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Qué buen día hace hoy en Chatarra, ¿no creéis? El frío es revitalizante, el canto de los pájaros llama a despertar en un nuevo día invernal, y el cielo amanece blanco y mullidito, cubierto por una capa de nubes tan uniforme que recuerda a una gigantesca oveja que cae sobre el mundo. Y en mitad del mar, clavada como una chincheta blanca y diminuta, está la bella isla conocida por el desafortunado nombre de Chatarra.
La nieve cubre toda la extensión de esta pequeña mota de tierra. El bosque, con los árboles cargados de nieve, es una amalgama de bolas de algodón de la que escapan algunos pájaros para dar los buenos días. Las chabolas esparcidas por la montaña, meras agrupaciones de restos y basura, apenas son visibles desde abajo, desde la ciudad donde comienza ya la actividad diaria. ¿Podéis oler el pan recién hecho, el café tostándose y atrayéndoos desde cada ventana? Los primeros pescadores salen a faenar, mientras que en las casas más pudientes los sirvientes se afanan en disponer lo necesario para sus señores.
Aunque tenga un nombre feo, la isla es bonita. Pequeña y recogida, sirve como refugio invernal para unas pocas familias ricas. Todos los edificios, adornados con guirnaldas de colores y decoraciones hechas con flores azules típicas del lugar, tienen pinta de valer un buen dinero. Y por encima de ellos, algunas de las mansiones son auténticas monstruosidades. Quienes las ocupan son acaudalados ciudadanos de todas partes del mundo que están de paso durante sus vacaciones. La única población fija -la única que importa- es la que ha hecho de su negocio mantener las propiedades de los adinerados propietarios mientras no están. Desde el único puerto de la isla podréis gozar de una espléndida vista de la Avenida del Oro, que se adentra en la ciudad en sí hasta perderse en la montaña y de la que se ramifican los cuidados caminos que llevan a las propiedades más grandes.
A juzgar por la limpieza, el orden y el relativo lujo del lugar, este no parece el típico sitio en el que unos piratas al uso encajarían. Pero, eh, buenas noticias: tienen un bar. Más o menos. Los precios son desorbitados y ofrecen mazapán con todas sus consumiciones, aunque sigue contando como bar.
Vosotros sabréis lo que hacéis aquí, pero si me lo me lo permitís os recomiendo ir encargando ya el marisco, que esta noche será un tanto especial por no sé qué celebración navideña de la que no para de hablar la gente.
La nieve cubre toda la extensión de esta pequeña mota de tierra. El bosque, con los árboles cargados de nieve, es una amalgama de bolas de algodón de la que escapan algunos pájaros para dar los buenos días. Las chabolas esparcidas por la montaña, meras agrupaciones de restos y basura, apenas son visibles desde abajo, desde la ciudad donde comienza ya la actividad diaria. ¿Podéis oler el pan recién hecho, el café tostándose y atrayéndoos desde cada ventana? Los primeros pescadores salen a faenar, mientras que en las casas más pudientes los sirvientes se afanan en disponer lo necesario para sus señores.
Aunque tenga un nombre feo, la isla es bonita. Pequeña y recogida, sirve como refugio invernal para unas pocas familias ricas. Todos los edificios, adornados con guirnaldas de colores y decoraciones hechas con flores azules típicas del lugar, tienen pinta de valer un buen dinero. Y por encima de ellos, algunas de las mansiones son auténticas monstruosidades. Quienes las ocupan son acaudalados ciudadanos de todas partes del mundo que están de paso durante sus vacaciones. La única población fija -la única que importa- es la que ha hecho de su negocio mantener las propiedades de los adinerados propietarios mientras no están. Desde el único puerto de la isla podréis gozar de una espléndida vista de la Avenida del Oro, que se adentra en la ciudad en sí hasta perderse en la montaña y de la que se ramifican los cuidados caminos que llevan a las propiedades más grandes.
A juzgar por la limpieza, el orden y el relativo lujo del lugar, este no parece el típico sitio en el que unos piratas al uso encajarían. Pero, eh, buenas noticias: tienen un bar. Más o menos. Los precios son desorbitados y ofrecen mazapán con todas sus consumiciones, aunque sigue contando como bar.
