Celeste D` Angelo
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Me dolía la cabeza horrores, me hallaba en el suelo y se sentía frío además de duro. Parecía ser de piedra o algo duro. Cuando me levanté y miré a ver donde me encontraba no sabía en que lugar estaba. Parecía estar en unas ruinas antiguas, una especie de caverna. Habían muros negros por todo el lugar, además de extraños edificios de otros tiempos. ¿Quién me había traído a aquel lugar? La cabeza me seguía dando vueltas. Lo único que recordaba antes de acabar en aquel lugar, era que me hallaba en la isla de Downs atendiendo un negocio local. Me habían contratado para vigilar la mercancía de un señor del bajo mundo en un puerto secreto. Después de eso no recordaba nada, solo recuerdos vagos.
Me puse a caminar, intentando encontrar algo que me indicara donde me hallaba. Parecía ser una especie de laberinto porque habían caminos, si, pero habían muros por doquier que tapaban la vista. Me adentré en uno de los pasillos y me pareció escuchar el sonido del agua. ¿Acaso estaba en una caverna submarina? Me palpé los bolsillos del abrigo buscando mi mechero.
- Venga ya, ¿me han quitado mis puros y mi mechero? Realmente están comenzando a fastidiarme - Dije en voz baja.
No tenía pinta de que me hubiesen dejado nada encima salvo la ropa. Ni mi propia máscara andaba conmigo. Proseguí por el camino hasta toparme con otra persona. Por el uniforme parecía ser un marine. Lo que me faltaba, que un funcionario del gobierno me viese la cara. Pero por otra parte, era más inteligente el no tener que andar sola. Era un hombre joven, de pelo castaño y de mirada cansada.
- Parece que no soy el único, encerrado aquí. Saludos, soy el sargento Mateo San, de la Marina. ¿Puedo preguntar por su nombre, milady? - Parecía tener modales el hombre, pero no iba a proporcionar mi verdadero nombre.
- Soy Diana, una simple comerciante. Parece que alguien está jugando con nosotros. Pronto veremos si podemos escapar de este sitio olvidado de la mano de dios -
Me puse a caminar, intentando encontrar algo que me indicara donde me hallaba. Parecía ser una especie de laberinto porque habían caminos, si, pero habían muros por doquier que tapaban la vista. Me adentré en uno de los pasillos y me pareció escuchar el sonido del agua. ¿Acaso estaba en una caverna submarina? Me palpé los bolsillos del abrigo buscando mi mechero.
- Venga ya, ¿me han quitado mis puros y mi mechero? Realmente están comenzando a fastidiarme - Dije en voz baja.
No tenía pinta de que me hubiesen dejado nada encima salvo la ropa. Ni mi propia máscara andaba conmigo. Proseguí por el camino hasta toparme con otra persona. Por el uniforme parecía ser un marine. Lo que me faltaba, que un funcionario del gobierno me viese la cara. Pero por otra parte, era más inteligente el no tener que andar sola. Era un hombre joven, de pelo castaño y de mirada cansada.
- Parece que no soy el único, encerrado aquí. Saludos, soy el sargento Mateo San, de la Marina. ¿Puedo preguntar por su nombre, milady? - Parecía tener modales el hombre, pero no iba a proporcionar mi verdadero nombre.
- Soy Diana, una simple comerciante. Parece que alguien está jugando con nosotros. Pronto veremos si podemos escapar de este sitio olvidado de la mano de dios -
Anna Bloodfallen
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Este dolor de cabeza me recuerda a esas resacas por culpa del vino y de la cerveza. Busco la cantimplora que siempre está en mi cintura. Y por fortuna ese siempre nunca me ha fallado. Una persona muere si no bebe agua, y a mí no me gustaría morir. Doy un sorbo muy breve, lo suficiente para remojar mis labios e hidratar mis cuerdas vocales. Ahora mismo esta cantimplora tiene mucho valor, así que debo protegerla. Quién sabe cuándo vaya a salir de este laberinto…
Desperté hace seis horas Todo fue… confuso. Estaba en un salón más oscuro que los pasillos de los suburbios. Ni siquiera un marginado como yo podía ver en ese lugar. Este dolor de cabeza se lo debo a los cabezazos que me di por intentar encontrar una salida. ¿Por qué estaba en un lugar tan pequeño? Encontré unas escaleras y me caí ochocientas veces porque estaban rotas. Casi me rompí el tobillo, pero le pillé el truco y aquí estoy. Me alegré cuando vi las pequeñas farolas en el suelo y en las murallas. Muchas no funcionaban, pero las que sí me eran suficiente.
Escuché el sonido del agua y me imaginé un escenario positivo. Pensé que había solo había caído a uns ruinas, que pronto encontraría la salida. Mi esperanza se redujo a cero y mi paranoia subió al infinito cuando probé el agua y la escupí. Era salada. La habitación llena de agua con un renacuajo de ochorrocientos metros me sacó de las dudas y acepté que estaba en unas ruinas sumergidas en el mar. De alguna manera me habrán traído si es que desperté en ese miserable cuarto, por lo que debe haber salida. Lo pensé en ese momento y todavía lo creo, el problema es que el panorama empeoró cuando llegué tres veces a la habitación del renacuajo carnívoro. Sé moverme en calles oscuras y cerradas, pero esto es un maldito laberinto lleno de peligros.
¿Y qué hago aquí? Espero que la mujer que llevo siguiendo de hace un buen rato esté más enterada que yo. Me detengo cuando la veo hablar con un hombre que no consigo distinguir. Puedo ver en la oscuridad, pero tampoco tengo superpoderes o algo. El que se llama Mateo es educado, un caballero que, si la vista no me falla, lleva el uniforme de la gaviota. La mujer es Diana, una comerciante que piensa que alguien está jugando con nosotros. Genial, debo preguntarle a la paranoica. Si alguien está jugando con nosotros tendría que tener una mente muy retorcida. Sé que hay bastardos de esos sueltos por ahí, pero no quiero que este panorama siga empeorando. No necesito un lunático.
De alguna manera siento que esta mujer no es un peligro. ¿Cómo lo puedo explicar…? Es complicado, pero por alguna extraña razón creo que estaré bien. Confío en mi instinto porque me ha salvado muchas veces el culo. Formar un grupo me servirá para obtener información y seguridad. Me gustaría aprovecharme de mi condición de niña, pero esta vez no servirá de nada. Debo mostrarle a esta gente que soy uno de los tantos peligros del laberinto.
Me acerco en silencio, sin provocar ruido como tan bien estoy acostumbrada. Mi silueta se vuelve una con la oscuridad y aparece justo después de intentar empujar a Diana. Le miraría sin mucha expresión desde una distancia prudente. ¿Por qué le he empujado? Bueno, si es lista se dará cuenta de que pudo haber sido un cuchillo en vez de un empujón.
—Hola —saludo con la mano y en voz baja. Como el laberinto es silencioso no tendrán problema en oírme—. Soy Victoria, también estoy atrapada aquí. Deberíamos ir juntos.
¿Cuánto tiempo llevarán despiertos? Yo en seis horas no he descubierto gran cosa, pero esta gente parece saber más que yo. Espero no encontrarme con gente que lleva días despierta. La ventaja de información y experiencia en el laberinto sobre mí es demasiado grande como para lidiar con ella. Si me encuentro con alguien así, lo evitaré. Este laberinto no me gusta en lo absoluto.
Desperté hace seis horas Todo fue… confuso. Estaba en un salón más oscuro que los pasillos de los suburbios. Ni siquiera un marginado como yo podía ver en ese lugar. Este dolor de cabeza se lo debo a los cabezazos que me di por intentar encontrar una salida. ¿Por qué estaba en un lugar tan pequeño? Encontré unas escaleras y me caí ochocientas veces porque estaban rotas. Casi me rompí el tobillo, pero le pillé el truco y aquí estoy. Me alegré cuando vi las pequeñas farolas en el suelo y en las murallas. Muchas no funcionaban, pero las que sí me eran suficiente.
Escuché el sonido del agua y me imaginé un escenario positivo. Pensé que había solo había caído a uns ruinas, que pronto encontraría la salida. Mi esperanza se redujo a cero y mi paranoia subió al infinito cuando probé el agua y la escupí. Era salada. La habitación llena de agua con un renacuajo de ochorrocientos metros me sacó de las dudas y acepté que estaba en unas ruinas sumergidas en el mar. De alguna manera me habrán traído si es que desperté en ese miserable cuarto, por lo que debe haber salida. Lo pensé en ese momento y todavía lo creo, el problema es que el panorama empeoró cuando llegué tres veces a la habitación del renacuajo carnívoro. Sé moverme en calles oscuras y cerradas, pero esto es un maldito laberinto lleno de peligros.
¿Y qué hago aquí? Espero que la mujer que llevo siguiendo de hace un buen rato esté más enterada que yo. Me detengo cuando la veo hablar con un hombre que no consigo distinguir. Puedo ver en la oscuridad, pero tampoco tengo superpoderes o algo. El que se llama Mateo es educado, un caballero que, si la vista no me falla, lleva el uniforme de la gaviota. La mujer es Diana, una comerciante que piensa que alguien está jugando con nosotros. Genial, debo preguntarle a la paranoica. Si alguien está jugando con nosotros tendría que tener una mente muy retorcida. Sé que hay bastardos de esos sueltos por ahí, pero no quiero que este panorama siga empeorando. No necesito un lunático.
De alguna manera siento que esta mujer no es un peligro. ¿Cómo lo puedo explicar…? Es complicado, pero por alguna extraña razón creo que estaré bien. Confío en mi instinto porque me ha salvado muchas veces el culo. Formar un grupo me servirá para obtener información y seguridad. Me gustaría aprovecharme de mi condición de niña, pero esta vez no servirá de nada. Debo mostrarle a esta gente que soy uno de los tantos peligros del laberinto.
Me acerco en silencio, sin provocar ruido como tan bien estoy acostumbrada. Mi silueta se vuelve una con la oscuridad y aparece justo después de intentar empujar a Diana. Le miraría sin mucha expresión desde una distancia prudente. ¿Por qué le he empujado? Bueno, si es lista se dará cuenta de que pudo haber sido un cuchillo en vez de un empujón.
—Hola —saludo con la mano y en voz baja. Como el laberinto es silencioso no tendrán problema en oírme—. Soy Victoria, también estoy atrapada aquí. Deberíamos ir juntos.
¿Cuánto tiempo llevarán despiertos? Yo en seis horas no he descubierto gran cosa, pero esta gente parece saber más que yo. Espero no encontrarme con gente que lleva días despierta. La ventaja de información y experiencia en el laberinto sobre mí es demasiado grande como para lidiar con ella. Si me encuentro con alguien así, lo evitaré. Este laberinto no me gusta en lo absoluto.
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El muchacho parecía amable pero no me fiaba mucho de los Marines. Es decir, ¿cómo fiarse de gente que luchan sin cuestionarse las órdenes? Aunque bueno, todo el mundo es hipócrita alguna vez o siempre. Mantuve mi papel de civil en apuros. Podría servirme si aparecía más gente. Aunque no me gustaba para nada el que me vieran la cara. Quien fuera que me había metido en aquel lugar, había logrado que me molestara. Ahora, como una buena actriz, tenía que mantener un perfil bajo. Sería una buena idea rodearme de gente dispuesta a colaborar y usarlos de escudos humanos cuando llegara el momento. No iba a dejarme matar sin antes cumplir mis objetivos para con el mundo.
- ¿Ha visto a más personas aquí abajo o solo estamos nosotros, sargento San? - Pregunté por curiosidad.
- Me encontré hace como cosa de una hora o así con un pirata, pero no se mostró muy cooperativo que digamos. Tuvimos una pelea y acabó dándose con la cabeza con una piedra - Lo dijo con una naturalidad que dudaba de si había sido una accidente o de si verdad lo había matado a sangre fría.
- Ya veo, así que de momento estamos solos. Bueno, esperemos que nadie venga a matarnos y se convierta esto en un Battle Royale - Iba a tener cuidado con el marine, podría no serlo y ser otra persona o de lo contrario, un marine que disfruta matando.
Fue justo entonces que sentí como algo o alguien me empujaba. Casi pierdo el equilibrio y me como el suelo. ¿Qué coño había sido eso? Cuando me di la vuelta para ver que me había empujado, mis ojos toparon con los de un... ¿niño? Aunque después de mirar mejor, se me parecía una niña de pelo corto y dos rubís como ojos. El que nos había encerrado también secuestro a alguien tan joven, no creo que estuviera bien de la cabeza.
- Hola, Victoria - Resultó ser una niña, tenía que tener más cuidado con mi retaguardia, me podría haber matado en un suspiro si hubiera querido - Soy Diana y este es el sargento San, bienvenida al grupo de supervivencia -
Sin duda, al ser más tendríamos más posibilidades. Pero... un posible marine y una niña que sabe ocultar su presencia. ¿Qué más faltaba por unirse al grupo? ¿Un revolucionario para que hubiera tensión?
