Liam D. Griffith
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No pudo pasar demasiado tiempo, a juzgar por la que era la posición del Sol, desde que salimos de la casa a mediodía hasta que nos presentamos en la que Lilith denominó como la puerta de la casa de su tío. Y, como era lógico, la riqueza venía de familia. «¿Qué hubiera sido de mí si hubiera nacido para empezar podrido de dinero…?» me pregunté a mí mismo, encargándome al instante de borrar esa misma posibilidad segundos después para no distraerme de lo que tenía que hacer. Al fin y al cabo, no me serviría de nada pensar en los ''si'', especialmente cuando su ausencia era lo que me había traído hasta aquí y a ocupar la cabeza de la familia Griffith. Un camino duro, sí, también exigente. No había acabado, pero eso mismo me marcaba mi porvenir y saber que tenía que subir a lo más alto de la Marina me facilitaba mucho más las cosas que ser un pobre indeciso sin lugar al que ir. Con esa llama que se había encendido dentro de mí, sabiendo que era mi deber cumplir aquel encargo a la perfección y conseguir el mejor reconocimiento por mis acciones en la sede, cogí aire y toqué a la puerta, enarcando una ceja en el instante en el que esta se abrió lentamente sin chirriar.
— Parece ser que han dejado la puerta abierta… ¿Es posible que haya salido a algún lugar a estas horas? ¿Tienes idea? —Fuera cual fuera la respuesta, muy a mi pesar de la que era la legalidad acerca de entrar a casas ajenas, la Justicia hablaba a través de mí y pedía investigar la casa en aquellos precisos instantes. De hecho, no tenerle en casa serviría para encontrar todo tal cual debería estar e impedir que el susodicho escondiese algo. En caso de que siquiera lo tuviese, claro—. Bueno… —Tragué saliva, empujando finalmente la puerta hasta dejarla completamente abierta—… creo que es el momento de pasar. Una ocasión como esta no se va a repetir y me encargaré de tardar poco.
Al fin y al cabo, tenía un oído bastante agudo gracias a la música y podía jurar una y mil veces que no escuchaba pasos a lo largo de la casa. Estaba completamente vacía o, como mínimo, todo se había paralizado en el momento en el que nos vieron al fondo de la calle. Me encargué de pasar sin quitarle un ojo a la señorita, atravesando el primer pasillo mientras trataba de analizar todas las habitaciones que había a lo largo del edificio. Siendo una mansión, desde el mismo recibidor uno veía varias puertas a cada lado y muchas más al fondo, así que no sería un trabajo fácil, pero confiaba en la fuerza y la voluntad para no irme de allí con las manos vacías indebidamente.
— A pesar de la relación que podáis tener ahora, supongo que en algún momento habrás estado en esta casa, ¿no…? —comenté, mirando alrededor y eligiendo la primera habitación que tuve a mano, entrando lenta y grácilmente—. ¿Algún sitio que creas que valga la pena revisar primero? —Por mucho que mi alma me gritase una cosa, mi mente me seguía chillando para hacerme responsable del cargo de conciencia que era estar allí de forma indeseada; no éramos muy distintos a ladrones en aquellos instantes, por más noble que fuera el objetivo por el momento. Seguía adelante de igual forma, forzándome a terminar lo que hacía nada me había obligado a hacer, demostrando la que era mi culpabilidad a través de unos andares un poco… curiosos. Más propios de una caricatura que de un caballero—. Así que un salón… —aclaré, mirando al interior del lugar. Tenía una gran barra continuada por lo que parecía una coctelera y botellas de todo tipo de alcohol, acompañadas al frente por un grupo de butacas bien cuidadas y en apariencia cómodas. «¿Aquí guardaría yo las joyas que he robado…? No, ¿no? Pero podría haberlo hecho para que el siguiente que viniera pensase eso mismo y no buscase… Entonces, no hacerlo sería igual de válido ya que… No, Liam, no. No sabes cuánto tiempo tendrás la casa a tu disposición así que no hay tiempo de visitar todas las estancias que veas, solo las más sospechosas» discutí conmigo mismo, dándome la razón lógicamente—. No, aquí no creo que estén. Sigamos por allí, a menos que tengas una mejor idea —Y señalé a la siguiente habitación más próxima. Iba a ser una investigación larga y cuidadosa, pero por ende tenía que salir bien.
— Parece ser que han dejado la puerta abierta… ¿Es posible que haya salido a algún lugar a estas horas? ¿Tienes idea? —Fuera cual fuera la respuesta, muy a mi pesar de la que era la legalidad acerca de entrar a casas ajenas, la Justicia hablaba a través de mí y pedía investigar la casa en aquellos precisos instantes. De hecho, no tenerle en casa serviría para encontrar todo tal cual debería estar e impedir que el susodicho escondiese algo. En caso de que siquiera lo tuviese, claro—. Bueno… —Tragué saliva, empujando finalmente la puerta hasta dejarla completamente abierta—… creo que es el momento de pasar. Una ocasión como esta no se va a repetir y me encargaré de tardar poco.
Al fin y al cabo, tenía un oído bastante agudo gracias a la música y podía jurar una y mil veces que no escuchaba pasos a lo largo de la casa. Estaba completamente vacía o, como mínimo, todo se había paralizado en el momento en el que nos vieron al fondo de la calle. Me encargué de pasar sin quitarle un ojo a la señorita, atravesando el primer pasillo mientras trataba de analizar todas las habitaciones que había a lo largo del edificio. Siendo una mansión, desde el mismo recibidor uno veía varias puertas a cada lado y muchas más al fondo, así que no sería un trabajo fácil, pero confiaba en la fuerza y la voluntad para no irme de allí con las manos vacías indebidamente.
