.
-Entonces tenemos que vencer a los soldados antes de que lleguen los piratas y se arrejunten todos, ¿no?
-No sé si... No sé si esa palabra existe, señor.
-Qué tiquismiquis eres, Tildes.
Las huestes enemigas no tardaron en aparecer, una larga masa de soldados enfurecidos que se desplegaba en grandes grupos de cientos o miles. A Maki se le daba fatal contar a grupos grandes. Contaban con todo tipo de máquinas de asedio que transportaban con ruedas, e incluso escaleras enormes que llevaban entre muchos. El Duque Makintosh preparó a sus hombres. El adarve estaba repleto de los mejores soldados de Terrel -Terrel la ciudad, no el país-, todos ellos dispuestos a dar la vida por Terrel -Terrel el rey, no la ciudad- por la gloria de Terrel -Terrel el país, no el rey-. Junto a ellos, multitud de arqueros tensaba sus arcos. Había barriles cargados de flechas cada pocos metros y varios cubos repletos de brea caliente y humeante que mareaba un poco. Maki estaba seguro de que las usaban para asar sardinas antes de luchar. Sobre las múltiples torres defensivas se alzaban catapultas ya listas para disparar a una orden del comandante en jefe. Además, el Secretario le había prestado a su mensajero para recibir y dar órdenes.
El aire olía a batalla, a guerra inminente. Podía notar la inquietud en sus filas, la incertidumbre de si vivirían para ver un nuevo día. Aunque iba a ser su primera batalla de ese estilo, Maki había experimentado esa misma sensación una o dos veces, hasta que se acostumbró. Ahora ya solo sentía hambre antes de una pelea importante.
-¡Muy bien, damas y caballeros!
-Aquí no hay damas, señor -apuntó Tildes.
-Qué manía te estoy cogiendo... ¡Muy bien, caballeros, listos para el combate! ¡Vamos a pelear por la Causa! ¡Por la Revolución! -gritó. Todos los soldados a su alrededor se le quedaron mirando extrañados. Ah, claro, que los revolucionarios eran los otros-. Va, es igual ¡Disparad!
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Para mi sorpresa, Augustus parecía estar completamente de acuerdo con el que había sido mi plan improvisado. Obviamente era ese a grandes rasgos, el que había ido formando tras ver la ciudad desde tan arriba y medirme contra los enemigos para saber sus capacidades, pero faltaban detalles por ultimar. Tampoco es que estuviera llevando a cabo una estrategia realmente compleja en aquellos momentos —una pinza no era nada por lo que vanagloriarse si te llamabas a ti mismo táctico—, pero en mi cabeza prometía ser la más efectiva teniendo en cuenta todos los detalles con los que contaba. No parecían ser una fuerza realmente especializada ni sorprendente, sino un grupo más bien general de personas que simplemente buscaban caos y habían llegado a la piratería de aquella forma. No eran realmente diestros con las armas y se les notaba en el agarre, aunque llegados a cierto punto era imposible diferenciar a los rebeldes de Terrel de los propios piratas, siendo los segundos seguramente los más problemáticos. Aun así, también había que tener en cuenta que parte de la fuerza enemiga eran habitantes de la ciudad… Quizás conocían algún recoveco, atajo y forma de entrar que nos ponía en un apuro.
Él ahogó las penas y ansiedades de la batalla en la comida —masacrando una bandeja entera de canapés—, desvelando tras zampar que no había llegado a hablar con el rey. Eso, en parte, era bueno. Significaba que tenía cuidado de todo lo que estaba pasando y que quizás a estas alturas de la película se había concienciado de lo que estaba sucediendo, de lo grave y peligroso que podía resultar para su seguridad. Es decir, fuera de la estructura de la ciudad había decenas de chicos y chicas cuyo fin en todo esto era plantar una bala a través de su cabeza. Luego fue al armero, exigiendo una armadura hecha a medida y decorada como a él le gustaba, ofreciéndome en el proceso pero negándome de forma muy directa. Con una armadura no podría ni andar, ya que la fuerza no era una habilidad con la que contase.
Yo, mientras, me había dedicado a plantearles todo a aquellos que Augustus había reunido con su griterío y amenazas vacías —esperaba—, puliendo los detalles y dejando claro que aquello era un guión al que atenerse si todo iba según lo esperado. Aun así, si nos sorprendían de otra forma y veían que sería anti producente seguir la estrategia… Bueno, les estaba dando total y completa libertad, por peligroso que significase. En aquella situación, perder una puerta y permitir la entrada de enemigos a través de ella era un sinónimo de derrota o, como mínimo, de mucho riesgo. Para cuado Augustus apareció, embutido en un acero demasiado excéntrico, ya les había hecho jurar a todos los soldados que cumplirían su deber y que se habían enterado de todo lo dicho.
— Te queda fenomenal —dije, sin parar a mirarle demasiado mientras me centraba en mis nuevos subordinados. Al fin y al cabo, era la única respuesta; dar la contraria solo le bajaría la autoestima y daría problemas.
Se encargaron pues de poner al día al gyojin, aceptando su posición como debía, mientras el resto se animaba por tener a alguien como él entre sus filas.
Y, para cuando me quise dar cuenta, todo el tablero de juego estaba dispuesto y las piezas corrían de aquí para allá con el claro objetivo de terminar la partida con una victoria. Todas las fuerzas de Terrel estaban reunidas en la defensa y los preparativos eran casi exhaustivos, por lo que podíamos confiar en poder medrar las cifras de enemigos mínimamente con artimañas. Dejé a mi compañero encargarse de encender los ánimos, ya que parecía entender mejor a esos hombres que yo, y en cuanto pasó un minuto me fijé en cómo varios piratas descendían una ladera bastante alejada.
— ¡Catapultas, a las diez! —grité, asegurándome de que me oyeran y siguieran mis indicaciones—. ¡Son seiscientos sesenta metros, ahora! —Terminé la frase y la cuerda se escuchó cortar el aire, mientras que una roca salía disparada y caía sobre la avanzadilla por escasos centímetros, dejándole sin pierna derecha. Tras él, como si hubiera llamado a su defensa, aparecieron casi cien enemigos que comenzaron a bajar la ladera con velocidad, agitando sables al aire y apuntando con pistolas que disparaban pero no encontraban meta— ¡Poneos en vuestras marcas! ¡Uno dos, ahora!
Él ahogó las penas y ansiedades de la batalla en la comida —masacrando una bandeja entera de canapés—, desvelando tras zampar que no había llegado a hablar con el rey. Eso, en parte, era bueno. Significaba que tenía cuidado de todo lo que estaba pasando y que quizás a estas alturas de la película se había concienciado de lo que estaba sucediendo, de lo grave y peligroso que podía resultar para su seguridad. Es decir, fuera de la estructura de la ciudad había decenas de chicos y chicas cuyo fin en todo esto era plantar una bala a través de su cabeza. Luego fue al armero, exigiendo una armadura hecha a medida y decorada como a él le gustaba, ofreciéndome en el proceso pero negándome de forma muy directa. Con una armadura no podría ni andar, ya que la fuerza no era una habilidad con la que contase.
Yo, mientras, me había dedicado a plantearles todo a aquellos que Augustus había reunido con su griterío y amenazas vacías —esperaba—, puliendo los detalles y dejando claro que aquello era un guión al que atenerse si todo iba según lo esperado. Aun así, si nos sorprendían de otra forma y veían que sería anti producente seguir la estrategia… Bueno, les estaba dando total y completa libertad, por peligroso que significase. En aquella situación, perder una puerta y permitir la entrada de enemigos a través de ella era un sinónimo de derrota o, como mínimo, de mucho riesgo. Para cuado Augustus apareció, embutido en un acero demasiado excéntrico, ya les había hecho jurar a todos los soldados que cumplirían su deber y que se habían enterado de todo lo dicho.
— Te queda fenomenal —dije, sin parar a mirarle demasiado mientras me centraba en mis nuevos subordinados. Al fin y al cabo, era la única respuesta; dar la contraria solo le bajaría la autoestima y daría problemas.
Se encargaron pues de poner al día al gyojin, aceptando su posición como debía, mientras el resto se animaba por tener a alguien como él entre sus filas.
Y, para cuando me quise dar cuenta, todo el tablero de juego estaba dispuesto y las piezas corrían de aquí para allá con el claro objetivo de terminar la partida con una victoria. Todas las fuerzas de Terrel estaban reunidas en la defensa y los preparativos eran casi exhaustivos, por lo que podíamos confiar en poder medrar las cifras de enemigos mínimamente con artimañas. Dejé a mi compañero encargarse de encender los ánimos, ya que parecía entender mejor a esos hombres que yo, y en cuanto pasó un minuto me fijé en cómo varios piratas descendían una ladera bastante alejada.
— ¡Catapultas, a las diez! —grité, asegurándome de que me oyeran y siguieran mis indicaciones—. ¡Son seiscientos sesenta metros, ahora! —Terminé la frase y la cuerda se escuchó cortar el aire, mientras que una roca salía disparada y caía sobre la avanzadilla por escasos centímetros, dejándole sin pierna derecha. Tras él, como si hubiera llamado a su defensa, aparecieron casi cien enemigos que comenzaron a bajar la ladera con velocidad, agitando sables al aire y apuntando con pistolas que disparaban pero no encontraban meta— ¡Poneos en vuestras marcas! ¡Uno dos, ahora!
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La batalla comenzó con los latigazos de las cuerdas de los arcos, el zumbar de las flechas y el vuelo de las rocas en una y otra dirección. Los defensores se mantenían firmes ante el imparable avance del ejército enemigo, que no podía ni imaginarse lo que se le venía encima. A lo largo de toda la muralla, los proyectiles volaban según las órdenes se transmitían. Maki podía verlos como puntitos diminutos que surcaban el aire, mosquitos de piedra que aplastaban a la hueste que atacaba su ciudad.
El Duque Makintosh miraba con rostro alegre. Chispas decía que la armadura le quedaba bien, que era un auténtico caballero. Vale, eso último no lo había dicho, pero lo había pensado, Maki estaba seguro. Se le notaba en esa inexpresiva máscara que nunca se quitaba por alguna razón -seguramente porque era feo-. Al menos se le escuchaba bien dar órdenes. Había tomado el mando de la batalla tan fácil y naturalmente como si llevase haciéndolo toda la vida. Era un alivio, porque Maki no tenía claro qué más decir aparte de mandar que disparasen. Decidió que pasearía de acá para allá hasta que tuviese algo que hacer.
El joven mensajero caminó a su lado entre los guardianes de la muralla. Maki palmeaba espaldas, daba discursos de ánimo y enseñaba cómo meterse la cota de malla por dentro del peto para no dar una impresión de soldado descuidado. La imagen era algo importante cuando se combatía por el pueblo. A la gente no le gustaba ver a sus defensores como zarrapastrosos sin formación.
En cierto momento decidió que le apetecía disparar, así que le pidió el arco a un tipo. Tensó la cuerda con fuerza, se llevó el extremo emplumado de la flecha a la mejilla y apuntó. La flecha se le cayó antes de poder dispararla siquiera, y terminó estirando con tanta fuerza que se cargó el cordaje. Se lo devolvió a su dueño con algo de vergüenza y se fue rápido de allí.
Tras un rato, se dio cuenta de que estaba un poco lejos de donde había comenzado. Era fácil olvidarse de que luchaban en un perímetro muy amplio. Por aquella zona vio a varios grupos de enemigos avanzar con escalas para trepar por el muro, y allá que se fue. Maki agarró una, la levantó con soldados y todo y la zarandeó hasta que todos se cayeron. Luego, como no tenía claro qué hacer con ella, se la tiró a la cabeza al tipo más grande que vio. Con su ayuda, los soldados pudieron repeler ese pequeño asalto, aunque el peligro inminente no daba pie a celebrar nada. Varias torres de asalto, grandes, acorazadas y móviles gracias a sus numerosas ruedas, se aproximaban en buena cantidad. Maki envió al mensajero a informar a la unidad del puerto de que necesitaban la manguera allí.
En cuanto la primera de las torres estuvo cerca de la muralla, Maki la detuvo con sus propias manos. La puerta que había en el extremo superior de abrió, pero los primeros soldados cayeron en el poco espacio que los brazos del gyojin separaban el armatoste del muro. Los que iban detrás se dieron cuenta y le atacaron con lanzas. La armadura hizo su trabajo para orgullo de su portador, quien pudo concentrarse en usar todas sus fuerzas para volcar aquella cosa tan molesta y dejarla tirado de lado como un juguete roto para que los soldados la asaetaran a placer con flechas cubiertas de brea encendida. El humo ascendía negro y oleoso, pero aquel era el olor de la batalla, así que lo disfrutó.
Maki inspiró hondo y, tras un largo ataque de tos, volvió al trabajo.
El Duque Makintosh miraba con rostro alegre. Chispas decía que la armadura le quedaba bien, que era un auténtico caballero. Vale, eso último no lo había dicho, pero lo había pensado, Maki estaba seguro. Se le notaba en esa inexpresiva máscara que nunca se quitaba por alguna razón -seguramente porque era feo-. Al menos se le escuchaba bien dar órdenes. Había tomado el mando de la batalla tan fácil y naturalmente como si llevase haciéndolo toda la vida. Era un alivio, porque Maki no tenía claro qué más decir aparte de mandar que disparasen. Decidió que pasearía de acá para allá hasta que tuviese algo que hacer.
El joven mensajero caminó a su lado entre los guardianes de la muralla. Maki palmeaba espaldas, daba discursos de ánimo y enseñaba cómo meterse la cota de malla por dentro del peto para no dar una impresión de soldado descuidado. La imagen era algo importante cuando se combatía por el pueblo. A la gente no le gustaba ver a sus defensores como zarrapastrosos sin formación.
En cierto momento decidió que le apetecía disparar, así que le pidió el arco a un tipo. Tensó la cuerda con fuerza, se llevó el extremo emplumado de la flecha a la mejilla y apuntó. La flecha se le cayó antes de poder dispararla siquiera, y terminó estirando con tanta fuerza que se cargó el cordaje. Se lo devolvió a su dueño con algo de vergüenza y se fue rápido de allí.
Tras un rato, se dio cuenta de que estaba un poco lejos de donde había comenzado. Era fácil olvidarse de que luchaban en un perímetro muy amplio. Por aquella zona vio a varios grupos de enemigos avanzar con escalas para trepar por el muro, y allá que se fue. Maki agarró una, la levantó con soldados y todo y la zarandeó hasta que todos se cayeron. Luego, como no tenía claro qué hacer con ella, se la tiró a la cabeza al tipo más grande que vio. Con su ayuda, los soldados pudieron repeler ese pequeño asalto, aunque el peligro inminente no daba pie a celebrar nada. Varias torres de asalto, grandes, acorazadas y móviles gracias a sus numerosas ruedas, se aproximaban en buena cantidad. Maki envió al mensajero a informar a la unidad del puerto de que necesitaban la manguera allí.
En cuanto la primera de las torres estuvo cerca de la muralla, Maki la detuvo con sus propias manos. La puerta que había en el extremo superior de abrió, pero los primeros soldados cayeron en el poco espacio que los brazos del gyojin separaban el armatoste del muro. Los que iban detrás se dieron cuenta y le atacaron con lanzas. La armadura hizo su trabajo para orgullo de su portador, quien pudo concentrarse en usar todas sus fuerzas para volcar aquella cosa tan molesta y dejarla tirado de lado como un juguete roto para que los soldados la asaetaran a placer con flechas cubiertas de brea encendida. El humo ascendía negro y oleoso, pero aquel era el olor de la batalla, así que lo disfrutó.
Maki inspiró hondo y, tras un largo ataque de tos, volvió al trabajo.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Las gigantescas piedras se encargaron de cruzar el aire con la mayor de las velocidades y aplastar casi a una decena de ellos, provocando que el resto se percatase de la gravedad del asunto y decidiese tomar precauciones. A medida que avanzaban por la zona se iban dividiendo en grupos más pequeños, lo que hacía complicada la acción de los arqueros y artilleros, los cuales tenían que demostrar sus capacidades ahora. Antes era un momento en el que con solo disparar, por aglomeración tendría que atravesar a alguien, pero no era el caso ya. Suspiré, zafándome de un par de disparos que venían a por mí debido a mi presencia sobre la muralla.
— ¡Están tomando distancias entre ellos! ¡Cada grupo de arqueros disparará hacia el frente, al máximo que podáis, cuando así lo pida! —ordené, haciendo que tensasen las cuerdas. En esos instantes daba todas las gracias que podía reunir a mi máscara, que era la que me separaba de ellos y me daba la confianza suficiente como para imponerme de aquella manera. Seguía algo intimidado, pero ocultar mi identidad y sentir que no respiraba lo mismo que ellos me daba un aire de diferencia que me permitía tratarlos como distintos—. ¡Caballeros, aguardad todavía a los laterales de cada puerta! —Y aquellos hombres que portaban escudo y lanza se escondieron, dejando el sendero libre a aquellos que quisieran entrar—. ¡Artillería, cargad de nuevo, ahora disparad en torno a la puerta principal! —Y aquellos instrumentos de madera giraron levemente hasta apuntar al centro de la ladera—. ¡A la distancia de trescientos cincuenta metros, ahora! —Las cadenas se escucharon, retocaron el estado de cada catapulta y otras tantas rocas salieron disparas contra unos cuantos desdichados.
Todo hubiera sido maravilloso de no ser por un único detalle: dos olas de aire cortaron repentinamente una de las catapultas, llevándose consigo a uno de los encargados, que fue cortado por la cintura de forma limpia. Otra surgió en la esquina contraria, provocando lo mismo pero con dos bajas, y entonces supe lo que estaba sucediendo: «Putos niños…». Uní las manos, generando una red que dispuse justo frente a la catapulta del centro, notando gracias a mi haki de observación que la podría parar. Aun así, esta se desvió por uno de los laterales y volvió a su trayectoria, aunque permitiendo a los guardias esquivar semejante ataque. Estaban bien entrenados, y por eso le daría las gracias y mis felicitaciones a Terrel.
— ¡Ahora! —grité, viendo cómo un grupo rezagado había aparecido montado a caballo y cruzaba el campo de batalla con velocidad. Las flechas aparecieron en su camino sin dejarles mucho margen a responder, quedando la mayoría muy malheridos o quemados—. ¡Sin descanso, la próxima tanda al frente, a doscientos metros! —Y así hicieron, encargándose de otros tantos. Yo, por mi lado, me vi obligado a poner los pies sobre la muralla al esquivar una onda cortante que terminó avanzando hasta la ciudad, cortando el tejado de una casa bastante poderosa. Suspiré—. ¡Empezad a crear una cortina a los cien m-- —Quise continuar dando órdenes, pero noté un escalofrío. Algo me chillaba que me moviera de ahí y dejara de charlar, y así lo hice. Retrocedí veinte metros, notando un par de ondas que avanzaban tras de mí y dejaban claros cortes sobre la muralla—. ¡Cien metros! ¡En medio minuto, preparaos lanceros!
Las órdenes estaban dadas en la puerta más importante, que solo tendrían que mantener si todo seguía tal cual se planeaba. De no ser así, corría de su improvisación actuar mejor o peor, pero era mi turno de tomar parte en el asunto y dejar de hablar. Al fin y al cabo, los otros oficiales se encargaban de los alrededores y Augustus estaba haciendo una ronda por la zona, así que podía confiar en el bienestar y la integridad de la estructura principal que nos daba la oportunidad de plantar cara.