- Maldito cobarde el que se ha atrevido a meter en esto a una cría. ¡No se lo perdonaré! - Rugió el tal San.
Si estaba mintiendo sobre su identidad, era un buen actor. De la nada, se comenzó a escuchar un ruido estético por la estancia. Como si se estuviera sintonizando una radio. Debido al eco, resultó un poco molesto para los oídos. Y lo resultó aún más cuando alguien tocó un micrófono como para probar si funcionaba.
- Ejem, ejem. Probando, probando - Una voz retumbó por la estancia - ¡Bienvenidos sean al increíble Last Survivor de este mes! ¡Soy vuestro querido y amado anfitrión Charles Della Romanie- DESU! - El hombre poseía una voz un tanto chillona a la vez que extraña - ¿Os preguntaréis que hacéis en este sitio? Bueno, habéis sido elegidos aleatoriamente para participar en un increíble juego de supervivencia donde los cuatro que lleguen hasta la entrada de las ruinas podrán irse y ¡obtendrán un valioso premio de los disponibles! Nada mal, ¿verdad? -
- Esto debe ser una broma... ¿Un juego de un lunático? - Dijo el marine.
- Me temo que sí, haber que nos ha preparado este loco de remate - Comenté atendiendo a las palabras de nuestro captor.
-¡Eh, que os he oído! - Tose para volver a hablar de su reto - ¡Como iba diciendo, estáis en unas ruinas con varios niveles! Debéis llegar al primer nivel sobreviviendo a las trampas y alguna sorpresita amistosa que vive por estas piedras. Pero... yo en vuestro lugar no tardaría mucho en subir. ¡Si no queréis morir ahogados! El nivel del agua irá subiendo cada vez más. Así que, ¿os matareis entre vosotros o colaboraréis para salir de esta cárcel marina? ¡Que empiece el juego! -
- ¿Ha visto a más personas aquí abajo o solo estamos nosotros, sargento San? - Pregunté por curiosidad.
- Me encontré hace como cosa de una hora o así con un pirata, pero no se mostró muy cooperativo que digamos. Tuvimos una pelea y acabó dándose con la cabeza con una piedra - Lo dijo con una naturalidad que dudaba de si había sido una accidente o de si verdad lo había matado a sangre fría.
- Ya veo, así que de momento estamos solos. Bueno, esperemos que nadie venga a matarnos y se convierta esto en un Battle Royale - Iba a tener cuidado con el marine, podría no serlo y ser otra persona o de lo contrario, un marine que disfruta matando.
Fue justo entonces que sentí como algo o alguien me empujaba. Casi pierdo el equilibrio y me como el suelo. ¿Qué coño había sido eso? Cuando me di la vuelta para ver que me había empujado, mis ojos toparon con los de un... ¿niño? Aunque después de mirar mejor, se me parecía una niña de pelo corto y dos rubís como ojos. El que nos había encerrado también secuestro a alguien tan joven, no creo que estuviera bien de la cabeza.
- Hola, Victoria - Resultó ser una niña, tenía que tener más cuidado con mi retaguardia, me podría haber matado en un suspiro si hubiera querido - Soy Diana y este es el sargento San, bienvenida al grupo de supervivencia -
Sin duda, al ser más tendríamos más posibilidades. Pero... un posible marine y una niña que sabe ocultar su presencia. ¿Qué más faltaba por unirse al grupo? ¿Un revolucionario para que hubiera tensión?
- Maldito cobarde el que se ha atrevido a meter en esto a una cría. ¡No se lo perdonaré! - Rugió el tal San.
Si estaba mintiendo sobre su identidad, era un buen actor. De la nada, se comenzó a escuchar un ruido estético por la estancia. Como si se estuviera sintonizando una radio. Debido al eco, resultó un poco molesto para los oídos. Y lo resultó aún más cuando alguien tocó un micrófono como para probar si funcionaba.
- Ejem, ejem. Probando, probando - Una voz retumbó por la estancia - ¡Bienvenidos sean al increíble Last Survivor de este mes! ¡Soy vuestro querido y amado anfitrión Charles Della Romanie- DESU! - El hombre poseía una voz un tanto chillona a la vez que extraña - ¿Os preguntaréis que hacéis en este sitio? Bueno, habéis sido elegidos aleatoriamente para participar en un increíble juego de supervivencia donde los cuatro que lleguen hasta la entrada de las ruinas podrán irse y ¡obtendrán un valioso premio de los disponibles! Nada mal, ¿verdad? -
- Esto debe ser una broma... ¿Un juego de un lunático? - Dijo el marine.
- Me temo que sí, haber que nos ha preparado este loco de remate - Comenté atendiendo a las palabras de nuestro captor.
-¡Eh, que os he oído! - Tose para volver a hablar de su reto - ¡Como iba diciendo, estáis en unas ruinas con varios niveles! Debéis llegar al primer nivel sobreviviendo a las trampas y alguna sorpresita amistosa que vive por estas piedras. Pero... yo en vuestro lugar no tardaría mucho en subir. ¡Si no queréis morir ahogados! El nivel del agua irá subiendo cada vez más. Así que, ¿os matareis entre vosotros o colaboraréis para salir de esta cárcel marina? ¡Que empiece el juego! -
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Bueno, tengo grupo. He superado el trauma de todo escolar antisocial cuando tiene que hacer trabajos en grupo. Creo que estos dos no son los más fuertes de este laberinto, pero es mejor contar con carne de cañón para futuros encuentros. Como sea, pronto suena algo como a… estática, no sabría decir lo que es, pero lo escuché una vez en la boca de Michael.
¿Que todo esto es parte de un juego llamado “Last Survivor”? ¿Quién es este idiota de Charles Della Romanie? ¿Desu? Ya ha quedado claro que esto se convertirá en una carnicería si únicamente cuatro personas pueden irse. ¿Acaso piensa que un premio lo soluciona todo? Los muertos no cobran, ¿sabes? Cientos de panoramas trágicos pasan por mi cabeza mientras continúo imaginando la infinidad de posibilidades que tenemos por delante. Si tengo que elegir un grupo de supervivencia, debería encontrar uno más capacitado. Se ve que al marine le encanta la justicia y Diana no podría reaccionar a un ataque sorpresa.
—Debemos subir y evitar el contacto con los otros “jugadores” —comento, levantando un dedo para llamar la atención, siempre en voz bajita—. Si el anfitrión ha tardado tanto en anunciar el juego es porque todos los participantes se han despertado, supongo.
Como no tenemos idea de lo que nos espera por delante, tenemos que avanzar con máxima cautela. Cada uno tiene que asumir a la perfección su rol. Puedo explorar y elaborar trampas, sorprender al enemigo, pero estaría en desventaja en un enfrentamiento directo. Ese no es mi fuerte y, si tuviera que enviar a alguien a hacer de primera línea, ese sería el marine. Por algo lleva una espada, ¿no?
Avanzo por el altísimo pasillo mientras escucho el agua golpear la roca. Es normal estar asustada, ¿verdad? Me mantengo en silencio, siempre pendiente de mi alrededor. Cualquier cosa puede pasar y debemos estar atentos ante un posible ataque sorpresa. Siempre digo que detesto la vanguardia, pero debo ir yo primero para desactivar trampas. Si no pensara así, uno de nosotros había muerto al pulsar este “botón” incrustado en el suelo. Habría activado la trampa y una flecha nos hubiera atravesado.
Llegamos a una habitación cuadrada e increíblemente alta. Había una escalera en forma de caracol que ascendía y ascendía hasta perderse en la oscuridad. Si estaba rota… Bueno, creo que no podría sobrevivir a una caída desde esa altura. Trago saliva, nerviosa. La estancia es iluminada por unos faroles de luz anaranjada y, además de esculturas a medio destruir, no hay muchas cosas. Sin embargo, un objeto brillante llama mi atención y lo tomo con cuidado. ¿Una moneda? La olfateo y me doy cuenta de que es parte de una trampa. La lanzo lo más deprisa que puedo y esta explota en el aire, empujándome y haciéndome caer.
—Jo, así que has visto a través de mi trampa. —¿Cómo no iba a hacerlo si apestaba a pólvora?—. Eres astuta, niña, ¿hacemos equipo?
Un chico rubio y de ojos verdes, apuesto y bien formado, descendió de las escaleras. ¿Estaba esperando a alguien…? Mide cerca de un metro ochenta, manos en los bolsillos y viste un uniforme militar, pero no de la Marina. ¿Un mercenario, tal vez? Lo único que puedo decir de él es que es peligroso.
—Decide tú, Diana —le susurro a la mujer.
¿Que todo esto es parte de un juego llamado “Last Survivor”? ¿Quién es este idiota de Charles Della Romanie? ¿Desu? Ya ha quedado claro que esto se convertirá en una carnicería si únicamente cuatro personas pueden irse. ¿Acaso piensa que un premio lo soluciona todo? Los muertos no cobran, ¿sabes? Cientos de panoramas trágicos pasan por mi cabeza mientras continúo imaginando la infinidad de posibilidades que tenemos por delante. Si tengo que elegir un grupo de supervivencia, debería encontrar uno más capacitado. Se ve que al marine le encanta la justicia y Diana no podría reaccionar a un ataque sorpresa.
—Debemos subir y evitar el contacto con los otros “jugadores” —comento, levantando un dedo para llamar la atención, siempre en voz bajita—. Si el anfitrión ha tardado tanto en anunciar el juego es porque todos los participantes se han despertado, supongo.
Como no tenemos idea de lo que nos espera por delante, tenemos que avanzar con máxima cautela. Cada uno tiene que asumir a la perfección su rol. Puedo explorar y elaborar trampas, sorprender al enemigo, pero estaría en desventaja en un enfrentamiento directo. Ese no es mi fuerte y, si tuviera que enviar a alguien a hacer de primera línea, ese sería el marine. Por algo lleva una espada, ¿no?
Avanzo por el altísimo pasillo mientras escucho el agua golpear la roca. Es normal estar asustada, ¿verdad? Me mantengo en silencio, siempre pendiente de mi alrededor. Cualquier cosa puede pasar y debemos estar atentos ante un posible ataque sorpresa. Siempre digo que detesto la vanguardia, pero debo ir yo primero para desactivar trampas. Si no pensara así, uno de nosotros había muerto al pulsar este “botón” incrustado en el suelo. Habría activado la trampa y una flecha nos hubiera atravesado.
Llegamos a una habitación cuadrada e increíblemente alta. Había una escalera en forma de caracol que ascendía y ascendía hasta perderse en la oscuridad. Si estaba rota… Bueno, creo que no podría sobrevivir a una caída desde esa altura. Trago saliva, nerviosa. La estancia es iluminada por unos faroles de luz anaranjada y, además de esculturas a medio destruir, no hay muchas cosas. Sin embargo, un objeto brillante llama mi atención y lo tomo con cuidado. ¿Una moneda? La olfateo y me doy cuenta de que es parte de una trampa. La lanzo lo más deprisa que puedo y esta explota en el aire, empujándome y haciéndome caer.
—Jo, así que has visto a través de mi trampa. —¿Cómo no iba a hacerlo si apestaba a pólvora?—. Eres astuta, niña, ¿hacemos equipo?
Un chico rubio y de ojos verdes, apuesto y bien formado, descendió de las escaleras. ¿Estaba esperando a alguien…? Mide cerca de un metro ochenta, manos en los bolsillos y viste un uniforme militar, pero no de la Marina. ¿Un mercenario, tal vez? Lo único que puedo decir de él es que es peligroso.
—Decide tú, Diana —le susurro a la mujer.
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¿A qué clase de juego de la muerte me había traído aquel maldito lunático? ¿Premios? Como si me dieran todo el dinero del mundo. Una maldita guerra campal con un montón de gente en unas ruinas que se inundarán con el tiempo. Al menos tenía a dos personas que me podrían servir de escudo si algo iba mal. Aunque lo inteligente sería ir en grupo, el laberinto se iba a convertir en un campo donde todo valía y donde la verdadera naturaleza de la gente saldría a la luz en pos de la supervivencia. En aquel lugar no importaba el oficio, si eras rico o no. Era el lugar perfecto para hacer pruebas psicológicas. Éramos ratas de laboratorio intentando escapar de las pruebas de un científico. O al menos era la sensación que me daba toda aquella situación. Menudo grupo me había agenciado, una niña con habilidades de la calle y un marine un tanto raro.
- Tienes razón, sería buena idea subir y evitar encontrarnos con locos. Aunque algo me dice que eso va a ser imposible, por desgracia - Chasquee con la lengua ante el comentario de la chiquilla. Avanzamos por el laberinto, solo rodeados por paredes negras y rocas. El sonido del agua era lo único que se podía escuchar.