— A pesar de la relación que podáis tener ahora, supongo que en algún momento habrás estado en esta casa, ¿no…? —comenté, mirando alrededor y eligiendo la primera habitación que tuve a mano, entrando lenta y grácilmente—. ¿Algún sitio que creas que valga la pena revisar primero? —Por mucho que mi alma me gritase una cosa, mi mente me seguía chillando para hacerme responsable del cargo de conciencia que era estar allí de forma indeseada; no éramos muy distintos a ladrones en aquellos instantes, por más noble que fuera el objetivo por el momento. Seguía adelante de igual forma, forzándome a terminar lo que hacía nada me había obligado a hacer, demostrando la que era mi culpabilidad a través de unos andares un poco… curiosos. Más propios de una caricatura que de un caballero—. Así que un salón… —aclaré, mirando al interior del lugar. Tenía una gran barra continuada por lo que parecía una coctelera y botellas de todo tipo de alcohol, acompañadas al frente por un grupo de butacas bien cuidadas y en apariencia cómodas. «¿Aquí guardaría yo las joyas que he robado…? No, ¿no? Pero podría haberlo hecho para que el siguiente que viniera pensase eso mismo y no buscase… Entonces, no hacerlo sería igual de válido ya que… No, Liam, no. No sabes cuánto tiempo tendrás la casa a tu disposición así que no hay tiempo de visitar todas las estancias que veas, solo las más sospechosas» discutí conmigo mismo, dándome la razón lógicamente—. No, aquí no creo que estén. Sigamos por allí, a menos que tengas una mejor idea —Y señalé a la siguiente habitación más próxima. Iba a ser una investigación larga y cuidadosa, pero por ende tenía que salir bien.
Lilith Blair
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Parecía que la puerta estaba abierta, eso si que le resulto extraño, normalmente su tío era muy receloso a la hora de dejar sus cosas al descubierto y dejar su casa abierta a extraños y desconocidos no era algo que le pegase demasiado. Pero puede que alguno de sus chicos fuera hasta allí para ponerle las cosas un poco más fáciles. Pero no diría nada, prefería quedarse callada por el momento y ver como seguían las cosas, Liam pareció dudar un momento en si debía o no debía entrar, era normal teniendo en cuenta que él representaba la ley y que aquello era una invasión total a la propiedad privada.
Aún así se adentraron en la casa y aunque Lilith tenía ganas de reír al ver como aquel chiquillo se movía por la casa decidió guardar silencio y seguirlo por donde él decidiera ir. Ante sus palabras medito por un momento como si realmente estuviera pensando en el lugar donde su tío pudiera haber guardado las joyas. Pero ella sabía perfectamente donde estaban, las había escondido en un doble fondo en el escritorio de su despacho. Su tío no tenía ni idea de que ese escritorio tenía doble fondo, pero ella lo sabía, era exactamente igual que el que tenía su padre en casa pues se lo había regalado él años atrás, antes de morir.
— Puede que en su despacho, supongo que es el lugar más seguro en la casa, creo recordar que allí mi tío tiene una caja fuerte — aunque no estaban allí, era obvio, pero esperaba que el pelirrojo tuviera dos dedos de frente y supiera rebuscar en el resto de la habitación para encontrar lo que allí se escondía. — Si no recuerdo mal estaba en el piso de arriba, cerca de la habitación principal — realmente parecía que lo estaba pensando, que intentaba recordar lo que había visto en aquella casa las veces que había estado allí. Le señalo unas escaleras y se dispusieron los dos a subir por ellas hasta la planta de arriba.
Por el momento no se escuchaba un solo ruido en la casa, parecía que realmente estaban solos y en cierta forma lo agradecía teniendo en cuenta que si ahora aparecía su tío podía dar al traste con sus planes, eso o ayudarla a mostrarle como aún mas culpable. Por el momento, esperaba que llegaran arriba y tras una investigación pudieran encontrar las joyas para culpar a su tío y encerrarle por robo, después pasaría a la segunda parte del plan para desprestigiar al hijo de su tío y entonces quedarse con el dinero. Aunque puede que ellos hicieran algo para ponerle las cosas aún más fáciles, después de todo, las cosas a veces no salen como uno planea y eso puede ser para bien o para mal, ya veremos que sucede.
Aún así se adentraron en la casa y aunque Lilith tenía ganas de reír al ver como aquel chiquillo se movía por la casa decidió guardar silencio y seguirlo por donde él decidiera ir. Ante sus palabras medito por un momento como si realmente estuviera pensando en el lugar donde su tío pudiera haber guardado las joyas. Pero ella sabía perfectamente donde estaban, las había escondido en un doble fondo en el escritorio de su despacho. Su tío no tenía ni idea de que ese escritorio tenía doble fondo, pero ella lo sabía, era exactamente igual que el que tenía su padre en casa pues se lo había regalado él años atrás, antes de morir.
— Puede que en su despacho, supongo que es el lugar más seguro en la casa, creo recordar que allí mi tío tiene una caja fuerte — aunque no estaban allí, era obvio, pero esperaba que el pelirrojo tuviera dos dedos de frente y supiera rebuscar en el resto de la habitación para encontrar lo que allí se escondía. — Si no recuerdo mal estaba en el piso de arriba, cerca de la habitación principal — realmente parecía que lo estaba pensando, que intentaba recordar lo que había visto en aquella casa las veces que había estado allí. Le señalo unas escaleras y se dispusieron los dos a subir por ellas hasta la planta de arriba.