Me desmaterialicé, dirigiéndome hacia lo más profundo de sus tropas y escabulléndome entre unos y otros mientras daba calambres a lo largo de las piernas. No era la forma más efectiva de bajar sus tropas, ya que la gran mayoría sobrevivían y continuaban gracias a la armadura que les recubría, pero era un buen pasatiempo mientras me dirigía a por los oficiales enemigos. ¿El objetivo? Atraer a uno de ellos, a lo sumo un par, y ponerme manos a la obra, ya que eran personas con las que el grueso del ejército no podría. Y allí los vi, todavía tras la ladera, pero asomando los niños la cabeza: estaban sobre su hipopótamo, que a cada paso que había dado había destrozado la tierra. Eso sí que era artillería.
Lancé un par de rayos hacia ellos, tratando de encontrar a alguien con mi ofensiva, pero ellos fueron los que me encontraron a mí: repentinamente tuve a los dos chicos al lado, cada uno en una dirección opuesta. Trataban de clavarme sus guadañas en la espalda, por lo que me limité a descender y, mientras lo hacía, girarme en el aire para bañarlos con un rayo. Ellos también hicieron lo propio, bajando al suelo mientras trataban de rebanarme el gaznate, por lo que simplemente retrocedí en mi forma etérea. Desenfundé ambas pistolas, apuntando al chaval que se había posicionado a la izquierda, el que era un poco más alto:
— Quietos o le vuelo la cabeza —La pistola izquierda apuntaba hacia el horizonte, mientras que la derecha lo hacía a su cara. Con la trayectoria que los imanes marcaban, la bala cambiaría su trayectoria hacia el otro chico, pillándole desprevenido.
— ¡Están tomando distancias entre ellos! ¡Cada grupo de arqueros disparará hacia el frente, al máximo que podáis, cuando así lo pida! —ordené, haciendo que tensasen las cuerdas. En esos instantes daba todas las gracias que podía reunir a mi máscara, que era la que me separaba de ellos y me daba la confianza suficiente como para imponerme de aquella manera. Seguía algo intimidado, pero ocultar mi identidad y sentir que no respiraba lo mismo que ellos me daba un aire de diferencia que me permitía tratarlos como distintos—. ¡Caballeros, aguardad todavía a los laterales de cada puerta! —Y aquellos hombres que portaban escudo y lanza se escondieron, dejando el sendero libre a aquellos que quisieran entrar—. ¡Artillería, cargad de nuevo, ahora disparad en torno a la puerta principal! —Y aquellos instrumentos de madera giraron levemente hasta apuntar al centro de la ladera—. ¡A la distancia de trescientos cincuenta metros, ahora! —Las cadenas se escucharon, retocaron el estado de cada catapulta y otras tantas rocas salieron disparas contra unos cuantos desdichados.
Todo hubiera sido maravilloso de no ser por un único detalle: dos olas de aire cortaron repentinamente una de las catapultas, llevándose consigo a uno de los encargados, que fue cortado por la cintura de forma limpia. Otra surgió en la esquina contraria, provocando lo mismo pero con dos bajas, y entonces supe lo que estaba sucediendo: «Putos niños…». Uní las manos, generando una red que dispuse justo frente a la catapulta del centro, notando gracias a mi haki de observación que la podría parar. Aun así, esta se desvió por uno de los laterales y volvió a su trayectoria, aunque permitiendo a los guardias esquivar semejante ataque. Estaban bien entrenados, y por eso le daría las gracias y mis felicitaciones a Terrel.
— ¡Ahora! —grité, viendo cómo un grupo rezagado había aparecido montado a caballo y cruzaba el campo de batalla con velocidad. Las flechas aparecieron en su camino sin dejarles mucho margen a responder, quedando la mayoría muy malheridos o quemados—. ¡Sin descanso, la próxima tanda al frente, a doscientos metros! —Y así hicieron, encargándose de otros tantos. Yo, por mi lado, me vi obligado a poner los pies sobre la muralla al esquivar una onda cortante que terminó avanzando hasta la ciudad, cortando el tejado de una casa bastante poderosa. Suspiré—. ¡Empezad a crear una cortina a los cien m-- —Quise continuar dando órdenes, pero noté un escalofrío. Algo me chillaba que me moviera de ahí y dejara de charlar, y así lo hice. Retrocedí veinte metros, notando un par de ondas que avanzaban tras de mí y dejaban claros cortes sobre la muralla—. ¡Cien metros! ¡En medio minuto, preparaos lanceros!
Las órdenes estaban dadas en la puerta más importante, que solo tendrían que mantener si todo seguía tal cual se planeaba. De no ser así, corría de su improvisación actuar mejor o peor, pero era mi turno de tomar parte en el asunto y dejar de hablar. Al fin y al cabo, los otros oficiales se encargaban de los alrededores y Augustus estaba haciendo una ronda por la zona, así que podía confiar en el bienestar y la integridad de la estructura principal que nos daba la oportunidad de plantar cara.
Me desmaterialicé, dirigiéndome hacia lo más profundo de sus tropas y escabulléndome entre unos y otros mientras daba calambres a lo largo de las piernas. No era la forma más efectiva de bajar sus tropas, ya que la gran mayoría sobrevivían y continuaban gracias a la armadura que les recubría, pero era un buen pasatiempo mientras me dirigía a por los oficiales enemigos. ¿El objetivo? Atraer a uno de ellos, a lo sumo un par, y ponerme manos a la obra, ya que eran personas con las que el grueso del ejército no podría. Y allí los vi, todavía tras la ladera, pero asomando los niños la cabeza: estaban sobre su hipopótamo, que a cada paso que había dado había destrozado la tierra. Eso sí que era artillería.
Lancé un par de rayos hacia ellos, tratando de encontrar a alguien con mi ofensiva, pero ellos fueron los que me encontraron a mí: repentinamente tuve a los dos chicos al lado, cada uno en una dirección opuesta. Trataban de clavarme sus guadañas en la espalda, por lo que me limité a descender y, mientras lo hacía, girarme en el aire para bañarlos con un rayo. Ellos también hicieron lo propio, bajando al suelo mientras trataban de rebanarme el gaznate, por lo que simplemente retrocedí en mi forma etérea. Desenfundé ambas pistolas, apuntando al chaval que se había posicionado a la izquierda, el que era un poco más alto:
— Quietos o le vuelo la cabeza —La pistola izquierda apuntaba hacia el horizonte, mientras que la derecha lo hacía a su cara. Con la trayectoria que los imanes marcaban, la bala cambiaría su trayectoria hacia el otro chico, pillándole desprevenido.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Varias torres de asedio más completaron el recorrido hasta la muralla. A Maki le habría gustado bajar y detenerlas personalmente, pero había una absurda cantidad de soldados ahí abajo. Las flechas subían y bajaban a lo loco, y todas esas espadas parecían tremendamente afiladas. No era la mejor de las ideas saltar y meterse ahí, ni siquiera con su armadura nueva. ¿Y si le rompían al caballito de mar del yelmo? No, mejor luchar desde arriba.
Cada vez que una de las torres se abría para vomitar soldados, Maki iba hacia allá a enfrentarlos. Al principio era fácil; solo tenía que dar un par de golpes y dirigir a sus hombres para rechazar la invasión con más o menos éxito. Luego, según se iban acumulando a lo largo del largo muro, se hacía más difícil. Correr de acá para allá era agotador, y más si tenía que hacerlo vestido de acero y pasando a través de un río de gente que combatía. Fue solo cuestión de tiempo que llegasen a él solicitudes de ayuda a las que no podía acudir por estar ocupado. Maki enviaba a sus subordinados, sus grandes héroes del aquaeróbic, a donde él no podía llegar, pero la cosa empezaba a descontrolarse.
E iba a peor.
Cuando atacó una de las torres, se abrió la portezuela y se encontró con un cañón de frente. El disparo le arrancó el casco, y tuvo que perder un precioso tiempo buscándolo antes de poder arrancar el cañón de cuajo y usarlo como arma para zurrar enemigos. De no ser porque por fin le llevaron la manguera la cosa podría haber acabado fatal.
La manguera había sido idea de Maki. Al principio solo la quería para darse un remojón de vez en cuando, cosa que hizo en cuanto se la dieron, pero se le había ocurrido una idea mejor. Abrió la válvula y el agua de mar comenzó a ser bombeada a través del largo tubo. Maki la apuntó a los soldados y el agua a presión los fue tirando de la muralla como si fuesen muñequitos de feria. También hecho agua por la muralla, porque algunos soldados especialmente emocionados estaban intentando escalarla.
-¡Caed, malditos, caed! -gritaba, ebrio de victoria.
-Señor, mensaje de la puerta sur -le dijo el mensajero, que acababa de volver.
Maki vio la nota que le enviaban desde allá y acudió al trote. El camino era largo, pero decían que estaban a punto de que sus defensas cayeran. Llegó resollando, tan cansado que echó la pota por encima del muro. Lo curioso era que el número de enemigos no eran tan grande allí. Por alguna razón todo estaba extrañamente tranquilo. Había pocas máquinas de asedio, y las más cercanas estaban en llamas. Un grupo de rebeldes se acercaba a la puerta con un ariete cubierto en pieles mojadas, pero los defensores lo solucionaron lanzando yunques. Maki había ordenado que pusieran cajas con yunques sobre cada puerta para poder arrojarlos. Siempre funcionaba.
-Maldita sea, aquí no me necesitan. Chico, ve a pedir que me traigan mi jirafa.
El mensajero se marchó corriendo. Vaya zancadas... Ojalá él fuese así de veloz. Si no usaba una montura se caería muerto antes de llegar a donde estaba antes. ¿Qué había pasado? ¿Se habría confundido? Eso era el sur, ¿no? Sí, hacía calor, era el sur. El maldito comandante de la zona se había acobardado. Estaba claro que no todo el mundo estaba hecho para combatir por la Causa.
Como pasado un rato el chico no volvía y no había ni rastro de su corcel, tuvo que irse andando. Resignado a tener que volver a pie, tiró fuera de la muralla a un atacante de un bofetón y emprendió la vuelta a la puerta este, donde se encontraba lo más crudo de la batalla. Qué duro era ser soldado.
Cada vez que una de las torres se abría para vomitar soldados, Maki iba hacia allá a enfrentarlos. Al principio era fácil; solo tenía que dar un par de golpes y dirigir a sus hombres para rechazar la invasión con más o menos éxito. Luego, según se iban acumulando a lo largo del largo muro, se hacía más difícil. Correr de acá para allá era agotador, y más si tenía que hacerlo vestido de acero y pasando a través de un río de gente que combatía. Fue solo cuestión de tiempo que llegasen a él solicitudes de ayuda a las que no podía acudir por estar ocupado. Maki enviaba a sus subordinados, sus grandes héroes del aquaeróbic, a donde él no podía llegar, pero la cosa empezaba a descontrolarse.
E iba a peor.
Cuando atacó una de las torres, se abrió la portezuela y se encontró con un cañón de frente. El disparo le arrancó el casco, y tuvo que perder un precioso tiempo buscándolo antes de poder arrancar el cañón de cuajo y usarlo como arma para zurrar enemigos. De no ser porque por fin le llevaron la manguera la cosa podría haber acabado fatal.
La manguera había sido idea de Maki. Al principio solo la quería para darse un remojón de vez en cuando, cosa que hizo en cuanto se la dieron, pero se le había ocurrido una idea mejor. Abrió la válvula y el agua de mar comenzó a ser bombeada a través del largo tubo. Maki la apuntó a los soldados y el agua a presión los fue tirando de la muralla como si fuesen muñequitos de feria. También hecho agua por la muralla, porque algunos soldados especialmente emocionados estaban intentando escalarla.
-¡Caed, malditos, caed! -gritaba, ebrio de victoria.
-Señor, mensaje de la puerta sur -le dijo el mensajero, que acababa de volver.
Maki vio la nota que le enviaban desde allá y acudió al trote. El camino era largo, pero decían que estaban a punto de que sus defensas cayeran. Llegó resollando, tan cansado que echó la pota por encima del muro. Lo curioso era que el número de enemigos no eran tan grande allí. Por alguna razón todo estaba extrañamente tranquilo. Había pocas máquinas de asedio, y las más cercanas estaban en llamas. Un grupo de rebeldes se acercaba a la puerta con un ariete cubierto en pieles mojadas, pero los defensores lo solucionaron lanzando yunques. Maki había ordenado que pusieran cajas con yunques sobre cada puerta para poder arrojarlos. Siempre funcionaba.
-Maldita sea, aquí no me necesitan. Chico, ve a pedir que me traigan mi jirafa.
El mensajero se marchó corriendo. Vaya zancadas... Ojalá él fuese así de veloz. Si no usaba una montura se caería muerto antes de llegar a donde estaba antes. ¿Qué había pasado? ¿Se habría confundido? Eso era el sur, ¿no? Sí, hacía calor, era el sur. El maldito comandante de la zona se había acobardado. Estaba claro que no todo el mundo estaba hecho para combatir por la Causa.
Como pasado un rato el chico no volvía y no había ni rastro de su corcel, tuvo que irse andando. Resignado a tener que volver a pie, tiró fuera de la muralla a un atacante de un bofetón y emprendió la vuelta a la puerta este, donde se encontraba lo más crudo de la batalla. Qué duro era ser soldado.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Antes de que pudieran hacer cualquier movimiento más, me apresuré a apretar el gatillo y que la pistola escupiese una bala, la cual curvó su trayectoria a la perfección para dirigirse contra el chaval más bajito. Esbocé una sonrisa tras la máscara, viendo cómo en tan poco tiempo le sería imposible reaccionar, pero se me borró en el instante en el que escuché cómo el aire se partía en dos y, con él, la bala y parte del suelo. Una ola de viento me azotó de frente y yo me limité a alejarme con velocidad, pudiendo ver cuando abrí el plano que el otro chaval blandía su guadaña con seguridad. «¿No podía ser más fácil…?» pensé para mis adentros, mirando a mis alrededor y viendo que estábamos fuera de la guerra. Encargarme de ellos sería un gran avance para la guerra, puesto que por ahora parecían los más preparados y malvados de entre todos los piratas que avanzaban. Aun así… Podíamos mejorar la estrategia y matar —nunca mejor dicho— dos pájaros de un único tiro. Me deshice de pies a cuello, dejando ver cómo mi cabeza viajaba con velocidad hacia el epicentro de la batalla, rodeado de decenas de hombres que ahora se fijaban en mí y trataban de cortarme en pedazos. Irónicamente, los que terminaron así fueron ellos: otro haz cortante avanzó, partiéndolos a la mitad mientras yo me limitaba a esquivar. Conocía muy bien al tipo de gente que se guiaba por el instinto animal y que únicamente deseaba derramar sangre de otros, por lo que les daría más bien igual el bando mientras pudieran satisfacer sus deseos.
Me limité a centrarme en lo que me gritaba mi haki de observación y mis ojos, tratando de esquivar las tantas ondas cortantes con las que me atacaban el par que, aunque trataban de arrinconarme insistentemente, nunca lo lograban por la diferencia de velocidades. Cierto era que, tras un par de minutos menguando las tropas enemigas y esforzándome por esquivar, había terminado con más de una decena de cortes por todo el cuerpo, sumando los de ataques de los niños que me pillaban inadvertido y los piratas que aprovechaban cuando aparecía a su lado. Curé mis heridas en un instante, quedando como nuevo y fijándome cómo alrededor de la entrada principal no había nadie: el grupo se había dividido para ir a las dos que estaban alrededor. Algo me decía que corretear ya no serviría de mucho, pues los ojos de ambos se estaban empezando a centrar en la gente que estaba dentro de las murallas y que atacaban a sus tropas, amenazando con matarlos.
Me remangué con suavidad, lo suficiente para que mis finas y diminutas muñecas se asomasen, mientras suspiraba. Desenfundé el rifle, apuntando al frente y aprovechando el pequeño margen desde que el enemigo levantaba su guadaña hasta que atacaba para clavar una ráfaga en su hombro izquierdo, provocando que dejase de atacar para lamentarse. Yo, por mi parte, daba un salto hacia la derecha para evitar otro ataque que partió la tierra en dos, llevando mi arma a la espalda para recargarla y volver al ruedo: otro cargador en otro hombro izquierdo. Se miraron entre ellos entonces, asintiendo sin cruzar palabra y comenzando a correr uno a mi alrededor mientras el otro permanecía, pero aquello podía funcionar siempre y cuando yo permaneciese en el punto que ellos habían designado; aceleré hacia la zona contraria, de espaldas, viendo cómo el más alto se alejaba. «Así no me vais a poder pillar…» me reafirmé, sabiendo que la batalla estaba ganada. Y, entonces, noté algo en la cintura. Había seguido retrocediendo, pero algo me esperaba detrás: la hoja de la guadaña estaba dispuesta de tal forma que, sujeta por el pequeño, amenazaba con cercenarme en dos. Una pequeña fisura se creó a través de la capa y la carne, pero mi haki de armadura se encargó de evitar males mayores. Tratando de evitar aquel destino salí disparado hacia el frente, viendo como el otro enemigo me cortaba el paso de la misma manera y tirándome al suelo para pasar entre sus pequeñas piernas.
Me levanté con gracilidad, llevando el rifle de asalto a la espalda y consiguiendo mi escopeta, la que disparé al frente, atravesando la mayoría del cargador el cuerpo del chico y dejándolo en un muy mal estado. El otro desapareció, solo viéndose al lado de su compañero y ayudándolo a mantenerse mientras yo recargaba y me curaba. El herido se esforzó por mantenerse de pie, sujetando su arma en vertical frente al otro enemigo, que hizo exactamente lo mismo. Comenzaron a girar con demasiada velocidad y aquello se convirtió en una metralleta de ondas cortantes que me obligó a ponerme en marcha y no poder quedarme quieto. En forma de electricidad comencé a moverme de forma errática, tratando de evitar ataques desviados, mientras meditaba la próxima acción: «¿Podré acabar de una…?». Concentré energía a mi alrededor y me embalé contra los enemigos, apareciendo justo tras ellos sin que se lo esperasen, pero tampoco tardarían mucho en percatarse de mi presencia. Imbuí la escopeta de electricidad y disparé, atravesando cada uno de los rayos a uno de ellos y casi cortándolos por la mitad.
Me dejé caer al suelo unos segundos, compadeciéndome de mí mismo mientras guardaba el arma. Estaba agotado y solo había comenzado aquello.
Me limité a centrarme en lo que me gritaba mi haki de observación y mis ojos, tratando de esquivar las tantas ondas cortantes con las que me atacaban el par que, aunque trataban de arrinconarme insistentemente, nunca lo lograban por la diferencia de velocidades. Cierto era que, tras un par de minutos menguando las tropas enemigas y esforzándome por esquivar, había terminado con más de una decena de cortes por todo el cuerpo, sumando los de ataques de los niños que me pillaban inadvertido y los piratas que aprovechaban cuando aparecía a su lado. Curé mis heridas en un instante, quedando como nuevo y fijándome cómo alrededor de la entrada principal no había nadie: el grupo se había dividido para ir a las dos que estaban alrededor. Algo me decía que corretear ya no serviría de mucho, pues los ojos de ambos se estaban empezando a centrar en la gente que estaba dentro de las murallas y que atacaban a sus tropas, amenazando con matarlos.