La calma antes de la tempestad. El silencio anterior al comienzo de los gritos y las peleas a muerte. Solo era cuestión de tiempo. Continuamos adelante, con la niña en la vanguardia y el marine detrás de ella. Yo prefería quedarme atrás por cuestiones de seguridad. No podía fiarme de nadie y menos en un lugar así con aquellas condiciones. La chica nos señaló que tuviéramos cuidado con una trampa en el suelo. Curioso. ¿Quién era de verdad? Podría ser una futura incorporación a mis negocios o al menos una aliada. Nuestro camino prosiguió hasta alcanzar una habitación rodeada de estatuas y cosas extrañas a medio derruir. Por lo menos había algo de luz.
La tal Victoria se adelantó a inspeccionar el terreno mientras el marine vigilaba por si se acercaba alguien. Yo, mientras, me quedé analizando las esculturas. Si salía viva de allí, al menos podría volver para saquear cualquier obra de arte que hubiera por el lugar. No tenía apenas conocimiento de historia, pero si eran unas ruinas imagino que algo valdrían las estatuas y demás cosas de una civilización antigua o lo que fuera aquel sitio.
De repente, sucede una explosión y aparece un hombre con ropa militar. Lo que faltaba otro loco. Aunque al menos se quedó impresionado con la niña y pidió unirse al grupo.
- Bueno, nos falta uno para el grupo así que, ¿por qué no? - Me encogí de hombros - ¿Qué opina usted, sargento? -
- Realmente nos vendría bien alguien que controlara de trampas y mientras no nos traicione, es bienvenido - Comentó el sargento San.
- Tranquilos, en circunstancias normales mi trabajo me obliga a matar gente, pero aquí me uno a quien sea por la supervivencia - Bajó a nuestra altura con una pirueta magistral - Mi nombre es Vincenzo Di Riggo de profesión mercenario... aunque puedo ser lo que deseas, dulzura - Me realizó una sutil reverencia mientras guiñaba un ojo de forma pícara.
Lo que me faltaba, alguien detrás de mi culo. Aunque podría ser bueno. Si lo uso como escudo de carne o que se encargue de la gente que fuera a por mí. Le devolví una sonrisa seductora, completamente falsa. Con las presentaciones debidamente hechas, era hora de continuar por aquel lugar alejado de la mano de Dios. Hmm... Interesante nombre para una organización de índole criminal. La apunté mentalmente para el futuro.
Subimos por unas escaleras que parecían que iban a caerse a cachos. Ahora estábamos en una zona con edificios altos y blancos. ¿Era esto un caso de una ciudad antigua levantada sobre otra y otra? Lo ignoraba pero sí que era verdad que el estilo arquitectónico era distinto al de la zona de abajo. Ahora, esta zona ya olía a peligro. Y algo más. Pues se podían escuchar gritos y alguna que otra explosión en la lejanía.
- Bueno, vamos a tener que andar con mucho ojo en esta zona. Parece que la fiesta ha empezado - Iba a coger uno de mis puros pero recordé que no llevaba nada encima. Su puta madre, necesitaba un pitillo.
- Tienes razón, sería buena idea subir y evitar encontrarnos con locos. Aunque algo me dice que eso va a ser imposible, por desgracia - Chasquee con la lengua ante el comentario de la chiquilla. Avanzamos por el laberinto, solo rodeados por paredes negras y rocas. El sonido del agua era lo único que se podía escuchar.
La calma antes de la tempestad. El silencio anterior al comienzo de los gritos y las peleas a muerte. Solo era cuestión de tiempo. Continuamos adelante, con la niña en la vanguardia y el marine detrás de ella. Yo prefería quedarme atrás por cuestiones de seguridad. No podía fiarme de nadie y menos en un lugar así con aquellas condiciones. La chica nos señaló que tuviéramos cuidado con una trampa en el suelo. Curioso. ¿Quién era de verdad? Podría ser una futura incorporación a mis negocios o al menos una aliada. Nuestro camino prosiguió hasta alcanzar una habitación rodeada de estatuas y cosas extrañas a medio derruir. Por lo menos había algo de luz.
La tal Victoria se adelantó a inspeccionar el terreno mientras el marine vigilaba por si se acercaba alguien. Yo, mientras, me quedé analizando las esculturas. Si salía viva de allí, al menos podría volver para saquear cualquier obra de arte que hubiera por el lugar. No tenía apenas conocimiento de historia, pero si eran unas ruinas imagino que algo valdrían las estatuas y demás cosas de una civilización antigua o lo que fuera aquel sitio.
De repente, sucede una explosión y aparece un hombre con ropa militar. Lo que faltaba otro loco. Aunque al menos se quedó impresionado con la niña y pidió unirse al grupo.
- Bueno, nos falta uno para el grupo así que, ¿por qué no? - Me encogí de hombros - ¿Qué opina usted, sargento? -
- Realmente nos vendría bien alguien que controlara de trampas y mientras no nos traicione, es bienvenido - Comentó el sargento San.
- Tranquilos, en circunstancias normales mi trabajo me obliga a matar gente, pero aquí me uno a quien sea por la supervivencia - Bajó a nuestra altura con una pirueta magistral - Mi nombre es Vincenzo Di Riggo de profesión mercenario... aunque puedo ser lo que deseas, dulzura - Me realizó una sutil reverencia mientras guiñaba un ojo de forma pícara.
Lo que me faltaba, alguien detrás de mi culo. Aunque podría ser bueno. Si lo uso como escudo de carne o que se encargue de la gente que fuera a por mí. Le devolví una sonrisa seductora, completamente falsa. Con las presentaciones debidamente hechas, era hora de continuar por aquel lugar alejado de la mano de Dios. Hmm... Interesante nombre para una organización de índole criminal. La apunté mentalmente para el futuro.
Subimos por unas escaleras que parecían que iban a caerse a cachos. Ahora estábamos en una zona con edificios altos y blancos. ¿Era esto un caso de una ciudad antigua levantada sobre otra y otra? Lo ignoraba pero sí que era verdad que el estilo arquitectónico era distinto al de la zona de abajo. Ahora, esta zona ya olía a peligro. Y algo más. Pues se podían escuchar gritos y alguna que otra explosión en la lejanía.
- Bueno, vamos a tener que andar con mucho ojo en esta zona. Parece que la fiesta ha empezado - Iba a coger uno de mis puros pero recordé que no llevaba nada encima. Su puta madre, necesitaba un pitillo.
Anna Bloodfallen
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fuerza
Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Saberes
Akuma no mi
Varios
Me encuentro en una habitación circular cuyo techo está sostenido por gigantescos pilares de ocho metros de alto. Muchos de estos están en mal estado; me da mala espina. La estancia está iluminada por una multitud de farolas que emiten un destello verde fantasmagórico. Si bien todavía puedo sentir la humedad en el ambiente, esta ha descendido notoriamente, permitiéndome sentir otros olores. Como el de la putrefacción. Le hago un gesto a mis compañeros para que cada uno inspeccione el lugar. Quizás encontramos alguna pista o algo así.
Dejando de lado los escombros, que seguramente alguna vez acompañaron a las pocas estatuas que se mantienen en pie, lo único interesante es la representación pintoresca de una batalla justo bajo nuestros pies. Sí, en el suelo. Los destellos verdes me permiten ver una guerra entre criaturas celestiales y demoníacas. Paso de ello, no es como si entendiera ni me importase el arte. Arrugo la nariz cuando siento un olor… familiar, pero es imposible. ¿Por qué tendría que oler así? Motivada por la curiosidad, y siempre avanzando con la mano puesta en la empuñadura de la daga, me acerco al aroma.
—¿Qué…? Esto es imposible.
Frente a mí hay una masa similar a una oruga, pero de dimensiones muchísimo más escandalosas. Diría que es una diez veces yo, al menos de largo. Cientos de vellos gruesos y negros salen de sus segmentos. Tiene una repugnante combinación entre manos y patas delgadas, casi huesudas, que le dan un total de veinte. Ocho ojos negros y apagados pareciera que me miran, pero no tiene sentido: está muerto. Una incontable hilera de colmillos deformados surge de sus fauces, y por la sangre que tiene en estos diría que se dio un festín no hace mucho. El renacido está echado sobre un charco de mucosidad verde. Todo indica que está muerto… O no. Nunca he visto a una de estas cosas dormir; mucho menos pensaba que había fuera de Yhardum.
Retrocedo de un salto, como una gata asustada, cuando escucho un latido. ¿Su cuerpo ha comenzado a crujir? Si mi vista no está jugando conmigo, el renacido ha comenzado a moverse. Es lento, como si le costara o le diera mucha pereza hacerlo, pero al cabo de unos segundos consigue levantar la parte de la cabeza. Me mira con sus macabros ojos y luego me sonríe. Sí, los renacidos pueden imitar las emociones y expresiones de los humanos que devoran. Dos largos brazos terminados en manos de quince dedos cada una salen disparados hacia mí, pero no logran alcanzarme.
—¡Tenemos que matar a esta cosa! ¡Es demasiado peligrosa! —rujo mientras tomo una postura defensiva, recordando una cosa: los renacidos son vulnerables cuando están comiendo. ¿A quién tendré que usar de carnada esta vez…?
Dejando de lado los escombros, que seguramente alguna vez acompañaron a las pocas estatuas que se mantienen en pie, lo único interesante es la representación pintoresca de una batalla justo bajo nuestros pies. Sí, en el suelo. Los destellos verdes me permiten ver una guerra entre criaturas celestiales y demoníacas. Paso de ello, no es como si entendiera ni me importase el arte. Arrugo la nariz cuando siento un olor… familiar, pero es imposible. ¿Por qué tendría que oler así? Motivada por la curiosidad, y siempre avanzando con la mano puesta en la empuñadura de la daga, me acerco al aroma.
—¿Qué…? Esto es imposible.
Frente a mí hay una masa similar a una oruga, pero de dimensiones muchísimo más escandalosas. Diría que es una diez veces yo, al menos de largo. Cientos de vellos gruesos y negros salen de sus segmentos. Tiene una repugnante combinación entre manos y patas delgadas, casi huesudas, que le dan un total de veinte. Ocho ojos negros y apagados pareciera que me miran, pero no tiene sentido: está muerto. Una incontable hilera de colmillos deformados surge de sus fauces, y por la sangre que tiene en estos diría que se dio un festín no hace mucho. El renacido está echado sobre un charco de mucosidad verde. Todo indica que está muerto… O no. Nunca he visto a una de estas cosas dormir; mucho menos pensaba que había fuera de Yhardum.
Retrocedo de un salto, como una gata asustada, cuando escucho un latido. ¿Su cuerpo ha comenzado a crujir? Si mi vista no está jugando conmigo, el renacido ha comenzado a moverse. Es lento, como si le costara o le diera mucha pereza hacerlo, pero al cabo de unos segundos consigue levantar la parte de la cabeza. Me mira con sus macabros ojos y luego me sonríe. Sí, los renacidos pueden imitar las emociones y expresiones de los humanos que devoran. Dos largos brazos terminados en manos de quince dedos cada una salen disparados hacia mí, pero no logran alcanzarme.
—¡Tenemos que matar a esta cosa! ¡Es demasiado peligrosa! —rujo mientras tomo una postura defensiva, recordando una cosa: los renacidos son vulnerables cuando están comiendo. ¿A quién tendré que usar de carnada esta vez…?
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El ambiente comenzaba a ponerse tenso. No solo por la multitud de explosiones y gritos. Era por algo más. Notaba una presión. Como si algo terrible fuera a pasar, era como cuando un animal se siente en peligro y su instinto le grita que huyera, Pero ahí estaba la cosa, ¿adónde podía huir? Estaba en un maldito laberinto con varios niveles rodeada de extraños que me podrían matar en cualquier momento. Me quedé pegada al variopinto grupo que habíamos formado. Al menos tenía al mercenario pegado a mí como una abeja a la miel. Parecía que se había quedado prendado, podía usar eso en caso de apuro. Ahora nos hallábamos en una ¿habitación? La tal Victoria nos señaló que inspeccionáramos el lugar. Bueno, sabía moverse mejor que yo. ¿Por qué no hacerle caso en pos de la supervivencia? Fui a mirar una esquina a tantear el terreno. En otros tiempos aquellas ruinas debieron ser hermosas. Alguna que otra estatua adornaba el lugar pero en un estado paupérrimo. Las paredes estaban llenas de musgo y me daba un poco de cosa tocarlas.
- Tranquila señorita, yo cuidaré de usted. ¡Mi corazón la protegerá de todo mal! Por algo me llaman el "Casanova" - Dijo Vincenzo
Sonreí falsamente, no me gustaba que estuvieran detrás de mi. Malos recuerdos me llegaban a la mente de otros tiempos. Había cogido un poco de asco a los hombres como él. Pero mientras tuviera un escudo humano, no estaría tan mal. Seguí mirando el lugar. Había también una vieja fuente derruida y seca. Se podía apreciar una vieja figura en el centro de la misma desgastada por el pasar del tiempo. El marine se hallaba inspeccionando otro rincón de la habitación. Algo me decía que no me podía fiar de esa persona. Llámalo instinto.