Por el momento no se escuchaba un solo ruido en la casa, parecía que realmente estaban solos y en cierta forma lo agradecía teniendo en cuenta que si ahora aparecía su tío podía dar al traste con sus planes, eso o ayudarla a mostrarle como aún mas culpable. Por el momento, esperaba que llegaran arriba y tras una investigación pudieran encontrar las joyas para culpar a su tío y encerrarle por robo, después pasaría a la segunda parte del plan para desprestigiar al hijo de su tío y entonces quedarse con el dinero. Aunque puede que ellos hicieran algo para ponerle las cosas aún más fáciles, después de todo, las cosas a veces no salen como uno planea y eso puede ser para bien o para mal, ya veremos que sucede.
Liam D. Griffith
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La segunda sala, a la izquierda desde la entrada, no parecía apuntar mejores maneras que la anterior. Era fijarse en las mesas de juegos y en los posavasos para hacerse una idea de a qué iba su tío ahí. Por experiencia, lo único que le faltaba a aquel lugar eran un par barras para prostitutas, o al menos es cómo se lo montaban muchos de los ricos a los que había pillado con las manos en la masa a lo largo de mi educación en la Academia y trabajando para la Marina. Curiosamente, nadie se despegaba del mismo estereotipo de persona con dinero que ocupaba sus días en beber, aprovecharse de la gente y caer en los vicios y necesidades más primarias. Suspiré, cerrando de nuevo la puerta y encaminándome por el pasillo tras ver como la sobrina del hombre de la casa entrecerraba un poco los ojos, claramente pensativa. Avancé sin más, sin saber cuánto tardaría en decir aquello que rondaba por su cabeza, mirando una y otra habitación a mi alrededor pero por encima; ya me había jurado que solo miraría las que parecieran sospechosas a primera vista.
Finalmente, Lilith abrió la boca para hablar. «¿El despacho…? Bueno, es donde uno debería pasar la mayoría del tiempo y necesita tener protección para evitar que roben o se pierdan ficheros… Vale la pena, eso seguro.» pensé para mis adentros, sonriendo. Al menos tenía una pista para seguir y no me tendría que ir paseando por la casa sin hacer nada más que cotillear lo que tenía el hombre. «Así que piso de arriba...» y concentré mi mirada por completo en las escaleras que se veían acercarse —gracias a mis pasos— al fondo del pasillo.
— Sí, suena bastante lógico. Supongo que será mejor darle un intento —casi susurré, todavía algo indispuesto para lo que estaba haciendo—. Llevas mucho sin pisar esta casa, ¿no? No suenas muy convencida.
Y seguí caminando, alternando mi mirada entre la mujer que había jurado proteger desde que decidió seguirme a la casa de este hombre y las escaleras que conformaban mi destino. Cuidaba mi ritmo para no dejar a Lilith atrás e impedir que la pudiera perder de vista por alguna razón, ya que no sabría qué cara poner a la vuelta si algo le hubiera sucedido. Comencé a subir las escaleras a su lado, escalón tras escalón, notando cómo giraban un par de veces antes de dejar a mis zapatos pisar la alfombra del piso superior. Miré aquellos dibujos en el suelo, luego a ella, y traté de discernir cuál podía ser la habitación principal. Bueno, estaba claro, ya que frente a mí se encontraba una gigantesca sala con tres sofás haciendo una ''U'', en medio una mesa y todo alrededor llenos de cuadros de los que supuse que eran los hombres de la casa.
— Tienen un poco de ego, ¿no es así? —pregunté retóricamente, señalando a uno de los tantos marcos que opacaban una pared exquisitamente pintada.
La habitación estaba rodeada de otras estancias y, abriendo puerta por puerta y echando un ojo al interior, no fue muy difícil encontrar la que Lilith me había mencionado: decenas de estantes a cada lado con ficheros ordenados por cada letra, una gigantesca papelera, un escritorio descomunal... y una caja fuerte al fondo, incrustada en la pared. Asomaba tras un cuadro muy mal colocado si su objetivo era taparla, pero que ahora mismo nos estaba haciendo un favor al estar doblado. Di un par de pasos y me sentí rodeado de información y, antes de caer en la tentación de extraer cualquiera de esas carpetas con etiquetas, continué mi camino. Miré a la albina otra vez más, notando que estaba allí y, por estar poco atento a lo que me rodeaba, choqué mi rodilla de lleno contra las maderas del escritorio, dejando escuchar un ruido hueco por toda la habitación y un grito enmudecido por un puño que llegó a mi boca.
— M-Mi culpa… —comenté con un par de lágrimas en los ojos, cojeando un par de veces hasta llegar a la pared para poder quitar el cuadro. Lo retiré y lo dejé en el suelo con el mayor de los cuidados, fijándome en que la caja fuerte era de combinación y que no entraba dentro de mis capacidades abrir aquello—. ¿Alguna idea de cuál puede ser la clave…? —pregunté sin girarme y sin mucha confianza en encontrar una respuesta, al fin y al cabo tenía que ser algo secreto.
«Quizás tiene la clave escondida por aquí también por si se olvidase…» pensé, viéndolo como algo lógico. Yo mismo tenía siempre conmigo apuntadas algunas claves —sin identificadores— para mis taquillas, cajas fuertes y tal, desde las que reposaban en la casa de los Griffith hasta las de la Marina. Me senté, quedando escondido tras el escritorio y abriendo algunos cajones para ver si salía a la luz algún papelito. Si la contraseña estuviera guardada en los ficheros… No podría hacer nada, supongo. Escuché un choque al abrir uno de ellos, el más bajo, y vi cómo la plataforma estaba movida y chocaba contra el techo, impidiendo abrirlo. ¿Por qué se había dejado eso así…? ¿O había sido mi golpe? Fuera lo que fuese, bajo aquella pequeña lámina de madera reposaba el brillo de algo que me apresuraría a extraer lo más rápido posible.