Me remangué con suavidad, lo suficiente para que mis finas y diminutas muñecas se asomasen, mientras suspiraba. Desenfundé el rifle, apuntando al frente y aprovechando el pequeño margen desde que el enemigo levantaba su guadaña hasta que atacaba para clavar una ráfaga en su hombro izquierdo, provocando que dejase de atacar para lamentarse. Yo, por mi parte, daba un salto hacia la derecha para evitar otro ataque que partió la tierra en dos, llevando mi arma a la espalda para recargarla y volver al ruedo: otro cargador en otro hombro izquierdo. Se miraron entre ellos entonces, asintiendo sin cruzar palabra y comenzando a correr uno a mi alrededor mientras el otro permanecía, pero aquello podía funcionar siempre y cuando yo permaneciese en el punto que ellos habían designado; aceleré hacia la zona contraria, de espaldas, viendo cómo el más alto se alejaba. «Así no me vais a poder pillar…» me reafirmé, sabiendo que la batalla estaba ganada. Y, entonces, noté algo en la cintura. Había seguido retrocediendo, pero algo me esperaba detrás: la hoja de la guadaña estaba dispuesta de tal forma que, sujeta por el pequeño, amenazaba con cercenarme en dos. Una pequeña fisura se creó a través de la capa y la carne, pero mi haki de armadura se encargó de evitar males mayores. Tratando de evitar aquel destino salí disparado hacia el frente, viendo como el otro enemigo me cortaba el paso de la misma manera y tirándome al suelo para pasar entre sus pequeñas piernas.
Me levanté con gracilidad, llevando el rifle de asalto a la espalda y consiguiendo mi escopeta, la que disparé al frente, atravesando la mayoría del cargador el cuerpo del chico y dejándolo en un muy mal estado. El otro desapareció, solo viéndose al lado de su compañero y ayudándolo a mantenerse mientras yo recargaba y me curaba. El herido se esforzó por mantenerse de pie, sujetando su arma en vertical frente al otro enemigo, que hizo exactamente lo mismo. Comenzaron a girar con demasiada velocidad y aquello se convirtió en una metralleta de ondas cortantes que me obligó a ponerme en marcha y no poder quedarme quieto. En forma de electricidad comencé a moverme de forma errática, tratando de evitar ataques desviados, mientras meditaba la próxima acción: «¿Podré acabar de una…?». Concentré energía a mi alrededor y me embalé contra los enemigos, apareciendo justo tras ellos sin que se lo esperasen, pero tampoco tardarían mucho en percatarse de mi presencia. Imbuí la escopeta de electricidad y disparé, atravesando cada uno de los rayos a uno de ellos y casi cortándolos por la mitad.
Me dejé caer al suelo unos segundos, compadeciéndome de mí mismo mientras guardaba el arma. Estaba agotado y solo había comenzado aquello.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Encontró a la jirafa esperándole en el sitio al que tenía que ir. Para entonces, Maki ya tenía que esforzarse por no escupir el hígado después de esa horrible carrera a pie. Había tenido que pararse media docena de veces para ayudar en los puntos donde la defensa podía ser vulnerable, así que al menos había podido respirar un poco, pero aun así era toda una lata correr con tantos kilos de acero encima. Aun así, no podía permitir que sus hombres le vieran flaquear. Reunió fuerzas de flaqueza y se enderezó, fingiendo que estaba como una rosa. Respiró profundamente varias veces antes de volver a la acción, aunque tomándoselo con calma.
-¡Duque Makintosh! -exclamó el mensajero, que volvió a aparecer-. ¡Reclaman más ayuda desde el sur!
-¿Estas de broma?
-Y su jirafa se ha muerto.
-¡¿Qué?! ¡Ronald!
Lo último que deseaba era pegarse un viaje hasta allá otra vez. Cogió al primer tipo que pasó por su lado y le encargó buscar a Tildes. Podría matar dos pájaros de un tiro librándose de ese plasta enviándolo como refuerzo junto con unos cuantos soldados. Y mientras, él podía enfrentar lo que parecía ser una amenaza mucho mayor: una enorme estructura de madera que cargaba con un ariete rematado por un bloque de piedra en forma de punta de lanza. La temible arma de asedio avanzaba gracias a dos docenas de bueyes que la arrastraban hacia la puerta. ¿Cuántos golpes de esa cosa harían falta para destrozar la puerta? Seguramente, no muchos. Lo bueno era que la leve elevación del terreno hacía que le costase acercarse.
De repente, en la muralla parecieron brotar varias escalas. Las habían izado desde abajo, pero estas no podían soltarse. El extremo superior contaba con un gancho de acero que se cerraba sobre las almenas, dando a los atacantes un paso seguro hasta arriba. Y encima estaban hechas de hierro, así que no sería fácil romperlas. Maki podría, pero no podía ocuparse él solo de todas.
-¡Duque Makintosh, la puerta norte solicita refuerzos!
-¿Qué? ¿Cuándo? -Ese maldito chico mensajero empezaba a ser asfixiante-. Chispas está por allí, ya se apañarán.
-¡Y la puerta noreste, señor!
-¿Tenemos una puerta noreste?
-Pues, claro, ¿no lo recuerda?
Lo cierto era que no, que ni le sonaba. A lo mejor se había confundido con las direcciones. Eso le pasaba mucho, sobre todo cuando estaba estresado. Daba igual. Lo primero era el ariete malvado. Estaba ya tan cerca que podía distinguir unas cuantas palabras escritas en él, sobre todo groserías y un par de números de Den Den Mushi de muchachas calentorras. No fue por eso, pero se lanzó sobre él de golpe. Aterrizó sobre la punta de piedra con un leve tambaleo. Aquella cosa era muy grande, pero de madera. No le duraría ni un segundo. Estaba a punto de destruirlo cuando de repente algo estalló bajo él. La estructura entera se tambaleó, y Maki vio que un par de ruedas se soltaban y bajaban rodando cuesta abajo. No eran las únicas.
Con los bueyes en desbandada, todo el maldito trasto, Maki incluido, se deslizaba directo al corazón del ejército enemigo. ¿Y qué era eso que se distinguía en el cielo a lo lejos? ¿Humo? No eran pocas las columnas grises que se alzaban desde la ciudad. ¿Por aquella dirección no estaba el mar? Y esos ruidos apagados y distantes sonaban como cañones. Más valía que fuese una celebración y que no hubiesen llegado los barcos piratas. Eso sería un marrón. Otro más.
Saltó en plancha del ariete y aterrizó entre soldados enfadados. Empezaron a descargar sus armas sobre él de inmediato, pero su armadura se ganó el sueldo. Maki se bajó la celada y embistió hacia delante hasta que le dio un cabezazo a la muralla. Con eso se cargó el caballito de mar.
-¡NOOOO!
Trepó por unas de las escaleras que sus enemigos usaban para trepar, con el caballito roto en la mano, y varios de sus chicos de confianza ya le estaban esperando para darle malas noticias. Sí, los piratas atacaban desde el mar con una gran potencia de fuego, y les habían enviado varios refuerzos de la puerta sur, porque allí lo tenían todo bajo control. Maki se sintió confuso. ¿Por qué era todo tan lioso? ¿Tan difícil era que se pusieran de acuerdo?
Pensaba quejarse al Secretario del cachondeo que estaban teniendo ahí con las noticias. Eso le hizo pensar. ¿No provenían todos los mensajes del Secretario? No, eso no tenía sentido. O sí. ¿Por qué no dejaban de llegarle mensajes para que se fuese a otro sitio cuando tenían allí liada una de mil demonios? Y encima no hacía ni falta. Su instinto de revolucionario le advirtió de que algo ocurría.
-¿Y por qué queréis quitar a los hombres del puerto, señor? -preguntó Tildes. Por si fuera poco, ahí estaba otra vez.
-Pero si yo no he pedido eso. Que recuerde... No, no, seguro que no.
-¿Os burláis de mí? Vuestro mensajero ha transmitido esas órdenes con vuestra firma.
-Pero si yo no tengo firma... Espera, ¿el chico? ¿Dónde está?
-Se le ha visto dirigirse al castillo.
Estaba siendo todo muy raro. ¿A dónde debía acudir? El rey les había advertido que podía haber espías entre los suyos, aunque a Maki se le había olvidado hasta ese momento. ¿Podía ser el mensajero un traidor? ¿O el mismísimo Secretario? Maldita sea, ¡si estaba él protegiendo al rey!
-Resistid lo que podáis -ordenó-. Voy al castillo a salvar a Johny. ¡Traedme un caballo de verdad!
-¡Duque Makintosh! -exclamó el mensajero, que volvió a aparecer-. ¡Reclaman más ayuda desde el sur!
-¿Estas de broma?
-Y su jirafa se ha muerto.
-¡¿Qué?! ¡Ronald!
Lo último que deseaba era pegarse un viaje hasta allá otra vez. Cogió al primer tipo que pasó por su lado y le encargó buscar a Tildes. Podría matar dos pájaros de un tiro librándose de ese plasta enviándolo como refuerzo junto con unos cuantos soldados. Y mientras, él podía enfrentar lo que parecía ser una amenaza mucho mayor: una enorme estructura de madera que cargaba con un ariete rematado por un bloque de piedra en forma de punta de lanza. La temible arma de asedio avanzaba gracias a dos docenas de bueyes que la arrastraban hacia la puerta. ¿Cuántos golpes de esa cosa harían falta para destrozar la puerta? Seguramente, no muchos. Lo bueno era que la leve elevación del terreno hacía que le costase acercarse.
De repente, en la muralla parecieron brotar varias escalas. Las habían izado desde abajo, pero estas no podían soltarse. El extremo superior contaba con un gancho de acero que se cerraba sobre las almenas, dando a los atacantes un paso seguro hasta arriba. Y encima estaban hechas de hierro, así que no sería fácil romperlas. Maki podría, pero no podía ocuparse él solo de todas.
-¡Duque Makintosh, la puerta norte solicita refuerzos!
-¿Qué? ¿Cuándo? -Ese maldito chico mensajero empezaba a ser asfixiante-. Chispas está por allí, ya se apañarán.
-¡Y la puerta noreste, señor!
-¿Tenemos una puerta noreste?
-Pues, claro, ¿no lo recuerda?
Lo cierto era que no, que ni le sonaba. A lo mejor se había confundido con las direcciones. Eso le pasaba mucho, sobre todo cuando estaba estresado. Daba igual. Lo primero era el ariete malvado. Estaba ya tan cerca que podía distinguir unas cuantas palabras escritas en él, sobre todo groserías y un par de números de Den Den Mushi de muchachas calentorras. No fue por eso, pero se lanzó sobre él de golpe. Aterrizó sobre la punta de piedra con un leve tambaleo. Aquella cosa era muy grande, pero de madera. No le duraría ni un segundo. Estaba a punto de destruirlo cuando de repente algo estalló bajo él. La estructura entera se tambaleó, y Maki vio que un par de ruedas se soltaban y bajaban rodando cuesta abajo. No eran las únicas.
Con los bueyes en desbandada, todo el maldito trasto, Maki incluido, se deslizaba directo al corazón del ejército enemigo. ¿Y qué era eso que se distinguía en el cielo a lo lejos? ¿Humo? No eran pocas las columnas grises que se alzaban desde la ciudad. ¿Por aquella dirección no estaba el mar? Y esos ruidos apagados y distantes sonaban como cañones. Más valía que fuese una celebración y que no hubiesen llegado los barcos piratas. Eso sería un marrón. Otro más.
Saltó en plancha del ariete y aterrizó entre soldados enfadados. Empezaron a descargar sus armas sobre él de inmediato, pero su armadura se ganó el sueldo. Maki se bajó la celada y embistió hacia delante hasta que le dio un cabezazo a la muralla. Con eso se cargó el caballito de mar.
-¡NOOOO!
Trepó por unas de las escaleras que sus enemigos usaban para trepar, con el caballito roto en la mano, y varios de sus chicos de confianza ya le estaban esperando para darle malas noticias. Sí, los piratas atacaban desde el mar con una gran potencia de fuego, y les habían enviado varios refuerzos de la puerta sur, porque allí lo tenían todo bajo control. Maki se sintió confuso. ¿Por qué era todo tan lioso? ¿Tan difícil era que se pusieran de acuerdo?
Pensaba quejarse al Secretario del cachondeo que estaban teniendo ahí con las noticias. Eso le hizo pensar. ¿No provenían todos los mensajes del Secretario? No, eso no tenía sentido. O sí. ¿Por qué no dejaban de llegarle mensajes para que se fuese a otro sitio cuando tenían allí liada una de mil demonios? Y encima no hacía ni falta. Su instinto de revolucionario le advirtió de que algo ocurría.
-¿Y por qué queréis quitar a los hombres del puerto, señor? -preguntó Tildes. Por si fuera poco, ahí estaba otra vez.
-Pero si yo no he pedido eso. Que recuerde... No, no, seguro que no.
-¿Os burláis de mí? Vuestro mensajero ha transmitido esas órdenes con vuestra firma.
-Pero si yo no tengo firma... Espera, ¿el chico? ¿Dónde está?
-Se le ha visto dirigirse al castillo.
Estaba siendo todo muy raro. ¿A dónde debía acudir? El rey les había advertido que podía haber espías entre los suyos, aunque a Maki se le había olvidado hasta ese momento. ¿Podía ser el mensajero un traidor? ¿O el mismísimo Secretario? Maldita sea, ¡si estaba él protegiendo al rey!
-Resistid lo que podáis -ordenó-. Voy al castillo a salvar a Johny. ¡Traedme un caballo de verdad!
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Escuché disparos de cañones a lo lejos y me levanté de un salto, mirando a mí alrededor: unos cuantos barcos piratas, menos que antes y sin ningún hipopótamo gigante, se acercaban por la costa mientras bombardeaban las murallas. Me limpié la ropa mientras meditaba un poco acerca de qué tarea corría más prisa y, tras medir todo con cuidado, deliberé. Me desmaterialicé y me elevé en el aire, tratando de medir cuántas personas cruzaban el campo de batalla y midiendo cada bando lo mejor posible para hacer matemáticas. No se me daba nada mal calcular porcentajes en base a variables y, confiaba en que si Augustus ponía de su parte alcanzásemos un precioso treinta por ciento. Pero para llegar a aquel punto yo también tenía que hacer correctamente lo mío y más me valía ponerme manos a la obra.
Me adelanté a la muralla y busqué el primer grupo que encontré, empezando a dar órdenes mientras volaba y algunas balas me atravesaban:
— Reagruparos a la izquierda, aquí ya no haréis falta —Y, tras aquello, simplemente desaparecería de mi vista e iría haciendo lo mismo con otros tantos grupos para remediar las necesidades que provocaban los movimientos enemigos. También dictaminaba cómo proceder y pedía a aquellos que eran más proclives a ser alcanzados por los cañonazos que se resguardasen en las almenas, pero que prestasen atención a posibles derrumbes de la estructura. Aun así, yo me encargaría de remedir aquella situación para no perder la que era nuestra única ventaja en esa guerra: la posición.
Mientras me alejaba de la muralla en forma de electricidad, pude ver aquel punto que constituía a Augustus a la lejanía, corriendo al interior de la ciudad. «¿Qué demonios está haciendo…? ¿No entiende que necesitamos todos los apoyos posibles aquí?» pensé para mis adentros, barajando decenas de castigos que le podría dar al terminar la guerra. Si la terminábamos, porque a este ritmo iría para largo y nosotros éramos los que peor lo pasaríamos. Sobrevolé los cielos con soltura y me encargué de aparecer justo sobre la cubierta de uno de ellos, de forma arbitraria, pegando la palma a la cubierta y echándolo a arder. Antes de que se pudieran preparar para dispararme —ya que tenían el miedo de realizar fuego amigo— salté muy alto impulsándome con mis poderes, apuntando cada brazo a los barcos que estaban alrededor y emitiendo un rayo del máximo calibre que cortó el aire y los echó a arder también. Algunas balas me atravesaron sin hacerme daño, mientras que otras me hicieron rasguños a lo largo de la ropa, pero sin causarme nada preocupante. Hice lo propio con el resto de la fragata, bailando por el cielo mientras esquivaba proyectiles y dejaba fuera de juego aquellos que estaban a punto de disparar cañones, hasta que todo se silenció a excepción del crepitar de las llamas. Los barcos, que habían perdido su estructura y ardían como hogueras, se iban hundiendo en el mar mientras los más afortunados eran capaces de lanzarse al agua y nadar, solo para encontrar un peor destino: lancé un par de rayos que condujeron el agua con sal a la perfección, dejando morir al resto.
Resuelto el primer y más grave de los problemas, quedaba desmenuzar el resto y quitar las mayores piedras del saco: ir restando oficiales y altos rangos mientras dejaba el grueso de los efectivos a los guardias. Si aquellos hombres no se podían encargar de piratas rasos, no sabía qué y cómo habían entrenado todos estos años para pertenecer al cuerpo de protección del reino. Desde la cofa, acuclillado y con el francotirador frente al ojo, miraba el campo de batalla para tratar de comprobar si quedaba alguien allí que valiera la pena desechar con las propias manos y, por el mero recuerdo de la primera pelea, debían de seguir estando. Por lo pronto, los dos chavales que pelearon con Augustus y la semigigante. Y, la segunda, como era de esperar, no fue muy difícil de encontrar entre tanto humano. Obviamente resaltaba por el resto casi dos metros, así que no habría mucho problema en acercarme, aunque sí tendría que confiar en que no tuviera ningún truco bajo la manga ni fuera mucho más poderosa que los hermanos.
Desaparecí poco antes de que la embarcación terminase de hundirse en el mar y me dirigí hacia ella directamente, tratando de atravesarla por el pecho para borrarla del mapa sin más, pero algo se interpuso en mi camino a unos escasos dos metros: algo muy afilado. Esquivé por los pelos, impactando esta a pesar de estar completamente inmóvil en mi rodilla. Ella agitó la aguja a su alrededor hasta que pude deshacerme del ataque y curar la herida, momento en el que me fijé en ella. Daba órdenes a sus chicos para que marcharan y atacaran mientras no me despegaba la vista y dejaba entrever una sonrisa burlona.
— ¿Me ha tocado el niño? Bueno, te has encargado de algunos nombres importantes, así que iré con todo… —Dijo, adoptando una posición de batalla que no sabía descubrir por más que la observaba. Acercaba su aguja a mí junto a su palma, teniendo ambas piernas despegadas y preparadas para dar rápidos pasos. Quizás atacaba con ambas cosas: arma y puños.
Sin esperarme a que tomara la ofensiva, lancé dos rayos hacia ella que se curvaron a su alrededor para atacarla desde izquierda y derecha, pero ella no tardó en reaccionar y dio una patada al suelo que levantó una marea de tierra y polvo que la protegió. Sí, iba a ser que tenía sus trucos, aunque esta vez no le dejaría aprovecharlos. Volví a atacar, esta vez con tres rayos que cubrieron ambas direcciones anteriores y la superior, y aprovecharía su táctica para desenfundar el francotirador y atravesar su niebla de batalla con una bala a donde tenía que estar su garganta.
Me adelanté a la muralla y busqué el primer grupo que encontré, empezando a dar órdenes mientras volaba y algunas balas me atravesaban:
— Reagruparos a la izquierda, aquí ya no haréis falta —Y, tras aquello, simplemente desaparecería de mi vista e iría haciendo lo mismo con otros tantos grupos para remediar las necesidades que provocaban los movimientos enemigos. También dictaminaba cómo proceder y pedía a aquellos que eran más proclives a ser alcanzados por los cañonazos que se resguardasen en las almenas, pero que prestasen atención a posibles derrumbes de la estructura. Aun así, yo me encargaría de remedir aquella situación para no perder la que era nuestra única ventaja en esa guerra: la posición.