Cuando me quise dar cuenta, Victoria gritó algo acerca de un bicho. Cuando me di la vuelta, un extraño ser que parecía un gusano pero grotesco con dientes y manos amenazaba con atacarnos. Por suerte para mi, Vincent se puso delante protegiéndome dedicándome una sonrisa. Mientras, el marine entró en pánico y se lanzó de cabeza a la bestia con espada en mano. Algo me decía que eso iba a acabar mal. Vincent se sacó una pistola del chaleco y esperó a ver que pasaba.
- Ese loco se dirige hacia su propia muerte - Comentó con una sonrisa burlona.
- ¡¿Qué demonios es esa cosa?! - Exclamé mientras observaba como el gaviota avanzaba para ser desarmado por una de las manos del bicho y, posteriormente, ser atrapado y partido en dos. La sangre del marine tiñó el suelo y las paredes de rojo.
El monstruo se deleitaba con el cadáver. El mercenario preparó una bala y la metió dentro de su pistola. Apuntó hacia la boca de la bestia y disparó con precisión. La bala pareció impactar en el interior pero no pareció pasar nada. ¿Qué había hecho? Pronto la respuesta apareció. Una explosión surgió del interior de la bestia, ¿pero bastaba para matar a un ser de pesadilla como aquel?
- Tranquila señorita, yo cuidaré de usted. ¡Mi corazón la protegerá de todo mal! Por algo me llaman el "Casanova" - Dijo Vincenzo
Sonreí falsamente, no me gustaba que estuvieran detrás de mi. Malos recuerdos me llegaban a la mente de otros tiempos. Había cogido un poco de asco a los hombres como él. Pero mientras tuviera un escudo humano, no estaría tan mal. Seguí mirando el lugar. Había también una vieja fuente derruida y seca. Se podía apreciar una vieja figura en el centro de la misma desgastada por el pasar del tiempo. El marine se hallaba inspeccionando otro rincón de la habitación. Algo me decía que no me podía fiar de esa persona. Llámalo instinto.
Cuando me quise dar cuenta, Victoria gritó algo acerca de un bicho. Cuando me di la vuelta, un extraño ser que parecía un gusano pero grotesco con dientes y manos amenazaba con atacarnos. Por suerte para mi, Vincent se puso delante protegiéndome dedicándome una sonrisa. Mientras, el marine entró en pánico y se lanzó de cabeza a la bestia con espada en mano. Algo me decía que eso iba a acabar mal. Vincent se sacó una pistola del chaleco y esperó a ver que pasaba.
- Ese loco se dirige hacia su propia muerte - Comentó con una sonrisa burlona.
- ¡¿Qué demonios es esa cosa?! - Exclamé mientras observaba como el gaviota avanzaba para ser desarmado por una de las manos del bicho y, posteriormente, ser atrapado y partido en dos. La sangre del marine tiñó el suelo y las paredes de rojo.
El monstruo se deleitaba con el cadáver. El mercenario preparó una bala y la metió dentro de su pistola. Apuntó hacia la boca de la bestia y disparó con precisión. La bala pareció impactar en el interior pero no pareció pasar nada. ¿Qué había hecho? Pronto la respuesta apareció. Una explosión surgió del interior de la bestia, ¿pero bastaba para matar a un ser de pesadilla como aquel?
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El soldado con el uniforme de la gaviota es un idiota de pies a cabeza. ¿En qué mundo es buena idea abalanzarse sobre un enemigo del que no se tiene información? La primera vez que vi a un renacido me quedé paralizada, no pude mover un solo músculo, y corrí solo después de escuchar los gritos de uno de mis compañeros. Aferré mis sudorosas manos a las empuñaduras de mis cuchillos. Ya no tendría que usar a nadie como carnada porque a este idiota se la ha ocurrido la maravillosa idea de sacrificarse. Y no pienso desperdiciar su valiente pero estúpido sacrificio.
Al mismo tiempo que el mercenario dispara y hace explotar desde el interior el cuerpo del renacido comienzo a correr en dirección a este, siguiendo una trayectoria parabólica para alcanzar su punto ciego. No es la primera vez que lucho contra un hijo maldito de la Madre Luna. La sangre se concentra en mis piernas, oxigena los músculos y me permite dar un gran salto. Caigo sobre uno de los segmentos del renacido y entonces preparo un gran truco de magia, Espíritu del Caos. Un torrente de fuego sale disparado de mi boca y el olor de la carne quemada inunda mis fosas nasales. Oigo cómo el renacido chilla de dolor. Vuelvo a saltar para alejarme y ubicarme en un lugar seguro.
—Como toda bestia, los renacidos son débiles ante el fuego —les comento a mis compañeros, elevando un poco más la voz de lo normal—, pero esto no es suficiente para vencerlo.
Pese a ser atacado, el renacido continúa devorando el cuerpo mutilado del soldado. «La maldición de Gula». Así es como los inquisidores llamamos a este frenético comportamiento de los renacidos. Es obvio que debemos aprovechar esta oportunidad, pero no se me ocurre una manera de cargarnos a este monstruo de un solo golpe. He dañado los segmentos y tiene aberturas en su piel que conectan el interior. Si tan solo tuviera mis bombas incendiarias… Espera, se me ha ocurrido algo.
—Dame tus monedas, Vincenzo. ¡Dame todas las que tengas!
El mercenario me mira confundido, pero tras rugir una segunda vez me hace caso. Con recelo me entrega diez monedas. Por el brillo reflejado dentro del estuche que lleva sé que tiene más. Sería un grave error entregarme todas sus “bombas”. Como sea, no pierdo un segundo más y vuelvo a concentrar la sangre en mis piernas para dar otro gran salto. El tiempo parece detenerse unos breves segundos mientras estoy en el aire. Calculo visualmente la distancia entre nosotros y entonces lanzo el puñado de monedas. La mayoría se introduce entre las grietas de la piel quemada. Justo cuando caigo el renacido acaba su festín, se voltea hacia mí e intenta agarrarme con sus repugnantes manos huesudas.
Sin embargo, las monedas explotan antes de que pueda atraparme. Un chillido recorre toda la habitación. Las vísceras y la sangre se desparrama por todos sitios. El cuerpo de la bestia ha sido separado en dos producto de la explosión, pero todavía no es suficiente. A diferencia de mis compañeros, tengo experiencia luchando contra estas maldiciones y conozco lo tenaces que son. Están en el limbo, entre el mundo de los muertos y el de los vivos. Pueden caminar y comer sin necesidad de un cerebro, un corazón o cualquier órgano vital. Lo único que las mantiene en nuestro mundo es su «alma maldita». Y, de acuerdo a las enseñanzas de la Santa Inquisición, sé dónde debo atacar para ponerle fin a esta locura.
—¡Ahora que está débil dispárale en el cráneo, Vincenzo!
Al mismo tiempo que el mercenario dispara y hace explotar desde el interior el cuerpo del renacido comienzo a correr en dirección a este, siguiendo una trayectoria parabólica para alcanzar su punto ciego. No es la primera vez que lucho contra un hijo maldito de la Madre Luna. La sangre se concentra en mis piernas, oxigena los músculos y me permite dar un gran salto. Caigo sobre uno de los segmentos del renacido y entonces preparo un gran truco de magia, Espíritu del Caos. Un torrente de fuego sale disparado de mi boca y el olor de la carne quemada inunda mis fosas nasales. Oigo cómo el renacido chilla de dolor. Vuelvo a saltar para alejarme y ubicarme en un lugar seguro.
—Como toda bestia, los renacidos son débiles ante el fuego —les comento a mis compañeros, elevando un poco más la voz de lo normal—, pero esto no es suficiente para vencerlo.
Pese a ser atacado, el renacido continúa devorando el cuerpo mutilado del soldado. «La maldición de Gula». Así es como los inquisidores llamamos a este frenético comportamiento de los renacidos. Es obvio que debemos aprovechar esta oportunidad, pero no se me ocurre una manera de cargarnos a este monstruo de un solo golpe. He dañado los segmentos y tiene aberturas en su piel que conectan el interior. Si tan solo tuviera mis bombas incendiarias… Espera, se me ha ocurrido algo.
—Dame tus monedas, Vincenzo. ¡Dame todas las que tengas!
El mercenario me mira confundido, pero tras rugir una segunda vez me hace caso. Con recelo me entrega diez monedas. Por el brillo reflejado dentro del estuche que lleva sé que tiene más. Sería un grave error entregarme todas sus “bombas”. Como sea, no pierdo un segundo más y vuelvo a concentrar la sangre en mis piernas para dar otro gran salto. El tiempo parece detenerse unos breves segundos mientras estoy en el aire. Calculo visualmente la distancia entre nosotros y entonces lanzo el puñado de monedas. La mayoría se introduce entre las grietas de la piel quemada. Justo cuando caigo el renacido acaba su festín, se voltea hacia mí e intenta agarrarme con sus repugnantes manos huesudas.
Sin embargo, las monedas explotan antes de que pueda atraparme. Un chillido recorre toda la habitación. Las vísceras y la sangre se desparrama por todos sitios. El cuerpo de la bestia ha sido separado en dos producto de la explosión, pero todavía no es suficiente. A diferencia de mis compañeros, tengo experiencia luchando contra estas maldiciones y conozco lo tenaces que son. Están en el limbo, entre el mundo de los muertos y el de los vivos. Pueden caminar y comer sin necesidad de un cerebro, un corazón o cualquier órgano vital. Lo único que las mantiene en nuestro mundo es su «alma maldita». Y, de acuerdo a las enseñanzas de la Santa Inquisición, sé dónde debo atacar para ponerle fin a esta locura.
—¡Ahora que está débil dispárale en el cráneo, Vincenzo!
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La bestia estalló desde dentro gracias a la bala del mercenario pero no resultó suficiente. Sin embargo, Victoria, haciendo un gran alarde de su forma física, saltó sobre aquel monstruo. La chica realmente tenía ovarios, después de haber visto como devoraba como si fuera un plato de solomillo al marine se atrevía a acercarse a aquella cosa. Solo podía aplaudir su valentía. Al menos, no había ido directa a las fauces de aquel ser. De pronto, la muchacha respira fuego por la boca, lo que hace gritar de dolor al enemigo. ¿Qué cojones era aquella chica? ¿Acaso era usuaria de las misteriosas Frutas del Diablo? Así que eran débiles contra el fuego... que mala pata no tener algún lanzallamas o coctel molotov a mano. Aquello no contuvo al "renacido" de seguir alimentándose del pobre soldado azul.
-¡En seguida! - Fue lo que gritó el rubio antes de lanzarle a Victoria un par de monedas. ¿Cómo las iba a usar? Pronto llegó mi respuesta. Las fue lanzando dentro de las quemaduras.
Y cuando la bestia iba a poner sus garras encima, las bombas hicieron efecto y dañaron desde dentro al monstruo. Era el momento de la verdad.
-¡Dispara y acaba con él, Vincenzo! - Grité sin poder nada más que mirar mientras los otros hacían todo el trabajo.
Jalando el gatillo con rapidez, la bala de Vincenzo recorrió la estancia en un suspiro y acabó impactando contra la cabeza del bicho. El monstruo pegó un último grito desgarrador y acabó muriendo cayendo pesadamente al suelo. Por fin había acabado aquel suplicio. Pero me daba temor que hubieran mas cosas como aquella pululando por las ruinas. Había costado matarla. Pero lo que quería saber era quien diablos era aquella niña y como sabía tanto de aquellos seres.
Era el momento de descansar un poco, la cosa se había puesto muy intensa y no era buena idea salir fuera a seguir luchando seguido. Decidí romper el ambiente con la pregunta que también se notaba que quería lanzar al aire el mercenario.
- ¿Cómo sabes tanto de esos seres a los que llamas "renacidos"? ¿Quién eres realmente? - La chica no tenía pinta de ser una cazarrecompensas ni una cazadora de monstruos. Lo mejor era intentar crear un vínculo de confianza. No me agradaba la idea, pero prefería abrirme un poco con aquella gente de la cual dependía mi vida a cambio de que se abrieran conmigo.
- Bueno, pues yo vengo de una isla del South Blue llamada Sparda. Nací en una ciudad sin ley controlada por el Bajo Mundo donde tuve que ingeniármelas para sobrevivir a las palizas, al hambre y a otras cosas que no me gusta recordar - Dije mirando hacia el vacío.
- ¿Otra superviviente, eh? El increíble Vincenzo es originario de Mock Town, en Java. Soy hijo de piratas de poca monta, me alisté en la Marina para tener una vida mejor pero a los años acabé retirándome del servicio y me volví un mercenario. ¿Cuál es tu historia, chiquilla? Te mueves la mar de bien para tener un cuerpo tan pequeño y delgado -
-¡En seguida! - Fue lo que gritó el rubio antes de lanzarle a Victoria un par de monedas. ¿Cómo las iba a usar? Pronto llegó mi respuesta. Las fue lanzando dentro de las quemaduras.