Finalmente, Lilith abrió la boca para hablar. «¿El despacho…? Bueno, es donde uno debería pasar la mayoría del tiempo y necesita tener protección para evitar que roben o se pierdan ficheros… Vale la pena, eso seguro.» pensé para mis adentros, sonriendo. Al menos tenía una pista para seguir y no me tendría que ir paseando por la casa sin hacer nada más que cotillear lo que tenía el hombre. «Así que piso de arriba...» y concentré mi mirada por completo en las escaleras que se veían acercarse —gracias a mis pasos— al fondo del pasillo.
— Sí, suena bastante lógico. Supongo que será mejor darle un intento —casi susurré, todavía algo indispuesto para lo que estaba haciendo—. Llevas mucho sin pisar esta casa, ¿no? No suenas muy convencida.
Y seguí caminando, alternando mi mirada entre la mujer que había jurado proteger desde que decidió seguirme a la casa de este hombre y las escaleras que conformaban mi destino. Cuidaba mi ritmo para no dejar a Lilith atrás e impedir que la pudiera perder de vista por alguna razón, ya que no sabría qué cara poner a la vuelta si algo le hubiera sucedido. Comencé a subir las escaleras a su lado, escalón tras escalón, notando cómo giraban un par de veces antes de dejar a mis zapatos pisar la alfombra del piso superior. Miré aquellos dibujos en el suelo, luego a ella, y traté de discernir cuál podía ser la habitación principal. Bueno, estaba claro, ya que frente a mí se encontraba una gigantesca sala con tres sofás haciendo una ''U'', en medio una mesa y todo alrededor llenos de cuadros de los que supuse que eran los hombres de la casa.
— Tienen un poco de ego, ¿no es así? —pregunté retóricamente, señalando a uno de los tantos marcos que opacaban una pared exquisitamente pintada.
La habitación estaba rodeada de otras estancias y, abriendo puerta por puerta y echando un ojo al interior, no fue muy difícil encontrar la que Lilith me había mencionado: decenas de estantes a cada lado con ficheros ordenados por cada letra, una gigantesca papelera, un escritorio descomunal... y una caja fuerte al fondo, incrustada en la pared. Asomaba tras un cuadro muy mal colocado si su objetivo era taparla, pero que ahora mismo nos estaba haciendo un favor al estar doblado. Di un par de pasos y me sentí rodeado de información y, antes de caer en la tentación de extraer cualquiera de esas carpetas con etiquetas, continué mi camino. Miré a la albina otra vez más, notando que estaba allí y, por estar poco atento a lo que me rodeaba, choqué mi rodilla de lleno contra las maderas del escritorio, dejando escuchar un ruido hueco por toda la habitación y un grito enmudecido por un puño que llegó a mi boca.
— M-Mi culpa… —comenté con un par de lágrimas en los ojos, cojeando un par de veces hasta llegar a la pared para poder quitar el cuadro. Lo retiré y lo dejé en el suelo con el mayor de los cuidados, fijándome en que la caja fuerte era de combinación y que no entraba dentro de mis capacidades abrir aquello—. ¿Alguna idea de cuál puede ser la clave…? —pregunté sin girarme y sin mucha confianza en encontrar una respuesta, al fin y al cabo tenía que ser algo secreto.
«Quizás tiene la clave escondida por aquí también por si se olvidase…» pensé, viéndolo como algo lógico. Yo mismo tenía siempre conmigo apuntadas algunas claves —sin identificadores— para mis taquillas, cajas fuertes y tal, desde las que reposaban en la casa de los Griffith hasta las de la Marina. Me senté, quedando escondido tras el escritorio y abriendo algunos cajones para ver si salía a la luz algún papelito. Si la contraseña estuviera guardada en los ficheros… No podría hacer nada, supongo. Escuché un choque al abrir uno de ellos, el más bajo, y vi cómo la plataforma estaba movida y chocaba contra el techo, impidiendo abrirlo. ¿Por qué se había dejado eso así…? ¿O había sido mi golpe? Fuera lo que fuese, bajo aquella pequeña lámina de madera reposaba el brillo de algo que me apresuraría a extraer lo más rápido posible.
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Estaba ligeramente emocionada por que cada vez se estuvieran acercando más al propósito final que la madame había planeado desde el inicio. Faltaba poco para que pudieran encontrar las joyas en el despacho de su tío, en aquel maravilloso escritorio que ni si quiera él sabía que tenía un compartimento secreto. Por su parte se mantendría en un segundo plano para que fuera el marine quien encontrase las joyas, después de todo era mejor así para evitar cualquier tipo de sospechas. Ante su pregunta la joven asintió levemente y suspiro.
— Así es, tras la muerte de mi padre la relación con mi tío se vio bastante manchada cuando intento robarme mi herencia para quedarse él con el negocio — mostró un rostro bastante apenado para continuar con su papel de victima en aquella historia. Por el momento todo parecía ir de maravilla para ella. Incluso el hecho de que el marine se golpeara con al escritorio había sido un verdadero golpe de suerte para ella, de aquel modo había logrado que se abriera ligeramente el compartimento secreto y estaba segura de que el pelirrojo no habría dejado pasar aquello.
