La última parada [Privado Alexandra y Roy]

Por fin había encontrado un rastro de su capitana. La verdad, para ser tan famosa costaba trabajo dar con ella. Ya había conseguido encontrar su paradero actual y ahora lo único que necesitaba era encontrar a alguien que estuviera dispuesto a llevarla, o robarle un ticket del Umi Resha a algún pardillo. Sus aventuras y desventuras rastreando a Katharina la habían llevado hasta Water Seven, su jefa no había estado allí, pero era la mejor oportunidad para viajar por ser el nexo de unión de todos los trenes marítimos: la estación central.

Aunque era verdad que su forma actual era lo suficientemente distinta como para que no pudieran relacionarla aún con su identidad de Alexandra Holmes, ésta seguía vistiendo una túnica para ocultar su cola porque... bueno, ya había probado en sus carnes el efecto que tenía su figura en las masas ignorantes que no sabían apreciar un buen trabajo de ingeniería biogenética. Debajo vestía su vestido corto característico de colores rojo y azul, ahora adaptado para que su cola no molestara nada, además de sus brazaletes negros y sus tacones.

Por lo que había visto en la Blue Station aún quedaban bastantes horas para que saliera el tren hacia su destino, de forma que... podría hacer algo de turismo.

«La isla está afiliada al Gobierno Mundial, debería ir con cuidado» pensó, y es que no le apetecía nada tener que huir de la isla dejando atras una pila de cadáveres marines. Por otro lado, seguramente a su jefa le haría gracia o le gustaría que su recompensa subiera pero... no era el momento apropiado, no estando sola.

Primero había pasado por los barrios más desiertos, donde una persona de su estatus podía "dejarse ver" un poco sin que declararan el estado de alarma en toda la ciudad. Allí utilizó sus dotes diplomáticas y absolutamente pacíficas para aterrorizar a un pobre desgraciado para conseguir un perrito caliente y un donut. Sí, claro, se empezó a hablar de que había una persona rosa terrorífica, pero por suerte nadie se lo creía del todo. No les culpaba, y casi lo agradecía.

—Quizá debería investigar un poco a las criaturas locales, no me vendrían mal más tipos de aceite —dijo, hablando para sí misma, aunque... no parecía que hubiera mucha vida salvaje en Water Seven. Caminó hasta llegar a un mirador y se quitó la capucha de la túnica que la cubría, dejando ver su melena blanca y sus rasgos casi demoníacos.

—Creo que esta isla es solo civilización... aquí no podré hacer deberes de química —volvió a hablar para sí misma en voz alta, segura de que no había nadie y de que, aunque hubiera alguien, no se atreverían a molestarla. Sonreía, dejando a la vista sus colmillos que casi parecían más los de un vampiro que los de una humana.

—Espérame un poco más, jefa. No te arrepentirás de haberme invitado —terminó de decir.

¿Qué cara pondría cuando le enseñara todo lo que había aprendido y todo lo que había cambiado?

Sí, señores. Era hora de uno de mis capítulos favoritos: Roy el cazatalentos. Empezó todo con un soliloquio, buscando de calle en calle un rumor que había escuchado previamente. Una tipa que era rosa y tenía facciones demoníacas. Y un escalofrío recorrió cada ápice de mi piel: no podía ser una fruta del diablo. Mantener formas híbridas o completas cansaba, y era imposible que todos la viesen igual, por lo que tendría que ser un sujeto de lo más interesante.

Nacido el prólogo, quería introducir el interludio. Yo, a punta de pistola, con un tipo a mi lado algo asustado y otro llevándonos en un carruaje. Llevábamos un buen rato cuesta arriba, las calles y la estructura de Water Seven iban por módulos que cada vez estaban más altos. Separados por canales, por lo que la ruta más rápida la mayoría de veces era tirar hacia arriba en paralelo a un canal principal. Me interesaba llegar hasta uno de los laterales, donde la gente salía bastante incómoda. Parecía conducir hasta lo que era un mirador.

—Mira, por ahí está. Gracias por tus servicios —exclamé mientras bajaba hacia el tipo del carruaje que él mismo tiraba.

Una vez coloqué los pies en el suelo, agarré un trapo de mi bolsillo y lo doblé cuatro veces. Acerqué la pistola a este y la coloqué en la sien del hombre, perforando con facilidad todo su cráneo. Le di una muerte limpia: era lo que más se merecía tras haber subido hasta aquí arriba. ¿Que era injusto? Sí, lo era. Pero yo no era quien dictaminaba las reglas de este mundo —ya que tampoco tenía el interés— y delatar mi posición al gobierno mundial sería problemático. Por lo que, a punta de pistola, obligué al segundo que nos acompañaba a cargarlo para después tirarlo a algún canal. Ahora ese no era mi problema. Mi objetivo principal estaba ahí arriba, o por lo menos era lo que iba comentando la gente por las calles. ¿Había tomado la posición de revelar su presencia? ¿Esperaba a alguien? Lo averiguaría.