Y cuando la bestia iba a poner sus garras encima, las bombas hicieron efecto y dañaron desde dentro al monstruo. Era el momento de la verdad.
-¡Dispara y acaba con él, Vincenzo! - Grité sin poder nada más que mirar mientras los otros hacían todo el trabajo.
Jalando el gatillo con rapidez, la bala de Vincenzo recorrió la estancia en un suspiro y acabó impactando contra la cabeza del bicho. El monstruo pegó un último grito desgarrador y acabó muriendo cayendo pesadamente al suelo. Por fin había acabado aquel suplicio. Pero me daba temor que hubieran mas cosas como aquella pululando por las ruinas. Había costado matarla. Pero lo que quería saber era quien diablos era aquella niña y como sabía tanto de aquellos seres.
Era el momento de descansar un poco, la cosa se había puesto muy intensa y no era buena idea salir fuera a seguir luchando seguido. Decidí romper el ambiente con la pregunta que también se notaba que quería lanzar al aire el mercenario.
- ¿Cómo sabes tanto de esos seres a los que llamas "renacidos"? ¿Quién eres realmente? - La chica no tenía pinta de ser una cazarrecompensas ni una cazadora de monstruos. Lo mejor era intentar crear un vínculo de confianza. No me agradaba la idea, pero prefería abrirme un poco con aquella gente de la cual dependía mi vida a cambio de que se abrieran conmigo.
- Bueno, pues yo vengo de una isla del South Blue llamada Sparda. Nací en una ciudad sin ley controlada por el Bajo Mundo donde tuve que ingeniármelas para sobrevivir a las palizas, al hambre y a otras cosas que no me gusta recordar - Dije mirando hacia el vacío.
- ¿Otra superviviente, eh? El increíble Vincenzo es originario de Mock Town, en Java. Soy hijo de piratas de poca monta, me alisté en la Marina para tener una vida mejor pero a los años acabé retirándome del servicio y me volví un mercenario. ¿Cuál es tu historia, chiquilla? Te mueves la mar de bien para tener un cuerpo tan pequeño y delgado -
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Levanto la capa para cubrirme de la sangre que salpica a todos lados. Por fin todo ha terminado. Las escrituras de la Santa Inquisición son útiles porque funcionan como un bestiario y contienen mucha información. En lo personal, prefiero dejar toda esa chamullería de lo paranormal. Puede que los renacidos sean los hijos no deseados de la Madre Luna, pero eso tampoco me deja en una buena posición a mí. No es como si hubiera tenido una vida espectacular. ¿Qué clase de dios todopoderoso abandona a sus hijos? Como sea, he hecho una demostración de conocimiento y lo normal es que suceda una ronda interminable de preguntas; es lo que yo haría.
Este laberinto tiene más peligros de los que se ven a simple vista. Primero, ningún lugar es bueno para dormir puesto que siempre habrá una probabilidad de sufrir un asalto nocturno; segundo, las variaciones de temperatura afectan y conseguir leña es imposible; tercero, la comida es un bien escaso pues sólo se puede encontrar en sitios particulares. He señalado tres de las muchas dificultades que tiene esta estúpida prueba. ¿Qué espera conseguir Charles Della Romanie-DESU de todo esto? ¿Y qué relación tiene con los renacidos? Si lo que está escrito en los libros de Pine es cierto…
La buena noticia es que puedo sobrevivir en lugares así. He invertido mi tiempo en encontrar respuestas antes que aliados. Si bien no tengo leña para hacer una fogata, descubrí por casualidad cierto mineral que actúa como combustible. Como emite poco calor no sirve para hacer bombas; tendría que reunir mucho material y no sería rentable. Por el contrario, si reúno el mineral suficiente podré formar una cocinilla y asar el pescado. El laberinto tiene zonas inundadas que son una buena fuente de alimento. ¿Y por qué tendríamos que montar el campamento ahora? Bueno, eso es porque…
—Los renacidos son activos durante la noche y es innecesario sumar peligros a nuestro viaje —determino mientras cocino un pescado; no será suficiente para los tres, pero al menos no moriremos de hambre—. Si no conseguimos más comida, estas serán las raciones que consumiremos. Lo mismo con el agua.
Se nota que estoy desviando el tema de conversación, pero las preguntas no tardan en llegar. ¿Quién soy realmente? Victoria, una niña que pudo haberte matado sin que lo hubieras notado. Eso debería ser suficiente para Diana, si es que ese es su nombre. Lo dudo. Todo el mundo es enemigo hasta que demuestre lo contrario. Sin embargo, tengo que compartir mi comida e información para aumentar mis probabilidades de sobrevivir al laberinto. Es un juego justo, uno que espero ganar.
—No tengo idea de qué son los renacidos. Saber cómo matarlos no me parece que sea “saber tanto”, Diana.
Genial, nos hemos convertido en un grupo de amigos que se cuenta el pasado. Si lo que dice esta mujer es cierto, probablemente sea más peligrosa de lo que parece. Sobrevivir a las injusticias de la vida deja marcas de resentimiento y hostilidad. Y si Vincenzo dice la verdad, también ha vivido un infierno. Ser mercenario no es una pega fácil, tienes que tragar mucha mierda para seguir adelante. ¿Cómo lo sé? La Santa Inquisición es un nombre elegante para hablar de una compañía de mercenarios al servicio de una organización política.
—Soy de Yhardum, un lugar del cual nunca nadie ha oído nada. No existe en los periódicos ni aparece en los mapas, lo comprobé al abandonarlo —comienzo a decir. Si están confiándome sus pasados, responderé con la misma moneda. Podría mentir y usar este conocimiento a mi favor, pero no quiero ser un monstruo toda mi vida—. Soy una inquisidora, una asesina que trabaja para la Santa Inquisición. Persigo herejes y cazo horrores como los renacidos como el resto de los miembros. —Frunzo el ceño y empuño fuertemente las manos—. Pasaron cosas y tuve que abandonar mi hogar. De alguna manera este laberinto está conectado con Yhardum y voy a descubrir por qué. Sin embargo, intentaré ser una profesional y no los involucraré en mis asuntos personales. El objetivo del grupo es sobrevivir.
Este laberinto tiene más peligros de los que se ven a simple vista. Primero, ningún lugar es bueno para dormir puesto que siempre habrá una probabilidad de sufrir un asalto nocturno; segundo, las variaciones de temperatura afectan y conseguir leña es imposible; tercero, la comida es un bien escaso pues sólo se puede encontrar en sitios particulares. He señalado tres de las muchas dificultades que tiene esta estúpida prueba. ¿Qué espera conseguir Charles Della Romanie-DESU de todo esto? ¿Y qué relación tiene con los renacidos? Si lo que está escrito en los libros de Pine es cierto…
La buena noticia es que puedo sobrevivir en lugares así. He invertido mi tiempo en encontrar respuestas antes que aliados. Si bien no tengo leña para hacer una fogata, descubrí por casualidad cierto mineral que actúa como combustible. Como emite poco calor no sirve para hacer bombas; tendría que reunir mucho material y no sería rentable. Por el contrario, si reúno el mineral suficiente podré formar una cocinilla y asar el pescado. El laberinto tiene zonas inundadas que son una buena fuente de alimento. ¿Y por qué tendríamos que montar el campamento ahora? Bueno, eso es porque…
—Los renacidos son activos durante la noche y es innecesario sumar peligros a nuestro viaje —determino mientras cocino un pescado; no será suficiente para los tres, pero al menos no moriremos de hambre—. Si no conseguimos más comida, estas serán las raciones que consumiremos. Lo mismo con el agua.
Se nota que estoy desviando el tema de conversación, pero las preguntas no tardan en llegar. ¿Quién soy realmente? Victoria, una niña que pudo haberte matado sin que lo hubieras notado. Eso debería ser suficiente para Diana, si es que ese es su nombre. Lo dudo. Todo el mundo es enemigo hasta que demuestre lo contrario. Sin embargo, tengo que compartir mi comida e información para aumentar mis probabilidades de sobrevivir al laberinto. Es un juego justo, uno que espero ganar.
—No tengo idea de qué son los renacidos. Saber cómo matarlos no me parece que sea “saber tanto”, Diana.
Genial, nos hemos convertido en un grupo de amigos que se cuenta el pasado. Si lo que dice esta mujer es cierto, probablemente sea más peligrosa de lo que parece. Sobrevivir a las injusticias de la vida deja marcas de resentimiento y hostilidad. Y si Vincenzo dice la verdad, también ha vivido un infierno. Ser mercenario no es una pega fácil, tienes que tragar mucha mierda para seguir adelante. ¿Cómo lo sé? La Santa Inquisición es un nombre elegante para hablar de una compañía de mercenarios al servicio de una organización política.
—Soy de Yhardum, un lugar del cual nunca nadie ha oído nada. No existe en los periódicos ni aparece en los mapas, lo comprobé al abandonarlo —comienzo a decir. Si están confiándome sus pasados, responderé con la misma moneda. Podría mentir y usar este conocimiento a mi favor, pero no quiero ser un monstruo toda mi vida—. Soy una inquisidora, una asesina que trabaja para la Santa Inquisición. Persigo herejes y cazo horrores como los renacidos como el resto de los miembros. —Frunzo el ceño y empuño fuertemente las manos—. Pasaron cosas y tuve que abandonar mi hogar. De alguna manera este laberinto está conectado con Yhardum y voy a descubrir por qué. Sin embargo, intentaré ser una profesional y no los involucraré en mis asuntos personales. El objetivo del grupo es sobrevivir.
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No parecía que Victoria tuviera muchas ganas de hablar después de todo pero, aún así, se vio obligada a soltar prenda por habernos abierto con ella. Nos habla de la especie del bicho que acababa de morir. "Renacidos". Un nombre simple pero a la vez que da terror con solo pronunciar el nombre. Por lo que decía la chica y sus movimientos de antes... no era la primera vez que mataba un ser como aquel. Mis dudas de que fuera quien dijera ser se incrementaban más. Si ya de por si no había notado su presencia cuando nos conocimos, tenía pinta de ser una asesina o alguien que mataba bajo las órdenes de alguna persona o organización.
- Así que esas bestias atacan más de noche, ¿eh? A mi me parece que el saber matarlos ya es saber algo de ellas. Ya sabes más que nosotros sobre esas cosas - Dije con una medio sonrisa- Las raciones no son un problema para mi, he pasado varios días sin comer en mis días de mendiga. Pero tienes razón, hemos de conseguir suministros. Combatir esos seres resulta muy agotador y necesitamos energía - Di un pequeño mordisco a mi parte para intentar administrarlo.
Y así fue como nos contó que trabajaba de inquisidora para una organización en una isla llamada Yhardum. Por lo visto, mis impresiones de ella quedaron confirmadas. Matar gente que vaya en contra de sus jefes y cazar esos Renacidos. Me sorprendía como una niña era capaz de afrontar esas cosas. No parecía temer mancharse las manos de sangre o de la Parca se la llevara en un mal día de caza. Solo podía sentir admiración hacia la chica. Alguien más que intentaba luchar por sobrevivir en un mundo de barbarie donde solo los más fuertes o astutos sobreviven.
- Algún día tendré que visitar tu isla. Tiene pinta de ser un lugar muy interesante. Me gustaría investigar a esos seres que cazas. A lo mejor puedo ayudar a la población a encontrar un origen de como se forman. Tengo algunos conocimientos científicos - Me quedé mirando la cocinilla - Sobreviviremos. Este lugar no va a ser nuestra tumba. ¿Verdad Vinzenzo? - Pregunté al mercenario que parecía estar aún un poco en babia por lo acontecido.
- ¿Eh? ¡Ah, si! Perdón, aún mi mente no ha procesado que ese tipo de... lo que sea, existan. Parecen sacadas de la mente de un perturbado. Pero tranquilas, señoritas. Yo las protegeré de todo mal. ¡Haré explotar a nuestros enemigos con las bombas que me queden! Y si hay suerte, a lo mejor podríamos encontrar algún material para crear nuevos - Dijo con una sonrisa socarrona.
Un zumbido comenzó a recorrer la estancia. El sonido de una emisión. Parecía que era hora de que el loco de los cojones hablase otra vez. Una risa de prisionero de psiquiátrico seguido de varias palmadas, supongo que a modo de celebración.
- ¡Felicidades a los supervivientes que han logrado llegar al siguiente nivel! ¡Soy vuestro querido y amado anfitrión una vez más, Charles della Romanie - Desu! Por lo visto, algunos de vosotros se han encontrado a unos pequeños amiguitos. Bueno, yo que vosotros los evitaría, no son muy... amigables con extraños - Otra risa maníaca - Como pequeña recompensa por haber llegado hasta aquí, he cerrado las compuertas del nivel inferior de donde habéis venido. Por lo que podréis descansar un poco de tantas emociones sin el agobio de que suba el nivel del agua. ¿Cuánto tiempo? Eso ya... ¡no lo voy a decir! Es parte del juego vivir con los instintos a flor de piel! Seguid adelante y demostradme de lo que sois capaz. ¡Un saludo y hasta luego! ´- Volvió a reinar el silencio una vez más.