Mientras me alejaba de la muralla en forma de electricidad, pude ver aquel punto que constituía a Augustus a la lejanía, corriendo al interior de la ciudad. «¿Qué demonios está haciendo…? ¿No entiende que necesitamos todos los apoyos posibles aquí?» pensé para mis adentros, barajando decenas de castigos que le podría dar al terminar la guerra. Si la terminábamos, porque a este ritmo iría para largo y nosotros éramos los que peor lo pasaríamos. Sobrevolé los cielos con soltura y me encargué de aparecer justo sobre la cubierta de uno de ellos, de forma arbitraria, pegando la palma a la cubierta y echándolo a arder. Antes de que se pudieran preparar para dispararme —ya que tenían el miedo de realizar fuego amigo— salté muy alto impulsándome con mis poderes, apuntando cada brazo a los barcos que estaban alrededor y emitiendo un rayo del máximo calibre que cortó el aire y los echó a arder también. Algunas balas me atravesaron sin hacerme daño, mientras que otras me hicieron rasguños a lo largo de la ropa, pero sin causarme nada preocupante. Hice lo propio con el resto de la fragata, bailando por el cielo mientras esquivaba proyectiles y dejaba fuera de juego aquellos que estaban a punto de disparar cañones, hasta que todo se silenció a excepción del crepitar de las llamas. Los barcos, que habían perdido su estructura y ardían como hogueras, se iban hundiendo en el mar mientras los más afortunados eran capaces de lanzarse al agua y nadar, solo para encontrar un peor destino: lancé un par de rayos que condujeron el agua con sal a la perfección, dejando morir al resto.
Resuelto el primer y más grave de los problemas, quedaba desmenuzar el resto y quitar las mayores piedras del saco: ir restando oficiales y altos rangos mientras dejaba el grueso de los efectivos a los guardias. Si aquellos hombres no se podían encargar de piratas rasos, no sabía qué y cómo habían entrenado todos estos años para pertenecer al cuerpo de protección del reino. Desde la cofa, acuclillado y con el francotirador frente al ojo, miraba el campo de batalla para tratar de comprobar si quedaba alguien allí que valiera la pena desechar con las propias manos y, por el mero recuerdo de la primera pelea, debían de seguir estando. Por lo pronto, los dos chavales que pelearon con Augustus y la semigigante. Y, la segunda, como era de esperar, no fue muy difícil de encontrar entre tanto humano. Obviamente resaltaba por el resto casi dos metros, así que no habría mucho problema en acercarme, aunque sí tendría que confiar en que no tuviera ningún truco bajo la manga ni fuera mucho más poderosa que los hermanos.
Desaparecí poco antes de que la embarcación terminase de hundirse en el mar y me dirigí hacia ella directamente, tratando de atravesarla por el pecho para borrarla del mapa sin más, pero algo se interpuso en mi camino a unos escasos dos metros: algo muy afilado. Esquivé por los pelos, impactando esta a pesar de estar completamente inmóvil en mi rodilla. Ella agitó la aguja a su alrededor hasta que pude deshacerme del ataque y curar la herida, momento en el que me fijé en ella. Daba órdenes a sus chicos para que marcharan y atacaran mientras no me despegaba la vista y dejaba entrever una sonrisa burlona.
— ¿Me ha tocado el niño? Bueno, te has encargado de algunos nombres importantes, así que iré con todo… —Dijo, adoptando una posición de batalla que no sabía descubrir por más que la observaba. Acercaba su aguja a mí junto a su palma, teniendo ambas piernas despegadas y preparadas para dar rápidos pasos. Quizás atacaba con ambas cosas: arma y puños.
Sin esperarme a que tomara la ofensiva, lancé dos rayos hacia ella que se curvaron a su alrededor para atacarla desde izquierda y derecha, pero ella no tardó en reaccionar y dio una patada al suelo que levantó una marea de tierra y polvo que la protegió. Sí, iba a ser que tenía sus trucos, aunque esta vez no le dejaría aprovecharlos. Volví a atacar, esta vez con tres rayos que cubrieron ambas direcciones anteriores y la superior, y aprovecharía su táctica para desenfundar el francotirador y atravesar su niebla de batalla con una bala a donde tenía que estar su garganta.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Maki se sentía como un guerrero imbatible que iba en pos de salvar el mundo. Épico, duro, hermoso en su verdosa armadura, se dirigía sobre su portentoso caballo de guerra prestado a enfrentar al mal. En realidad no salvaría el mundo, pero sí un trocito, lo cual no estaba mal para un día de entre semana. Ni tampoco montaba un caballo de guerra, sino el rocín que le había confiscado a un viandante al grito "¡Alto, soy un pez!". Le había salido solo con la tensión del momento, pero le gustaba. Por desgracia, a su caballo no.
El animal se cayó de bruces cuando aún le quedaba un trecho hasta el castillo. Maki cayó rodando y, al no poder hacer que se incorporara, decidió darle una manzana que alguien había dejado sin vigilancia en una frutería con la persiana echada y buscarse un nuevo transporte; tenía prisa y le rozaban los muslos. Probó con un perro, un mastín enorme que apenas pudo con su peso, y luego se subió a una tortuga enorme que un viejo utilizaba para transportar sus cosas. Le gustaba cabalgar sobre ella, pero no tenía tiempo para disfrutar del paseo como debería. Como la posibilidad de atarse a dos docenas de palomas para ir volando parecía tremendamente complicada al no tener cuerdas, le tocó ir a pie.
Cuando llegó al castillo, los guardias apostados frente al portón principal no le dejaron pasar. Esgrimieron sus alabardas y las órdenes del Secretario al respecto. Ni siquiera estaban dispuestos a subir la reja. No había tiempo para razonar. El rey estaba en peligro, de eso estaba seguro. Casi. Y si no lo estaba, pues daba igual. Ya estaba allí, y tampoco se iba a volver tontamente. Así que los noqueó a los seis y trepó por la reja hasta lo alto del muro que rodeaba el castillo. Desde allí arriba, al lado del mar, podía ver claramente el humo que venía del puerto y de los barcos que ardían. Eso era un problema para luego.
Descendió de un salto al patio interior y corrió al interior del castillo. Varios guardias más le gritaron, pero los ignoró. Maki sacó fuerzas de flaqueza para llegar hasta la cocina. No fue hasta que tuvo hecho ya un bocadillo que recordó que no tenía que ir ahí. En fin, necesitaba descansar y recuperar fuerzas de todos modos. Ya más reposado pudo llegar al piso superior, ignorando, apaleando o avasallando a todo vigilante que se topaba usando su autoridad o un bofetón bien dado. El MANUAL autorizaba el uso de la fuerza contra los propios compañeros solo si era para demostrar que se tenía razón en algo que nadie más veía. Y él pensaba demostrarlo.
Cuando llegó a las escaleras que conducían a la torre donde el rey se encontraba confinado, los soldados que la custodiaban estaban muertos. Maki se dio prisa. Desenvainó su espada -no tenía muy claro por qué, pero le gustaba el tinte dramático que daba a la situación- y tiró para arriba. El ruido del acero chocando le condujo hasta una antesala donde varios soldados luchaban. Traidores, sin duda. Pero ¿cuáles? Como no tenía forma de saberlo sin un interrogatorio en el que necesitaría un flexo, tenazas y mucha baba, los derribó a todos moviendo el agua del ambiente y empotrándolos en la pared.
"Ale, una cosa menos."
Abrió la siguiente puerta bruscamente. Al otro lado estaban los aposentos del rey, una serie de habitaciones exageradamente grandes que ocupaban varias plantas de la torre, todas ellas conectadas en un único espacio enorme. Allí se encontraba el Secretario, clavado a la pared por una lanza, y varios de sus hombres combatiendo contra ¿el mensajero? Vaya, pues a lo mejor sí que era malo. Eso explicaba tanto lío con las peticiones de ayuda que le transmitía y las órdenes que supuestamente daba Maki. En realidad, era un buen espía. Solo tenía que saber cerrar las cartas después de leerlas, y si él podía hacerlo con un salivajo, el chaval también.
Para ser pequeño y joven se movía bien. Usando dos cuchillos diminutos estaba manteniendo a raya a tres soldados bien armados. Pero no podría gran cosa contra el Duque Makintosh. Lo desarmó de un tortazo, lo cogió del cogote como a un gato y lo levantó hasta dejárselo a la altura de su cara.
-Se acabó tu traición, niño.
-Suéltame.
-No.
-Va...
-He dicho que no.
-Mira, yo soy el amable. ¡Déjame terminar el trabajo! ¡Quiero impresionar a Patty!
-¡Que no! Oye, ese nombre me suena.
El techo de la torre se vino abajo de repente. Una lluvia de escombros cayó sobre la cara alfombra real y dejó entrar la luz del sol. Recortada contra el cielo, una figura enorme que recordaba a un gorila musculoso. Otra chica más pequeña iba con ella, con el pelo verde y cara de enfado.
-Yo podría haber hecho eso también.
-No lo creo, Patty.
-Claro que sí. ¡Tú, suelta a Milton!
La chica pequeña señaló a Maki mientras su acompañante bajaba al suelo de un salto. Maki soltó al chico y alzó su espadón. Entonces el chaval se acercó a la masa de músculos.
-Ya casi lo tenía -protestó.
-Sí, sí -le dijo la humana peliverde-. Calla y vuelve a tu sitio, venga. -El mensajero obedeció. La grandullona desenroscó su cuerpo, la parte superior se desplazó y el chico entró en él. Qué raro era todo eso-. No nos mires así. La Rusa Rusa no mi es rara, ¿vale? Pero a todo el mundo le gustan las matrioshkas. Y ahora cárgatelo, Sylpha. No me gusta como huele.
El animal se cayó de bruces cuando aún le quedaba un trecho hasta el castillo. Maki cayó rodando y, al no poder hacer que se incorporara, decidió darle una manzana que alguien había dejado sin vigilancia en una frutería con la persiana echada y buscarse un nuevo transporte; tenía prisa y le rozaban los muslos. Probó con un perro, un mastín enorme que apenas pudo con su peso, y luego se subió a una tortuga enorme que un viejo utilizaba para transportar sus cosas. Le gustaba cabalgar sobre ella, pero no tenía tiempo para disfrutar del paseo como debería. Como la posibilidad de atarse a dos docenas de palomas para ir volando parecía tremendamente complicada al no tener cuerdas, le tocó ir a pie.
Cuando llegó al castillo, los guardias apostados frente al portón principal no le dejaron pasar. Esgrimieron sus alabardas y las órdenes del Secretario al respecto. Ni siquiera estaban dispuestos a subir la reja. No había tiempo para razonar. El rey estaba en peligro, de eso estaba seguro. Casi. Y si no lo estaba, pues daba igual. Ya estaba allí, y tampoco se iba a volver tontamente. Así que los noqueó a los seis y trepó por la reja hasta lo alto del muro que rodeaba el castillo. Desde allí arriba, al lado del mar, podía ver claramente el humo que venía del puerto y de los barcos que ardían. Eso era un problema para luego.
Descendió de un salto al patio interior y corrió al interior del castillo. Varios guardias más le gritaron, pero los ignoró. Maki sacó fuerzas de flaqueza para llegar hasta la cocina. No fue hasta que tuvo hecho ya un bocadillo que recordó que no tenía que ir ahí. En fin, necesitaba descansar y recuperar fuerzas de todos modos. Ya más reposado pudo llegar al piso superior, ignorando, apaleando o avasallando a todo vigilante que se topaba usando su autoridad o un bofetón bien dado. El MANUAL autorizaba el uso de la fuerza contra los propios compañeros solo si era para demostrar que se tenía razón en algo que nadie más veía. Y él pensaba demostrarlo.
Cuando llegó a las escaleras que conducían a la torre donde el rey se encontraba confinado, los soldados que la custodiaban estaban muertos. Maki se dio prisa. Desenvainó su espada -no tenía muy claro por qué, pero le gustaba el tinte dramático que daba a la situación- y tiró para arriba. El ruido del acero chocando le condujo hasta una antesala donde varios soldados luchaban. Traidores, sin duda. Pero ¿cuáles? Como no tenía forma de saberlo sin un interrogatorio en el que necesitaría un flexo, tenazas y mucha baba, los derribó a todos moviendo el agua del ambiente y empotrándolos en la pared.
"Ale, una cosa menos."
Abrió la siguiente puerta bruscamente. Al otro lado estaban los aposentos del rey, una serie de habitaciones exageradamente grandes que ocupaban varias plantas de la torre, todas ellas conectadas en un único espacio enorme. Allí se encontraba el Secretario, clavado a la pared por una lanza, y varios de sus hombres combatiendo contra ¿el mensajero? Vaya, pues a lo mejor sí que era malo. Eso explicaba tanto lío con las peticiones de ayuda que le transmitía y las órdenes que supuestamente daba Maki. En realidad, era un buen espía. Solo tenía que saber cerrar las cartas después de leerlas, y si él podía hacerlo con un salivajo, el chaval también.
Para ser pequeño y joven se movía bien. Usando dos cuchillos diminutos estaba manteniendo a raya a tres soldados bien armados. Pero no podría gran cosa contra el Duque Makintosh. Lo desarmó de un tortazo, lo cogió del cogote como a un gato y lo levantó hasta dejárselo a la altura de su cara.
-Se acabó tu traición, niño.
-Suéltame.
-No.
-Va...
-He dicho que no.
-Mira, yo soy el amable. ¡Déjame terminar el trabajo! ¡Quiero impresionar a Patty!
-¡Que no! Oye, ese nombre me suena.
El techo de la torre se vino abajo de repente. Una lluvia de escombros cayó sobre la cara alfombra real y dejó entrar la luz del sol. Recortada contra el cielo, una figura enorme que recordaba a un gorila musculoso. Otra chica más pequeña iba con ella, con el pelo verde y cara de enfado.
-Yo podría haber hecho eso también.
-No lo creo, Patty.
-Claro que sí. ¡Tú, suelta a Milton!
La chica pequeña señaló a Maki mientras su acompañante bajaba al suelo de un salto. Maki soltó al chico y alzó su espadón. Entonces el chaval se acercó a la masa de músculos.
-Ya casi lo tenía -protestó.
-Sí, sí -le dijo la humana peliverde-. Calla y vuelve a tu sitio, venga. -El mensajero obedeció. La grandullona desenroscó su cuerpo, la parte superior se desplazó y el chico entró en él. Qué raro era todo eso-. No nos mires así. La Rusa Rusa no mi es rara, ¿vale? Pero a todo el mundo le gustan las matrioshkas. Y ahora cárgatelo, Sylpha. No me gusta como huele.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los tres rayos impactaron contra la ola de tierra que los asoló, desapareciendo en la nada, pero la bala no corrió la misma suerte: atravesó aquella masa que había alzado el vuelo y un grito mudo se escuchó mientras desaparecía. Para cuando cinco segundos después la vista se despejó, la mujer estaba ahí arrodillada, tapando una dolorosa herida del cuello con la mano mientras insultaba a todos los que había allí sin excepción. Murmuraba con gestos violentos, agarrando con fuerza la aguja, que posicionó frente a ella a la vez que se elevaba sobre sus dos gigantescas piernas —más grandes que yo. Me llevé las manos a la espalda, guardando el arma que en distancias cortas no me serviría y que había elegido solo por su potencia, recogiendo la escopeta para asestar el golpe final en el pecho.
Ella se lanzó al frente, tratando de ensartarme de la forma más directa y vulgar posible, dirigiendo aquella estocada hacia donde tenía que estar mi corazón. Me atravesó en el primer ataque, pues al parecer no había hecho uso de haki de armadura, pero no tardó en hacer retroceder el metal y tratar de clavarlo nuevamente, ahora tiznado de un brillante negro. Yo pude aprovechar aquella confusión para desmaterializarme y evitar estar allí en el momento en el que pasase a la ofensiva nuevamente, lanzando un par de rayos a los pies que no tenían más objetivo que molestar su carrera. Eso hicieron, obligándola a saltar mientras trataba de acercarse de una forma un poco graciosa, ya que seguí haciéndolo hasta que me vi obligado nuevamente a alejarme. Traté de aparecer a sus espaldas, a menos de un metro, para agujerearla a base de plomo, pero aquella aguja traspasó mi mejilla por el lateral y dejó un reguero de sangre bañando mi cuello. Golpeé su arma con la mía para evitar que me amenazase nuevamente, lográndolo por poco mientras daba un salto hacia atrás. Antes de tocar el suelo, simplemente me desvanecería y volvería a moverme a su alrededor hasta encontrar una apertura, pero algo me hacía notar que quizás me seguía con la mirada, ya que no encontraba punto ciego.
Viendo que aquello no parecería tener fin de continuar así, suspiré todavía en mi forma eléctrica y la embestí, previendo que sería lo suficientemente rápida como para interponer el arma entre ambos. De esa forma, me limitaría a volver a formar la parte superior del cuerpo mientras daba una patada al aire y me impulsaba en altura, esquivando su contraataque y apuntando a la nuca con el arma. Apreté el gatillo y ''Bum'', su cabeza se encontraba separada del resto del cuerpo. «Otra menos…» pensé, sin recordar a nadie más que aquellos dos chavales que tantos problemas le habían dado a Augustus. Teniendo en cuenta la clara ausencia de animales —obviando el hipopótamo que, por cierto, avanzaba de forma segura y clara— y gritos, pude suponer que allí no estaban. Quizás en otra parte de la batalla o se habían retirado, pero estaba más bien seguro de que ningún gorila o elefante corrían a sus anchas por el lugar.
En vista de que mis primeras dos tareas estaban cumplidas, quedaba mermar las cifras del enemigo. Sorprendentemente, a pesar de lo nerviosas que estaban las tropas y lo poco coordinadas que se habían mostrado a lo largo de la batalla, parecían una máquina decentemente engrasada. Cada uno cometía su función como había estipulado antes del combate: los arqueros eliminaban el camino con una cascada de flechas, algunos cañones mataban y los guardias cuidaban la puerta para evitar que nadie entrase a la ciudad y nos pillase la espalda. Ahora, mi parte, sería simplemente aliviar la carga que llevaban a la espalda. Me acerqué a lo alto de la muralla, notando de un vistazo que éramos menos que antes:
— ¿Resumen de la guerra? —dije a un oficial que estaba por allí enzarzado en una batalla de sables.
— ¿¡T-Tú crees… —Ambos filos chocaron sonoramente, deslizándose uno contra el otro hasta que perdieron el contacto—… que te… tengo idea de qué p-pasa…!? —gritó con claros nervios. «¿Tan complicado es decirme algo aunque sea, cascarrabias…?» pensé para mis adentros sin soltar prenda, lanzando un rayo hacia su enemigo que lo fulminó por completo.
— ¿Resumen de la guerra?
— Ehm… Sí, voy. Hemos ganado el control de la puerta a su izquierda, mientras que las tropas enemigas, según dijeron un par de reclutas, se han agrupado por el otro lado. Eso explicaría por qué han ganado, ya que sus tropas han disminuido consid… —Y se fijó en que ya no estaba. Desde hacía más de diez palabras, de hecho.
Casi me teletransporté a la puerta donde los piratas y rebeldes habían montado su mayor chiringuito: gigantescas torres, arrastraban un par de catapultas, asediaban las puertas con un ariete-cohete… La entrada no tardó en ser derrumbada, atrapando a unos cuantos guardias mientras que los otros mantuvieron el tipo y elevaron su armamento para protegerse de una primera embestida. Yo, dejándoles esa parte del trabajo, me limité a lanzar rayos a todo lo que habían montado, quemando sus ventajas y friendo a unos cuantos enemigos en el camino. Me limitaba a esquivar balas con simples movimientos mientras me centraba en dejarles sin nada más que su cuerpo y las armas que llevasen, permitiendo que el único cañón que subsistía —ya que el resto había sucumbido por la artillería enemiga, o al menos a eso apuntaban los indicios— abrir fuego e ir restando cifras. Y yo, simplemente, me uní con la mayor de las eficacias, lanzando chispas a unos y a otros para marcar la diferencia por mi mano.