Ahora venía la parte más coñazo: llegar hasta el mirador andando. Suspiré pesadamente y decidí hacer de aquella travesía un proyecto de cuánto aguantaría cuesta arriba sin cansarme. Spoiler alert: no duraría demasiado. Tras descansar varias veces en barandillas y tomarme mi tiempo para recuperar el aliento, llegué. Observé su figura desde lejos, sobretodo porque parecía estar sola. Pelo blanco y una ropa holgada lo suficientemente como para esconder su apariencia física. ¿Entonces cuál era su plan? ¿Iba de incógnito pero era una negada en pasar desapercibida? Ya me daría cuenta cuando viese su expresión facial.

—Vaya, eres rosa. Literamente. ¿Factor linaje o cirujía? Porque no reconozco ahora mismo el origen de la piel, y mira que me sé bastantes razas —exclamé mientras la rodeaba por un lado y apoyaba parte de mi torso en la baranda. Después le ofrecí mi tarjeta, colocándola sutilmente en la barandilla para que no cayese.

«Roy Horrigan: médico, físico, químico, biólogo, artillero, mecánico e ingeniero robótico. El mejor.» ponía. ¿Se interesaría por mí o pasaría como Elina? Porque ya por sus pintas había tramado varias opciones para llamar su atención. Porque ya tenía mis ojos clavados en ella y estaba analizándola.

Empezó a soplar una ligera brisa que le daba de lleno en la mejilla. Se vio obligada a bostezar del gustito que le daba aquel suave viento junto con la temperatura templada del ambiente, estaba a poquito de quedarse frita ahí mismo. Además del sueño, bostezaba porque estaba empezando a aburrirse y eso... eso podía ser muy malo para la paz y tranquilidad de la ciudad. Por suerte una voz la alertó con una pregunta bastante directa, no fue totalmente educado pero al menos sabía de lo que hablaba.

—Linaje, la base de todo lo que tengo es humano, bueno, casi todo... diría que un noventa y nueve con cinco por ciento —respondió. Realmente no podía contar la cola como algo totalmente humano, pero tampoco podía contarla como una extremidad reptil, parte de su investigación había provocado que la cola perdiera su musculatura de reptil y que las fibras del injerto se transformaran en fibras musculares humanas. Una solución que consideró ingeniosa para evitar el rechazo durante el injerto.

Extendió la mano que tenía libre para agarrar la tarjeta, dejando ver que su mano tenía el mismo color. La lista de campos que el muchacho aseguraba dominar era bastante extensa, en cierto modo le recordaba bastante a Brianna, aunque a ella se le escapaban las ciencias en favor de las humanidades. No iba a cambiar de cirujano de cabecera a estas alturas del cuento, pero no perdía nada por ver qué podía ofrecer, o cuál iba a ser su trayectoria.

—Solo he pasado por quirófano para un par de injertos de no mucha importancia —dijo mientras revisaba el reverso de la tarjeta. ¿Pasaría más veces? La verdad era que la diablesa de pega prefería aumentar su poder usando su propia biología y no injertos, pero habían casos inevitables, como su cola o sus huesos.

Cuando acabó de revisar la tarjeta miró al chaval. Se trataba de un muchacho que, de no llevar ella tacones, le sobrepasaría en altura por apenas unos centímetros. Pelo rojo, ojos amarillos, un muchacho físicamente atractivo a primera vista.
—¿Has acabado? Generalmente no dejo que me miren tanto si no me invitan a algo —dijo, algo burlona, antes de terminar de devorar el perrito caliente con la otra mano. Aún le quedaba el donut pero eso lo reservaba para el final, era lo que más energía le daba con diferencia.

—No tengo una tarjeta para ti pero puedes llamarme Xandra —dijo, atreviéndose a presentarse. No pensaba que pudiera reconocerla y, de todas formas, por su comportamiento no parecía el tipo de persona que iría a entregarla. No le veía cara de marine, y menos aún de cazador. Giró el rostro y puso sus ojos, negros y rojos, sobre el muchacho —Entonces, Roy... ¿puedo preguntarte una cosa por curiosidad? ¿qué buscas como biólogo? Eso me dirá mucho sobre ti —aunque compartían todos los territorios científicos, lo que hiciera en la física y la química le traía sin cuidado. La especialidad de Alexandra era la biología y, por tanto, era lo que más le interesaba conocer de otros.

Apoyó la espalda en la barandilla y se acomodó un poco, esperando lo que tuviera que decir.