Vosotros sabréis lo que hacéis aquí, pero si me lo me lo permitís os recomiendo ir encargando ya el marisco, que esta noche será un tanto especial por no sé qué celebración navideña de la que no para de hablar la gente.
Zira
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Y otro encargo más del capitán para ese par de piratas, si sabía que se llevaban mal, ¿Para qué los pone juntos? ¿Acaso cree que así se fortalecerá la relación? Pues no, se pillarán más odio, aunque eso es más por parte de Jace, Zira es amigable a su forma, pero bien que lo jode cuando quiere, esa mujer es todo un caso. ¿A qué los mandaron? Pues a informar sobre el estado actual de esa isla, y para eso debían verla con sus propios ojos, y de paso si podían sacar algún beneficio más que lo intentaran sin llamar mucho la atención, esas fueron las órdenes del capitán Freites D. Alpha.
Ya allí en el puerto, Zira se moría de frío, normal por las ropas que lleva, solo tiene puestos sus shorts de siempre y una chaqueta negra no muy gruesa que digamos. Lleva una katana en su espalda, pero debajo de la chaqueta y con la capucha tapando la empuñadura que sobresaldría en otro caso, solo trae una por consejo de su capitán para no llamar la atención, seguramente la única persona en el mundo a la que escucha. Miró a su compañero y le dijo temblando del frío. –B-busquemos un lugar donde no me puto congele ayayayay… –Se frotaba del frío mientras se quejaba también del mismo, buscó a los alrededores con la mirada. –Una posada… p-por favor… –Casi que estaba llorando la "pobre", la estaba sufriendo mientras avanzaba con pasitos rápidos olvidándose de su compañero, incluso pensó en colarse a una casa.
Pero entonces visualizó un… ¿bar? Cerca de ella, se abrazaba a sí misma mientras corría hacia aquel lugar, no dudó en entrar y acercarse a la barra con un paso algo acelerado mientras hurgaba en sus bolsillos en busca de dinero. –D-dame un chocolate caliente. –Si estuviera bien de temperatura seguramente lo hubiera gritado, pero el frío le hacía temblar los labios. Básicamente se dirigió al barista mientras le entregaba el dinero que creía suficiente para el pedido, fue entonces que vio los precios y agregó un poco más hasta llegar al total. No se había fijado mucho en como era el entorno, estaba muerta de frío para fijarse bien eso, notaba que era un lugar con bastantes lujos.
Ya allí en el puerto, Zira se moría de frío, normal por las ropas que lleva, solo tiene puestos sus shorts de siempre y una chaqueta negra no muy gruesa que digamos. Lleva una katana en su espalda, pero debajo de la chaqueta y con la capucha tapando la empuñadura que sobresaldría en otro caso, solo trae una por consejo de su capitán para no llamar la atención, seguramente la única persona en el mundo a la que escucha. Miró a su compañero y le dijo temblando del frío. –B-busquemos un lugar donde no me puto congele ayayayay… –Se frotaba del frío mientras se quejaba también del mismo, buscó a los alrededores con la mirada. –Una posada… p-por favor… –Casi que estaba llorando la "pobre", la estaba sufriendo mientras avanzaba con pasitos rápidos olvidándose de su compañero, incluso pensó en colarse a una casa.
Pero entonces visualizó un… ¿bar? Cerca de ella, se abrazaba a sí misma mientras corría hacia aquel lugar, no dudó en entrar y acercarse a la barra con un paso algo acelerado mientras hurgaba en sus bolsillos en busca de dinero. –D-dame un chocolate caliente. –Si estuviera bien de temperatura seguramente lo hubiera gritado, pero el frío le hacía temblar los labios. Básicamente se dirigió al barista mientras le entregaba el dinero que creía suficiente para el pedido, fue entonces que vio los precios y agregó un poco más hasta llegar al total. No se había fijado mucho en como era el entorno, estaba muerta de frío para fijarse bien eso, notaba que era un lugar con bastantes lujos.