Ella se lanzó al frente, tratando de ensartarme de la forma más directa y vulgar posible, dirigiendo aquella estocada hacia donde tenía que estar mi corazón. Me atravesó en el primer ataque, pues al parecer no había hecho uso de haki de armadura, pero no tardó en hacer retroceder el metal y tratar de clavarlo nuevamente, ahora tiznado de un brillante negro. Yo pude aprovechar aquella confusión para desmaterializarme y evitar estar allí en el momento en el que pasase a la ofensiva nuevamente, lanzando un par de rayos a los pies que no tenían más objetivo que molestar su carrera. Eso hicieron, obligándola a saltar mientras trataba de acercarse de una forma un poco graciosa, ya que seguí haciéndolo hasta que me vi obligado nuevamente a alejarme. Traté de aparecer a sus espaldas, a menos de un metro, para agujerearla a base de plomo, pero aquella aguja traspasó mi mejilla por el lateral y dejó un reguero de sangre bañando mi cuello. Golpeé su arma con la mía para evitar que me amenazase nuevamente, lográndolo por poco mientras daba un salto hacia atrás. Antes de tocar el suelo, simplemente me desvanecería y volvería a moverme a su alrededor hasta encontrar una apertura, pero algo me hacía notar que quizás me seguía con la mirada, ya que no encontraba punto ciego.
Viendo que aquello no parecería tener fin de continuar así, suspiré todavía en mi forma eléctrica y la embestí, previendo que sería lo suficientemente rápida como para interponer el arma entre ambos. De esa forma, me limitaría a volver a formar la parte superior del cuerpo mientras daba una patada al aire y me impulsaba en altura, esquivando su contraataque y apuntando a la nuca con el arma. Apreté el gatillo y ''Bum'', su cabeza se encontraba separada del resto del cuerpo. «Otra menos…» pensé, sin recordar a nadie más que aquellos dos chavales que tantos problemas le habían dado a Augustus. Teniendo en cuenta la clara ausencia de animales —obviando el hipopótamo que, por cierto, avanzaba de forma segura y clara— y gritos, pude suponer que allí no estaban. Quizás en otra parte de la batalla o se habían retirado, pero estaba más bien seguro de que ningún gorila o elefante corrían a sus anchas por el lugar.
En vista de que mis primeras dos tareas estaban cumplidas, quedaba mermar las cifras del enemigo. Sorprendentemente, a pesar de lo nerviosas que estaban las tropas y lo poco coordinadas que se habían mostrado a lo largo de la batalla, parecían una máquina decentemente engrasada. Cada uno cometía su función como había estipulado antes del combate: los arqueros eliminaban el camino con una cascada de flechas, algunos cañones mataban y los guardias cuidaban la puerta para evitar que nadie entrase a la ciudad y nos pillase la espalda. Ahora, mi parte, sería simplemente aliviar la carga que llevaban a la espalda. Me acerqué a lo alto de la muralla, notando de un vistazo que éramos menos que antes:
— ¿Resumen de la guerra? —dije a un oficial que estaba por allí enzarzado en una batalla de sables.
— ¿¡T-Tú crees… —Ambos filos chocaron sonoramente, deslizándose uno contra el otro hasta que perdieron el contacto—… que te… tengo idea de qué p-pasa…!? —gritó con claros nervios. «¿Tan complicado es decirme algo aunque sea, cascarrabias…?» pensé para mis adentros sin soltar prenda, lanzando un rayo hacia su enemigo que lo fulminó por completo.
— ¿Resumen de la guerra?
— Ehm… Sí, voy. Hemos ganado el control de la puerta a su izquierda, mientras que las tropas enemigas, según dijeron un par de reclutas, se han agrupado por el otro lado. Eso explicaría por qué han ganado, ya que sus tropas han disminuido consid… —Y se fijó en que ya no estaba. Desde hacía más de diez palabras, de hecho.
Casi me teletransporté a la puerta donde los piratas y rebeldes habían montado su mayor chiringuito: gigantescas torres, arrastraban un par de catapultas, asediaban las puertas con un ariete-cohete… La entrada no tardó en ser derrumbada, atrapando a unos cuantos guardias mientras que los otros mantuvieron el tipo y elevaron su armamento para protegerse de una primera embestida. Yo, dejándoles esa parte del trabajo, me limité a lanzar rayos a todo lo que habían montado, quemando sus ventajas y friendo a unos cuantos enemigos en el camino. Me limitaba a esquivar balas con simples movimientos mientras me centraba en dejarles sin nada más que su cuerpo y las armas que llevasen, permitiendo que el único cañón que subsistía —ya que el resto había sucumbido por la artillería enemiga, o al menos a eso apuntaban los indicios— abrir fuego e ir restando cifras. Y yo, simplemente, me uní con la mayor de las eficacias, lanzando chispas a unos y a otros para marcar la diferencia por mi mano.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Maki estaba convencido de que iba a comerle. Era tan grande, tan aterradora y tan brutal que despertaba en él el instinto de la presa que se encuentra frente a un depredador. Ya podía imaginarse a esa bola de músculos asándolo en una sartén, dejando que su grasilla se derritiera y sorbiéndola con una pajita mientras masticaba su nariz bien tostada al fuego. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para dejar de visualizar esas cosas. ¡Era el Duque Makintosh, pardiez! No enfrentaría al enemigo con miedo en el cuerpo.
Con miedo en el cuerpo recibió el primer golpe. Ni lo vio venir. De repente, el tren desbocado que era el brazo de la gigante gris chocó contra su armadura y lo envió volando a la otra punta de la sala. La espada quedó tirada por ahí y el caballito de mar, torpemente atado con un mediocre apaño hecho con tela y un escaso talento para los nudos, se cayó de nuevo, dejando la cimera del yelmo desnuda. Pero la pirata no se conformó con eso. Corrió hacia él con expresión de total relajación, como si luchar contra caballeros acorazados fuese lo más habitual del mundo para ella. Tal vez lo era. Maki también estaba costumbrado al combate, más o menos, así que no se sintió muy orgulloso de su reacción: le tiró el caballito a la cara y trató de huir. No le salió bien.
La pirata lo embistió con el hombro por delante. Y como su hombro era más o menos como todo el torso de Maki, ambos acabaron atravesando una pared violentamente. La brisa, inundada del arome del salitre y el humo, le indicó que estaban en un balcón. Maki se puso en pie y se agarró a la barandilla, un pretil de piedra que se le antojaba tristemente frágil en ese momento. Se apartó y el puño de la gorila lo reventó en pedazos. Quiso lanzarse al contraataque, pero la embestida de antes había abollado la coraza de la armadura y le costaba moverse. Suerte que su rival le ayudó: lo agarró por el yelmo y, como quien rompe la cáscara de un cacahuete, arrancó la coraza para poder incrustar el puño en el abdomen de Maki. Gracias a su pericia como revolucionario pudo evitarlo, elevando las piernas y colgándose el brazo colosal de la pirata como un lémur.
-Eres un tipo muy raro. ¿Has visto lo raro que es este tipo, Patty?
Maki la interrumpió con una patada en la cara. Eso la enfadó mucho. Estrelló el brazo contra la pared con la intención de chafar al pobre Maki, pero este fue más listo y se soltó. Entonces tuvo que rodar por el suelo para evitar los continuos pisotones de la gorila musculosa. Giró y giró hasta que se topó con una chimenea, de nuevo en el interior de los amplios aposentos del rey. Se puso en pie y trató de que el mundo dejase de girar. Un salvaje bofetón le giró le abolló el yelmo y le bajó la celada, pero también hizo que se le pasara el mareo, curiosamente.
-Ábrete, venga... -maldijo. No podía subir la maldita visera del yelmo. Tuvo que atacar a ciegas, dando un cabezazo hacia donde creía que estaba su rival. El topetazo contra la pared fue tan fuerte que la celada se desatascó. La pirata le miraba divertida.
"Para vencer a este rival vas a tener que emplearte a fondo, Augustus. Hace falta algo nuevo y radical."
Apartó el yelmo a un lado y, pieza a pieza, se fue deshaciendo de la armadura. Había llegado la hora de dejar de luchar como un caballero y hacerlo como un revolucionario. Agradeciendo la cercanía al mar, comenzó a absorber la humedad del aire. Poco a poco fue hinchándose grotescamente según litros y litros de agua entraban en su organismo. Cuando se hubo convertido en una mole, se lanzó a por la pirata. Esta le lanzó un violento puñetazo que a punto estuvo de agujerear su cuerpo como un globo de agua. Pero el Oficial Makintosh estaba preparado. Acercó su rostro al de la gorila y entonces pasó al ataque:
Le plantó un morreo de los que hacen historia.
Usando su mayor baza a la hora de seducir -unos labios carnositos y húmedos- Maki unió su boca a la de aquella extraña y bruta humana. Mas no se dejó llevar por el erotismo del momento, sino que comenzó a expulsar toda el agua que había absorbido directamente en la boca de ella, sujetándose con brazos y piernas como un koala desesperado para no soltarse. Notaba como la pirata intentaba librarse, pero había pocas cosas en el mundo capaces de contrarrestar el poder de lapa de Augustus Makintosh. Sus lorzas mojadas se adherían sin piedad a todo cuando se apretaba contra ellas, y no tardó en notar como su rival perdía fuerzas y caía semi-ahogada al suelo. Solo entonces se soltó, expulsó el resto del agua y buscó algún rastro del rey.
-Espero que mi mujer no se entere de esto.
Con miedo en el cuerpo recibió el primer golpe. Ni lo vio venir. De repente, el tren desbocado que era el brazo de la gigante gris chocó contra su armadura y lo envió volando a la otra punta de la sala. La espada quedó tirada por ahí y el caballito de mar, torpemente atado con un mediocre apaño hecho con tela y un escaso talento para los nudos, se cayó de nuevo, dejando la cimera del yelmo desnuda. Pero la pirata no se conformó con eso. Corrió hacia él con expresión de total relajación, como si luchar contra caballeros acorazados fuese lo más habitual del mundo para ella. Tal vez lo era. Maki también estaba costumbrado al combate, más o menos, así que no se sintió muy orgulloso de su reacción: le tiró el caballito a la cara y trató de huir. No le salió bien.
La pirata lo embistió con el hombro por delante. Y como su hombro era más o menos como todo el torso de Maki, ambos acabaron atravesando una pared violentamente. La brisa, inundada del arome del salitre y el humo, le indicó que estaban en un balcón. Maki se puso en pie y se agarró a la barandilla, un pretil de piedra que se le antojaba tristemente frágil en ese momento. Se apartó y el puño de la gorila lo reventó en pedazos. Quiso lanzarse al contraataque, pero la embestida de antes había abollado la coraza de la armadura y le costaba moverse. Suerte que su rival le ayudó: lo agarró por el yelmo y, como quien rompe la cáscara de un cacahuete, arrancó la coraza para poder incrustar el puño en el abdomen de Maki. Gracias a su pericia como revolucionario pudo evitarlo, elevando las piernas y colgándose el brazo colosal de la pirata como un lémur.
-Eres un tipo muy raro. ¿Has visto lo raro que es este tipo, Patty?
Maki la interrumpió con una patada en la cara. Eso la enfadó mucho. Estrelló el brazo contra la pared con la intención de chafar al pobre Maki, pero este fue más listo y se soltó. Entonces tuvo que rodar por el suelo para evitar los continuos pisotones de la gorila musculosa. Giró y giró hasta que se topó con una chimenea, de nuevo en el interior de los amplios aposentos del rey. Se puso en pie y trató de que el mundo dejase de girar. Un salvaje bofetón le giró le abolló el yelmo y le bajó la celada, pero también hizo que se le pasara el mareo, curiosamente.
-Ábrete, venga... -maldijo. No podía subir la maldita visera del yelmo. Tuvo que atacar a ciegas, dando un cabezazo hacia donde creía que estaba su rival. El topetazo contra la pared fue tan fuerte que la celada se desatascó. La pirata le miraba divertida.
"Para vencer a este rival vas a tener que emplearte a fondo, Augustus. Hace falta algo nuevo y radical."
Apartó el yelmo a un lado y, pieza a pieza, se fue deshaciendo de la armadura. Había llegado la hora de dejar de luchar como un caballero y hacerlo como un revolucionario. Agradeciendo la cercanía al mar, comenzó a absorber la humedad del aire. Poco a poco fue hinchándose grotescamente según litros y litros de agua entraban en su organismo. Cuando se hubo convertido en una mole, se lanzó a por la pirata. Esta le lanzó un violento puñetazo que a punto estuvo de agujerear su cuerpo como un globo de agua. Pero el Oficial Makintosh estaba preparado. Acercó su rostro al de la gorila y entonces pasó al ataque:
Le plantó un morreo de los que hacen historia.
Usando su mayor baza a la hora de seducir -unos labios carnositos y húmedos- Maki unió su boca a la de aquella extraña y bruta humana. Mas no se dejó llevar por el erotismo del momento, sino que comenzó a expulsar toda el agua que había absorbido directamente en la boca de ella, sujetándose con brazos y piernas como un koala desesperado para no soltarse. Notaba como la pirata intentaba librarse, pero había pocas cosas en el mundo capaces de contrarrestar el poder de lapa de Augustus Makintosh. Sus lorzas mojadas se adherían sin piedad a todo cuando se apretaba contra ellas, y no tardó en notar como su rival perdía fuerzas y caía semi-ahogada al suelo. Solo entonces se soltó, expulsó el resto del agua y buscó algún rastro del rey.
-Espero que mi mujer no se entere de esto.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Las cifras enemigas, sumándose a las que causaban los propios ejércitos del reino, se iban reduciendo a un ritmo que, a juzgar por los gritos de los oficiales, les resultaba alarmante. Como para no serlo. Habían llegado con una absurda ventaja numérica al sumar los barcos y todo aquello, pero poco a poco se fue diluyendo junto al pasar de los minutos. Habían tenido una buena premisa como estrategia y les valoraba por ello, pero no habían previsto que nuestro bando tuviera a dos capitanes a su cargo. Bueno, podía contarme a mí, ya que a Augustus llevaba sin verlo un buen rato, pero confiaba en que estuviera ocupándose de algo importante. Quizás hasta se había ido a proteger al rey por sí mismo. Cualquier cosa a excepción de morirse, ya que lo veía demasiado escurridizo, tozudo y apegado a la vida que perdería antes el orgullo y la guerra que un mísero dedo.
Pero no estaba en posición de preocuparme de los demás —al menos más de lo necesario—, ya que la guerra aún seguía en pie. Eran menos, claro que lo eran, pero incluso con un solo hombre la insurrección seguiría viva y nuestra misión era explícitamente erradicarla. Bueno, no exactamente explícitamente, pero me dolían las articulaciones de estar tanto tiempo convertido en electricidad y la piel escocía por culpa de las heridas de roces de balas que había empezado a no curar eficientemente. Quería acabar aquello cuanto antes y hacerles pagar por aquel daño y aquello pasaba por no dejar títere con cabeza. Me limitaba a ir volando sobre las cabezas de los pecadores y hacerles llover rayos a todos y cada uno, de forma que cualquiera que fuera impactado por completo caería rendido. Si le sumábamos las flechas de mis propios soldados y los guardias que se encargaban de los pocos adelantados… Las fuerzas enemigas en aquella puerta se estaban extinguiendo y ya se las podía confiar a ellos, por lo que mi trabajo era irme a otra lo antes posible para darle la vuelta a la situación.
Simplemente volé en línea recta a la que era la otra puerta más cercana, al otro lado de la principal, viendo cómo la puerta había sido reventada en astillas y estaba tirada sobre el suelo, apoyándose en unos cuantos cuerpos de lanceros. Y, aunque la madera no pesase mucho, estaban muertos por la presión; un elefante se daba paseos por encima, atacando con la trompa a todo aquel que se acercase a su camino. Y vaya que corría para buscar bronca. De un solo golpe se llevaba por delante a media decena que, aunque no morían en el acto, sí que perdían los ánimos de pelear al encontrarse con unas pocas costillas rotas antes de poder hacer nada. Aun así, si una debilidad tenían los poderes de invocación era la carencia de fuerza del usuario, que dependía por completo de su poder, aunque buenamente se podía aplicar también a mí.
Bajé con velocidad, encontrando el dueño con suma facilidad: el único que estaba a menos de dos metros del elefante y no lucía asustado o sorprendido. Descendí, descendí y descendí, hasta llegar a menos de un metro y tratar de plantarle la mano en el hombro para dejarlo fuera de juego. Aun así, algo sujetó mi antebrazo con suficiente fuerza como para hacerme daño. Otro pirata que destacaba sobre el resto, pero que parecía carecer de experiencia por cómo resultó todo aquello: simplemente hice fluir la electricidad hasta fundirle los sesos y, adelantando la pierna, hice surgir otro rayo desde la tibia, que pasó bajo el ya fallecido hasta alcanzar al domador y dejarlo fuera de juego. Los piratas de menor rango, que esperaban al otro lado del umbral de la puerta, me miraban aterrados y yo me paré en seco mientras sonreía. Elevé las manos y, como arrastrando algo de arriba hacia abajo, generé una pared de electricidad que los aisló del exterior. A un par de ellos que fueron más listo los atrapó en medio y los mató sin lugar a dudas, mientras que el resto se vio acorralado entre los pocos lanceros que habían sobrevivido y un oficial. Lancé un par de rayos que reafirmaron la superioridad y me elevé sin perder mi concentración para que mi creación permaneciese.
«Bueno, parece que todo ya se está calmando… Ha sido más cansado de lo normal, pero…» dije para mis adentros mientras iba perdiendo altura y me sentaba sobre el muro, respirando con lentitud para tratar de retomar la tranquilidad. Los indicios de guerra cruzaban el campo de batalla, ya que se seguían enfrentando los de menor rango, pero ahí no tendría que interferir siquiera. «Se terminó, ¿no? Todos están fue--» pensé y me quedé con los ojos bien abiertos, interrumpido por aquello que había obviado: el hipopótamo seguía avanzando hacia las murallas y mis instintos de físico me decían que teníamos diez minutos por delante.
Pero no estaba en posición de preocuparme de los demás —al menos más de lo necesario—, ya que la guerra aún seguía en pie. Eran menos, claro que lo eran, pero incluso con un solo hombre la insurrección seguiría viva y nuestra misión era explícitamente erradicarla. Bueno, no exactamente explícitamente, pero me dolían las articulaciones de estar tanto tiempo convertido en electricidad y la piel escocía por culpa de las heridas de roces de balas que había empezado a no curar eficientemente. Quería acabar aquello cuanto antes y hacerles pagar por aquel daño y aquello pasaba por no dejar títere con cabeza. Me limitaba a ir volando sobre las cabezas de los pecadores y hacerles llover rayos a todos y cada uno, de forma que cualquiera que fuera impactado por completo caería rendido. Si le sumábamos las flechas de mis propios soldados y los guardias que se encargaban de los pocos adelantados… Las fuerzas enemigas en aquella puerta se estaban extinguiendo y ya se las podía confiar a ellos, por lo que mi trabajo era irme a otra lo antes posible para darle la vuelta a la situación.
Simplemente volé en línea recta a la que era la otra puerta más cercana, al otro lado de la principal, viendo cómo la puerta había sido reventada en astillas y estaba tirada sobre el suelo, apoyándose en unos cuantos cuerpos de lanceros. Y, aunque la madera no pesase mucho, estaban muertos por la presión; un elefante se daba paseos por encima, atacando con la trompa a todo aquel que se acercase a su camino. Y vaya que corría para buscar bronca. De un solo golpe se llevaba por delante a media decena que, aunque no morían en el acto, sí que perdían los ánimos de pelear al encontrarse con unas pocas costillas rotas antes de poder hacer nada. Aun así, si una debilidad tenían los poderes de invocación era la carencia de fuerza del usuario, que dependía por completo de su poder, aunque buenamente se podía aplicar también a mí.