Se acerco un poco a él para ver si se encontraba bien — ¿estas bien? ¿te has hecho daño? — el golpe había sonado bastante, así que seguramente ahora mismo le estaría doliendo bastante la zona que se había golpeado. Sin embargo un nuevo ruido llamo la atención de la mujer, al principio pensó que eran imaginaciones suyas, pero no tardó en darse cuenta de que de imaginaciones nada. Parecía que había alguien más en la casa, podía escuchar algunos pasos pero no quería dar la voz de alarma todavía. No antes de que encontrase las joyas, para eso habían venido.
No podían marcharse de aquella casa sin que el marine diera con las joyas y pudieran culpar a su tío de su desaparición, con eso tenía todas las papeletas para quedarse con todo el negocio familiar y de una forma completamente "limpia" por decirlo de alguna manera. Sobretodo por que todos aquellos que conocían a la joven hablaban maravillas de ella y siempre se lamentaban de que hubiese tenido que vivir una vida tan llena de penas y de desafortunados incidentes. La muerte de su madre, de su padre, de su marido, definitivamente a aquella pobre mujer la seguía la desgracia y era mejor que la gente siguiera pensando de aquella manera.
— Así es, tras la muerte de mi padre la relación con mi tío se vio bastante manchada cuando intento robarme mi herencia para quedarse él con el negocio — mostró un rostro bastante apenado para continuar con su papel de victima en aquella historia. Por el momento todo parecía ir de maravilla para ella. Incluso el hecho de que el marine se golpeara con al escritorio había sido un verdadero golpe de suerte para ella, de aquel modo había logrado que se abriera ligeramente el compartimento secreto y estaba segura de que el pelirrojo no habría dejado pasar aquello.
Se acerco un poco a él para ver si se encontraba bien — ¿estas bien? ¿te has hecho daño? — el golpe había sonado bastante, así que seguramente ahora mismo le estaría doliendo bastante la zona que se había golpeado. Sin embargo un nuevo ruido llamo la atención de la mujer, al principio pensó que eran imaginaciones suyas, pero no tardó en darse cuenta de que de imaginaciones nada. Parecía que había alguien más en la casa, podía escuchar algunos pasos pero no quería dar la voz de alarma todavía. No antes de que encontrase las joyas, para eso habían venido.
No podían marcharse de aquella casa sin que el marine diera con las joyas y pudieran culpar a su tío de su desaparición, con eso tenía todas las papeletas para quedarse con todo el negocio familiar y de una forma completamente "limpia" por decirlo de alguna manera. Sobretodo por que todos aquellos que conocían a la joven hablaban maravillas de ella y siempre se lamentaban de que hubiese tenido que vivir una vida tan llena de penas y de desafortunados incidentes. La muerte de su madre, de su padre, de su marido, definitivamente a aquella pobre mujer la seguía la desgracia y era mejor que la gente siguiera pensando de aquella manera.
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Ella se acercó con cierta velocidad hasta mí tras notar —o mejor dicho, escuchar— el golpe que me di, pero yo estaba demasiado concentrado en el contenido del cajón como para percatarme de sus pasos, su voz o cualquier otra cosa. Metiendo la diestra me encajé de apartar con destreza aquella superficie que había las veces de fondo cuando alguien no lo descubría, sacándolo y colocándolo en el suelo a mi lado mientras mis ojos brillaban con tanta intensidad como las joyas que observaba. Terminé de abrir el cajón al completo, casi chocando conmigo, hasta que me decidí a meter la mano y recoger con los dedos bien abiertos y la palma extendida todo aquello que estaba allí guardado. Se me escapó una sonrisa realmente amplia por dos simples razones, pesando la primera más que la segunda: había cumplido mi cometido con cierta facilidad y exitosamente, y aquello me permitía simplemente marcharme de allí de una vez por todas antes de que llegase alguien y me señalase con el dedo al grito de ''¡Ladron!''. Elevé la mano hasta que apareció por encima del escritorio, llevando los ojos hacia la señorita Lilith y haciendo danzar aquello frente a ella.
— ¿Puede que sean estas tus joyas, señorita Lilith? —dije, asomando levemente al otro lado del escritorio, únicamente los ojos—. Sin duda estaban escondidas demasiado bien como para ser algo que se ponga a diario…
Coloqué la mano libre en el suelo mientras esperaba a su respuesta y, jugando con la posición de los pies, terminé levantándome con cierto esfuerzo, apareciendo por completo al otro lado de la sala. Golpeé con suavidad el pantalón por detrás, aunque a decir verdad nada en aquella casa tenía demasiado polvo, seguramente por la gran cantidad de sirvientas que, sospechosamente, no aparecían por ningún lado. No tardé en escuchar su afirmativa a aquello que le había dicho, suspirando mientras las guardaba en la mochila y me erguía a su lado.
— Tenías buen instinto al señalar el despacho como nuestro objetivo… Me has ahorrado muchos quebraderos de cabeza y mucho tiempo, así que agradezco que hayas venido conmigo —comenté, colgándome la mochila a la espalda ya cargada con las pertenencias de la mujer—. Ahora… —Rodé los ojos mientras daba un par de pasos hacia la puerta y miraba hacia atrás suavemente—. Me gustaría marcharme de esta casa antes de que venga alguien a hacer que caiga toda la Marine sobre mí —Y me reí suavemente, cuidando el volumen para no poder llamar la atención de nadie.