- ¿Y ahora que hacemos? ¿Registramos el área en busca de suministros? - Pregunté para ver que pensaban que era lo mejor a continuación.
- Así que esas bestias atacan más de noche, ¿eh? A mi me parece que el saber matarlos ya es saber algo de ellas. Ya sabes más que nosotros sobre esas cosas - Dije con una medio sonrisa- Las raciones no son un problema para mi, he pasado varios días sin comer en mis días de mendiga. Pero tienes razón, hemos de conseguir suministros. Combatir esos seres resulta muy agotador y necesitamos energía - Di un pequeño mordisco a mi parte para intentar administrarlo.
Y así fue como nos contó que trabajaba de inquisidora para una organización en una isla llamada Yhardum. Por lo visto, mis impresiones de ella quedaron confirmadas. Matar gente que vaya en contra de sus jefes y cazar esos Renacidos. Me sorprendía como una niña era capaz de afrontar esas cosas. No parecía temer mancharse las manos de sangre o de la Parca se la llevara en un mal día de caza. Solo podía sentir admiración hacia la chica. Alguien más que intentaba luchar por sobrevivir en un mundo de barbarie donde solo los más fuertes o astutos sobreviven.
- Algún día tendré que visitar tu isla. Tiene pinta de ser un lugar muy interesante. Me gustaría investigar a esos seres que cazas. A lo mejor puedo ayudar a la población a encontrar un origen de como se forman. Tengo algunos conocimientos científicos - Me quedé mirando la cocinilla - Sobreviviremos. Este lugar no va a ser nuestra tumba. ¿Verdad Vinzenzo? - Pregunté al mercenario que parecía estar aún un poco en babia por lo acontecido.
- ¿Eh? ¡Ah, si! Perdón, aún mi mente no ha procesado que ese tipo de... lo que sea, existan. Parecen sacadas de la mente de un perturbado. Pero tranquilas, señoritas. Yo las protegeré de todo mal. ¡Haré explotar a nuestros enemigos con las bombas que me queden! Y si hay suerte, a lo mejor podríamos encontrar algún material para crear nuevos - Dijo con una sonrisa socarrona.
Un zumbido comenzó a recorrer la estancia. El sonido de una emisión. Parecía que era hora de que el loco de los cojones hablase otra vez. Una risa de prisionero de psiquiátrico seguido de varias palmadas, supongo que a modo de celebración.
- ¡Felicidades a los supervivientes que han logrado llegar al siguiente nivel! ¡Soy vuestro querido y amado anfitrión una vez más, Charles della Romanie - Desu! Por lo visto, algunos de vosotros se han encontrado a unos pequeños amiguitos. Bueno, yo que vosotros los evitaría, no son muy... amigables con extraños - Otra risa maníaca - Como pequeña recompensa por haber llegado hasta aquí, he cerrado las compuertas del nivel inferior de donde habéis venido. Por lo que podréis descansar un poco de tantas emociones sin el agobio de que suba el nivel del agua. ¿Cuánto tiempo? Eso ya... ¡no lo voy a decir! Es parte del juego vivir con los instintos a flor de piel! Seguid adelante y demostradme de lo que sois capaz. ¡Un saludo y hasta luego! ´- Volvió a reinar el silencio una vez más.
- ¿Y ahora que hacemos? ¿Registramos el área en busca de suministros? - Pregunté para ver que pensaban que era lo mejor a continuación.
Anna Bloodfallen
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Los tres miembros del equipo tendremos que hacer tareas de exploración y colaborar para la supervivencia de este. Como nuestro objetivo es llegar a la salida del laberinto, la cual se encuentra en lo más alto, retroceder a buscar alimento es contraproducente e incluso puede ser más peligroso que avanzar hacia lo desconocido. Otro objetivo que tenemos que tener en mente es evitar a toda costa peleas innecesarias. Si podemos flanquear a un renacido, lo haremos. No tenemos razones para poner a prueba nuestras habilidades, no ahora.
—Tienes que ser una idiota para querer conocer Yhardum. No es un sitio muy diferente a este… Húmedo, oscuro, mortal. Allá donde vayas encontrarás peligro, a menos que tengas el dinero suficiente para vivir en los pisos superiores —respondo, haciendo lo posible para que Diana pierda el interés en mi hogar—. No es ningún lugar turístico y los yhardumitas son hostiles con los extranjeros. Lo pasarás mal.
Mi compañero ha asumido a la perfección el rol de macho protector. Si bien lo encuentro patético y vergonzoso, es útil porque una mente así es fácil de manipular. Y tiene suerte de que sea yo quien está de su lado, pues deseo la supervivencia del grupo entero. Malo para él sería encontrarse con una persona retorcida, egoísta y corrompida hasta la médula. Por otro lado, Diana parece tener más neuronas que Vinzenzo. Es curiosa y, si bien parece no tener utilidad en combate, sabe cómo sobrevivir.
Otra vez el pesado Charles della Romanie y su macabro DESU! Cómo me pone los vellos de punta este hombre. Nos ha dicho que ha cerrado las compuertas, así que no tiene sentido pensar en regresar. ¿Cuántos habrán quedado atrapados? Pude haber sido yo… Si el anfitrión tiene la capacidad de segmentar el laberinto, cabe la posibilidad de que esta prueba tenga un tiempo máximo. ¿Cuáles son los intervalos? Necesito saberlos para designar los tiempos a las tareas de exploración, recolección y caza.
—Lo mejor será registrar la habitación trazando círculos —respondo, saco una hoja y empiezo a dibujar distintos círculos que se encuentran en un determinado punto—. Si estamos lejos, somos fáciles de cazar, pero si nos encontramos cerca podremos ayudarnos ante un eventual ataque sorpresa. Buscaremos alimento y agua, luego decidiremos hacia dónde avanzar.
No soy ninguna dictadora ni me interesa ser la líder del grupo, esas posiciones están reservadas para gente carismática y sociable. Yo soy más bien lo contrario. Me gusta pasar desapercibida, esperando que nadie note mi presencia hasta que es demasiado tarde. Sin embargo, ahora me veo en la obligación de asumir un poco más de liderazgo.
—¿Vamos, entonces?
—Tienes que ser una idiota para querer conocer Yhardum. No es un sitio muy diferente a este… Húmedo, oscuro, mortal. Allá donde vayas encontrarás peligro, a menos que tengas el dinero suficiente para vivir en los pisos superiores —respondo, haciendo lo posible para que Diana pierda el interés en mi hogar—. No es ningún lugar turístico y los yhardumitas son hostiles con los extranjeros. Lo pasarás mal.
Mi compañero ha asumido a la perfección el rol de macho protector. Si bien lo encuentro patético y vergonzoso, es útil porque una mente así es fácil de manipular. Y tiene suerte de que sea yo quien está de su lado, pues deseo la supervivencia del grupo entero. Malo para él sería encontrarse con una persona retorcida, egoísta y corrompida hasta la médula. Por otro lado, Diana parece tener más neuronas que Vinzenzo. Es curiosa y, si bien parece no tener utilidad en combate, sabe cómo sobrevivir.
Otra vez el pesado Charles della Romanie y su macabro DESU! Cómo me pone los vellos de punta este hombre. Nos ha dicho que ha cerrado las compuertas, así que no tiene sentido pensar en regresar. ¿Cuántos habrán quedado atrapados? Pude haber sido yo… Si el anfitrión tiene la capacidad de segmentar el laberinto, cabe la posibilidad de que esta prueba tenga un tiempo máximo. ¿Cuáles son los intervalos? Necesito saberlos para designar los tiempos a las tareas de exploración, recolección y caza.
—Lo mejor será registrar la habitación trazando círculos —respondo, saco una hoja y empiezo a dibujar distintos círculos que se encuentran en un determinado punto—. Si estamos lejos, somos fáciles de cazar, pero si nos encontramos cerca podremos ayudarnos ante un eventual ataque sorpresa. Buscaremos alimento y agua, luego decidiremos hacia dónde avanzar.
No soy ninguna dictadora ni me interesa ser la líder del grupo, esas posiciones están reservadas para gente carismática y sociable. Yo soy más bien lo contrario. Me gusta pasar desapercibida, esperando que nadie note mi presencia hasta que es demasiado tarde. Sin embargo, ahora me veo en la obligación de asumir un poco más de liderazgo.
—¿Vamos, entonces?
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- Puede ser idiotez, pero realmente me llama la atención tu tierra natal. Y como tú misma has dicho, solo tengo que usar dinero para mantenerme en las zonas seguras. Respecto al tema del odio a los extranjeros, bueno, eso se puede arreglar con algunas palabritas y donaciones desinteresadas. Al fin y al cabo, el mundo se rige por el dinero y el poder. Lo que me interesa es investigar y llevar a cabo algún que otro experimento. Podría incluso pagar a las autoridades pertinentes para que me trajeran un ejemplar de esa cosa. Obviamente muerto, no quiero arriesgarme más de la cuenta - Dije con una ligera sonrisa.
Luego volvió a aparecer la voz del maldito chiflado, parecía disfrutar con su experimento de los cojones. Al menos era un alivio el imaginar a la gente que no había logrado salir del nivel inferior. Menos competencia y menos peligros que afrontar en el futuro. Aunque realmente estaría interesante usar de alguna manera a la gente que nos encontremos como cebo para las bestias, ya que tenía pinta de que iban a haber más de ellas. Luego Anna propuso el mantenernos cerca a la hora de explorar el terreno e ir a por suministros. No me parecía una mala idea. Al menos teníamos al imbécil del mercenario para que sirviera de algo en caso de ataque tanto de humanos como de bestias.
- Me parece bien, lo mejor será mantener un perfil bajo lo mejor posible. Si ya casi nos mata la cosa esa antes, no me quiero ni imaginar una más fuerte o un grupo de gente fuerte. Aunque hay que tener cuidado con el agua. A lo mejor puede estar contaminada de los monstruos esos - Comenté poniéndome de pie.
Luego de inspeccionar el resto de la habitación donde estábamos, salimos a los laberintos de la muerte. Era necesario mantenernos cerca unos de los otros. Contaba con la suerte que tenía pegado al mercenario al trasero, así que si las cosas me salían feas, podría sacrificarlo en mi beneficio. Aún se podían escuchar explosiones en la lejanía. Ni siquiera con un "descanso" la gente se tomaba un respiro de matarse unas a otras. La cosa era donde carajos conseguían tantos explosivos. ¿Por qué a algunas personas les quitaban lo que llevaban encima y a otras no? Era una pregunta que circulaba con fuerza en mi cabeza. Me aparté un momento y vi un pequeño estanque con agua. Parecía estar limpia. O al menos lo parecía.
- Creo que tenemos agua por esta zona - Dije cuando una sombra se alzaba sobre mí.
Luego volvió a aparecer la voz del maldito chiflado, parecía disfrutar con su experimento de los cojones. Al menos era un alivio el imaginar a la gente que no había logrado salir del nivel inferior. Menos competencia y menos peligros que afrontar en el futuro. Aunque realmente estaría interesante usar de alguna manera a la gente que nos encontremos como cebo para las bestias, ya que tenía pinta de que iban a haber más de ellas. Luego Anna propuso el mantenernos cerca a la hora de explorar el terreno e ir a por suministros. No me parecía una mala idea. Al menos teníamos al imbécil del mercenario para que sirviera de algo en caso de ataque tanto de humanos como de bestias.
- Me parece bien, lo mejor será mantener un perfil bajo lo mejor posible. Si ya casi nos mata la cosa esa antes, no me quiero ni imaginar una más fuerte o un grupo de gente fuerte. Aunque hay que tener cuidado con el agua. A lo mejor puede estar contaminada de los monstruos esos - Comenté poniéndome de pie.
Luego de inspeccionar el resto de la habitación donde estábamos, salimos a los laberintos de la muerte. Era necesario mantenernos cerca unos de los otros. Contaba con la suerte que tenía pegado al mercenario al trasero, así que si las cosas me salían feas, podría sacrificarlo en mi beneficio. Aún se podían escuchar explosiones en la lejanía. Ni siquiera con un "descanso" la gente se tomaba un respiro de matarse unas a otras. La cosa era donde carajos conseguían tantos explosivos. ¿Por qué a algunas personas les quitaban lo que llevaban encima y a otras no? Era una pregunta que circulaba con fuerza en mi cabeza. Me aparté un momento y vi un pequeño estanque con agua. Parecía estar limpia. O al menos lo parecía.
- Creo que tenemos agua por esta zona - Dije cuando una sombra se alzaba sobre mí.