Jace eigner
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Akuma no mi
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Habíamos llegado a la isla de curioso nombre, con las exactas mismas ordenes de siempre de parte de Alpha, que como siempre era sacar el máximo provecho de este lugar (Cosa que me agradaba porque este terreno era perfecto para un ladronzuelo como yo), a pesar de esto debíamos de arreglárnoslas con nuestro complejo dúo, para conseguir lo que nos habían mandado... Conseguir información, cosa difícil con Zira. Por otro lado, mientras tanto el frio de la isla Chatarra era cuanto menos relevante a la hora de llegar a la isla, por lo que había decidido vestir ropas cuanto menos cálidas, y como siempre blancas para no destacar en la nieve, que a diferencia de mi compañera Zira parecía no tener claro el ambiente de esta isla… A pesar de que se lo habría dicho más de una vez.
-Te dije que vinieras preparada para el frio- Comentaría viendo los hermosos y caros floreros, junto a los extensos territorios de la isla, que en la avenida del oro parecían resaltar aún más. Para mí todo ese ambiente era como ver un tesoro oculto en las narices de otros, cosa que me ponía bastante emocionado he de decir, por lo que a pesar de mi fría cara podía mantener una leve sonrisa. Mientras tanto ella se iba quejando y temblando al son de las aves del lugar, que como siempre nos hacían notar que no encajábamos donde nos habíamos metido, después de todo hasta los pájaros parecían estar hechos de oro. Igualmente, teníamos que sacar provecho de esta isla de ricos, y gracias a mi compañera debíamos ir encontrando un lugar donde pasar el frio, ralentizando el paso y obligándonos a entrar a una taberna.
Seria de esta manera que le abriría la puerta a mi compañera, que a pesar de no exhibir modal alguno, no significaba que yo la fuese a tratar mal… Por lo menos en una misión.
De esta manera al darle el paso, miraría fugazmente a quien se encontrara atendiendo junto a los precios (Que para variar eran un ojo de la cara), que para variar me dejarían darle un pequeño vistazo al salón, haciendo como si fuese el asombrado miraría a los demás clientes del lugar (Si es que había), buscando a ver si alguien podría serme de utilidad.
-Yo quiero… - Diría luego volviendo a ver los precios haciéndome el tonto buscando la cosa más barata –Un café…- Dictaría después de ver que nada de ahí podría ser de un precio asequible, de esta manera le daría un vistazo al tabernero, que teníamos tomándonos el pedido… Quería saber cómo hablarle para sacarle información de la isla, cosa que nunca venia mal, pero para ello quería saber cómo dirigirme a él.
-Te dije que vinieras preparada para el frio- Comentaría viendo los hermosos y caros floreros, junto a los extensos territorios de la isla, que en la avenida del oro parecían resaltar aún más. Para mí todo ese ambiente era como ver un tesoro oculto en las narices de otros, cosa que me ponía bastante emocionado he de decir, por lo que a pesar de mi fría cara podía mantener una leve sonrisa. Mientras tanto ella se iba quejando y temblando al son de las aves del lugar, que como siempre nos hacían notar que no encajábamos donde nos habíamos metido, después de todo hasta los pájaros parecían estar hechos de oro. Igualmente, teníamos que sacar provecho de esta isla de ricos, y gracias a mi compañera debíamos ir encontrando un lugar donde pasar el frio, ralentizando el paso y obligándonos a entrar a una taberna.
Seria de esta manera que le abriría la puerta a mi compañera, que a pesar de no exhibir modal alguno, no significaba que yo la fuese a tratar mal… Por lo menos en una misión.
De esta manera al darle el paso, miraría fugazmente a quien se encontrara atendiendo junto a los precios (Que para variar eran un ojo de la cara), que para variar me dejarían darle un pequeño vistazo al salón, haciendo como si fuese el asombrado miraría a los demás clientes del lugar (Si es que había), buscando a ver si alguien podría serme de utilidad.
-Yo quiero… - Diría luego volviendo a ver los precios haciéndome el tonto buscando la cosa más barata –Un café…- Dictaría después de ver que nada de ahí podría ser de un precio asequible, de esta manera le daría un vistazo al tabernero, que teníamos tomándonos el pedido… Quería saber cómo hablarle para sacarle información de la isla, cosa que nunca venia mal, pero para ello quería saber cómo dirigirme a él.
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El local es realmente acogedor. El interior está revestido de tablones, que le dan un aire hogareño muy de agradecer. En el techo hay un tragaluz cubierto por un grueso cristal. La luz del sol entra desde arriba e ilumina los cristales de colores que cuelgan aquí y allá como decoración. Cuenta con dos pisos, separados por una escalera de maderas nobles y caldeados por el chisporroteante y generoso fuego que arde en la chimenea. Frente al hogar se disponen varios sillones con mesas bajas donde se apoltronan un par de mujeres con aspecto de llevar sus caros bolsos de piel hasta los topes de dinero.