Me di la vuelta, algo apresurado por la mera idea de que alguna criada apareciese en aquel pasillo y terminase manchando mi expediente por asaltar una morada a la que ni siquiera había pedido una orden para entrar. Crucé la puerta, tratando de recordar el camino de vuelta hacia la misma entrada por la que habíamos pasado hacía unos generosos minutos, dando unas buenas zancadas para acortar el tiempo que me tomaría abandonar aquel lugar. Realmente me estaba carcomiendo la conciencia, así que no repetiría ni muerto. Una llamadita al cuartel de la isla, una petición de examen y a operar como la Justicia dictaminaba, porque ya vería qué cara se me quedaba de demostrar ser inocente aquel hombre que Lilith tenía por tío. Por suerte, no lo era y ya teníamos pruebas y palabras de sobra como para hacer que sufriera las consecuencias de sus acciones, así que me encargaría tras salir de allí de dar la noticia y preparar un juicio justo pero claro para aquel hombre. Fuera tu familia o no, robo era robo, encima tratando de ser cruel para hacer daño emocional.
— ¿Puede que sean estas tus joyas, señorita Lilith? —dije, asomando levemente al otro lado del escritorio, únicamente los ojos—. Sin duda estaban escondidas demasiado bien como para ser algo que se ponga a diario…
Coloqué la mano libre en el suelo mientras esperaba a su respuesta y, jugando con la posición de los pies, terminé levantándome con cierto esfuerzo, apareciendo por completo al otro lado de la sala. Golpeé con suavidad el pantalón por detrás, aunque a decir verdad nada en aquella casa tenía demasiado polvo, seguramente por la gran cantidad de sirvientas que, sospechosamente, no aparecían por ningún lado. No tardé en escuchar su afirmativa a aquello que le había dicho, suspirando mientras las guardaba en la mochila y me erguía a su lado.
— Tenías buen instinto al señalar el despacho como nuestro objetivo… Me has ahorrado muchos quebraderos de cabeza y mucho tiempo, así que agradezco que hayas venido conmigo —comenté, colgándome la mochila a la espalda ya cargada con las pertenencias de la mujer—. Ahora… —Rodé los ojos mientras daba un par de pasos hacia la puerta y miraba hacia atrás suavemente—. Me gustaría marcharme de esta casa antes de que venga alguien a hacer que caiga toda la Marine sobre mí —Y me reí suavemente, cuidando el volumen para no poder llamar la atención de nadie.
Me di la vuelta, algo apresurado por la mera idea de que alguna criada apareciese en aquel pasillo y terminase manchando mi expediente por asaltar una morada a la que ni siquiera había pedido una orden para entrar. Crucé la puerta, tratando de recordar el camino de vuelta hacia la misma entrada por la que habíamos pasado hacía unos generosos minutos, dando unas buenas zancadas para acortar el tiempo que me tomaría abandonar aquel lugar. Realmente me estaba carcomiendo la conciencia, así que no repetiría ni muerto. Una llamadita al cuartel de la isla, una petición de examen y a operar como la Justicia dictaminaba, porque ya vería qué cara se me quedaba de demostrar ser inocente aquel hombre que Lilith tenía por tío. Por suerte, no lo era y ya teníamos pruebas y palabras de sobra como para hacer que sufriera las consecuencias de sus acciones, así que me encargaría tras salir de allí de dar la noticia y preparar un juicio justo pero claro para aquel hombre. Fuera tu familia o no, robo era robo, encima tratando de ser cruel para hacer daño emocional.
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Se estaba empezando a poner un poco nerviosa, no sabía si había alguien realmente en la casa o no, pero sonaban aquellos pasos por el lugar y sin duda era algo que la estaba molestando un poco. Pero no podía destruir su fachada en aquel momento. Cuando Liam saco por fin sus joyas del cajón donde las habían guardado sus subordinados sonrió como quien ve un regalo debajo del árbol en navidad. Estaba tan emocionada por que había recuperado sus joyas que cuando el chico se levanto no dudo en acortar la distancia que los separaba y darle un dulce y cálido abrazo. Estaba realmente encantada con que las hubieran encontrado y tenía que agradecérselo de alguna manera.
— Muchísimas gracias, que alegría, seguramente mi madre este sonriendo ahora mismo este donde este — era una frase absurda para decir que se moría de felicidad por haber encontrado las joyas de su madre. Le soltó algo sonrojada por haberle abrazado de aquella forma y asintió a la idea de marcharse de allí cuanto antes. Salieron del despacho y la madame puso rumbo hacía las escaleras por las cuales habían subido antes. Había dejado de escuchar los pasos y no sabía si eso significaba que ya no había nadie en casa o que habían sido imaginaciones suyas.
Bajaron las escaleras y salieron de la casa, pero cuando lo hicieron Lilith que iba a la derecha de Liam recibió un fuerte golpe que la hizo caer al suelo y rodar un poco por el suelo. El golpe había sido realmente duro y Lilith intento levantarse pero estaba bastante dolorida. Un par de hombres se colocaron alrededor de Liam para impedirle que fuera a ayudar a la chica mientras que otros dos hombres comenzaban a golpearla una y otra vez, patadas, puñetazos. Los gritos doloridos de la joven resonaban por el lugar mientras los golpes se sucedían uno tras otro sin mucha diferencia de tiempo entre ellos.
— ¡Ayuda! ¡Liam! — no tardaron demasiado en llenar su rostro de golpes, seguramente tras aquella paliza que le estaban dando acabaría con daños internos, moratones por todos lados, huesos rotos. Cada vez se encontraba peor, sentía como todo el cuerpo le dolía y como poco a poco iba perdiendo el conocimiento. ¿Su tío había descubierto sus planes o aquello era obra de alguien más? No estaba segura, no podía decirlo y ahora mismo su mente estaba demasiado cegada por el dolor como para poder ponerse a pensar en algo más que no fuera sobrevivir. Necesitaba librarse de aquellos hombres, necesitaba salvarse, no podía morir, no podía morir en aquellas tristes circunstancias.