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¿El mundo se rige por el dinero y el poder? Puede ser, pero también hay otras cosas que esta mujer no tiene en cuenta. La religión es importante y controla las vidas de muchos yhardumitas, incluso la mía. La Santa Inquisición es la prueba de ello, un ejército bien armado con el único propósito de proteger el mensaje de las Escrituras. Para ello cazamos herejes, los interrogamos y sacamos información importante, desenmascaramos a nuestros enemigos y los crucificamos. Lo he hecho varias veces, aunque nunca me ha importado; es otro trabajo más, ¿verdad?
El equipo hace lo que yo le digo, como si mis propuestas fueran las mejores, y cada uno busca víveres. Por mi parte he conseguido pescado suficiente para tres días, aunque lo mejor será comérselo antes para no coger una intoxicación. El silencio del laberinto, interrumpido de vez en cuando por las explosiones, me traslada a mis primeros días en la Inquisición. Era una niña rebelde que se escapaba en cada ocasión que podía, subía la torre más alta y veía la ciudad desde la punta, pero Michael siempre terminaba encontrándome. Me castigaba muy duro, aunque nunca llegó a romperme un hueso como lo hizo la madre Isabella.
Llevaba un mes cuando me enfrenté por primera vez a un renacido. Era un horrible monstruo con el cuerpo partido y una perturbadora sonrisa grabada en el rostro conformado por diez ojos, todos apuntando a distintos lados. Se arrastraba como un gusano y las bocas en sus apéndices se lamentaban como si tuvieran consciencia. A pesar de ser una presa fácil, esa noche perdí a cuatro compañeros y estuve a punto de morir. Nunca me ha gustado ver morir a un aliado, no soy tan retorcida para eso, y es en parte una de las razones por las que entreno a diario. Veo que mis esfuerzos han dado resultados: frené a un renacido sin perder a un solo compañero.
Nos reunimos minutos después y montamos una pequeña fogata, débil para que nadie nos descubra; fuerte para asar el pescado. Comemos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, imagino. Me sigo preguntando por qué hay renacidos en este lugar, cómo es que he aparecido aquí y qué es todo este laberinto. Está conectado con Yhardum, pero ¿por qué? Supongo que encontraré respuestas conforme suba la torre, pero nada ni nadie me asegura que llegaré a la cima. Jamás esperé tener tantas dudas una vez saliera al mundo exterior.
Preparo mi equipaje para retomar el viaje, veo que los cuchillos están en su lugar y compruebo el peso de los odres. Doy un último sorbo de agua y comienzo a caminar en dirección a… No lo sé, ¿arriba? Al poco rato nos encontramos con una escalera ancha como de estas que aparecen en las mansiones de la gente rica. Es toda de piedra y tiene una alfombra polvorienta y deteriorada. Les hago un gesto a mis compañeros para que se detengan, pues huelo pólvora procedente de, bueno, más adelante.
Un disparo sucedido de un grito me pone en estado de alerta, obligándome a sacar un cuchillo. Preparada para cualquier cosa, subo lenta y silenciosamente los peldaños hasta llegar al piso superior. Es una especie de biblioteca con estanterías gigantescas que se pierden en la oscuridad. Hay libros, sillas y mesas en el suelo, además de sangre fresca. Escucho otro disparo. Continúo avanzando y acomodo mis dedos en la empuñadura del cuchillo, como si estuviera ansiosa por usarlo.
El equipo hace lo que yo le digo, como si mis propuestas fueran las mejores, y cada uno busca víveres. Por mi parte he conseguido pescado suficiente para tres días, aunque lo mejor será comérselo antes para no coger una intoxicación. El silencio del laberinto, interrumpido de vez en cuando por las explosiones, me traslada a mis primeros días en la Inquisición. Era una niña rebelde que se escapaba en cada ocasión que podía, subía la torre más alta y veía la ciudad desde la punta, pero Michael siempre terminaba encontrándome. Me castigaba muy duro, aunque nunca llegó a romperme un hueso como lo hizo la madre Isabella.
Llevaba un mes cuando me enfrenté por primera vez a un renacido. Era un horrible monstruo con el cuerpo partido y una perturbadora sonrisa grabada en el rostro conformado por diez ojos, todos apuntando a distintos lados. Se arrastraba como un gusano y las bocas en sus apéndices se lamentaban como si tuvieran consciencia. A pesar de ser una presa fácil, esa noche perdí a cuatro compañeros y estuve a punto de morir. Nunca me ha gustado ver morir a un aliado, no soy tan retorcida para eso, y es en parte una de las razones por las que entreno a diario. Veo que mis esfuerzos han dado resultados: frené a un renacido sin perder a un solo compañero.
Nos reunimos minutos después y montamos una pequeña fogata, débil para que nadie nos descubra; fuerte para asar el pescado. Comemos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, imagino. Me sigo preguntando por qué hay renacidos en este lugar, cómo es que he aparecido aquí y qué es todo este laberinto. Está conectado con Yhardum, pero ¿por qué? Supongo que encontraré respuestas conforme suba la torre, pero nada ni nadie me asegura que llegaré a la cima. Jamás esperé tener tantas dudas una vez saliera al mundo exterior.
Preparo mi equipaje para retomar el viaje, veo que los cuchillos están en su lugar y compruebo el peso de los odres. Doy un último sorbo de agua y comienzo a caminar en dirección a… No lo sé, ¿arriba? Al poco rato nos encontramos con una escalera ancha como de estas que aparecen en las mansiones de la gente rica. Es toda de piedra y tiene una alfombra polvorienta y deteriorada. Les hago un gesto a mis compañeros para que se detengan, pues huelo pólvora procedente de, bueno, más adelante.
Un disparo sucedido de un grito me pone en estado de alerta, obligándome a sacar un cuchillo. Preparada para cualquier cosa, subo lenta y silenciosamente los peldaños hasta llegar al piso superior. Es una especie de biblioteca con estanterías gigantescas que se pierden en la oscuridad. Hay libros, sillas y mesas en el suelo, además de sangre fresca. Escucho otro disparo. Continúo avanzando y acomodo mis dedos en la empuñadura del cuchillo, como si estuviera ansiosa por usarlo.
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La mente me estaba jugando malas pasadas. Lo que creía que era algo o alguien acechándome desde arriba mientras recogía algo de agua resultó ser una simple estatua de una mujer con alas. Maldita sea... el estrés me estaba comenzando a hacer efecto y me hacía ver cosas que no habían. Hombre, tener monstruos sedientos de sangre y varia gente desesperada por salir de aquel lugar ya era razón suficiente como para temer por la vida propia. Volví con los demás con el agua. Hicimos otro fuego para comer el pescado que había pillado la chica. Estábamos en silencio. Resultaba un tanto extraño. Pero era como si cada uno de nosotros se estuviera centrando en intentar oír algo para prepararse para el asalto. Me quedé observando las llamas mientras seguía aprovechando hasta el más mínimo trozo comestible del pez. Nunca me había encontrado en una situación como aquella. Si, había crecido en las calles y había pasado por muchas cosas, pero nunca me habían encerrado en un laberinto con bestias. Mi instinto de supervivencia comenzaba a apoderarse de mí. En aquel lugar alejado de Dios... nadie iba a salvarme. Sin darme cuenta, me estaba rascando la mano izquierda demasiado fuerte. Eran los nervios y también los recuerdos de mi infancia.
Seguimos con nuestro camino, en completo silencio. Andando por la oscuridad y con el corazón en un puño en mi caso. Una escalera aparece en frente nuestra. Por su estilo, parecía ser de un edificio de clase alta. Victoria encabeza el grupo hasta que hace que nos detengamos. Y en uno escasos minutos... se anunció la razón. El sonido de un arma de fuego y un grito aterrador. Seguimos con cuidado a la chica hasta subir arriba del todo. Estábamos en una enorme biblioteca. Parecía antigua. Quizás en aquella sala se podrían encontrar libros que se creían perdidos o quizás obras que nunca salieron a la luz. Pero poco importaba eso ahora. Se escuchó otro disparo. Victoria parecía estar tensa y Vincenzo también. Doblamos una esquina de la biblioteca con cuidado para ver quien estaba disparando y a quien. Aunque viendo la sangre que yacía en el suelo... parecía que la respuesta iba a ser un tanto desagradable.
Una enorme sombra con varios brazos se acercaba cada vez más hacia una joven que intentaba defenderse de la bestia inútilmente con un revolver. Pronto pegó otro tiro con un grito de desesperación. Maldición... era otra de esas cosas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Me estaba arrancando el pelo del miedo hasta que el mercenario me intentó calmar poniendo su mano gentilmente sobre uno de mis hombros. Asentí pero mis preocupaciones no se calmaron.
-¡Aléjate de mi! ¡Que alguien me salve por favor, no quiero morir! - Gritó la mujer.
Seguimos con nuestro camino, en completo silencio. Andando por la oscuridad y con el corazón en un puño en mi caso. Una escalera aparece en frente nuestra. Por su estilo, parecía ser de un edificio de clase alta. Victoria encabeza el grupo hasta que hace que nos detengamos. Y en uno escasos minutos... se anunció la razón. El sonido de un arma de fuego y un grito aterrador. Seguimos con cuidado a la chica hasta subir arriba del todo. Estábamos en una enorme biblioteca. Parecía antigua. Quizás en aquella sala se podrían encontrar libros que se creían perdidos o quizás obras que nunca salieron a la luz. Pero poco importaba eso ahora. Se escuchó otro disparo. Victoria parecía estar tensa y Vincenzo también. Doblamos una esquina de la biblioteca con cuidado para ver quien estaba disparando y a quien. Aunque viendo la sangre que yacía en el suelo... parecía que la respuesta iba a ser un tanto desagradable.
Una enorme sombra con varios brazos se acercaba cada vez más hacia una joven que intentaba defenderse de la bestia inútilmente con un revolver. Pronto pegó otro tiro con un grito de desesperación. Maldición... era otra de esas cosas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Me estaba arrancando el pelo del miedo hasta que el mercenario me intentó calmar poniendo su mano gentilmente sobre uno de mis hombros. Asentí pero mis preocupaciones no se calmaron.
-¡Aléjate de mi! ¡Que alguien me salve por favor, no quiero morir! - Gritó la mujer.
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Miro a la bestia con el ceño fruncido, la nariz arrugada y la mandíbula apretada. Tengo miedo. El corazón me palpita con fuerza y temo que vaya a delatar mi posición, aunque el renacido está demasiado ocupado con la mujer del revólver. ¡¿Por qué hay renacidos en este estúpido laberinto?! ¡No quiero enfrentarme a estas cosas! Sí, conozco sus debilidades y en parte es trabajo de una inquisidora cazarlas, pero es peligroso y puedo morir. Además, no soy la única asustada aquí, basta mirar a Celeste para darme cuenta.
El revólver vuelve a rugir y la bestia maldita chilla de dolor, volviéndola más frenética, violenta y peligrosa. Alcanza a la mujer con una de sus tantísimos apéndices. La sujeta con una de sus huesudas manos y la mira con expresión divertida, como si jugara con ella desde el principio. Abre lentamente su gran boca, enseñando una hilera de dientes deformes y ensangrentados. La saliva escurre por su nauseabundo hocico.
—¡No! ¡Suéltame!
El renacido se ríe mientras acerca a la mujer a su boca.
—¡Tenemos que salvarla! —dice Vincenzo—. ¡No podemos dejar que muera!
Sin esperar ninguna clase de respuesta, el mercenario lidera la carga mientras abre fuego contra la bestia. ¿Es idiota? Sí, definitivamente lo es. No solo ha roto el factor sorpresa, sino que ha delatado nuestra posición y ahora el renacido sabe que hay más humanos con los que divertirse. Además, está demasiado lejos de la mujer como para evitar cualquier cosa.
Una lengua rápida y mortal sale disparada desde el interior de la criatura, atravesando el pecho de la mujer y sacando su corazón. Poco a poco, a medida que la vida escapa de su cuerpo, su piel se torna pálida. El mercenario ruge y continúa disparando, pero nada detiene al renacido. Este se come el corazón de la mujer y vuelve a disparar la lengua, esta vez arrancándole una pierna y devorándola. Con sus infinitas manos empieza a arrancarle el rostro, rasguñándolo mientras chilla de placer.
—Vincenzo está muerto. Si no quieres acabar como él, busquemos otra ruta —le susurro a mi compañera—. Aprovecharemos su estúpido pero noble acto y huiremos. Puedes verlo, ¿verdad? Este renacido está más completo que el anterior, y quién sabe qué otros horrores enfrentaremos aquí. Piénsalo bien, no seas idiota.
De pronto, oigo otro disparo que proviene de más adelante. ¿Hay más gente luchando? Eso significa que puede haber otros renacidos… ¡Agh, maldita sea! ¿Cómo se supone que saldremos de este lugar con esas horribles bestias dando vueltas? No importa, ya me las arreglaré. Por ahora, todavía escondida detrás de una gran estantería, esperaré la respuesta de mi compañera y luego retomaré la huida.