Bajé con velocidad, encontrando el dueño con suma facilidad: el único que estaba a menos de dos metros del elefante y no lucía asustado o sorprendido. Descendí, descendí y descendí, hasta llegar a menos de un metro y tratar de plantarle la mano en el hombro para dejarlo fuera de juego. Aun así, algo sujetó mi antebrazo con suficiente fuerza como para hacerme daño. Otro pirata que destacaba sobre el resto, pero que parecía carecer de experiencia por cómo resultó todo aquello: simplemente hice fluir la electricidad hasta fundirle los sesos y, adelantando la pierna, hice surgir otro rayo desde la tibia, que pasó bajo el ya fallecido hasta alcanzar al domador y dejarlo fuera de juego. Los piratas de menor rango, que esperaban al otro lado del umbral de la puerta, me miraban aterrados y yo me paré en seco mientras sonreía. Elevé las manos y, como arrastrando algo de arriba hacia abajo, generé una pared de electricidad que los aisló del exterior. A un par de ellos que fueron más listo los atrapó en medio y los mató sin lugar a dudas, mientras que el resto se vio acorralado entre los pocos lanceros que habían sobrevivido y un oficial. Lancé un par de rayos que reafirmaron la superioridad y me elevé sin perder mi concentración para que mi creación permaneciese.
«Bueno, parece que todo ya se está calmando… Ha sido más cansado de lo normal, pero…» dije para mis adentros mientras iba perdiendo altura y me sentaba sobre el muro, respirando con lentitud para tratar de retomar la tranquilidad. Los indicios de guerra cruzaban el campo de batalla, ya que se seguían enfrentando los de menor rango, pero ahí no tendría que interferir siquiera. «Se terminó, ¿no? Todos están fue--» pensé y me quedé con los ojos bien abiertos, interrumpido por aquello que había obviado: el hipopótamo seguía avanzando hacia las murallas y mis instintos de físico me decían que teníamos diez minutos por delante.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Maki recogió su espada, más por puro compromiso que por otra cosa, y se sentó un rato a descansar en uno de los muchos sofás que había repartidos por la habitación. Los soldados que quedaban vivos se mantenían en guardia frente a una puerta cerrada, pero a él no le apetecía seguir de pie. Bastante ejercicio había hecho ya por un día; se merecía sentarse diez minutos. Mientras tanto, desde lo alto, la tal Patty intentaba bajar del techo sin mucho éxito. Intentaba descolgarse y alcanzar con un brazo una lámpara del techo, pero no le iba muy bien.
-Ya verás, pez. Verás como en cuanto baje... -amenazaba-. Hay un montón de gente dentro de mí que puede acabar contigo. O sino lo haré yo misma. Ya verás, ya... ¡Ah!
Al final se resbaló y cayó de bruces sobre una mesa, destrozándola completamente y quedando inconsciente. Al final la gorila iba a tener razón y Patty sí que era débil. Lástima, porque esa tenacidad y esa injustificada confianza en su inexistente fuerza eran lo que el Oficial Makintosh pedía para todo miembro de su unidad.
El monarca no tardó en salir de su escondrijo. No era la puerta que vigilaban los guardias, sino un pasadizo secreto oculto tras un cuadro que casualmente mostraba una puerta.
-Os doy las gracias, amigo mío.
-De nada, hombre. ¿Estamos en paz por lo del minibar?
-Y más aún. Pero me temo que la guerra no ha terminado. He recibido noticias de que un grupo de piratas ha desembarcado para ayudar a los rebeldes, así que esto no se detendrá hasta que ella caiga.
Maki miró a la chica que se había autoderrotado, un tanto confuso.
-No ella, sino Nirna. Se marchó al exilio después de que Mireia heredará el trono. Nirna era la mayor, pero... en fin, nuestro padre no consideraba que fuese apta para reinar. Se convirtió en pirata, fue lo último que supe de ella, y ahora ha vuelto. Por fin tiene una excusa para reclamar el poder, supongo.
-Si se lo dieras acabarías antes, ¿no? Créeme, yo soy rey y no mola nada.
-¿Que vos sois qué?
De repente, otro mensajero apareció a la carrera. Los guardias lo detuvieron con sus lanzas, pero no impidieron que transmitiera su mensaje.
-¡Su Majestad! Yo... esto... Mirad por la ventana.
Maki fue también a ver. Desde el balcón podían contemplar a la distancia casi toda la ciudad. Los ejércitos enemigos seguían ahí, pero la vista se iba inmediatamente hacia la zona donde Maki había estado luchando. Un criado les pasó al rey y a él un par de catalejos que le permitieron distinguir la masa gris del barco-hipopótamo, con una diminuta mancha en forma de persona sobre su cabeza. ¿Sería la que quería el trono, la líder de los piratas? Supuso que había llegado la hora de enfrentarla.
Pidió que le buscasen algo con lo que ir hasta allá, pero se calló a mitad de la frase, cuando vio cómo el cuerpo de la pirata cambiaba. O el cristal del catalejo le estaba engañando o su cuerpo estaba creciendo monstruosamente, dejando pequeño a su hipopótamo. Crecía y se alargaba, como una serpiente con brazos rematados por largas zarpas. Cuando se alzó en el aire, como una colosal bestia de escamas rojas y cabello dorado, de cara alargada y un hocico que exhalaba humo, ya no tuvo problemas para verla bien a simple vista. Casi parecía...
-¡Es un drag...
-¡Es una anguila! -interrumpió Maki.
Genial, ahora tenía que luchar contra una anguila gigante y voladora. ¿Es que ese día no iba a terminar nunca? Ojalá hubiese alguien que pudiera hacerlo en su lugar, pero ya le habían explicado que los líderes militares que no se habían rebelado... en fin, que el propio Maki los había derrotado cuando derrocó a la última reina. Iba a tener que asumir la responsabilidad. La Revolución nunca dejaba tirados a sus aliados, ni siquiera cuando era lo que más le apetecía.
-Traedme el tirachinas -ordenó.
Se puso de nuevo el yelmo, cogió su espada y, después de obligar a unos cuantos soldados a cargar con el enorme tirachinas hasta el patio, Maki fue lanzado. Voló hacia la anguila a toda velocidad, contra el enemigo final, contra el último obstáculo en aquella guerra. Surcó los cielos como un gran héroe que acudía a la batalla, como el caballero que derrotaba al dragón -aunque estaba claro que aquello no era un dragón, sino una anguila-. Desenvainó su espada, dispuesto a hacer algo espectacular con ella. Voló hacia la cabeza de la pirata con el poder de la justicia en sus puños.
Y la anguila le pegó un manotazo tan bestial que el cuerpo de Maki dejó un agujero en la muralla.
Pero bueno, al menos no había soltado la espada.
-Ya verás, pez. Verás como en cuanto baje... -amenazaba-. Hay un montón de gente dentro de mí que puede acabar contigo. O sino lo haré yo misma. Ya verás, ya... ¡Ah!
Al final se resbaló y cayó de bruces sobre una mesa, destrozándola completamente y quedando inconsciente. Al final la gorila iba a tener razón y Patty sí que era débil. Lástima, porque esa tenacidad y esa injustificada confianza en su inexistente fuerza eran lo que el Oficial Makintosh pedía para todo miembro de su unidad.
El monarca no tardó en salir de su escondrijo. No era la puerta que vigilaban los guardias, sino un pasadizo secreto oculto tras un cuadro que casualmente mostraba una puerta.
-Os doy las gracias, amigo mío.
-De nada, hombre. ¿Estamos en paz por lo del minibar?
-Y más aún. Pero me temo que la guerra no ha terminado. He recibido noticias de que un grupo de piratas ha desembarcado para ayudar a los rebeldes, así que esto no se detendrá hasta que ella caiga.
Maki miró a la chica que se había autoderrotado, un tanto confuso.
-No ella, sino Nirna. Se marchó al exilio después de que Mireia heredará el trono. Nirna era la mayor, pero... en fin, nuestro padre no consideraba que fuese apta para reinar. Se convirtió en pirata, fue lo último que supe de ella, y ahora ha vuelto. Por fin tiene una excusa para reclamar el poder, supongo.
-Si se lo dieras acabarías antes, ¿no? Créeme, yo soy rey y no mola nada.
-¿Que vos sois qué?
De repente, otro mensajero apareció a la carrera. Los guardias lo detuvieron con sus lanzas, pero no impidieron que transmitiera su mensaje.
-¡Su Majestad! Yo... esto... Mirad por la ventana.
Maki fue también a ver. Desde el balcón podían contemplar a la distancia casi toda la ciudad. Los ejércitos enemigos seguían ahí, pero la vista se iba inmediatamente hacia la zona donde Maki había estado luchando. Un criado les pasó al rey y a él un par de catalejos que le permitieron distinguir la masa gris del barco-hipopótamo, con una diminuta mancha en forma de persona sobre su cabeza. ¿Sería la que quería el trono, la líder de los piratas? Supuso que había llegado la hora de enfrentarla.
Pidió que le buscasen algo con lo que ir hasta allá, pero se calló a mitad de la frase, cuando vio cómo el cuerpo de la pirata cambiaba. O el cristal del catalejo le estaba engañando o su cuerpo estaba creciendo monstruosamente, dejando pequeño a su hipopótamo. Crecía y se alargaba, como una serpiente con brazos rematados por largas zarpas. Cuando se alzó en el aire, como una colosal bestia de escamas rojas y cabello dorado, de cara alargada y un hocico que exhalaba humo, ya no tuvo problemas para verla bien a simple vista. Casi parecía...
-¡Es un drag...
-¡Es una anguila! -interrumpió Maki.
Genial, ahora tenía que luchar contra una anguila gigante y voladora. ¿Es que ese día no iba a terminar nunca? Ojalá hubiese alguien que pudiera hacerlo en su lugar, pero ya le habían explicado que los líderes militares que no se habían rebelado... en fin, que el propio Maki los había derrotado cuando derrocó a la última reina. Iba a tener que asumir la responsabilidad. La Revolución nunca dejaba tirados a sus aliados, ni siquiera cuando era lo que más le apetecía.
-Traedme el tirachinas -ordenó.
Se puso de nuevo el yelmo, cogió su espada y, después de obligar a unos cuantos soldados a cargar con el enorme tirachinas hasta el patio, Maki fue lanzado. Voló hacia la anguila a toda velocidad, contra el enemigo final, contra el último obstáculo en aquella guerra. Surcó los cielos como un gran héroe que acudía a la batalla, como el caballero que derrotaba al dragón -aunque estaba claro que aquello no era un dragón, sino una anguila-. Desenvainó su espada, dispuesto a hacer algo espectacular con ella. Voló hacia la cabeza de la pirata con el poder de la justicia en sus puños.
Y la anguila le pegó un manotazo tan bestial que el cuerpo de Maki dejó un agujero en la muralla.
Pero bueno, al menos no había soltado la espada.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El espectáculo que se planteó ante mí fue de todo menos discreto. Más bien, cualquiera diría que la persona que lo provocó estaba tratando de atraer todas las atenciones posibles en aquellos momentos, aunque lo lograría sin siquiera esforzarse. Al fin y al cabo, estaba montada sobre un hipopótamo de unas dimensiones descomunales y la fruta del diablo que habría consumido —de no ser un bicho demasiado raro— era tan espectacular como llamativa. ¿Útil? Seguro, pero para el sigilo no sería la mejor opción. Y, por desgracia, ahora mismo estábamos en un campo de batalla donde no le hacía la más mínima falta.
— Wow —Se me escapó al ver cómo su cuerpo se deformaba de una forma realmente extraña, creciendo a cada instante a lo largo y ancho. Sus brazos dieron forma a unas gigantescas patas que poco tenían que envidiar a las del elefante de antes. De la zona de la cintura surgió una cola como continuación de la columna, que empezó a hacerse lo suficientemente grande como para competir en longitud con aquel torso que era enorme frente a mí. Su cara adoptó la forma de un depredador, en consonancia al resto de su cuerpo. Por si fuera poco, de sus dos fosas nasales comenzó a surgir un pequeño humo oscuro que se alternó con ligeras ráfagas de fuego naranja y rojo, que dejaban clara la naturaleza de aquel animal.
A mí, tras la máscara, se me abrió la boca de par en par. Como si fueran mimos, todos a mi alrededor habían hecho lo mismo y, aunque me parecía algo natural viniendo de parte de la guardia real —que seguramente no hubieran visto nada como aquello en todos sus años de vida en Terrel—, parecía ser que los piratas tampoco estaban acostumbrados a aquella forma. De una forma tan sutil como a de su compañera, comenzaron a hacerse a un lado y dejar tranquila la muralla y sus puertas, como aterrados de estar en el camino. Y, antes de que pudiera hacer cualquier cosa para comenzar un enfrentamiento que parecía realmente nada igualado, escuché al aire silbar con fuerza. Una masa enana de agua y carne surgió del interior de la ciudad, cortando el aire con la mayor de las confianzas y violencias, acortando distancias con el enemigo. «¿Así que quieres brillar, Augustus…?» me dije para mí, sonriente tras mi disfraz. No me importaba ser el segundón en todo aquello, ser opacado por el revolucionario, si significaba terminar el encargo.
— ¡Dale ahí, Augu--! —grité, cortado por otro chiflido realmente molesto. Una estela se formó en el aire de la velocidad que tomó el cuerpo de mi compañero. El enemigo, con cierta desidia, había levantado la pata con rapidez y le había asestado un gancho lateral con tanta fuerza que lo había hecho retroceder en cuestión de un segundo. Chocó contra la muralla, rompiendo rocas a su paso pero frenándose antes de atravesarla por completo, levantando una ola de polvo que impedía ver qué había sido del gyojin. Volviéndome etéreo me deslicé por la zona hasta llegar a donde debía de estar—. ¿Sigues vivo, Augustus? —pregunté al aire, evitando que el polvo bañase mi ropa. No sabía estaba ahí todavía. Bueno, de hecho estaba seguro, al no haber escuchado el otro límite de la muralla romperse ni ver rajas por esta, así que más bien el comentario era que no sabía si seguía ahí vivo. O entero. Él, por sus cualidades de pez, quizás podría haber aguantado mejor el choque junto a su armadura, pero yo estaba seguro que estaría dividido en varios trozos de estar en su lugar.
Con el ánimo de ver que las tornas podían cambiar, ya que tenían su última baza allí —que no entendía por qué se presentaba al final de la batalla, aunque quizás simplemente buscaba destacar—, se acercaron unos cuantos a mi posición para intentar eliminarme. Yo me limité a darme la vuelta con rapidez y, apuntándoles con los dedos índices, disparar apretando un gatillo imaginario. De esa forma, unos cuantos rayos cubrieron el área y los dejaron bien achicharrados, pero aquella acción no comportaba ningún cambio real en la batalla: la gigantesca bestia seguía avanzando sin pausa. A lo mejor por no pensar demasiado, ya que estaba ocupado con asegurar la vida del revolucionario —ya que era un alto cargo en el reino y salvarlo significaba gratitud por parte de Terrel (el rey)—, me limité a mantener ambos brazos al frente y lanzar una ráfaga de dos docenas de rayos hacia el animal, tratando de fusilarlo con electricidad.
— ¡Augustus! ¡Solo un peldaño más y te podrás poner a hacer las mierdas que quieras, pero ahora sal de ahí!
— Wow —Se me escapó al ver cómo su cuerpo se deformaba de una forma realmente extraña, creciendo a cada instante a lo largo y ancho. Sus brazos dieron forma a unas gigantescas patas que poco tenían que envidiar a las del elefante de antes. De la zona de la cintura surgió una cola como continuación de la columna, que empezó a hacerse lo suficientemente grande como para competir en longitud con aquel torso que era enorme frente a mí. Su cara adoptó la forma de un depredador, en consonancia al resto de su cuerpo. Por si fuera poco, de sus dos fosas nasales comenzó a surgir un pequeño humo oscuro que se alternó con ligeras ráfagas de fuego naranja y rojo, que dejaban clara la naturaleza de aquel animal.
A mí, tras la máscara, se me abrió la boca de par en par. Como si fueran mimos, todos a mi alrededor habían hecho lo mismo y, aunque me parecía algo natural viniendo de parte de la guardia real —que seguramente no hubieran visto nada como aquello en todos sus años de vida en Terrel—, parecía ser que los piratas tampoco estaban acostumbrados a aquella forma. De una forma tan sutil como a de su compañera, comenzaron a hacerse a un lado y dejar tranquila la muralla y sus puertas, como aterrados de estar en el camino. Y, antes de que pudiera hacer cualquier cosa para comenzar un enfrentamiento que parecía realmente nada igualado, escuché al aire silbar con fuerza. Una masa enana de agua y carne surgió del interior de la ciudad, cortando el aire con la mayor de las confianzas y violencias, acortando distancias con el enemigo. «¿Así que quieres brillar, Augustus…?» me dije para mí, sonriente tras mi disfraz. No me importaba ser el segundón en todo aquello, ser opacado por el revolucionario, si significaba terminar el encargo.
— ¡Dale ahí, Augu--! —grité, cortado por otro chiflido realmente molesto. Una estela se formó en el aire de la velocidad que tomó el cuerpo de mi compañero. El enemigo, con cierta desidia, había levantado la pata con rapidez y le había asestado un gancho lateral con tanta fuerza que lo había hecho retroceder en cuestión de un segundo. Chocó contra la muralla, rompiendo rocas a su paso pero frenándose antes de atravesarla por completo, levantando una ola de polvo que impedía ver qué había sido del gyojin. Volviéndome etéreo me deslicé por la zona hasta llegar a donde debía de estar—. ¿Sigues vivo, Augustus? —pregunté al aire, evitando que el polvo bañase mi ropa. No sabía estaba ahí todavía. Bueno, de hecho estaba seguro, al no haber escuchado el otro límite de la muralla romperse ni ver rajas por esta, así que más bien el comentario era que no sabía si seguía ahí vivo. O entero. Él, por sus cualidades de pez, quizás podría haber aguantado mejor el choque junto a su armadura, pero yo estaba seguro que estaría dividido en varios trozos de estar en su lugar.
Con el ánimo de ver que las tornas podían cambiar, ya que tenían su última baza allí —que no entendía por qué se presentaba al final de la batalla, aunque quizás simplemente buscaba destacar—, se acercaron unos cuantos a mi posición para intentar eliminarme. Yo me limité a darme la vuelta con rapidez y, apuntándoles con los dedos índices, disparar apretando un gatillo imaginario. De esa forma, unos cuantos rayos cubrieron el área y los dejaron bien achicharrados, pero aquella acción no comportaba ningún cambio real en la batalla: la gigantesca bestia seguía avanzando sin pausa. A lo mejor por no pensar demasiado, ya que estaba ocupado con asegurar la vida del revolucionario —ya que era un alto cargo en el reino y salvarlo significaba gratitud por parte de Terrel (el rey)—, me limité a mantener ambos brazos al frente y lanzar una ráfaga de dos docenas de rayos hacia el animal, tratando de fusilarlo con electricidad.
— ¡Augustus! ¡Solo un peldaño más y te podrás poner a hacer las mierdas que quieras, pero ahora sal de ahí!