— Muchísimas gracias, que alegría, seguramente mi madre este sonriendo ahora mismo este donde este — era una frase absurda para decir que se moría de felicidad por haber encontrado las joyas de su madre. Le soltó algo sonrojada por haberle abrazado de aquella forma y asintió a la idea de marcharse de allí cuanto antes. Salieron del despacho y la madame puso rumbo hacía las escaleras por las cuales habían subido antes. Había dejado de escuchar los pasos y no sabía si eso significaba que ya no había nadie en casa o que habían sido imaginaciones suyas.
Bajaron las escaleras y salieron de la casa, pero cuando lo hicieron Lilith que iba a la derecha de Liam recibió un fuerte golpe que la hizo caer al suelo y rodar un poco por el suelo. El golpe había sido realmente duro y Lilith intento levantarse pero estaba bastante dolorida. Un par de hombres se colocaron alrededor de Liam para impedirle que fuera a ayudar a la chica mientras que otros dos hombres comenzaban a golpearla una y otra vez, patadas, puñetazos. Los gritos doloridos de la joven resonaban por el lugar mientras los golpes se sucedían uno tras otro sin mucha diferencia de tiempo entre ellos.
— ¡Ayuda! ¡Liam! — no tardaron demasiado en llenar su rostro de golpes, seguramente tras aquella paliza que le estaban dando acabaría con daños internos, moratones por todos lados, huesos rotos. Cada vez se encontraba peor, sentía como todo el cuerpo le dolía y como poco a poco iba perdiendo el conocimiento. ¿Su tío había descubierto sus planes o aquello era obra de alguien más? No estaba segura, no podía decirlo y ahora mismo su mente estaba demasiado cegada por el dolor como para poder ponerse a pensar en algo más que no fuera sobrevivir. Necesitaba librarse de aquellos hombres, necesitaba salvarse, no podía morir, no podía morir en aquellas tristes circunstancias.
Liam D. Griffith
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Akuma no mi
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Me quedé poco menos que paralizado en el instante en el que, aun mirando al frente, noté cómo un par de cálidos brazos arropaban mi cintura y se atenazaban con fuerza durante unos instantes. Mi pechó se infló, fruto del aire que quedaba ahí estancado al no poder respirar y por un segundo no supe reconocer si el rojo que plagaba mi cara era fruto de la vergüenza que estaba pasando o era que simplemente ya no llegaba nada ahí arriba. «¿P-P-P-Por qué…?» pensé para mis adentros, que se retorcían como si hubieran recibido el más doloroso golpe de una espada y se estuvieran desangrando segundo a segundo. ¿O era yo el que se desangraba por la nariz…? No, por suerte no llegué a ese punto, ya que hubiera sido una situación realmente desagradable para ambas partes. Me quedé congelado en el sitio como una estatua hasta que a Lilith le pareció el momento adecuado de separarse y solo entonces pude seguir con mi vida como si volviera a nacer. Suspiré profundamente, doblándome por un segundo para recuperar luego la compostura y evitar la mirada, sonriendo hacia la ventana y haciendo una reverencia que pecaba de excesiva. Todo fuera para camuflar mis nervios y timidez con educación, táctica que nunca me había salido del todo mal cuando la había utilizado en otras situaciones… parecidas.
No sabía muy bien qué responder a sus agradecimientos, ya que entre que era mi trabajo y que la lengua parecía haberse retorcido como una serpiente con su presa… Aunque en este caso, la presa parecía ser yo al completo. Me di la vuelta y, como un robot al que recién le han dado cuerda, salí de la habitación con ciertos movimientos llamativos, aun así guardando cierta compostura y estar para no confiarme demasiado. Tenía que tener la cabeza, aunque estuviera en las nubes parcialmente, también sobre mis hombros para no olvidar en la situación en la que nos encontrábamos; había que salir pronto de allí para poder dar parte del suceso sin más incidencias. Tratando de centrarme pero sin llegar a lograrlo por las acciones de la señorita, atravesé el pasillo y las escaleras en dirección al amplio recibidor, descubriendo que por allí seguía sin haber nadie. Aunque fuera lo que había visto al entrar y era lo normal, lograba sorprenderme por lo inesperado que era que, bueno, el dueño no estuviera en su propia casa. Aun así, no sería yo el que le cantase las cuarentas por hacer mi trabajo excesivamente fácil. Abrí con facilidad la puerta, girando el pomo, y vi cómo en el exterior tampoco había nadie. «Estamos de suerte, Lilith, nadie en lo absoluto.» quise decir, pero nada salió por mi boca, cosida con hilos de timidez.
Un poco ensimismado todavía di tres o cuatro pasos hasta que escuché un gruñido y, al darme la vuelta, vi cómo Lilith salía disparada desde su posición justo tras de mí casi medio metro. El culpable era un gigantesco puño que provenía de uno de los cuatro hombres que aguardaban justo a los laterales de la puerta y que, en cuanto pudieran, se abalanzaron a por mí para tomarme de ambos brazos e impedir que los moviera libremente. Traté de zafarme tirando, pero la diferencia obvia de tamaño devenía en que no servía de nada por más embistes que daba y daño que me hacía en los hombros. Gruñía y gruñía, abriendo la boca en cuanto escuché la petición de la señorita, que se encontraba siendo abusada por aquellas dos bestias:
— ¡Dejaaaaaadme! —Y mi voz, por cada vocal que decía, se fue haciendo más grave hasta convertirse en un potente bufido que molestó al resto. Tragué saliva y respiré lo más fuerte posible, esta vez no de nervios, afianzando la posición de mis pies y abriéndolos para descender un poco a pesar del fuerte agarre y el dolor que aquello provocaría. Entonces extendí las piernas a la par que el ángulo entre los dos zapatos se cerraba, impulsándome al aire junto con la fuerza de mis brazos para ganar altura y, ahí, hacer retroceder las piernas para golpear a ambos.