El camarero os atiende, no sin antes dedicar una considerable cantidad de tiempo a juzgaros en silencio. Sobre todo a ti, Zira, y a tu atuendo absolutamente inconveniente. El tipo viste con un uniforme impecable, sin una arruga, y tiene el semblante serio y contenido de quien está acostumbrado a servir a gente de clase alta. El resto de la clientela, unos pocos trabajadores y algún que otro residente de lujo, baja el volumen de sus conversaciones cuando entráis. Malas miradas os llegan desde sus mesas, pero nadie os molesta.
Con vuestras bebidas en la mano seguro que disfrutáis mucho más de la turística Chatarra. Hay fotos en las paredes del local que muestran su historia, desde que solo era un pedrusco helado donde atracaban los contrabandistas hasta la construcción de los completos turísticos de lujo, pasando por todo tipo de asentamientos de diferentes tamaños.
Unos diez minutos después de vuestra llegada, un tipo entra en el local y le susurra algo al camarero. No debe de gustarle lo que oye a juzgar por la cara que pone mientras se os acerca.
-Abonen la cuenta, por favor -os pide con un tono un tanto seco.
Sin embargo -oh, problemas-, las bebidas cuestan mucho más de lo que ponía en el cartel. Resulta que los precios no están en berries, sino en la moneda local, cuyo valor es absurdo en comparación. Os va a salir el desayuno por un ojo de la cara.
En ese momento entran un hombre y una mujer que visten igual, con largos abrigos azules ribeteados de blanco y unas botas gruesas de corte militar. Podrían pasar por una pareja normal si no fuese porque llevan porras colgando del cinturón. Tienen una sospechosa pinta de guardias. A saber por qué están aquí. Os miran mucho mientras hablan con el hombre que ha entrado antes, pero tranquilos, seguro que es solo una casualidad.
El camarero os atiende, no sin antes dedicar una considerable cantidad de tiempo a juzgaros en silencio. Sobre todo a ti, Zira, y a tu atuendo absolutamente inconveniente. El tipo viste con un uniforme impecable, sin una arruga, y tiene el semblante serio y contenido de quien está acostumbrado a servir a gente de clase alta. El resto de la clientela, unos pocos trabajadores y algún que otro residente de lujo, baja el volumen de sus conversaciones cuando entráis. Malas miradas os llegan desde sus mesas, pero nadie os molesta.
Con vuestras bebidas en la mano seguro que disfrutáis mucho más de la turística Chatarra. Hay fotos en las paredes del local que muestran su historia, desde que solo era un pedrusco helado donde atracaban los contrabandistas hasta la construcción de los completos turísticos de lujo, pasando por todo tipo de asentamientos de diferentes tamaños.
Unos diez minutos después de vuestra llegada, un tipo entra en el local y le susurra algo al camarero. No debe de gustarle lo que oye a juzgar por la cara que pone mientras se os acerca.
-Abonen la cuenta, por favor -os pide con un tono un tanto seco.
Sin embargo -oh, problemas-, las bebidas cuestan mucho más de lo que ponía en el cartel. Resulta que los precios no están en berries, sino en la moneda local, cuyo valor es absurdo en comparación. Os va a salir el desayuno por un ojo de la cara.
En ese momento entran un hombre y una mujer que visten igual, con largos abrigos azules ribeteados de blanco y unas botas gruesas de corte militar. Podrían pasar por una pareja normal si no fuese porque llevan porras colgando del cinturón. Tienen una sospechosa pinta de guardias. A saber por qué están aquí. Os miran mucho mientras hablan con el hombre que ha entrado antes, pero tranquilos, seguro que es solo una casualidad.
Zira
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Las miradas de la gente se clavaron en Zira, pero ella no les dio importancia, ahora se estaba muriendo del frío y quería deshacerse de él, nada que una buena bebida caliente no solucione. La chica no era tonta, sabía que no pintaba nada aquí, pero a la vez era una clienta, se le debía atender siempre que pagara y su reserva de dinero era bastante amplia desde que se unió al barco de Freites D. Alpha. Era consciente de lo que opinaban las demás personas de ella y su compañero, pero eso la hacía sonreír, era el centro de atención y eso le gustaba.