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El tremendo impacto había dejado a Maki mareado. Había acabado empotrado en la muralla, en un agujero oscuro y que olía a polvo. La cabeza le daba vueltas y estaba descubriendo nuevas partes de su cuerpo hasta entonces desconocidas gracias a que ahora le dolían por primera vez. Sin embargo, había resistido como un bravo guerrero y no había soltado la esp... Ah, no, la espada se le había clavado a ese tío en la cabeza, un pobre desgraciado al que había atropellado sin querer mientras volaba hacia el muro.
Soltó el arma y se incorporó cuando oyó la voz de Chispas. El tono apagado tras esa máscara de rarito era inconfundible.
-Sigo vivo -respondió cuando su mente por fin procesó lo que les estaba preguntando-. El mío con mucho queso.
Volvió al campo de batalla y vio los rayos que volaban hacia la anguila. La pirata ni pareció enterarse, cosa normal porque las anguilas también daban calambrazos. Los soldados redirigían las catapultas hacia ella, las flechas la buscaban a decenas, pero nada funcionaba. Incluso el ejército enemigo se había apartado para no quedar en el camino de esa enorme cosa. Después de haber probado lo fuerte que golpeaba, a Maki tampoco le hacía mucha gracia estar por ahí. ¿Cómo iban a vencer a ese monstruo gigantesco?
Tras un minuto para recuperarse, se lanzó al ataque. Tuvo que subirse a lo alto de la muralla para poder alcanzar el gran cuerpo de la pirata, que recibía sin inmutarse sus golpes. Maki se dio cuenta de que le estaba mirando fijamente con una expresión casi divertida mientras él intentaba hacerle daño con todo lo que se le ocurría. Pero ni el agua ni puños ni la mejor de las espadas servían para nada. De un zarpazo, la anguila barrió a docenas de soldados de lo alto del muro. Entonces retrocedió, se rió de Maki y cogió aire. Maki temió que fuese a dispararle un rayo -como solían hacer las anguilas- y se cubrió con un escudo que había tirado por ahí. Pero en el último momento se acobardó y se lanzó al erial machacado que había a las afueras de la ciudad.
Y menos mal que lo hizo, porque lo que salió de su boca no fue un rayo. La pirata escupió un poderoso aliento de fuego a una potencia monstruosa. No solo incineró a todo el que pilló, sino que destrozó la muralla como si estuviese hecha de naipes y dejó un surco de fuego y destrucción que atravesó la ciudad de parte a parte.
-Este es el poder que se necesita en el trono -se burló la pirata Nirna-. No.. esto -añadió mirando al indefenso ejército defensor. Acto seguido volvió a escupir, diezmando cualquier defensa que pudiera quedar con un chorro de fuego que parecía surgir a presión de su garganta.
"Bueeeeno... Ahora sí que me vuelvo a casa."
Estaba claro que allí su trabajo había terminado. Ni en un millón de años podría enfrentarse a esa anguila mutante y cabreada, no señor. Tal vez Chispas pudiera, pero tampoco lo tenía muy claro. Sus rayos eran lo más contra la gente normal o los seres hechos de grasilla como él, pero las escamas de esa cosa ni se inmutaban. Cañones, flechas, espadas, lanzas, yunques, brea caliente, rocas, golpes... Estaba claro que jugaban en otra liga. ¿Qué podía la Revolución contra eso? ¿De qué servía la convicción por la Causa cuando había que luchar contra monstruos invencibles como aquel, capaces de devorar media Báltigo de un bocado?
Por desgracia, las cosas no funcionaban así. Augustus Makintosh jamás se rendía si había alguien mirando mientras hubiera tan solo una pequeña posibilidad de victoria. Y acababa de ocurrírsele una.
-¡Chispas! -llamó, buscando a su compañero de batalla entre el fuego y el caos para así contarle su infalible plan-. Tienes que convertirte en calambre, venga. -Maki le tendió una espada para se convirtiera en rayos envueltos en la hoja y así poder transportarlo. Por si acaso se buscó un guante muy grueso para que no le diera un chisporrotazo-. Vamos a usar el Plan Chili Muy Picante.
Esperaba que le gustase su plan, aunque en realidad no pensaba contárselo. Esas cosas eran mucho más espectaculares si pillaban a todos por sorpresa. Se encaramó a una pila de escombros de la muralla y llamó a gritos a la anguila.
-¡No huyas, villana! ¡Aún hay gente a la que tienes que vencer aquí!
La pirata se echó a reír y voló hacia él. El gyojin, espada-Chispas en mano, reunió todo su coraje para no salir corriendo cuando las grandes fauces de la bestia se abrieron ante él. Si ahora disparaba fuego... en fin, podía darse por muerto. Chispas podía electrocutarse en otro sitio, pero él acabaría frito. Era una apuesta arriesgada, todo por la Causa. Tendría que pedir un aumento cuando todo aquello acabase.
Por suerte no echó fuego, sino que se propuso devorarlo. Ventajas de ser un pez. Todos los humanos, mutantes o no, querían comérselo. Maki se lanzó directamente a la gigantesca boca de la anguila y dejó que lo engullera entero. Se deslizó por su lengua y bajó por un largo, largo esófago. Fue entonces cuando clavó la espada y le habló -esperaba que Chispas estuviese ahí-.
-Una vez comí chili del que hace Salem, con extra de guindilla, y estuve con dolor de estómago una semana. La moraleja es que hay cosas que no deben comerse. Así que... dale un calambrazo.
Soltó el arma y se incorporó cuando oyó la voz de Chispas. El tono apagado tras esa máscara de rarito era inconfundible.
-Sigo vivo -respondió cuando su mente por fin procesó lo que les estaba preguntando-. El mío con mucho queso.
Volvió al campo de batalla y vio los rayos que volaban hacia la anguila. La pirata ni pareció enterarse, cosa normal porque las anguilas también daban calambrazos. Los soldados redirigían las catapultas hacia ella, las flechas la buscaban a decenas, pero nada funcionaba. Incluso el ejército enemigo se había apartado para no quedar en el camino de esa enorme cosa. Después de haber probado lo fuerte que golpeaba, a Maki tampoco le hacía mucha gracia estar por ahí. ¿Cómo iban a vencer a ese monstruo gigantesco?
Tras un minuto para recuperarse, se lanzó al ataque. Tuvo que subirse a lo alto de la muralla para poder alcanzar el gran cuerpo de la pirata, que recibía sin inmutarse sus golpes. Maki se dio cuenta de que le estaba mirando fijamente con una expresión casi divertida mientras él intentaba hacerle daño con todo lo que se le ocurría. Pero ni el agua ni puños ni la mejor de las espadas servían para nada. De un zarpazo, la anguila barrió a docenas de soldados de lo alto del muro. Entonces retrocedió, se rió de Maki y cogió aire. Maki temió que fuese a dispararle un rayo -como solían hacer las anguilas- y se cubrió con un escudo que había tirado por ahí. Pero en el último momento se acobardó y se lanzó al erial machacado que había a las afueras de la ciudad.
Y menos mal que lo hizo, porque lo que salió de su boca no fue un rayo. La pirata escupió un poderoso aliento de fuego a una potencia monstruosa. No solo incineró a todo el que pilló, sino que destrozó la muralla como si estuviese hecha de naipes y dejó un surco de fuego y destrucción que atravesó la ciudad de parte a parte.
-Este es el poder que se necesita en el trono -se burló la pirata Nirna-. No.. esto -añadió mirando al indefenso ejército defensor. Acto seguido volvió a escupir, diezmando cualquier defensa que pudiera quedar con un chorro de fuego que parecía surgir a presión de su garganta.
"Bueeeeno... Ahora sí que me vuelvo a casa."
Estaba claro que allí su trabajo había terminado. Ni en un millón de años podría enfrentarse a esa anguila mutante y cabreada, no señor. Tal vez Chispas pudiera, pero tampoco lo tenía muy claro. Sus rayos eran lo más contra la gente normal o los seres hechos de grasilla como él, pero las escamas de esa cosa ni se inmutaban. Cañones, flechas, espadas, lanzas, yunques, brea caliente, rocas, golpes... Estaba claro que jugaban en otra liga. ¿Qué podía la Revolución contra eso? ¿De qué servía la convicción por la Causa cuando había que luchar contra monstruos invencibles como aquel, capaces de devorar media Báltigo de un bocado?
Por desgracia, las cosas no funcionaban así. Augustus Makintosh jamás se rendía si había alguien mirando mientras hubiera tan solo una pequeña posibilidad de victoria. Y acababa de ocurrírsele una.
-¡Chispas! -llamó, buscando a su compañero de batalla entre el fuego y el caos para así contarle su infalible plan-. Tienes que convertirte en calambre, venga. -Maki le tendió una espada para se convirtiera en rayos envueltos en la hoja y así poder transportarlo. Por si acaso se buscó un guante muy grueso para que no le diera un chisporrotazo-. Vamos a usar el Plan Chili Muy Picante.
Esperaba que le gustase su plan, aunque en realidad no pensaba contárselo. Esas cosas eran mucho más espectaculares si pillaban a todos por sorpresa. Se encaramó a una pila de escombros de la muralla y llamó a gritos a la anguila.
-¡No huyas, villana! ¡Aún hay gente a la que tienes que vencer aquí!
La pirata se echó a reír y voló hacia él. El gyojin, espada-Chispas en mano, reunió todo su coraje para no salir corriendo cuando las grandes fauces de la bestia se abrieron ante él. Si ahora disparaba fuego... en fin, podía darse por muerto. Chispas podía electrocutarse en otro sitio, pero él acabaría frito. Era una apuesta arriesgada, todo por la Causa. Tendría que pedir un aumento cuando todo aquello acabase.
Por suerte no echó fuego, sino que se propuso devorarlo. Ventajas de ser un pez. Todos los humanos, mutantes o no, querían comérselo. Maki se lanzó directamente a la gigantesca boca de la anguila y dejó que lo engullera entero. Se deslizó por su lengua y bajó por un largo, largo esófago. Fue entonces cuando clavó la espada y le habló -esperaba que Chispas estuviese ahí-.
-Una vez comí chili del que hace Salem, con extra de guindilla, y estuve con dolor de estómago una semana. La moraleja es que hay cosas que no deben comerse. Así que... dale un calambrazo.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Nada, eran como moscas que el burro espantaba con la cola. De un manotazo o simplemente recibiéndolos con las escamas —que cubrían todo el cuerpo—, mis rayos se veían reducidos a simples caricias que quizás hasta le podrían gustar. Bueno, en vista de que había perdido por completo la facultad de mi poder básico —excepto el deslizarme por aquí y allí como una lagartija—, lo único que restaba en mi poder era la autoridad de las balas. O no, porque los cañonazos que encontraban su final en la frente del enemigo tampoco parecían hacerle nada más que recular un par de metros para evitar que tocasen sus ojos. Que, por cierto, eran asediados con flechas y balas que tampoco lograban atravesar, como si se tratasen de pequeñas armaduras lisas. De una u otra forma, aquella mujer se había encargado de convertir su cuerpo en una fortaleza impenetrable y de estar en mi bando le halagaría, pero la realidad distaba mucho de aquello.
Aun así, no todo eran malas noticias: el gyojin salió de la madriguera que le había construido en un segundo la fuerza de la bestia, visiblemente confundido. Se quedó un buen rato quieto, mirando a unos y a otros y confirmando cómo no estábamos consiguiendo ningún tipo de avance en la batalla, mientras que el enemigo acortaba distancias lenta pero seguramente. Tras aquello, cuando supuse que en su cabeza había llegado a un resultado, comenzó a buscar la forma de subir a la muralla, momento en el que yo me quedé mirando al animal, tratando de examinarlo en más profundidad para encontrar algún punto débil. Por suerte el reptil no se había fijado en mí, sino que seguía con una vil mirada a mi compañero mientras subía, hasta que este decidió atacar con las armas que le proveían la naturaleza y el ejército. Y nada. Absolutamente nada. Suspiré, viendo cómo lo único que estaba logrando el pez con aquellos intentos era levantar los ánimos del rival y encender las llamas del enemigo. Literalmente. El aire a su alrededor se movió con velocidad mientras aspiraba y de su boca empezaba a salir cierto recuerdo de humo que, tras dar un zarpazo que disminuyó en gran medida las filas cerca de Augustus, se convirtió en llamas. Rojas y cálidas llamas que atravesaron la distancia hasta chocar contra la piedra que conformaba la muralla y, tras gratinar a más de una decena, esta se derrumbó por completo y se prendió fuego. Hubiera servido para dejar paso a sus tropas de no ser porque… bueno, aquel camino parecía el infierno mismo. Y en algo así se convertiría el reino de cumplir aquella mujer —a juzgar por lo que había dicho— su deseo de ocupar el trono.
Fue entonces cuando escuché, entre todo el griterío que nacía de los soldados en pánico, la forma en la que se refería Augustus a mí, entonado en su voz. Miré hacia arriba y aparecí justo frente a él, sin decir nada. Él levantó el arma mientras me inquiría que me convirtiera en electricidad y me metiese dentro para llevar a cabo un plan de nombre estúpido.
— Eh… Ehm. ¿Segu-- —Y escuché a mi lado cómo otro ataque había partido por la mitad a cerca de cinco aliados—. Me hago una idea de qué quieres hacer y no me hace gracia, pero no pienso manchar mi nombre con una… —Desaparecí en forma de una nebulosa eléctrica que fue absorbida por el metal como una aspiradora—…derrota.
No era gran fan de meterme en objetos, ya que la sensación no era precisamente agradable; era como vivir en una habitación enana, donde si dabas un paso hacia cualquier dirección encontrabas la pared. Eso era solo en objetos pequeños, claro, no aplicables a cableado o gigantescas placas, pero seguía sin hacerme gracia estar ahí dentro y confiarle mi movimiento al gyojin. A unas malas, podría escaparme en el último momento y correr lejos, dejándole a merced de la bestia, pero por el momento seguiría su plan.
Sentí su escalar por la muralla y oí el grito de reto hacia el enemigo, que correspondió con una carcajada monstruosa. El aire se enturbió, y Augustus saltó, volviéndose todo del color de la noche y obligándome a generar una pequeña luz que era suficiente como para que la espada brillara. Estaba claro que estábamos dentro de las vísceras del animal y cuál era la idea que tenía, por lo que en cuanto la clavó y empezó a hablar me concentré. Dentro de la carne se me podía ver, ahora que me concentraba en utilizar mi poder, en la hoja de la espada con ambas manos juntas como si estuviese tratando de reanimar a alguien. Pude tardar cerca de medio minuto en reunir toda mi fuerza, iluminando aquella cavidad de color azul marino, uno realmente violento.
— Si puedes saltar, salta. Si puede volar, vuela. Si puedes quedarte de pie sobre algo que no sea carne o líquido… Adelante. Como la descarga se transmita por el cuerpo entero y te alcance, vamos a tener un problema, especialmente tú.
Le di los segundos necesarios para que buscase la alternativa o entrase en pánico, momento en el que la estancia fue ocupada por un fulgor increíble que eliminó por completo la oscuridad y dejé fluir mi poder por todo el cuerpo hasta mis manos. Y, por un momento, para mí todo se volvió inconsciencia. Volví a mí cerca de medio minuto después, ahogándome en un olor a carne quemada y notando cómo colgajos caían desde el techo. Era una fortaleza andante, sí, pero en cuanto podía pasar, todo se acababa, y ella misma nos había invitado gracias a Augustus.
Aun así, no todo eran malas noticias: el gyojin salió de la madriguera que le había construido en un segundo la fuerza de la bestia, visiblemente confundido. Se quedó un buen rato quieto, mirando a unos y a otros y confirmando cómo no estábamos consiguiendo ningún tipo de avance en la batalla, mientras que el enemigo acortaba distancias lenta pero seguramente. Tras aquello, cuando supuse que en su cabeza había llegado a un resultado, comenzó a buscar la forma de subir a la muralla, momento en el que yo me quedé mirando al animal, tratando de examinarlo en más profundidad para encontrar algún punto débil. Por suerte el reptil no se había fijado en mí, sino que seguía con una vil mirada a mi compañero mientras subía, hasta que este decidió atacar con las armas que le proveían la naturaleza y el ejército. Y nada. Absolutamente nada. Suspiré, viendo cómo lo único que estaba logrando el pez con aquellos intentos era levantar los ánimos del rival y encender las llamas del enemigo. Literalmente. El aire a su alrededor se movió con velocidad mientras aspiraba y de su boca empezaba a salir cierto recuerdo de humo que, tras dar un zarpazo que disminuyó en gran medida las filas cerca de Augustus, se convirtió en llamas. Rojas y cálidas llamas que atravesaron la distancia hasta chocar contra la piedra que conformaba la muralla y, tras gratinar a más de una decena, esta se derrumbó por completo y se prendió fuego. Hubiera servido para dejar paso a sus tropas de no ser porque… bueno, aquel camino parecía el infierno mismo. Y en algo así se convertiría el reino de cumplir aquella mujer —a juzgar por lo que había dicho— su deseo de ocupar el trono.
Fue entonces cuando escuché, entre todo el griterío que nacía de los soldados en pánico, la forma en la que se refería Augustus a mí, entonado en su voz. Miré hacia arriba y aparecí justo frente a él, sin decir nada. Él levantó el arma mientras me inquiría que me convirtiera en electricidad y me metiese dentro para llevar a cabo un plan de nombre estúpido.
— Eh… Ehm. ¿Segu-- —Y escuché a mi lado cómo otro ataque había partido por la mitad a cerca de cinco aliados—. Me hago una idea de qué quieres hacer y no me hace gracia, pero no pienso manchar mi nombre con una… —Desaparecí en forma de una nebulosa eléctrica que fue absorbida por el metal como una aspiradora—…derrota.
No era gran fan de meterme en objetos, ya que la sensación no era precisamente agradable; era como vivir en una habitación enana, donde si dabas un paso hacia cualquier dirección encontrabas la pared. Eso era solo en objetos pequeños, claro, no aplicables a cableado o gigantescas placas, pero seguía sin hacerme gracia estar ahí dentro y confiarle mi movimiento al gyojin. A unas malas, podría escaparme en el último momento y correr lejos, dejándole a merced de la bestia, pero por el momento seguiría su plan.
Sentí su escalar por la muralla y oí el grito de reto hacia el enemigo, que correspondió con una carcajada monstruosa. El aire se enturbió, y Augustus saltó, volviéndose todo del color de la noche y obligándome a generar una pequeña luz que era suficiente como para que la espada brillara. Estaba claro que estábamos dentro de las vísceras del animal y cuál era la idea que tenía, por lo que en cuanto la clavó y empezó a hablar me concentré. Dentro de la carne se me podía ver, ahora que me concentraba en utilizar mi poder, en la hoja de la espada con ambas manos juntas como si estuviese tratando de reanimar a alguien. Pude tardar cerca de medio minuto en reunir toda mi fuerza, iluminando aquella cavidad de color azul marino, uno realmente violento.
— Si puedes saltar, salta. Si puede volar, vuela. Si puedes quedarte de pie sobre algo que no sea carne o líquido… Adelante. Como la descarga se transmita por el cuerpo entero y te alcance, vamos a tener un problema, especialmente tú.
Le di los segundos necesarios para que buscase la alternativa o entrase en pánico, momento en el que la estancia fue ocupada por un fulgor increíble que eliminó por completo la oscuridad y dejé fluir mi poder por todo el cuerpo hasta mis manos. Y, por un momento, para mí todo se volvió inconsciencia. Volví a mí cerca de medio minuto después, ahogándome en un olor a carne quemada y notando cómo colgajos caían desde el techo. Era una fortaleza andante, sí, pero en cuanto podía pasar, todo se acababa, y ella misma nos había invitado gracias a Augustus.