Uno recibió un talonazo en la baja tripa, el otro un puntapié en la entrepierna. Tenían la suficiente fuerza como para no soltarme directamente, pero también el dolor como para ver su agarre debilitado. Zarandeé de nuevo los brazos y esta vez me resbalé, desenvainando con velocidad el estoque a la par que mi nariz se arrugaba. Y, antes de que cualquiera de los dos pudiera notarlo por culpa de sus respectivas preferencias, se encontraron un pequeño agujero en mitad de la garganta, seguido de otros dos que los terminaron por tumbar en el suelo junto a su propio charco de sangre. Me di con velocidad la vuelta, acercándome a la muchacha que seguía siendo golpeada y yendo a por el que me quedaba más cerca. Mi diestra perdió agarre por culpa del daño y el metal chocó contra el suelo, pero aquello no me frenaría: pude ver el puñetazo de aquel hombre acercarse a mi cara y, dando una vuelta a la izquierda de esta, elevé el empeine y chuté su cabeza con fuerza. No cayó de igual forma, pero pude aguantar otro puñetazo directo al hombro para darle un rodillazo en la tripa que le hizo caer finalmente. Solo quedaba uno.
No sabía muy bien qué responder a sus agradecimientos, ya que entre que era mi trabajo y que la lengua parecía haberse retorcido como una serpiente con su presa… Aunque en este caso, la presa parecía ser yo al completo. Me di la vuelta y, como un robot al que recién le han dado cuerda, salí de la habitación con ciertos movimientos llamativos, aun así guardando cierta compostura y estar para no confiarme demasiado. Tenía que tener la cabeza, aunque estuviera en las nubes parcialmente, también sobre mis hombros para no olvidar en la situación en la que nos encontrábamos; había que salir pronto de allí para poder dar parte del suceso sin más incidencias. Tratando de centrarme pero sin llegar a lograrlo por las acciones de la señorita, atravesé el pasillo y las escaleras en dirección al amplio recibidor, descubriendo que por allí seguía sin haber nadie. Aunque fuera lo que había visto al entrar y era lo normal, lograba sorprenderme por lo inesperado que era que, bueno, el dueño no estuviera en su propia casa. Aun así, no sería yo el que le cantase las cuarentas por hacer mi trabajo excesivamente fácil. Abrí con facilidad la puerta, girando el pomo, y vi cómo en el exterior tampoco había nadie. «Estamos de suerte, Lilith, nadie en lo absoluto.» quise decir, pero nada salió por mi boca, cosida con hilos de timidez.
Un poco ensimismado todavía di tres o cuatro pasos hasta que escuché un gruñido y, al darme la vuelta, vi cómo Lilith salía disparada desde su posición justo tras de mí casi medio metro. El culpable era un gigantesco puño que provenía de uno de los cuatro hombres que aguardaban justo a los laterales de la puerta y que, en cuanto pudieran, se abalanzaron a por mí para tomarme de ambos brazos e impedir que los moviera libremente. Traté de zafarme tirando, pero la diferencia obvia de tamaño devenía en que no servía de nada por más embistes que daba y daño que me hacía en los hombros. Gruñía y gruñía, abriendo la boca en cuanto escuché la petición de la señorita, que se encontraba siendo abusada por aquellas dos bestias:
— ¡Dejaaaaaadme! —Y mi voz, por cada vocal que decía, se fue haciendo más grave hasta convertirse en un potente bufido que molestó al resto. Tragué saliva y respiré lo más fuerte posible, esta vez no de nervios, afianzando la posición de mis pies y abriéndolos para descender un poco a pesar del fuerte agarre y el dolor que aquello provocaría. Entonces extendí las piernas a la par que el ángulo entre los dos zapatos se cerraba, impulsándome al aire junto con la fuerza de mis brazos para ganar altura y, ahí, hacer retroceder las piernas para golpear a ambos.
Uno recibió un talonazo en la baja tripa, el otro un puntapié en la entrepierna. Tenían la suficiente fuerza como para no soltarme directamente, pero también el dolor como para ver su agarre debilitado. Zarandeé de nuevo los brazos y esta vez me resbalé, desenvainando con velocidad el estoque a la par que mi nariz se arrugaba. Y, antes de que cualquiera de los dos pudiera notarlo por culpa de sus respectivas preferencias, se encontraron un pequeño agujero en mitad de la garganta, seguido de otros dos que los terminaron por tumbar en el suelo junto a su propio charco de sangre. Me di con velocidad la vuelta, acercándome a la muchacha que seguía siendo golpeada y yendo a por el que me quedaba más cerca. Mi diestra perdió agarre por culpa del daño y el metal chocó contra el suelo, pero aquello no me frenaría: pude ver el puñetazo de aquel hombre acercarse a mi cara y, dando una vuelta a la izquierda de esta, elevé el empeine y chuté su cabeza con fuerza. No cayó de igual forma, pero pude aguantar otro puñetazo directo al hombro para darle un rodillazo en la tripa que le hizo caer finalmente. Solo quedaba uno.
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