Decidió quedarse cerca de la barra en una mesa pequeña para dos que había al lado, se sentó y le dio un trago al chocolate, miró a Jace con una expresión que se podría considerar seria si conoces a Zira, ya que todavía tenía una leve sonrisa, pero no era la misma de siempre. –Oye, ¿Viste algo de interés? –Le preguntó en voz baja, pues no quería que la gente se haga la idea equivocada con esa frase. –No me gusta este lugar la verdad, está lleno de gente penosa, ancianos ricos que se hacen los finos y luego son los primeros que van a los barrios bajos a por una puta menor de edad. No los culpo, seguro sus mujeres ya están muy desgastadas, a fin de cuentas de alguna forma llegaron a tener tanto dinero, ¿no? –Mantendría el tono bajo, a fin de cuentas no debían llamar mucho la atención, le mostraría una sonrisa burlona a su compañero.
Ya el frío no la invadía, con el primer trago se calmó un poco y mientras seguía tomando se le iba el frío, varios minutos pasaron, Zira notó al hombre que se acercó al camarero, algo no iba bien. –¿Tú también hueles que algo pasa? –Se inclinó hacia Jace para susurrarle eso. Cuando llegó el camarero para pedirles que paguen la cuenta, la muchacha comenzó a buscar dinero en su bolsa. –¿Cuánto es? –Preguntó para luego enterarse de que la moneda era otra, le tocaba pagar el equivalente. –Ya veo… pues deja que me fijo… –Decía a la par que buscaba y contaba el dinero. Dejó un fajo no muy grande en la mesa, en realidad era todo lo que tenía. –Aquí dejo lo mío. –Dijo para luego mirar al camarero. –Voy a pasar al baño. Vengo de lejos y no tuve la oportunidad de ir. –Le diría fingiendo cierta educación al camarero para luego levantarse de su silla, notando de reojo a la pareja vestida de guardias, esto no pintaba bien y menos con aquel tipo que había entrado antes, hablando con ellos. Se dirigió al baño de mujeres sin cruzar miradas con nadie más.
Decidió quedarse cerca de la barra en una mesa pequeña para dos que había al lado, se sentó y le dio un trago al chocolate, miró a Jace con una expresión que se podría considerar seria si conoces a Zira, ya que todavía tenía una leve sonrisa, pero no era la misma de siempre. –Oye, ¿Viste algo de interés? –Le preguntó en voz baja, pues no quería que la gente se haga la idea equivocada con esa frase. –No me gusta este lugar la verdad, está lleno de gente penosa, ancianos ricos que se hacen los finos y luego son los primeros que van a los barrios bajos a por una puta menor de edad. No los culpo, seguro sus mujeres ya están muy desgastadas, a fin de cuentas de alguna forma llegaron a tener tanto dinero, ¿no? –Mantendría el tono bajo, a fin de cuentas no debían llamar mucho la atención, le mostraría una sonrisa burlona a su compañero.
Ya el frío no la invadía, con el primer trago se calmó un poco y mientras seguía tomando se le iba el frío, varios minutos pasaron, Zira notó al hombre que se acercó al camarero, algo no iba bien. –¿Tú también hueles que algo pasa? –Se inclinó hacia Jace para susurrarle eso. Cuando llegó el camarero para pedirles que paguen la cuenta, la muchacha comenzó a buscar dinero en su bolsa. –¿Cuánto es? –Preguntó para luego enterarse de que la moneda era otra, le tocaba pagar el equivalente. –Ya veo… pues deja que me fijo… –Decía a la par que buscaba y contaba el dinero. Dejó un fajo no muy grande en la mesa, en realidad era todo lo que tenía. –Aquí dejo lo mío. –Dijo para luego mirar al camarero. –Voy a pasar al baño. Vengo de lejos y no tuve la oportunidad de ir. –Le diría fingiendo cierta educación al camarero para luego levantarse de su silla, notando de reojo a la pareja vestida de guardias, esto no pintaba bien y menos con aquel tipo que había entrado antes, hablando con ellos. Se dirigió al baño de mujeres sin cruzar miradas con nadie más.
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