Maki
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Y ahí estaba Maki, colgado de una espada clavada en el interior de una larguísima anguila escupefuego con la única compañía de un rayo parlante. Incluso para él, aquello estaba siendo raro. Y sin embargo, sin importar el calor que hacía ahí dentro, sin importar el intenso olor a saliva ni todos los moratones que había ido acumulando durante la batalla, solo podía hacerse una pregunta:
-Espera, ¿me vas a chamuscar a mí también?
Fue más o menos ahí cuando llegó el pánico.
Dejó la Chispada ahí clavada y empezó a escalar por el esófago de la anguila, intentando agarrarse a cualquier cosa que pudiera ayudarle a subir y resbalando cuando no lo encontraba. Resultaba tremendamente complicado subir por algo tan resbaladizo como el interior de un ser vivo. ¡¿Y ahora qué iba a hacer?! Su plan iba a costarle la vida. Tanto esfuerzo y no iba a poder contemplar los frutos de su éxito.
Recurrió al nado aéreo. Solía usar la humedad del aire para desplazarse por él, pero la humedad de la boca de una anguila también valdría. Aleteó como un loco para alejarse del inminente estallido de rayos, cada vez más cerca de la luz. La salida estaba ahí delante, tras una hilera de dientes monstruosos. Solo tenía que hacerle cosquillas o algo así para que lo escupiera y... Fuego. Maki notó un intensó calor que provenía del otro lado del esófago y un segundo después, según la boca se abría, un chorro de fuego emergía de otro tubo y era vomitado al exterior. El ambiente perdió al instante toda su humedad, y Maki, que podía consolarse con haber evitado las llamas, quedó sin medio de transporte. Ya se veía cayendo hasta el final de ese cuerpo y siendo chamuscado con él.
Algo chisporroteaba allí abajo, una luz azulada que hacía vibrar el aire. Maki hundió los dedos en la lengua de la anguila y saltó hasta agarrarse a un colmillo. Fue entonces cuando la brutal descarga empezó a extenderse por todas partes. Maki se llevó un buen chascarrazo que lo hizo saltar por los aires hacia el exterior, donde pudo ver como la anguila convulsionaba y humeaba envuelta en electricidad que le salía por cada poro.
Entre vítores, la bestia cayó envuelta en un repulsivo aroma a carne quemada. Su cuerpo volvió poco a poco a ser el de una humana, lo cual hizo pensar a Maki que se quedaría con la espada clavada dentro. Pero por suerte tanto la espada como el chico de los rayos fueron escupidos. Maki por fin pudo relajarse.
-¡El ejército! -recordó de repente. Todavía tenían gente a la que enfrentarse. Qué pocas ganas tenía.
Parecía que no era el único sin energía para continuar la batalla. Los destrozos que la anguila había causado tenían la ciudad y sus alrededores hechos un asco, y no había ningún soldado a la vista que mostrase intención de querer reemprender la lucha. Con un poco de suerte habrían pensado que poner en el trono a alguien que quemaba media ciudad era una estupidez. O se quema entera y se hace de nuevo o no se quema, eso pensaba Maki.
-Ahora sí que necesito una siesta.
Tras los largos y tranquilos días de descanso en los que volvió a arrasar el minibar de sus aposentos, Maki decidió que se iba de Terrel. Los supervivientes de su tropa de aquaeróbic se reunieron para despedirle y ofrecerle un regalo: su armadura totalmente reparada y con el caballito de mar de nuevo en su sitio.
-¿Puedo quedármela, Johny? -preguntó al rey, que también había acudido para decirle adiós.
-Bueno...
-No seas tacaño. Me la llevo.
-Bien, bien. Ha sido un placer, Duque Makintosh. Espero realmente que no tengamos que volver a vernos jamás.
"Qué borde", pensó Maki, pero se lo calló para que no le quitase su armadura. Le habría gustado pedir también un caballo, pero iba a irse nadando y esos bichos no flotaban. Se limitó a despedirse, salir del castillo e ir a buscar a Chispas.
-Hemos vencido a un rey y ayudado a otro. ¿Crees que la siguiente vez que nos veamos tendremos que desempatar? -La Revolución derrocaba reyes habitualmente, así que no podía descartar nada. Solo esperaba que no fuesen a por él, ahora que tenía una corona. Una corona que, por cierto, no tenía ni idea de dónde se había dejado-.Oye, ¿puedes... quitarte la máscara un rato? Es que me da mal rollo.
Además, si se la quitaba podría mantenerse alejado cuando lo viera por ahí. Después de ver el festival de rayos que soltó contra la anguila no tenía intención alguna de acercarse a menos de cien metros de ese tipo. Pero claro, no iba a decírselo abiertamente por si decidía freírlo.
Se despidió de Chispas y volvió a sumergirse en el agua para volver a Báltigo. Tal vez hasta se pasase por la Isla Gyojin unos días. Total, su esposa no podía ser mucho peor que el monstruo escupefuego. Casi, pero no tanto. Y al menos allí tenía su máquina de helados.
-Espera, ¿me vas a chamuscar a mí también?
Fue más o menos ahí cuando llegó el pánico.
Dejó la Chispada ahí clavada y empezó a escalar por el esófago de la anguila, intentando agarrarse a cualquier cosa que pudiera ayudarle a subir y resbalando cuando no lo encontraba. Resultaba tremendamente complicado subir por algo tan resbaladizo como el interior de un ser vivo. ¡¿Y ahora qué iba a hacer?! Su plan iba a costarle la vida. Tanto esfuerzo y no iba a poder contemplar los frutos de su éxito.
Recurrió al nado aéreo. Solía usar la humedad del aire para desplazarse por él, pero la humedad de la boca de una anguila también valdría. Aleteó como un loco para alejarse del inminente estallido de rayos, cada vez más cerca de la luz. La salida estaba ahí delante, tras una hilera de dientes monstruosos. Solo tenía que hacerle cosquillas o algo así para que lo escupiera y... Fuego. Maki notó un intensó calor que provenía del otro lado del esófago y un segundo después, según la boca se abría, un chorro de fuego emergía de otro tubo y era vomitado al exterior. El ambiente perdió al instante toda su humedad, y Maki, que podía consolarse con haber evitado las llamas, quedó sin medio de transporte. Ya se veía cayendo hasta el final de ese cuerpo y siendo chamuscado con él.
Algo chisporroteaba allí abajo, una luz azulada que hacía vibrar el aire. Maki hundió los dedos en la lengua de la anguila y saltó hasta agarrarse a un colmillo. Fue entonces cuando la brutal descarga empezó a extenderse por todas partes. Maki se llevó un buen chascarrazo que lo hizo saltar por los aires hacia el exterior, donde pudo ver como la anguila convulsionaba y humeaba envuelta en electricidad que le salía por cada poro.
Entre vítores, la bestia cayó envuelta en un repulsivo aroma a carne quemada. Su cuerpo volvió poco a poco a ser el de una humana, lo cual hizo pensar a Maki que se quedaría con la espada clavada dentro. Pero por suerte tanto la espada como el chico de los rayos fueron escupidos. Maki por fin pudo relajarse.
-¡El ejército! -recordó de repente. Todavía tenían gente a la que enfrentarse. Qué pocas ganas tenía.
Parecía que no era el único sin energía para continuar la batalla. Los destrozos que la anguila había causado tenían la ciudad y sus alrededores hechos un asco, y no había ningún soldado a la vista que mostrase intención de querer reemprender la lucha. Con un poco de suerte habrían pensado que poner en el trono a alguien que quemaba media ciudad era una estupidez. O se quema entera y se hace de nuevo o no se quema, eso pensaba Maki.
-Ahora sí que necesito una siesta.
Tras los largos y tranquilos días de descanso en los que volvió a arrasar el minibar de sus aposentos, Maki decidió que se iba de Terrel. Los supervivientes de su tropa de aquaeróbic se reunieron para despedirle y ofrecerle un regalo: su armadura totalmente reparada y con el caballito de mar de nuevo en su sitio.
-¿Puedo quedármela, Johny? -preguntó al rey, que también había acudido para decirle adiós.
-Bueno...
-No seas tacaño. Me la llevo.
-Bien, bien. Ha sido un placer, Duque Makintosh. Espero realmente que no tengamos que volver a vernos jamás.
"Qué borde", pensó Maki, pero se lo calló para que no le quitase su armadura. Le habría gustado pedir también un caballo, pero iba a irse nadando y esos bichos no flotaban. Se limitó a despedirse, salir del castillo e ir a buscar a Chispas.
-Hemos vencido a un rey y ayudado a otro. ¿Crees que la siguiente vez que nos veamos tendremos que desempatar? -La Revolución derrocaba reyes habitualmente, así que no podía descartar nada. Solo esperaba que no fuesen a por él, ahora que tenía una corona. Una corona que, por cierto, no tenía ni idea de dónde se había dejado-.Oye, ¿puedes... quitarte la máscara un rato? Es que me da mal rollo.
Además, si se la quitaba podría mantenerse alejado cuando lo viera por ahí. Después de ver el festival de rayos que soltó contra la anguila no tenía intención alguna de acercarse a menos de cien metros de ese tipo. Pero claro, no iba a decírselo abiertamente por si decidía freírlo.
Se despidió de Chispas y volvió a sumergirse en el agua para volver a Báltigo. Tal vez hasta se pasase por la Isla Gyojin unos días. Total, su esposa no podía ser mucho peor que el monstruo escupefuego. Casi, pero no tanto. Y al menos allí tenía su máquina de helados.
Lance Kashan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Todo pareció comenzar a derrumbarse como la propia muralla que la mujer había destruido con su mismísimo aliento de fuego. Trozos de vísceras comenzaron a caer, cada vez con más asiduidad, pero para ese momento yo ya no estaba donde me dejó Augustus: la cavidad comenzó a empequeñecer, como si se cerniera sobre mí progresivamente, momento en el que mi pecho se sintió oprimido. «¿A-Aquí va a ser el final…?» pensé en el sitio, completamente congelado y, de poder transmitir al metal mi tembleque, esta lo hubiera hecho al mismo ritmo que yo. Podía salir de la espada y atravesar la carne hasta la salida o simplemente buscar el camino hacia arriba y escapar, pero mi cuerpo de se negaba a moverse lo más mínimo. Mi mente estaba nublada, sí, pero no por el miedo que me inspiraba el animal sino por ver que estaba siendo atrapado en un lugar oscuro.
Repentinamente, todo oscureció y antes de percatarme estaba viendo la luz del día. Por la sensación que tenía, seguía dentro de aquel filo que había empuñado Augustus, pero en cuanto pude notar que todo había pasado me limité a salir, quedándome tirado en el suelo de lado, como la víctima de un accidente. Di media vuelta, quedándome bocarriba mientras miraba al cielo, respirando con fuerza pero sonriente tras la máscara. Levanté los brazos y me miré las manos, notando claramente cómo los jugos del animal me habían dejado la ropa hecha basura. No por cortes, que eran fruto de las balas y los cortes que había ido recibiendo a lo largo de la guerra, sino más concretamente por esa viscosidad que había ganado tras mi visita al esófago. No tardaron en acercarse supervivientes de la Guardia Real a socorrerme, levantándome con cuidado al pensar que estaba seriamente herido.
— Estoy bien, no se preocupen —dije, reincorporándome por mi cuenta. Parecían más felices que nunca, especialmente mientras miraban mi máscara. Yo, en cambio, había clavado mis ojos en unos cuantos piratas que trataban de escapar a la costa tras el fatal final del as en su manga. Elevé la diestra y la hice descender con velocidad, surgiendo una pequeña tormenta en su posición que los dejó fritos—. ¿Todo en orden?
— B-Bueno, se está q-quemando parte de la muralla… —Parecía algo nervioso tras ver mi ataque, pero se pudo recomponer—. Pero nada que no podamos… ya sabe, resolver sin ayuda.
Un grupo de hombres se habían decidido a bañar de agua los escombros, tratando de que no avanzasen más de lo que ya lo habían hecho. Las tropas enemigas estaban muertas en su totalidad, o bien se hacían los muertos. El hipopótamo, sin nadie que lo comandase, bostezó y pareció darse la vuelta, desapareciendo en el horizonte como si no hubiera sucedido nada. «Parece que no tendré que hacer nada más…» me susurré, caminando con toda la tranquilidad del mundo hacia la ciudad.
Había avisado a los chicos que podían aterrizar en la costa y dejar descansar a la embarcación mientras recogían provisiones y algún que otro tesoro y subordinado más. Había cedido ante la constante presión por parte de Terrel para que permaneciera un tiempo más mientras todo se ponía en orden, y no sabía si se debía a un gesto de gratitud para hacerme dormir en el castillo o al miedo de enfrentarse a más traidores mientras la muralla estuviera destruida. Sinceramente, aunque tampoco me molestaba trabajar, estaba bastante bien allí tranquilo sin hacer más que dar paseos y alguna que otra cosa en mi propio laboratorio, y la gente en Yggdrasil habían habitado un par de posadas y estaban de fiesta noche tras noche al no tener curro que llevar adelante.
Augustus pareció irse antes que yo. Quizás tenía algunos quehaceres que atender, así que no tuvo problema en acercarse al rey y avisarle de su marcha, o eso dijeron los sirvientes. Luego se acercó a mi habitación para dirigirme unas palabras.
— Ehm… —dudé en voz alta. No solía darle mi cara a nadie por pura privacidad, pero como bien él decía, habíamos ayudado a Hipatia a derrocar a los reyes y en el proceso me habían visto en la enfermería sin traje. Quizás solo era una petición inocente, así que la cumplí, quitando mi máscara y dejando a mi cara recibir el aire—. Sin problemas, supongo. Y, sinceramente, espero que la próxima vez que nos veamos no nos toque hacer nada con reyes; son demasiado problemáticos. Con suerte simplemente hacemos un encargo, no sé, normal y corriente.
Tras aquello tuvimos una corta charla y tomó su camino, desvaneciéndose en el mar. Yo salí de la habitación para ver su marcha por pura cortesía, notando la mano de uno de los generales en el hombro:
— Ya llevamos a cabo el entrenamiento del señor Augustus, ya que parecía tener prisa. Si no le molesta, nos gustaría que nos siguiera para comenzar —Se me iluminaron los ojos tras la máscara, dejando ver dos pequeñas luces a través de los orificios.
— Por supuesto, estaría encantado de asistir. Tengo todo el tiempo del mundo y, si no le es impedimento, me encantaría recibir clases de todo lo que sepa, señor —No tenía más encargos por un tiempo, así que trataría de aprender todo lo posible de ellos.
— ¡Sería un honor! —Hizo media reverencia y se dio la vuelta para guiarme. Esperaba realmente que pudiera sacar algo de provecho de todo aquello ya que, en vista de que tras la guerra habían perdido demasiado, no me podía arriesgar a pedir dinero. Sería jugar con su economía y valían más vivos como ayuda que muertos como berries.
Repentinamente, todo oscureció y antes de percatarme estaba viendo la luz del día. Por la sensación que tenía, seguía dentro de aquel filo que había empuñado Augustus, pero en cuanto pude notar que todo había pasado me limité a salir, quedándome tirado en el suelo de lado, como la víctima de un accidente. Di media vuelta, quedándome bocarriba mientras miraba al cielo, respirando con fuerza pero sonriente tras la máscara. Levanté los brazos y me miré las manos, notando claramente cómo los jugos del animal me habían dejado la ropa hecha basura. No por cortes, que eran fruto de las balas y los cortes que había ido recibiendo a lo largo de la guerra, sino más concretamente por esa viscosidad que había ganado tras mi visita al esófago. No tardaron en acercarse supervivientes de la Guardia Real a socorrerme, levantándome con cuidado al pensar que estaba seriamente herido.
— Estoy bien, no se preocupen —dije, reincorporándome por mi cuenta. Parecían más felices que nunca, especialmente mientras miraban mi máscara. Yo, en cambio, había clavado mis ojos en unos cuantos piratas que trataban de escapar a la costa tras el fatal final del as en su manga. Elevé la diestra y la hice descender con velocidad, surgiendo una pequeña tormenta en su posición que los dejó fritos—. ¿Todo en orden?
— B-Bueno, se está q-quemando parte de la muralla… —Parecía algo nervioso tras ver mi ataque, pero se pudo recomponer—. Pero nada que no podamos… ya sabe, resolver sin ayuda.
Un grupo de hombres se habían decidido a bañar de agua los escombros, tratando de que no avanzasen más de lo que ya lo habían hecho. Las tropas enemigas estaban muertas en su totalidad, o bien se hacían los muertos. El hipopótamo, sin nadie que lo comandase, bostezó y pareció darse la vuelta, desapareciendo en el horizonte como si no hubiera sucedido nada. «Parece que no tendré que hacer nada más…» me susurré, caminando con toda la tranquilidad del mundo hacia la ciudad.
╔═══════ ≪ °❈° ≫ ═══════╗
Unos días después…
╚═══════ ≪ °❈° ≫ ═══════╝
Unos días después…
╚═══════ ≪ °❈° ≫ ═══════╝
Había avisado a los chicos que podían aterrizar en la costa y dejar descansar a la embarcación mientras recogían provisiones y algún que otro tesoro y subordinado más. Había cedido ante la constante presión por parte de Terrel para que permaneciera un tiempo más mientras todo se ponía en orden, y no sabía si se debía a un gesto de gratitud para hacerme dormir en el castillo o al miedo de enfrentarse a más traidores mientras la muralla estuviera destruida. Sinceramente, aunque tampoco me molestaba trabajar, estaba bastante bien allí tranquilo sin hacer más que dar paseos y alguna que otra cosa en mi propio laboratorio, y la gente en Yggdrasil habían habitado un par de posadas y estaban de fiesta noche tras noche al no tener curro que llevar adelante.
Augustus pareció irse antes que yo. Quizás tenía algunos quehaceres que atender, así que no tuvo problema en acercarse al rey y avisarle de su marcha, o eso dijeron los sirvientes. Luego se acercó a mi habitación para dirigirme unas palabras.
— Ehm… —dudé en voz alta. No solía darle mi cara a nadie por pura privacidad, pero como bien él decía, habíamos ayudado a Hipatia a derrocar a los reyes y en el proceso me habían visto en la enfermería sin traje. Quizás solo era una petición inocente, así que la cumplí, quitando mi máscara y dejando a mi cara recibir el aire—. Sin problemas, supongo. Y, sinceramente, espero que la próxima vez que nos veamos no nos toque hacer nada con reyes; son demasiado problemáticos. Con suerte simplemente hacemos un encargo, no sé, normal y corriente.
Tras aquello tuvimos una corta charla y tomó su camino, desvaneciéndose en el mar. Yo salí de la habitación para ver su marcha por pura cortesía, notando la mano de uno de los generales en el hombro:
— Ya llevamos a cabo el entrenamiento del señor Augustus, ya que parecía tener prisa. Si no le molesta, nos gustaría que nos siguiera para comenzar —Se me iluminaron los ojos tras la máscara, dejando ver dos pequeñas luces a través de los orificios.
— Por supuesto, estaría encantado de asistir. Tengo todo el tiempo del mundo y, si no le es impedimento, me encantaría recibir clases de todo lo que sepa, señor —No tenía más encargos por un tiempo, así que trataría de aprender todo lo posible de ellos.
— ¡Sería un honor! —Hizo media reverencia y se dio la vuelta para guiarme. Esperaba realmente que pudiera sacar algo de provecho de todo aquello ya que, en vista de que tras la guerra habían perdido demasiado, no me podía arriesgar a pedir dinero. Sería jugar con su economía y valían más vivos como ayuda que muertos como berries.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Página 2 de 2. • 1, 2
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.