El revólver vuelve a rugir y la bestia maldita chilla de dolor, volviéndola más frenética, violenta y peligrosa. Alcanza a la mujer con una de sus tantísimos apéndices. La sujeta con una de sus huesudas manos y la mira con expresión divertida, como si jugara con ella desde el principio. Abre lentamente su gran boca, enseñando una hilera de dientes deformes y ensangrentados. La saliva escurre por su nauseabundo hocico.
—¡No! ¡Suéltame!
El renacido se ríe mientras acerca a la mujer a su boca.
—¡Tenemos que salvarla! —dice Vincenzo—. ¡No podemos dejar que muera!
Sin esperar ninguna clase de respuesta, el mercenario lidera la carga mientras abre fuego contra la bestia. ¿Es idiota? Sí, definitivamente lo es. No solo ha roto el factor sorpresa, sino que ha delatado nuestra posición y ahora el renacido sabe que hay más humanos con los que divertirse. Además, está demasiado lejos de la mujer como para evitar cualquier cosa.
Una lengua rápida y mortal sale disparada desde el interior de la criatura, atravesando el pecho de la mujer y sacando su corazón. Poco a poco, a medida que la vida escapa de su cuerpo, su piel se torna pálida. El mercenario ruge y continúa disparando, pero nada detiene al renacido. Este se come el corazón de la mujer y vuelve a disparar la lengua, esta vez arrancándole una pierna y devorándola. Con sus infinitas manos empieza a arrancarle el rostro, rasguñándolo mientras chilla de placer.
—Vincenzo está muerto. Si no quieres acabar como él, busquemos otra ruta —le susurro a mi compañera—. Aprovecharemos su estúpido pero noble acto y huiremos. Puedes verlo, ¿verdad? Este renacido está más completo que el anterior, y quién sabe qué otros horrores enfrentaremos aquí. Piénsalo bien, no seas idiota.
De pronto, oigo otro disparo que proviene de más adelante. ¿Hay más gente luchando? Eso significa que puede haber otros renacidos… ¡Agh, maldita sea! ¿Cómo se supone que saldremos de este lugar con esas horribles bestias dando vueltas? No importa, ya me las arreglaré. Por ahora, todavía escondida detrás de una gran estantería, esperaré la respuesta de mi compañera y luego retomaré la huida.
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La tensión en mi cabeza era abrumadora. Mi cuerpo, estaba como paralizado. Y mi corazón se movía tan rápido como una bala hasta tal punto que parecía que se me iba a salir por la boca. Todo aquello era miedo. Pero no solo era miedo, era el sentimiento de cuando uno se da cuenta de que no es nada más que una hormiga indefensa. Al menos no era la única que tenía miedo. Victoria debería tener más miedo aún si lo que decía de que había cazado esas cosas era cierto. La mujer del revolver se acercaba más y más a su final. Pues la bestia jugaba con ella. No era como un león que mataba para comer. No, aquello era diferente. Era como si aquel monstruo disfrutara viendo resistirse a su víctima. Viendo como la desesperación y la impotencia hacían mella en su presa. Como si aquello le diera más sabor a su carne.
Cuando Vincenzo saltó para ir a salvarla, suspiré de alivio. Pues el monstruo se lo comería a él y no nos había visto a la chica y a mi. O al menos eso era lo que mi mente quería creer con todas sus fuerzas. Daba igual lo que hiciera el rubio, pues el monstruo se mostraba imperturbable. Ni los disparos ni las bombas le hacían daño aparente. Seguía disfrutando torturando y matando a su víctima. Le arrancó el corazón y luego se comió sus piernas. Joder, joder, joder, joder, joder.... ¡Quería huir! ¡Quería salir echando hostias de allí! Pero mis piernas no me respondían. Victoria me dijo que no hiciera tonterías y siguiera a Vincenzo. Obviamente nunca se me ocurriría enfrentarme a algo con lo que tengo posibilidades de ganar.
- Mi cuerpo no responde... Clávame algo para que pueda reaccionar - Susurré con el sudor recorriendo mi frente.
No estábamos solos en la biblioteca. Pues pronto se escucharon mas disparos y gritos. Aquella zona era mortal. Esperaba que no hubieran más de esas cosas. Lo deseaba. Lo imploraba. Lo suplicaba. Daría mi alma por ello. Quería vivir, quería salir de allí. Detrás de la estantería, en la más absoluta oscuridad parecía que el tiempo se había detenido. Hasta que cayeron unas gotas de algo sobre mi hombro. Era viscoso. No me digas que...
- ¡Corramos, joder! - La adrenalina había poseído mi cuerpo e intenté coger de la ropa a la chica para seguir corriendo.
Una figura enana había caído del techo del recinto. Por lo poco que se podía ver, parecía un bufón enano. Pero su apariencia era engañosa, pues poseía 4 brazos además de tener una lengua tan larga que le llegaba hasta el estómago. Era hora de seguir huyendo. Pero no era el único problema, más de esas cosas comenzaron a caer del techo. Armados con garras y cuchillos. Eran 4 más o menos. Estábamos en una situación peliaguda. La mente la tenía completamente en blanco.
Cuando Vincenzo saltó para ir a salvarla, suspiré de alivio. Pues el monstruo se lo comería a él y no nos había visto a la chica y a mi. O al menos eso era lo que mi mente quería creer con todas sus fuerzas. Daba igual lo que hiciera el rubio, pues el monstruo se mostraba imperturbable. Ni los disparos ni las bombas le hacían daño aparente. Seguía disfrutando torturando y matando a su víctima. Le arrancó el corazón y luego se comió sus piernas. Joder, joder, joder, joder, joder.... ¡Quería huir! ¡Quería salir echando hostias de allí! Pero mis piernas no me respondían. Victoria me dijo que no hiciera tonterías y siguiera a Vincenzo. Obviamente nunca se me ocurriría enfrentarme a algo con lo que tengo posibilidades de ganar.
- Mi cuerpo no responde... Clávame algo para que pueda reaccionar - Susurré con el sudor recorriendo mi frente.
No estábamos solos en la biblioteca. Pues pronto se escucharon mas disparos y gritos. Aquella zona era mortal. Esperaba que no hubieran más de esas cosas. Lo deseaba. Lo imploraba. Lo suplicaba. Daría mi alma por ello. Quería vivir, quería salir de allí. Detrás de la estantería, en la más absoluta oscuridad parecía que el tiempo se había detenido. Hasta que cayeron unas gotas de algo sobre mi hombro. Era viscoso. No me digas que...
- ¡Corramos, joder! - La adrenalina había poseído mi cuerpo e intenté coger de la ropa a la chica para seguir corriendo.
Una figura enana había caído del techo del recinto. Por lo poco que se podía ver, parecía un bufón enano. Pero su apariencia era engañosa, pues poseía 4 brazos además de tener una lengua tan larga que le llegaba hasta el estómago. Era hora de seguir huyendo. Pero no era el único problema, más de esas cosas comenzaron a caer del techo. Armados con garras y cuchillos. Eran 4 más o menos. Estábamos en una situación peliaguda. La mente la tenía completamente en blanco.
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La figura encapuchada que acaba de caer del techo se detiene frente a nosotras. Apesta a muerte y tengo la impresión de que nos está observando, pero es imposible hacerlo si tiene las cuencas vacías, ¿no? Una túnica cubre todo su cuerpo y, sutilmente, lleva sus manos al interior de esta para sacar una serie de cuchillos curvos en forma de media luna.
Concentro la sangre en mis piernas y salgo disparada hacia delante, trazo una trayectoria parabólica e intento pasar a la bestia, pero es rápida y me intercepta. Me protejo de su veloz ataque con uno de mis cuchillos. Un chillido metálico recorre la estancia y las chispas provocadas por el choque destellan entre la oscuridad. Retrocedo con una voltereta y recupero la distancia entre la bestia y yo.
—Tendremos que pelear —le susurro a la mujer—, aunque estaremos en graves problemas si el resto de las bestias vienen a por nosotras.
Y, como si hubiera llamado a la mala suerte, una de las criaturas se voltea hacia nosotras y sonríe, enseñando una hilera de afilados y amarillentos colmillos. La bestia comienza a avanzar.
—Ten presente que esta es una pelea dos contra dos, no uno contra uno. Son rápidas y tienen un propósito claro: no dejarnos pasar. Si no puedes seguirles el ritmo, moléstalas lo que más puedas y deja que yo me encargue.
Si tuviera mi traje, las cosas serían mucho más fáciles, pero a un idiota se le ocurrió la maravillosa idea de quitármelo cuando me abandonó en lo profundo de este laberinto. ¿Y por qué serían más fáciles? Porque podría usar sin tapujo el don que me entregó la Madre Luna, pero tendré que apañármelas con este cuchillo de mierda.
La batalla comienza cuando la criatura del flanco carga contra nosotros sin dejar de sonreír. Empujo a Celeste para correrla y mi cuchillo choca con el del enemigo, pero enseguida tres dagas buscan apuñalarme. Me hago hacia atrás como un gato asustado y una visión de muerte llega a mi cabeza. Flexiono las rodillas y me agacho: un rápido cuchillo acaba de cortarme los cabellos de la cabeza.
Si esta intensidad continúa, si las bestias siguen atacando como lo han hecho hasta ahora, terminaré muerta. Hincho los músculos de mis piernas a base de inyectar sangre y retrocedo aún más rápido que antes. La criatura del flanco vuelve a abrir el asalto, pero estoy más preparada que antes.
Con un sutil movimiento esquivo el navajazo, echando mi dorso hacia atrás, y entonces ruedo hacia delante para esquivar el ataque de la otra criatura. Me levanto lo más deprisa que me permite el cuerpo y apresuro una estocada al corazón. La bestia del flanco chilla de dolor y furiosa contraataca. Abandono mi arma para salvar mi vida, retrocediendo ante la ráfaga de caóticas cuchilladas.
—¡Como si fuera a dejarme matar!
Saco una botella de entre mis prendas, bebo como una condenada y luego inflo mi pecho como si estuviera hecho de goma. Un segundo después una llamarada anaranjada cae sobre el cuerpo de la criatura, haciéndola chillar y provocando que el olor a carne quemada se expanda por la habitación.
Ahora es el turno de Celeste.
Concentro la sangre en mis piernas y salgo disparada hacia delante, trazo una trayectoria parabólica e intento pasar a la bestia, pero es rápida y me intercepta. Me protejo de su veloz ataque con uno de mis cuchillos. Un chillido metálico recorre la estancia y las chispas provocadas por el choque destellan entre la oscuridad. Retrocedo con una voltereta y recupero la distancia entre la bestia y yo.
—Tendremos que pelear —le susurro a la mujer—, aunque estaremos en graves problemas si el resto de las bestias vienen a por nosotras.
Y, como si hubiera llamado a la mala suerte, una de las criaturas se voltea hacia nosotras y sonríe, enseñando una hilera de afilados y amarillentos colmillos. La bestia comienza a avanzar.
—Ten presente que esta es una pelea dos contra dos, no uno contra uno. Son rápidas y tienen un propósito claro: no dejarnos pasar. Si no puedes seguirles el ritmo, moléstalas lo que más puedas y deja que yo me encargue.
Si tuviera mi traje, las cosas serían mucho más fáciles, pero a un idiota se le ocurrió la maravillosa idea de quitármelo cuando me abandonó en lo profundo de este laberinto. ¿Y por qué serían más fáciles? Porque podría usar sin tapujo el don que me entregó la Madre Luna, pero tendré que apañármelas con este cuchillo de mierda.
La batalla comienza cuando la criatura del flanco carga contra nosotros sin dejar de sonreír. Empujo a Celeste para correrla y mi cuchillo choca con el del enemigo, pero enseguida tres dagas buscan apuñalarme. Me hago hacia atrás como un gato asustado y una visión de muerte llega a mi cabeza. Flexiono las rodillas y me agacho: un rápido cuchillo acaba de cortarme los cabellos de la cabeza.
Si esta intensidad continúa, si las bestias siguen atacando como lo han hecho hasta ahora, terminaré muerta. Hincho los músculos de mis piernas a base de inyectar sangre y retrocedo aún más rápido que antes. La criatura del flanco vuelve a abrir el asalto, pero estoy más preparada que antes.
Con un sutil movimiento esquivo el navajazo, echando mi dorso hacia atrás, y entonces ruedo hacia delante para esquivar el ataque de la otra criatura. Me levanto lo más deprisa que me permite el cuerpo y apresuro una estocada al corazón. La bestia del flanco chilla de dolor y furiosa contraataca. Abandono mi arma para salvar mi vida, retrocediendo ante la ráfaga de caóticas cuchilladas.
—¡Como si fuera a dejarme matar!
Saco una botella de entre mis prendas, bebo como una condenada y luego inflo mi pecho como si estuviera hecho de goma. Un segundo después una llamarada anaranjada cae sobre el cuerpo de la criatura, haciéndola chillar y provocando que el olor a carne quemada se expanda por la habitación.
Ahora es el turno de Celeste.
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